1ª CONFERENCIA , 6 de junio de 1911
Un
hombre que reflexiona sobre su propia naturaleza pronto se vuelve
consciente de que en su interior hay un segundo yo más poderoso que
sobrepasa el limite de sus pensamientos, sus sentimientos y los
impulsos plenamente conscientes de su voluntad. Se da cuenta de que
está sujeto a ese segundo yo como un poder superior. Es cierto que
al principio sentirá que es una entidad inferior en comparación con
lo que abarca su alma inteligente y plenamente consciente con sus
tendencias hacia el Bien y la Verdad. Y al principio se esforzará
por superar esa entidad inferior.
Pero
un auto examen más minucioso, puede revelar algo más sobre este
segundo yo. Si en el curso de nuestras vidas revisamos con frecuencia
nuestros actos y experiencias retrospectivamente, descubriremos algo
singular sobre nosotros mismos. Y cuanto más viejos nos hacemos, más
significativos consideramos ese descubrimiento. Si nos preguntamos
qué hicimos o dijimos en un período particular de nuestra vida,
resulta que hemos hecho muchas cosas que solo entendemos realmente en
los años posteriores. Hace siete u ocho, o quizás hace veinte años,
hicimos ciertas cosas, y sabemos muy bien que solo ahora, mucho
después, nuestro intelecto está lo suficientemente maduro como para
comprender lo que hicimos o dijimos en ese período anterior.
Muchas
personas no descubren tales cosas sobre sí mismos, porque no las
buscan. Pero es extremadamente provechoso mantener frecuentemente esa
comunión con la propia alma. Porque así, un hombre se da cuenta
directamente, de que en años anteriores ha hecho cosas que está
empezando a comprender justo ahora, porque anteriormente su intelecto
no estaba lo suficientemente maduro como para comprenderlas, en ese
momento surge en el alma, algo parecido al siguiente sentimiento: El
hombre se siente protegido por una fuerza buena, que rige en lo más
profundo de su propio ser; comienza a tener cada vez más confianza
en el hecho de que realmente, en el verdadero sentido de la palabra,
no está solo en el mundo, y que todo lo que puede comprender, y
puede hacer conscientemente, es, después de todo, una pequeña parte
de lo que realmente ha logrado en el mundo.
Si
se hace a menudo esta observación, es posible poner en práctica en
la vida algo que teóricamente es muy fácil de ver. Es fácil ver
que no progresaríamos mucho en la vida, si tuviéramos que lograr
todo lo que tenemos que hacer, en plena conciencia, y con nuestra
inteligencia tomando nota de todas las circunstancias que nos
afectan. Para ver esto teóricamente, solo tenemos que reflexionar
del modo siguiente: ¿En qué período de su vida realiza un ser
humano los actos que son realmente más importantes en lo que
respecta a su propia existencia? ¿Cuándo actúa más sabiamente
para sí mismo? Lo hace, aproximadamente desde el momento en que
nace, hasta el período al que su memoria puede remontarse, cuando en
su vida posterior hace examen de su existencia. Si recuerda lo que
hizo hace tres, cuatro o cinco años, y luego retrocede más y más
hacia atrás, llega por fin a un cierto momento de la infancia, más
allá del cual la memoria no puede llegar. Lo que está más allá de
ahí, se lo pueden decir los padres u otros, pero el recuerdo de un
hombre solo se extiende hasta ese punto en el pasado. Ese punto
coincide con el momento en el que el individuo se sintió a sí mismo
como un yo. En las vidas de las personas cuya memoria se limita a lo
normal, siempre debe haber un punto así. Pero antes de ese momento,
el alma humana ya trabajaba de la manera más sabia posible en el
individuo, cosa que después, cuando el ser humano ya ha adquirido la
conciencia del yo, nunca va a poder realizar un trabajo tan vasto y
magnífico sobre sí mismo como lo hace cuando es impulsado por
motivos subconscientes durante Los primeros años de la infancia.
Porque
sabemos que al nacer, el hombre trae al mundo físico lo que ha
reunido como resultado de sus vidas terrenales anteriores. Cuando
nace, su cerebro físico, por ejemplo, es más bien un instrumento
muy imperfecto. El alma tiene que procurar afinar mas ese
instrumento, para que sea válido para todo lo que el alma es capaz
de realizar. De hecho, el alma humana, antes de ser plenamente
consciente, trabaja sobre el cerebro para convertirlo en un
instrumento capaz de ejercer todas las habilidades, aptitudes y
cualidades que pertenecen al alma como resultado de sus vidas
terrenales anteriores. Este trabajo sobre el propio cuerpo de un
hombre, es dirigido desde puntos de vista, que son más sabios que
cualquier otra cosa que el hombre pueda hacer por sí mismo, cuando
alcance la plena posesión de la conciencia.
Además,
el hombre durante este período no solo elabora plásticamente su
cerebro, sino que tiene que aprender las tres cosas más importantes
para su existencia terrenal. La primera es el equilibrio propio en el
espacio. El hombre de hoy en día ignora por completo el significado
de esta afirmación que toca una de las diferencias más esenciales
entre el hombre y los animales. Un animal está destinado desde el
principio a desarrollar su equilibrio en el espacio de cierta manera;
Un animal está destinado a ser un trepador, otro, un nadador. Un
animal se organiza desde el principio de tal manera que pueda
situarse correctamente en el espacio, y este es el caso de todos los
animales, incluso de los mamíferos que se asemejan más al hombre.
Si los zoólogos reflexionaran sobre este hecho, pondrían menos
énfasis en el número de huesos y músculos similares entre hombres
y animales, porque esto es mucho menos importante que el hecho de que
el ser humano no está dotado al nacer de las capacidades necesarias
para las condiciones de equilibrio. Primero tiene que formarlas de la
suma total de su ser. Es significativo que el hombre deba trabajar
sobre sí mismo para poder pasar de un ser incapaz de caminar, a uno
que pueda caminar erguido. Es el hombre mismo quien se da a sí mismo
su posición vertical, su equilibrio en el espacio. Se relaciona con
la fuerza de la gravedad. Obviamente, será fácil para cualquiera
que tenga una visión superficial del asunto cuestionar esta
afirmación, con una razón aparentemente buena. Se puede decir que
el ser humano está tan organizado para su caminar erecto como, por
ejemplo, un animal trepador está para trepar. Pero una observación
más precisa mostrará que es la peculiar organización del animal la
que provoca su posición en el espacio. En el hombre, es el alma la
que se relaciona con el espacio y controla la organización.
La
segunda cosa que el ser humano construye por sí mismo es el órgano
del habla. Esto lo hace por medio del mismo ser que pasa de una
encarnación a otra. A través del habla entra en relación con sus
semejantes. Esta relación convierte el habla en el vehículo de esa
entidad espiritual que interpenetra el mundo físico principalmente a
través del hombre. A menudo se ha puesto énfasis, con razón, sobre
el hecho de que si un ser humano, antes de saber hablar, fuese
retirado a una isla desierta y separado de sus iguales, no aprendería
a hablar. Pero por otro lado, lo que recibimos por herencia, lo que
se implanta en nosotros para ser usado en años posteriores y que
está sujeto a los principios de la herencia, no dependen de que un
hombre conviva con sus iguales. Por ejemplo, sus condiciones
hereditarias le obligaran a cambiar los dientes en el séptimo año.
Si le fuera posible crecer en una isla desierta, aún así le
cambiarían los dientes. En cambio, solo aprende a hablar cuando es
estimulado el ser del interior de su alma, que lleva consigo de una
vida a otra. El germen para que se desarrolle la laringe, no
obstante, debe formarse durante el período en que el ser humano aún
no ha adquirido conciencia de su yo. En el tiempo comprendido desde
el nacimiento hasta ese punto del tiempo al que su memoria es capaz
de retroceder, debe plantar el germen para desarrollar su laringe, a
fin de que este pueda convertirse en el órgano del habla.
Y
luego hay una tercera cosa, la vida dentro del mundo del pensamiento.
No es tan conocido que el ser humano adquiera esto por sí solo, por
esa parte de su naturaleza interna que se transmite de una
encarnación a otra. La elaboración del cerebro se realiza porque el
cerebro es el instrumento del pensamiento. Al comienzo de la vida,
este órgano todavía es plástico, porque la individualidad tiene
que formarlo por sí mismo como instrumento de pensamiento, de
acuerdo con el propósito de la entidad que pasa de una encarnación
a otra. El cerebro inmediatamente después del nacimiento es, tal
como estaba destinado a ser, de conformidad con las leyes de la
herencia de los padres y demás ancestros. Pero la individualidad
tiene que expresar en su pensamiento lo que él es como ser
individual conforme a sus vidas terrenales anteriores. Por lo tanto,
debe remodelar las peculiaridades heredadas de su cerebro, después
del nacimiento, cuando se ha vuelto físicamente independiente de sus
padres y demás antepasados.
Vemos
pues, que el hombre logra cosas trascendentales durante los primeros
años de su vida. Trabaja sobre sí mismo con suprema sabiduría. De
hecho, si se tratara de su propia inteligencia, no sería capaz de
lograr lo que debe lograr sin esa sabiduría durante el primer
período de su vida. ¿Cómo logra todo esto desde esas profundidades
del alma que se encuentran fuera de la conciencia? Esto sucede porque
el alma humana y todo su ser, están, durante los primeros años de
la vida terrenal, en una más estrecha conexión con los mundos
espirituales de las jerarquías superiores de lo que estará más
tarde. Un clarividente que haya pasado por un desarrollo espiritual
suficiente para permitirle presenciar eventos espirituales reales, ve
algo sumamente significativo en el momento en que el yo adquiere
conciencia, es decir, el punto más alejado al que puede remontarse
la memoria ordinaria. Mientras que lo que llamamos el aura del niño
flota a su alrededor durante sus primeros años como un maravilloso
poder humano y sobrehumano, formando realmente la parte superior del
niño, que se adentra en el mundo espiritual, en el tiempo hasta el
que la memoria puede remontarse, entonces, este aura se hunde más en
el ser interior del niño. Un ser humano es capaz de sentirse un yo a
partir de ese punto del tiempo, porque lo que anteriormente estaba en
estrecha conexión con los mundos superiores, ha pasado luego a su
yo. De ahí en adelante, la conciencia se conecta en cada punto con
el mundo externo. No es así para un niño muy pequeño, para quien
las cosas aparecen solo como un mundo circundante de sueños.
El
hombre trabaja sobre sí mismo por medio de una sabiduría que no
está dentro de él. Esa sabiduría es más poderosa y más completa
que cualquier sabiduría consciente de los años venideros. La
sabiduría superior se oscurece en el alma humana que, a cambio,
recibe la conciencia.
La
sabiduría superior procedente del mundo espiritual, actúa en lo
profundo de la parte corporal del hombre, de modo que el hombre
puede, por sus mediación, dar forma a su cerebro a partir del
espíritu. Se dice con razón que incluso los más sabios pueden
aprender de un niño, porque en el niño está obrando la sabiduría
que no pasa más tarde a la conciencia. A través de esa sabiduría,
el hombre tiene algo así como una conexión directa con los seres
espirituales en cuyo mundo vive entre la muerte y el nuevo
nacimiento. Desde ese mundo hay algo que todavía fluye en el aura
del niño, que está, como ser individual, inmediatamente bajo la
guía de todo el mundo espiritual al que pertenece. Las fuerzas
espirituales de ese mundo continúan fluyendo hacia el niño. Dejan
de fluir en el momento en que el yo hace acto de presencia. Son estas
fuerzas las que le permiten al niño ponerse en una relación
definida con la gravitación. Forman la laringe y moldean el cerebro
de modo que se convierta en un instrumento vivo para la expresión de
pensamientos, sentimientos y voluntad.
Lo
que está presente en la infancia en un grado supremo, de modo que
después se desenvuelva la individualidad, a partir de un yo que
todavía está en conexión directa con los mundos superiores,
continúa hasta cierto punto incluso en años posteriores, aunque las
condiciones cambian de la manera indicada anteriormente. Si en una
etapa de la vida sentimos que hicimos algo años antes, que solo
ahora podemos entender, es solo porque previamente nos dejamos guiar
por la sabiduría superior, y solo después de un lapso de años
hemos alcanzado un Comprensión de los motivos de nuestra conducta.
Partiendo
de todo esto podemos sentir que, inmediatamente después del
nacimiento, no nos habíamos alejado tanto del mundo en el que
estábamos antes de entrar en la existencia física, y que realmente
nunca escapamos de él por completo. Nuestra participación en la
espiritualidad superior entra en nuestra vida física y nos acompaña
en todo momento. A menudo sentimos que lo que está dentro de
nosotros no es solo un ser superior que está evolucionando
gradualmente, sino que es algo superior que ya está ahí, y que es
la causa principal de nuestro desarrollo a menudo incluso más allá
de nosotros mismos.
Todos
los ideales y creaciones artísticas que el hombre puede producir,
así como todas las fuerzas curativas naturales de su propio cuerpo,
por medio de las cuales es capaz de ajustar continuamente las
lesiones que le suceden en la vida, todos estos poderes no proceden
de intelecto ordinario, sino de aquellas fuerzas más profundas, que
en nuestros primeros años están trabajando para mantenernos en
equilibrio cuando nos erguimos, o en la formación de nuestra laringe
y del cerebro. Porque estas mismas fuerzas todavía siguen trabajando
en el hombre en los años siguientes. Cuando la enfermedad nos ataca,
a menudo se dice que las fuerzas externas no pueden ayudarnos, sino
que nuestro organismo debe desarrollar los poderes curativos latentes
en su interior; por esto se sobreentiende que hay una actividad
profundamente sabia presente en nosotros. Además, es de esta misma
fuente de donde proceden las mejores fuerzas mediante las cuales, se
alcanza el conocimiento del mundo espiritual, la verdadera
clarividencia.
Esto
sugiere ahora una pregunta: ¿por qué tales fuerzas superiores
descritas, trabajan sobre la naturaleza humana solo durante la
primera infancia? Una parte de la respuesta se puede dar fácilmente
de la siguiente manera: si esas fuerzas superiores siguieran
trabajando de la misma manera, el hombre siempre sería un niño. No
alcanzaría la plena conciencia del yo. Desde dentro de su propio ser
debe proceder la fuerza motriz que previamente trabajó en él desde
afuera. Pero hay una razón más importante que explica aún más
claramente los misterios de la vida humana, y que es la siguiente:
A
través de la ciencia oculta, es posible aprender que el cuerpo
humano, tal como existe en su etapa actual de evolución, debe
considerarse que ha llegado a su forma actual bajo diferentes
condiciones. El ocultista sabe que esta evolución se ha efectuado
mediante el trabajo de varias fuerzas que componen la suma total del
ser del hombre; ciertas fuerzas han trabajado sobre el cuerpo físico,
otras sobre el etérico, otras sobre el cuerpo astral. La naturaleza
humana ha llegado a su forma actual a través de la acción de
aquellos seres a los que llamamos luciféricos y ahrimánicos. Por su
mediación, de alguna manera se ha vuelto más imperfecto de lo que
necesitaba haber sido, si tan solo hubieran estado activas en él las
fuerzas que proceden de los regentes espirituales del cosmos que
desean hacer evolucionar al hombre siguiendo líneas rectas. Las
causas del dolor, la enfermedad e incluso la muerte deben atribuirse
al hecho de que, junto a los seres que están dirigiendo la
evolucionando del hombre en línea recta, también están los
espíritus luciféricos y ahrimánicos, que están continuamente
cruzando la línea del desarrollo progresivo.
El
hombre trae consigo al nacer algo, que más adelante en la vida no
puede mejorar. Esto es así, porque las fuerzas luciféricas y
ahrimánicas tienen poca influencia sobre el hombre durante la
primera infancia; solo son virtualmente operativos, en lo que el
hombre hace a partir de sí mismo mediante su vida consciente. Si,
con toda su fuerza, tuviera que alargar más allá de la primera
infancia esa parte más perfecta de su ser, sería incapaz de
soportar la influencia de Lucifer y Ahriman, que ejercen sobre su ser
fuerzas opuestas debilitándolo. El organismo del hombre en el mundo
físico está constituido de tal manera que es solo como un niño
suave y flexible que puede soportar dentro de él aquellas fuerzas
directas del mundo espiritual. Sería destrozado, si durante su vida
posterior todavía estuvieran trabajando directamente en él aquellas
mismas fuerzas que contribuyeron a la creación de la facultad del
equilibrio en el espacio, y a la formación de la laringe y el
cerebro. Esas fuerzas son tan tremendas que, si continuaran
trabajando, nuestro organismo se desvanecería bajo la influencia de
su santidad. El hombre solo debe recurrir a tales fuerzas con el
propósito de desarrollar el poder para establecer una conexión
consciente con el mundo suprasensible.
Pero
a partir de esto surge un pensamiento que es de gran importancia, si
se entiende correctamente. Está expresado en el Nuevo Testamento con
las palabras siguientes: 'Excepto que os volváis como niños
pequeños, no entrareis en el Reino de los Cielos'. Si es entendido
correctamente lo que se acaba de decir, entonces ¿Qué queda
manifiesto como el ideal más elevado del hombre?, Seguramente esto:
representa el cada vez mayor acercamiento, a lo que podríamos llamar
una relación consciente con las fuerzas que trabajan en el hombre,
desconocidas para él durante la primera infancia, debe tenerse en
cuenta que el hombre se derrumbaría bajo el poder de esas fuerzas,
si tuvieran que operar a la vez en su vida consciente. Por esta
razón, es necesaria una preparación cuidadosa para obtener aquellas
facultades que inducen la percepción de los mundos suprasensibles.
El objeto de tal preparación es cualificar al hombre para que
soporte lo que es incapaz de soportar en la vida ordinaria.
El
paso del individuo a través de sucesivas encarnaciones es importante
para la evolución colectiva de la raza humana. Esta última ha
avanzado a través de vidas sucesivas en el pasado, y sigue
avanzando, y paralelamente a ella, la Tierra también avanza en su
evolución. Llegará el momento en que la tierra habrá llegado al
final de su meta. Entonces, el planeta terrestre desaparecerá como
entidad física de la suma total de las almas humanas, al igual que
el cuerpo humano es alejado del espíritu con la muerte, cuando, para
continuar viviendo, el alma entra en el reino espiritual que está
adaptado a ella entre la muerte y el nuevo nacimiento. Una vez
realizado esto, debe aparecer como el ideal más alto del hombre para
haber progresado lo suficiente hasta la muerte terrenal, para poder
cosechar todos los beneficios posibles que pueden obtenerse de la
vida terrenal.
Pues
bien, aquellas fuerzas que impiden al hombre poder soportar los
poderes que trabajan sobre él durante la primera infancia, provienen
de la tierra. Cuando estos se han alejado de un ser humano, este
último, si ha alcanzado el objetivo de su vida, debe haber avanzado
lo suficiente como para poder entregarse, con todo su ser, a esos
poderes que en el presente estaban únicamente activos en el hombre
durante la infancia. Así pues, el objeto de la evolución a través
de sucesivas vidas terrenales es, hacer que todo el individuo,
incluida por lo tanto la parte consciente, se convierta en una
expresión de los poderes que rigen en él bajo la influencia del
mundo espiritual, aunque él no lo sepa, durante Los primeros años
de su vida. El pensamiento que toma posesión del alma después de
tales reflexiones, debe llenarla de humildad, pero también de la
debida conciencia de la dignidad del hombre. El pensamiento es que
este hombre no está solo; hay algo que vive dentro de él que le
está proporcionando constantemente la prueba de que puede elevarse
por encima de sí mismo hacia algo que ya está creciendo más allá
de él, y que seguirá creciendo de una vida a otra. Este pensamiento
puede asumir una forma cada vez más definida; y en ese caso
proporciona algo sumamente confortante y elevado, al mismo tiempo que
llena el alma con la humildad y la modestia correspondientes. ¿Qué
es lo que el hombre tiene dentro de sí y que se comporta de esta
manera? Seguramente un ser humano divino y superior, gracias al cual
puede sentirse interpenetrado, diciéndose a sí mismo: "Él es
mi guía dentro de mí".
Desde
tal punto de vista, no ha de pasar mucho tiempo sin que lleguemos a
la idea de que, por todos los medios a nuestro alcance, debemos
esforzarnos por estar en armonía con eso que está dentro de nuestro
ser, y que es más sabio que la inteligencia consciente. Al hacerlo
así nos veremos remitidos del ser consciente, directamente a un ser
ampliado, en presencia del cual todo falso orgullo y presuntuosidad
se extinguirá y se someterá. Este sentimiento se convierte en otro
que abre el camino hacia una comprensión precisa de cuál es la
naturaleza de la imperfección humana presente; y la conciencia de
esto lleva al conocimiento de que el hombre puede llegar a ser
perfecto, si antes permitimos que la espiritualidad más grande que
gobierna dentro, tenga la misma relación con nuestra conciencia que
la que tuvo con la vida inconsciente del alma en la primera infancia.
Si
como suele suceder, la memoria no van mas allá del cuarto año de la
vida de un niño, se puede decir que la influencia de la esfera
espiritual superior, dura hasta los primeros tres años. Al final de
ese lapso de tiempo, un niño se vuelve capaz de vincular sus
impresiones del mundo exterior con los conceptos de su yo. Es cierto
que esta concepción del yo coherente solo se puede considerar como
existente hasta donde se extiende la memoria. Sin embargo, debemos
decir que virtualmente la memoria se extiende al comienzo del cuarto
año, solo que al comienzo es demasiado débil distinguir la
conciencia del yo para ser perceptible. Se puede decir que los
poderes superiores que determinan a un ser humano en los primeros
años de la infancia pueden estar operativos durante tres años; por
lo tanto, durante el presente período medio de la tierra, el hombre
está tan organizado que puede recibir estas fuerzas solo por tres
años.
Supongamos
ahora, que tenemos ante nosotros un hombre, y que unos poderes
cósmicos hiciesen que su yo ordinario fuese retirado. Para este
propósito, hemos de suponer que fuese posible retirar de los cuerpos
físico, etérico y astral el yo ordinario que ha pasado por
sucesivas encarnaciones con el ser humano. Supongamos también, que
en los tres cuerpos se pudiera introducir un yo que colaborase en
conexión con los mundos espirituales, ¿qué pasaría con una
persona así? Al final de los tres años, su cuerpo necesariamente se
destruiría, A través del karma cósmico ocurriría algo, que
evitaría que el ser espiritual que estuviera en conexión con los
mundos superiores, viviera más de tres años en ese cuerpo. [La
vitalidad del organismo humano se mantiene en la transición desde la
infancia a la vida posterior, porque el organismo es capaz de cambiar
en ese período. Más adelante en la vida, ya no es susceptible de
cambio, y por esta razón no puede continuar existiendo con ese otro
Ser.] Solo al final de todas sus vidas terrenales el hombre tendrá
ese yo dentro de él que le permitirá vivir más de tres Años con
ese ser espiritual. Pero entonces, es cierto, el hombre podrá
decirse a sí mismo: "No yo, sino ese Ser Superior dentro de mí,
que siempre estuvo allí, ahora está trabajando en mí". Hasta
que llegue ese momento, no está en condiciones de decirlo. Lo más
que puede decir es, que siente ese ser superior, pero aún no ha
progresado lo suficiente con su verdadero yo humano real, para poder
llevar a ese ser superior a la vida plena dentro de él.
Suponiendo
entonces que, en algún momento durante el período medio de la
Tierra, un organismo humano viniese al mundo, y más tarde en la vida
se librase de su yo por la acción de ciertos poderes cósmicos,
recibiendo a cambio el yo que generalmente solo actúa en el hombre
durante los primeros tres años de vida, y que estuviera en relación
con los mundos espirituales en los que el hombre existe entre la
muerte y el nuevo nacimiento: ¿por cuánto tiempo una persona así
podría vivir en un cuerpo terrenal? Alrededor de tres años. Porque
al final de ese tiempo, algo surgiría a través del karma cósmico,
que destruiría ese organismo humano.
En
el fondo, lo que aquí se supone es un hecho histórico. El organismo
humano que se encontraba en el río Jordán en el bautismo de Juan
cuando el yo de Jesús de Nazaret dejó los tres cuerpos, después
del bautismo pasó a contener, en completo desarrollo consciente, ese
Yo superior de la humanidad que generalmente trabaja con sabiduría
cósmica en un niño sin su conocimiento. Al mismo tiempo, surgió la
necesidad de que este Yo, que estaba en relación con el mundo
espiritual superior, solo pudiera vivir durante tres años en el
organismo humano apropiado. Despues tuvieron que desencadenarse
ciertos eventos que llevaron a su fin la vida terrenal de ese ser.
Los eventos externos en la vida de Cristo Jesús deben interpretarse
como absolutamente condicionados por las causas internas que se
acaban de exponer, y se presentan como la expresión exterior de esas
causas.
Ahora
estamos en disposición de ver la conexión tan profunda, que existe
entre lo que es la guía del hombre en la vida, que fluye como el
amanecer en su infancia y siempre está trabajando debajo de la
superficie de la conciencia como la mejor parte de él, y lo que una
vez entró en la totalidad de la evolución humana y fue capaz de
vivir durante tres años en un marco humano.
Lo
que entonces se manifiesta en ese yo "superior", que está
conectado con las jerarquías espirituales, y que a su debido tiempo
entró en el cuerpo de Jesús de Nazaret, simbólicamente está
representado por el signo del Espíritu que desciende en forma de
paloma, y por las palabras; "Este es mi Hijo bien amado, hoy lo
he engendrado" (porque así estaban las palabras originalmente)
Si fijamos nuestros ojos en esta imagen, estamos contemplando el
ideal humano más elevado. Porque significa que la historia de Jesús
de Nazaret es una afirmación de este hecho; El Cristo puede ser
reconocido en cada ser humano. E incluso aunque no hubiera Evangelios
ni una tradición que nos dijera que una vez Cristo vivió en la
tierra, deberíamos aprender a través del conocimiento de la
naturaleza humana que Cristo está viviendo en el hombre.
El
reconocimiento de las fuerzas que trabajan en la naturaleza humana
durante la infancia es el reconocimiento de Cristo en el hombre.
Ahora surge la pregunta: ¿este reconocimiento conduce a una mayor
percepción del hecho de que este Cristo vivió realmente alguna vez
en la tierra en un cuerpo humano? Sin presentar ningún documento,
esta pregunta puede ser respondida afirmativamente. Porque el
verdadero conocimiento clarividente del yo, lleva al hombre de hoy en
día a ver en el alma humana, que deben ser descubiertos los poderes
que emanan de Cristo. Estos poderes están en actuando durante los
primeros tres años de la infancia sin ninguna acción por parte del
ser humano. En la vida posterior pueden ser llamados a la acción, si
se busca al Cristo dentro del alma mediante la meditación interna.
El hombre no siempre fue capaz, como lo está ahora, de encontrar al
Cristo dentro de sí mismo. Hubo tiempos en que ninguna meditación
interna podía guiarle hasta Cristo. Esto por otra parte, lo
aprendemos de la percepción clarividente. En el intervalo entre ese
tiempo pasado en que el hombre no podía encontrar al Cristo en sí
mismo, y el tiempo presente en que puede encontrarlo, la vida
terrenal de Cristo tuvo lugar. Y esa vida en sí misma es la fuente
del poder del hombre para encontrar al Cristo en sí mismo de la
forma que he señalado. Así pues, para la percepción clarividente,
la vida terrenal de Cristo se prueba sin ningún registro histórico.
Es
como si el Cristo hubiera dicho; "Seré un ideal para ustedes,
seres humanos, pues cuando se eleven a un nivel espiritual, les será
mostrado lo que se cumple en cada cuerpo humano". En su primera
infancia, el hombre aprende del espíritu a caminar; Es enseñado por
el espíritu en su camino a través de la vida terrenal. Del espíritu
aprende a hablar, a formar la verdad; en otras palabras, se
desarrolla la esencia de la verdad sin sonido durante los primeros
tres años de su vida. Y también la vida, que el hombre vive en la
tierra como un yo, obtiene su órgano vital a través de lo que se
forma en los primeros tres años de la infancia. Así, el hombre
aprende a caminar, a encontrar "el camino"; aprende a
presentar la "verdad" a través de su organismo físico; y
aprende a llevar a la expresión la "vida" del espíritu en
su cuerpo. No parece posible una interpretación más significativa
de las palabras "Excepto que lleguen a ser como niños pequeños,
no puedan entrar en el reino de los cielos". Y es trascendental
el dicho en el que el YO de Cristo se expresa así: "Yo soy el
Camino" , la Verdad y la Vida. 'Así como las fuerzas
espirituales superiores, (desconocidas para un niño), están
configurando su organismo para que se convierta en la expresión
corporal del camino, la verdad y la vida, así el espíritu del
hombre, por medio de ser Interpenetrado con el Cristo, gradualmente
se convierte en el vehículo consciente del camino, la verdad y la
vida. De este modo, se está convirtiendo, en el curso de su
desarrollo terrenal, en esa fuerza que influye dentro de él como un
niño, cuando no es conscientemente su vehículo.
Este
dicho sobre el camino, la verdad y la vida, es capaz de abrir las
puertas de la eternidad. Si su auto conocimiento es verdadero y real
al hombre le suena desde lo más profundo de su alma.
Reflexiones
como éstas abren, en un doble sentido, la visión de la guía
espiritual del individuo y de la humanidad colectiva. Como seres
humanos podemos, a través del auto conocimiento, encontrar al Cristo
dentro de nosotros como el Guía a quien, desde Su vida en la tierra,
siempre podemos alcanzar, porque Él siempre está en el hombre.
Además, si aplicamos a los registros históricos lo que hemos
percibido sin recurrir a ellos, descubrimos su verdadera naturaleza.
Expresan algo que se revela por sí mismo en las profundidades del
alma. Por lo tanto, deben considerarse como una guía de la humanidad
en la misma dirección en la que el alma está avanzando.
Si
entendemos así la sugerencia de la eternidad en las palabras "Yo
soy el camino, la verdad y la vida", no está justificado
preguntar: "¿Por qué una persona que ha pasado por muchas
encarnaciones siempre vuelve a entrar en la vida como un niño?"
'Porque se hace evidente que esta aparente imperfección es un
recordatorio siempre recurrente de lo más elevado que hay en el
hombre. Y no podemos recordarnos con la suficiente frecuencia; -al
menos, cada vez que entramos en la vida terrenal, no es tan frecuente
que nos recuerden-, la enorme importancia de la conexión del hombre
con ese Ser que subyace en toda la existencia terrenal, sin ser
tocado por sus imperfecciones (terrenales).
No
es bueno hacer muchas definiciones o resúmenes en la ciencia
espiritual o la teosofía, incluso en el ocultismo en general. Es
mejor dar una descripción e intentar generar un sentimiento de lo
que realmente existe. En este sentido, hemos intentado inducir un
sentimiento de lo que distingue los primeros tres años de la vida
humana, y de la forma en que esto se relaciona con la luz que fluye
de la cruz en el Gólgota. El significado de este sentimiento es que
un impulso está atravesando la evolución humana, y que a través de
este impulso el mensaje de San Pablo, "No yo, sino el Cristo en
mí", se convertirá en un hecho. Solo tenemos que saber qué es
el hombre en realidad, para poder pasar de tal conocimiento a la
comprensión de la naturaleza de Cristo. Sin embargo, una vez que
hayamos llegado a la idea de Cristo, a través de la verdadera
observación de la humanidad, sabemos que descubrimos a Cristo de la
mejor manera si primero lo buscamos en nosotros mismos; y luego
regresamos a los registros bíblicos, los valoramos correctamente por
primera vez. Y nadie valora la Biblia mejor, o más conscientemente,
que quien ha encontrado a Cristo de esta manera. Es posible imaginar
un ser, digamos, un habitante de Marte, descendiendo a la tierra, sin
haber oído nunca hablar del Cristo y su obra. Mucho de lo que ha
ocurrido en la tierra sería incomprensible para los marcianos; Mucho
que interesa a la gente hoy en día no le interesaría. Pero le
interesaría descubrir el impulso central de la evolución terrenal,
la idea de Cristo tal como se expresa en la naturaleza humana misma.
Habiendo
captado esto, un hombre es capaz, por primera vez, de entender
correctamente la Biblia, ya que encuentra expresado allí de una
manera maravillosa lo que ha observado previamente en sí mismo, y
dice: No es necesario haber sido educado con ninguna reverencia
especial por los evangelios; por medio de lo que he aprendido a
través de la ciencia espiritual, solo necesitan ser presentados ante
mí, un ser humano plenamente consciente, para que se revelen ante mi
en toda su grandeza.
En
el fondo, si no es demasiado decir que, en el transcurso del tiempo,
las personas que han aprendido a través de la ciencia espiritual a
apreciar correctamente los contenidos de los Evangelios, los
valorarán como guías de la raza humana más justamente que hasta
ahora. Solo a través del conocimiento de la naturaleza humana en sí,
la humanidad aprenderá a ver lo que está latente en esos registros
profundos. Luego podrá decirse: si se encuentra en los Evangelios lo
que forma parte integrante de la naturaleza humana, debe provenir de
las personas que escribieron estos documentos en la tierra, Por lo
tanto, lo que nos trae a la reflexión genuina acerca de nuestras
propias vidas, -tanto más cuanto más crecemos-, debe ser
especialmente bueno con respecto a esos escritores. Nosotros mismos
hemos hecho muchas cosas que solo entendemos años después, y en los
escritores de los Evangelios se pueden ver personas que escribieron
desde el yo superior que actúa en el hombre durante la infancia, de
modo que los Evangelios son escritos que emanan de la sabiduría que
moldea la naturaleza humana. El hombre es una manifestación del
espíritu a través de su cuerpo, y los Evangelios son una
manifestación de ese mismo espíritu en la escritura.
En
este supuesto, la idea de inspiración recupera su significado
verdadero y más elevado. Así como las fuerzas superiores están
trabajando en el cerebro durante los primeros tres años de la
infancia, también hubo fuerzas superiores de los mundos espirituales
impresas en las almas de los evangelistas, bajo la influencia de las
cuales se escribieron los Evangelios. La guía espiritual de la
humanidad se expresa en un hecho como este. Porque la raza humana
seguramente debe ser guiada, si dentro de ella la gente está
escribiendo registros bajo la influencia de esos mismos poderes que
están trabajando en el moldeado del hombre con profunda sabiduría.
Y así como el individuo dice o hace cosas que solo entiende en un
período posterior de la vida, así también la humanidad colectiva
ha producido en los evangelistas medios de revelación que solo
pueden entenderse gradualmente. Cuanto más progrese la humanidad,
mayor será la comprensión de estos registros. El ser humano puede
sentir esta guía espiritual dentro de sí mismo; y la humanidad
colectiva puede sentirla en aquellos de sus miembros que trabajan
como lo hicieron los escritores de los Evangelios.
La
idea así obtenida de la guía de la humanidad puede extenderse en
muchas direcciones. Supongamos que un hombre encuentra discípulos,
-algunas personas que lo siguen-. Tal persona pronto se dará cuenta,
a través del auto conocimiento genuino, de que el hecho mismo de
encontrar discípulos le da la sensación de que lo que él tiene que
decir no se origina consigo mismo. El caso es más bien este: que los
poderes espirituales en los mundos superiores desean comunicarse con
los discípulos y encuentran en el maestro el instrumento adecuado
para su manifestación.
A
dicho hombre le sugerirá el pensamiento siguiente: cuando era niño
trabajaba en mí mismo con la ayuda de fuerzas provenientes del mundo
espiritual, y lo que ahora puedo dar, lo mejor de mi, también debe
proceder de los mundos superiores; Puede que no lo vea como algo que
pertenece a mi conciencia ordinaria. De hecho, un hombre así puede
decir: algo demoníaco, algo así como un "daimon" (usando
la palabra en el sentido de un buen poder espiritual) está actuando
desde el mundo espiritual a través de mí en mis discípulos.
Sócrates
sintió algo de este tipo. Platón nos dice que hablaba de su
"daimon" como del que lo guiaba y conducía. Se han hecho
muchos intentos por explicar este "daimon" de Sócrates,
pero solo puede explicarse suponiendo que Sócrates pudiese ser capaz
de sentir algo parecido a lo que resulta de las reflexiones
anteriores. Entonces podemos comprender que a lo largo de los tres o
cuatro siglos en que el principio socrático estuvo activo en Grecia,
un estado de sentimiento impregnaba al mundo griego, preparando el
camino para otro gran evento. La sensación de que el hombre, tal
como es ahora, no es la totalidad de lo que viene de los mundos
superiores, este sentimiento siguió actuando. Los mejores de entre
los que este sentimiento estaba presente, fueron aquellos que luego
entendieron mejor las palabras: "No yo, sino el Cristo en mí".
Porque podían decirse a sí mismos: Sócrates solía hablar de un
ser que trabajaba como un "daimon" desde mundos superiores
el ideal de Cristo deja claro lo que Sócrates quiso decir. Sócrates
todavía no podía hablar de Cristo, porque en su tiempo nadie pudo
encontrar la naturaleza de Cristo dentro de sí mismo.
Aquí
nuevamente sentimos algo de la guía espiritual del hombre, porque
nada se puede establecer en el mundo sin preparación. ¿Por qué
Pablo encontró a sus mejores discípulos en Grecia? Porque el
terreno había sido preparado allí por la enseñanza de Sócrates y
el estado del sentimiento que se ha descrito. Es decir, lo que sucede
en la evolución humana puede rastrearse hasta los eventos que
operaron anteriormente, y que hizo que las personas estuvieran
preparadas para lo que luego se aplicaría sobre ellos. ¿No sentimos
aquí hasta qué punto se extiende el impulso guía que atraviesa la
evolución humana y cómo, en el momento adecuado, coloca a las
personas en el mejor lugar para utilizarlas para promover esa
evolución? En tales hechos se manifiesta la guía de la humanidad.