Evolución humana y conocimiento de Cristo
RUDOLF STEINER
La labor del ser humano sobre los miembros de su ser y el destino tras su muerte
Kassel, 18 de junio de 1907
3 conferencia,
Lo más sagrado en el ser humano es lo que se denomina « la autoconciencia ». Quien lo comprenda de la manera correcta, entenderá sin dificultad que la palabra « autoconciencia » expresa en realidad el sentido de la existencia humana. La autoconciencia es la capacidad de reconocerse a uno mismo como un yo.
La mejor manera de hacerse una idea es pensar que en todo el ámbito de la lengua española hay un nombre que se diferencia fundamentalmente de todos los demás: es la palabra «yo». Cualquiera puede llamar «mesa» a una mesa, pero «yo» solo puede decirlo cada uno de nosotros para sí mismo; para todos los demás, uno es un «tú». La palabra «yo» nunca puede llegar a mis oídos desde fuera si se refiere a mí mismo. Así lo han percibido todas las ciencias espirituales. La religión hebrea, por ejemplo, cuando hablaba de esta esencia del interior humano, lo hacía llamándola el nombre inefable de Dios. Se decía que, para pronunciar el «yo», este debía surgir del centro del ser mismo. Ningún ser externo puede pronunciar el nombre. Por eso, cuando el sacerdote pronunciaba la palabra Yahvé, «Yo soy el que soy», era como si un escalofrío recorriera toda la asamblea. Ahí es donde el Dios comienza a hablar en el ser humano. Ese es el significado puro y original del nombre hebreo de Dios. Conocerán otros nombres, pero todos guardan cierta relación con este nombre. Y con este yo nos referimos al cuarto miembro del ser humano. A partir de este yo, el ser humano trabaja los otros miembros de su esencia: el cuerpo astral, el cuerpo etérico y también el cuerpo físico. Por mucho que retrocedamos en la historia evolutiva de la esencia humana, los cuatro miembros siempre han estado presentes en el ser humano; y eso es precisamente lo que lo diferencia de los animales.
En relación con estos cuatro miembros, veamos cómo se relaciona lo que está desarrollado con lo que no lo está. Comparemos a uno de los más salvajes, que aún devora a sus semejantes, con un europeo medio, y a este a su vez con un ser muy desarrollado, por ejemplo Goethe, Schiller o Francisco de Asís. El salvaje sigue directamente sus instintos y pasiones, tal y como están contenidos en su cuerpo astral. Aunque ya tiene el yo, este sigue estando completamente bajo el dominio del cuerpo astral. El europeo medio actual ya distingue lo que es bueno de lo que no lo es. Esto se debe a que este ser humano ya ha trabajado su cuerpo astral. Ha trabajado en él e incluso ha transformado algunos instintos en los llamados ideales. Cuanto más ha trabajado el ser humano en su cuerpo astral desde su yo, mayor es el nivel de desarrollo que ha alcanzado. El ser humano medio europeo actual ya ha trabajado mucho en él. Una personalidad como Schiller o Goethe ya ha transformado la mayor parte de su cuerpo astral. Pero una persona que ya ha sometido todas sus pasiones a su voluntad, como por ejemplo Francisco de Asís, ya tiene un cuerpo astral que ha sido completamente transformado por el yo; ya no hay nada en él que no esté bajo el dominio del yo. Todo lo que el ser humano ha transformado de su cuerpo astral de esta manera, lo llamamos su manas o yo espiritual; ese es el quinto miembro de su esencia. Por lo tanto, podemos decir: en el yo se encuentra la semilla para la transformación del cuerpo astral en manas, el yo espiritual.
Ahora bien, también existe la posibilidad de que el ser humano no solo transforme su cuerpo astral, sino también su cuerpo etérico, de modo que el yo también se convierta en dueño del cuerpo etérico. Solo hay que tener claro que esto es mucho más difícil y se lleva a cabo más lentamente. La diferencia entre la transformación del cuerpo astral y la del cuerpo etérico es la siguiente: ¡Piensen en lo que sabía a los ocho años y en todo lo que ha aprendido desde su juventud! El portador de todas estas transformaciones es el cuerpo astral; por lo tanto, cambia de manera significativa cada día, por así decirlo, a causa de todas las impresiones externas que absorbe. Sin embargo, con el cuerpo etérico es diferente. Para hacerse una idea, imagínense lo siguiente: si a los ocho años era un niño irascible, es probable que hoy en día siga siendo irascible en ocasiones. Solo unas pocas personas logran cambiar hasta tal punto que también transforman sus hábitos, sus inclinaciones, su temperamento y su carácter. Esto no contradice en absoluto lo dicho anteriormente. El cuerpo astral tiene que ver con el placer y el dolor y nuestras pasiones; pero si estas pasiones se han convertido en hábitos, en los llamados rasgos de carácter, entonces están ancladas en el cuerpo etérico; y si queremos transformar esos hábitos, entonces debe transformarse el cuerpo etérico, porque este es el portador de todos los hábitos y rasgos de carácter.
A menudo he comparado los cambios del cuerpo astral y del cuerpo etérico con el movimiento de las agujas de los minutos y las horas de un reloj.
«Más adelante hablaremos del desarrollo del discípulo avanzado. Este discípulo no es tal en el sentido de la vida cotidiana, no es alguien que simplemente aprende algo. Sin duda, un discípulo así también tiene mucho que aprender, pero infinitamente más importante que el aprendizaje es el trabajo descrito anteriormente en el cuerpo etérico: que logre transformar la ira en mansedumbre. Precisamente para ello, la ciencia secreta da instrucciones al discípulo.
Quien tiene la capacidad de cambiar de la noche a la mañana un hábito, es decir, una característica de su cuerpo etérico, ha alcanzado un alto nivel de desarrollo. Tal transformación del cuerpo etérico debe ir de la mano con lo que el discípulo de la ciencia oculta aprende por lo demás. Pero incluso si el ser humano no sabe nada de este tipo de entrenamiento, cambia por sí mismo su cuerpo etérico, aunque sea de forma lenta y gradual, a lo largo de muchas encarnaciones. Y todo lo que se ha transformado de este cuerpo etérico lo llamamos buddhi o espíritu vital, y constituye el sexto miembro de la entidad humana.
Y luego hay otro nivel, mucho más elevado, en el que el ser humano aprende a trabajar en su cuerpo físico y a transformarlo. El grado de dominio que haya alcanzado sobre su cuerpo físico se denomina Atma o hombre espíritu; es el séptimo miembro de su esencia. Atma está relacionado con la palabra «respirar», porque es el proceso de la respiración el que da lugar a esta transformación. Lo que significa dominar conscientemente el cuerpo físico desde el yo solo se puede imaginar cuando se piensa en lo poco que se sabe realmente sobre el cuerpo físico. Este conocimiento no tiene nada que ver con lo que la anatomía actual dice sobre el cuerpo físico. Mucho antes de que existiera la anatomía actual, había enseñanzas antiguas, que sin embargo no se hicieron públicas, en las que se encuentra un conocimiento sobre el interior del ser humano. Esto permitía a estos antiguos sabios, por ejemplo, seguir las corrientes de la vida y de la sangre; así eran capaces de mirarse a sí mismos interiormente, de observar el cuerpo físico en todos sus órganos. Si nos hemos desarrollado hasta tal punto, es posible que ninguna partícula de nuestro cuerpo se mueva sin nuestra voluntad. Esa es la transformación en Atma, el hombre espíritu.
Ahora bien, alguien podría objetar: el cuerpo físico es el eslabón más bajo del ser humano, ¿por qué entonces es posible su transformación en el eslabón más alto? Precisamente porque el cuerpo físico es el eslabón más bajo, se necesita el mayor esfuerzo del ser humano para controlar este cuerpo. La transformación de este cuerpo físico va de la mano con la obtención del control sobre las fuerzas que inundan todo el cosmos. Y el dominio sobre estas fuerzas cósmicas es lo que se denomina magia.
Así, el ser humano, en su verdadera esencia interior, consta de siete partes, pero estas siete partes se funden completamente entre sí. Solo se puede tener una idea correcta de esta interpenetración de las siete partes si se compara con los siete colores del arco iris, que también están contenidos en la luz del sol. Así como la luz consta de estos siete colores, el ser humano también consta de sus siete miembros.
Ahora vamos a abordar la importancia de esta estructura para comprender todo el ciclo vital del ser humano. Ayer ya escuchamos cuál es la naturaleza del dormir. En la cama yacen el cuerpo físico y el cuerpo etérico; continúan las manifestaciones vitales de este cuerpo etérico, la respiración y la circulación sanguínea; pero todo lo que pertenece al cuerpo astral se eleva con el yo fuera del cuerpo físico y del cuerpo etérico.
En la muerte, por el contrario, ocurre algo diferente. Mientras que durante todo el tiempo entre el nacimiento y la muerte, el cuerpo físico y el cuerpo etérico permanecen unidos, en la muerte no solo se separa el cuerpo astral, como en el sueño, sino también el cuerpo etérico del cuerpo físico. Pero este cuerpo físico es tan complejo, —recordemos lo dicho ayer— que, cuando solo depender de sí mismo, tiene que desintegrarse. Contemplemos ahora con mirada clarividente al ser humano inmediatamente después de la muerte: ante nosotros se encuentra únicamente el cuerpo físico, y sobre él flotan el cuerpo astral y el cuerpo etérico. Inmediatamente después de la muerte se produce un fenómeno peculiar en la percepción del ser humano que ha fallecido: en el momento de la muerte, toda su vida se presenta como un cuadro extendido en el campo de la memoria humana. Cada pequeño acontecimiento, incluso el más insignificante, pasa ante él en forma de imágenes. Esto se debe, naturalmente, a que el cuerpo etérico, además de la propiedad antes descrita de impedir la descomposición del cuerpo físico, es también el portador de la memoria. En el mismo momento en que este cuerpo etérico queda liberado de su primera tarea, se entrega intensamente a esta segunda tarea. Pero como durante la vida cada acontecimiento estuvo ligado al placer y al dolor, a la alegría y al sufrimiento, como consecuencia de la penetración del cuerpo astral, ahora que el cuerpo astral también se ha separado de él, el ser humano experimenta estas imágenes de recuerdo, es decir, toda su existencia pasada, sin sensaciones, sin sentimientos, como en un gran panorama.
Mientras este cuerpo etérico permanece conectado al cuerpo físico, el instrumento del que debe servirse es el cerebro, lo que hace que nuestros recuerdos nunca sean completos, pues solo conservamos en la memoria fragmentos de las impresiones de la vida. La culpa de ello la tiene la imperfección de este cerebro físico, mientras que en el momento de la liberación del cerebro físico, este cuerpo etérico lo recuerda todo. En la vida cotidiana ya encontramos una analogía con este estado en el shock que se experimenta, por ejemplo, en el momento de ahogarse, de caer, etc. Esto se debe simplemente a que, en un momento así, el cuerpo etérico se separa violentamente del cuerpo físico, lo que también ocurre, por ejemplo, de forma más leve, cuando se adormecen las extremidades, o en la hipnosis, en la que el clarividente ve el cuerpo etérico colgando a ambos lados de la cabeza. La fisiología materialista objeta que se produce un cambio material en la sangre, pero eso es confundir la causa con el efecto.
El primer destino del ser humano tras la muerte es, por tanto, esta retrospectiva de la vida pasada, que tiene una duración variable y que, por término medio, dura unos tres días y medio. A continuación se produce una especie de segunda muerte, en la que lo etérico se separa por completo también del cuerpo astral, quedando atrás una especie de cadáver etérico. Este cadáver etérico se disuelve muy pronto, aunque a diferente velocidad en cada persona, en el éter universal, pero no por completo; queda una especie de esencia de la vida pasada que el yo se lleva consigo y que es un bien imperecedero que permanece con el ser humano para todas las encarnaciones posteriores. Después de cada encarnación, se añade, por así decirlo, una nueva "página" a las anteriores. En teosofía se le llama cuerpo causal, y en la calidad de este cuerpo causal reside la causa de cómo se configuran las encarnaciones posteriores.
Ahora el cuerpo astral está solo. ¿En qué se diferencia este estado dormido, en el que también se separaba de los otros miembros, el cuerpo físico y el cuerpo etérico, y en el que también estaba solo? Las fuerzas que tenía que emplear mientras dormía para elaborar y reparar el cuerpo físico se han liberado al abandonar definitivamente este cuerpo físico; ahora el cuerpo astral las utiliza para sí mismo y toma conciencia de ello. En este estado de autoconsciencia, el cuerpo astral atraviesa ahora una etapa que se puede comprender mejor si se tiene en cuenta la siguiente consideración.
Piense por un momento en el placer de disfrutar de una comida deliciosa; el ser humano la disfruta y se deleita en ese placer. Este placer no se encuentra en el cuerpo físico, sino en el cuerpo astral; pero para que este placer pueda tener lugar, necesita una herramienta, es decir, una lengua, un paladar; por lo tanto, el cuerpo físico proporciona la herramienta para los placeres del cuerpo astral. ¿Cómo es esto después de la muerte, cuando se ha abandonado el cuerpo físico? Falta el instrumento, el mediador del placer, pero el cuerpo astral no ha perdido el anhelo, el deseo de placer. Imagínense este estado de la forma más vívida posible. Es un estado similar al que siente, por ejemplo, alguien que tiene sed en el desierto. Después de la muerte, el cuerpo astral seguirá teniendo el deseo de disfrutar, en la medida en que lo haya estado acostumbrado durante la vida pasada. Por eso, para todos los seres humanos, este tiempo después de la muerte es un tiempo de deseos insatisfechos. Este estado se denomina Kamaloka; Kama significa deseo, locus: lugar. Es el mismo estado que encontramos descrito en numerosos mitos, por ejemplo, en los tormentos de Tántalo o en el purgatorio. Por supuesto, este estado no es solo un tormento; solo lo es hasta que el cuerpo astral se deshabitua del deseo de placer. Cuantas más necesidades tuviera el cuerpo astral aquí en la vida física, más dura este estado. Pero de ello se deduce que, dependiendo de la calidad de las necesidades que haya tenido una persona en su vida pasada, el cuerpo astral puede encontrar en el kamaloka no solo sufrimiento, sino también, en determinadas circunstancias, algo muy bueno y agradable. Por ejemplo, experimentará con agrado cada uno de los placeres que haya disfrutado en la hermosa naturaleza. Para disfrutar de esta alegría que nos brinda la belleza de la naturaleza, necesitamos tener ojos para ver, pero la belleza es algo que va más allá de lo físico, y por eso, también en la vida en Kamaloka, este estado es fuente de un mayor disfrute. Estas cosas son la causa de las grandes alegrías y experiencias maravillosas que se viven también durante el tiempo en Kamaloka. Así pues, el ser humano puede embellecer este tiempo si se libera de su apego a los placeres puramente físicos. Si lo piensan, comprenderán muchas cosas de la vida, por ejemplo, todo lo relacionado con el arte. Cuanto más ideal es el arte, cuanto más se trasluce lo ideal, más fuerte y más edificante es el efecto de la obra de arte más allá de la vida. Su elemento es lo espiritual. Solo la miopía materialista ha llevado al naturalismo en el arte. Tras atravesar este periodo de kamaloka, hemos llegado al punto en el que el ser humano ha abandonado todos sus placeres materiales, y este momento supone atravesar un estado completamente nuevo. Ahora el alma se despoja también de todo aquello del cuerpo astral en lo que el ser humano, es decir, el yo, aún no ha trabajado; y esta envoltura astral ahora despojada es, por tanto, el tercer cadáver que el ser humano deja atrás.
Y ahora, después de que el yo se ha unido con lo que ha conquistado de los otros cuerpos, es decir, con la esencia del cuerpo etérico descrita anteriormente y ahora también con la del cuerpo astral, pasa al mundo de los espíritus. Y ese es el tiempo que el alma vive desde ese momento hasta un nuevo nacimiento.
Hablaremos de eso mañana. Hoy solo quiero volver a insistir en una cosa: que todos estos mundos espirituales nos rodean constantemente y no están separados de nosotros espacialmente en un más allá, por lo que son visibles en todo momento para el ojo clarividente. Y quien puede ver estos mundos espirituales también puede ver en todo momento estas sombras o siluetas, que son los cadáveres. Son precisamente estos cadáveres los que con frecuencia se cuelan en las sesiones espiritistas. Pero si los participantes en una sesión espiritista de este tipo consideran que un cadáver astral de este tipo es la propia individualidad, es tan absurdo como considerar que el cadáver físico es el propio ser humano. Por lo tanto, este cadáver astral, —pues es precisamente lo que el yo no puede utilizar—, muestra muy a menudo rasgos ridículos en este tipo de sesiones espiritistas.
Traducido por J.Luelmo dic, 2025
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