GA058 Berlín, 2 de diciembre de 1909 Budha y Cristo

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

BUDA Y CRISTO

RUDOLF STEINER


VIII conferencia

Berlín, 2 de diciembre de 1909

Desde sus inicios, el movimiento científico-espiritual se ha visto confundido con muchas otras tendencias y esfuerzos contemporáneos. En particular, se le ha acusado de querer trasplantar alguna corriente espiritual oriental, concretamente la corriente espiritual budista, a la cultura de Occidente. Por esta razón, la investigación espiritual debe estar especialmente interesada en el tema de hoy, que pretende analizar el significado de la religión de Buda, por un lado, y la del cristianismo, por otro, desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Aquellos de nuestros honorables oyentes que hayan participado a menudo en estas conferencias sabrán que se trata de una consideración científica y amplia de los fenómenos del mundo desde el punto de vista de la vida espiritual.

Quien haya estudiado un poco la naturaleza del budismo sabrá que el fundador del budismo, Gautama Buda, en realidad siempre rechazó todas las cuestiones relacionadas con la evolución del mundo y los fundamentos de nuestra existencia; que él no quería hablar de ellas. Y que únicamente quería hablar del modo en que el hombre podía alcanzar una existencia que fuera satisfactoria en sí misma. Sólo a partir de este punto de vista, la ciencia espiritual o Teosofía, puesto que no se niega en absoluto a hablar de las fuentes de la existencia del mundo, ni de los grandes hechos de la evolución, no debe confundirse unilateralmente con el budismo. Y si existe un punto de vista bastante definido dentro de la ciencia espiritual que se une cada vez más al budismo, este punto de vista es, el de las repetidas vidas terrenales del hombre y de aquello que, como causalidad espiritual, se traslada de las vidas terrenales anteriores a las vidas terrenales posteriores, entonces puede decirse sin más:

Es extraño reprocharle a la ciencia espiritual que esta visión de la reencarnación del hombre, de repetidas vidas terrestres, se deban a un enfoque budista. Es extraño porque uno debería finalmente darse cuenta de que la ciencia espiritual no se ocupa de definirse con tal o cual nombre, sino de aquello que puede ser investigado en nuestro tiempo como verdad, independientemente del nombre que se le aplique. Sin embargo, aunque la doctrina de la reencarnación de los seres humanos o de las vidas repetidas en la tierra también puede encontrarse entre los puntos de vista de Gautama Buda, si bien en una forma completamente diferente, no por ello ha de ser diferente para la teosofía o la ciencia espiritual de hoy en día, de lo que sería si nuestras enseñanzas elementales sobre geometría se encontraran en Euclides. Y del mismo modo que no debe acusarse a un profesor de geometría de practicar el "euclidismo", tampoco debe acusarse a la ciencia espiritual de budismo cuando adopta como propia una doctrina como la de la reencarnación, porque en Buda puedan encontrarse puntos de vista similares. Pero, no obstante, es necesario señalar que precisamente la ciencia espiritual es un instrumento para examinar cualquier religión, -es decir, por un lado, también la religión en la que se basa nuestra cultura europea, el cristianismo, y por otro, el credo budista-, según sus fuentes en el sentido científico espiritual.

Decir que la ciencia espiritual esté llena de "budismo" no es sólo una acusación que hacen hoy quienes no conocen la Teosofía; sino que es algo de lo que, por ejemplo, el gran orientalista Max Müller, que hizo mucho mérito por los credos religiosos orientales y su popularización en Europa, no se dejó convencer; y una vez eligió un término para expresarlo en una parábola a un escritor. Dijo: Si un hombre apareciera en algún lugar con un cerdo que gruñe bien, nadie correría a encontrar nada especial en el hecho de que un hombre se pasee con un cerdo que gruñe bien. Pero si apareciera un hombre solo que pudiera imitar engañosamente el gruñido del cerdo, ¡entonces la gente correría y lo consideraría un milagro especial! Max Müller eligió esta analogía porque quería utilizar al cerdo, que por su naturaleza gruñe, para describir el budismo real que también se ha dado a conocer en Europa. Según él, nadie en Europa se interesa por esta verdadera enseñanza del budismo, mientras que el falso budismo o, como él dice, "la estafa teosófica de la señora Blavatsky" encuentra favor dondequiera que sea posible. Realmente no se puede encontrar esta analogía particularmente afortunada; pero aparte del hecho de que no se puede llamar acertada a ver la genuina enseñanza del budismo, que ha surgido de una manera tan laboriosa, comparada de esta manera, Max Müller también quiere decir que la Sra. Blavatsky acaba de presentar el budismo de una mala manera. Por lo tanto, tampoco se puede comparar con el hecho de que un ser humano haya logrado imitar el gruñido de un cerdo de manera engañosa; pues en este caso habría que suponer que la señora Blavatsky ha logrado imitar especialmente bien el gruñido de un cerdo. E incluso hoy en día, muy pocos teósofos inteligentes querrán creer que la Sra. Blavatsky, a quien hay que reconocer el mérito de haber echado a rodar la pelota, ha reproducido felizmente lo que es el budismo real y verdadero. Pero eso no es necesario. Así como no es necesario que alguien que quiera practicar la geometría reproduzca bien a Euclides, tampoco es necesario que practique el budismo en el verdadero sentido si quiere enseñar Teosofía.

Si queremos ahondar ahora en el espíritu del budismo desde el punto de vista de la ciencia espiritual para poder compararlo con el espíritu del cristianismo, lo mejor es que no vayamos directamente a las grandes enseñanzas, que pueden interpretarse fácilmente de tal o cual manera, sino que intentemos hacernos una idea del alcance y el significado del budismo a partir de los síntomas; es decir, a partir de lo que es efectivo en la forma de reprensentar y en toda la manera de pensar del budismo. La mejor manera de hacerlo es atenerse a una escritura muy respetada dentro de la confesión budista: las preguntas del rey Milinda al sabio budista Nagasena.

En primer lugar, se nos recuerda una conversación que realmente puede transmitirnos el espíritu del pensamiento budista desde dentro. El poderoso y espiritual rey Milinda quiere formular preguntas al sabio budista Nagasena. Él, el rey Milinda, que nunca ha sido vencido por un sabio, pues siempre supo rechazar lo que se oponía a sus puntos de vista, quiere hablar con el sabio budista Nagasena sobre el significado de lo eterno, de lo inmortal en la naturaleza humana; sobre lo que pasa de encarnación en encarnación.

Nagasena pregunta al rey Milinda: 

¿Cómo has llegado hasta aquí, a pie o en carro? 
- En carro. 
- Ahora averigüemos qué es el carro, dice Nagasena. 
¿Es la lanza el carro? 
- No. - 
¿Es la rueda el carro? 
- No. - 
¿Es el yugo el carro? 
- No. -
¿Es el asiento en el que estabas sentado el carro?
 - No. 

Y así, dice Nagasena, puedes nombrar todas las partes del carro; todas las partes no son el carro. Sin embargo, todo lo que tenemos ante nosotros, el carro, está compuesto sólo de partes individuales; eso es sólo un "nombre" para todo lo que está compuesto de las partes. Si no tenemos en cuenta las partes, no tenemos nada más que un nombre.

El significado y propósito de lo que Nagasena quiere presentar aquí al rey es desviar su mirada de aquello en lo que el ojo puede posarse en el mundo físico-sensorial. Él quiere mostrar que nada en el mundo físico constituye realmente aquello que se etiqueta con el "nombre" de cualquier contexto, para demostrar la inutilidad e insignificancia de lo físico-sensorial en sus partes. Para dejar bien claro el sentido de esta parábola, Nagasena dice: "Así sucede también con la forma compuesta que es el hombre, que pasa de una vida terrenal a otra. ¿Son las manos, la cabeza y las piernas las que pasan de una vida terrenal a otra? No. ¿Es lo que hace hoy o lo que hará mañana? No. ¿Qué es entonces lo que constituye un ser humano? El nombre y la forma. Pero, al igual que en el caso del carro, cuando consideramos la suma de las partes, sólo tenemos un nombre. No tenemos nada más que las partes".

Podemos resaltar el argumento aún más claramente recurriendo a otra parábola que Nagasena expone ante el rey Milinda. El Rey habla: "Dices, oh sabio Nagasena, que lo que pasa de una encarnación a otra son el nombre y la forma del ser humano. Cuando vuelven a aparecer en la tierra en una nueva encarnación, ¿Son el nombre y la forma del mismo ser?". Nagasena responde: "Mira, tu árbol de mango está dando frutos. Entonces llega un ladrón y roba la fruta. El dueño del árbol de mango grita: '¡Me has robado la fruta!' 'No es tu fruta', responde el ladrón. Tu fruta era la que enterraste en la tierra, donde se disolvió. La fruta que ahora crece en el árbol tiene el mismo nombre, pero no es tu fruta'". Nagasena continuó entonces "Sí, es cierto: la fruta tiene el mismo nombre y la misma forma, pero no es la misma fruta. Aun así, el ladrón puede ser castigado por su robo. Lo mismo ocurre con lo que reaparece en una vida terrenal en comparación con lo que apareció en vidas anteriores. Sólo gracias a que el dueño del árbol de mango plantó una fruta en la tierra, la fruta crece ahora en el árbol. Por lo tanto, debemos considerar que la fruta es de su propiedad. Lo mismo ocurre con los actos y el destino de la nueva vida del hombre en la tierra: debemos considerarlos como los efectos, el fruto, de su vida anterior. Pero lo que aparece es algo nuevo, como el fruto del mango".

De este modo, Nagasena intentaba disolver todo lo que constituye una vida terrenal, para mostrar cómo sólo sus efectos pasan a la siguiente vida en la tierra. 

Este enfoque puede darnos una idea mucho mejor del espíritu de la enseñanza budista que la que podríamos obtener de sus principios generales, ya que éstos, -como he dicho-, pueden interpretarse de diversas maneras. Si permitimos que el espíritu de las parábolas de Nagasena actúe sobre nosotros, podemos ver con suficiente claridad cómo el maestro budista desea alejar a sus discípulos de todo lo que se presenta aquí ante nosotros como un yo humano separado, una personalidad definida; de cómo pretende dirigir la atención sobre todo a la idea de que, aunque lo que aparece en una nueva encarnación es ciertamente un efecto de la personalidad anterior, no tenemos derecho a hablar en ningún sentido verdadero de un yo coherente que pasa de una vida terrestre a la siguiente.

Si ahora pasamos del budismo al cristianismo, podríamos, -aunque nunca se ha hecho-, reescribir los ejemplos de Nagasena en un sentido cristiano, más o menos como sigue. Supongamos que el rey Milinda ha resucitado de la muerte como cristiano y que la conversación subsiguiente está impregnada del espíritu del cristianismo. Nagasena tendría entonces que decir: "¡Mira tu mano! ¿Es la mano un hombre? No, la mano por sí sola no es un hombre. Pero si separas la mano del hombre, se pudrirá y en dos o tres semanas ya no será una mano. ¿Qué es entonces lo que hace que la mano sea una mano? Es el hombre el que hace que la mano sea mano. ¿Es el corazón un hombre? No. ¿Es el corazón algo autosuficiente? No, porque si separamos el corazón del hombre, pronto dejará de ser corazón, y el hombre pronto dejará de ser hombre. Por eso es el hombre el que hace del corazón un corazón y el corazón el que hace del hombre un hombre. El hombre es un hombre que vive en la tierra sólo porque tiene el corazón como instrumento. Así pues, en el organismo humano vivo tenemos partes que en sí mismas no son nada; sólo existen en relación con toda nuestra constitución. Y si reflexionamos sobre cómo es que las partes separadas no pueden existir por sí mismas, encontramos que debemos mirar más allá de ellas hacia alguna acción invisible que las gobierna, las mantiene unidas y las utiliza como instrumentos para servir a sus necesidades".

Nagasena podría entonces volver a su parábola del carro y podría decir, hablando ahora en un sentido cristiano: "Cierto, el eje no es el carro, porque sólo con el eje no se puede conducir. Cierto, las ruedas no son el carro, porque sólo con las ruedas no se puede conducir. Cierto, el yugo no es el carro, pues sólo con el yugo no se puede conducir. Cierto, el asiento no es el carro, pues sólo con el asiento no se puede conducir. Y aunque el carro es sólo un nombre para el conjunto de piezas, no se conduce con las piezas, sino con algo que no son las piezas. Así pues, el "nombre" representa algo concreto. Nos lleva a algo que no está en ninguna de las partes".

Así, el espíritu de la enseñanza budista pretende desviar la atención de lo visible para ir más allá de ello, y niega el significado de todo lo visible. El enfoque cristiano ve las partes de un carro, o de cualquier otro objeto, de tal manera que la mente se dirige hacia el todo. De este contraste podemos ver que tanto el enfoque cristiano como el budista del mundo exterior tienen consecuencias definidas. Y si ahora seguimos el enfoque budista hasta su conclusión lógica, sus consecuencias serán evidentes.

Un hombre, un budista, está ante nosotros. Desempeña su papel en el mundo y realiza diversas acciones. Su enseñanza budista le dice que todo lo que le rodea carece de valor. Se le inculca la nada y la inexistencia de todo lo visible. Entonces se le dice que debe liberarse de la dependencia de esta nada para alcanzar un estado de ser real y superior. Con este objetivo en mente, debe apartar su mirada del mundo de los sentidos y de todo lo que pueda aprender sobre él a través de sus facultades humanas. ¡Aléjate del mundo de los sentidos! Porque si reducimos a nombre y forma todo lo que ofrece el mundo de los sentidos, se revela su nada. No hay verdad en el mundo de los sentidos que se nos presenta.

¿Qué piensa el cristianismo de todo esto? Considera cualquier parte del organismo humano no como una unidad separada, sino como abarcada por un todo real y unificado. La mano, por ejemplo, sólo es mano porque el hombre la utiliza como tal. Aquí la cosa que vemos apunta directamente a algo que hay detrás de ella. Esta forma de pensar conduce, pues, a conclusiones muy diferentes de las que se derivan de la forma budista. De ahí que podamos decir: Un hombre está ante nosotros. Existe como hombre sólo porque detrás de él hay un hombre espiritual que activa sus partes constituyentes y es la fuente que dirige todo lo que hace o logra. Lo que anima las partes de su organismo y vive en ellas se ha vertido en el ser visible, donde experimenta los frutos de la acción. De esta experiencia del mundo de los sentidos extrae algo que podemos llamar un "resultado", que se transmite a la siguiente encarnación, a la siguiente vida en la Tierra. Detrás del hombre exterior está este hombre activo, este hacedor, que no rechaza el mundo exterior sino que lo maneja de tal manera que sus frutos son recogidos y llevados a la próxima vida.

Si consideramos esta cuestión de las vidas terrenas repetidas desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual, debemos decir: Para el Budismo, el principio que mantiene al hombre unido durante la vida no perdura; sólo sus acciones continúan en su próxima vida terrenal. Para el Cristianismo, el principio que mantiene unido al hombre es un Yo completo; y este Yo perdura. Lleva a la siguiente vida terrenal todos los frutos de la precedente. 

Vemos, pues, que lo que separa de manera decisiva estas dos concepciones del mundo es la diferencia muy clara entre sus respectivas maneras de pensar, y esto cuenta mucho más que las teorías o los principios. Si en nuestra época la gente no estuviera tan apegada a las teorías sobre todo, le resultaría más fácil reconocer el carácter de un movimiento espiritual a partir de sus conceptos típicos.

Todo esto está relacionado con una diferencia final entre las perspectivas cristiana y budista. El núcleo de la doctrina budista ha sido expuesto en palabras inmensamente significativas por el propio fundador del budismo. Ahora bien, esta conferencia no se da para promover la oposición al gran iniciador de la enseñanza budista. Mi intención es describir objetivamente la visión budista del mundo. Es precisamente la Ciencia Espiritual el instrumento adecuado para penetrar sin simpatía ni antipatía en el corazón de los diversos movimientos espirituales del mundo.

La leyenda de Buda muestra con suficiente claridad, aunque sea de forma pictórica, lo que pretendía el fundador del budismo. Se nos dice que Gautama Buda, hijo del rey Suddhodana, creció en un palacio real, donde todo a su alrededor estaba diseñado para mejorar la calidad de vida. Durante toda su juventud no conoció el sufrimiento ni la tristeza humana; sólo le rodeaban la felicidad, el placer y la diversión. Un día abandonó el palacio, y por primera vez los dolores y las penas, todo el lado sombrío de la vida humana, se encontraron cara a cara con él. Vio a un anciano que se marchitaba, vio a un hombre enfermo y, sobre todo, vio a un cadáver. Entonces comprendió que la vida debía ser muy diferente de lo que había visto en el palacio real. Ahora veía que la vida humana está ligada al dolor y al sufrimiento.

Sobre la gran alma de Buda pesaba el hecho de que la vida humana conlleva sufrimiento y muerte, tal como él los había visto en el enfermo, el anciano y el cadáver. Pues se dijo a sí mismo: "¿Qué valor tiene la vida si la vejez, la enfermedad y la muerte forman parte ineludible de ella?".

Estas reflexiones dieron lugar a la monumental doctrina de Buda sobre el sufrimiento, que él resumió en las palabras: El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento. Toda la existencia está llena de sufrimiento. Que no siempre podamos estar unidos a aquello que amamos -así es como el propio Buda desarrolló más tarde su enseñanza- es sufrimiento. Que tengamos que estar unidos a lo que no amamos, es sufrimiento. Que no podamos alcanzar en cada esfera de la vida lo que queremos y deseamos, es sufrimiento. Así pues, hay sufrimiento miremos donde miremos. Aunque la palabra "sufrimiento", tal como la usaba Buda, no tiene el significado que tiene para nosotros hoy en día, significaba que en todas partes el hombre está expuesto a cosas que vienen contra él desde fuera y contra las que no puede reunir ninguna fuerza efectiva. La vida es sufrimiento y, por lo tanto, decía Buda, debemos preguntarnos cuál es la causa del sufrimiento.

Entonces se presentó ante su alma el fenómeno que él llamó "sed de existencia". Si hay sufrimiento en todas partes del mundo, entonces el hombre está destinado a encontrar sufrimiento en cuanto entra en este mundo de sufrimiento. ¿Por qué tiene que sufrir así? La razón es que tiene un impulso, una sed, de encarnación en este mundo. El deseo apasionado de pasar del mundo espiritual a una existencia física-corpórea y de percibir el mundo físico-ahí reside la causa básica de la existencia humana. Por lo tanto, sólo hay una manera de liberarse del sufrimiento: luchar contra la sed de existencia. Y esto puede hacerse si aprendemos a seguir el óctuple sendero, de acuerdo con las enseñanzas del gran Buda. Por lo general, se entiende que éste abarca 

-los puntos de vista correctos, 
-los objetivos correctos, 
-el habla correcta, 
-las acciones correctas, 
-la vida correcta, 
-el esfuerzo correcto, 
-los pensamientos correctos 
-la meditación correcta. 

Esta manera correcta de tomar la vida y de relacionarse correctamente con ella, permitirá gradualmente al hombre eliminar el deseo de existir y, finalmente, le conducirá tan lejos que ya no necesitará descender a una encarnación física y se liberará de la existencia y del sufrimiento que la invade. Así pues, las cuatro nobles verdades, como las llamó Buda, son:

1. Conocimiento del sufrimiento 
2. Conocimiento de las causas del sufrimiento 
3. Conocimiento de la necesidad de poner fin al sufrimiento 
4. Conocimiento de los medios para acabar con el sufrimiento

Estas son las cuatro verdades sagradas que fueron proclamadas por Buda en su gran sermón de Benarés en el siglo V o VI a.C. tras su iluminación bajo el árbol Bodhi. 

La liberación de los sufrimientos de la existencia eso es lo que el budismo pone en primer plano, por encima de todo. Y por eso puede llamarse una religión de redención, en el sentido más eminente de la palabra, una religión de liberación de los sufrimientos de la existencia, y por lo tanto, puesto que toda existencia está ligada al sufrimiento, de liberación del ciclo de vidas repetidas en la tierra.

Esto concuerda perfectamente con las concepciones descritas en la primera parte de esta conferencia. Pues si un pensamiento dirigido al mundo exterior sólo encuentra la nada, si lo que mantiene unidas las partes de cualquier cosa es sólo nombre y forma, y si nada transporta los efectos de una encarnación a la siguiente, entonces podemos decir que la "verdadera existencia" sólo puede alcanzarse si el hombre va más allá de todo lo que encuentra en el mundo exterior de los sentidos.

Evidentemente, no sería correcto llamar al cristianismo "religión de redención" en el mismo sentido que el budismo. Si queremos situar al cristianismo en su justa relación con el budismo desde este punto de vista, podríamos llamarlo "religión de la reencarnación". Pues el cristianismo parte del reconocimiento de que todo en una vida individual da frutos que son de importancia y valor para el ser más íntimo del hombre y se trasladan a una nueva vida, donde se viven en un nivel superior de plenitud. Todo lo que extraemos de una vida individual se vuelve cada vez más casi perfecto, hasta que por fin aparece en forma espiritual. Incluso los elementos menos significativos de nuestra existencia, si son tomados por lo espiritual y se les da nueva vida en un nivel cada vez más perfecto, pueden entretejerse en lo espiritual. Nada en la existencia humana es nulo, pues pasa por una resurrección cuando el espíritu lo ha transformado de la manera correcta.

Como una religión de renacimiento, de una resurrección de lo mejor que hemos experimentado, es como debemos considerar al cristianismo, una religión para la que nada de lo que encontramos carece de valor, sino que es más bien una piedra de construcción para el gran edificio que ha de surgir de la unión de todo lo espiritual en el mundo de los sentidos que nos rodea. El budismo es una religión de liberación de la existencia, mientras que el cristianismo es una religión de renacimiento a nivel espiritual. Esto es evidente en sus formas de pensar sobre las cosas grandes y pequeñas y en sus principios finales.

Si buscamos las causas de este contraste, las encontraremos en las características totalmente opuestas de la cultura occidental y oriental. La diferencia fundamental entre ambas puede expresarse de forma sencilla. Toda auténtica cultura oriental que aún no ha sido fecundada por Occidente no es histórica, mientras que toda la cultura occidental es histórica. Y esa es, en última instancia, la diferencia entre la perspectiva cristiana y la budista. El punto de vista cristiano es histórico: reconoce no sólo que las vidas terrenales se repiten, sino que forman una secuencia histórica, de modo que lo que se experimenta primero en un nivel imperfecto puede elevarse en el curso de encarnaciones posteriores a niveles cada vez más altos y casi perfectos. Mientras que el budismo ve la liberación de la existencia terrenal en términos de ascenso al Nirvana, el cristianismo ve su objetivo como un proceso continuo de desarrollo, en el que todos los productos y logros de las vidas individuales brillan en etapas cada vez más altas de perfección, hasta que, impregnados por el espíritu, experimentan la resurrección al final de la existencia terrenal.

El budismo no es histórico, sino todo lo contrario que el trasfondo cultural del que surgió. Dirige su mirada a encarnaciones anteriores y posteriores del hombre y lo ve en oposición al mundo exterior. Nunca se pregunta si en épocas anteriores el hombre pudo haber estado en una relación diferente con el mundo exterior o si en el futuro esta relación puede volver a ser diferente, aunque éstas son preguntas que el cristianismo sí se plantea. Así pues, el budismo llega a la conclusión de que la relación del hombre con el mundo en el que se encarna es siempre la misma. Impulsado a encarnarse por su sed de existencia, entra en un mundo de sufrimiento; no importa si el mundo suscitó esta misma sed en él en el pasado o lo hará en el futuro. El sufrimiento, y de nuevo el sufrimiento, es lo que está destinado a experimentar siempre durante la vida terrestre. Así que las vidas terrenales se repiten, y el budismo nunca las relaciona verdaderamente con ninguna idea de desarrollo histórico. Es por eso que el budismo puede ver su Nirvana, su estado de dicha, como alcanzable sólo al retirarse del ciclo siempre repetido de vidas en la tierra, y por qué tiene que considerar al mundo mismo como la fuente del sufrimiento humano. Porque dice que si alguna vez entramos en el mundo físico, estamos destinados a sufrir: el mundo de los sentidos no puede sino traernos sufrimiento.

Eso no es cristiano, porque la perspectiva cristiana es histórica hasta la médula. Reconoce que el hombre, al nacer de nuevo y de nuevo, se enfrenta a un mundo exterior; pero si estos encuentros le acarrean sufrimiento, o le dejan insatisfecho, privado de una existencia interiormente armoniosa, no es porque la vida terrena sea siempre tal que el hombre deba sufrir, sino porque su relación con el mundo exterior es errónea.

Tanto el cristianismo como el Antiguo Testamento apuntan a un acontecimiento definido, como resultado del cual el hombre ha desarrollado su vida interior de tal manera que puede hacer de su existencia en el mundo que le rodea una fuente de sufrimiento. El sufrimiento no nos lo inflige el mundo que percibimos a través de nuestros ojos y oídos, el mundo en el que estamos encarnados; la humanidad desarrolló una vez algo en su interior que la situó en una relación errónea con el mundo. Y como esto se hereda de generación en generación, sigue siendo hoy la causa del sufrimiento humano. En el sentido cristiano podemos decir que desde el principio de la existencia terrestre los seres humanos no han tenido una relación correcta con el mundo exterior.

Esta comparación puede extenderse a las doctrinas fundamentales de las dos religiones. El budismo insiste una y otra vez en que el mundo exterior es maya, ilusión. El cristianismo, por el contrario, dice El hombre puede creer que lo que ve del mundo exterior es una ilusión, pero eso se debe a que sus órganos están constituidos de tal manera que no puede ver a través del velo externo hacia el mundo espiritual. El mundo exterior no es una ilusión; la ilusión tiene su origen en las limitaciones de la visión humana. El budismo dice: Mira las rocas que te rodean; mira dónde relampaguean y truenan los truenos: todo es Maya, la gran ilusión. El pensamiento cristiano replicaría que es un error llamar ilusión al mundo exterior. No, es el hombre el que aún no ha encontrado la manera de abrir los sentidos espirituales, -sus ojos y oídos espirituales, en palabras de Goethe-, que podrían mostrarle cómo debe verse el mundo exterior en su verdadera forma. El cristianismo, en consecuencia, busca un acontecimiento prehistórico que haya impedido al corazón humano formarse una imagen verdadera del mundo exterior. Y el desarrollo humano a través de una serie de encarnaciones debe verse como un medio por el cual el hombre puede recuperar, en un sentido cristiano, sus ojos y oídos espirituales para ver el mundo exterior tal como es realmente. Las repetidas vidas terrestres no carecen, pues, de sentido: son el camino que permitirá al hombre mirar el mundo exterior, -del que el budismo quiere liberarlo-, y verlo irradiado por el espíritu. Superar la apariencia física del mundo adquiriendo la visión espiritual que el hombre aún no posee, y disipar el error humano por el que el mundo exterior puede parecer sólo maya, ése es el impulso más íntimo del cristianismo.

En el cristianismo, por tanto, no encontramos a un gran maestro que, como en el budismo, nos diga que el mundo es una fuente de sufrimiento y que debemos alejarnos de él hacia otro mundo, el mundo muy diferente del Nirvana. El cristianismo presenta un poderoso impulso para llevar el mundo hacia adelante: el Cristo, que nos ha dado la indicación más fuerte de las fuerzas que el hombre puede desarrollar a partir de su vida interior, fuerzas que le permitirán hacer uso de cada encarnación de tal manera que sus frutos serán llevados a cada encarnación sucesiva a través de sus propios poderes. Las encarnaciones no deben cesar para abrir el camino del Nirvana; pero todo lo que podemos adquirir en ellas debe ser utilizado y desarrollado para que pueda experimentar la resurrección en el sentido espiritual.

Aquí radica la diferencia más profunda entre la filosofía no histórica del budismo y la perspectiva histórica del cristianismo. El cristianismo se remonta a la Caída del hombre como fuente de dolor y sufrimiento, y mira hacia la Resurrección para su curación. No podemos liberarnos del dolor y el sufrimiento renunciando a la existencia, sino sólo corrigiendo el error que ha colocado al hombre en una falsa relación con el mundo circundante. Si corregimos este error, veremos efectivamente que el mundo perceptible por los sentidos se disuelve como una nube ante el sol, y también que todas nuestras acciones y experiencias dentro de él pueden resucitar en el plano espiritual.

El cristianismo es, pues, una doctrina de reencarnación, de resurrección, y sólo bajo esa luz podemos situarlo junto al budismo. Esto, sin embargo, implica contrastar los dos credos en el sentido de la Ciencia Espiritual y entrar en los impulsos más profundos de ambos. 

Todo lo que he dicho en términos generales puede corroborarse hasta en los detalles más pequeños. Por ejemplo, podemos encontrar en el budismo algo parecido al Sermón de la Montaña del Evangelio de Mateo: 

El que escucha la ley, -es decir, la ley impartida por el Buda-, es bienaventurado. El que se eleva por encima de las pasiones es bienaventurado. El que puede vivir en soledad es bienaventurado. El que puede vivir con las criaturas del mundo y no hacerles daño es bienaventurado. Y así sucesivamente.

Así, podríamos considerar las bienaventuranzas budistas como una contrapartida de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. Sólo tenemos que entenderlas de la manera correcta. Comparémoslas con el texto de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña del Evangelio de San Mateo. Allí escuchamos al comienzo las poderosas palabras: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque ellos encontrarán en sí mismos el reino de los cielos". No se dice sólo "Bienaventurados los que oyen la ley"; hay un añadido. Se nos dice: Bienaventurados los pobres de espíritu que tienen que mendigar, porque "de ellos es el reino de los cielos". ¿Qué significa esto? Sólo podemos comprender tal dicho si tenemos ante nuestra alma todo el carácter histórico de la perspectiva cristiana.

En primer lugar, debemos recordar que todas las facultades del alma humana tienen una historia; han evolucionado. La Ciencia Espiritual toma muy en serio esta palabra "evolucionado", en el sentido de que lo que existe hoy no ha existido siempre. Nos dice que lo que llamamos nuestro intelecto, nuestra manera científica de pensar, no existía en los tiempos primitivos; en su lugar había algo que podríamos llamar una clarividencia tenue y nebulosa. La forma en la que ahora alcanzamos el conocimiento del mundo era desconocida para estos pueblos primitivos. Pero en ellos habitaba una especie de sabiduría primitiva que iba mucho más allá de todo lo que hoy hemos podido establecer. Cualquiera que entienda la historia sabe que esa sabiduría primitiva existió. En aquellos primeros tiempos, los seres humanos no sabían cómo construir máquinas o motores de ferrocarril, ni cómo dominar su entorno con la ayuda de las fuerzas naturales, pero su visión de los fundamentos divino-espirituales del mundo iba mucho más allá de nuestros conocimientos actuales.

Esta visión no surgió de la reflexión. Los hombres no podían entonces proceder como lo hace la ciencia moderna. Recibían inspiraciones, revelaciones, que surgían tenuemente en sus almas. No eran totalmente conscientes de ellas, pero podían reconocerlas como verdaderos reflejos del mundo espiritual y de la antigua sabiduría. Pero como en el curso de la evolución el hombre pasó de vida en vida, estaba destinado a perder la antigua clarividencia nebulosa y la antigua sabiduría y a aprender a captar las cosas con el intelecto. En el futuro unirá las dos facultades: será capaz de mirar clarividentemente en el mundo espiritual conservando las formas del conocimiento moderno. Hoy vivimos en una etapa de transición. La antigua clarividencia se ha perdido, y lo que ahora somos se ha desarrollado con el paso del tiempo. ¿Cómo ha llegado el hombre al punto de ser capaz, como ser autoconsciente, de conocer el mundo a través de su intelecto? En particular, ¿Cuándo llegó la autoconciencia al hombre?

Fue en ese momento, -aunque la evolución del mundo no suele interpretarse con tanta exactitud-, cuando Cristo Jesús apareció en la tierra. Los hombres se encontraban en un punto de inflexión dado por lo que ha producido los mejores logros de nuestro propio tiempo. La llegada de Cristo a la evolución humana marcó la transición de lo viejo a lo nuevo. Cuando Juan el Bautista proclamó "El Reino de los Cielos está cerca", estaba utilizando simplemente una expresión técnica para la experiencia que llegaría a los hombres cuando comenzaran a adquirir conocimiento del mundo a través de su propia autoconciencia y ya no a través de inspiraciones. La llamada del Bautista significa que el conocimiento del mundo en términos de conceptos e ideas está próximo. Los hombres ya no dependen de la antigua clarividencia, sino que ahora pueden investigar el mundo por sí mismos. Y el impulso más poderoso para esta nueva forma de conocimiento lo dio Cristo Jesús.

De ahí el profundo significado de las primeras palabras del Sermón de la Montaña. Podrían interpretarse así: Los hombres están ahora en la etapa en que son mendigos del espíritu. En el pasado tenían visión clarividente y podían mirar en el mundo espiritual. Ese tiempo ya pasó. Pero llegará un tiempo en que el hombre, a través de la fuerza interior de su Yo, podrá encontrar un sustituto para la antigua clarividencia a través de la Palabra que se revelará dentro de él. Bienaventurados, en consecuencia, no sólo aquellos que en la antigüedad adquirieron el espíritu mediante inspiraciones crepusculares, sino también aquellos que ya no tienen clarividencia porque la evolución los ha llevado a esa etapa. En verdad no son indoctos, los que mendigan el espíritu porque lo han perdido. Bienaventurados ellos, porque suyo es lo que se revela a través del Yo y puede alcanzarse a través de su propia autoconciencia.

Más adelante leemos: "Bienaventurados los que sufren", porque aunque el mundo exterior de los sentidos es una causa de sufrimiento debido a nuestra relación con él, ha llegado el momento en que el hombre, si toma conciencia de sí mismo y despliega las fuerzas que moran en su Yo, llegará a conocer el remedio para su sufrimiento. Dentro de sí mismo encontrará la posibilidad del consuelo, porque ha llegado el momento en que cualquier consuelo externo pierde significado, porque el Yo debe tener la fuerza para encontrar dentro de sí mismo el remedio para el sufrimiento. Bienaventurados aquellos que ya no pueden encontrar en el mundo exterior todo lo que una vez encontraron allí. Ese es también el significado más elevado de la bienaventuranza: "Bienaventurados los que tienen sed de justicia, porque ellos serán saciados." Dentro del propio Yo se encontrará una fuente de justicia que compensará la injusticia del mundo.

Así es como Cristo Jesús señala el camino hacia el Yo humano, hacia el elemento divino en el hombre. Lleva a tu interior lo que vive en el Cristo como prefiguración; entonces encontrarás la fuerza para llevar de una encarnación a otra los frutos de tu vida en la tierra. Es importante para la vida en el mundo espiritual que domines lo que puede experimentarse en la existencia terrenal.

En relación con esto, hay un acontecimiento que, en primer lugar, es un sufrimiento para el cristianismo: la muerte de Cristo Jesús, el Misterio del Gólgota. Esta muerte tiene un significado mayor que la muerte ordinaria; Cristo establece aquí la muerte como el punto de partida de una vida inmortal e invencible. Esta muerte no es simplemente como si Cristo quisiera liberarse de la vida; la sufre porque de ella obra un poder ascendente, y porque de esta muerte ha de brotar la vida eterna.

Esto lo sentían quienes vivían en los primeros siglos del cristianismo, y se reconocerá cada vez más ampliamente cuando se comprenda mejor el Impulso de Cristo. Entonces se comprenderá que seis siglos antes de Cristo, uno de los más grandes hombres saliera de su palacio, viera un cadáver y se formara un juicio, -la muerte es sufrimiento, la liberación de la muerte es salvación-, y resolviera que ya no tendría nada que ver con nada que estuviera bajo el dominio de la muerte. Pasan seis siglos hasta la venida de Cristo, y después de otros seis siglos se levanta un símbolo que sólo se comprenderá en el futuro. ¿Cuál es este símbolo?

No fue un Buda, ni una persona elegida, sino gente sencilla la que fue y vio el símbolo; vio alzarse la cruz y un cadáver sobre ella. Para ellos, la muerte no era sufrimiento, ni se apartaban de ella; veían en el cuerpo una promesa de vida eterna, un signo de aquello que vence a la muerte y se aparta de todo en el mundo de los sentidos.

El noble Buda vio un cadáver; se apartó del mundo de los sentidos y decidió que la muerte es sufrimiento. La gente sencilla que contempló la cruz y el cadáver no se apartó de la vista: para ellos era el testimonio de que de esta muerte terrenal brota la vida eterna. Así fue como seiscientos años antes de la fundación del cristianismo, Buda se presentó ante el cadáver, y seiscientos años después de la venida de Cristo, la gente sencilla vio el símbolo que expresaba para ellos lo que había sucedido con la fundación del cristianismo. En ningún otro momento se ha producido un punto de inflexión semejante en la evolución de la humanidad. Si observamos estas cosas objetivamente, veremos aún más claramente dónde residen la grandeza y la importancia del budismo.

Como hemos dicho, el hombre estaba dotado originalmente de una sabiduría primordial, y en el curso de las sucesivas encarnaciones esta sabiduría se fue perdiendo gradualmente. La aparición del gran Buda marca el fin de una antigua época de la evolución; proporciona la prueba histórica más contundente de que los hombres habían perdido la antigua sabiduría, el antiguo conocimiento, y esto explica el apartarse de la vida. El Cristo es el punto de partida de una nueva evolución, que ve en esta vida terrenal las fuentes de la vida eterna.

En nuestra época, este importante hecho relativo a la evolución humana aún no se comprende con claridad. Por eso puede suceder hoy que hombres de naturaleza fina y noble, incapaces de obtener de los puntos de vista modernos lo que necesitan para su vida interior, se vuelvan hacia algo diferente y encuentren liberación en el budismo. Y el budismo muestra, en cierto sentido, cómo un hombre puede elevarse fuera de la existencia de los sentidos y, mediante un cierto despliegue de sus fuerzas interiores, puede elevarse por encima de sí mismo. Pero esto sólo puede ocurrir porque el mayor impulso y la fuente más íntima del cristianismo todavía son muy poco comprendidos.

La Ciencia Espiritual debe ser el instrumento para penetrar cada vez más profundamente en los conceptos y perspectivas del Cristianismo. Y precisamente la idea de la evolución, a la que la Ciencia Espiritual hace plena justicia, podrá conducir a los hombres a una comprensión íntima del Cristianismo. Por lo tanto, la Ciencia Espiritual puede abrigar la esperanza de que un cristianismo correctamente entendido se distinga cada vez más claramente de todas las interpretaciones erróneas del mismo, sin necesidad de trasplantar el budismo a nuestra época. Cualquier intento de hacer esto sería, en efecto, miope, pues cualquiera que comprenda las circunstancias de la vida espiritual en Europa sabrá que incluso aquellos movimientos que aparentemente se oponen al cristianismo han sacado todo su arsenal de armas del propio cristianismo. No habrían podido existir Darwin o Haeckel, -por grotesco que esto suene-, si una educación cristiana no les hubiera hecho posible pensar como pensaban; si las formas del pensamiento no hubieran estado listas para quienes, tras una educación cristiana, las utilizan para atacar, por así decirlo, a su propia madre. Lo que estas personas dicen, y el tono de voz en que lo dicen, están a menudo aparentemente dirigidos contra el cristianismo, pero es la educación cristiana la que les permite pensar de esta manera. Sería poco prometedor, por no decir nada, que alguien tratara de injertar algo oriental en nuestra cultura, pues contradiría todas las condiciones de la vida espiritual en Occidente. Todo lo que tenemos que hacer es comprender claramente las enseñanzas fundamentales de las dos religiones.

Un estudio más exacto de la vida espiritual contemporánea pondrá de manifiesto, en efecto, tal falta de claridad en ella, que hombres de la más alta eminencia filosófica se ven impelidos a rechazar la vida y son movidos así a simpatizar con los pensamientos del budismo. Tenemos un ejemplo de ello en Schopenhauer: todo el temperamento de su vida tenía algo de budista. Por ejemplo, dice que el tipo más elevado de hombre es el que podemos llamar un "santo"; un hombre que en su vida ha superado todo lo que el mundo exterior puede ofrecer. Se limita a existir en su cuerpo, sin obtener ningún ideal del mundo que le rodea; no tiene ningún objetivo ni propósito, sino que simplemente espera el momento en que su cuerpo sea destruido, de modo que desaparezca todo rastro de su conexión con el mundo de los sentidos. Al apartarse del mundo de los sentidos, anula su propia vida sensorial, de modo que no quede nada de todo lo que en la vida lleva del miedo al sufrimiento, del sufrimiento al terror, de la pasión al dolor.

Se trata de una proyección del sentimiento budista en Occidente, y debemos reconocer que se produce porque no se comprende claramente el impulso más profundo del cristianismo. ¿Qué hemos ganado con el cristianismo? De la forma más pura del impulso cristiano hemos ganado precisamente lo que separa decisivamente a Schopenhauer de una de las personalidades más significativas de los últimos tiempos. Mientras que el ideal de Schopenhauer es un hombre que ha superado todo lo que la vida exterior puede darle en forma de placer y dolor, y sólo espera que se disuelvan los últimos vestigios que mantienen unido su cuerpo, Goethe nos presenta en su Fausto un personaje esforzado que pasa del deseo a la satisfacción y de la satisfacción, al deseo, hasta que finalmente se ha purificado y ha transformado sus deseos hasta tal punto que el elemento más santo que puede iluminar nuestra vida se convierte en su pasión. No se queda esperando hasta que se extinguen los últimos vestigios de su existencia terrena, sino que pronuncia las grandes palabras: "Ni en eones pasará la huella de mis días sobre la tierra ".

El sentido y el espíritu de todo esto lo presenta Goethe en su Fausto tal como lo describió a su anciano secretario Eckermann: "Por lo demás, admitirás que el pasaje final, cuando el alma redimida es llevada a lo alto, fue muy difícil de manejar. Con cosas tan supersensibles, tan difícilmente imaginables, hubiera podido fácilmente perderme en vaguedades, si no me hubiera servido de figuras e imágenes de la Iglesia cristiana, claramente esbozadas, para dar la forma y el fondo necesarios a mis intenciones poéticas."

Así es como Fausto sube la escalera de la existencia, representada en símbolos cristianos, de lo mortal a lo inmortal, de la muerte a la vida.

En Schopenhauer vemos la inconfundible proyección de elementos budistas en nuestro modo de pensar occidental, de modo que su hombre ideal espera a alcanzar el estado de perfección hasta que se hayan borrado, junto con su cuerpo, las últimas huellas de su existencia terrenal. Y esta visión, cree Schopenhauer, puede interpretar las figuras creadas por Rafael y Correggio en sus cuadros. Goethe quiso presentarnos a un hombre que se esfuerza por alcanzar una meta, consciente de que todo lo que se consigue en la vida terrenal debe ser perdurable, entretejido con la eternidad. "Ni en eones pasará la huella de mis días en la tierra".

Ése es el verdadero impulso cristiano, realista, que lleva al despertar de nuestros actos terrenales en una forma espiritualizada. Es la religión de la resurrección. También es una filosofía realista en el verdadero sentido, pues sabe extraer de las alturas espirituales los elementos más elevados para nuestra vida en el mundo de los sentidos. Así podemos ver en Goethe, como el resplandor de una aurora, el cristianismo del futuro, que ha aprendido a comprenderse a sí mismo. Este cristianismo reconocerá toda la grandeza y significación del budismo, pero, en contraste con el budismo que se aparta de las encarnaciones, reconocerá el valor de cada existencia de una encarnación a la siguiente. Así, Goethe, en un sentido cristiano verdaderamente moderno, mira a un pasado que nos hizo nacer de un mundo, y al presente en el que todo lo que logramos, -si se captan correctamente sus frutos-, no puede pasar nunca. Por tanto, cuando vincula al hombre con lo universal en el verdadero sentido científico-espiritual, no puede sino unirlo por el otro lado al verdadero contenido del cristianismo. Así, en sus Palabras Órficas Primordiales dice:

"Como el día que te dio al mundo
El sol se puso de pie para saludar a los planetas, 
prosperaste de inmediato y sin cesar, 
según la ley por la que comenzaste. 
Así debes ser, no puedes escapar. 
Así lo dijeron sibilas, así lo dijeron profetas".

Goethe no podía escribir de este modo, al describir la conexión del hombre con el mundo entero, sin indicar que el ser humano, nacido de las constelaciones de la existencia, está en el mundo como algo que nunca puede pasar, sino que debe celebrar su resurrección en forma espiritualizada. De ahí que a estas líneas añadiera otras dos:

Ningún tiempo, ningún poder, puede llevar a la disolución
La forma una vez moldeada en la evolución viva.

Y podemos decir: Ningún tiempo y ningún poder pueden destruir lo que se logra en el tiempo y madura como fruto para la eternidad.

Traducido por J.Luelmo abr.2024

GA058 Berlín, 25 de noviembre de 1909 - La esencia del egoísmo

 Índice 

CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

LA ESENCIA DEL EGOÍSMO

RUDOLF STEINER


VII conferencia

Berlín, 25 de noviembre de 1909

En algún lugar y en algún momento, se fundó una empresa. Esta había escrito en su programa:

"La abolición del egoísmo"; es decir, quería obligar a sus miembros a educarse en el altruismo, en la liberación de todo egoísmo. Había elegido a su presidente, como hacen todas las sociedades, y ahora se trataba de propagar por todo el mundo lo que era el principio fundamental de esta sociedad. En esta sociedad se enfatizaba una y otra vez de las formas más variadas que ninguno de los miembros en ningún lugar, especialmente dentro de la sociedad, debía tener el más mínimo deseo egoísta para sí mismo; ni siquiera dejar que nada de un deseo egoísta y similares se hiciera fuerte.

Se trataba, sin duda, de una sociedad con un programa extraordinariamente loable y un elevado objetivo humano. Pero no podía decirse al mismo tiempo que los miembros buscaran en sí mismos el cumplimiento precisamente de lo que era el primer punto del programa. Apenas aprendieron a conocer los deseos egoístas humanos. Muy a menudo ocurría lo siguiente dentro de la sociedad. Una persona decía: "Sí, quiero esto y aquello. La empresa podría concedérmelo. Pero cuando voy al presidente, estoy haciendo una petición egoísta. Eso va totalmente en contra del programa de la empresa, ¡no es posible! "

Entonces otro dijo: "Sencillamente: voy yo por ti. Represento tus deseos y propongo algo totalmente altruista. Pero, ¡vaya! En ese caso, yo también quiero algo. Por supuesto, eso también es algo bastante egoísta. No puedes proponer eso en nuestra sociedad después del tema principal de nuestro programa. Entonces el primero dijo: "Si tú eres tan altruista conmigo, yo también haré algo por ti. Iré al presidente por ti y le pediré lo que tu deseas". Y así sucedió. Primero acudió uno al presidente y, dos horas después, vino el otro. Ambos habían presentado peticiones completamente egoístas. Pero esto no era un caso aislado, sino que era una práctica habitual en esta sociedad. Y rara vez era posible que se cumpliera algo egoísta, cualquier deseo egoísta de un miembro, porque siempre era planteado por el otro de la forma más altruista.

Decía que "en algún lugar y en algún momento" existió esta sociedad. Por supuesto, lo que acabo de describir es una sociedad totalmente hipotética. Pero cualquiera que mire un poco a su alrededor en la vida dirá quizás: ¡un poco de esta sociedad está en todas partes y siempre! Lo que acabo de decir sólo pretendía ilustrar el modo en que la palabra "egoísmo" es una de esas palabras que pueden convertirse en palabras clave en el sentido más eminente cuando no aparecen en el mundo directamente en relación con lo que denotan, sino cuando aparecen enmascaradas, encubiertas, y pueden así ocultarse en cierto modo.

La palabra de moda egoísmo y también su opuesta, común desde hace mucho tiempo, altruismo, desinterés, deberían ocuparnos hoy. Pero no como palabras de moda, sino queriendo penetrar un poco en la esencia del egoísmo. Cuando tales cosas se consideran desde el punto de vista de la ciencia espiritual, se trata cada vez menos de: ¿Qué clase de simpatía o antipatía puede evocar tal o cual cualidad? ¿Cómo puede evaluarse según tal o cual juicio humano preexistente? sino que se trata de mostrar cómo aquello a lo que se refiere la palabra en cuestión se origina en el alma humana o de otro modo en la realidad, y dentro de qué límites es válido; y si ha de ser combatido como tal o cual cualidad, hasta qué punto puede entonces ser combatido por la naturaleza humana o las demás entidades de la existencia.

Literalmente, el egoísmo sería aquella cualidad humana mediante la cual el hombre tiene a la vista aquellos intereses favorables a la elevación de su propia personalidad; mientras que lo contrario, el altruismo, sería aquella cualidad humana que pretende poner las facultades humanas al servicio de los demás, de todo el mundo exterior. Una observación muy sencilla puede mostrar hasta qué punto se pisa aquí terreno peligroso si no se entra en materia sino que se ciñe a las palabras. Supongamos que alguien resulta ser un benefactor especial en tal o cual faceta. Puede ser que sea benefactor sólo por egoísmo, tal vez por cualidades egoístas muy mezquinas, tal vez por vanidad o cosas por el estilo. El hecho de que a alguien se le llame "egoísta" sin más, no le descalifica en absoluto en lo que a su carácter se refiere. Pues si una persona sólo quiere favorecerse a sí misma, pero no tiene más que cualidades nobles, de modo que se ve mejor promovida cuando sirve a los intereses de los demás, entonces quizá se pueda aguantar sin más a tal "egoísta". Esto parece ser un juego con las palabras, pero no lo es, porque este juego con las palabras impregna toda nuestra vida y existencia y se expresa en todas partes, en todos los ámbitos de la existencia.

Para todo aquello que se halla en el hombre, al menos podemos encontrar algo análogo en el resto del universo, algo que pueda servir de parábola. La frase de Schiller insinúa que para esta característica sobresaliente de la naturaleza humana, podemos encontrar algo análogo en el universo: 

" Si buscas lo más alto, lo más grande, 
la planta te lo puede mostrar: 
Aquello que ella hace involuntariamente, 
¡hazlo tú voluntariamente! "

En ella, Schiller antepone la existencia de la planta al hombre y le recomienda que desarrolle en su carácter algo tan noble como la planta en un cierto nivel inferior. Y el gran místico alemán Angelus Silesius dice más o menos lo mismo:

"La rosa no se pregunta el porqué, 
florece porque sí,
No se presta atención a sí misma, 
ni le importa si es vista."

También aquí se nos remite a la existencia de la planta. La planta absorbe lo que necesita para crecer; no pregunta "ni el por qué ni el cómo"; florece porque florece y no le preocupa a quién sirve. Y sin embargo: al absorber sus fuerzas vitales, al extraer de su entorno todo lo que necesita para sí misma, se convierte para su entorno, -en última instancia también para el hombre-, en lo que puede ser. Se convierte en la criatura más útil imaginable cuando pertenece precisamente a aquellas zonas del mundo vegetal que pueden servir a la vida de los seres superiores. Y aunque se ha dicho a menudo, no es en absoluto trivial decirlo de nuevo:

Cuando la rosa se engalana,
todo el jardín se engalana.

El jardín se engalana con la rosa cuando ésta es lo más bella posible. Podemos combinar esto con la palabra egoísmo y decir: Si la rosa quiere ser lo más egoístamente bella posible, quiere hacerse lo más maravillosa posible, el jardín será lo más bello posible gracias a ella. ¿Podríamos extender hasta cierto punto al hombre lo que se expresa de este modo en el reino inferior de la naturaleza? No necesitamos hacerlo; muchos otros lo han hecho antes que nosotros, y Goethe lo hizo de la forma más bella. Cuando Goethe quiso expresar lo que el hombre es en el sentido más real de la palabra, a través del cual muestra mas la dignidad y todo el contenido de su existencia, pronunció las palabras: "Cuando la naturaleza sana del hombre actúa como un todo, cuando se siente en el mundo como parte de un todo grande, bello, digno y valioso, cuando el placer armonioso le concede un deleite puro y libre: entonces el universo, si pudiera sentirse a sí mismo, se regocijaría como habiendo alcanzado su meta y admiraría la cumbre de su propio devenir y ser." Y en otra ocasión dice Goethe en el maravilloso libro sobre "Winckelmann", donde también se encuentran las palabras que acabamos de citar: "Cuando el hombre se sitúa en la cumbre de la naturaleza, a la vez se ve a sí mismo, como una naturaleza entera, que de nuevo tiene que producir una cumbre en sí misma. Para ello, él mismo se va acrecentando a sí mismo impregnándose de todas las perfecciones y virtudes, invocando la elección, el orden, la armonía y el sentido, y elevándose finalmente a la producción de la obra de arte."

Sin embargo, toda la actitud de Goethe nos muestra que sólo se especializa en el artista, y cómo quiere decir en particular: ¡Cuando el hombre se sitúa en la cumbre de la naturaleza, reúne todo lo que el mundo puede expresar en él y muestra finalmente al mundo su reflejo fuera de sí mismo; y la naturaleza se regocijaría si pudiera percibir y sentir este reflejo de sí misma en el alma del hombre! ¿Qué significa esto sino: Todo lo que nos rodea en nuestra existencia mundial, lo que ahí fuera es naturaleza, lo que ahí fuera es espíritu, se concentra en el hombre, se eleva a una cima y será tan bello, tan verdadero, tan perfecto como sea posible en el ser humano individual, en esta individualidad humana, en este yo humano. Por lo tanto, el hombre dará mejor cumplimiento a su existencia si extrae lo más posible del entorno y hace que su yo sea lo más rico posible. Entonces se apropia de todo lo que hay en el mundo y que puede florecer en sí mismo, de hecho, convertirse en el fruto de la existencia.

Se basa en una forma tal de ver las cosas que el hombre no puede hacer lo suficiente para resumir realmente en sí mismo todo lo que hay en el entorno, para representar una especie de florecimiento y colofón del resto de la existencia. Si uno quisiera llamar a esto "egoísmo", podría hacerlo. Entonces se podría decir: El yo humano está ahí para ser un órgano de aquello que de otro modo permanecería eternamente oculto en el resto de la naturaleza, y que sólo puede expresarse concentrándose en el espíritu humano. Por tanto, uno quisiera decir que a la esencia del hombre le corresponde resumir en su yo el resto de la existencia que le rodea. Pero en la naturaleza y en la esencia del hombre está el que él mismo pueda llevar a error lo que, como ley general fuera en los reinos inferiores, conduce a lo más alto, a lo más grande. Esto está relacionado con lo que llamamos libertad humana. El hombre nunca podría tener una existencia libre si no tuviera en sí mismo la capacidad de emplear mal ciertos poderes que están en él de manera unilateral, de modo que estos poderes por un lado conduzcan a la existencia más elevada, y por otro lado perviertan la existencia, tal vez incluso la conviertan en una caricatura. Esto nos puede quedar claro con una simple comparación. Volvamos a la planta.

En el caso de la planta, no se nos ocurre hablar de egoísmo en general. Sólo para que nos quede clara la ley del egoísmo en todo el mundo, hemos dicho: lo que se expresa en las plantas podría llamarse egoísmo. Pero con la planta no estamos hablando de egoísmo en absoluto. Si la existencia de las plantas no se considera en un sentido materialista, sino en un sentido espiritual, entonces puede verse que la planta es en cierto modo inmune al egoísmo. 

Por un lado, probablemente depende en su existencia de hacerse lo más bella posible. Y no se pregunta: ¿A quién sirve esta belleza? Pero cuando la planta resume toda su existencia en sí misma, cuando se eleva al máximo desarrollo de su propio ser, entonces ya ha llegado para ella el momento en que debe renunciar a este ser propio. Hay algo peculiar en el significado de la existencia vegetal. Goethe dice muy bellamente en sus Proverbios en prosa (973): "En las flores la ley vegetal llega a su más alta manifestación, y la rosa sólo sería la cumbre de esta manifestación. El fruto nunca puede ser bello, pues allí la ley vegetal retrocede en sí misma (en mera ley)". En otras palabras, se da cuenta de que la planta expresa de forma más evidente su propia ley cuando florece. En el momento en que florece, sin embargo, también debe estar dispuesta a renunciar a su ser más bello en la fecundación; se le ordena sacrificar su ser a su sucesor, la semilla del fruto. Por lo tanto, hay realmente algo grande en el hecho de que la planta deba sacrificarse en el momento en que llegaría a la expresión de su ser. Es decir, vemos en este reino inferior que el egoísmo en la naturaleza se eleva hasta un punto en el que se destruye a sí mismo, en el que se entrega para dar a luz algo nuevo. Lo que está más desarrollado en la planta, lo que podría llamarse la individualidad, el yo de la planta, lo que estalla en plena belleza con la flor, comienza a marchitarse en el momento en que surge la nueva semilla de la planta.

Ahora preguntémonos: ¿Existe acaso algo similar en el reino humano? Y, en efecto, si consideramos la naturaleza y la vida espiritual desde el punto de vista del espíritu, comprobaremos que en el reino humano ocurre algo muy parecido. El hombre no sólo está llamado a engendrar seres de su especie, es decir, a vivir en la especie, sino, yendo más allá de la especie, a llevar en sí mismo la vida de la individualidad. Sólo podremos reconocer lo que es el egoísmo en el hombre en su verdadera forma cuando pongamos ante nosotros la esencia del hombre tal como hemos llegado a conocerla en las últimas conferencias.

En el sentido científico-espiritual, no consideramos al hombre solamente como un cuerpo físico, cuerpo que el hombre tiene en común con toda la naturaleza mineral; sino que hablamos del hombre como albergando dentro de sí, como miembro superior de su ser, en primer lugar el cuerpo etérico o cuerpo vital, que tiene en común con todos los seres vivientes; que luego tiene en común con todo el reino animal el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, que llamamos cuerpo astral o cuerpo de la conciencia; y hablamos del hecho de que dentro de estos tres miembros del hombre vive su núcleo real de ser, el yo. También debemos considerar a este yo como el portador del egoísmo en el sentido tanto justificado como injustificado. Ahora bien, todo desarrollo del hombre consiste en que a partir de su yo va transformando los otros tres miembros de su ser. En una etapa imperfecta de la existencia el yo es el esclavo de los tres miembros inferiores, el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral. Cuando consideramos ahora el cuerpo astral, podemos decir que en un nivel supeditado de su existencia, el hombre sigue todos los instintos, deseos y pasiones. Pero cuanto más alto se desarrolla, tanto más purifica su cuerpo astral, es decir, transforma aquello de lo que es esclavo en algo que es gobernado por su naturaleza superior, por su yo, de modo que el yo se convierte cada vez más en el gobernante y purificador de los demás miembros del ser humano. Y esto también ya se ha mencionado en conferencias anteriores, que el hombre de hoy está en la mitad de este desarrollo y se acerca a un futuro en el que el yo se habrá convertido cada vez más en gobernante de los tres miembros de la naturaleza humana. Pues transformando el cuerpo astral, el hombre produce en él lo que llamamos el " yo espiritual ", o, para emplear una expresión de la filosofía oriental, " manas ". Tal como el hombre vive hoy, ha transformado una parte de su cuerpo astral en manas. En el futuro, el hombre podrá además transformar su cuerpo etérico; y esa parte del cuerpo etérico así transformada es llamada el "espíritu de vida", o el "buddhi" con una expresión de la filosofía oriental. Y cuando el hombre llegue a ser dueño de los procesos de su cuerpo físico, entonces llamaremos a esta parte transformada del cuerpo físico el "Atman" o el "hombre espiritual" Así miramos hacia un futuro, del que hoy sólo tenemos ante nosotros los comienzos, en el que el hombre será conscientemente, desde su yo, el controlador, el gobernante de toda su actividad.

Pero lo que un día formará parte conscientemente del hombre, ya hace mucho tiempo que lleva preparándose en la naturaleza humana. Y en cierto modo, consciente o inconscientemente, el yo ya ha trabajado sobre los tres miembros de la naturaleza humana. Nos encontramos con que este yo ya transformó en la antigüedad una parte del cuerpo astral, que también llamamos cuerpo sensorial, en la parte que llamamos "alma sensible"; que una parte del cuerpo etérico se ha ido transformando en lo que en las conferencias pasadas llamábamos "alma racional"; y finalmente una parte del cuerpo físico se ha ido transformando al servicio del yo, es decir el "alma consciente". Así tenemos tres miembros de la entidad humana que forman la interioridad de la naturaleza humana: el alma sensible, que está enraizada básicamente en el cuerpo sensible; el alma racional, que está enraizada en el cuerpo etérico; y el alma consciente, que está enraizada en el cuerpo físico. La interioridad del hombre nos interesa hoy sobre todo en la medida en que entra en consideración la relación de su cuerpo sensible con el alma sensible.

Cuando vemos crecer a un ser humano desde la hora de su nacimiento y observamos cómo se desarrollan cada vez más sus capacidades como si salieran de la oscura parte inferior de su cuerpo, podemos decir:

El alma sensible del hombre se abre camino hacia la luz del día. Porque el hombre ha construido su cuerpo sensible a partir de todo el entorno de su ser. Podemos entender esto si recordamos un dicho de Goethe: El ojo está formado por la luz para la luz. Si tomamos cualquier órgano sensorial humano a través del cual el hombre se hace consciente del mundo físico externo, entonces no sólo se aplica aquella frase, recalcada unilateralmente por Schopenhauer, de que la luz no podría ser percibida si el hombre no tuviera ojo, sino que, por otra parte, también se aplica la frase de que si no hubiera luz, no podría haber ojo. En períodos de tiempo infinitamente largos, -como dice Goethe-, la luz, que se difunde por todas partes, ha ido obrando en el organismo elaborando desde comienzos indeterminados ese órgano que hoy es capaz de ver la luz. El ojo está formado por la luz sobre la luz para la luz. Cuando observamos nuestro entorno, podemos ver en él las fuerzas que han elaborado en el hombre la capacidad de tomar conciencia de este entorno. Así que todo el cuerpo sensorial, toda la estructura a través de la cual entramos en relación con el entorno, se elabora a partir de las fuerzas vivas del entorno. Nosotros como seres humanos no tenemos parte en esto. El cuerpo astral es un producto, un florecimiento del entorno. En su interior aparece ahora el alma sensible en el cuerpo sensorial. Esta alma sensible ha surgido por el hecho de que el yo, por así decirlo, ha separado, moldeado plásticamente el alma sensible de la sustancia del cuerpo sensorial. Así que el yo vive en el cuerpo sensorial y, por así decirlo, succiona la sustancia para el alma sensible.

Ahora bien, este yo puede obrar de dos maneras: Por un lado de tal modo que desarrolle en sí aquellas facultades anímicas interiores del alma sensible que estén en armonía con las facultades y cualidades del cuerpo sensorial y así armonice con ellas. Esto nos puede quedar claro a partir de un ejemplo que podemos tomar de la educación. Es la educación la que nos proporciona los principios más bellos y prácticos de lo que es la ciencia espiritual.

El cuerpo sensorial se construye a partir del entorno. Aquellos que están alrededor del niño como educadores desde el principio de la existencia física trabajan en el cuerpo sensorial. Pueden transmitir al cuerpo sensorial aquello que instruye al yo a tener tales cualidades del alma que están en armonía con las características del cuerpo sensorial. Pero también pueden transmitir al niño algo que contradiga las cualidades del cuerpo sensorial. Si se educa al niño de tal manera que se interese del modo más vivo por todo lo que le entra por los ojos, si es capaz de deleitarse con los colores y las formas del modo correcto, o si sabe deleitarse con el sonido del modo correcto, si es capaz de lograr gradualmente la armonía entre lo que brilla desde fuera y lo que surge en el alma sensible como alegría, como placer, como participación e interés por la existencia, entonces lo que surge desde dentro es un verdadero reflejo de la existencia; entonces lo que vive en el alma puede hacerse eco de la existencia exterior. 

Entonces podemos hablar de que el hombre no sólo vive dentro de sí mismo, no sólo es capaz de formar un alma sensible en su cuerpo sensorial, sino que a su vez ha llegado a ser capaz de salir de sí mismo; allí no sólo es capaz de ver y oír lo que la naturaleza le permite ver y oír, sino que allí además es capaz de salir hacia lo que ve y oye, de volcarse en el entorno, de vivir en lo que su cuerpo sensorial le transmite. Entonces no sólo hay armonía entre el cuerpo sensorial y el alma sensible, entonces hay armonía entre el entorno y las experiencias del alma sensible. Entonces el alma sensible se derrama en el entorno; entonces el ser humano es realmente una especie de espejo del universo, una especie de microcosmos, un pequeño mundo que, -según Goethe-, se siente a gusto en el amplio, bello y gran mundo.

Podemos utilizar otro ejemplo: Si un niño creciera en una isla solitaria, lejos de cualquier sociedad humana, no podría desarrollar ciertas capacidades en sí mismo. No desarrollaría el lenguaje, ni desarrollaría la capacidad de pensar, ni desarrollaría esas nobles cualidades que sólo pueden brillar en el alma humana a partir de la convivencia con la gente. Porque éstas son cualidades que se desarrollan dentro del ser humano, dentro del alma.

Ahora bien, el ser humano puede desarrollarse de tal manera que vuelva a surgir de sí mismo con sus cualidades, creando una armonía con el entorno; o también puede endurecer estas cualidades en sí mismo, llevarlas a la sequedad en sí mismo. El ser humano hace que se seque lo que surge en el alma emocional cuando absorbe las impresiones del mundo exterior, color, sonido, etc., pero no despierta un eco en sí mismo para volver a verter las impresiones al mundo exterior con placer e interés. Una persona se endurece en su interior si no utiliza lo que puede desarrollar en su trato con la gente para vivirlo en sus interacciones con los demás. Cuando se encierra en sí mismo, cuando quiere vivir sólo en sí mismo, se produce una desarmonía entre él y lo que le rodea. Se crea un abismo entre su alma sensible y su cuerpo sensorial. Si el hombre se encierra en sí mismo después de haber disfrutado por primera vez de los frutos del desarrollo humano, si no vuelve a poner al servicio de la humanidad aquello que sólo puede florecer dentro del mundo de sus semejantes, entonces se establece un abismo entre el hombre y el entorno; ya sea todo el gran entorno, cuando el hombre se enfrenta al mundo exterior sin interés; ya sea el entorno humano, del que ha recibido los más bellos intereses. Y la consecuencia es que el hombre se seca por dentro. Pues lo que le llega al hombre desde fuera sólo puede fomentarlo y revitalizarlo si no se arranca de su raíz. Es como si el hombre fuera arrancado de la raíz de su vida si no quisiera verter su alma en su mundo exterior. Y cuando el hombre aumenta cada vez más su separación del mundo exterior, el resultado es el marchitamiento, la muerte de la vida espiritual. Este es precisamente el lado malo del egoísmo que ahora tenemos que caracterizar, que surge del hecho de que el hombre obra con su yo de tal manera que crea un abismo entre él y el entorno.

Si el egoísmo adopta la forma de que el hombre no sea, por así decirlo, la flor de todo el mundo exterior ni esté continuamente nutrido y vitalizado por el mundo exterior, entonces conduce a su propia extinción. Esta es la barrera que generalmente se coloca frente al egoísmo. Y en ello vemos en qué consiste la esencia del egoísmo: Por un lado, consiste en que el universo que nos rodea alcanza en el propio hombre un apogeo y un florecimiento, gracias al hecho de que él puede atraer hacia sí las fuerzas de este universo, mientras que, por otro lado, debe realizar conscientemente lo que la planta realiza inconscientemente. En el momento en que la planta debe expresar su propia naturaleza, aquello que está detrás de la planta transforma el egoísmo de la planta en una nueva planta. Pero el hombre, como ser consciente de sí mismo, como portador de un yo, es capaz de crear esta armonía en su interior. Lo que recibe del exterior, debe darlo a su vez en una determinada etapa, dar a luz, por así decirlo, a un yo superior en su yo, que no se endurece en sí mismo, sino que armoniza con todo el resto del mundo.

Este saber también puede llegar al hombre a través de la contemplación de la vida, un saber según el cual el egoísmo, si se desarrolla unilateralmente, se mata a sí mismo. La contemplación ordinaria de la vida puede conducir a saber esto. No hay más que mirar a aquellas personas que no pueden tener ninguna participación viva en el gran ordenamiento y belleza de la naturaleza, a partir de la cual se forma el propio organismo humano. Cuán triste debe ser para aquellos que pueden contemplar la multiplicidad de las relaciones, cuando las personas pasan por el mundo con indiferencia, -ya que su ojo, su oído ha surgido de lo externo-, cuando se cierran a aquello en lo que radican las raíces de su existencia y sólo quieren ensimismarse. Aquí vemos cómo la existencia, que se repliega de este modo sobre sí misma, también penaliza a su vez al hombre. El hombre que pasa descuidadamente por aquello a lo que debe su propia existencia va por el mundo como un displicente; y la consecuencia es que se precipita de deseo en deseo y ni siquiera se da cuenta de que busca en una nebulosa indefinida aquello que debería satisfacerle, mientras que él mismo debería derramar su ser en aquello a lo cual debe su propio ser. El que va por el mundo y dice: 
Oh, la gente es una carga para mí, no puedo hacer nada con ellos; todos perturban mi existencia; ¡soy demasiado bueno para este mundo! sólo debería considerar que está negando aquello de lo que él mismo ha surgido. Si se hubiera criado en una isla desierta sin la humanidad para la que se considera demasiado bueno, habría seguido siendo estúpido, no habría desarrollado las capacidades que tiene. Lo que encuentra tan grande y digno de alabanza en sí mismo no podría existir sin esas personas con las que no puede hacer nada. Tendría que darse cuenta de que sólo separa lo que vive en él de su entorno debido a su arbitrariedad, que eso que tanto se rebela contra su entorno se lo debe precisamente a su entorno. Cuando el hombre se rebela así contra la naturaleza y la existencia humana, no sólo se extingue su interés por la naturaleza y la existencia humana, sino que se marchita su vitalidad; entonces pasa por una existencia estéril, insatisfecha. Todas esas existencias que se revuelcan en el hastío del mundo porque no encuentran interés en ninguna parte deberían preguntarse: ¿Dónde está la razón de mi egoísmo? Sin embargo, esto también muestra que existe una ley en el universo: la autocorrección de toda existencia. Allí donde el egoísmo aparece erróneamente, éste conduce a la desolación de la existencia. Cuando el hombre va por la vida sin participar en sus semejantes y en el resto del mundo, no sólo deja sin aprovechar sus facultades, que podría dedicar al mundo y a la existencia, sino que también se desola y destruye a sí mismo. Esto es lo bueno del egoísmo, que cuando se practica en extremo, aplasta al egoísta.

Si esa gran ley que hemos obtenido de la naturaleza del egoísmo la aplicamos ahora a las diversas facultades del alma humana, podemos preguntar ahora, por ejemplo: ¿Cómo actúa ahora el egoísmo humano sobre el alma consciente, mediante el cual el hombre llega al conocimiento, a la comprensión de su entorno? En otras palabras: ¿Cuándo puede ser verdaderamente fecundo un único conocimiento? El conocimiento sólo puede ser verdaderamente fecundo cuando pone al hombre en armonía con la totalidad del resto del mundo; es decir, sólo son verdaderamente vitalizadores para el alma humana aquellos conceptos e ideas que se toman del entorno, de la imagen viva del mundo. Sólo cuando seamos uno con el mundo, este conocimiento será revitalizante. Por eso, todo conocimiento que procede del alma, que ante todo busca paso a paso las grandes verdades de la existencia, es tan beneficioso para la salud del alma, y a partir de ahí también para el cuerpo físico exterior del hombre. Por el contrario, todo lo que nos aparta de la relación viva con el mundo, todo lo que cavila en sí mismo, que sólo cavila en sí mismo, es algo que nos pone en discordia con todo el resto del mundo, nos endurece en nosotros mismos. Aquí tenemos de nuevo la oportunidad de señalar el malentendido generalizado de la frase "Conócete a ti mismo", que tiene su significado para todos los tiempos. Sólo cuando el ser humano ha comprendido que él pertenece al mundo entero, que su yo no está sólo dentro de su piel, sino que se extiende por todo el mundo, por el sol, las estrellas, por todos los seres de la tierra, y que este yo sólo encuentra expresión dentro de su piel, sólo cuando ha reconocido su imbricación con el mundo entero, puede aplicar el dicho: "¡Conócete a ti mismo!". " Entonces el conocimiento de sí mismo es conocimiento del mundo. Pero si antes no ha penetrado en sí mismo con dicho conocimiento, es tan astuto como el dedo por separado que creyera que puede desarrollar su propio yo sin el organismo. Córtenlo, y en tres semanas ciertamente dejará de ser su dedo. El dedo no se hace ilusiones de que pueda existir sin el organismo. Sólo el hombre piensa que puede existir sin conexión con el mundo. El conocimiento del mundo es autoconocimiento, y el autoconocimiento es conocimiento del mundo. Y toda cavilación en uno mismo no es mas que una señal de que no podemos alejarnos de nosotros mismos.

Es, pues, un tremendo disparate el que se practica hoy en ciertos círculos teosóficos cuando se dice que la solución a los enigmas de la existencia no está en el mundo exterior, ni en los fenómenos entrelazados con el espíritu, sino en uno mismo. "Encuentra a Dios en tu propio pecho", se oye decir hoy a muchos. "No tenéis que esforzaros en buscar fuera, en el universo, revelaciones del espíritu del mundo; basta con que miréis dentro de vosotros mismos y allí lo encontraréis todo".  Tal instrucción le hace un muy mal servicio al hombre; lo vuelve arrogante, egoísta con respecto al conocimiento. Por eso ciertas escuelas teosóficas, en vez de educar al hombre en el altruismo, en vez de desprenderlo de su propio yo y ponerlo en contacto con los grandes enigmas de la existencia, lo endurecen en sí mismo cuando afirman que puede encontrar toda la verdad y toda la sabiduría en sí mismo. Se puede apelar a la arrogancia y a la vanidad de la gente diciendo: ¡No necesitáis aprender nada en el mundo; lo encontraréis todo en vosotros mismos! Sólo se puede apelar a la verdad si se demuestra que la armonía con el gran mundo nos lleva allí donde el hombre puede llegar a ser más grande en sí mismo y, por tanto, más grande dentro del mundo.

Este es también el caso de lo que podemos llamar sentimiento humano, todo el contenido del alma racional o intelectual del ser humano. Éste sentimiento se fortalece cuando el hombre sabe establecer una armonía entre él y el mundo exterior. El hombre no puede hacerse fuerte y vigoroso dándole vueltas desde la mañana hasta la noche: ¿Qué debo pensar ahora? ¿Qué debo hacer ahora? ¿Qué me hará daño otra vez? y así sucesivamente, sino dejando que su corazón se vea afectado por la belleza y la grandeza de lo que le rodea, comprendiendo e interesándose por todo lo que brilla cálidamente en otros corazones o de lo que otras personas carecen. Al permitir que surjan esos sentimientos que desarrollan la comprensión y una participación viva con nuestro entorno, desarrollamos fuerzas vitales en el mundo emocional dentro de nosotros mismos. Así superamos el egoísmo estrecho de miras y elevamos y enriquecemos nuestro yo armonizándolo con nuestro entorno en el verdadero egoísmo. Esto se expresa particularmente cuando entra en consideración la voluntad humana, la verdadera alma consciente. Mientras el hombre sólo pueda querer para sí mismo, mientras sus impulsos volitivos sólo se esfuercen por lo que es conducente a su propio ser, siempre se sentirá insatisfecho en su interior. Sólo cuando ve en el mundo exterior el reflejo de su decisión volitiva, cuando sus impulsos volitivos se hacen realidad en él, puede decir que ha armonizado su voluntad con lo que sucede en el entorno. Es cierto que nuestra propia fuerza y poder no están formados por lo que queremos para nosotros mismos, sino por lo que queremos para el entorno, para los demás hombres; que en nosotros se realiza y resplandece nuestra voluntad como un reflejo. Así como la luz forma el ojo a partir de nosotros, así nuestra fuerza anímica forma el mundo de nuestras obras, nuestro trabajo, a partir de nosotros mismos.

Así vemos cómo el hombre como ser autoconsciente, a través de una correcta captación de su yo, de su ego, establece una armonía con lo que llamamos el mundo exterior, hasta que él crece fuera de sí mismo y logra lo que podemos llamar el "nacimiento de un hombre superior", y hace surgir algo dentro de sí, igual que la planta en un estadio inferior hace surgir un nuevo ser de sí misma allí donde se enfrenta al peligro de endurecerse. Así es como debemos captar la esencia del egoísmo. Es precisamente el ego que se deja fecundar por el entorno, el que produce un nuevo ego en la cima de la existencia, el que estará maduro para desbordarse en actos que de otro modo sólo pueden expresarse en exigencias sin valor, en postulados morales sin valor. Pues sólo a través del conocimiento del mundo se enciende una voluntad que también puede volver a relacionarse con el mundo. Nunca será posible lograr el cumplimiento de las exigencias morales a través de ninguno de los puntos del programa de una sociedad, por muchas sociedades que hagan del amor universal a la humanidad su primer punto del programa. Toda predicación ordinaria de filantropía no es diferente de cuando una estufa se tiene en una habitación fría y le dices: "¡Querida estufa, tu deber moral como estufa es hacer que la habitación se caliente! "Podrías quedarte ahí durante horas, días, ... A la estufa no se le ocurriría calentar la habitación. Del mismo modo que a la gente no se le ocurre practicar el amor fraternal humano, aunque prediques durante siglos que la gente debe amarse. Pero si unen el yo humano con todo el contenido del mundo, si permiten que el hombre participe de aquello que brota primero de las flores físicas, de todas las bellezas de la naturaleza, entonces verán que esta simpatía es a su vez la base de la participación superior que el hombre puede obtener en el hombre. Y aprendiendo a conocer a los seres humanos, las naturalezas humanas, el hombre aprende efectivamente, cuando se encuentra cara a cara con el otro, a tener comprensión por sus defectos, por sus méritos.

Tal sabiduría, que nace de una comprensión viva del mundo, pasa a la sangre, a los actos, a la voluntad. Y de tal sabiduría nace lo que se llama "amor a la humanidad". Igual que no es necesario parlotear delante de la estufa: "¡Querida estufa, es tu deber hacer que la habitación esté caliente! " sino simplemente poner en ella leña y fuego y encenderla, así deben ustedes proporcionarle al hombre leña y fuego para encender, calentar e iluminar su alma: esto es conocimiento vivo del mundo, donde hay comprensión de la naturaleza humana, donde hay armonía armónica entre el yo humano y el resto del mundo exterior. También surge el amor vivo de la humanidad, el que puede fluir de corazón a corazón, el que une a las personas y les enseña a reconocer que las obras que hacemos sólo para nosotros mismos nos matan, nos desolan, pero que las obras que se absorben beneficiosamente en la vida del otro son un reflejo que vuelve a nuestra propia fuerza. Así, a través del egoísmo bien entendido, nuestro yo se vuelve rico y capaz de desarrollarse cuando vivimos nuestro propio yo tanto como sea posible en el yo del otro, cuando desarrollamos no sólo el sentimiento de nosotros mismos sino también la compasión tanto como sea posible. Así es como la ciencia espiritual ve la naturaleza del egoísmo.

Todos los que han reflexionado sobre la existencia de forma seria y digna se han interesado sobre todo por la esencia de lo que hoy hemos tocado en el sentido más profundo. La esencia del egoísmo debió interesar a las personas de más alto rango precisamente en el momento en que el hombre se había arrancado a sí mismo de ciertas relaciones con su entorno. El siglo XVIII es la época en que la individualidad del hombre se liberó de su entorno. Uno de los que se ocupó del problema del egoísmo humano, del yo humano, es Goethe. Y él nos ha dado la poesía actual del egoísmo como un ejemplo del mundo de lo que él pensaba sobre la naturaleza del egoísmo. Esta poesía es su "Wilhelm Meister".

EL WILHEM MEISTER de GOETHE. (el egoísmo visto por Goethe)

Del mismo modo que Fausto le acompañó a lo largo de su vida, la poesía de "Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister" y su continuación "Los años de viaje de Wilhelm Meister" acompañaron a Goethe a lo largo de su vida. Ya en los años setenta del siglo XVIII, Goethe sintió en su interior la tarea de crear la peculiar vida de Wilhelm Meister como una especie de imagen de su vida; y en su vejez, cuando ya estaba en vísperas de su muerte, completó este segundo poema en la " Wanderjahre ". Sería excesivo entrar en detalles sobre Wilhelm Meister. No obstante, tal vez pueda llamar un poco su atención sobre el problema del egoísmo tal como lo encontramos en Goethe.

Podría decirse que Goethe retrata en su Wilhelm Meister a un egoísta sofisticado. Wilhelm Meister procede de la clase mercantil. Pero es lo suficientemente egoísta como para no permanecer en esta profesión, que le han dicho que es su deber. ¿Qué quiere en realidad? Resulta que quiere desarrollar al máximo su propio yo, moldearse a sí mismo con la mayor libertad posible. Convertirse en una especie de ser humano perfecto vive en él como una oscura premonición. Ahora Goethe conduce a este Wilhelm Meister a través de los más diversos destinos de la vida para mostrar cómo la vida trabaja sobre esta individualidad para llevarla más alto. Goethe sabe muy bien que Wilhelm Meister se deja llevar por todo tipo de circunstancias vitales y, sin embargo, no alcanza una meta muy concreta. Por eso le llama en un momento dado "pobre perro"; pero al mismo tiempo dice que sabe que una persona, aunque tenga que abrirse camino a través de la estupidez y la aberración, es sin embargo conducida a una determinada meta o al menos a un determinado camino por ciertas fuerzas que hay en el mundo. La opinión de Goethe, que nunca desapareció de su alma, es que la vida humana nunca está completamente sometida al azar, sino que está sujeta a leyes, como todas las cosas, y de hecho a leyes espirituales. Por eso dice Goethe que todo el género humano debe considerarse como un gran individuo aspirante que se hace dueño de lo accidental. De este modo, Goethe quiere mostrar cómo Wilhelm Meister está siempre empeñado en elevar, enriquecer y perfeccionar su yo. Pero, al mismo tiempo, Goethe conduce a su Wilhelm Meister a unas condiciones de vida que, en el fondo, carecen de los fundamentos de la vida real. 

Ahora podríamos entender, por la naturaleza del siglo XVIII, por qué lo aleja de la vida real. Lo conduce a la esfera de la comicidad. Por tanto, no debe seguir la única profesión real de la vida, sino a través de círculos que despliegan la apariencia de la vida, la imagen de la vida. En cierto sentido, el arte mismo es una imagen de la vida. No se sitúa dentro de la realidad inmediata, sino que se eleva por encima de ella. Goethe era muy consciente de que el artista que se queda solo con su arte corre el peligro de perder el sólido suelo de la realidad. Es hermoso decir que la musa puede acompañar, pero no guiar a través de la vida. En primer lugar, Wilhelm Meister se abandona por completo a la guía de las fuerzas que residen en el arte, y en su caso especialmente en el arte de la interpretación, que se centra en las bellas apariencias.

Si dejamos pasar un poco esta vida del Wilhelm Meister, veremos cómo se debate efectivamente entre la insatisfacción y la alegría. Dos episodios son especialmente importantes para comprender la primera parte de Wilhelm Meister, los "Años de aprendizaje". Wilhelm Meister se debate entre la insatisfacción y la alegría en su entorno de actor. Finalmente llega a una especie de representación modélica de "Hamlet" y experimenta así cierta satisfacción dentro del elemento al que se ve abocado. De este modo eleva su yo. Los dos episodios intercalados en los años de aprendizaje, sin embargo, nos muestran con bastante claridad lo que Goethe tiene en el trasfondo: a saber, la naturaleza del egoísmo. En primer lugar, está el episodio con la pequeña Mignon, a la que Wilhelm Meister encuentra en una compañía un tanto dudosa y que le acompaña durante un tiempo como una figura maravillosa. Es muy curioso lo que Goethe dijo una vez sobre Mignon al canciller von Müller de forma significativa en su vida posterior. Él recogió una frase de la señora von Staël: que todo lo que se dice de Mignon es en realidad un episodio que no pertenece en absoluto a la poesía. Goethe dijo que, en efecto, se trataba de un episodio, y quien sólo se interesara por el desarrollo externo de la historia podría decir que ese episodio podía omitirse. Pero sería muy erróneo, pensó Goethe, creer que la historia de Mignon era sólo un episodio; más bien, todo el Wilhelm Meister fue escrito en realidad a causa de esta extraña figura.

Ahora bien, Goethe se expresó en una conversación directa de tal manera que describió radicalmente ciertas cosas, que no deben tomarse tan al pie de la letra. Pero si profundizamos, también podemos ver por qué le dijo esta palabra al canciller von Müller. En esta figura de Mignon, -esta figurita en realidad no debería tener nombre propio alguno, pues debería significar el "favorito"-, Goethe representa a un ser humano que vive lo justo para que se forme en él el germen de tal egoísmo que podría considerarse egoísmo en absoluto. Toda la psicología de esta Mignon es muy extraña. Allí esta muchacha desarrolla, en realidad desarrolla de un modo ingenuo todo lo que se podría llamar: absorción en la vida exterior. Nadie advierte nunca en este ser ninguna cualidad que pudiera mostrarnos que haría incluso aquellas cosas que otras personas hacen sólo por egoísmo; sino que las hace por la naturalidad de su naturaleza. Uno quisiera decir que este pequeño ser no sería humano si no hiciera todo esto; es todavía tan ingenuo, es todavía tan humano, que el egoísmo aún no se ha despertado. En el momento en que comienza en Wilhelm Meister un episodio de la vida que rompe el vínculo que le une a Mignon, ella se marchita y muere como la planta, que también muere cuando ha llegado a cierto punto de su existencia. Ella es un ser que aún no es humano, que aún no es "yo", que expresa la ingenuidad infantil, la humanidad general en conexión con todo el entorno. Y muere como la planta. Podría decirse que el dicho se aplica realmente a Mignon: 

« La rosa no busca un motivo, 
florece porque florece,
No se presta atención a sí misma, 
no pregunta si la verá alguien".

Realmente se podría decir que dos cosas hechas por dos personas diferentes son dos cosas muy diferentes, ¡aunque sean la misma cosa! Lo que otros hacen por egoísmo, ella lo hace por la naturalidad de su naturaleza; y en el momento en que se cuestiona que algo parecido a un impulso egoísta pueda despertar en su alma, ella muere. Esa es la magia de este ser, que tenemos ante nosotros un ser humano sin ego, y que se nos escapa de las manos cuando el egoísmo podría despertarse. Y puesto que Goethe estaba especialmente interesado en el problema del egoísmo en Wilhelm Meister, nos parece comprensible que las palabras le vinieran en aquel momento: Lo que debes buscar en Wilhelm Meister, lo encontrarás en realidad en la contraimagen, en Mignon. Eso que se muestra en la pequeña criatura, apareciendo por primera vez en el momento en que quiere estar ahí, es precisamente lo que hace tan difícil que Wilhelm Meister desarrolle su yo, y por eso debe ser guiado a través de toda la educación de la escuela de la vida.

Luego, entretejida en el Wilhelm Meister, -aparentemente fuera de contexto-, está la parte titulada "Confesiones de un alma bella". Sabemos que estas "Confesiones" están tomadas casi textualmente de las notas de Susanne von Klettenberg, amiga de Goethe. Lo que brotaba del corazón de esta dama es lo que tenemos que buscar en las "Confesiones de un alma bella", que encontramos en Wilhelm Meister. En estas mismas confesiones, -podría decirse-, se revela la esencia del egoísmo en su punto más alto. ¿Y cómo? Esta bella alma, Susanne von Klettenberg, ha ascendido a altas cotas de la vida humana. Pero es precisamente en estas confesiones, cuando seguimos al ser humano hasta esas altas regiones, donde ella muestra los peligros del egoísmo, la otra cara del enriquecimiento, de la afirmación del yo. Porque Susanne von Klettenberg nos muestra su propio desarrollo en las Confesiones de un alma bella. Allí ella muestra primero cómo se complace en su entorno como las demás personas, pero entonces un día se despierta algo en su alma que le dice: ¡Algo vive en ti que te acerca al Dios que hay en ti! Lo primero que experimenta es que estas vivencias interiores la alejan del mundo exterior. No le interesa lo que le rodea. Encuentra alegría y dicha en todas partes y especialmente una felicidad interior en el contacto que tiene con lo que interiormente llama y experimenta como su "Dios". Se retrae completamente en su vida interior. En esencia, esta bella alma siente que en realidad esto no es otra cosa que un egoísmo refinado. Este amanecer de un interior espiritual, que aleja al hombre del entorno, que le vuelve frío y despiadado hacia el entorno, que le despega del entorno, puede que al principio le otorgue una satisfacción, una cierta felicidad. A la larga no le da ninguna felicidad. Porque al alejarlo de su entorno, lo destruye en sí mismo. Pero esta alma bella es al mismo tiempo un alma que se esfuerza enérgicamente, y así progresa de etapa en etapa. Ella no puede desprenderse completamente de lo que viene de fuera y puede crear armonía. Así que siempre busca el misterioso trasfondo en los símbolos de las distintas religiones para ver reflejado aquello que se ha alzado en su yo como su divinidad. Pero básicamente no es suficiente para ella, lo que puede experimentar en las formas externas. Ella quiere ir mas lejos. Y entonces ella es llevada a una etapa extraña en su vida. Un día se dice a sí misma: Todo lo que existe como humanidad en nuestra tierra no era demasiado pequeño para que Dios hubiera descendido y se hubiera encarnado en un ser humano. Y en este momento no siente que el mundo exterior esté degradado porque no sea lo espiritual en sí sino sólo la expresión de lo espiritual, o porque incluso represente una apostasía de lo espiritual, sino que en este momento siente que este mundo exterior está realmente impregnado de espíritu y que el hombre no tiene derecho a desprenderse de lo que le rodea. Entonces apareció otra experiencia que le dijo: "Es verdad lo que se dice que sucedió en Palestina al principio de nuestra era. Ella participa en ello, experimenta en sí misma todo el curso de la vida de Cristo Jesús hasta la crucifixión y la muerte. Ella experimenta lo divino en la humanidad, y lo experimenta de tal manera, como ella describe claramente, que toda la imaginería externa, todo lo que podría aparecer física y sensorialmente en imágenes, retrocede; convirtiéndose en una experiencia puramente anímico-espiritual, una experiencia invisiblemente visible, inaudiblemente audible. Ahora se siente unida no a una divinidad abstracta, sino a una divinidad que pertenece al propio mundo terrenal. Pero de nuevo se ha distanciado en cierto modo y no encuentra su camino en las condiciones ordinarias de la vida. Entonces le ocurre algo gracias a lo cual es capaz de ver en cada objeto natural, en cada existencia, en todas las circunstancias que nos rodean a diario, algo que es la expresión de lo espiritual. Esto lo considera como una especie de nivel superior. Y es característico de Goethe que él mismo encontrara una especie de confesión en la que pudiera compartir las "confesiones de un alma bella".

¿Qué quería mostrar Goethe como un punto educativo importante para Meister? Wilhelm Meister debía leer este manuscrito y así ser conducido un paso más arriba. Era para mostrarle que el hombre no puede desarrollar una vida anímica viva y activa lo suficientemente alta dentro de sí mismo; que no puede llegar lo suficientemente alto y lejos en lo que puede llamarse contacto con el mundo espiritual; pero que aislarse del mundo exterior no puede conducir a una satisfacción de su existencia, y que el hombre sólo comprende el gran mundo que nos rodea cuando vierte su vida interior, que se ha enriquecido, sobre el entorno.

Así quiere mostrarlo Goethe: Uno puede mirar inicialmente el entorno tal como es. Entonces uno verá lo ordinario trivial y se aferrará a lo cotidiano. Entonces uno dirá quizás: ¡Eso es lo cotidiano ordinario, lo espiritual sólo se puede encontrar dentro de uno mismo! Y puedes encontrarlo en tu ser interior en el nivel más alto. Pero cuando lo has encontrado allí, estás tanto más obligado por tu propio bien a volver al mundo exterior. Entonces encuentras lo que antes encontrabas en tu espiritualidad. El propio mundo puede estar disponible una vez para el trivial y otra vez para el que ha encontrado el espíritu dentro de sí mismo. El uno encuentra el mundo trivial ordinario del monismo actual, el otro encuentra lo espiritual detrás de todo lo sensorial en este mismo mundo, porque primero ha enriquecido sus propias facultades espirituales y ha desarrollado los órganos dentro de sí mismo. Por tanto, para Goethe este desarrollo interior es una desviación para adquirir conocimiento del mundo. Esto representa sobre todo el alma que Goethe caracteriza en Wilhelm Meister. Wilhelm Meister sale adelante precisamente por el hecho de que más procesos secretos de la vida tienen efecto en él. No son tanto las experiencias externas como el acto mismo de ponerse en las experiencias y el curso de desarrollo de tal otra alma.

En el Wilhelm Meister de Goethe se ha criticado que, una vez concluidos los "años de aprendizaje" de Wilhelm Meister, hay detrás de él algo así como una sociedad secreta que le guía de forma invisible. Se ha dicho que esto ya no podría interesar a la gente de hoy; tal cosa sólo existía en el siglo XVIII. Pero para Goethe había algo muy distinto detrás de todo ello. Se trataba de mostrar que el yo del maestro realmente debe encontrar su camino a través de los diversos laberintos de la vida, y que una cierta guía espiritual está presente en la humanidad. Lo que en Wilhelm Meister se nos presenta como la "Sociedad de la Torre", a través de la cual Wilhelm Meister es guiado, sólo pretendía ser una vestimenta de los poderes y fuerzas espirituales que guían al hombre, aunque su propio camino por la vida pueda pasar por "la estupidez y la confusión"; así Meister es guiado además por poderes invisibles.

En nuestra época, estas cosas se juzgan de arriba abajo. Pero también en nuestra época, los filisteos tienen el derecho exclusivo de emitir un juicio final sobre personalidades como Goethe, por ejemplo. Cualquiera que conozca el mundo lo admitirá: Nadie puede encontrar en una persona más de lo que tiene en sí misma. Y cualquiera podría afirmar esto de Goethe. Pero es precisamente el filisteo quien no afirma esto; en cambio, encuentra todo lo que hay en Goethe. Y pobre de aquel que afirme lo contrario. Pues tiene toda la sabiduría en sí mismo y puede examinar toda la sabiduría. Por supuesto, esto convierte a Goethe en un filisteo. No es culpa de Goethe.

Así continúa Wilhelm Meister en la segunda parte, en la "Wanderjahre". Filisteos y no filisteos se han disgustado por la falta de composición y el carácter poco artístico de la Wanderjahre. Sí, es algo desagradable lo que Goethe nos ha servido allí. En el apogeo de su vida, quiso retratar a partir de sus propias experiencias vitales cómo una persona puede recorrer los diversos laberintos de la vida. En cierto modo, quería retratar una imagen especular de sí mismo. Y también cuenta cómo surgió esto. En primer lugar, se tomó muchas molestias con la primera parte de la "Wanderjahre". No queremos ocultar nada. Pero entonces empezaron a imprimirlo antes de que el resto estuviera terminado. Y ahora resulta que el impresor podía componer más rápido de lo que Goethe podía escribir. Goethe continuó ahora la trama a grandes rasgos. En años anteriores él había escrito varios cuentos de hadas y novelas, como la historia de la "Sagrada Familia", la historia de la "niña de las nueces marrones", el "Cuento de hadas de la nueva Melusina" y otros. Todo ello está incluido en la "Wanderjahre", aunque no estaba originalmente destinado a ella. Goethe procedió de tal manera que insertó tales historias en diversos puntos e hizo rápidas transiciones. Esto es bastante sin composición. Pero la historia aún no iba lo suficientemente rápido. Goethe todavía tenía algunas obras de antes. Los entregó a su secretario Eckermann y le dijo: ¡Pon lo que puedas poner! Así que Eckermann compuso lo que aún quedaba, y las partes individuales se soldaron entonces a menudo de forma bastante suelta. Aquí se puede decir: ¡Esta es una obra completamente sin composición! Y quien quiera juzgarla desde un punto de vista artístico puede hacerlo. ¡Pero después de todo, Eckermann no escribió ni una sola línea! Todas estas son obras de Goethe, obras en las que siempre expresó lo que vivía en su alma. Y la figura de Wilhelm Meister siempre estuvo ante él. Así que fue capaz de incorporar los acontecimientos de la vida que habían afectado a su alma. Así es como le habían afectado. Y como el "Wilhelm Meister" es un reflejo de sí mismo, estas cosas se presentan básicamente de forma serpenteante en el curso del poema, igual que se presentaban de forma serpenteante para el propio Goethe. Y esto no nos da una imagen inexacta. Se ha dicho: ¡no hay tensión en él! ¡la trama es constantemente interrumpida por sabios comentarios! Usted no ha leído la novela y la está criticando hasta la saciedad.

Por supuesto, los afectados tenían razón desde su punto de vista. Pero hay otro punto de vista. Porque uno puede aprender cosas tremendas precisamente de estos años de viaje, si tiene el interés y la voluntad de subirse a las experiencias de las que aprendió el propio Goethe. Y eso también es algo. ¿Es que todo tiene que tener siempre una buena composición si hay algo que nos puede servir de otra manera? ¿Es eso tan malo? Quizá sea muy malo para esas personas el hecho de que haya tanta sabiduría en Wilhelm Meister, que ya lo saben todo y no necesitan aprender nada más.

La segunda parte, en particular, expresa de forma maravillosa cómo el yo puede elevarse cada vez más y convertirse en el pináculo de la existencia. En particular, se nos muestra cómo Willielm Meister lleva a su hijo a una institución educativa muy extraña. Una vez más, los filisteos han emitido un juicio muy despectivo sobre esta institución educativa. Ni siquiera han considerado que Goethe no quería plasmar esta institución aquí o allá en la realidad, sino que quería dar, como simbólicamente, una especie de ilustración del sistema educativo en su "provincia pedagógica". Quienes se acercan a esta institución notan inmediatamente cómo ciertos gestos expresan lo que hay en el alma humana. Hay un gesto en el que las manos se juntan sobre el pecho y las pupilas miran hacia arriba. También hay un gesto en el que las manos se juntan detrás de la espalda cuando la persona se coloca al lado de otra. Pero hay algo muy especial en el que el alma se expresa a través del gesto de inclinarse hacia la tierra. Cuando se pregunta qué significa todo esto, se explica que los muchachos deben despertar en el alma, en su yo, lo que se llama las "tres reverencias" y a través de las cuales el hombre puede desarrollar su alma cada vez más alto. Se presentan al hombre como el principio más importante del desarrollo. En primer lugar, el hombre debe aprender a mirar con reverencia lo que está por encima de él; luego debe aprender a tener reverencia por lo que está por debajo de él, para saber de manera correspondiente cómo ha crecido a partir de lo que está por debajo de él; luego debe aprender a tener reverencia por lo que está a su lado, que tiene el mismo valor que el hombre al lado del hombre; porque sólo a través de esto el hombre puede tener la reverencia correcta por su propio yo. Esto lo lleva a la armonía correcta con su entorno si tiene la reverencia correcta por lo que está por encima de él, por lo que está por debajo de él y por lo que está a su lado. Esto también desarrollará su yo de la manera correcta, y el egoísmo no puede ir por mal camino.

A continuación se muestra cómo las religiones más importantes de la humanidad deben trabajar en el alma humana. Las religiones nacionales o étnicas deben vivir en el alma como dioses o espíritus que están por encima del hombre; luego, lo que podríamos llamar las religiones filosóficas deben vivir en el alma a través de lo que se hunde en el alma como reverencia por lo mismo; y lo que nos lleva a la existencia, que de otro modo puede ser fácilmente despreciada, lo que nos hace ver la muerte, el dolor y los obstáculos en el mundo de la manera correcta con reverencia, eso nos lleva a la comprensión correcta de la religión cristiana. Porque esto se subraya, que la religión cristiana nos muestra cómo Dios desciende a las envolturas sensuales, cómo toma sobre sí toda la miseria de la vida y pasa por todo lo humano. La reverencia por lo que está abajo pretende dar una comprensión correcta de la religión cristiana.

Así se nos muestra el desarrollo exacto del hombre. Y Goethe nos muestra a continuación cómo Wilhelm Meister es conducido a una especie de templo donde, en imágenes llenas de significado, las tres religiones aparecen ante las almas de los muchachos que han de ser educados allí desde su más tierna juventud, y cómo todo ha de armonizarse en esta utópica institución educativa. Pero esta institución expresa más bien una manera de pensar, una manera de imaginar cómo debe crecer el hombre desde su más tierna infancia, para que, por un lado, encuentre la armonía con su entorno y, por otro, la posibilidad de llevar su yo cada vez más alto. Esto se describe con gran detalle. Se muestra, por ejemplo, cómo los niños no se distinguen por las apariencias externas; no tienen la misma ropa, que reciben según la edad; en cambio, se les conduce hacia ropas de los tipos más variados, que deben elegir por sí mismos. De este modo, se desarrolla la individualidad de los niños. De hecho, como siempre se impone una especie de esprit de corps, y el individuo pasa a un segundo plano ante la imitación de una persona más poderosa, de modo que los chicos eligen individualmente los uniformes de los demás, se sigue incluso el principio de que, al cabo de un tiempo, esas prendas se desechan y se sustituyen gradualmente por otras. En resumen, Goethe quiere mostrar cómo debe ser educado el hombre en crecimiento, -hasta en los gestos-; en todo aquello que por un lado puede conducirle a la armonía con el entorno, y que por otro desarrolla de nuevo la libertad interior individual, -hasta en el ropaje-.

Se podría llamar a esto una fantasía; también se intenta afirmar que tal cosa nunca ha existido en esta forma. Pero el propio Goethe sólo quería decir que de algún modo y en algún momento podría cumplirse, que estos pensamientos fluyeran en todas partes y siempre y se asentaran donde pudieran asentarse. A quien no lo considere posible, podría recordársele a Fichte, que desarrolló un elevado ideal ante sus alumnos; pero él era consciente de ello y lo dijo especialmente para quienes no saben mucho de la realidad pero siguen llamándose espíritus de la realidad: Que los ideales no pueden cumplirse directamente en la vida ordinaria, eso también lo sabemos los demás, tal vez incluso mejor; pero también sabemos que los ideales deben estar ahí para ser reguladores de la vida, ¡y para transformarse en vida!.... Esto es algo que hay que subrayar una y otra vez. Y los que no quieren tener ideales, dice Fichte, sólo demuestran que no se ha contado con ellos en el cálculo de la Providencia. Y añade que ¡que un buen Dios les conceda lluvia y sol, buena digestión y posiblemente también buenos pensamientos en el momento oportuno! Esta afirmación tan evidente podría aplicarse también a quienes afirman que la institución educativa del Wilhelm Meister de Goethe no puede hacerse realidad. Se puede cumplir en lo más grande y en lo más pequeño, si hay personas que intentan introducir tales principios en la vida bajo nuestras condiciones cotidianas.

Y un segundo episodio en Wilhelm Meister es aquel en el que se nos presenta una personalidad que demuestra en grado sumo la fusión del yo en el gran yo del mundo. Esta personalidad se nos presenta en la extraña figura de Makarie. Aquí Goethe nos muestra una personalidad que ha despertado interiormente, que ha desarrollado el espíritu en sí misma hasta tal punto que vive en aquello que impregna el mundo como espíritu. Goethe la retrata de tal modo que a través de un saber interior que vive en ella tras el despertar de su alma, a través del desencadenamiento de sus poderes interiores, sabe desde dentro lo que un hábil astrónomo a la altura de su tiempo calcula sobre las órbitas de las estrellas. Lo que son las más elevadas investigaciones científico-espirituales, lo presenta Goethe en el punto en que expresa cómo el alma puede vivenciarse a sí misma en todo el universo precisamente a través de la ciencia espiritual, cómo el autoconocimiento puede convertirse en conocimiento del mundo y el conocimiento del mundo en autoconocimiento.

De este modo, coloca en torno a su Wilhelm Meister, por así decirlo, toda una serie de cuadros que nos muestran cómo debe desarrollarse el yo humano. En el sentido correcto, el Wilhelm Meister de Goethe es, de principio a fin, un ejemplo del desarrollo del hombre de tal manera que la naturaleza del egoísmo se considera en relación con este desarrollo.

Cuando vemos en un poeta la expresión de un problema tan importante de la ciencia espiritual, es para nosotros una nueva prueba, -como ya hemos visto en nuestras reflexiones sobre Fausto, sobre el Cuento de la serpiente verde y el hermoso lirio y sobre Pandora-, de que en Goethe tenemos ante nosotros a un genio que es uno con lo que llamamos ciencia espiritual en el sentido genuino y verdadero. El propio Goethe habla así cuando dice: "Captar la esencia del egoísmo sólo es posible si se considera al hombre en todo su ser, si se sabe cómo el universo tuvo que conducir al hombre fuera del espíritu hasta el punto en que cae en las tentaciones del egoísmo. Si el hombre no hubiera podido caer en el egoísmo, no podría permanecer allí como una flor de todo lo que se extiende fuera. Pero si cae en esta tentación, cae en aquello que lo mata. Así pues, la sabiduría de todo el mundo es que todo lo que es bueno en el mundo puede desbordarse para aparecer como libertad en el hombre; pero que en el momento en que el hombre abusa de su libertad, en el momento en que ésta se desborda en el hombre, se produce una autocorrección.

Este es otro capítulo que nos muestra cómo todo lo malo, todo lo perverso de la naturaleza humana, si lo miramos desde un punto de vista superior, puede transformarse en bien, en aquello que es promesa del progreso eterno y siempre creciente del hombre. Así, todas las enseñanzas de la ciencia espiritual, si no tenemos miedo de descender a las profundidades del dolor y del mal, se convierten en algo que conduce a las más sublimes alturas del espíritu y de toda la humanidad, y que es una confirmación de lo que nos resuena de la antigua sabiduría y poesía griegas como la hermosa frase con la que hoy queremos concluir nuestra reflexión:

¡El hombre es la sombra de un sueño, 
pero cuando le ilumina el rayo del sol enviado por Dios, 
el día se vuelve luminoso 
y toda la vida se satura de estímulos!

Traducido por J.Luelmo abr.2024

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919