GA100 Basilea, 21 de noviembre de 1907 - El misterio de los números en el evangelio de Juan

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Evolución humana y conocimiento de Cristo
RUDOLF STEINER

El misterio de los números en el evangelio de Juan

Basilea, 21 de noviembre de 1907


6 conferencia, 

Uno de los secretos más importantes de todas las escuelas ocultas, incluida la dionisíaca, es el llamado secreto de los números. Nadie que no sea capaz de descifrar el secreto de los números puede leer una escritura oculta. Cuando aparecen números en los documentos religiosos, siempre hay un significado profundo detrás. La escuela de Pitágoras también se basa en el secreto de los números. Si bien es cierto que la letra mata, al interpretar escrituras ocultas hay que atribuirle un valor muy concreto a la letra, de lo contrario se corre el riesgo de interpretar en esta escritura el espíritu que se quiere encontrar en ella. En el Evangelio de Juan encontramos múltiples números con significado oculto. En la quinta conferencia se habló de las tres mujeres que estaban junto a la cruz, de la Virgen María, Sofía y Magdalena. En la conferencia de hoy, queremos basarnos primero en otra consideración numérica.

Recordemos primero la conversación de Cristo Jesús con la samaritana (cap. 4, 7 y ss.). Cristo pronuncia las significativas palabras: «Has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido». Y vuelve a aparecer el número cinco en la curación del enfermo de treinta y ocho años (cap. 5, 5). El estanque de Betesda tiene cinco pórticos. Profundicemos un poco más en el significado de este número místico cinco. Consideremos el ser humano en relación con la evolución de la humanidad. Como hemos visto, el ser humano está compuesto por nueve partes, que sin embargo pueden reducirse a siete. En la evolución del ser humano, estos siete cuerpos se desarrollan gradualmente. En el ser humano actual aún no se han desarrollado los siete miembros. El ser humano medio ha alcanzado el nivel del alma consciente, mientras que el yo espiritual se encuentra aún en los inicios de su desarrollo. Retrocedamos hasta el momento de la evolución humana en el que el ser humano aprendió a decir conscientemente «yo». Este momento fue precedido por la antigua época atlante, en la que los seres humanos aún estaban dotados de poderes clarividentes inciertos. En la zona de la Atlántida, que corresponde a la actual Irlanda, vivía un pueblo atlante tan avanzado en su desarrollo que se le formó la cubierta de la cabeza etérica y física.

Este era el pueblo más avanzado de la época, y estaba destinado a convertirse en el portador del desarrollo futuro. Un espíritu muy avanzado, Manu, guió a este grupo hacia el este, a través de la actual Rusia, hasta Asia Central, a la zona del actual desierto de Gobi. Allí se fundó una colonia desde la que se enviaron grupos en diferentes direcciones para difundir la cultura de este pueblo. Esto ocurrió en la época en que el continente de la Atlántida se hundía poco a poco. Las actuales África y Europa «emergieron gradualmente de las aguas. Otro grupo de atlantes se trasladó desde sus lugares de residencia hacia el oeste y formó la población indígena de la actual América, donde fue descubierta por los europeos. Otro grupo se trasladó al norte de Europa. Todos estos grupos han conservado sus recuerdos clarividentes en antiguas leyendas y mitos. Si comprendemos correctamente estas leyendas y mitos, se aclararán algunas de las oscuridades que aún pesan sobre la historia de la humanidad; entonces aprenderemos a comprender muchas cosas que ahora aún nos resultan incomprensibles. Pero no debemos ser pedantes al explicar estas leyendas y mitos. Debemos saber de qué manera tan complicada han influido las experiencias clarividentes y la imaginación en la creación de estas antiguas leyendas. En esta época del primer despertar del yo en la personalidad, el ser humano vivía en mayor medida en su entorno que más tarde. También percibía menos los contornos externos de los objetos que le rodeaban que sus propiedades internas y la relación que tenían con él, si le eran útiles o perjudiciales, amistosos o hostiles. Cuanto más se encerraba el yo en la personalidad humana, más disminuían las capacidades clarividentes, mientras que las formas del mundo exterior se hacían cada vez más evidentes ante el ojo físico. Si imaginamos este hecho, podemos comprender fácilmente que la entrada del yo provocó un cambio enorme. Antes, el ser humano no veía su propio cuerpo, ahora comenzaba a designarlo como su yo.

En los últimos tiempos, la Atlántida era una tierra neblinosa, cubierta por una densa niebla; no había alternancia entre lluvia y sol, ni tampoco aparecían los arcoíris. Estos solo pudieron surgir en la era postatlante, cuando las masas de niebla se dispersaron. Este acontecimiento ha permanecido vivo en la conciencia popular como la leyenda de Heimdall y en la historia de Noé y el arca. El recuerdo de la tierra de niebla se ha conservado en el nombre nórdico Niflheim, tierra de niebla. Los pueblos nórdicos también han conservado el impacto del yo en la personalidad humana en la leyenda de los Nibelungos. Allí, el yo se representa con el símbolo del oro.  El oro se disolvió en el agua, pero se concentró en el anillo, el tesoro de los nibelungos: el yo, que hasta entonces había estado disperso por todo el mundo, se concentró en la forma humana sólida. En la adaptación de esta leyenda por Wagner se puede percibir claramente el sentimiento inconsciente del artista creador. Wagner no era plenamente consciente de lo que creaba en su obra, pero le guiaba un conocimiento subconsciente. Así, por ejemplo, Wagner podría haber caracterizado la llegada del yo a la conciencia, en el punto de órgano que recorre toda la obertura de la ópera «El oro del Rin».

Allá, en el Lejano Oriente, bajo el liderazgo de una individualidad altamente desarrollada, surgió la primera cultura, de la que aún dan testimonio los antiguos Vedas. El primer impacto de esta cultura se produjo hacia el sur, en la antigua cultura india. En los antiguos mitos y leyendas indios, en los documentos religiosos, se conservan los relatos de estos hechos, que pueden ser leídos por los clarividentes. Muchas cosas aparentemente contradictorias se revelan allí como la verdad más profunda. Esta cultura aún conservaba recuerdos claros de la antigua clarividencia y sentía un profundo anhelo por ella, como por un bien precioso que, lamentablemente, se había perdido. Los seres humanos aún estaban tan imbuidos de la realidad del mundo espiritual que describían el mundo físico como maya, ilusión. Por eso intentaron recuperar ese bien perdido apartando la mirada de lo terrenal y dirigiéndola constantemente hacia lo espiritual. Este es el origen de los ejercicios de yoga, que tratan de introducirnos en el mundo espiritual mediante la amortiguación de la conciencia. Querían volver al antiguo estado de crepúsculo; buscaban el camino que les llevara de vuelta al paraíso perdido. Durante toda la época atlante, el mundo exterior solo era perceptible para los seres humanos en contornos borrosos. Los atlantes aún vivían principalmente en el mundo espiritual. Para el investigador espiritual, todo el período posatlante significa solo una conquista gradual del plano físico. La primera época cultural posatlante, la india, todavía tenía poco sentido de lo que hay fuera, en la naturaleza física, que los iniciados consideraban una ilusión absoluta, desde la cual buscaban llegar a la única realidad, la realidad espiritual.

 La segunda influencia fue la antigua cultura persa. El persa está más cerca del mundo exterior que el indio; conoce la apariencia del bien y del mal, representados por los dioses Ormuzd y Ahriman. Busca unirse al primero para combatir al segundo. La Tierra es para él un campo de trabajo para integrar el espíritu en la existencia física. La tercera época cultural es la cultura egipcio-asiria-caldea-babilónica. El ser humano ha dado un paso más en la conquista del plano físico. Para los persas, el mundo físico era todavía un campo de trabajo indiferenciado. Ahora, el ser humano ya aplica sus conocimientos para someter las fuerzas de la tierra. Conoce la geometría para dividir sus tierras; su mirada va más allá de la Tierra, hacia las estrellas, y así surge la astronomía.

La cuarta es la época cultural grecolatina. Mientras que hasta ahora el ser humano se ha ocupado en la ciencia de la cultura exterior, ahora plasma su propio interior, lo específicamente humano, en la materia. Vemos reaparecer su propia figura en las obras de arte que crea; en la epopeya y el drama que compone, describe sus propias cualidades espirituales. El romano es el ciudadano que proyecta su propia legalidad y así forma el Estado y la jurisprudencia. En la quinta era, en la que vivimos hasta ahora, el ser humano ha avanzado aún más en el dominio del mundo exterior. Nuestra época significa el descenso más profundo del espíritu a la materia desde los tiempos de la Atlántida. Era necesario que se produjera este descenso para que la humanidad pudiera avanzar. Solo después de que el espíritu haya descendido completamente a la materia podrá comenzar de nuevo su ascenso. Nuestra era ha desarrollado una gran ciencia, con cuya ayuda podemos dominar las más diversas fuerzas de la naturaleza. En la antigüedad, cuando el hombre molía sus granos de cereal de forma primitiva entre dos piedras, no se necesitaba un gran esfuerzo de fuerza espiritual para satisfacer sus escasas necesidades vitales. En nuestra época es muy diferente. Pensemos solo en el enorme esfuerzo espiritual que se necesita para satisfacer las necesidades materiales del hombre moderno. Tenemos locomotoras, barcos de vapor, teléfonos, luz eléctrica. Aquí se ha invertido una enorme cantidad de fuerza espiritual en la materia. Sin embargo, los intereses espirituales del ser humano pasan completamente a un segundo plano. Vemos, pues, que todo el desarrollo espiritual de la humanidad en la era postatlante significa un descenso del espíritu humano hacia la materia. Pero el propósito de este descenso es la superación de la materia, ese gran adversario del espíritu. Porque después del descenso más profundo debe comenzar ahora un ascenso hacia la vida espiritual consciente.



Podemos representar el curso de la historia de la humanidad en la época postatlante mediante la gráfica adjunta.

Lo que provocará el ascenso es el poder del cristianismo. En medio de la cuarta época cultural, mucho antes de que se alcance el punto más bajo de la línea descendente, surge la estrella del cristianismo. Aparece Cristo Jesús como la gran personalidad que aporta a la humanidad la fuerza para el posterior ascenso al espíritu. Todas las épocas culturales anteriores pueden considerarse también como una preparación para el cristianismo. En la quinta época cultural, el cristianismo tiene que soportar la prueba más dura, ya que el pensamiento materialista oscurece las verdades espirituales del cristianismo. En la sexta época, el cristianismo unirá a la humanidad en una gran hermandad, y como precursor, como anunciador de esta época venidera, hay que considerar a la teosofía, que prepara la espiritualización de la humanidad.  Las enseñanzas que el cristianismo ha dado a la humanidad son tan profundas y sabias que ninguna religión futura será capaz de sustituir o desplazar al cristianismo. El cristianismo tiene la capacidad de adaptarse a todas las formas culturales del futuro.

Hay que considerar otra faceta del desarrollo humano. En la época de la Atlántida se formó el cuerpo físico y, cuando el continente de la Atlántida se inundó, el ser humano tenía aproximadamente la misma forma que tiene hoy. Entonces comenzó la formación de los miembros espirituales. En la época cultural india se desarrolló el cuerpo etérico. El pueblo indio, como primera rama cultural de la época postatlante, era muy receptivo a la vida espiritual. Esto está relacionado con la formación especial del cuerpo etérico.

Como comentario intermedio, se podría añadir lo siguiente. Nuestra cultura europea actual es muy diferente tanto de la antigua como de la actual cultura india, por lo que es comprensible que los medios y caminos que conducen a un indio y a un europeo a la vida espiritual tengan que ser diferentes. Los ejercicios de yoga que son beneficiosos para los indios son inadecuados para los europeos. Los maestros que imparten los caminos de la iniciación los adaptan completamente a los respectivos niveles de desarrollo de la humanidad. Lo que es un método excelente para un nivel puede ser directamente perjudicial para otro. Tampoco es casualidad que las religiones se hayan sucedido unas a otras.  Aunque todas ellas contienen un núcleo común de verdad, las diferentes expresiones de esta verdad están condicionadas por las diferencias entre las épocas culturales. Un árbol es un todo completo, desde la raíz hasta la flor, y sin embargo, la raíz necesita un alimento diferente al de las hojas y las flores. Del mismo modo, la humanidad de las diferentes épocas culturales requiere métodos religiosos y de iniciación diferentes.

En la cultura persa se desarrolla el cuerpo astral. En la cultura egipcio-asirio-caldeo-babilónica se desarrolla en el cuerpo astral el alma sensible. En la cultura grecolatina se desarrolla el alma racional. Nuestra propia cultura desarrolla el alma consciente. En el sexto período se desarrollará el yo espiritual, que hoy solo está presente en estado embrionario. Se necesita la enorme fuerza impulsora del espíritu crístico para desarrollar este estado embrionario. El verdadero cristianismo solo florecerá cuando se haya desarrollado el yo espiritual. Entonces la humanidad se preparará para acoger en sí misma el budhi, el espíritu de la vida. Al principio, solo un pequeño grupo de personas desarrollará esta fuerza en su interior, pero alcanzará una maravillosa vida espiritual. El cristianismo se encuentra hoy en día solo al comienzo de su desarrollo. Aquellos que se preparan hoy para la formación del yo espiritual en su interior harán que este cristianismo espiritual más profundo sea cada vez más accesible para la humanidad en el próximo período.

Vemos cómo, en la tercera era, un pequeño grupo, el pueblo judío, prepara las condiciones que hacen posible la aparición del cristianismo; cómo, en la cuarta era, la fuerza de Cristo penetra en el mundo físico; cómo, en la quinta era, se produce el descenso más fuerte de la humanidad al mundo físico; cómo, después de que la humanidad ha conquistado el dominio sobre este mundo físico, en el sexto período la humanidad adquiere una fuerza y una capacidad aún mayores para absorber la vida espiritual que ha traído el espíritu de Cristo. Cristo aparece como el primogénito, el hombre muy adelantado a su tiempo, que ya ha alcanzado el nivel que el resto de la humanidad solo alcanzará en el sexto período. El quinto período es el más material del desarrollo de la humanidad.

Las sensaciones espirituales constituyen la base de los estados físicos, y toda enfermedad del cuerpo es la expresión de alguna desviación espiritual. Por eso la lepra, la horrible enfermedad de la Edad Media, fue una expresión física del miedo que los pueblos europeos sentían hacia los hunos. Los hunos eran descendientes en decadencia de la raza atlante. Aunque sus cuerpos físicos aún estaban sanos, sus cuerpos astrales ya estaban impregnados de sustancias putrefactas. El miedo y el terror son un excelente caldo de cultivo para las sustancias putrefactas del plano astral. Así, estas sustancias putrefactas de las tribus atlantes pudieron establecerse en el cuerpo astral de los pueblos europeos y, desde allí, provocaron la lepra en el cuerpo físico de las generaciones posteriores.

Todo vive primero de manera espiritual para expresarse más tarde en el cuerpo físico. Incluso el nerviosismo actual no es más que una consecuencia de la mentalidad materialista de nuestro tiempo. Los sabios líderes de la humanidad saben que, si el auge del materialismo continuara, aparecerían grandes epidemias de enfermedades nerviosas entre nosotros; los niños nacerían con los miembros temblorosos. Por eso se creó el movimiento teosófico, para salvar a la humanidad de los peligros del materialismo. Quien difunde el pensamiento y el sentimiento materialistas favorece estas enfermedades devastadoras; quien lucha contra el materialismo lucha por la salud y la capacidad de desarrollo de nuestro pueblo.  El individuo no puede contribuir en nada a su salud; es un miembro de toda la humanidad y obtiene las sustancias necesarias para su conservación de la fuente común a todos los seres humanos. Quien profundiza en las leyes del desarrollo humano, debe observar con el corazón compungido cómo sufre el individuo y cómo su sufrimiento no es más que la expresión del extravío espiritual de toda la humanidad. La teosofía no está llamada tanto a ayudar al individuo como a impulsar a toda la humanidad hacia lo espiritual y, de este modo, contribuir a la recuperación física de la humanidad.

En la sexta y séptima era, gracias al poder de Cristo, el yo espiritual y el espíritu vital se desarrollarán en aquellos que se apoyan en Cristo. Estos alcanzarán al mismo tiempo un pensar y un sentir sanos. El cristianismo trae consigo la gran salud y la gran curación. La fuerza vital de Cristo vence toda enfermedad y muerte. El cuerpo humano se ha desarrollado como un cuerpo sólido a partir de lo líquido y, por lo tanto, en la ciencia espiritual, el elemento líquido se considera el elemento corporal. Las cinco salas que rodean el estanque de Betesda representan las cinco edades que el ser humano utiliza para penetrar cada vez más profundamente en la corporeidad, al final de las cuales ha caído completamente en la materia. Solo cuando se hayan superado estos cinco períodos, el ser humano podrá recuperarse. Quien haya caído en estas cinco salas no podrá ser curado a menos que el gran sanador, Cristo, se acerque a él. Entonces ocurre lo que se describe en el quinto capítulo del Evangelio de Juan. Así, la descripción del enfermo durante treinta y ocho años es un presagio profético de lo que ocurrirá en la sexta época, en la que el ser humano ya no necesitará remedios, porque será su propio sanador.

Al comienzo de la era postatlántica aún encontramos vestigios del parentesco consanguíneo. Las palabras de Cristo: «El que no deja a su padre y a su madre... no puede ser mi discípulo», apuntan al nivel de la humanidad en la sexta era. Entonces, en lugar de los espíritus nacionales, tribales y raciales, reinará un espíritu humano universal. Entonces el ser humano ya no será hijo de su tribu o pueblo, sino hijo de la humanidad, hijo del hombre. También en este caso, Cristo es el primero en llevar este nombre con razón (Juan, cap. 3, 13,14). En aquella época ya se comportaba como se comportarán los seres humanos cuando sean hijos del hombre.

Esto se expresa en el hecho de que Cristo se acerca a la samaritana, ya que los samaritanos no tenían relación con los judíos. Lo que el ser humano tiene en su interior, lo que hace posible su desarrollo, es algo femenino, pasivo, frente al espíritu, que representa el principio fecundador, masculino y activo. La consecuencia de esta influencia constante del principio masculino sobre el femenino es, en primer lugar, el desarrollo del cuerpo etérico, luego del cuerpo astral, del alma sensible, del alma intelectual y del alma consciente. En esta última se forma luego el yo espiritual. Esto se insinúa en la conversación de Cristo con la samaritana (cap. 4,18) con las palabras: «Has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido». Los cinco maridos que ha tenido la mujer son los cinco cuerpos espirituales que han influido en el físico, y el sexto, el yo espiritual, ya no es el marido en el sentido antiguo. Los otros cinco son etapas inferiores y transitorias del desarrollo, mientras que el sexto, el yo espiritual, representa lo divino, lo eterno. Así, en la conversación con la samaritana vemos también un anuncio de los tiempos venideros por parte de Cristo Jesús.

Mientras que los cinco cuerpos necesitan purificación externa, el yo espiritual mantendrá puro al ser humano. El cuerpo de Cristo ya está lleno de pureza. Él también quiere purificar a la humanidad y, por lo tanto, se presenta y purifica el templo de los mercaderes y cambistas (cap. 2, 14-22), es decir, purifica el templo del Espíritu Santo, el cuerpo del ser humano, de los principios inferiores que se le adhieren y lo hace capaz de recibir el Espíritu.

 Sin embargo, estas explicaciones no deben dar la impresión de que las descripciones del Evangelio de Juan deben entenderse únicamente como símbolos. En la Antigüedad, la elección del nombre no era algo arbitrario, sino que se ajustaba estrictamente al carácter de la personalidad. Así como es cierto, por ejemplo, que las tres mujeres que estaban junto a la cruz de Jesús representaban las tres cualidades del alma consciente, intelectual y sensible, también es cierto que estas tres personas estaban físicamente presentes bajo la cruz. Cuando leemos el Evangelio de Juan, vemos tanto imágenes simbólicas de lo que se realizará en la próxima era en esta Tierra, como algo que realmente ocurrió al comienzo de nuestra era. Los hechos históricos han sido presentados por los sabios, las fuerzas que guían a la humanidad, como símbolos del futuro desarrollo de la humanidad.

Traducido por J.Luelmo dic, 2025

GA100 Basilea, 20 de noviembre de 1907 - El "yo" de los diferentes cuerpos en relación con el yo individual

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Evolución humana y conocimiento de Cristo
RUDOLF STEINER

El "yo" de los diferentes cuerpos en relación con el yo individual

Basilea, 20 de noviembre de 1907


5 conferencia, 

«La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Juan 1:17). Si comprendemos plenamente este pasaje, también comprenderemos ese hito tan significativo en la historia de la humanidad que supuso la aparición de Cristo. En las conferencias anteriores se describió a grandes rasgos el desarrollo de la humanidad y se mostró cómo se ha desarrollado la conciencia del yo. En tiempos remotos, grupos y generaciones enteras de personas se sentían como un yo. De este modo se entiende la avanzada edad de los patriarcas. Poco a poco, este sentimiento del yo se fue limitando cada vez más a personalidades individuales. También se mostró cómo en esta evolución se impusieron dos corrientes espirituales: una, la consanguinidad, que se esforzaba por mantener unida a la humanidad de forma natural; la otra, la luciférica, que situaba al ser humano en sí mismo y lo preparaba para la futura alianza puramente espiritual.

A lo largo de todo el Antiguo Testamento, se entiende por ley algo que impone orden desde fuera en la sociedad humana. Una vez que los lazos de sangre perdieron su fuerza vinculante, fue necesario establecer una cierta conexión entre las personas mediante un orden externo e intelectual. La ley se percibía como algo externo. Esta ley que nos viene de fuera se aplica hasta que la entrega, la gracia y la verdad que Cristo nos ha dado han creado en nosotros, desde dentro, la comprensión del verdadero conocimiento. La entrega y la verdad solo pueden desarrollarse poco a poco. El cristianismo, que quiere sustituir la ley por la devoción, se encuentra aún hoy en los inicios de su desarrollo. Cuanto más avance la Tierra en su evolución, más fuerte será también la influencia del cristianismo sobre la humanidad. La humanidad debe elevarse a un nivel de convivencia en el que cada persona se sienta impulsada interiormente a relacionarse con su prójimo como hermano con hermano. La humanidad no podría alcanzar este elevado nivel de desarrollo por sus propios medios, y es tarea del cristianismo ayudarla a lograrlo. Entonces, el ser humano ya no necesitará ninguna ley externa, si tiene el impulso interior de comportarse de tal manera que la entrega y la verdad sean la pauta de su actuar.

Esto no significa que la humanidad ya no necesite ninguna ley, sino que es un ideal al que hay que aspirar. Poco a poco, la humanidad llega a la conclusión de que, mediante sus acciones voluntarias, se establece la armonía en el mundo. Para alcanzar este objetivo, tuvo que intervenir el poder que, en el sentido del Evangelio, es Cristo. De aquel que, por su propia fuerza interior, es capaz de elevarse a tal relación con todos sus semejantes que se integra libremente, sin ninguna coacción, en la armonía, se dice en las escuelas ocultas que «lleva al Cristo en sí mismo».

Para comprender lo siguiente, es necesario recordar una vez más la composición del ser humano: 

A través del trabajo del yo en el cuerpo astral, este se transforma en el yo espiritual. Sin embargo, esto ocurre de forma gradual, desarrollándose primero el alma sensible, luego el alma racional y, por último, el alma consciente. El yo espiritual se derrama en el alma consciente madura y purificada. Del mismo modo, el yo trabaja en el cuerpo etérico, y los impulsos que tienen mayor eficacia allí son los del arte, la religión y la formación oculta.

También en la época precristiana existían escuelas secretas que podían desarrollar a sus alumnos hasta tal punto que eran capaces de contemplar los mundos superiores. Pero solo los verdaderos alumnos de las escuelas secretas más recónditas podían alcanzar esta visión, y solo durante el acto de iniciación propiamente dicho, cuando el cuerpo etérico se separaba del cuerpo físico. Por iniciación se entiende la elevación de un ser humano para permitirle contemplar el mundo espiritual. En todas las iniciaciones de la época precristiana, el que iba a ser iniciado debía ser sumido en una especie de estado dormido. El dormir de la iniciación se diferencia del dormir normal en que, en este último, el cuerpo etérico permanece conectado al cuerpo físico, mientras que en el primero, el cuerpo etérico se separa del cuerpo físico durante un breve periodo de tiempo. Durante este tiempo, el hierofante debía mantener el cuerpo con vida. Al extraer el cuerpo etérico, era posible llevarlo junto con los demás cuerpos a los mundos superiores para que allí adquiriera experiencias que posteriormente pudieran transmitirse al cerebro físico. En la época precristiana solo existían métodos de iniciación de este tipo.

Con la aparición de Cristo Jesús surge algo completamente nuevo en relación con el tipo de iniciación. Imagínese que el ser humano hubiera transformado todo su cuerpo astral en un yo espiritual. Entonces, este yo espiritual se imprime en el cuerpo etérico como un sello en la cera y le da su impronta. De este modo, el cuerpo etérico se transforma en espíritu vital. Cuando esto se ha completado, el espíritu vital se imprime en el cuerpo físico y lo convierte en un hombre espíritu. Solo con la aparición de Cristo Jesús fue posible imprimir directamente en el cuerpo vital lo que era espíritu vital. Las experiencias vividas en los mundos superiores podían ahora incorporarse al cerebro físico sin que fuera necesaria una separación previa del cuerpo etérico. El primero en poseer un cuerpo etérico completamente impregnado del espíritu y un cuerpo físico completamente impregnado del espíritu vital fue Cristo Jesús. Gracias a la venida de Cristo Jesús a la Tierra, aquellos que están conectados con él pueden ahora pasar por la misma iniciación sin separar el cuerpo etérico del cuerpo físico. Así, todos los iniciados precristianos habían tenido las experiencias de la iniciación fuera del cuerpo físico, habían vuelto a entrar en el cuerpo físico y ahora podían proclamar como experiencia propia lo que había sucedido en el mundo espiritual.

 Buda, Moisés y otros fueron tales iniciados. En Jesús vino por primera vez a la Tierra un ser que, permaneciendo en el cuerpo físico, pudo contemplar la vida de los mundos superiores. Las enseñanzas de Buda, Moisés y otros son totalmente independientes de la personalidad de sus maestros. Es budista o mosaísta quien observa las enseñanzas de Buda o Moisés. En este sentido, es indiferente si reconoce a Buda o a Moisés, ya que estos fundadores solo transmitieron lo que habían experimentado en los mundos superiores. Con Cristo es diferente. Su enseñanza se convierte en cristianismo solo a través de su personalidad, y no basta con seguir la enseñanza del cristianismo para ser cristiano. Solo aquellos que se sienten conectados con el Cristo histórico son verdaderamente cristianos. Algunos dogmas del cristianismo ya existían anteriormente. Pero eso no es lo importante, sino que el cristiano crea en Cristo Jesús, que lo considere la encarnación del ser humano perfecto.

En la antigüedad se conocía la expresión: «El iniciado es un ser divino». Esto se basaba en que, durante la ceremonia de iniciación, el iniciado se encontraba en lo alto del mundo espiritual, junto a los seres espirituales o divinos. Allí era el ser divino. Sin embargo, en el cuerpo físico solo se podía ver al «ser divino» a través de Cristo Jesús, nunca antes. El pasaje de Juan 1, 18: «Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él nos lo ha dado a conocer», debe tomarse, por tanto, al pie de la letra. Antiguamente, solo podía percibir la divinidad aquel que había ascendido. En Cristo, la divinidad había descendido visiblemente a la Tierra por primera vez. Esto se anuncia en el Evangelio de Juan 1, 14 y también se enseñaba en la escuela dionisíaca. Cristo estuvo aquí para mostrar el camino a los seres humanos; los seres humanos deben convertirse en sus seguidores, deben prepararse para imprimir en el cuerpo físico lo que hay en el cuerpo etérico, es decir, desarrollar en sí mismos el principio crístico.

El Evangelio de Juan es un libro sobre la vida. Nadie que lo haya estudiado con la mente ha comprendido este libro, solo lo conoce quien lo ha vivido. Si se repiten los primeros catorce versículos día tras día durante un tiempo, se descubre para qué sirven estas palabras. Constituyen un material de meditación y despiertan en el alma humana la capacidad de ver los distintos pasajes del Evangelio, como las bodas de Caná en el capítulo 2 o la conversación con Nicodemo en el capítulo 3, como experiencias propias en el gran cuadro astral. A través de estos ejercicios, el ser humano se vuelve clarividente y puede experimentar por sí mismo la verdad de lo que está escrito en el Evangelio de Juan. Cientos de personas han pasado por esto. El autor del Evangelio de Juan era un gran vidente iniciado por el propio Cristo.

El discípulo Juan no se menciona en ninguna parte del Evangelio de Juan. Solo se dice de él: «El discípulo al que el Señor amaba», por ejemplo, en el capítulo 19, versículo 26. Se trata de una expresión técnica que designa a aquel que fue iniciado por el propio Maestro. Juan describe su propia iniciación en la resurrección de Lázaro, capítulo 11. Solo así pueden revelarse las relaciones más secretas de Cristo con el desarrollo del mundo, ya que el autor del Evangelio de Juan fue iniciado por el propio Señor. Como se ha dicho anteriormente, las antiguas iniciaciones duraban tres días y medio; de ahí la resurrección de Lázaro al cuarto día. También se dice de Lázaro que Cristo lo amaba (capítulo 11, 3, 35 y 36). Esta es nuevamente la expresión técnica para referirse al discípulo favorito. Mientras el cuerpo de Lázaro yacía como muerto en la tumba, su cuerpo etérico fue sacado para pasar por la iniciación y recibir el mismo poder que hay en Cristo. Así se convirtió en un resucitado, el mismo al que ama el Señor, del que proviene el Evangelio de Juan. Si se lee el Evangelio de Juan, se verá que ninguna línea contradice este hecho, salvo que el proceso de la iniciación se presenta bajo un velo.

Consideremos otra imagen del Evangelio de Juan. En el capítulo 19, versículo 25, se dice: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena». Para comprender el Evangelio, es necesario saber quiénes son estas tres mujeres. Hoy en día, es poco habitual que dos hermanas de una misma familia tengan el mismo nombre, y en el pasado tampoco era habitual. Por lo tanto, el pasaje citado es una prueba de que, según el Evangelio de Juan, la madre de Jesús no se llamaba María. Si se busca en el Evangelio de Juan, no se encuentra en ninguna parte que la madre de Jesús se llamara María. Por ejemplo, en las bodas de Caná (cap. 2) solo se dice: «La madre de Jesús estaba allí». Estas palabras denotan algo importante, pero solo lo entendemos si sabemos cómo utiliza sus palabras el autor del Evangelio. ¿Qué significa la expresión «madre de Jesús»? Como hemos visto, el ser humano está compuesto por un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral. No debemos imaginar que la transición del cuerpo astral al yo espiritual es tan sencilla. El yo transforma el cuerpo astral lenta y gradualmente en alma sensible, alma racional y alma consciente. El yo sigue trabajando sin cesar, y solo cuando ha llevado el cuerpo astral al alma consciente es capaz de purificarlo de tal manera que el yo espiritual pueda surgir en él.

 

El hombre espíritu solo se desarrollará en un futuro lejano. El espíritu vital también está presente en la mayoría de las personas solo en estado embrionario. El desarrollo del yo espiritual ha comenzado en la actualidad. Está indisolublemente unido al alma consciente, de forma similar a una espada en su vaina. El alma sensible, por su parte, se encuentra en el cuerpo sensitivo o astral. Así, encontramos nueve miembros en la personalidad humana. Pero como el yo espiritual y el alma consciente, así como el alma sensible y el cuerpo astral, están inseparablemente unidos, en la literatura teosófica se suele hablar de siete miembros. El yo espiritual es sinónimo del Espíritu Santo, que en el sentido cristiano es la entidad rectora en el plano astral. Los cristianos llaman al espíritu vital «el Verbo» o «el Hijo». El hombre espíritu es el «espíritu paterno» o «el Padre».

Aquellos que habían dado a luz al yo espiritual en su interior eran llamados «hijos de Dios»; en ellos «la luz brillaba en las tinieblas» y «ellos acogían la luz». Exteriormente eran seres humanos de carne y hueso, pero en su interior llevaban a un ser humano superior. En su interior, el yo espiritual había nacido del alma consciente. La «madre» de un ser humano así espiritualizado no es una madre biológica; se encuentra en su interior; es el alma consciente purificada y espiritualizada. Es el principio del que nace el ser humano superior. Este nacimiento espiritual, un nacimiento en el sentido más elevado, se describe en el Evangelio de Juan. El yo espiritual o el Espíritu Santo se derrama en el alma consciente purificada. A esto se refiere también la expresión: «Vi que el Espíritu descendía como una paloma del cielo y se posaba sobre él».

Dado que el alma consciente es el principio en el que se ha desarrollado el yo espiritual, se la denomina «Madre de Cristo» o, en las escuelas ocultas, «Virgen Sofía». Gracias a la fecundación de la Virgen Sofía, Cristo pudo nacer en Jesús de Nazaret. En las escuelas ocultas de Dionisio, el alma racional y el alma sensible se denominaban «María» y «María Magdalena».

El ser humano físico nace de la unión de dos personas. El ser humano superior solo puede nacer de un alma consciente que abarca a todo el pueblo. En todos los pueblos, el método de iniciación era el mismo en sus fases esenciales. Cada iniciación tiene siete etapas. En la iniciación persa, estas se denominaban: Primero, el cuervo. El que se encontraba en esta etapa tenía que traer las noticias del mundo exterior al templo. El cuervo se conoce en todas partes como el mensajero de los espíritus, por ejemplo, también en las leyendas alemanas de Odín y sus dos cuervos. Segundo, el ocultista. Tercero, el guerrero. A él ya se le permitía salir de las escuelas secretas y proclamar las enseñanzas. Cuarto, el león, el que tenía una base sólida, que no solo tenía la palabra, sino también los poderes mágicos, que había superado la prueba y, por lo tanto, ofrecía la garantía de no abusar de los poderes que se le habían confiado. Quinto, el persa. Sexto, el héroe solar. Séptimo, el padre. Aquí nos interesa la denominación del quinto grado, el persa. A los iniciados del quinto grado se les llamaba en todas las escuelas secretas con el nombre del pueblo al que pertenecían, pues su conciencia se había ampliado tanto que abarcaba a todo el pueblo. Sentía todo el sufrimiento del pueblo como propio. Su conciencia se había purificado y ampliado hasta convertirse en la conciencia general del pueblo. Entre los judíos, a los iniciados de este grado se les llamaba israelitas. Solo cuando conocemos este hecho comprendemos la conversación de Cristo con Natanael (cap. 1, 47-49). Este era un iniciado del quinto grado. La llamativa respuesta de Cristo, de que había visto a Natanael bajo la higuera, apunta a un proceso especial de iniciación, a saber, la recepción del alma consciente.

Las siguientes explicaciones ayudarán a comprender los procesos internos de la iniciación. La conciencia individual del yo humano se encuentra en el mundo físico. Los seres humanos deambulan con su yo. El yo de los animales, por el contrario, se encuentra en el plano astral. Cada grupo de animales tiene allí una conciencia del yo colectiva. Pero en el mundo astral no solo está presente el yo de los animales, sino también el yo del cuerpo que el ser humano comparte con los animales, es decir, el yo del cuerpo astral humano. En el mundo devachánico encontramos los yoes de las plantas, así como el yo del cuerpo que compartimos con las plantas, el yo del cuerpo etérico. Si ascendemos aún más al devachán superior, encontramos allí el yo de los minerales y el yo de la parte que el ser humano comparte con los minerales: es decir, el yo del cuerpo físico.  Por lo tanto, a través del cuerpo físico estamos conectados con el Devachan superior. Con el yo individual estamos aquí, en el mundo físico. Cuando el yo del cuerpo astral de un iniciado es penetrado y transformado por su yo individual, se vuelve consciente en el mundo astral. Entonces puede percibir y actuar en él. Se encuentra con las entidades que están encarnadas en los cuerpos astrales, también con las almas grupales de los animales y con aquellas entidades superiores que en el cristianismo se denominan ángeles. En una iniciación aún más elevada, el yo del cuerpo etérico también es penetrado por el yo individual. La conciencia humana se expande así hasta el mundo devachánico. Allí se encuentra con los yos de las plantas y el espíritu del planeta. Una iniciación aún más elevada tiene lugar cuando el yo individual impregna el yo del cuerpo físico. Entonces, el ser humano también alcanzará la conciencia personal en el mundo supraespiritual. Allí se encuentra con el yo de los minerales y con espíritus aún más elevados. Así, la iniciación es un ascenso a mundos superiores, en los que se encuentran entidades cada vez más elevadas.

Mundo devachánico superior       Yo del cuerpo físico     Conciencia supradevachánica
Yo de los minerales  

Devachán                                      Yo del cuerpo etérico   Conciencia devachánica
Yo de las plantas  

Mundo astral                                 Yo del cuerpo astral     Conciencia astral
Yo de los animales, también ángeles

Mundo físico                                 Yo individual              Conciencia diurna

Se podría utilizar la siguiente imagen:

El yo del cuerpo etérico se puede comparar con un ingeniero.
El yo del cuerpo astral se puede comparar con el conductor de un coche.
El yo del yo individual, el cuerpo físico, se puede comparar con el propietario de un coche.

 Cuando el yo individual ha alcanzado el dominio pleno sobre los tres cuerpos, ha desarrollado la armonía interior. Una entidad que poseía esta armonía en su totalidad es Cristo. Él apareció en la Tierra para que el ser humano pudiera desarrollar ese poder de la armonía interior. En este Hijo del Hombre se ve representado todo el desarrollo de la humanidad hasta alcanzar el nivel espiritual más elevado. Antes no existía esta armonía interior; en su lugar actuaban las leyes externas. La armonía interior es el nuevo impulso que la humanidad ha recibido a través de Cristo. El ser humano debe adquirir la capacidad crística, es decir, debe desarrollar el Cristo interior. Pero, tal y como dice Goethe, «el ojo se forma para la luz por la luz», esta armonía interior, este Cristo interior, solo se enciende por la presencia del Cristo exterior, histórico, sin cuya aparición el ser humano no podía alcanzar este nivel de desarrollo espiritual.

Las personas que vivieron antes de la vida histórica de Cristo no están excluidas de la bendición que su aparición trajo a la humanidad. Porque no hay que olvidar que, según la ley de la reencarnación, ellos deberan volver y, por lo tanto, tendrán la oportunidad de desarrollar el Cristo interior. Solo si se olvida la doctrina de la reencarnación se puede hablar de injusticia. El Evangelio de Juan muestra el camino hacia el Cristo histórico, hacia ese sol que prende la luz interior en el ser humano, como el sol físico ha encendido nuestra vista.

Traducido por J.Luelmo dic, 2025