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GA100 Basilea, 20 de noviembre de 1907 - El "yo" de los diferentes cuerpos en relación con el yo individual

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Evolución humana y conocimiento de Cristo
RUDOLF STEINER

El "yo" de los diferentes cuerpos en relación con el yo individual

Basilea, 20 de noviembre de 1907


5 conferencia, 

«La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Juan 1:17). Si comprendemos plenamente este pasaje, también comprenderemos ese hito tan significativo en la historia de la humanidad que supuso la aparición de Cristo. En las conferencias anteriores se describió a grandes rasgos el desarrollo de la humanidad y se mostró cómo se ha desarrollado la conciencia del yo. En tiempos remotos, grupos y generaciones enteras de personas se sentían como un yo. De este modo se entiende la avanzada edad de los patriarcas. Poco a poco, este sentimiento del yo se fue limitando cada vez más a personalidades individuales. También se mostró cómo en esta evolución se impusieron dos corrientes espirituales: una, la consanguinidad, que se esforzaba por mantener unida a la humanidad de forma natural; la otra, la luciférica, que situaba al ser humano en sí mismo y lo preparaba para la futura alianza puramente espiritual.

A lo largo de todo el Antiguo Testamento, se entiende por ley algo que impone orden desde fuera en la sociedad humana. Una vez que los lazos de sangre perdieron su fuerza vinculante, fue necesario establecer una cierta conexión entre las personas mediante un orden externo e intelectual. La ley se percibía como algo externo. Esta ley que nos viene de fuera se aplica hasta que la entrega, la gracia y la verdad que Cristo nos ha dado han creado en nosotros, desde dentro, la comprensión del verdadero conocimiento. La entrega y la verdad solo pueden desarrollarse poco a poco. El cristianismo, que quiere sustituir la ley por la devoción, se encuentra aún hoy en los inicios de su desarrollo. Cuanto más avance la Tierra en su evolución, más fuerte será también la influencia del cristianismo sobre la humanidad. La humanidad debe elevarse a un nivel de convivencia en el que cada persona se sienta impulsada interiormente a relacionarse con su prójimo como hermano con hermano. La humanidad no podría alcanzar este elevado nivel de desarrollo por sus propios medios, y es tarea del cristianismo ayudarla a lograrlo. Entonces, el ser humano ya no necesitará ninguna ley externa, si tiene el impulso interior de comportarse de tal manera que la entrega y la verdad sean la pauta de su actuar.

Esto no significa que la humanidad ya no necesite ninguna ley, sino que es un ideal al que hay que aspirar. Poco a poco, la humanidad llega a la conclusión de que, mediante sus acciones voluntarias, se establece la armonía en el mundo. Para alcanzar este objetivo, tuvo que intervenir el poder que, en el sentido del Evangelio, es Cristo. De aquel que, por su propia fuerza interior, es capaz de elevarse a tal relación con todos sus semejantes que se integra libremente, sin ninguna coacción, en la armonía, se dice en las escuelas ocultas que «lleva al Cristo en sí mismo».

Para comprender lo siguiente, es necesario recordar una vez más la composición del ser humano: 

A través del trabajo del yo en el cuerpo astral, este se transforma en el yo espiritual. Sin embargo, esto ocurre de forma gradual, desarrollándose primero el alma sensible, luego el alma racional y, por último, el alma consciente. El yo espiritual se derrama en el alma consciente madura y purificada. Del mismo modo, el yo trabaja en el cuerpo etérico, y los impulsos que tienen mayor eficacia allí son los del arte, la religión y la formación oculta.

También en la época precristiana existían escuelas secretas que podían desarrollar a sus alumnos hasta tal punto que eran capaces de contemplar los mundos superiores. Pero solo los verdaderos alumnos de las escuelas secretas más recónditas podían alcanzar esta visión, y solo durante el acto de iniciación propiamente dicho, cuando el cuerpo etérico se separaba del cuerpo físico. Por iniciación se entiende la elevación de un ser humano para permitirle contemplar el mundo espiritual. En todas las iniciaciones de la época precristiana, el que iba a ser iniciado debía ser sumido en una especie de estado dormido. El dormir de la iniciación se diferencia del dormir normal en que, en este último, el cuerpo etérico permanece conectado al cuerpo físico, mientras que en el primero, el cuerpo etérico se separa del cuerpo físico durante un breve periodo de tiempo. Durante este tiempo, el hierofante debía mantener el cuerpo con vida. Al extraer el cuerpo etérico, era posible llevarlo junto con los demás cuerpos a los mundos superiores para que allí adquiriera experiencias que posteriormente pudieran transmitirse al cerebro físico. En la época precristiana solo existían métodos de iniciación de este tipo.

Con la aparición de Cristo Jesús surge algo completamente nuevo en relación con el tipo de iniciación. Imagínese que el ser humano hubiera transformado todo su cuerpo astral en un yo espiritual. Entonces, este yo espiritual se imprime en el cuerpo etérico como un sello en la cera y le da su impronta. De este modo, el cuerpo etérico se transforma en espíritu vital. Cuando esto se ha completado, el espíritu vital se imprime en el cuerpo físico y lo convierte en un hombre espíritu. Solo con la aparición de Cristo Jesús fue posible imprimir directamente en el cuerpo vital lo que era espíritu vital. Las experiencias vividas en los mundos superiores podían ahora incorporarse al cerebro físico sin que fuera necesaria una separación previa del cuerpo etérico. El primero en poseer un cuerpo etérico completamente impregnado del espíritu y un cuerpo físico completamente impregnado del espíritu vital fue Cristo Jesús. Gracias a la venida de Cristo Jesús a la Tierra, aquellos que están conectados con él pueden ahora pasar por la misma iniciación sin separar el cuerpo etérico del cuerpo físico. Así, todos los iniciados precristianos habían tenido las experiencias de la iniciación fuera del cuerpo físico, habían vuelto a entrar en el cuerpo físico y ahora podían proclamar como experiencia propia lo que había sucedido en el mundo espiritual.

 Buda, Moisés y otros fueron tales iniciados. En Jesús vino por primera vez a la Tierra un ser que, permaneciendo en el cuerpo físico, pudo contemplar la vida de los mundos superiores. Las enseñanzas de Buda, Moisés y otros son totalmente independientes de la personalidad de sus maestros. Es budista o mosaísta quien observa las enseñanzas de Buda o Moisés. En este sentido, es indiferente si reconoce a Buda o a Moisés, ya que estos fundadores solo transmitieron lo que habían experimentado en los mundos superiores. Con Cristo es diferente. Su enseñanza se convierte en cristianismo solo a través de su personalidad, y no basta con seguir la enseñanza del cristianismo para ser cristiano. Solo aquellos que se sienten conectados con el Cristo histórico son verdaderamente cristianos. Algunos dogmas del cristianismo ya existían anteriormente. Pero eso no es lo importante, sino que el cristiano crea en Cristo Jesús, que lo considere la encarnación del ser humano perfecto.

En la antigüedad se conocía la expresión: «El iniciado es un ser divino». Esto se basaba en que, durante la ceremonia de iniciación, el iniciado se encontraba en lo alto del mundo espiritual, junto a los seres espirituales o divinos. Allí era el ser divino. Sin embargo, en el cuerpo físico solo se podía ver al «ser divino» a través de Cristo Jesús, nunca antes. El pasaje de Juan 1, 18: «Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él nos lo ha dado a conocer», debe tomarse, por tanto, al pie de la letra. Antiguamente, solo podía percibir la divinidad aquel que había ascendido. En Cristo, la divinidad había descendido visiblemente a la Tierra por primera vez. Esto se anuncia en el Evangelio de Juan 1, 14 y también se enseñaba en la escuela dionisíaca. Cristo estuvo aquí para mostrar el camino a los seres humanos; los seres humanos deben convertirse en sus seguidores, deben prepararse para imprimir en el cuerpo físico lo que hay en el cuerpo etérico, es decir, desarrollar en sí mismos el principio crístico.

El Evangelio de Juan es un libro sobre la vida. Nadie que lo haya estudiado con la mente ha comprendido este libro, solo lo conoce quien lo ha vivido. Si se repiten los primeros catorce versículos día tras día durante un tiempo, se descubre para qué sirven estas palabras. Constituyen un material de meditación y despiertan en el alma humana la capacidad de ver los distintos pasajes del Evangelio, como las bodas de Caná en el capítulo 2 o la conversación con Nicodemo en el capítulo 3, como experiencias propias en el gran cuadro astral. A través de estos ejercicios, el ser humano se vuelve clarividente y puede experimentar por sí mismo la verdad de lo que está escrito en el Evangelio de Juan. Cientos de personas han pasado por esto. El autor del Evangelio de Juan era un gran vidente iniciado por el propio Cristo.

El discípulo Juan no se menciona en ninguna parte del Evangelio de Juan. Solo se dice de él: «El discípulo al que el Señor amaba», por ejemplo, en el capítulo 19, versículo 26. Se trata de una expresión técnica que designa a aquel que fue iniciado por el propio Maestro. Juan describe su propia iniciación en la resurrección de Lázaro, capítulo 11. Solo así pueden revelarse las relaciones más secretas de Cristo con el desarrollo del mundo, ya que el autor del Evangelio de Juan fue iniciado por el propio Señor. Como se ha dicho anteriormente, las antiguas iniciaciones duraban tres días y medio; de ahí la resurrección de Lázaro al cuarto día. También se dice de Lázaro que Cristo lo amaba (capítulo 11, 3, 35 y 36). Esta es nuevamente la expresión técnica para referirse al discípulo favorito. Mientras el cuerpo de Lázaro yacía como muerto en la tumba, su cuerpo etérico fue sacado para pasar por la iniciación y recibir el mismo poder que hay en Cristo. Así se convirtió en un resucitado, el mismo al que ama el Señor, del que proviene el Evangelio de Juan. Si se lee el Evangelio de Juan, se verá que ninguna línea contradice este hecho, salvo que el proceso de la iniciación se presenta bajo un velo.

Consideremos otra imagen del Evangelio de Juan. En el capítulo 19, versículo 25, se dice: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena». Para comprender el Evangelio, es necesario saber quiénes son estas tres mujeres. Hoy en día, es poco habitual que dos hermanas de una misma familia tengan el mismo nombre, y en el pasado tampoco era habitual. Por lo tanto, el pasaje citado es una prueba de que, según el Evangelio de Juan, la madre de Jesús no se llamaba María. Si se busca en el Evangelio de Juan, no se encuentra en ninguna parte que la madre de Jesús se llamara María. Por ejemplo, en las bodas de Caná (cap. 2) solo se dice: «La madre de Jesús estaba allí». Estas palabras denotan algo importante, pero solo lo entendemos si sabemos cómo utiliza sus palabras el autor del Evangelio. ¿Qué significa la expresión «madre de Jesús»? Como hemos visto, el ser humano está compuesto por un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral. No debemos imaginar que la transición del cuerpo astral al yo espiritual es tan sencilla. El yo transforma el cuerpo astral lenta y gradualmente en alma sensible, alma racional y alma consciente. El yo sigue trabajando sin cesar, y solo cuando ha llevado el cuerpo astral al alma consciente es capaz de purificarlo de tal manera que el yo espiritual pueda surgir en él.

 

El hombre espíritu solo se desarrollará en un futuro lejano. El espíritu vital también está presente en la mayoría de las personas solo en estado embrionario. El desarrollo del yo espiritual ha comenzado en la actualidad. Está indisolublemente unido al alma consciente, de forma similar a una espada en su vaina. El alma sensible, por su parte, se encuentra en el cuerpo sensitivo o astral. Así, encontramos nueve miembros en la personalidad humana. Pero como el yo espiritual y el alma consciente, así como el alma sensible y el cuerpo astral, están inseparablemente unidos, en la literatura teosófica se suele hablar de siete miembros. El yo espiritual es sinónimo del Espíritu Santo, que en el sentido cristiano es la entidad rectora en el plano astral. Los cristianos llaman al espíritu vital «el Verbo» o «el Hijo». El hombre espíritu es el «espíritu paterno» o «el Padre».

Aquellos que habían dado a luz al yo espiritual en su interior eran llamados «hijos de Dios»; en ellos «la luz brillaba en las tinieblas» y «ellos acogían la luz». Exteriormente eran seres humanos de carne y hueso, pero en su interior llevaban a un ser humano superior. En su interior, el yo espiritual había nacido del alma consciente. La «madre» de un ser humano así espiritualizado no es una madre biológica; se encuentra en su interior; es el alma consciente purificada y espiritualizada. Es el principio del que nace el ser humano superior. Este nacimiento espiritual, un nacimiento en el sentido más elevado, se describe en el Evangelio de Juan. El yo espiritual o el Espíritu Santo se derrama en el alma consciente purificada. A esto se refiere también la expresión: «Vi que el Espíritu descendía como una paloma del cielo y se posaba sobre él».

Dado que el alma consciente es el principio en el que se ha desarrollado el yo espiritual, se la denomina «Madre de Cristo» o, en las escuelas ocultas, «Virgen Sofía». Gracias a la fecundación de la Virgen Sofía, Cristo pudo nacer en Jesús de Nazaret. En las escuelas ocultas de Dionisio, el alma racional y el alma sensible se denominaban «María» y «María Magdalena».

El ser humano físico nace de la unión de dos personas. El ser humano superior solo puede nacer de un alma consciente que abarca a todo el pueblo. En todos los pueblos, el método de iniciación era el mismo en sus fases esenciales. Cada iniciación tiene siete etapas. En la iniciación persa, estas se denominaban: Primero, el cuervo. El que se encontraba en esta etapa tenía que traer las noticias del mundo exterior al templo. El cuervo se conoce en todas partes como el mensajero de los espíritus, por ejemplo, también en las leyendas alemanas de Odín y sus dos cuervos. Segundo, el ocultista. Tercero, el guerrero. A él ya se le permitía salir de las escuelas secretas y proclamar las enseñanzas. Cuarto, el león, el que tenía una base sólida, que no solo tenía la palabra, sino también los poderes mágicos, que había superado la prueba y, por lo tanto, ofrecía la garantía de no abusar de los poderes que se le habían confiado. Quinto, el persa. Sexto, el héroe solar. Séptimo, el padre. Aquí nos interesa la denominación del quinto grado, el persa. A los iniciados del quinto grado se les llamaba en todas las escuelas secretas con el nombre del pueblo al que pertenecían, pues su conciencia se había ampliado tanto que abarcaba a todo el pueblo. Sentía todo el sufrimiento del pueblo como propio. Su conciencia se había purificado y ampliado hasta convertirse en la conciencia general del pueblo. Entre los judíos, a los iniciados de este grado se les llamaba israelitas. Solo cuando conocemos este hecho comprendemos la conversación de Cristo con Natanael (cap. 1, 47-49). Este era un iniciado del quinto grado. La llamativa respuesta de Cristo, de que había visto a Natanael bajo la higuera, apunta a un proceso especial de iniciación, a saber, la recepción del alma consciente.

Las siguientes explicaciones ayudarán a comprender los procesos internos de la iniciación. La conciencia individual del yo humano se encuentra en el mundo físico. Los seres humanos deambulan con su yo. El yo de los animales, por el contrario, se encuentra en el plano astral. Cada grupo de animales tiene allí una conciencia del yo colectiva. Pero en el mundo astral no solo está presente el yo de los animales, sino también el yo del cuerpo que el ser humano comparte con los animales, es decir, el yo del cuerpo astral humano. En el mundo devachánico encontramos los yoes de las plantas, así como el yo del cuerpo que compartimos con las plantas, el yo del cuerpo etérico. Si ascendemos aún más al devachán superior, encontramos allí el yo de los minerales y el yo de la parte que el ser humano comparte con los minerales: es decir, el yo del cuerpo físico.  Por lo tanto, a través del cuerpo físico estamos conectados con el Devachan superior. Con el yo individual estamos aquí, en el mundo físico. Cuando el yo del cuerpo astral de un iniciado es penetrado y transformado por su yo individual, se vuelve consciente en el mundo astral. Entonces puede percibir y actuar en él. Se encuentra con las entidades que están encarnadas en los cuerpos astrales, también con las almas grupales de los animales y con aquellas entidades superiores que en el cristianismo se denominan ángeles. En una iniciación aún más elevada, el yo del cuerpo etérico también es penetrado por el yo individual. La conciencia humana se expande así hasta el mundo devachánico. Allí se encuentra con los yos de las plantas y el espíritu del planeta. Una iniciación aún más elevada tiene lugar cuando el yo individual impregna el yo del cuerpo físico. Entonces, el ser humano también alcanzará la conciencia personal en el mundo supraespiritual. Allí se encuentra con el yo de los minerales y con espíritus aún más elevados. Así, la iniciación es un ascenso a mundos superiores, en los que se encuentran entidades cada vez más elevadas.

Mundo devachánico superior       Yo del cuerpo físico     Conciencia supradevachánica
Yo de los minerales  

Devachán                                      Yo del cuerpo etérico   Conciencia devachánica
Yo de las plantas  

Mundo astral                                 Yo del cuerpo astral     Conciencia astral
Yo de los animales, también ángeles

Mundo físico                                 Yo individual              Conciencia diurna

Se podría utilizar la siguiente imagen:

El yo del cuerpo etérico se puede comparar con un ingeniero.
El yo del cuerpo astral se puede comparar con el conductor de un coche.
El yo del yo individual, el cuerpo físico, se puede comparar con el propietario de un coche.

 Cuando el yo individual ha alcanzado el dominio pleno sobre los tres cuerpos, ha desarrollado la armonía interior. Una entidad que poseía esta armonía en su totalidad es Cristo. Él apareció en la Tierra para que el ser humano pudiera desarrollar ese poder de la armonía interior. En este Hijo del Hombre se ve representado todo el desarrollo de la humanidad hasta alcanzar el nivel espiritual más elevado. Antes no existía esta armonía interior; en su lugar actuaban las leyes externas. La armonía interior es el nuevo impulso que la humanidad ha recibido a través de Cristo. El ser humano debe adquirir la capacidad crística, es decir, debe desarrollar el Cristo interior. Pero, tal y como dice Goethe, «el ojo se forma para la luz por la luz», esta armonía interior, este Cristo interior, solo se enciende por la presencia del Cristo exterior, histórico, sin cuya aparición el ser humano no podía alcanzar este nivel de desarrollo espiritual.

Las personas que vivieron antes de la vida histórica de Cristo no están excluidas de la bendición que su aparición trajo a la humanidad. Porque no hay que olvidar que, según la ley de la reencarnación, ellos deberan volver y, por lo tanto, tendrán la oportunidad de desarrollar el Cristo interior. Solo si se olvida la doctrina de la reencarnación se puede hablar de injusticia. El Evangelio de Juan muestra el camino hacia el Cristo histórico, hacia ese sol que prende la luz interior en el ser humano, como el sol físico ha encendido nuestra vista.

Traducido por J.Luelmo dic, 2025

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