GA054-6 Berlín 9 de noviembre de 1905 -Las razas humanas

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Los enigmas del mundo y la Antroposofía

RUDOLF STEINER

Las razas humanas

Berlín 9 de noviembre de 1905

VI conferencia.

A menudo se ha dicho que el mejor y más importante estudio del ser humano es el propio ser humano, y que el mayor misterio del ser humano es también el propio ser humano. A la luz de ciertos hechos, hay que destacar que este misterio se presenta al ser humano en las formas más diversas. El misterio del ser humano nos parece multiplicado y nos mira desde todos los lados. Sin duda, una de estas multiplicaciones del enigma del ser humano son las múltiples formas del ser humano, que llamamos razas humanas. Las ciencias naturales y las ciencias humanas siempre se han esforzado por arrojar luz sobre esta diversidad de la existencia humana, sobre estas diferentes formas del ser humano. Esto nos plantea una gran cantidad de preguntas. Llevamos dentro de nosotros la conciencia de que en todos los seres humanos hay una naturaleza y una esencia comunes. Sin embargo, ¿cómo se comporta esta naturaleza y este ser común con las múltiples formas y fisonomías, a las que nos enfrentamos como razas? En particular, esta pregunta se nos plantea si vemos las diferentes habilidades que poseen las razas humanas individuales. Pero, ¿cómo se relaciona esta naturaleza y esencia comunes con las formas y fisonomías más diversas que encontramos en las razas? Esta pregunta nos resulta especialmente relevante cuando vemos lo diferentes que son las predisposiciones y los talentos de las distintas razas humanas. En los escalones de lo que llamamos la cultura más elevada se encuentra una, y en el escalón cultural más primitivo y subordinado, aparentemente para nuestra observación, se encuentra la otra. Todo esto hace que nos parezca extraño que el ser humano, que sin embargo tiene una naturaleza común, pueda aparecer en formas tan diferentes e incluso imperfectas. A menudo se percibe como una injusticia de la naturaleza que se condene a unos a una existencia en una raza humana muy inferior y eleve a otros a una raza aparentemente perfecta.

Para arrojar luz sobre esta oscuridad, para esclarecer un poco este misterio, la cosmovisión de las ciencias espirituales parece ser más adecuada que cualquier otra. Porque esta cosmovisión espiritual no habla del ser humano como un todo en el mismo sentido que otras cosmovisiones. Tiene un concepto diferente al de los filósofos, las religiones, etc., habla de un regreso constante del alma humana. Nos dice que el alma que vive en el individuo humano actual ya ha estado muchas veces en esta Tierra y volverá muchas más veces. Y si observamos la cuestión más de cerca, vemos que las almas de los seres humanos atraviesan las diferentes razas. Así es como el sentido y la razón nos llevan a la diversidad de las razas. Así pues, vemos que unas almas no están condenadas a vivir sólo en una raza primitiva y las otras a estar en los niveles de desarrollo de la existencia de la raza.

Cada uno de nosotros pasa por los más diversos niveles de las razas, y este paso sólo significa un mayor desarrollo del alma común. Alguien que aparezca como miembro de la raza europea hoy, pasó por otras razas en tiempos pasados y pasará por otras que no sean las nuestras más tarde. Las razas se nos presentan como niveles, y esta variedad se vuelve coherente y razonable. Así vemos que no es que uno esté condenado a vivir en una raza primitiva y el otro se encuentre en los niveles más desarrollados de la existencia racial. Cada uno de nosotros pasa por los más diversos niveles de las razas, y ese paso significa precisamente un desarrollo continuo para el alma individual. Aquel que hoy aparece como miembro de la raza humana europea ha pasado por otras razas humanas en épocas anteriores y pasará por otras distintas a la nuestra en épocas posteriores. Las razas nos parecen niveles de aprendizaje, y esta diversidad adquiere sentido y propósito.

Pero si queremos comprender este significado en profundidad, debemos profundizar en lo que subyace al desarrollo de las diferentes razas. Quien se eleve por encima de la mera percepción sensorial hacia el mundo invisible y suprasensorial y trate de responder a esta pregunta desde esos ámbitos, podrá realmente llegar a una solución satisfactoria del enigma. La ciencia natural convencional, que en esta cuestión debe limitarse a la observación sensorial, solo ha podido aportar un hilo conductor a estos casos que se nos presentan en relación con los tipos humanos. La ciencia natural nos remite a los estadios imperfectos de la existencia humana, tal y como los entiende la concepción darwinista actual. Nos remite a épocas anteriores del desarrollo de la Tierra. Nos muestra cómo el ser humano atravesó en tiempos pasados etapas en las que satisfacía sus necesidades con herramientas sencillas y rudimentarias, con las que solo podía realizar trabajos de escasa envergadura. Y la ciencia natural quiere remontarnos a épocas aún más antiguas, en las que el ser humano se desarrolló a partir de la animalidad. Llegamos a la conclusión de que, desde el punto de vista científico, probablemente ya no podamos demostrar las primeras etapas del desarrollo del ser humano, seguramente porque las zonas de la Tierra en las que se desarrolló el ser humano actual están cubiertas por las aguas del océano. La ciencia natural nos remite una y otra vez a una sola zona. Se trata de la zona del sur de Asia, el este de África y Australia. Ernst Haeckel supone que allí se encuentra un antiguo continente desaparecido y que las etapas intermedias entre el animal y el ser humano se desarrollaron allí en su momento. Él llama a este continente Lemuria.

Sin embargo, en el mismo sentido en que Haeckel habla de este continente y sus habitantes, es decir, en el sentido de que solo los seres humanos similares a los simios son los antepasados de los seres humanos actuales, la ciencia espiritual, basándose en sus experiencias, no puede pronunciarse sobre este asunto. He intentado demostrar que existen otros métodos y medios para conocer los tiempos antiguos, distintos de aquellos en los que se basa la ciencia natural, distintos de la investigación de los resultados que han quedado en la Tierra. En mi descripción de la historia de la humanidad, en los ensayos «De la crónica Akasha», encontrarán, a partir de la experiencia mística interior, todo lo que se ha enseñado desde siempre en las llamadas escuelas ocultistas sobre el origen del ser humano y su articulación en diferentes razas. Los registros físicos y la experiencia sensorial no pueden llevarnos a los tiempos que realmente pueden enseñarnos lo decisivo sobre esta cuestión. Solo la experiencia supra-sensorial puede enseñárnoslo. Hoy solo puedo dar una idea muy vaga de esta experiencia supra-sensorial, y solo una comparación nos llevará a lo que queremos discutir hoy en esencia.

De hecho, en el mismo sentido en que Haeckel habla de este continente y sus habitantes, de los seres humanos simiescos como antepasados de los seres humanos modernos, la ciencia espiritual no puede hablar de esta materia por su experiencia. He tratado de mostrar que hay otros métodos y medios para averiguar algo de los tiempos prehistóricos como esos en los que las ciencias naturales deben apoyarse, otros métodos que la investigación de las sobras, que uno ha encontrado en la tierra. En mis ensayos de la Crónica de Akasha se encuentra todo sobre el origen del ser humano y su clasificación en diferentes razas que siempre se ha enseñado en las llamadas escuelas secretas por experiencia mística interior. Los registros físicos y la experiencia sensorial no pueden llevarnos a los tiempos, que pueden enseñarnos realmente lo decisivo de esta cuestión. La experiencia suprasensible sólo puede enseñarnos esto. Hoy, sólo puedo dar un concepto parcial de esta experiencia suprasensible, y sólo una comparación debe mostrarnos de dónde se toma lo que queremos discutir en lo fundamental.

Todos ustedes saben que cuando hablo aquí, mis palabras son transportadas por las ondas que se producen en el aire. El aire vibrante lleva mis palabras a través de los órganos auditivos hasta sus alma. Mientras hablo aquí, todo este espacio aéreo está lleno de ondas sonoras. Imaginen que estas ondas sonoras pudieran fijarse por algún medio, que en cada momento pudiera crearse una huella de lo que aquí se dice, que pudiera registrarse el rápido avance de las ondas sonoras que se entremezclan aquí en la sala, entonces tendrían una grabación de todo lo que aquí se dice. Al igual que la palabra que pronuncio aquí deja una huella en el medio que nos rodea, también lo hacen las demás expresiones de la naturaleza humana, aunque no en el aire, que ya es algo tosco en comparación con muchas otras materias y sustancias más finas, pues hay sustancias mucho más finas que el aire.Solo me refiero al éter, aunque nuestra reflexión no tiene nada que ver con él. Pero en realidad me refiero a la materia más sutil, la materia akáshica, en la que no solo quedan impresas las palabras pronunciadas, sino también todos los pensamientos, sentimientos e impulsos volitivos del ser humano. Esta materia akáshica, con sus impresiones, constituye realmente un fonógrafo a gran escala. Y mientras que estas ondas sonoras se desvanecen continuamente en el aire, durando solo hasta que se oye el sonido, las impresiones que dejan las realizaciones humanas, hasta los pensamientos, en esta llamada materia akáshica, permanecen siempre. Aquel que se eleva para leer en esta materia akáshica puede seguir los registros que se han inscrito desde tiempos inmemoriales. Y de este conocimiento, de estas experiencias espirituales superiores, provienen los datos que la ciencia espiritual proporciona sobre el desarrollo humano a través de las diferentes razas. Esto nos remite no solo a los seres humanos que nos describen las ciencias naturales y la arqueología cuando encuentran en las cuevas de Francia u otras cuevas del mundo restos de personas que poseían herramientas y armas primitivas, personas con frentes muy retrasadas, que por lo tanto solo podían tener una naturaleza mental poco desarrollada, personas muy alejadas de lo que hoy llamamos seres humanos civilizados. Todas estas investigaciones no nos remiten a aquellas formas de la humanidad que nos enseña a conocer la cosmovisión de las ciencias espirituales, aunque los naturalistas actuales crean que nos remontan diez o quince milenios atrás, quizá incluso más. Todas esas formas humanas y raciales que el naturalista puede encontrar en la Tierra nos remiten a fisonomías humanas muy diferentes, a razas que vivieron en una zona geográfica completamente distinta, en la Atlántida, que se extendía entre Europa, África y América. Incluso la ciencia natural ya no descarta la idea de que el océano Atlántico fuera en su día tierra firme. La similitud de la fauna, del reino animal y de las diferentes formaciones del suelo, así como ciertas afinidades en las lenguas, son indicios para los naturalistas de que nos encontramos ante un gran hundimiento de la tierra, ante la inundación de una amplia zona terrestre que tuvo lugar en épocas muy tempranas de nuestra evolución. Según lo que cuenta Platón sobre la isla de Poseidón, que él todavía describe como una isla en el océano, esta era el último vestigio de un mundo pasado. Esto es lo que nos enseña también la visión de la ciencia espiritual.

Si nos remontamos a los habitantes que vivieron en la Atlántida, nos encontramos con algo muy diferente a lo que conocemos hoy en día. Descubrimos una raza en la que aún no existían las capacidades más importantes que caracterizan al ser humano cultural actual. La raza atlante aún no poseía estas capacidades, la capacidad de combinar, de calcular, ni tampoco la capacidad de pensar. Lo que tenían los seres humanos de entonces era la memoria y el lenguaje. Este último se estaba desarrollando en ellos. Sin embargo, tenían otras capacidades. El progreso de las capacidades humanas solo se produce cuando ciertos grados supuestamente superiores de la existencia humana se obtienen a costa del retroceso de etapas anteriores del desarrollo. Al igual que el ser humano actual tiene una capacidad olfativa muy reducida en comparación con ciertos animales, mientras que los animales tienen menos desarrollados los sentidos superiores, concretamente el cerebro, pero llevan a la perfección las capacidades inferiores, lo mismo ocurre en estos niveles superiores de la humanidad. El atlante tenía una memoria casi omnisciente. Su conocimiento se basaba fundamentalmente en la memoria. Para él no existía lo que nosotros llamamos ley o regla. No calculaba sabiendo las tablas de multiplicar; sin duda, no las conocía. Para él, la memoria era la base de todo su pensamiento. Sabía que si juntaba dos veces cinco frijoles, el resultado era un montoncito de tal o cual cantidad. No calculaba, sino que lo guardaba para la percepción memorística. Del mismo modo, su lenguaje era muy diferente al nuestro. Volveré sobre este fenómeno a lo largo de la conferencia. Dado que los atlantes solo habían desarrollado estas capacidades, era necesario que poseyeran un cierto don clarividente, que quedó relegado cuando se desarrolló nuestra conciencia diurna despierta, nuestra conciencia racional, nuestra conciencia calculadora y lógica, nuestra conciencia cultural. Los atlantes eran capaces, en un sentido muy diferente, de influir en el crecimiento de las plantas por su propia naturaleza, gracias al poder mágico especial de su voluntad. Sin necesidad de mediar sensorialmente, los atlantes podían realizar ciertos efectos mágicos. Todo ello estaba relacionado con un tipo de constitución física muy diferente, sobre todo con un retroceso significativo de la frente y con un desarrollo deficiente del cerebro anterior. Por el contrario, otras partes del cerebro estaban desarrolladas de forma diferente a las del hombre cultural actual. Esto le permitía hacer uso de sus grandes capacidades memorísticas.

Si observamos a uno de estos atlantes según los registros de la Crónica Akáshica, vemos que en aquella época aún no se había alcanzado el nivel de luminosidad de nuestra conciencia actual. Era todavía una conciencia onírica. Era más luminosa que esta, pero aún no tenía esa claridad mental que tiene nuestra conciencia actual. Era más bien una especie de cavilación y ensueño. Y lo que actuaba en él tampoco era tal que pudiera considerarse en todo momento como el dueño de lo que hacía, sino que todo lo que había en él era como una especie de inspiración, como una especie de intuición. Se sentía conectado con otras fuerzas, como con un espíritu que lo inundaba. Para él, el espíritu era algo mucho más concreto, era lo que había en el viento, en las nubes, lo que crecía en las plantas. El espíritu era algo que se podía sentir al pasar las manos por el aire, al susurrar los árboles. Era el lenguaje de la naturaleza. La independencia de los atlantes tampoco era tan grande como la de los seres humanos actuales,

Si retrocedemos aún más en el tiempo, llegamos a los antepasados de esta población, a aquellas personas que vivieron en una parte del mundo conocida tanto por las ciencias naturales como por las ciencias espirituales: en Lemuria, el continente situado entre Asia, Australia y África. Sin embargo, las ciencias espirituales describen el aspecto y la forma de aquellas personas de manera muy diferente a como lo hacen los naturalistas actuales. Exteriormente, la descripción de la forma de estas personas que da el investigador espiritual no es tan diferente de la que supone el naturalista. Pero espiritualmente es completamente diferente. El lemúrico era, en mayor grado aún que el atlante, un ser humano clarividente. Estaba dotado de una enorme fuerza de voluntad, era un ser humano en el que aún no se habían desarrollado el lenguaje y la memoria. El lenguaje no apareció hasta el final de la Lemuria. Sin embargo, el habitante de Lemuria podía hacer crecer las plantas, podía dominar el viento, podía extraer fuerzas naturales de la tierra como por arte de magia; en resumen, en comparación con las ideas actuales, lo que el habitante de Lemuria era capaz de hacer roza lo milagroso. Pero todo ello se daba en una conciencia completamente embotada, en un sueño más profundo que el del habitante de la Atlántida. Guiado por influencias superiores, por seres espirituales superiores, este lemúrico era una criatura dependiente en manos de poderes superiores, que le daban los impulsos para sus decisiones, para todo lo que hacía.

Así tenemos tres formas sucesivas de evolución de nuestra especie. Este ser lemúrico se desarrolló a partir de los compañeros aún no humanos de los ictiosaurios, plesiosaurios, etc. Son esos animales fabulosos que existían antes que nuestros mamíferos y que perecieron a causa de las grandes y violentas revoluciones naturales que se produjeron en esos continentes. Todo lo que sobresale del océano en forma de formaciones volcánicas son restos de aquella antigua época lemúrica. Y también aquellas construcciones primitivas de tamaño colosal y formas tan curiosas, como las que se encuentran en la Isla de Pascua, son restos de las construcciones ciclópeas que perduran en nuestro tiempo como un monumento a aquellos seres humanos que vivían de una manera tan diferente a nosotros en su alma.

Solo con unas pocas palabras se indicará la relación que existe entre el ser humano y las diferentes formas animales. El naturalista actual, acostumbrado a las concepciones materialistas, supone que el ser humano se ha desarrollado a partir de formas animales inferiores. El investigador espiritual no puede compartir esta opinión. Él supone que lo espiritual precedió a lo material, que en lo espiritual se encuentra el origen de lo exterior, de lo material, que el cuerpo exterior del ser humano es la expresión de su alma. Lo que el investigador espiritual describe como cuerpo astral se formó mucho antes que el cuerpo físico del ser humano. Este cuerpo astral ha sufrido una densificación y forma así el cuerpo etérico, y solo la densificación de este cuerpo etérico forma el cuerpo físico. 

Lo más denso se formó más tarde. Lo más fino, concretamente lo astral, existía en épocas mucho más remotas. Así, la ciencia espiritual nos muestra que no fue una acumulación fortuita de materia física lo que dio origen a un ser con impulsos, pasiones e instintos como los del ser humano, sino que estos impulsos y pasiones son lo original en una materia que les corresponde. Esta materia no ha creado la pasión, sino que las pasiones anteriores han creado las formas de la fisonomía. Así, el ser humano pasa por un proceso de condensación. Y, de hecho, si nos remontamos a aquellos seres lemúricos, vemos que su cuerpo se vuelve cada vez más y más delgado, hasta que llegamos a seres humanos que, en cuanto a su materia física, son muy similares a ciertos animales que hoy en día tienen una materia gelatinosa. Si retrocediéramos aún más, encontraríamos ancestros humanos muy antiguos, formados en una materia que no puede verse con el ojo físico común: los seres etéreos. Pero hoy no quiero remontarme a esa época tan antigua.

Queremos comenzar nuestras reflexiones con aquellas personas que poco a poco comienzan a aparecer en un envoltorio carnal como el que lleva el ser humano actual, aunque el envoltorio del ser humano que habitó Lemuria y la Atlántida era muy diferente de nuestro tipo de estructura muscular y ósea. Todo era mucho más suave, flexible y maleable, y se adaptaba a las exigencias de aquellas fuerzas del alma apagadas y oníricas, tal y como les he descrito. Precisamente por el hecho de que la materia física del ser humano se vuelve cada vez más densa, se crea, por otro lado, el polo opuesto a la materia física, que es la herramienta del poder del intelecto. Con el desarrollo del cerebro se produce al mismo tiempo una densificación del resto de los órganos del ser humano. Así, el cerebro se convierte en la herramienta del entendimiento, del espíritu. Y si tomamos las tres etapas en conjunto, las encontramos en el ser humano cultural. Primero tenemos al ser humano lemúrico, cuya conciencia es similar al trance; luego tenemos al ser humano atlante, que desarrolla la memoria y el lenguaje; y luego al ser humano cultural propiamente dicho, el ser humano de nuestro tiempo.

Si observamos a los seres humanos actuales, vemos que se han desarrollado tal y como son a partir de estas etapas anteriores de la existencia. No siempre desaparece inmediatamente lo primitivo cuando aparece lo superior. Se mantiene por el momento y cambia de múltiples maneras. De modo que podemos decir: una parte de la antigua población atlante emigró de la Atlántida a Europa y luego a Asia, y formó colonias; otra parte se quedó atrás, de modo que ahora tenemos los más diversos estadios coexistiendo. Cada parte que avanza deja atrás, por así decirlo, los estadios de desarrollo como un recuerdo. Algo similar ocurre con el ser humano. Es él quien ha desarrollado a partir de sí mismo las más diversas formas de animales. Del mismo modo que la humanidad deja atrás a las razas inferiores, en etapas aún más tempranas el ser humano dejó atrás ciertas formas animales que son como manifestaciones externas del recuerdo retenido de su existencia anterior. Si observamos a los animales, podemos decir que representan las etapas de nuestro propio desarrollo, desde las formas animales inferiores hasta las formas de nuestra raza. Pero nuestras propias formas no se parecían a las que han quedado atrás. En aquel entonces, las condiciones eran diferentes. Por lo general, no nos imaginamos lo infinitamente grandes que son los cambios que se han producido en la Tierra. En la antigua Atlántida aún no existía una distribución de lluvia y sol, de aire y agua como la actual. Había un aire completamente diferente, saturado de agua. En aquella época aún no existía la lluvia. Los mitos y leyendas recogen estas cosas de forma muy gráfica. Por eso, las leyendas nórdicas también hablan de «Nifelheim», «Nebelheim». Esto se basa en un hecho real. Nuestros antepasados eran diferentes a nosotros hoy en día, y los que quedaron atrás se encontraron en condiciones que no podían soportar. Por lo tanto, tuvieron que involucionarse, cayeron en la decadencia, degeneraron.

Las condiciones físicas de nuestra Tierra actual hacen posible que la mente se desarrolle hasta un determinado nivel de formación de los seres. Si la Tierra no se hubiera desarrollado a partir de las condiciones totalmente diferentes de la Atlántida hacia nuestro provecho, con lluvia y sol, el ser humano nunca habría podido elevarse hasta el nivel en el que nos encontramos hoy. Vemos que solo la raza progresista puede evolucionar de manera adecuada. Pero lo que conserva la forma anterior y es como un recuerdo de ella, desciende porque no se adapta a las condiciones posteriores. Si retrocedemos a tiempos anteriores, comprendemos que lo que éramos antes era muy diferente de los animales que vemos hoy. Estos han cambiado como consecuencia de las condiciones totalmente modificadas. También reconocemos en las razas subordinadas etapas de la existencia humana anterior, que en realidad se adaptaban por su naturaleza a otras condiciones terrestres.

El asunto se vuelve mucho más comprensible, si lo miramos de esa manera. Entonces entendemos que la población india de América, que nos parece tan misteriosa con sus estructuras sociales e instintos peculiares debe ser completamente diferente. La raza africana, la etíope, la raza negra es a su vez diferente. Están los instintos que se vinculan con la parte inferior del ser humano. Encontramos un cierto elemento onírico con los malayos. Dentro de la población mongola existen esas cualidades que se basan en una energía especial de la sangre incluyendo ciertas cualidades espirituales, que se desarrollaron de forma bastante típica. Por eso, la raza mongola siempre se niega a aceptar una visión panteísta. Su religión es la creencia en los demonios, un culto a los muertos. La población, que se denomina raza caucásica, representa la propia raza cultural, que está llamada a crear herramientas a través del entrenamiento del pensar lógico para un procesamiento de la naturaleza a través de la mera comprensión del ser humano, que ya no puede manejar los poderes mágicos, sino concentrarse en la mecánica. Todo lo que el ser humano tenía en los tiempos de la antigua Atlántida de esta manera se perdió, y, por lo tanto, fabricaba herramientas porque ya no podía trabajar como lo hacía antes; por lo tanto, necesitaba herramientas por su efecto mecánico.

La investigación física intentó de múltiples maneras dividir las diferentes razas. Trató de dividirlas de acuerdo a la forma del cráneo en aquellas que tienen un cráneo estrecho y largo hacia atrás, en aquellas que tienen un cráneo corto y ancho, y en aquellas que están entre ambas. Se dividió a los seres humanos también según su color de piel, en negros: negros, etíopes; en los amarillos-marrones: los malayos y mongoles, y en los blancos, los caucásicos. Esta división se hace más de acuerdo a los signos externos y presenta ciertas diferencias, sin embargo, no es exhaustiva. En los tiempos más recientes, se ha tomado como base el lenguaje. Sin embargo, si se considera el pasado espiritual-científico, se obtienen puntos de vista bastante diferentes. Encuentras que nuestra humanidad civilizada blanca se originó por el hecho de que ciertas partes se separaron de los atlantes y se desarrollaron más bajo otras condiciones climáticas. Ciertas partes de la población atlante se quedaron atrás sólo en las etapas anteriores, por lo que tenemos que observar restos de las diferentes razas atlantes en la población de Asia y América. Sin embargo, han cambiado; difieren de la población atlante original.

Dentro de la población atlante distinguimos siete subrazas humanas. Cinco de estas siete subrazas están en desarrollo ascendente. Sólo quiero mencionar aquí que los chinos son descendientes de la cuarta subraza de la población atlante, y que los mongoles son descendientes de la séptima subraza de esta población atlante. La memoria y el lenguaje se desarrollaron gradualmente. Sólo con la tercera subraza, con los Toltecas Primitivos, el lenguaje apareció claramente. También aparece una cultura basada en la memoria. La quinta subraza, que llamamos los semitas primitivos y que había establecido su residencia principal en Irlanda, fue el primer germen de nuestra actual raza humana caucásica o - como la ciencia espiritual también la llama - aria.

De esta subraza, muy diferente de la población judía actual, pero llamada con razón semítica debido a ciertos acontecimientos, una parte se trasladó a Asia y formó la cultura racional, que luego se extendió por la Europa actual, el sur de Asia y la población del norte de África. Por el contrario, alrededor de este centro hay un cinturón de población humana que, en sus rasgos característicos, aún conserva de las más diversas maneras restos de los habitantes de épocas anteriores, restos de los atlantes. Todos estos habitantes dejaron descendientes, por lo que podemos imaginar que la migración de la que acabo de hablar se extendió por Asia, donde se encontró con una población que había sobrevivido a la Atlántida y quizás a Lemuria, y luego formó lo que hoy llamamos las razas malayas. En ellos se percibe un carácter somnoliento y una precocidad en lo que respecta a las pasiones y la madurez sexual. Así, a partir de una rama selecta de la población atlante, mezclada con los restos de la antigua población, se formó la raza humana que llamamos raza india-aria. Esta combinaba una cierta naturaleza onírica y clarividente con una cosmovisión peculiarmente desarrollada y racional. Quizás en ninguna otra cosmovisión se combinaban de tal manera la visión clarividente de ciertas fuerzas profundas de la naturaleza y un sistema de pensamiento de tal coherencia arquitectónica y penetrante agudeza. 

Encontramos otras nuevas poblaciones de formas bastante diferentes en dirección al Medio Oriente. Además, por supuesto, —la cosmovisión de las ciencias espirituales puede demostrarlo—, una parte de los atlantes emigró a América. Allí aún quedaban restos de lemuricos y también de atlantes, que se mezclaron, en parte en la sangre, en parte en los bienes y costumbres de la vida. Más tarde, esto se enfrentó a los inmigrantes europeos en forma de población indígena americana. Así colisionaron dos desarrollos humanos fundamentalmente diferentes. Lo que vivía en los tiempos antiguos, un elemento espiritual completamente diferente, algo clarividente, algo del espíritu que inundaba todo el mundo, seguía vivo en esta población indígena. Se nos ha conservado un discurso que pronunció un jefe indígena cuando se enfrentaron los indígenas y los europeos. Posiblemente dijo lo siguiente: "Oh, rostros pálidos, no comprendéis lo que nos enseña el gran espíritu. Eso se debe a que vosotros, rostros pálidos, leéis en los libros todo lo que dicen los dioses, y dejáis que las letras de los libros os digan lo que es verdad. Nos prometisteis que nos devolveríais nuestras tierras, pero no habéis cumplido vuestra promesa porque vuestro Dios no os enseña a decir la verdad y a cumplir vuestra palabra. Nosotros conocemos a un Dios que nos habla en las nubes, en las olas, en el susurro de las hojas, en los relámpagos y en los truenos. Y el Dios del hombre rojo cumple su palabra. El Dios sabe que debe ser fiel a la tribu. — Fueron unas palabras grandiosas, poderosas." El Gran Espíritu era un resto de una visión humana que se originó de una conciencia onírica, de inspiraciones de fuerzas superiores. Por lo tanto, al mismo tiempo estaba más cerca de lo divino, de las fuentes de lo divino.

Las lenguas nos enseñan algo similar. Si comparamos las diferentes razas humanas, encontramos una estructura completamente diferente en las lenguas de este cinturón exterior de pueblos. Encontramos la antigua estructura atlante en las lenguas mongolas, y en las lenguas negras encontramos en la estructura misma de las lenguas algo expresado por la visión del origen atlante. Ciertas lenguas africanas dan importancia esencial a los sustantivos y expresan lo que en nuestras lenguas se expresa mediante flexiones mediante prefijos. De ello se desprende que proceden de una memoria que funcionaba de manera excelente. Las lenguas mongolas muestran que surgieron en una época en la que la memoria ya no funcionaba como antes. Allí, los verbos están más desarrollados, lo que ya se refleja en el entendimiento. El atlante en realidad no hablaba de la memoria. Todo estaba presente para él. Solo cuando uno empieza a olvidar, se forma el verbo en el lenguaje. Me gustaría decir que ha quedado un magnífico monumento del centro de la cultura atlante, y ese es el idioma chino. Este idioma tiene algo puramente compositivo y, al mismo tiempo, algo primitivo, donde en el sonido mismo se expresa algo interno, espiritual y una cierta relación con el mundo exterior. Si estudiáramos ciertos sectores de la población en relación con esto, podríamos comprenderlo completamente.

Sin embargo, podemos comprender nuestra raza si la seguimos en las dos corrientes que podemos demostrar claramente. En primer lugar, tenemos la corriente que se desplazó desde Occidente, quizás desde la actual Inglaterra, hacia Asia. Es posible que haya dado lugar a la raza india, a la raza asiático-semítica, a la raza indo-africano-semítica y también a la raza árabe-caldea. Pero también debemos imaginar otra corriente que no llegó tan lejos, que tal vez solo llegó hasta Irlanda u Holanda, o incluso hasta la zona habitada por los antepasados de los antiguos persas. Tenemos así un cinturón de población terrestre emparentada que se extiende desde la zona de los persas, pasando por el Mar Negro, hasta Europa.

Así pues, podemos demostrar la existencia de dos zonas de población humana. Una se extiende desde la India y abarca las penínsulas meridionales de Europa, mientras que la otra abarca las zonas septentrionales con diferentes gradaciones. Tenemos las gradaciones aria y las diferentes gradaciones semíticas en Asia y África; luego, en Grecia e Italia, la población grecolatina. Pero debemos imaginarnos que esta surgió de la mezcla con el cinturón de pueblos del norte, que también incluiría a la población persa y todo aquello que se desarrolló en Occidente a partir de los subterráneos, la población eslava y germánica, y la que, en mayor o menor medida, subyace a todas ellas, la antigua población celta. Podemos imaginar que teníamos una antigua población celta en el oeste de Europa. Esta es la parte más occidental de la corriente migratoria, mientras que la población persa representa la parte más oriental. Entre ambas se encuentran los pueblos eslavos y germánicos, que, mezclados con el cinturón meridional, formaron la raza grecolatina. Incluso en las lenguas se puede demostrar que existe un parentesco entre las poblaciones, que se expresa con mayor intensidad en el profundo parentesco de las lenguas del cinturón norte. Tenemos allí lenguas que son muy diferentes de lo que constituye la peculiaridad de la cultura semítico-egipcia. En la cultura semítico-egipcia encontramos, claramente expresado en la estructura lingüística, lo que se desarrolló en la quinta subraza de la Atlántida como cultura semítica primitiva. Se caracteriza por el primer destello de la inteligencia en la evolución de la humanidad. Aquí se desarrollaron primero la lógica y la razón. El elemento clarividente y onírico de antaño se mezcló de diversas maneras y se formaron las diferentes religiones. Sin embargo, la lengua semítica no tiene el carácter atomístico que vemos en los chinos, sino el carácter analítico. Por el contrario, las lenguas caucásicas tienen un carácter sintético.

Distinguimos cinco ramas o razas de la humanidad. Si el término se utiliza con razón o sin ella, es algo que queda abierto a debate. La primera raza es la de los antiguos indoarios, con su maravilloso pensamiento visionario. Tenían una cultura que precedió a la cultura védica, por lo que no hay registros de ella. Lo que se encuentra en los Vedas son solo ecos de la antigua cultura visionaria india. Luego viene, como segunda raza, la antigua cultura persa, aquella población en la que la fuerza intelectual se utiliza preferentemente para el trabajo exterior. La antigua India tiene algo que se aleja del mundo. En estas regiones septentrionales encontramos personas que abarcan el mundo, que quieren conquistarlo, que se dedican a las herramientas y cosas por el estilo. Por eso vemos en esta cultura cómo se desarrolla la conciencia de que la humanidad tiene algo que alcanzar, de que existe el bien y el mal. Ormuzd y Ahriman se enfrentan aquí. Luego llegamos al Oriente Próximo. Allí se forma otra raza. Lo que se expresa en la estructura de las lenguas semíticas es lo combinatorio, lo matemático, lo lógico-conceptual. Esto lo encontramos en la arquitectura de Egipto, expresado en las pirámides y en las grandiosas construcciones mentales, y luego en la maravillosa ciencia, en la forma astrológica de la astronomía.

Ahora tenemos tres razas. Y ahora llegamos a Europa, a las penínsulas meridionales. Allí encontramos lo que fluye desde el norte y se expresa en los antiguos pueblos civilizados. Encontramos que allí se está formando algo que busca una vida interior. Mientras que los egipcios construyen exteriormente, con simbolismo interior, los griegos comienzan a cultivar los monumentos y el arte escultórico, para lo cual se inspiran en los dramas mistéricos. Sin embargo, el hecho más significativo dentro de esta cuarta subraza o período cultural es el surgimiento del cristianismo. Las razas del sur no son capaces de comprender el cristianismo en su forma peculiar. En Grecia se heleniza, en Roma se romaniza y se convierte en la religión oficial del Estado. Esto ocurrió con el surgimiento gradual de la quinta subraza en la Edad Media. Esa es nuestra propia subraza. Es la que tuvo la tarea de llevar la cultura al plano físico. Esto muestra que el sentido y la razón están en la sucesión del desarrollo racial.

Hay otro sentido en el que también hay sentido y razón en esta evolución racial. El ser humano, en su naturaleza inferior, consta de tres miembros: el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral. El cuerpo físico es lo que podemos ver con los ojos y tocar con las manos. El cuerpo astral es el portador de nuestros deseos, pasiones e instintos, de nuestros sentimientos, placeres, afectos, ira y odio. El cuerpo etérico es el portador de las fuerzas vitales. En él vive el yo humano. Este se expresa de diversas maneras.

Me gustaría comenzar por cómo se manifiesta esto en nuestro periodo cultural actual. Ha formado el cuerpo físico en el sentido más eminente, lo ha cincelado de la manera más maravillosa. El cuerpo, el cerebro, se ha convertido en la herramienta para la vida intelectual y para la imaginación intelectual. El cuerpo tuvo que ser conquistado gradualmente. Si pudieran retroceder en el tiempo, verían que en la época lemurica el cuerpo se presenta como una estructura torpe y gigantesca. El cuerpo astral aún no puede mover las extremidades. Los antepasados de la época lemurica eran torpes. Esto todavía se puede ver en la población indígena de América. Por un lado, los instintos siguen luchando, porque los seres humanos aún no tienen la conciencia de penetrar desde dentro, trabajan el cuerpo desde fuera, lo tatúan, porque aún no les parece completo. Si subimos a las otras razas, encontramos que el ser humano primero conquista el cuerpo etérico. Las funciones vitales, las funciones nutritivas se desarrollan, de modo que el ser humano pasa de ser un ser inconsciente a ser un ser consciente y voluntario.

Paso a paso, el ser humano emprende la conquista de su propia esencia. La humanidad lemuriana significó la conquista del cuerpo astral, la humanidad atlante significó la conquista del cuerpo vital, y nuestra humanidad actual significa la conquista del cuerpo físico. A esto le sigue la conquista de las fuerzas espirituales y anímicas, que es la tarea de nuestro tiempo. Así, el desarrollo de las razas adquiere un sentido aún más elevado y comprendemos que el desarrollo de las razas es una formación del espíritu humano en evolución. Miramos hacia atrás, a épocas en las que el ser humano estaba estructurado de manera muy diferente. Nuestras almas se encarnaron en aquella época y conocieron el mundo exterior a través de las apariencias. Más tarde volvieron a la Tierra en otra raza y aprendieron así a ver el mundo de otra manera. Y así continúa. El ser humano pasa por una raza tras otra. Las almas jóvenes se encarnan en aquellas razas que se han quedado atrás en su etapa racial anterior.

Así, lo que vive a nuestro alrededor como raza y almas se integra de manera orgánica y espiritual. Todo cobra sentido, se vuelve transparente, se vuelve explicable. Nos acercamos cada vez más a la solución de estos enigmas y podemos comprender que en el futuro tendremos que atravesar otras épocas, que tendremos que seguir otros caminos distintos a los que siguió la raza. Debemos tener claro que el desarrollo del alma y el de la raza son diferentes. Dentro de la raza Atlante vivían nuestras propias almas, que luego se desarrollaron hasta convertirse en una raza humana superior. Esto nos da una imagen del desarrollo del ser humano hasta nuestros días. Así comprendemos también el principio de fundar el núcleo de una hermandad general sin tener en cuenta la raza, el color, la clase social, etc. Desarrollaré esta idea más adelante. Hoy solo quería mostrar cómo en las diferentes formas se encuentra la misma esencia, y ello en un sentido mucho más correcto que el que enseña la ciencia natural. Nuestra alma avanza de etapa en etapa, es decir, de raza en raza, y al observar estas razas aprendemos el significado de la humanidad. Cada vez comprendemos mejor lo profunda y verdadera que es la siguiente afirmación: «Uno lo consiguió, levantó el velo de la diosa en Sais. Pero ¿qué vio? Vio, oh milagro de los milagros, ¡a sí mismo!». Nos vemos a nosotros mismos en todas partes y en las formas más diversas. ¡Eso es el autoconocimiento! Aquí también se cumple la gran frase del templo de la escuela de sabiduría de la civilización griega: ¡Oh, hombre, conócete a ti mismo!

Traducido por J.Luelmo ene, 2023

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