GA100 Basilea, 25 de noviembre de 1907 - El Árbol del Conocimiento y el Árbol de la Vida - La Individualización del Yo a través de Cristo

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Evolución humana y conocimiento de Cristo
RUDOLF STEINER

El Árbol del Conocimiento y el Árbol de la Vida - 

La Individualización del Yo a través de Cristo

Basilea, 25 de noviembre de 1907


8 conferencia, 

El autor del Evangelio de Juan concluye diciendo que Cristo hizo muchas otras cosas que no están contenidas en el libro: «Hay también muchas otras cosas que hizo Jesús; pero si se escribieran una por una, creo que el mundo no podría contener los libros que se escribirían» (Jn 21, 25). Así que también nosotros debemos decir que ni siquiera una larga serie de conferencias bastaría para explicar todo lo que está escrito en el Evangelio. Hoy queremos examinar más detenidamente la dualidad de los conceptos de «Padre» y «Yo». Estos dos conceptos nos darán una explicación de la evolución de la humanidad de la que se ha hablado en las conferencias anteriores. La humanidad partió de una conciencia del yo muy diferente a la que conocemos. Por «Adán» no se ha de entender a un solo ser humano, sino una conciencia del yo que abarca varias generaciones. El que da inicio a una generación de este tipo es el «padre». En el judaísmo del Antiguo Testamento, Abraham era considerado realmente como el padre, y cada judío de aquella época se decía a sí mismo: «Yo no soy un yo independiente, sino un yo que desciende de Abraham y se ramifica en todos los miembros de la tribu, y también en mí». Al igual que en un gran árbol la savia fluye desde la raíz hasta las ramas individuales, también fluye por todo el pueblo judío la savia de Abraham, el yo común del pueblo judío. Cuando el judío del Antiguo Testamento pronunciaba el nombre de su padre, se refería a toda la línea de sangre, y a esta conciencia del yo que abarcaba todas las generaciones la llamaba conciencia divina. Cuando invocaba al yo como Dios, lo llamaba Yahvé. Cuando resonaba el nombre de Yahvé, el pueblo tomaba conciencia de que un yo común, que comienza con el patriarca Abraham, fluye a través de todo el pueblo.

 Con el tiempo, esta relación ha cambiado debido al mestizaje. La conciencia del «yo soy» se ha individualizado, y Cristo es el poder que debe hacer consciente a la humanidad de este cambio. El hombre de la antigüedad entendía por «yo soy» algo que fluye a través de las generaciones. El hombre de épocas posteriores entiende por ello algo que fluye a través de su propio interior. El primero se refería al Dios que fluye a través de toda la comunidad como la conciencia divina del yo, el segundo siente en sí mismo una chispa, una gota de la sustancia divina. Imaginemos un poder trasladado a la Tierra que haga comprender a la humanidad que este «yo soy» puede vivir en cada ser humano, un poder que le haga comprender que Dios ha vertido en cada ser humano una gota de su sustancia. Este poder diría: este «yo soy» es algo que está dentro de cada uno de vosotros, es parte de la fuerza divina. Lo que sentís como vuestro «yo soy» individual es uno con el «yo soy» del Padre. Aquel de vosotros que haya desarrollado en sí mismo la conciencia de este hecho, puede decir: «Yo y el Padre somos uno». Mirad hacia arriba, hasta Adán: veréis la conciencia del yo fluir a través de generaciones, durante siglos, durante milenios. Pero hay una conciencia humana aún más elevada, que le fue dada al ser humano en su antigua condición de ser humano. Se trata de la conciencia de la humanidad, que no abarca generaciones individuales, sino a toda la humanidad. Luego vino la conciencia que pertenece a las generaciones, que perdura a través de las generaciones y que finalmente ha sido individualizada por el ser humano en el «Yo soy». Así pues, el ser humano ya tenía antes la predisposición al «Yo soy». Por eso Cristo pudo decir: «Antes de que Abraham existiera, existía el «Yo soy». Esta es la enseñanza correcta de la escuela oculta.

Para explicar con más detalle la doctrina del «Yo soy», recurriremos a la «Leyenda Dorada», conocida en todas las escuelas cristianas. En ella se dice: Cuando Seth, a quien Jehová había dado como sustituto de Abel, llegó un día a las puertas del paraíso, el querubín con la espada llameante le concedió la entrada al lugar del que habían sido expulsados los hombres. Allí, Seth vio dos árboles entrelazados, el árbol de la vida y el del conocimiento. Y el querubín le indicó a Seth que tomara tres semillas de los dos árboles entrelazados. Seth puso estas tres semillas en la boca de su padre Adán cuando este murió. De la tumba creció un árbol de tres partes, que se mostró resplandeciente en el fuego a muchos, y sus brasas se convirtieron en las palabras: «Yo soy el que era, el que es y el que será». La madera de este árbol, que había crecido en la tumba de Adán, tenía múltiples usos: con ella se fabricó la varita mágica con la que Moisés realizó sus milagros. La madera también se utilizó en la puerta del templo de Salomón. Con ella se construyó también el puente por el que pasó Jesús cuando lo llevaron a la muerte. Por último, con esta madera se fabricó la cruz en la que fue crucificado Jesús en el Gólgota. — En las escuelas ocultas se daba la siguiente explicación de esta leyenda: en el interior del ser humano hay dos árboles, el árbol de sangre roja y el árbol de sangre azul-roja. El árbol de sangre roja es la expresión del conocimiento, el árbol de sangre azul-roja, de la vida. Según enseña la antigua doctrina secreta, ambos árboles estaban separados entre sí. Hubo un tiempo en que el ser humano aún no producía sangre roja. Solo cuando el yo descendió al cuerpo humano, surgió la sangre roja. Lo que se expresa en la sangre azul rojiza, la vida, ya existía desde hacía mucho tiempo. Surgió a partir de la elevación de los jugos vitales. Y la visión cristiana sitúa el momento en que se le dio al ser humano precisamente en la época del paraíso, cuando se estableció el primer atisbo del yo en el alma humana, cuando la divinidad descendió y el ser humano, aunque solo estaba dotado del alma grupal, poseía en ella la primera semilla de la que podía surgir el yo individual.

El mito del paraíso dice: al recibir la sangre roja, los seres humanos se convirtieron en seres conscientes, aprendieron a mirar hacia arriba: se les abrieron los ojos, aprendieron a distinguir entre hombre y mujer. Pero este conocimiento tuvo que pagarse. La conciencia del yo solo puede surgir cuando la sangre muere. En el cuerpo humano se produce continuamente un desgaste y una renovación de la vida. La sangre azul ha cumplido su función cuando se agota, y de la destrucción de la sangre azul surge la conciencia del yo. En el alma del ser humano se formarán las fuerzas mediante las cuales podrá dominar y unir los dos árboles. El ser humano solo percibe el yo llevando continuamente en sí mismo el asesinato, la muerte. Tal y como ha entrado en el mundo, el ser humano depende de la planta, que es la única que le da la posibilidad de vivir. Basta pensar, por ejemplo, que el ser humano inhala continuamente aire que contiene oxígeno y exhala aire viciado que contiene dióxido de carbono. Consume el oxígeno y lo transforma en dióxido de carbono. El oxígeno, sin el cual no puede vivir, solo lo obtiene a través de las plantas, que vuelven a convertir el dióxido de carbono producido por el ser humano en oxígeno, haciendo así que el aire vuelva a ser respirable para el ser humano. Las plantas retienen el carbono que separan del dióxido de carbono y, tras milenios, lo devuelven al ser humano en forma de carbón. La Tierra es un organismo único y, si faltara solo una parte de ella, la vida tal y como la conocemos hoy en día sería imposible. Podemos considerar a las plantas, los animales y los seres humanos como un solo ser y, de hecho, si elimináramos las plantas, los demás miembros no podrían seguir viviendo. En un futuro muy lejano, esta relación cambiará. El hombre actual aún no sabe nada al respecto, pero el vidente puede ver el momento en que el flujo de ácido carbónico ya no será transformado en oxígeno útil con la ayuda de las plantas, sino por el propio ser humano. Este es el gran ideal futuro de las escuelas ocultas: que el ser humano realice conscientemente en su interior lo que hoy hacen las plantas por él, que aprenda a incorporar la actividad vegetal a su propia actividad. En su interior se desarrollarán aquellos órganos que le permitirán transformar él mismo el ácido carbónico. El iniciado prevé cómo los dos árboles, el del ácido carbónico y el del oxígeno, fusionarán sus copas. Entonces, aquello de lo que se dice: «Yo soy el que era, el que es y el que será», vivirá como algo eterno en cada ser humano. En Adán ya vivía el yo, pero primero tenía que ser fecundado. Al principio, el árbol de la vida tenía que convertirse en el árbol de la muerte. No podía darse al mismo tiempo que el árbol del conocimiento, por lo que los dos árboles estaban separados: la planta se interpuso entre ellos. Primero había que alcanzar la conciencia de la eternidad. Cristo Jesús la llevaba en sí mismo y la trasplantó a la tierra. Las tres semillas son las tres partes divinas: Manas, Buddhi y Atma. Lo que es eterno en todos fue depositado junto a Adán en la tumba. Desde la tumba se proclama la conciencia de la eternidad, desde la tumba creció el árbol que llevaba la inscripción en llamas: «Yo soy el que era, el que es y el que será». Cristo enseña a los seres humanos a encender este «Yo soy un ser humano individual» en la naturaleza humana, diciendo: Intentad apoyaros cada vez más en la esencia del «Yo soy», entonces tendréis lo que constituye vuestra comunión conmigo. Solo a través de este «yo soy» llegaréis al Padre divino, porque el Padre y yo somos uno. Solo un vidente podía comprender esto, y el autor del Evangelio de Juan era un vidente. No quería registrar nada que tuviera solo importancia histórica, sino lo que se reconoce cuando se mira al mundo espiritual.

Si un contemporáneo de Cristo que podía ver quería saber lo que ocurría en el mundo espiritual, tenía que entrar en estado dormido. Esto lo encontramos insinuado en el tercer capítulo. Nicodemo, un anciano de los judíos, acudió a Cristo por la noche. Acudió a él porque quería convertirse en vidente, porque había alcanzado el estado en el que podía convertirse en vidente, y «acudió de noche» porque su conciencia diurna se había extinguido. En el quinto versículo de este capítulo también encontramos la importante enseñanza de que el ser humano puede nacer «del espíritu».

Cristo dice (cap. 14, 6): «Yo soy el camino, la verdad y la vida». ¿Dónde está ese camino que conduce a la divinidad suprema a través de Cristo? El «Yo soy» trabaja en el cuerpo astral y forma a partir de él el yo espiritual, trabaja en el cuerpo etérico y forma a partir de él el espíritu vital, trabaja en el cuerpo físico y forma a partir de él el hombre-espíritu. Cuando el yo humano trabaja en él, se forma el yo espiritual y en él surge el espíritu vital. Así es como el ser humano alcanza la verdadera vida. En el «Yo soy» se encuentra el camino hacia la verdad y la verdadera vida, porque el «Yo soy» trabaja en los cuerpos inferiores y hace que surja en ellos la verdadera vida. Podemos representarlo así:

El «yo soy» muestra la dirección que el ser humano debe tomar para desarrollar el yo espiritual, el espíritu vital y el hombre-espíritu.

En el Evangelio de Juan también se pueden encontrar enseñanzas teosóficas directas. El hecho de que en cada ser humano vive un yo individual, que en este yo se encuentra una chispa de sustancia divina, que esta chispa debe desarrollarse hasta convertirse en el «Dios en nosotros», es algo que menciona el autor del Evangelio de Juan (cap. 9). En la mayoría de las traducciones de la Biblia, la respuesta de Cristo a la pregunta de quién había pecado, si el ciego de nacimiento o sus padres, se traduce así: «Ni él ni sus padres han pecado, sino para que las obras de Dios se manifestaran en él». Pero, ¿es digno de un cristiano pensar que Dios deja que una persona nazca ciega para poder revelar su gloria en ella? Es imposible concebir un concepto de Dios capaz de llegar a tales conclusiones. Este pasaje se lee de forma mucho más sencilla y clara si nos basamos en la concepción teosófica. Cristo respondió: «Ni él ni sus padres han pecado, él cumple su karma para que la chispa divina en él se haga visible, para que las obras del Dios en él se hagan visibles». Así se traduce la respuesta de Cristo (9, 3): «Ha nacido ciego para que las obras de Dios en él se hagan visibles en el cuerpo». Cada ser humano pasa por repetidas vidas terrenales. Vemos a un ciego de nacimiento. No tiene por qué haber pecado en esta vida, también puede haber traído consigo la culpa que le ha llevado a este nacimiento desde una vida anterior. Lo que se describe en este pasaje de la Biblia, es la doctrina del karma, en el sentido teosófico, la que actúa a través de las encarnaciones,. Es evidente que Cristo, con sus enseñanzas, tenía que entrar en contradicción con la concepción judía común, lo que explica también la controversia en la que se ve envuelto con los judíos (cap. 9, 22).

Encontramos otro pasaje en el Evangelio que recuerda la doctrina del karma. En el capítulo ocho hay un pasaje curioso: cuando los fariseos le preguntaron a Jesús su opinión sobre la mujer adúltera, él se agachó (versículos 6 y 8), sin decir una palabra, y escribió con el dedo en la tierra. Pero la tierra, como hemos visto, es su propio cuerpo. Él no condena a la mujer adúltera, pero escribe su acto en su propio organismo. Con ello insinúa que, al igual que una semilla plantada en la tierra brota y da frutos que le corresponden, también cada acto del ser humano brotará en una vida terrenal posterior y dará los frutos que le corresponden, y que ningún poder de la tierra es capaz de eliminar las consecuencias de un acto. La teología, sin embargo, cree en la muerte expiatoria, cree que Cristo murió por nosotros y cree que no debe aceptar la doctrina del karma, ya que esta contradice la idea de que Cristo, con su muerte, cargó con los pecados del mundo entero. Sin embargo, esta discordia entre la concepción teosófica y la teológica se resuelve, si se comprende correctamente, en armonía.

La doctrina del karma significa para la vida lo mismo que el libro de cuentas para el comerciante. Según la ley del karma, debemos aceptar que lo que hemos causado en vidas anteriores se nos presenta en la vida actual como efecto, y que lo que hacemos ahora se manifestará de nuevo en vidas posteriores. De este modo, tenemos un balance completo de nuestra vida: por un lado, se anotan las buenas acciones y, por otro, las malas. Si alguien cree que, bajo el dominio de la ley del karma, no puede realizar ningún acto voluntario, ya que su forma de actuar es siempre consecuencia de sus actos anteriores, se asemeja al comerciante que diría: «Ahora que he cerrado mi balance comercial, no puedo hacer más negocios, porque de lo contrario mi balance sería incorrecto». Así como esa forma de pensar es incorrecta para un comerciante, también lo es la opinión descrita anteriormente sobre el efecto del karma. La doctrina del karma, entendida correctamente, no implica fatalismo. El libre albedrío y el karma pueden conciliarse de la manera más hermosa, y el karma, entendido correctamente, nunca es algo inmutable. Y si una persona no quisiera ayudar a otra en la desgracia, con el pretexto de que no debe interferir en su karma, esa persona no actuaría tan correctamente como si le negara una ayuda a un comerciante que está en apuros y que puede salvarse de la quiebra con una subvención. Del mismo modo que el comerciante anota esa ayuda en sus libros como una deuda que tiene que saldar, mientras que el donante la anota en sus libros como un préstamo, cada buena acción se acredita a quien la realiza como una partida en su cuenta, mientras que se anota como una deuda a quien la recibe.  Así, la ley del karma no excluye la prestación de ayuda, y parece muy apropiado aliviar el karma del prójimo mediante actos de ayuda mutua. El ser humano puede hacer el bien a uno de sus semejantes mediante una buena acción, pero también hay acciones que benefician a muchas personas, es decir, que alivian su karma, y que luego se inscriben en la cuenta de muchas personas. Y si un acto es tan poderoso como el de Cristo, entonces se graba en el karma de todas las personas, porque este acto alivia el karma de todas aquellas personas que lo dejan actuar en ellas. Vemos, pues, que la ley del karma también se menciona en el Evangelio de Juan y que su existencia no afecta en absoluto a la libertad de acción. Mediante el acto de sacrificio de sí mismo, Cristo Jesús se ha relacionado con toda la humanidad. Según la ley del karma, cada acción queda inscrita en el libro de la deuda de la vida. Se relaciona con el cuerpo de Cristo, es decir, con la Tierra. Por eso, él no juzga a la adúltera en ese momento, sino que inscribe la acción en su propio cuerpo, (la tierra). En su propio cuerpo absorbe todo lo que puede suceder entre los seres humanos, ya que el karma siempre debe vivirse en el mundo terrenal. Este relato señala de manera profundamente significativa el hecho de que Cristo, con su acto, se ha relacionado con el desarrollo kármico de toda la humanidad. Él guía el desarrollo futuro de la humanidad.

Si recordamos una vez más las cinco épocas culturales, la india, la persa, la egipcia, la grecolatina y la europea, vemos que en la tercera época se sentaron las bases para la fuerza crística, que dará sus frutos para toda la humanidad. Lo que se introdujo entonces en el desarrollo de la humanidad solo cobrará vida en la sexta época. En el sexto período, el yo espiritual desarrollado a partir del alma consciente se unirá al espíritu vital. Desde el tercer hasta el cuarto período, la fuerza crística brilla proféticamente. En el sexto período se celebrará entonces la gran unión de la humanidad, en la que el yo espiritual se unirá al espíritu vital. 

Entonces la humanidad se unirá en una gran hermandad y yo estaré junto a mí, hermano junto a hermano, en esa hermandad que se anuncia en la descripción de las bodas de Caná en Galilea, que no es solo un hecho histórico, sino que representa simbólicamente cómo los hijos de los hombres se unirán en el sexto período en una gran hermandad que abarcará a toda la humanidad. Desde el tercer período aún quedan tres períodos por recorrer hasta que llegue este acontecimiento, el tercero, el cuarto y el quinto. En esoterismo, un período se denomina un día, por lo que al comienzo del segundo capítulo se dice: «Y al tercer día hubo una boda en Caná». Con ello se da a entender que en la descripción de la boda que sigue se hace referencia a algo que ocurrirá en el futuro. En la boda está presente la madre de Jesús, el alma consciente. Cristo le dice: «¿Qué hay entre tú y yo? Mi hora aún no ha llegado». Aquí se dice claramente que en las bodas de Caná se alude a algo que solo ocurrirá en el futuro. ¿Qué hace Jesús, ya que aún no ha llegado su hora? ¡Transforma el agua en vino! Se puede encontrar una y otra vez la explicación de que este acto pretende indicar que se debe infundir nuevo fuego, nueva fuerza vital al judaísmo decadente, transformando el agua «insípida» en vino ardiente. Se podría decir que los bebedores de vino idearon esa explicación para justificar sus actos. Pero si comprendemos el significado de este acto, obtenemos una visión profunda de la gran evolución del mundo. 

El alcohol no siempre ha estado vinculado a la humanidad. Todo lo espiritual que se desarrolla tiene su expresión correspondiente en la materia y, a la inversa, todo lo material tiene su contrapartida correspondiente en lo espiritual. El vino, el alcohol, solo apareció en un momento determinado de la historia del mundo y de la humanidad. Y volverá a desaparecer de ella. Aquí vemos la profunda verdad de la investigación oculta. El alcohol fue el puente que condujo del yo genérico, del yo grupal, al yo independiente e individual. El ser humano nunca habría encontrado la transición del yo grupal al yo individual sin el efecto material del alcohol. Este generó la conciencia individual y personal en el ser humano. Cuando la humanidad haya alcanzado este objetivo, ya no necesitará el alcohol, y este volverá a desaparecer del mundo físico. Como pueden ver, todo lo que sucede tiene su significado en la sabia dirección del desarrollo de la humanidad. Por eso, hoy en día no se debe reprender a nadie por beber alcohol, mientras que, por otro lado, aquellas personas que se han adelantado al resto de la humanidad y han promovido su desarrollo hasta tal punto que ya no necesitan el alcohol, deben evitarlo. Cristo aparece para dar fuerzas a la humanidad, a fin de que en el sexto período se pueda alcanzar la máxima conciencia del yo. Quiere preparar a los seres humanos para «el tiempo que aún no ha llegado». Si se hubiera limitado al sacrificio del agua, la humanidad nunca habría alcanzado el yo individual. La transformación del agua significa la elevación del ser humano a ser individual. La humanidad había llegado a un punto en su evolución en el que necesitaba el vino, por lo que Cristo transformó el agua en vino. Cuando llegue el momento en que el ser humano ya no necesite vino, Cristo volverá a transformar el vino en agua. ¿Cómo pudo surgir en Cristo un poder tal que le permitiera transformar el agua en vino? Porque el cuerpo de Cristo es la propia Tierra, pudo hacer efectivas en sí mismo las fuerzas de la Tierra. En la Tierra, el agua se transforma en vino al fluir por la vid. Lo que ocurre en la Tierra, Cristo también pudo llevarlo a cabo como personalidad, porque todas las fuerzas de la Tierra también deben estar presentes en él, ya que la Tierra es su cuerpo y está animada por su cuerpo astral.

 ¿Qué hace la tierra con sus fuerzas? Si se planta una semilla en la tierra, brota y da fruto. Se multiplica, y de una se hacen muchas. Del mismo modo, de un animal se hacen muchos mediante la reproducción. La misma fuerza de multiplicación, de reproducción, actúa también en Cristo, y se insinúa en la alimentación de los cinco mil. Cristo tiene el poder inherente a la tierra de multiplicar las semillas. Si tenemos presente la idea de que «el cuerpo de Cristo es la tierra con sus fuerzas» y la aplicamos a lo que se relata en el Evangelio de Juan, muchos detalles se nos harán comprensibles.

¿Qué son los evangelios? En el Evangelio de Juan encontramos una descripción de los principios de iniciación tal y como se difundían a lo largo de toda la Antigüedad. Lo que el iniciado hacía exteriormente no era determinante para la escuela a la que pertenecía, sino lo que había experimentado de un nivel a otro, de un grado de iniciación a otro, eso era lo determinante. El mundo académico moderno está muy sorprendido de haber descubierto rasgos similares en la historia del desarrollo de Buda y en la historia del desarrollo de Cristo Jesús. Sin embargo, esto se explica por el hecho de que los escritores de tales biografías no registraron las circunstancias externas de la vida, sino los hechos internos, los hechos espirituales. Estos coinciden en todos los verdaderos iniciados, ya que todos han recorrido el mismo camino y han tenido las mismas experiencias en él. Lo que el iniciado tenía que experimentar en el camino de la iniciación estaba especificado en las normas de iniciación, y todos los iniciados del mismo grado tenían que pasar por las mismas experiencias. Así pues, los biógrafos solo escribieron una biografía de las diferentes etapas de la iniciación. Los evangelios no son más que antiguas reglas de iniciación de diferente profundidad. Lo que en tiempos anteriores se llevaba a cabo con la conciencia atenuada, se hizo público en el misterio del Gólgota. La muerte, que hasta entonces se superaba en el cuerpo etérico durante la iniciación, ahora se superaba en el cuerpo físico. El acontecimiento del Gólgota es la iniciación de un iniciado supremo, que no fue iniciado por ningún otro.

 Por eso, el autor del Evangelio de Juan solo pudo describir la vida de Cristo tal y como la describe el código de iniciación. Quien viva el Evangelio de Juan despertará en sí mismo el poder de la visión. Es un libro profético, escrito para entrenar la visión profética. Quien lo viva frase a frase, obtendrá el gran y poderoso resultado de encontrarse cara a cara con Cristo en el plano espiritual. A los seres humanos no les resulta fácil llegar a esta convicción, deben esforzarse por alcanzar la meta en la que comprenden que Cristo es una realidad. El Evangelio de Juan es el camino que conduce a Cristo. El autor ha querido dar a todos la oportunidad de comprenderlo. Quien desarrolle en sí mismo el yo espiritual a partir del cuerpo astral, alcanzará en el espíritu la sabiduría que le permitirá comprender lo que es Cristo. El mismo Cristo lo insinuó: está colgado en la cruz, a sus pies están su madre y su discípulo iniciado, a quien ama. El discípulo debe llevar a los hombres la sabiduría, el conocimiento del significado de Cristo. Por eso se hace referencia a la madre Sofía con las palabras: «Esta es tu madre, debes amarla». La madre espiritualizada de Jesús es el Evangelio mismo, es la sabiduría que eleva a los seres humanos a los conocimientos más elevados. El discípulo nos ha dado a la madre Sofía, es decir, nos ha escrito el Evangelio, que contiene la posibilidad, para quien lo investiga, de conocer el cristianismo, de comprender el origen y el objetivo de este gran movimiento.

El Evangelio de Juan contiene la sabiduría del «Dios en el hombre», la teosofía, y cuanto más se dedique la humanidad al estudio de este documento, más sabiduría e iluminación obtendrá de él.

 Traducido por J.Luelmo dic. 2025