Evolución humana y conocimiento de Cristo
RUDOLF STEINER
La naturaleza de los cuerpos físico y etérico - El pentagrama
Basilea, 17 de noviembre de 1907
2 conferencia,
El ser humano, tal y como lo vemos ante nosotros, se divide en siete partes según la ciencia espiritual. El cuerpo físico, perceptible por nuestros órganos sensoriales, es solo una parte del ser humano. El ser humano comparte este cuerpo físico con toda la naturaleza mineral que nos rodea. Las fuerzas que actúan en nuestro cuerpo físico son las mismas que en la naturaleza aparentemente inanimada.
Sin embargo, este cuerpo físico está impregnado de fuerzas superiores, de forma similar a como una esponja puede estar impregnada de agua. La diferencia entre los cuerpos inanimados y los animados es la siguiente: en el cuerpo inanimado, las sustancias que lo componen solo siguen las leyes físicas y químicas. En el cuerpo animado, por el contrario, las sustancias están encadenadas entre sí de una manera muy complicada, y solo bajo la influencia del cuerpo etérico pueden mantenerse en esta agrupación antinatural e impuesta. En cada momento, la sustancia física quiere agruparse según su naturaleza, lo que significa la descomposición del cuerpo vivo, y en cada momento el cuerpo etérico lucha contra esta descomposición. Cuando el cuerpo etérico se aleja del cuerpo físico, las sustancias del cuerpo físico se agrupan de la manera que les es natural y el cuerpo se desintegra, convirtiéndose en un cadáver. El cuerpo etérico es, por tanto, el luchador constante contra la desintegración del cuerpo físico.
Cada órgano tiene este cuerpo etérico como su fuerza fundamental. El ser humano tiene un corazón etérico, un cerebro etérico, etc., que mantienen unidos los órganos físicos correspondientes. Es fácil caer en la tentación de imaginar el cuerpo etérico de forma material, como una niebla muy fina. En realidad, el cuerpo etérico es una suma de corrientes de energía. Para el clarividente, en el cuerpo etérico del ser humano aparecen ciertas corrientes que son de gran importancia. Por ejemplo, una corriente asciende desde el pie izquierdo hasta la frente, llega a un punto situado entre los ojos, a aproximadamente un centímetro de profundidad en el cerebro, y luego desciende al otro pie, desde allí a la mano opuesta, desde allí a través del corazón a la otra mano y desde allí de vuelta a su punto de partida. De esta manera se forma un pentagrama de corrientes de energía.
Esta corriente de fuerza no es la única que existe en el cuerpo etérico, sino que hay muchas más. El ser humano debe su posición erguida precisamente a esta corriente de fuerza. El animal está unido a la tierra con sus extremidades delanteras, y en los animales no vemos tal corriente. En cuanto a la forma y el tamaño del cuerpo etérico humano, se puede decir que en sus partes superiores es una réplica exacta del cuerpo físico. No ocurre lo mismo con sus partes inferiores, que no coinciden con el cuerpo físico. La relación entre el cuerpo etérico y el cuerpo físico se basa en un gran misterio que ilumina profundamente la naturaleza humana: el cuerpo etérico del hombre es femenino, el de la mujer es masculino. Esto explica el hecho de que encontremos mucho de femenino en la naturaleza de cada hombre y mucho de masculino en la naturaleza de cada mujer. En los animales, el cuerpo etérico es más grande que el cuerpo físico. Así, por ejemplo, el clarividente ve en el caballo la cabeza etérica sobresaliendo por encima de la cabeza en forma de caperuza.
Hay algo en el ser humano que le es mucho más cercano que la sangre, los músculos, los nervios, etc. Se trata de las sensaciones de placer y sufrimiento, alegría y dolor, en resumen, todo lo que el ser humano denomina su interior. En la ciencia secreta, esto se denomina cuerpo astral, que el ser humano solo tiene en común con los animales.
Así como una persona ciega de nacimiento conoce el mundo que le rodea de forma incompleta y el mundo de los colores y la luz no existe para ella, el ser humano medio se encuentra en la misma situación con respecto al mundo astral. Este también está presente, impregna y rodea el mundo físico, pero no es percibido por él. Cuando se abre el sentido astral en una persona, el mundo astral se hace visible para ella. Sin embargo, el significado y la importancia de este momento del desarrollo humano es mucho mayor que cuando una persona ciega de nacimiento recupera la vista mediante una operación. Pero cada uno de nosotros conoce este mundo astral, aunque sea de forma imperfecta, porque cada noche nuestro cuerpo astral es trasladado a este mundo.
Descansamos en el mundo astral para restablecer la armonía del cuerpo astral, ya que, desde el punto de vista de la ciencia espiritual, el cansancio no es más que una falta de armonía en el cuerpo físico y astral. Una parábola podría ilustrar la relación entre el cuerpo físico y el astral. Si tomamos una esponja, la cortamos en mil pedazos y dejamos que estos pequeños trozos absorban el contenido de un vaso de agua, tendremos una parábola del ser humano medio despierto. Si escurrimos las esponjitas y recogemos el agua de nuevo en su recipiente, esta se une formando una masa homogénea. Así, los cuerpos astrales humanos, que durante el día estaban individualizados como las gotas de agua absorbidas, entran en la sustancia astral común y se fortalecen y vigorizan en ella. Esto se nota por la mañana, cuando el cansancio ha desaparecido. Mientras el ser humano no sea un vidente, su cuerpo astral, que ha salido durante el sueño, se mezcla con los demás cuerpos astrales. Sin embargo, en el caso del vidente, las circunstancias son diferentes.
Las plantas individuales no tienen un cuerpo astral propio, sino que todo el mundo vegetal posee un cuerpo astral común, el de la Tierra. La Tierra es un ser vivo, las plantas son sus miembros.
El cuarto miembro del ser humano es el yo. El ser humano solo puede decir la palabra «yo» a sí mismo. Esta palabra nunca puede llegar a nuestros oídos desde el exterior para designarnos. Cuando este yo resuena en un ser, es Dios quien se expresa en él. El mundo animal, el mundo vegetal y el mundo mineral se encuentran en una situación diferente con respecto al yo. Un animal, por ejemplo, no puede decir «yo» a sí mismo, del mismo modo que un dedo de nuestra mano no puede decir «yo» a sí mismo. Si el dedo quisiera designar su yo, tendría que señalar el yo del ser humano; del mismo modo, el animal tendría que señalar un yo que pertenece a un ser que vive en el mundo astral. Todos los leones, todos los elefantes, etc., tienen un yo colectivo, es decir, un yo de leones, un yo de elefantes, etc.
Si la planta quisiera mostrar su yo, tendría que señalar un yo colectivo en el centro de la Tierra, en el mundo mental. Es sabido que cuando se pincha a un animal, este siente dolor. En el caso de las plantas es diferente, y el vidente nos puede decir que recoger las flores o cortar el grano significa para la tierra la misma sensación placentera que para la vaca la extracción de leche durante la lactancia. Pero si se arranca la planta con la raíz, es como si se le cortara un trozo de carne a un animal. Este arranque se percibe como dolor en el mundo astral.
Si quisiéramos preguntar: ¿Dónde está el yo del mundo mineral? — ya no seríamos capaces de encontrar un ser que constituyera un centro así en el mundo espiritual. Como fuerza del cosmos entero, extendida por todas partes, el yo de los minerales se encuentra en el mundo supraespiritual, llamado teosóficamente mundo superior de Devachan.
En la doctrina secreta cristiana, el mundo en el que se encuentra el yo de los animales, el mundo astral, se denomina el mundo del Espíritu Santo; el mundo en el que se encuentra el yo de las plantas, el mundo espiritual o devachánico, se denomina el mundo del Hijo. Cuando el vidente comienza a sentir en este mundo, la «Palabra», el Logos, le habla. El mundo del yo mineral, el mundo supraespiritual, se denomina en la doctrina secreta el mundo del Espíritu del Padre.
El ser humano es un ser en constante desarrollo; ahora hemos conocido los cuatro miembros de su naturaleza. Son lo que Pitágoras denominaba en su escuela la cuádruple inferior. El salvaje, el civilizado, el idealista, el santo: todos tienen estas cuatro partes. Pero el salvaje es esclavo de sus pasiones; el civilizado ya no sigue indiscriminadamente sus instintos y deseos; el idealista lo hace aún menos, y el santo se ha convertido en dueño absoluto de ellos.
El yo trabaja en el cuerpo astral y separa una parte de él. Esta parte se hace cada vez más grande a lo largo del desarrollo humano, mientras que la parte heredada se hace cada vez más pequeña. En Francisco de Asís, todo el cuerpo astral ha sido trabajado y transformado por el yo. Este cuerpo astral transformado por el yo constituye el quinto miembro de la naturaleza humana: el yo espiritual o manas.
Pero el yo también puede dominar el cuerpo etérico o cuerpo vital. La parte del cuerpo etérico transformada por el yo se denomina espíritu vital o buddhi. Los impulsos del arte y la religión actúan transformando el cuerpo etérico, esta última en un grado especialmente intenso, ya que se repite a diario; y la repetición es el poder mágico que transforma el cuerpo etérico. En este sentido, lo que tiene un efecto más fuerte es el trabajo consciente en la formación secreta, y la meditación y la concentración son los medios que se utilizan aquí. La velocidad de la transformación del cuerpo etérico y del cuerpo astral muestra una relación similar a la del reloj, entre el movimiento de la manecilla de las horas y el de la manecilla de los minutos. Si se logra cambiar lo más mínimo en el temperamento, que depende de las condiciones del cuerpo etérico, esto tiene más valor que la adquisición de tantas teorías ingeniosas.
Se necesita la fuerza más poderosa para transformar conscientemente el cuerpo físico. Los medios para ello solo se enseñan en la escuela secreta. Solo se puede insinuar que el control de la respiración constituye el comienzo de esta transformación. El cuerpo físico transformado conscientemente por el yo se denomina hombre espíritu o átman. La fuerza para transformar el cuerpo astral nos llega desde el mundo del Espíritu Santo. La fuerza para transformar el cuerpo etérico nos llega desde el mundo del Hijo o del Verbo. La fuerza para transformar el cuerpo físico nos llega desde el mundo del Espíritu del Padre o del Padre divino.
Traducido por J.Luelmo dic, 2025
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