GA114 Basilea 26 de sept. de 1909 La doctrina de la reencarnación y el karma y el cristianismo. Dos tipos de la antigua iniciación, Jonás y Salomón. El Principio Cristo y el nuevo tipo de iniciación evangelio de S. Lucas

RUDOLF STEINER

LA DOCTRINA DE LA REENCARNACIÓN Y EL KARMA 
Y EL CRISTIANISMO


Basilea 26 de sept. de 1909

décima conferencia
En esta conferencia, como resultado de lo expuesto en las anteriores sobre el Evangelio de Lucas, llegaremos a la cumbre de nuestras contemplaciones, a ocuparnos del “Misterio del Gólgota”.
En las conferencias anteriores hemos tratado de explicar lo que realmente aconteció en aquel momento de la evolución de la humanidad en que el Cristo, durante tres años, vivió sobre la Tierra; además, hemos caracterizado cómo ese acontecimiento pudo tener lugar gracias a la confluencia de las corrientes espirituales a que nos hemos referido. La misión del Cristo sobre la Tierra, la llegaremos a comprender mejor si somos capaces de apreciar el contenido del Evangelio de Lucas bajo la luz de los conocimientos adquiridos a través de la Crónica del Akasha.
Ahora, alguien podría preguntar: Basándonos en el hecho de que la corriente espiritual del budismo se entreteje orgánicamente con el cristianismo, ¿Cómo se explica entonces que dentro de la doctrina del cristianismo no se haga referencia alguna a la gran Ley del “karma” la que rige la compensación del destino en el curso de las distintas encarnaciones del ser humano?. Empero, seria un malentendido creer que ese Evangelio no contuviera las verdades que la ley del karma nos enseña. Ciertamente, las contiene; no obstante, si queremos comprenderlo correctamente, hemos de ver con claridad que en distintas épocas, el alma humana también tiene necesidades distintas. Los grandes misionarios de la evolución del mundo no siempre pueden dar a la humanidad la verdad absoluta en forma abstracta; puesto que los hombres, en sus distintos grados de madurez, no serían capaces de comprenderla, sino que esos misionarios tienen que hablar de tal manera que los hombres reciban lo adecuado de cada época. Lo que el Buda ha dado a la humanidad, contiene toda la sabiduría que, en relación con la doctrina de la piedad y del amor y su aplicación por el sendero de ocho etapas, conduce a la profunda comprensión de la idea del karma; y sólo es preciso admitir que el alma humana contiene todo cuanto pueda conducirla a la idea del karma y la reencarnación.
En la conferencia anterior hemos dicho que dentro de tres mil años a contar de ahora, gran parte de la humanidad ha de llegar al grado de desarrollo en que, por las fuerzas de su propia interioridad, será capaz de alcanzar la doctrina del sendero de ocho etapas y - hoy podemos agregar - también la del karma y la reencarnación. Pero este desarrollo ha de producirse lentamente, paso a paso, pues, así como la planta no produce flores, una vez colocada la semilla en la tierra, sino que primero tiene que desarrollar las hojas, según leyes inherentes, así también es necesario que la evolución espiritual de la humanidad vaya de grado en grado y que, a su debido tiempo, aparezcan los resultados correspondientes. Quien, dotado de las facultades que la ciencia espiritual le puede dar, profundice la contemplación anímica, necesariamente encontrará la idea del karma y la reencarnación. Sin embargo, hay que tener presente que la evolución va por etapas, y que realmente es así que sólo en nuestros tiempos las almas llegaron a la madurez para encontrar en si mismas la idea del karma y la reencarnación. No hubiera sido conveniente que, exotéricamente, esta doctrina se hubiese dado a conocer algunos siglos antes de nuestra era; tampoco hubiera sido conveniente que, un par de siglos antes de nuestra era, el contenido de nuestra ciencia espiritual, tan hondamente anhelada por las almas humanas y vinculada con la investigación del fundamento de los Evangelios, abiertamente hubiese sido dado a la humanidad. Para ello, ha sido necesario que las almas tuviesen sed de recibir ese contenido y que desenvolviesen las facultades para acoger la idea del karma y la reencarnación; también ha sido necesario que esas almas hayan pasado por encarnaciones anteriores, incluso dentro de la era cristiana, con el fin de adquirir la madurez de comprender dicha idea. Sólo en nuestros tiempos, la humanidad alcanzó la madurez para acoger el contenido espiritual del karma y de la reencarnación. Por esta razón, no es de extrañar que en lo que, desde hace siglos, ha sido transmitido a la humanidad como contenido de los Evangelios, figure mucho que en realidad da una imagen enteramente tergiversada del cristianismo. En cierto modo, el Evangelio fue dado a los hombres prematuramente, puesto que sólo ahora están llegando a la madurez para desarrollar en el alma las facultades que pueden conducirlos a la comprensión del verdadero contenido de los Evangelios. Ha sido absolutamente necesario que la forma de hablar de Cristo tuviera en cuenta el estado del alma humana de aquella época, de modo que no correspondía dar una doctrina abstracta de reencarnación y karma, sino hacer fluir en el alma humana los sentimientos que paulatinamente la hiciesen madurar para acoger aquella doctrina. Dicho de otro modo: en aquella época hubo que transmitir lo que paso a paso condujese a la comprensión del karma y de la reencarnación; en cambio, no correspondía dar la doctrina misma.
Si queremos saber si el Cristo y los que le rodeaban hablaron así, hemos de examinar el Evangelio de la correcta manera; y si lo hacemos con la debida comprensión, veremos en qué forma se pudo entonces hablar de la ley del karma.

Lucas 6, 20-23: Bienaventurados vosotros los pobres; porque
vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis
hambre; porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora
lloráis, porque reiréis. Bienaventurados seréis, cuando los
hombres os aborrecieren, y cuando os apartaren de sí, y os
denostaren, y desecharen vuestro nombre como malo, por el Hijo
del hombre. Gozaos en aquel día, y alegraos; porque vuestra
recompensa es grande en los cielos.

Aquí tenemos la doctrina de la recompensa o “compensación”, sin que se mencione, en forma abstracta, la idea de karma y reencarnación, sino haciendo fluir en las almas el sentimiento de certidumbre de que el hombre que en algún sentido sufra hambre o privación, experimentará la compensación. Sentimientos de esta índole tuvieron que verterse en las almas humanas que entonces vivieron en la Tierra; y las que acogieron la doctrina en esa forma, alcanzaron, en su nueva encarnación, la madurez para recibir la sabiduría de la idea de karma y reencarnación. Al reencarnarse estas almas, había llegado una era totalmente nueva; una época en que el hombre empezó a desarrollar su Yo, su autoconciencia, con plena madurez. En tiempos pasados, el hombre recibía las revelaciones cuyos efectos obraban en su cuerpo astral, su cuerpo etéreo y cuerpo físico; ahora, en cambio debió alcanzar la plena conciencia de su Yo, pero sólo paso a paso, este Yo se llenará de las fuerzas que ha de recibir. Únicamente aquel Yo que vino a la Tierra con la corporalidad adecuada, la del Jesús natánico en que previamente se había incorporado la individualidad de Zoroastro, sólo este Yo pudo realizar en sí mismo el principio universal del Cristo. Los demás seres humanos, paso a paso y mediante la imitación del Cristo, deberán desarrollar en sí mismos lo que en aquel tiempo, durante años, existió sobre la Tierra en aquella única personalidad. El Cristo no pudo dar a la humanidad sino el estímulo, el germen; y, en el curso de los tiempos, este germen tiene que desenvolverse y crecer. Igualmente, se predispuso lo necesario para que en el curso de la evolución terrestre y en los momentos correspondientes, aparecieran los hombres que trajeran a la humanidad lo que en los tiempos posteriores contribuyese a su mayor madurez. El Cristo dio “la anunciación” en la forma en que la humanidad de su época lo pudo comprender y, además, predispuso lo pertinente para que más tarde aparecieran las individualidades que en lo espiritual contribuyesen al desarrollo de las almas, según la mayor madurez de éstas.
El autor del Evangelio de Juan nos describe de qué manera el Cristo preparó lo que debió suceder en los tiempos posteriores al acontecimiento del Gólgota. Nos relata cómo, en la figura de Lázaro, el Cristo resucitó a la individualidad que más tarde actuó como Juan en la forma descripta en las conferencias sobre el “Evangelio de Juan”. (El Evangelio según San Juan, del mismo autor). Además, el Cristo debió disponer lo necesario para que en tiempos aun posteriores pudiera aparecer otra individualidad la que, en sentido de la ulterior evolución, hiciera fluir en la humanidad lo que entonces correspondiese a la madurez más avanzada del ser humano. Con este fin, el Cristo debió resucitar a otra individualidad más. La descripción de este hecho, nos la da fielmente el autor del Evangelio de Lucas. Al decirnos que él describe lo que en aquel tiempo el clarividente imaginativo e inspirado pudo transmitir acerca del acontecimiento de Palestina, nos señala a la vez lo que, en tiempos por venir, otra individualidad dará como su enseñanza. Con relación a este proceso misterioso, el autor del Evangelio de Lucas nos habla en este documento de otra “resurrección”. Lo que allí encontramos sobre la resurrección del jovencito de Naín, contiene el misterio del eterno obrar del cristianismo. Mientras que la curación de la hija de Jairo, de la que les hablé en la penúltima conferencia, se relaciona con tan profundos misterios que el Cristo sólo permitió la presencia de muy pocas personas a las que después impone que no lo contasen a nadie; vemos, en cambio, que otra “resurrección” se realiza así que inmediatamente se difunde. En el primer caso se trató de una curación que presuponía el profundo conocimiento de los procesos del cuerpo físico; el otro caso representa una resurrección, una iniciación. La individualidad que estuvo incorporada en el adolescente de Naín, debió experimentar una iniciación de singular característica.
Existen diversas formas de iniciación. Una de ellas consiste en que, inmediatamente después del proceso que conduce a la iniciación, el ya iniciado percibe la luz del conocimiento de los mundos superiores y tiene la visión de los fenómenos y leyes de los mundos espirituales. Otra forma de la iniciación puede tener lugar de tal manera que, como primer paso, el alma del iniciando tan sólo recibe el germen y que deberá esperar hasta que, en una nueva encarnación, se desenvuelva este germen con el resultado de que en esa encarnación posterior llegará a la iniciación en su verdadero sentido. Semejante iniciación se hizo efectiva en la individualidad del adolescente de Nain. En los tiempos del acontecimiento de Palestina, su alma resultó transformada; aún no tenia la conciencia de haberse elevado a los mundos superiores. En la encarnación posterior se desenvolvieron las fuerzas que en aquel momento quedaron introducidas en esta alma.
Aquí, en una conferencia exotérica no pueden darse los nombres históricos; solamente podemos señalar que esa misma individualidad apareció a su tiempo en un poderoso maestro religioso; de manera que, en una época posterior, surgió un nuevo representante del cristianismo, con las fuerzas que fueron vertidas en el alma del adolescente de Naín.
En los tiempos venideros, esta misma individualidad estará llamada a introducir en el cristianismo, cada vez más, la doctrina de reencarnación y karma; o sea, unir con el cristianismo las enseñanzas que en los tiempos en que el Cristo vivió en la Tierra, no pudieron darse como sabiduría concreta, pues debieron verterse en las almas como fuerzas del sentimiento. El Cristo dio a comprender que la plena conciencia del Yo entró como algo totalmente nuevo en la evolución de la humanidad, y señaló - esto lo verá quien sepa leer con la debida atención - que en tiempos pasados el hombre no vivenciaba el mundo espiritual con plena conciencia de su Yo, sino que lo espiritual le penetraba por medio de los cuerpos físico, etéreo y astral, y que ello siempre estaba acompañado de un cierto grado de inconsciencia. Anteriormente, el hombre debió recibir la Ley del Sinaí que solo hablaba a su cuerpo astral. Esta ley obraba en él, pero no directamente por las fuerzas de su Yo las que solo pudieron obrar en los tiempos del Cristo Jesús, porque solo entonces el hombre alcanzo la conciencia de su Yo. El Cristo lo da a entender, según el Evangelio, cuando dice que, para acoger un principio totalmente nuevo, era necesario que el alma humana llegase a su plena madurez; lo da a entender al hablar de su precursor, Juan el Bautista.
¿Como vio el Cristo a la individualidad de Juan?.
Dijo que Juan, antes de la aparición del Cristo, era llamado a caracterizar, en la forma más pura y más noble, el contenido de la antigua doctrina de los Profetas. Para el Cristo, Juan fue la figura que, como por última vez, represento, en la forma más pura y más noble, lo que pertenecía a los tiempos antiguos. Hasta el tiempo de Juan prevalecían la “Ley y los Profetas”, y él debió, por última vez, exponer al hombre lo que la antigua doctrina y el antiguo contenido del alma podían darle. Pues, ¿Como obraba este antiguo contenido del alma en los tiempos antes de entrar el principio del Cristo en la evolución?.
He aquí algo que a su debido tiempo se convertirá en conocimiento de la ciencia natural, cuando ella se dejará inspirar por la ciencia espiritual, por más extraño que actualmente se le parezca. Al respecto, tengo que tocar algo, aunque solo de paso, para demostrar hasta qué profundidades de la ciencia natural, la ciencia espiritual es capaz de proyectar luz. Actualmente, mediante las limitadas capacidades del pensamiento humano, la ciencia natural trata de penetrar en los misterios de la existencia humana. Ella expone que por la acción conjunta de los gérmenes masculino y femenino se logra la formación de todo el organismo humano. Mediante el microscopio, cuidadosamente trata de establecer lo que en la sustancia se halla de origen masculino y lo que proviene del germen femenino. Sin embargo, llegará el día en que esta ciencia natural, por su propia investigación, se verá impulsada a reconocer que solo una parte del organismo humano se determina por la acción de los gérmenes masculino y femenino, y que en el actual ciclo evolutivo es, efectivamente así que - por más exactamente que se llegue a definir lo que proviene de los distintos gérmenes - por regla resultará que esto no da la explicación toda. En todo organismo humano existe algo que no se origina en el germen, sino que, en cierto modo, es de “nacimiento virgíneo”; algo que desde otras esferas se vierte en el proceso germinativo. Con el germen humano se reúne algo que no proviene del padre ni de la madre, pero que no obstante le pertenece y que, como destinado a él mismo, penetra en su Yo, dentro del cual podrá ennoblecerse si llega a unirse con el Cristo. Lo que en el curso de la evolución de la humanidad se unirá con el Cristo, es la parte que representa el nacimiento virgíneo. Con sus propios medios, la ciencia natural descubrirá que esto se halla en relación con la importante transición que en los tiempos del Cristo tuvo lugar. Antes de esa transición, nada pudo haber en lo interno del ser humano sino lo que provenía del germen; y esto nos hace ver que en el curso de los tiempos realmente se producen cambios con respecto a la evolución del Yo. Acogiendo el principio del Cristo, la humanidad tiene que desarrollar y ennoblecer lo que, desde aquel tiempo, se le va agregando a los componentes del mero germen.
Esta contemplación nos acerca a una sutil verdad. Para el conocedor de la ciencia natural moderna es interesante ver que al investigador de ciertos fenómenos resulta casi palpable que en el ser humano hay algo que no se origina en el germen. Sería fácil descubrirlo, puesto que las condiciones previas ya existen, sólo que el intelecto del investigador aún no se ha desarrollado lo suficiente como para reconocer correctamente lo que sus experimentos y observaciones le ofrecen. La ciencia natural no llegaría muy lejos si únicamente dependiera de la habilidad de los investigadores. Mientras éstos trabajan en el laboratorio, en la clínica o en otros campos de actividades, las potencias que dirigen al mundo se hallan detrás de ellos y hacen aflorar a la superficie lo que el mismo investigador no comprende y para lo cual él es tan sólo instrumento. Es absolutamente correcto decir que incluso la investigación objetiva es dirigida por los “maestros”, las individualidades superiores; sólo que de esto comúnmente el hombre no se da cuenta. No obstante, estas cosas entrarán en observación tan pronto las facultades conscientes de los investigadores se compenetren de los conocimientos espirituales de la Antroposofía.
Gracias a la evolución que desde la venida del Cristo a la Tierra ha tenido lugar, se ha operado una gran transformación de las facultades del hombre, el que anteriormente sólo pudo valerse de las facultades que surgían de los gérmenes paterno y materno. Durante la vida entre el nacimiento y la muerte, el hombre desenvuelve las facultades inherentes a los cuerpos físico, etéreo y astral. Antes de la época del Cristo Jesús, esas facultades únicamente fueron preparadas de cuanto el mismo germen daba; después se agregó lo que proviene del nacimiento virgíneo y que no se debe al germen. Naturalmente, estas nuevas facultades pueden echarse a perder sí el hombre se abandona a la mera concepción material; en cambio, sí él acoge el calor que emana del principio del Cristo, las ennoblecerá y las llevará consigo, en forma cada vez más elevada, a las nuevas encarnaciones.
Lo que antecede, presupone que en todas las enseñanzas anteriores al advenimiento del Cristo hubo un elemento determinante que dependía de las facultades provenientes de la descendencia y que el hombre recibía con el germen. Presupone, además, que el Cristo tuvo que dirigirse a las facultades que nada tienen que ver con el germen terrestre sino a las que se unen con el germen que proviene de los mundos divinos. Para hablar a los hombres, todas las grandes individualidades aparecidas antes de la venida del Cristo Jesús no pudieron valerse sino de las facultades adquiridas en su naturaleza terrena a través del germen; todos los profetas, los grandes fundadores e incluso los Bodisatvas tuvieron que servirse de estas facultades. No así el Cristo Jesús; Él habló a aquello en el hombre que no se origina en el germen sino a lo que proviene del reino de lo divino; y así habló a sus discípulos sobre la naturaleza de Juan el Bautista: “Os digo que no hay mayor profeta que Juan el Bautista, entre los nacidos de mujeres”. Esto quiere decir, entre los cuya naturaleza tiene su origen en el germen masculino y femenino. Pero sigue diciendo: “La más mínima parte de lo que no nació de mujer y que se une con el hombre desde el reino de Dios, es mayor que Juan”. ¡Tan profunda verdad se oculta tras estas palabras!. Cuando los hombres estudien la Biblia bajo la luz de la ciencia espiritual, descubrirán que ella contiene verdades fisiológicas más grandes que todo cuanto el moderno pensar fisiológico y superficial pueda producir. Las palabras citadas nos inducen a buscar una de las más grandes verdades fisiológicas.
El Cristo lo explica de la más variada manera. Quiere destacar que lo que Él trae al mundo es algo totalmente nuevo, distinto de todo lo anteriormente dado, porque se enuncia con las facultades provenientes de los reinos de los cielos, facultades no recibidas por herencia. Señala también que no será fácil comprender semejante verdad, semejante Evangelio, porque los hombres quieren llegar a la convicción de la misma manera como antes pudieron comprenderlo. Pero el Cristo dice que de la nueva verdad no es posible convencerse de esa misma manera, puesto que el testimonio de la forma antigua no es propio para comprender la nueva. Las formas en sentido de la antigua verdad se comprenden cabalmente si se simbolizan mediante la “señal de Jonás”. Esta señal simboliza la manera antigua de cómo el hombre se eleva al conocimiento de los mundos espirituales, o - con palabras de la Biblia - se convierte en profeta. La antigua manera de llegar a la iniciación ha sido como sigue: a los iniciandos se los preparaba cuidadosamente para que su alma adquiriese la debida madurez de conocer la vida espiritual; después, durante tres días y medio, se los mantenía sustraídos al mundo exterior en un lugar donde sus sentidos exteriores nada podían percibir, y donde su cuerpo se encontraba en un estado parecido a la muerte. A los tres días y medio volvíase a despertarlos, haciendo volver el alma a su cuerpo. Estos hombres poseían entonces la capacidad de recordar la visión de los mundos superiores, obtenida en ese estado, y de hablar ellos mismos de esos mundos. Esto fue el gran secreto de la antigua iniciación, que al alma, después de su intensa preparación, se le mantenía fuera del cuerpo, durante tres días y medio, en un mundo totalmente distinto. Así quedaba aislada del mundo exterior y penetraba en el mundo espiritual. Dentro de los pueblos antiguos, siempre había semejantes hombres que sabían hablar del mundo espiritual, porque habían pasado por lo que en la Biblia es llamado el “estar Jonás en el vientre del pez”. Cuando estos iniciados aparecían ante el pueblo, ostentaban la “señal de Jonás”, como indicio de que eran capaces de penetrar en el mundo espiritual.
En sentido antiguo no hay, dijo el Cristo, otra señal que la de Jonás, y en el Evangelio lo explica aún más claramente: Existe, por cierto, como herencia de tiempos antiguos, la posibilidad de convertirse en clarividente – en forma opaca, indecisa - sin aquel método de iniciación, sino por revelación directa desde el mundo espiritual. Y el Cristo agregó: Mirad al rey Salomón que fue de la índole de aquellos que, sin preparación previa, por revelación desde las alturas, obtuvieron la visión del mundo espiritual. En este mismo sentido, la “reina de Saba” que vino a encontrarse con el rey Salomón, fue la portadora de la sabiduría revelada desde las alturas y representante de los predestinados a heredar la clarividencia opaca, que había sido el don de todos los hombres de la época atlante.
Existieron estas dos categorías de iniciados, la representada por Salomón, según la imagen de su encuentro con la reina de Saba, la reina del Austro; y la otra que se realizaba bajo la señal de Jonás, o sea, la antigua iniciación obtenida por el aislamiento del mundo exterior, durante tres días y medio. Nuevamente, el Cristo agregó: “Aquí hay más que Salomón y más que Jonás”, con lo cual indicó que hay algo nuevo que entró en el mundo, y que ahora no sólo se habla al cuerpo etéreo por la revelación desde afuera, como en el caso del rey Salomón, ni tampoco por revelación desde dentro, por medio del cuerpo astral el que, en virtud de su preparación, transmite esa revelación al cuerpo etéreo, tal como lo representa el símbolo de la señal de Jonás. El Cristo dijo: “Aquí hay algo en que el hombre, con la madurez de su Yo, se une con lo que pertenece a los reinos del cielo, y las fuerzas de estos reinos se unen con la parte virginea del alma humana; esta parte se echa a perder si el hombre se aparta del principio del Cristo, pero se cultivará si el hombre se compenetra de lo que fluye del principio del Cristo.
Además, el Cristo quiso mostrar que también puede haber hombres los que, antes de morir, serán capaces de ver los reinos del cielo, por medio del nuevo elemento en el mundo. Sus discípulos no captaron de qué se trataba, pero El quiso mostrarles que se refería a ellos mismos quienes, antes de morir, o antes de experimentar la muerte de la iniciación antigua, experimentarían los misterios de los reinos del cielo. He aquí el maravilloso pasaje en el Evangelio donde el Cristo habla de la revelación superior, diciendo (Cap. 9, 27): “Os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que vean los reinos del cielo”. Mas ellos no comprendieron que eran llamados a experimentar el poderoso efecto del Yo, del principio del Cristo, es decir, elevarse directamente al mundo espiritual, sin la señal de Salomón, sin la señal de Jonás. Preguntémonos ahora si esto se ha realizado.
A continuación de las precitadas palabras del Cristo se describe la escena de la transfiguración, donde los tres discípulos: Pedro, Jacobo y Juan se elevan al mundo espiritual, y allí se encuentran con las individualidades - en su existencia espiritual - de Moisés y Elías, percibiendo, asimismo, la esfera espiritual en que vive el Cristo. Por un instante, tienen la visión del mundo espiritual para convencerse de que es posible alcanzar la visión sin la señal de Salomón y sin la señal de Jonás. Mas también se evidencia que los tres son principiantes, pues en seguida se adormecen, después de ser arrancados de los cuerpos físico y etéreo, por la potencia del acontecer. Así, el Cristo los encuentra dormidos. Con todo esto se mostró cuál es la tercera manera de penetrar en el mundo espiritual, aparte de las de la señal de Salomón y de la señal de Jonás. El Cristo sabía que el Yo del hombre debió desarrollarse, que había llegado el momento en que este Yo debió ser inspirado, y que las fuerzas divinas debieron impulsarlo directamente. Sin embargo, también quedó demostrado que el hombre de aquel tiempo, incluso los más avanzados, no fueron capaces de acoger el principio del Cristo. Un primer paso hubo que darse con la transfiguración la que, no obstante, evidenció que los discípulos no poseían suficiente capacidad como para acoger el principio del Cristo. Por esta razón, al querer valerse, momentos más tarde, de este principio, tratando de curar a un enfermo poseído de un demonio, no logran hacerlo; y el Cristo les hace ver que no se hallan sino en el principio del camino, diciéndoles: “Por mucho tiempo aún he de estar con vosotros hasta que vuestras fuerzas puedan fluir en los demás”. El mismo cura entonces al enfermo al que ellos no habían logrado curar. Luego les dice: “Ha de acontecer que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres”; esto quiere decir: está por llegar el tiempo en que paulatinamente ha de fluir en los hombres lo que ellos, por su misión terrestre, deberán desarrollar. Dicho con otras palabras: el tiempo en que el Yo que en su suprema conformación se presentó en el Cristo, será entregado al hombre. “Poned en vuestros oídos estas palabras; porque ha de acontecer que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres. Mas ellos no entendían esta palabra, y les era encubierta para que no la entendiesen.” (Lucas 9, 44-45).
Podemos preguntar: ¿Cuántos hombres la han comprendido hasta hoy?. Ciertamente, serán cada vez más los que comprenderán que en aquel momento el Yo, el Hijo del Hombre, debió entregarse a la humanidad. Además, el Cristo dio la explicación apropiada para aquel tiempo, diciendo: El hombre actual es, por una parte, resultado de las fuerzas antiguas las que habían obrado antes de la influencia de las entidades luciféricas y, por otra parte, de estas fuerzas luciféricas que arrastraron al hombre a un nivel más bajo de su estado anímico-espiritual. Las consecuencias se manifiestan en las facultades del hombre actual. En lo que surgió del germen originario se entremezcló, en la conciencia del hombre, lo que le hizo descender a una esfera más baja; él es un ser binario: como resultado de la evolución, su conciencia actual se halla compenetrada de las fuerzas luciféricas. Sólo la parte en que reina lo inconsciente, o sea, lo que en cierto modo proviene, como un remanente, de la evolución a través de Saturno, Sol y Luna, cuando aún no existieron las fuerzas luciféricas; únicamente esto fluye en el hombre como su parte virgínea. Sin embargo, esto no puede aunarse con él si no desarrolla en sí mismo el principio del Cristo. El ser humano, como hoy se nos presenta, es, ante todo, el resultado de lo heredado, de lo que proviene del germen; y sólo su elemento de “infancia” contiene aún un remanente de su existencia de antes de la influencia luciférica; el elemento de “edad madura”, en cambio, se halla compenetrado de las fuerzas luciféricas, las cuales hacen valer su influencia desde el primitivo estado embrionario, y ya al niño lo compenetran. En la vida común no se hace visible lo que antes de la influencia luciférica se ha vertido en el ser humano; pero la fuerza del Cristo volverá a despertarlo, al unirse con el elemento que constituye las mejores fuerzas de la naturaleza infantil del hombre. La fuerza del Cristo no ha de vincularse con las facultades que el hombre echó a perder, las que tienen su origen en el mero intelecto, sino con lo que ha quedado de la antigua naturaleza infantil, pues ésta es lo mejor del ser humano.
Entonces entraron en disputa, cuál de ellos sería el mayor”, lo que significa: quién sería el más apropiado para acoger en sí mismo el principio del Cristo. “Mas Jesús, viendo los pensamientos del corazón de ellos, tomó un niño, y púsole junto a ellos, diciendo cualquiera que recibiere este niño en mi nombre” - quiere decir, quien en el nombre del Cristo se uniera con lo que ha quedado de los tiempos pre-luciféricos - “a mí recibe; y quien me recibiere a mí, recibe al que me envió”; lo que equivale a decir: al que envió a la Tierra esta parte del ser humano. Esto es el gran significado del elemento que en la naturaleza humana debe cuidarse y cultivarse: su elemento “infantil”. Podemos esforzarnos en desarrollar las promisorias predisposiciones de una persona la que, probablemente, hará buenos progresos. Sin embargo, hoy en día no se toma en consideración lo que existe en lo más profundo del ser humano, que es el elemento en que se han conservado las fuerzas infantiles al que ante todo habría que tomar en cuenta, puesto que las nuevas facultades han de despertarse a través de ese elemento, por medio del principio del Cristo. Todo hombre lleva en si mismo dicha naturaleza infantil la que, si es activa, posee también la sensibilidad para unirse con el principio del Cristo. En cambio, si las fuerzas sometidas a la influencia luciférica, por más elevadas que sean, actúan solas, rechazan y se burlan de lo que como fuerzas del Cristo pueda vivir en la Tierra, tal como el Cristo mismo lo ha vaticinado.
El Evangelio de Lucas nos enseña cuál es el sentido del nuevo mensaje. Cuando el antiguo iniciado, con la señal de Jonás en la frente, aparecía ante los hombres, fue reconocido como capacitado de hablar de los mundos espirituales; mas sólo lo conocieron por su aspecto exterior los que habían recibido la instrucción correspondiente, pues se requiere cierta preparación para comprender la característica de la señal de Jonás. Empero, se necesitaba una nueva preparación - más allá de la señal de Salomón y la de Jonás – para abrir camino a un nuevo modo de comprender y de madurar al alma humana. Los contemporáneos de Cristo Jesús, normalmente, sólo eran capaces de comprender el modo antiguo; la mayoría de ellos pudieron comprender a Juan el Bautista, pero les causó extrañeza que, para dar algo totalmente nuevo, el Cristo se dirigiera a hombres de apariencia absolutamente distinta de la acostumbrada. Habíanse imaginado que El se sentara al lado de los que hacían los ejercicios antiguos, a fin de proporcionarles su enseñanza. No pudieron comprender que El se dirigiera a hombres por ellos considerados como “pecadores”. Mas El les decía: “Si mi mensaje totalmente nuevo lo transmitiera a la humanidad de la manera antigua, en lugar de elegir una forma enteramente nueva, sería lo mismo que remendar de paño nuevo un vestido viejo; o echar vino nuevo en odres viejos. Más lo que ahora debe darse a la humanidad como algo superior a la señal de Salomón o la de Jonás, habrá que verterlo en odres nuevos, es decir en formas nuevas. Debéis hacer un esfuerzo para comprender de un modo nuevo el mensaje que también es nuevo”.
Debieron comprenderlo, no en base a los conocimientos adquiridos intelectualmente, sino por la potente influencia del Yo, por lo que de la naturaleza espiritual del Cristo se había derramado en ellos. Para esto estaban predestinados, no los instruidos en sentido de las doctrinas antiguas, sino los que, a pesar de haber pasado por muchas encarnaciones anteriores, eran gentes sencillas quienes comprendieron al Cristo, gracias a la fuerza de fe, derramada en ellas. Consecuentemente, ante los ojos del mundo, también hubo que presentarles una “señal”. En el gran escenario de la historia universal debió realizarse lo que, en el curso de siglos y milenios, se había realizado, como el pasar por la “muerte mística”, en los Templos de los Misterios. Apareció ante el mundo y se evidenció en el Gólgota como acontecimiento absoluto, todo lo misteriosamente realizado en los grandes templos de la iniciación. Con gran intensidad se presentó ante la humanidad lo que antes, en los tres días y medio de la antigua iniciación, sólo se había presentado a los iniciados. Así se explica que el conocedor de los hechos debió describir lo sucedido en Gólgota como la iniciación antigua transformada en hecho histórico y trasladada al escenario exterior de la historia universal. Lo que anteriormente los pocos iniciados habían experimentado en los templos de los Misterios: el hallarse durante tres días y medio en estado parecido a la muerte – proporcionándoles la convicción de que lo espiritual siempre superará a lo corpóreo y que lo anímico-espiritual pertenece a un mundo superior - eso debió realizarse una vez ante los ojos de todo el mundo. El acontecimiento de Gólgota fue una iniciación trasladada al plano externo de la historia del mundo, realizada no sólo para los que lo presenciaron, sino para toda la humanidad. Lo que irradió de la muerte en la Cruz, se extendió de allí hacia toda la humanidad: con cada gota de sangre de las heridas de Cristo Jesús, una corriente de vida espiritual fluyó hacia toda la humanidad. Pues, como fuerza debió entonces fluir hacia la humanidad lo que antes, como sabiduría, había emanado de otras grandes individualidades. Esta es la gran diferencia entre el acontecimiento del Gólgota y la enseñanza de los demás fundadores de una religión.
Las facultades del hombre actual no alcanzan para comprender correctamente lo que en el Gólgota sucedió. Al principio de la evolución terrestre, el Yo humano se unió con la sangre como su expresión exterior. De no haber venido el Cristo, los hombres hubieran fortalecido su Yo a tal grado que hubieran desarrollado un egoísmo destructivo, pero el acontecimiento del Gólgota los preservó de tal peligro. Al verterse la sangre de las heridas del Cristo Jesús, se derramó el exceso de la sustancia del Yo, como “señal” de que se estaba sacrificando el excedente de egoísmo de la naturaleza humana. Para comprenderlo, hemos de penetrar más profundamente en el significado espiritual del sacrificio del Gólgota. Esto no es asequible al intelecto y la mirada superficial del químico, pues en un análisis químico de la sangre que se derramó en el Gólgota, se hubieran encontrado las mismas substancias que la sangre humana generalmente contiene. No obstante, quien examinara esa sangre con los medios de la investigación oculta, encontraría que efectivamente se trataba de una sangre distinta. Sin el inmenso amor que hizo fluir la sangre del Gólgota, la humanidad, debido al exceso de sangre, se hubiera perdido en el egoísmo; y el investigador oculto descubre ese inmenso amor que penetra la sangre del Gólgota. Particularmente, ha sido la intención del autor del Evangelio de Lucas, describir que por el Cristo llegó al mundo ese inmenso amor que paso a paso ha de expulsar el egoísmo. Cada evangelista describe lo que resulta de su particular intención y tarea; y si examináramos más profundamente todos los hechos, encontraríamos que todos los aspectos contradictorios desaparecen, contradicciones que la investigación materialista pueda encontrar, como por ejemplo las diferencias en cuanto a los acontecimientos previos al nacimiento de Jesús de Nazareth, las que dejan de existir al explicarse lo realmente sucedido. Lucas describe lo que los ministros del verbo, los que lo han visto por sus ojos, pudieron percibir; y también nos habla del amor que se derrama y que perdona, incluso en los casos en que en el mundo físico se le hace sufrir lo más espantoso; de modo que desde la cruz, con toda razón, suenan las palabras: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Por su inmenso amor, el crucificado pide perdón para los que le crucificaron. Aparte, ¡vuelvo a afirmar que este es el Evangelio que nos habla de la fuerza de la fe!. Debióse corroborar que en la naturaleza humana hay algo que, por el solo hecho de verterse al mundo, es capaz de liberar al hombre del mundo sensorio, por más estrechamente que se halle ligado a él. Imaginémonos a un hombre tan atado al mundo sensorio, por toda clase de crímenes, que la justicia del mundo ejecuta la condena; pero que él, no obstante, háyase guardado lo que en su ser pueda hacer germinar la fuerza de la fe. Tal hombre, comparado con otro que no sea capaz de hacer germinar esa fuerza, se diferenciará de éste al igual que uno de los malhechores del Gólgota se diferenciaba del otro. El primero poseía la fe cual una débil luz que irradia al mundo espiritual; es por ello que no ha de perder el vínculo con lo espiritual y que el Cristo le dice: “De cierto te digo que hoy, puesto que tú sabes que estás vinculado al mundo espiritual, estarás conmigo en aquello que se halla en el paraíso”. De esta manera, en el Evangelio de Lucas, aparte de la verdad sobre el amor, resuenan también, desde la cruz, las verdades de la fe y la esperanza.
Además, desde el ámbito anímico que el autor de este Evangelio nos describe, ha de cumplirse algo más.
El hombre, compenetrado del amor que fluyó de la cruz del Gólgota, dirá: La evolución sobre la Tierra ha de realizarse de tal manera que el espíritu que en mí tiene vida, en el curso del tiempo transformará toda la existencia física terrestre. El principio del Dios Padre, que existió antes de la influencia luciférica, será restituido a ese mismo principio, pero el principio del Cristo penetrará todo nuestro espíritu, y por nuestras manos se manifestará lo que en nuestras almas vive como una clara imagen. En nuestras manos, creadas por el principio del Dios Padre, fluirá el principio del Cristo. En lo que los hombres, a través de sus encarnaciones, hacen por medio de sus cuerpos, fluirá lo espiritual que proviene del Misterio del Gólgota; de modo que el mundo externo será transformado por el principio del Cristo. La calma que emanó de la cruz del Gólgota conducirá a la suprema esperanza por el porvenir, al ideal: En mi ser germinará la fe, en mi ser germinará el amor; la fe y el amor, al acrecentarse, penetrarán toda la existencia exterior. “La esperanza por el porvenir de la humanidad acompañará a la “fe” y el “amor”, y el hombre comprenderá que en el futuro deberá adquirir la calma y la certeza: “Si tengo fe y amor, también puedo tener la esperanza de que lo recibido del Cristo fluirá, cada vez más, hacia fuera”. Así, el hombre comprenderá las palabras que como alto ideal resonaron desde la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Así, desde la cruz, suenan las palabras de la fe y de la esperanza en el Evangelio que nos describe la confluencia en Jesús de Nazareth de las anteriormente separadas corrientes espirituales. Lo que otrora la humanidad había recibido como “sabiduría”, fluyó en ella como fuerza del alma, como el elevado ideal del Cristo. Con las verdades espirituales que la ciencia espiritual nos transmite, se desarrollará en nosotros la facultad para comprender que son palabras vivientes las que contiene un documento religioso como el que Lucas ha dado a la humanidad; además la ciencia espiritual nos revela el significado de su contenido oculto.
De esta manera podemos comprender las palabras que resuenan en el momento en que el Nirmanakaya del Buda hace fluir su fuerza en el niño Jesús natánico. Desde los mundos espirituales, la revelación fluye hacia la Tierra y, como amor y paz, esa misma revelación encuentra su reflejo en los corazones humanos, en la medida en que los hombres desarrollan en si mismos lo que, como buena voluntad, el principio del Cristo hace surgir del centro humano, su Yo. Esto resuena, con claridad y calor, en las palabras del Evangelio de Lucas:

La revelación desde las alturas de los mundos espirituales, y su
imagen reflejo en los corazones humanos, trae la paz a aquellos
hombres que en sí mismos, en el curso de la evolución terrestre,
desarrollan la verdadera buena voluntad.
traducción de Julio Luelmo sept. 2018

GA114 Basilea 25 de sept. de 1909 La Ley del Sinaí como preproclamación final del Yo. El Buda de la compasión y el amor.-evangelio de S. Lucas

RUDOLF STEINER

LA FUERZA DEL SINAÍ
LA FUERZA DEL AMOR


Basilea 25 de sept. de 1909

novena conferencia
Por la conferencia anterior resulta que un documento como el Evangelio de Lucas sólo puede comprenderse si se considera la evolución de la humanidad en un sentido superior, tal como lo provee la Ciencia Espiritual, esto es, si se toman en cuenta los cambios que en el curso de la evolución han tenido lugar en toda la organización del ser humano. Si queremos comprender el cambio fundamental que se ha producido con el advenimiento del Cristo (lo que es necesario para la comprensión del Evangelio de Lucas), conviene compararlo con el proceso que en nuestros tiempos visiblemente se realiza, aunque no tan rápidamente sino más bien paso a paso.
Para verlo claramente, debemos deshacernos del juicio que, por ser el más cómodo, frecuentemente se emite: se afirma que en la Naturaleza, o en la evolución, no se producen “saltos”, quiere decir que no sobrevienen cambios repentinos. ¡Nada más equivoco que esto!. En la Naturaleza continuamente se producen “saltos”, y lo esencial es precisamente que haya cambios repentinos. Obsérvese, por ejemplo, cómo se desenvuelve el germen de una planta: cuando nace la hojita cotiledónea, es un salto muy importante. Otro salto importante se produce cuando la planta va de la formación de hojas a la flor; y otro importantísimo se produce en el desarrollo del fruto. Continuamente se producen saltos, y quien no lo tome en cuenta, no podrá comprender la Naturaleza. Contemplando la evolución de la humanidad, se podría creer que si ella, en el curso de un siglo, va al paso de tortuga, tuviera que seguir al mismo ritmo en tiempos posteriores. No obstante, puede suceder que en determinada época la evolución prosiga lentamente, de igual manera que la planta va de la primera a la última hoja antes de pasar, por un salto, a echar la flor. Así también, en la evolución de la humanidad, se producen saltos; y uno de estos saltos importantes ocurrió cuando el Cristo vino a la Tierra. Sucedió entonces que, en relativamente breve tiempo, se transformaron la antigua clarividencia y el dominio de lo espiritual sobre lo físico, y luego restó muy poco de la fuerza clarividente y de la influencia de lo anímico-espiritual en lo físico. Antes de producirse este cambio, fue necesario reunir lo que, como herencia de tiempos antiguos, había quedado; y esto formó la base del obrar del Cristo Jesús. Luego pudo acogerse lo nuevo como punto de partida de una lenta y paulatina evolución.
En nuestro tiempo, y en otra esfera, también se produce un “salto”; si bien no tan repentino, pues se realiza dentro de un periodo relativamente largo, pero en forma concebible para quien trate de comprender nuestra época. Hay personas que ahora, partiendo de este o aquel ámbito espiritual, vienen a escuchar una conferencia de la ciencia espiritual. Por ejemplo, un representante de una comunidad religiosa escucha una disertación antroposófica sobre la naturaleza del cristianismo. Puede ocurrir que él diga: “Todo lo escuchado está muy bien y, en el fondo, no contradice lo que nosotros, desde el púlpito o la cátedra, también decimos; pero sin embargo, nosotros hablamos de tal manera que todo el mundo puede comprenderlo; en cambio, lo que aquí se expone, es de tal naturaleza que sólo uno que otro puede comprenderlo”. Quien hable así, o quien piense que del cristianismo tan sólo habría que hablar como él mismo lo concibe o lo predica, no toma en consideración que es obligación de cada uno no juzgar según su criterio personal sino de acuerdo con los hechos. En una oportunidad tuve que responder a semejante personalidad: “Usted cree acaso que predica las verdades cristianas para todos. Sin embargo, lo decisivo en este caso son los hechos, no la creencia. ¿Es que todos frecuentan la iglesia suya?. Pienso que los hechos prueban lo contrario; para los que en su iglesia encuentran lo adecuado, no se presta la Ciencia espiritual, sino que ella está para los que buscan algo distinto”. Generalmente, la gente tiene mucha dificultad para juzgar en concordancia con los hechos y para discernir entre su criterio personal y los hechos.
Ahora bien, si no fuere posible contrarrestar la opinión de esa gente de que ella está en lo cierto, por lo que recusa a todo aquel que tenga una opinión distinta y si, finalmente, la vida espiritual no pudiere sostenerse contra tal fuerza contraria: ¿Qué sucedería entonces?. Resultaría que a cada vez mayor número de personas quedaría cerrado el acceso a la difusión de las verdades de esta o aquella corriente espiritual. Serian cada vez menos los que acudirían a los lugares donde podrían escuchar semejantes cosas espirituales. Y de no existir ninguna corriente científica espiritual, los interesados no podrían satisfacer sus inquietudes espirituales, decaerían en fuerzas por falta de nutrición espiritual. Empero, no depende de la voluntad personal el modo de formarse el alimento espiritual sino del curso de la evolución. Hemos llegado al punto en que el hombre busca la satisfacción de sus inquietudes espirituales, la interpretación de los Evangelios, etc.; pero lo que importa no es como nosotros queremos dar la alimentación espiritual, sino como el alma humana la exija. En el alma humana ahora se ha suscitado el anhelo hacia la ciencia espiritual, y los que intenten enseñar algo distinto, encontrarán cada vez menos oyentes. Vivimos en una época en que el alma humana se aviene cada vez menos a tomar el contenido de la Biblia tal como en el curso de la evolución cultural europea de los últimos cuatro a cinco siglos ha sido tomado. O la humanidad acoge la ciencia espiritual y, por medio de ella, una nueva comprensión de la Biblia, o llegará a un punto en que perderá la aptitud de leerla, como ya está sucediendo en el caso de muchos que no conocen la Antroposofía. La humanidad perdería la Biblia, la que tendría que desaparecer, con lo cual se perderían inmensos tesoros espirituales: ¡los más importantes valores espirituales de nuestra evolución terrestre!. Es preciso comprenderlo. Ha llegado el momento de tal “salto” en el curso de la evolución: el corazón humano exige la interpretación antroposófica de la Biblia. Si la humanidad la obtiene, la Biblia subsistirá a su beneficio; de otro modo, la Biblia se perderá. Así podemos caracterizar el salto que ahora se está realizando en la evolución de la humanidad. Quien tenga presente estos hechos, se mantendrá firme en el cultivo de la corriente espiritual antroposófica, como una necesidad para dicha evolución.
Con todo, lo que ahora sucede es, considerado de un punto de vista más elevado, de relativamente poca envergadura, si lo comparamos con lo acontecido cuando el Cristo Jesús vino a la Tierra. En aquel tiempo, el estado de la evolución de la humanidad fue de tal característica que en cierto modo existieron aún los últimos signos de la evolución que ha tenido lugar desde los tiempos más remotos e incluso desde el anterior estado planetario de nuestra Tierra. Fue una evolución que esencialmente abarcaba los cuerpos físico, etéreo y astral del hombre. Ciertamente, él ya poseía su Yo; pero este Yo desempeñaba entonces un papel secundario: su plena autoconciencia estaba aún eclipsada por las tres envolturas, los cuerpos físico, etéreo y astral, estado que perduró hasta el advenimiento del Cristo Jesús.
Supongamos que el Cristo no hubiese venido a la Tierra. En tal caso, ¿Qué hubiera sucedido?. Con la prosecución de la evolución humana, el Yo del hombre se hubiera desenvuelto plenamente; pero en la medida en que el Yo se hubiera manifestado en su plenitud, todas las anteriores facultades significantes de los cuerpos astral, etéreo y físico, como asimismo la antigua clarividencia y el dominio del alma y del espíritu sobre el cuerpo, se hubieran desvanecido, por una necesidad de la evolución. El hombre se hubiera convertido en un Yo auto-consciente, pero, con el tiempo, éste le hubiera conducido al egoísmo y a la extinción del amor sobre la Tierra. Los hombres hubiesen sido “Yoes”, pero totalmente egoístas. Esto es lo esencial. La humanidad había llegado a la madurez de desenvolver su yoidad; pero con ello había dejado los tiempos de la antigua influencia en su ser. En la antigua cultura hebrea, la Ley del Sinaí pudo ejercer su influencia, porque el Yo aún no se había independizado, de modo que la influencia se ejercía en el cuerpo astral como principio más elevado al que se daba la orientación para el correcto actuar. La Ley del Sinaí fue, en tal sentido, una especie de preanuncio, pero un último preanuncio dentro del período previo a la total emancipación del Yo.
Dar a este Yo su contenido, impulsarlo a un desarrollo para hacer fluir la fuerza del amor desde el propio Yo, esto ha sido lo que el Cristo realizó sobre la Tierra. Sin la venida del Cristo, el Yo se hubiera convertido en un recipiente vacío; en cambio, por el advenimiento del Cristo tenemos el Yo como un receptáculo que más y más se llena de amor. Por esto, a los que le rodeaban, el Cristo pudo decir: “cuando veis la nube que sale del poniente, luego decís que vendrá la lluvia. Y cuando sopla el viento del sur, decís que habrá calor. Sabéis juzgar el tiempo según los indicios exteriores; mas no reconocéis los signos de la época. Pues si supierais juzgarlos, podríais saber que Dios debe penetrar en el Yo, y no diríais: podemos vivir con lo que se conserva de los tiempos pasados. Lo que se origina en los tiempos pasados, es lo que os dan los escribas y los fariseos con la intención de conservar lo anticuado, y para que no se agregue nada a lo que los hombres recibieron en el pasado; pero esto es un fermento que ya no surtirá ningún efecto que pudiese favorecer la evolución de la humanidad. Quien diga: yo quiero quedarme con lo que nos ha dado Moisés y los Profetas, no comprende los signos de la época; no se da cuenta de la transición por qué pasa la humanidad”. Con palabras significativas, el Cristo dijo a los que le rodeaban que tornarse hombre crístico no depende del afecto de cada uno sino de la necesidad de proseguir la evolución de la humanidad. Con lo relativo a los “signos de la época”, el Cristo quiso hacer comprender que ya no basta el fermento en manos de los escribas y fariseos que tratan de conservar lo antiguo, y que sólo niega este hecho quien juzgue según su afecto y no de acuerdo con las necesidades del tiempo. Sólo podrían creer que ese fermento sea útil, quienes no sepan juzgar según las necesidades del tiempo, en vez de hacerlo de acuerdo con sus inclinaciones personales. Por esta razón, el Cristo caracterizó de hipocresía, o más bien de “contrario a la verdad”, lo que decían los escribas y los fariseos.
Para comprender la fuerza del sentimiento de las palabras del Cristo, podemos compararlas con lo que en nuestros tiempos sucede. ¿No existe, acaso, ahora algo parecido a los “escribas?. Ciertamente, existe: son los que rehúyen la profunda interpretación de los Evangelios, los que se contentan con la explicación, sin tomar en cuenta los conocimientos con que la ciencia espiritual profundiza el estudio de las Escrituras. Sólo por medio de la ciencia espiritual será posible obtener la verdad acerca del contenido de los Evangelios. Así se explica lo desconsolador y la frialdad de la actual investigación, comparándola con la efectiva búsqueda de la verdad. Y hay algo más: aparte de los “escribas” y “fariseos” tenemos ahora una tercera categoría de personas, y éstas son los representantes de la ciencia natural; de modo que podemos hablar de tres categorías de hombres que excluyen todo cuanto pueda conducir a lo espiritual, a las facultades que pueden adquirirse para investigar los fundamentos espirituales de los fenómenos naturales. Pero son ellos quienes ocupan las cátedras y quienes dominan en cuanto a la explicación de los fenómenos naturales, denegando el criterio espiritual. Son ellos quienes entorpecen el progreso de la evolución de la humanidad, puesto que este progreso se detiene donde se deja de reconocer los signos de la época. En nuestros tiempos, para actuar en sentido de la imitación de Jesucristo, se requiere la valentía de enfrentarse a todos aquellos que, al oponerse a la interpretación antroposófica de las Escrituras y de los fenómenos naturales, entorpecen el progreso de la humanidad. Enfrentándose a los que sólo reconocían a Moisés y a los Profetas, el Cristo nos ha dado el ejemplo. Las palabras del Cristo, según el Evangelio de Lucas, tendrían que llegar al corazón de los que entorpecen el progreso de la evolución.
Una de las más hermosas y más profundas parábolas en dicho Evangelio, es la que comúnmente es llamada la del “mayordomo infiel” (Cap. 16). Allí se relata que un hombre rico tenía un mayordomo acusado de disipar los bienes de aquél, por lo que resolvió despedirle. Consternado de ello, el mayordomo dijo dentro de sí: ¿Qué haré para que mi señor no me quite el puesto?. Cavar, no puedo; mendigar, me daría vergüenza; y se le ocurrió una escapatoria, diciéndose: hasta ahora, siempre he salvaguardado los intereses de mi señor, sin cuidar los intereses de los deudores; tengo que hacer algo para que ellos me acepten en sus casas, a fin de no quedarme arruinado. Al primer deudor preguntó: ¿Cuánto debes a mi señor?. Y le rebajó la mitad de la deuda. Otro tanto hizo con cada uno de los demás. Así trató de ganar la simpatía de los deudores para que, en caso de ser despedido, éstos le dieren empleo y no tuviera que morir de hambre. El Evangelio continúa diciendo - de lo que muchos lectores podrían quedar sorprendidos - “...y alabó el Señor al mayordomo malo por haber hecho discretamente”. Entre los que hoy en día explican los Evangelios, hubo quienes se preguntaron a cuál señor se refiere esto, a pesar de que se dice claramente que Jesús mismo elogió al mayordomo por su sagacidad. El texto continúa: “porque los hijos de este mundo son, en su generación, más sagaces que los hijos de la luz.” Así figura en la Biblia desde hace siglos. ¿Nadie se habrá preguntado qué es lo que quiere decirse con esto: los hijos de este mundo - en su generación - son más sagaces que los hijos de la luz?. En todas las traducciones de la Biblia figura: “en su generación”. Si alguien, con solo cierto grado de conocimiento del griego, hiciera la traducción, tendría que llegar al sentido correcto: “¡Porque los hijos de este mundo, de su manera, son más sagaces que los hijos de la luz!”. De su manera, quiere decir, según su modo de comprenderlo, son más sagaces. Esto es el sentido de las palabras del Cristo. Los que desde hace siglos tradujeron este pasaje, confundieron el término “de su manera” con otro que en el idioma griego suena parecido, o sea, la palabra “generación” (parecido a género), puesto que, según las circunstancias, se empleaba tal palabra en lugar del otro término. Parece increíble, sin embargo es así que buenos traductores, como por ejemplo Weizsäcker siempre de nuevo cometieron el citado error. Parecía que tales personas se olvidasen de sus más primitivos conocimientos adquiridos en el colegio, cuando se empeñan en escudriñar la correcta conformación de los documentos bíblicos.
Es tarea primordial de la ciencia espiritual antroposófica procurar que el mundo reciba los documentos bíblicos en su forma correcta, pues en la forma actual es como si no la tuviera, y nadie tiene la posibilidad de representarse su verdadero contenido. Voy a explicarlo más exactamente.
¿Qué es lo que quiere decirnos esta parábola del “mayordomo infiel”?. Este hombre pensó: si me echan de mi puesto, tendré que ganar la simpatía de los demás, pues comprendió que no se puede servir a dos señores”. “Debéis comprender” - les dijo el Cristo a los circundantes - “que vosotros tampoco podéis servir a dos señores; a saber, al que como Dios ahora ha de vivir en vuestro corazón, y a ese otro al que se referían los escribas con su interpretación de los Libros de los Profetas. No podéis servir al Dios que como principio del Cristo deberá vivir en vuestras almas, el cual hará progresar la evolución de la humanidad y, al mismo tiempo, al dios que entorpecería esta evolución”. Es una verdad que todo lo bueno y justo de los tiempos acabados, se convierte en obstáculo para la futura evolución. En cierto modo, la evolución se basa en que lo adecuado para determinada época, se convierte en escollo si se lo traslada a un tiempo posterior. A las potencias que dirigen los “obstáculos”, se los llamaba entonces - con un término técnico - el Mammón. “No podéis servir al Dios que da el progreso y, al mismo tiempo, a Mammón que es el dios de los obstáculos. Mirad al mayordomo que como hijo de este mundo comprendió que ni con el Mammón común se puede servir a dos señores. Así también debéis comprender que, para convertiros en hijos de la luz, no podáis servir a dos señores”.
En nuestros tiempos, también hemos de comprender que no es posible conciliar la corriente del dios Mammón, representada por los escribas de nuestra época y los ilustres de la ciencia natural, con la ciencia que hoy tiene que dar a la humanidad el alimento adecuado. En esto reside el concepto del verdadero cristianismo; con otras palabras: así hemos de traducir lo que Cristo Jesús quiso decir mediante la parábola de que no se puede servir a “dos señores”.
La ciencia espiritual ha de dar vida a todo de que ella se ocupa, y el Evangelio tiene que ser algo que se convierte en nuestras facultades espirituales. No basta con que hablemos mucho de que en los tiempos del Cristo Jesús hubo que repudiar a los escribas y fariseos; antes bien, hemos de enterarnos cómo cobra vida y en qué consiste ahora lo que el Cristo, para su época, denominó el “dios Mammón”. En esto consiste la viviente comprensión, y esto es, a la vez, lo que en el Evangelio de Lucas es de singular importancia. Con la mencionada parábola; la que no figura sino en el Evangelio de Lucas, se vincula uno de los más importantes conceptos de todos los Evangelios. Para elucidarlo, hemos de referirnos, una vez más, pero en sentido algo distinto, a la relación del Buda y su aporte a la evolución de la humanidad, con el advenimiento del Cristo Jesús. Hemos dicho que el Buda ha dado a la humanidad la magna doctrina de la piedad y del amor. Este es uno de los casos en que lo expuesto por el ocultismo debe entenderse con toda exactitud, pues alguien podría objetar: “Una vez nos has dicho que el Cristo habría traído el amor a la Tierra, y en otra oportunidad se nos dice que el Buda ha traído la doctrina del amor”. ¿No es lo mismo en ambos casos?. Por el contrario, hay una gran diferencia, pues una vez digo que el Buda ha traído a la Tierra la doctrina del amor; en otra oportunidad, en cambio, se afirma que el Cristo haya traído a la Tierra el amor como fuerza viviente. Cuando se trata de lo más profundo que atañe a la humanidad, hay que fijarse con exactitud para que nadie nos diga: “se nos habla de dos entidades que nos habrían traído el amor, y así se trata de satisfacer a todos”. Sin embargo, estas importantes verdades se presentan bajo su verdadera luz, si logramos comprenderlas realmente.
Sabemos que el contenido de la gran doctrina de la piedad y del amor, como el Buda la dio, encuentra su expresión en el sendero de ocho etapas, y nos preguntamos ¿A qué meta nos conduce este sendero?. Dicho de otro modo: ¿A qué grado evolutivo llega el hombre que de lo hondo de su alma considera el sendero de ocho etapas como el ideal de su vida, diciéndose: “¿Cómo llego al desarrollo más perfecto?, ¿Cómo purifico mi Yo de la manera más perfecta, y qué debo hacer para que mi Yo actúe en el mundo de la manera más perfecta?”. La respuesta será: “Si observo todo lo que dicho sendero exige, mi Yo alcanzará la máxima perfección, pues todo tiende a la purificación y el ennoblecimiento del Yo, todo consiste en el trabajo de mi Yo para alcanzar su perfeccionamiento”. Por consiguiente, si la humanidad desarrolla todo lo que el Buda hizo rodar como la “Rueda de la Ley” - así es el término técnico -, llegaría a saber lo que es el Yo más perfecto. En sus pensamientos y como sabiduría la humanidad llegaría a tener los Yoes más perfectos. Con otra; palabras: Buda dio a la humanidad la sabiduría del amor y de la piedad, y si hacemos de nuestro cuerpo astral un producto del sendero de ocho etapas, sabremos en qué consisten las leyes de la doctrina de este sendero. Empero, existe una diferencia entre la sabiduría, el “pensamiento” y la activa fuerza viviente. Son dos cosas distintas: saber cómo el Yo debe ser, por un lado, y, por el otro, la fuerza viviente que fluye en el Yo y del Yo hacia el mundo, tal como la fuerza que emanaba del Cristo actuaba sobre los cuerpos astral, etéreo y físico de las personas en torno suyo. Lo que el Cristo dio al mundo, fue, ante todo, la fuerza viviente, no una “doctrina”; El mismo se ha dado al mundo, ha descendido a la Tierra, para fluir no solamente en el cuerpo astral sino en el Yo del hombre, para que este Yo tuviera la fuerza de irradiar la sustancia esencial del amor; el viviente contenido del amor, no solamente la “sabiduría” del amor.
Han pasado más de mil novecientos años y cinco siglos; aproximadamente, desde que el gran Buda vivió sobre la Tierra; y la sabiduría oculta nos revela que a partir de ahora transcurrirán otros tres mil años, hasta que un número apreciable de hombres serán capaces de desarrollar, por la fuerza de su propia moralidad, de su alma y corazón, el sendero de ocho etapas, la sabiduría del Buda. Del obrar del Buda sobre la Tierra emanó la fuerza que, con el tiempo, los hombres desarrollarán como sabiduría del sendero de ocho etapas y, finalmente, lo tendrán como algo propio - al cabo de tres mil años, a contar de ahora -. El hombre mismo podrá realizar este desarrollo, no solamente recibir su conocimiento desde afuera; éste fluirá de él mismo, como sabiduría de la piedad y del amor. Al final de su evolución, el hombre, lleno de sabiduría, sabrá qué es el contenido de la piedad y del amor; esto lo debe al Buda. Tendrá, al mismo tiempo, la facultad para derramar el amor, desde su Yo a la humanidad entera; esto lo debe al Cristo.
De esta manera, ambos debieron obrar conjuntamente, y así hemos de exponerlo con el fin de contribuir a la comprensión del Evangelio de Lucas. También lo vemos si logramos interpretar correctamente las palabras que nos da este Evangelio. Los pastores acuden para recibir la anunciación; en la Altura está la multitud de los ángeles, como expresión espiritual imaginativa del Nirmanakaya del Buda. ¿Qué es lo que se les anuncia?. Es “la revelación desde las Alturas de la sabiduría de Dios”. Esto lo anuncia el Nirmanakaya del Buda que como multitud de los ángeles se halla sobre el niño Jesús natánico. Pero se agrega algo más: “y paz a los hombres de la Tierra que estén compenetrados de buena voluntad”; esto quiere decir: a los hombres, en los cuales nace la verdadera fuerza viviente del amor. Esto es lo que, por el impulso del Cristo, ha de realizarse sobre la Tierra; El agregó la fuerza viviente a la “revelación desde las Alturas”. La vertió en todo corazón humano, pero no solo como doctrina que se acoge como pensamiento e idea, sino como fuerza que del alma humana fluye hacia el mundo; es la misma fuerza que en el Evangelio de Lucas, como asimismo en los demás, es denominada la fuerza de la fe. Esta es la fe en el sentido de los Evangelios. Tener fe significa acoger al Cristo en sí mismo, para que el Cristo viva en el hombre, y para que el Yo no sea simplemente cual un recipiente vacío, sino que tenga un contenido sobreabundante que fluye hacia afuera, contenido que no es sino el amor.
El Cristo fue el primero en “hacer rodar la rueda del amor” - no la rueda de la “Ley” - lo que significa que El pudo “curar por la fuerza de la palabra”, como libre facultad y fuerza del alma humana, por medio del amor supremo y sobreabundante que se derramó en los que venían para ser curados. La palabra que El pronunciaba, ya sea levántate y vete” o “los pecados te son perdonados”, o bien otra palabra, emanó del amor que de su interioridad se derramó. El Cristo llamó “creyentes” a los que fueron capaces de compenetrarse de este hecho. Es preciso que con el concepto “fe” no relacionemos otro pensamiento sino el que acabo de caracterizar, porque se trata de uno de los más importantes en el Nuevo Testamento. “Fe” es la capacidad de elevarse sobre sí mismo, lo que emana del Yo por sobreabundancia de las fuerzas que conducen a su perfeccionamiento. El Cristo que se incorporó en Jesús natánico, donde se reunió con la fuerza del Buda, no pregunta: “¿Como ha de perfeccionarse el Yo?” sino: “¿Cómo puede el Yo elevarse sobre sí mismo y derramar su sustancia?”. Muchas veces lo dice con palabras sencillas, y las palabras del Evangelio de Lucas, en general, hablan a los corazones sencillos; así por ejemplo: “No basta con que hagáis bien a los que a vosotros hacen bien, porque los pecadores hacen lo mismo. Si ellos saben que todo lo que han dado les será devuelto, no lo han dado por amor sobreabundante. Mas si prestáis, sabiendo que no os será devuelto, lo habréis dado por verdadero amor, por el amor que no está encerrado en el Yo sino que se derrama del Yo como fuerza sobreabundante, la que fluye del hombre”. De la más variada forma habla el Cristo de la fuerza rebosante del Yo con que el hombre debería obrar en el mundo. En el Evangelio de Lucas, las palabras que se refieren al “amor rebosante” son las que más hablan al corazón.
En el Evangelio de Mateo se encuentran en voz latina las palabras que representan una síntesis de la glorificación del amor del Evangelio de Lucas: Ex abundantia cordis os loquitur. “Desde el corazón rebosante habla la boca”. ¡Uno de los supremos ideales del cristianismo!. La boca habla desde el corazón rebosante, o sea, de lo que en el corazón no cabe. El corazón late, impulsado por la sangre, y la sangre es expresión del Yo. “En tus palabras vive la fuerza del Cristo, cuando tú hablas con la fuerza de la fe, que es la fuerza que irradia del Yo rebosante”. Desde el corazón rebosante habla la boca, esta es una sentencia fundamental acerca de la naturaleza del cristianismo.
Con lo que antecede comprenderemos cómo prosigue la evolución de la humanidad hacia el porvenir. La entidad que cinco a seis siglos antes de nuestra era del Bodisatva se elevó al Buda, ascendió al mundo espiritual de tal manera que desde entonces obra como Nirmanakaya; se elevó a un nivel más alto y ya no necesita volver a encarnarse en un cuerpo físico. Al ascender de Bodisatva a Buda transmitió la misión correspondiente a otra entidad la que fue su sucesor como nuevo Bodisatva. Hay una leyenda budista que lo expresa por algo que representa una profunda verdad del cristianismo. Se nos relata que, antes de descender a la Tierra a fin de convertirse en Buda, la individualidad del Bodisatva habríase quitado la tiara celeste y la habría puesto al Bodisatva sucesor. Este último sigue obrando con una misión algo distinta. El también está destinado para convertirse en “Buda”. Esto sucederá justamente cuando cierto número de hombres, por su propio poder, habrán desarrollado la doctrina del sendero de ocho etapas, es decir dentro de tres mil años, aproximadamente. Su misión le fue confiada cinco a seis siglos antes de nuestra era, y él se convertirá en Buda a los tres mil años, a contar de ahora. La doctrina oriental lo llama el Maitreya-Buda. Habrá entonces un número apreciable de hombres tan sabios que les será posible desarrollar, por la fuerza del propio corazón, la doctrina del sendero de ocho etapas; y el nuevo Bodisatva traerá entonces al mundo una fuerza nueva.
Si hasta entonces no se realizaran otros progresos, este Bodisatva encontraría, por cierto, hombres que, al reconcentrarse en sí mismos, podrían encontrar la doctrina del sendero de ocho etapas, pero que, en lo más íntimo de su alma, no estarían dotados de la fuerza del amor sobreabundante, del viviente amor. Esta fuerza viviente del amor deberá afluir, para que el Maitreya-Buda encuentre hombres que no solo comprendan lo que es el amor, sino que posean la fuerza del amor. Para que esto se haga posible, el Cristo tuvo que venir como entidad que solo tres años estuvo sobre la Tierra y que antes, nunca se había incorporado físicamente. En el obrar del Cristo sobre la Tierra, durante tres años, desde el bautismo en el Jordán hasta el Misterio del Gólgota, reside la causa de que, desde entonces en adelante, el amor pueda fluir en el corazón y en el alma, o sea, en el Yo humano; para que el hombre se compenetre, cada vez más, de la fuerza del Cristo, de modo que, al final de la evolución terrestre, se halle enteramente compenetrado del Cristo. Así como el Bodisatva primero tuvo que dar la doctrina de la piedad y del amor, así también, desde las alturas celestes, el Cristo tuvo que traer a la Tierra la esencia del amor, para que el propio Yo pudiese hacerse dueño de ella. No es que anteriormente el amor no haya existido; sin embargo, no hubo el amor como patrimonio del Yo humano, sino el amor inspirado que el Cristo hada fluir de las alturas cósmicas y que, inconscientemente, penetraba en el ser humano, del mismo modo que antes - el Bodisatva, también de manera inconsciente, hacia penetrar la doctrina del sendero de ocho etapas. Es un punto esencial que para el Cristo el incorporarse en un cuerpo humano significó un progreso. Los instruidos de la ciencia espiritual conocen muy bien al sucesor del Buda que ahora obra como Bodisatva y que más tarde será el Maitreya-Buda. Llegará el día en que será posible hablar de este hecho más extensamente y en que también se podrá revelar el nombre de este Bodisatva; por ahora hemos de contentarnos con los hechos ya señalados. Cuando finalmente el nuevo Bodisatva aparezca sobre la Tierra para convertirse en el Maitreya-Buda, encontrará el fruto de la siembra del Cristo, en los hombres que afirmarán: “No basta con que mi cabeza esté llena de la sabiduría del sendero de ocho etapas; poseo no solamente la doctrina y la sabiduría del amor; mi corazón está compenetrado de la substancia viviente del amor que se derrama y que irradia hacia el mundo”. Y el Maitreya-Buda asumirá entonces su misión ulterior para proseguir la evolución del mundo.
Así confluyen las distintas corrientes, y sólo así comprenderemos lo profundo del Evangelio de Lucas que nos habla no de una doctrina, sino de la entidad cuya sustancia penetró en los seres terrestres, en la organización humana. En el ocultismo se expresa este hecho con las palabras: Por medio de la sabiduría, los Bodisatvas que se convierten en Budas pueden redimir al hombre terrestre en cuanto a su espíritu; pero jamás pueden redimirlo en su totalidad, puesto que sólo es posible redimir al hombre entero, si toda su organización se compenetra no solamente de sabiduría sino del calor de la fuerza del amor. Dicho de otro modo: traer la “sabiduría del amor”, ha sido la misión de los Bodisatvas y del Buda; dar a la humanidad la “fuerza del amor”, ha sido la misión del Cristo. Hemos de distinguirlo claramente.

traducción de Julio Luelmo sept. 2018

GA114 Basilea 24 de sept. de 1909 El desarrollo de la conciencia humana en el período post-atlante.-evangelio de S. Lucas

RUDOLF STEINER

EL DESARROLLO DE LA CONCIENCIA HUMANA EN EL PERÍODO POT-ATLANTE


Basilea 24 de sept. de 1909

octava conferencia

En las conferencias anteriores hemos tratado de formarnos una idea acerca del fundamento de los primeros capítulos del Evangelio de Lucas. Lo que el autor de este Evangelio nos da como una especie de “historia previa” del gran acontecimiento de Palestina, sólo puede descifrarse si se conocen los hechos que tuvieron lugar dentro de la evolución de la humanidad, de los cuales tuvimos que ocuparnos tan extensamente. Y esto nos permite saber quién fue la entidad que a los treinta años de su vida acogió en sí mismo aquel principio cósmico que también hemos caracterizado: el principio Cristo. Para mejor comprensión de lo que el autor del Evangelio de Lucas nos relata sobre la personalidad y el actuar del Cristo-Jesús, esto es de la individualidad que durante tres años, en un cuerpo humano, estuvo actuando en el mundo como el “Cristo”, es menester dibujar a grandes rasgos la evolución de la humanidad, tomando en consideración pormenores de esta evolución, de los cuales los hombres de nuestra época apenas pueden formarse un concepto adecuado. Referente a muchas cosas se juzga con miras estrechas y se cree que siempre haya habido lo que hoy o en el curso de los próximos dos o tres siglos sucede, como asimismo las leyes de la evolución humana. Principalmente se piensa que lo que hoy es considerado como desconocido, siempre haya sido “desconocido”. Es por esta razón que ahora se tiene tanta dificultad para comprender sin prejuicios los relatos que se refieren a los tiempos pasados como por ejemplo la época en que el Cristo vivió sobre la Tierra.
De lo que el Cristo Jesús realizó sobre la Tierra, el autor del Evangelio de Lucas nos habla de tal manera que, si concebimos el sentido de sus relatos, hemos de formarnos un concepto cada vez más claro de lo que fue, en aquel tiempo, la evolución de la humanidad. Para comprenderlo mejor, es preciso llamar nuevamente la atención sobre lo dicho en otras oportunidades; esto es que el origen de nuestra humanidad actual se remonta al tiempo de la catástrofe atlante, y que nuestros prístinos antecesores o sea nuestras propias almas, vivieron en la antigua Atlántida, aquel continente que hemos de situar entre Europa y África, por un lado, y América, por el otro. El gran cataclismo atlante originó la transformación de la faz de la Tierra. Los pobladores de la Atlántida emigraron hacia el Este y hacia el Oeste, estableciéndose en los distintos territorios de la manera que hemos descrito para los tiempos postatlantes. Así surgieron las civilizaciones que también hemos caracterizado: la cultura de la antigua India, la antigua cultura persa, la egipcio-caldea, la grecoromana y nuestra cultura actual.
Sería un concepto erróneo acerca de la evolución de la humanidad creer que durante todo el tiempo de la evolución post-atlante la naturaleza del ser humano siempre haya sido igual a la de ahora. Por el contrario, aquélla se ha modificado constantemente a tal grado que el ser humano ha sufrido enormes cambios. Los documentos históricos exteriores dan cuenta de pocos milenios solamente. Tan sólo el documento inaccesible a la investigación exterior que ya hemos caracterizado y al que hemos llamado la “Crónica del Akasha”, nos informa sobre la evolución transcurrida desde la catástrofe atlante. Nos enteramos pues que después de dicha catástrofe, primero se ha desarrollado la antigua cultura india durante la cual el hombre vivía aún más identificado con su cuerpo etéreo y no tan fuertemente unido con su cuerpo físico como más tarde sucedió. La gran mayoría de la población india ha sido nebulosamente clarividente, sin haber desarrollado la clara conciencia del Yo, como la que hoy conocemos. Su conciencia se parecía a la nuestra del ensueño, pero abarcó las profundidades de la existencia, con la visión del mundo espiritual. Para el hombre actual es de suma importancia tener conciencia - incluso para su futura evolución - de lo relacionado con el conocimiento y la forma del conocimiento. Siempre hacemos notar cómo nuestros antecesores de la antigua India veían el mundo, y que eran mucho más clarividentes que los hombres de tiempos posteriores. Pero si queremos comprender el Evangelio de Lucas, también hemos de hablar de otra particularidad de aquella época.
Debido al hecho de que el cuerpo etéreo sobresalía todo el cuerpo físico, encontrándose, a la vez, menos unido con éste que en nuestros tiempos, resultó que todas las fuerzas y cualidades anímicas del hombre tuvieron mayor poder sobre el cuerpo físico. Pero cuanto más el cuerpo etéreo penetraba en el físico, tanto menos poder ejercía sobre éste. En los antiguos atlantes, la parte del cuerpo etéreo que corresponde a la cabeza, aún sobresalía en mucho el cuerpo físico. En cierta medida, todavía fue así en los hombres de la antigua India. Esto les permitía, por una parte, desenvolver la conciencia clarividente y, por otra parte, ejercer un gran poder sobre los procesos del cuerpo físico. En la época actual, el cuerpo etéreo ha penetrado lo más profundamente en el cuerpo físico; y ya hemos llegado casi al extremo en que el cuerpo etéreo volverá a salir, para liberarse e independizarse del cuerpo físico. A medida que la evolución de la humanidad transcurre hacia el porvenir, el cuerpo etéreo irá separándose, cada vez más, del físico. Actualmente, la humanidad ya ha pasado un tanto el punto más bajo, el de la mayor conjunción de los cuerpos etéreo y físico. Si comparamos un cuerpo humano de la antigua India con el actual, podemos decir que en aquel tiempo el cuerpo etéreo se hallaba relativamente libre, y el alma desplegaba fuerzas que ejercían su efecto sobre el cuerpo físico. En tal caso, la organización etérea, por estar menos atada a lo físico, acoge las fuerzas del alma y, por su dominio sobre el cuerpo físico, resulta que todas las influencias que el alma recibe, influyen también en gran medida en el cuerpo. Así se explica que, si en la época de la antigua India alguien lanzaba una palabra de odio contra otra persona, fue como un “pinchazo” que se sintió hasta en la conformación física. Pues el alma influía en el cuerpo etéreo y éste en el cuerpo físico. Por otra parte, una palabra de amor producía en el prójimo amplitud, calor y le abría el corazón, efectos que se sentían también en el cuerpo físico. Tanto las palabras de amor como asimismo las de odio influían en los procesos del cuerpo. Estas influencias iban disminuyendo en la medida en que el cuerpo etéreo penetraba en el físico. Todo esto se presenta ahora en forma distinta. Las palabras que se emiten, influyen ante todo en el alma, y ya son pocas las personas que sienten una palabra de odio como algo que les oprimiese hasta en lo físico; ni tampoco que una palabra de amor ampliase y beneficiase todo su ser. Aquellos singulares efectos de las palabras de amor o de odio que hasta en nuestros días sentimos físicamente en nuestro corazón, fueron de enorme intensidad al comienzo de la evolución post-atlante, y ello también permitía hacer uso de ellos de un modo muy distinto del de hoy. Ahora, nada depende de cómo se emita una palabra, pues aunque sea con todo el amor y calidez, la actual organización del ser humano, hasta cierto grado la rechaza, no dejándola penetrar. Su efecto depende no solamente de cómo se emita sino también de cómo se acoja.
Resulta pues que hoy no es posible influir directamente en el alma humana de tal manera que ello penetre hasta en toda la organización física. No obstante, en cierto modo si será posible, puesto que nos aproximamos a un tiempo por venir en que lo espiritual volverá a tener la importancia que le corresponde. Ciertamente, en el actual ciclo evolutivo poco podemos hacer en este campo para que el amor, la benevolencia y la sabiduría se transmitan directamente de nuestra alma al alma del prójimo y que en ésta adquieran la fuerza de obrar hasta sobre el cuerpo físico. Hemos de resignar y decirnos que esto sólo se logrará paso a paso. Sin embargo, esta influencia espiritual vuelve a abrirse paso. Comenzará justamente sobre el terreno en que se arraigue la Ciencia Espiritual, puesto que la cosmovisión antroposófica es, a la vez, el comienzo del aumento de las influencias sobre el alma. Actualmente, raras veces será posible que de una palabra emanen efectos hasta en lo físico; pero es posible que, trabajando juntos, los hombres se dediquen a acoger en su alma una suma de verdades espirituales. Estas verdades espirituales van a ganar en vigor y adquirir poder en las almas, y con ello la fuerza para influir incluso en la organización física a fin de formarla conforme al contenido de esas verdades. De esta manera, lo anímico-espiritual volverá a ganar en el porvenir una fuerza poderosa sobre lo físico para formar éste cual una imagen refleja de aquél.
En los tiempos antiguos de la primitiva cultura india, lo que se llama “curar” también ha sido otra cosa que en los tiempos posteriores; pues todo esto se vincula con lo que acabamos de exponer. Con la influencia en el alma también se ejercía un enorme efecto sobre el cuerpo y, debido a ello fue posible, mediante la palabra compenetrada del adecuado impulso volitivo, influir en el alma de otra persona de tal manera que esta alma transmitía el efecto sobre el cuerpo etéreo y éste, a su vez, sobre el cuerpo físico. Así fue posible ejercer el efecto adecuado sobre el alma y, de la referida manera, sobre el cuerpo físico a fin de sanar la organización enferma. Si nos imaginamos que el médico de la antigua India poseía estas facultades en el más alto grado, comprenderemos que en aquel tiempo todo “curar” ha sido un proceso mucho más espiritual de lo que hoy puede ser, y subrayo: de lo que puede ser. Pero ya estamos acercándonos a la posibilidad de semejante manera de obrar. Lo que desde las alturas cósmicas espirituales traemos como una cosmovisión, como una suma de verdades que concuerdan con el contenido espiritual del mundo, se verterá en las almas humanas y, en el curso de la evolución de la humanidad, se convertirá en un medio de curación conforme a la más intima naturaleza del hombre. En la vida, desde ahora hacia el porvenir, la Ciencia Espiritual será el gran remedio terapéutico para las almas. Con todo, hemos de comprender que la humanidad se encontraba en un camino de evolución descendiente, porque las influencias espirituales estaban en decadencia; y que ahora estamos en el punto más bajo de la evolución, de modo que solo lentamente podremos volver a elevarnos a las alturas en que antaño estábamos.
Las influencias que en la antigua India existían tan extensamente, se perdieron lentamente. Algo parecido, un influjo anímico, existió aún en la antigua cultura egipcia. Cuando más nos remontamos dentro de los tiempos de la cultura egipcia, tanto más encontramos que hubo un influjo directo de un alma en otra, influencia que luego se transmitía sobre la organización física. Mucho menos existió tal influencia en el antiguo tiempo persa (anterior a la cultura egipcia) pues la cultura persa tenía otra misión; estaba llamada a dar el primer impulso para la penetración en el mundo físico. En lo relativo a las cualidades caracterizadas, la cultura egipcia ha tenido más afinidad con la antigua india que con la persa. En el pueblo persa, el alma comienza a encerrarse en si misma y a tener cada vez menos poder sobre la organización física, porque tenia la misión de ir desarrollando la autoconciencia. Es por esta razón que la cultura que se había conservado el dominio de lo espiritual sobre lo físico, debió confluir con otra corriente que principalmente estuvo destinada a engendrar la autoconciencia; y esas dos corrientes encuentran una especie de compensación en la cultura greco-romana la que fue el cuarto período dentro de las culturas post-atlantes. En esta última cultura la humanidad ya ha descendido tanto al mundo físico para producir una especie de equilibrio entre lo físico y lo anímico-espiritual. Se puede decir que en esta cuarta cultura el espíritu y el alma tuvieron aproximadamente el mismo dominio sobre el cuerpo que éste, a su vez, tuvo sobre el alma. Se ha producido algo así como un equilibrio entre ambas fuerzas.
Pero la humanidad debe pasar por una prueba ante el mundo a fin de capacitarse para volver a ascender a las alturas espirituales; y por esto sucedió que desde el tiempo greco-romano ella descendió aun más en la materialidad física. En nuestro tiempo de la quinta cultura post-atlante, el hombre tuvo que descender debajo de la línea del equilibrio; sólo pudo entonces elevarse en su interioridad y adquirir la conciencia del mundo espiritual, en forma más bien teórica. Debió fortalecerse interiormente.
Vemos pues que durante la cultura greco-romana hubo un estado de equilibrio, mientras que en nuestros tiempos lo físico predomina sobre lo espiritual-anímico, de modo que en cierto sentido lo espiritual-anímico ya no tiene poder, y sólo es posible acogerlo teóricamente. Durante siglos, la interioridad del hombre tuvo que limitarse a fortalecerse en sí misma de un modo que no abarcaba la conciencia exterior. Pero deberá volver a cobrar nuevas fuerzas y desarrollar una nueva conciencia. En la sexta cultura postatlante, esta conciencia habrá alcanzado cierto poder: el hombre habrá entonces adquirido una cierta suma de espiritualidad la que, en vez de lo meramente teórico, le dará sabiduría y verdad vivientes. Lo espiritual será entonces tan potente que ejercerá el dominio sobre el cuerpo físico; pero no desde afuera, sino desde su propio ser interior.
Desde tal punto de vista ¿Cómo podemos explicar la misión de la Ciencia Espiritual, la Antroposofía, para con la humanidad?. Si en nuestros tiempos la Ciencia Espiritual se hará en el alma humana cada vez más viviente, la capacitará no sólo de obrar sobre el intelecto, sino que irá dándole calor; y el alma adquirirá el dominio sobre lo físico. Naturalmente, esto sólo será posible a través de ciertas etapas y mediante pasos que incluso puedan parecer retrasos y hasta daños. Pero se tratará de formas transitorias que prepararán el camino hacia un estado en que el hombre acogerá lo espiritual en sus ideas, un estado que significará el dominio de lo anímico-espiritual sobre lo físico-material. Todo hombre que ahora no sólo se interese por la sabiduría de la Ciencia Espiritual porque ella satisface su intelecto, sino que pueda entusiasmarse de las verdades de dicha ciencia, porque éstas le dan una íntima y viviente satisfacción, será un precursor de una humanidad que habrá conquistado el adecuado dominio del alma sobre el cuerpo. En nuestros tiempos ya podemos exponer las grandes verdades, así como lo hemos hecho en las conferencias anteriores, a saber: los grandiosos acontecimientos del confluir del budismo con el zaratustrismo, los sucesos palestinenses al principio de nuestra era, y el hecho de que la sabiduría de la evolución del mundo ha creado las dos figuras del Jesús natánico y del Jesús salomónico.
Podría haber una doble manera de contemplar lo expuesto. Alguien podría decir: “Al principio, todo me parece algo fantástico para la ciencia actual; sin embargo, si considero los efectos exteriormente visibles, todo se me presenta bastante comprensible; y se aclara el contenido de los Evangelios si se presume que es correcto lo que se extrae de la Crónica del Akasha”. En cuanto a las figuras de los dos niños Jesús, se podría decir: “Ahora me explico mucho de lo que antes no pude comprender.” Otro más podría decir: “Si considero todo cuanto la investigación oculta me dice sobre el maravilloso actuar del Nirmanakaya del Buda que se vincula con el anunciamiento a los pastores, y si también contemplo la otra corriente en que el astro guió a los sabios de Zoroastro, cuando su jefe volvió a descender a la Tierra; todo este confluir me da la impresión de una indescriptible belleza dentro del devenir del mundo”. Efectivamente, se puede recibir la impresión de algo maravilloso, grandioso y poderoso que en verdad puede enardecer a nuestra alma y entusiasmarla por los procesos de la evolución del mundo.
Esto es lo mejor que de las grandes verdades podemos ganar. Las “pequeñas” verdades podrán satisfacer nuestra búsqueda de conocimientos; las “grandes” verdades, a su vez, darán calor a nuestro ánimo y diremos: lo que observamos en los procesos de la evolución del mundo, ¡Es de una belleza maravillosa!. Y lo maravilloso y grandioso echará raíz en nuestro ser y nos eleva sobre la mera comprensión teórica. Aquí citamos lo que dice el Cristo, según el Evangelio de Lucas.

El sembrador salió a sembrar su simiente; y sembrando, una
parte cayó junto al camino, y fue pisoteada; y las aves del cielo
la comieron. Y otra parte cayó sobre la roca; y nacida, se secó,
porque no tenía humedad. Y otra parte cayó entre las espinas: y
creciendo las espinas juntamente, la ahogaron. Y otra parte
cayó en buena tierra, y cuando fue nacida, llevó fruto
centuplicado. (Lucas, 8, 5-8).

Así también ocurre con la cosmovisión antroposófica; a ella podemos aplicar lo que el Cristo Jesús dijo a sus discípulos para explicarles esta parábola. La semilla representa el reino de los dioses, el reino del cielo y del espíritu. Este reino del espíritu es la semilla que debe verterse en las almas humanas para dar sus frutos sobre la Tierra. Pero hay hombres que con sus fuerzas del alma restringidas rechazan la cosmovisión espiritual, el reino de las entidades divino-espirituales. Los obstáculos del alma lo devoran. Esto es el caso de muchos respecto las palabras del Cristo-Jesús, y lo es también referente la actitud de muchos frente a lo que la Antroposofía quiere dar al mundo; es como si las aves lo comieran sin dejarlo penetrar en el suelo. Hay otras almas que solo comprenden que se trata de verdades plausibles, pero verdades que no compenetran su propia sustancia y naturaleza. Serán capaces de transmitir a otros la sabiduría, pero sin haberse identificado con ella. Estas almas se parecen a los granos que cayeron sobre la roca. Otros granos cayeron entre las espinas que no los dejan crecer. Esto significa que Cristo Jesús habla de personas las que, si bien son capaces de comprender la palabra de la verdad espiritual, sus preocupaciones e intereses habituales hacen las veces de las espinas que no les dejan compenetrarse de las verdades espirituales. Hoy en día hay muchísimas almas que gustosamente aceptarían las verdades de la ciencia espiritual, pero la vida exterior las absorbe de una manera que no pueden sobreponerse a ella. Muy pocos son los hombres capaces de desenvolver en si mismos dichas verdades con absoluta libertad; son los que se parecen a la semilla que cae en buena tierra. Sienten el elemento antroposófico como verdad viviente, lo acogen en el alma y viven enteramente con él. Ellos son a la vez los precursores del eficiente obrar de las verdades espirituales en el porvenir. Pero nadie podrá convencerse de la eficacia de las verdades espirituales, sin haber conquistado la debida confianza y la fuerza persuasiva a través de la propia fuerza interior del alma.
No es prueba en contra de la eficiencia de la verdad espiritual si en unas u otras personas aún no se nota su efecto sobre lo físico. Por el contrario, se puede decir que se debe considerar como una prueba de lo sano de la verdad espiritual el hecho de que frecuentemente ejerce un efecto negativo en poderosos cuerpos físicos. Así, por ejemplo, cuando un niño de débil salud física, porque desde muy temprano solo haya respirado el aire contaminado de una gran ciudad, no recupera la salud si de repente cambia a la atmósfera sana y fresca de las montañas, sino que podrá enfermarse aún más, justamente porque no resiste tal influjo. Así como esto no constituye un argumento contra lo sano del aire de montaña, así tampoco seria una prueba contra el efecto de los conocimientos espirituales si éstos, al penetrar en ciertas naturalezas humanas, pueden causar perjuicios temporales; pues esos conocimientos chocan con lo que desde siglos y milenios ha venido heredándose en los cuerpos humanos, y esto es algo que no concuerda con esas verdades.
En el mundo físico aún no podemos buscar las pruebas para estos hechos; debemos compenetrarnos de esos conocimientos, y así quedaremos convencidos de su verdad. Si bien puede haber pruebas de indicios en el mundo exterior, es preciso penetrar en las profundidades para ganar la convicción de que si los conocimientos antroposóficos parecen ser chocantes, es porque se enfrentan con condiciones malsanas dentro de la humanidad. La sabiduría espiritual es sana, lo que no siempre puede decirse de los hombres. Por esta razón es comprensible que ahora no se revele todo el contenido de esa sabiduría, ya que, de otro modo, haría demasiado daño; los hombres de cierta naturaleza quedarían con sus fuerzas quebrantadas, del mismo modo que la salud física por efecto del aire de montaña. Sólo paulatinamente pueden revelarse las grandes sabidurías, y esto conducirá a mejor salud de la humanidad.
Esta es la misión del “movimiento científico-espiritual”. Con él, los hombres volverán a conquistar lo que debieron perder; esto es, el dominio de lo espiritual-anímico sobre lo material. Lentamente, a partir de la cultura de la antigua India hubo aún hombres que, como herencia de tiempos antiguos, poseían el cuerpo etéreo parcialmente fuera del cuerpo físico siendo, por ello, susceptibles de influencias anímico-espirituales. Por esta misma razón, el Cristo debió venir justamente en esa época. Si hubiera venido en la nuestra, no habría podido obrar de la misma manera como en aquel tiempo, ni tampoco dar el gran ejemplo como lo hizo entonces. En nuestra era tropezaría con organismos humanos mucho más identificados con la materia física. El Cristo mismo tendría que incorporarse en una organización física que ya no permitiría ejercer como en su tiempo, el poderoso efecto de lo anímicoespiritual sobre lo físico.
No solamente el Cristo sino también otras entidades tendrían que contar con esas condiciones, y la evolución de la humanidad sólo es comprensible si se la considera desde tal punto de vista. Tomemos el ejemplo de la misión del Buda: él dio a la humanidad la suprema doctrina del amor y de la piedad, como asimismo lo que se describe como el sendero de ocho etapas. Pero no hay que pensar que el Buda, si apareciera hoy, lo podría hacer de la misma manera, pues en nuestro tiempo no seria posible ofrecerle al Buda una organización física como instrumento adecuado de su evolución. El organismo físico del ser humano cambia continuamente, por lo que fue necesario observar exactamente el momento en que el Buda pudiera encontrar esa organización modelo para realizar el grandioso hecho del sendero de ocho etapas, destinado a ejercer su influencia y hacerla comprensible espiritualmente. Podría parecer extraño, sin embargo es así: todo cuanto la humanidad ha podido realizar posteriormente en lo filosófico y en lo moral, representa tan sólo un débil comienzo por el camino de alcanzar lo que las enseñanzas del Buda contienen. Por más que la gente admire toda clase de filosofías, como el kantianismo y otros sistemas; todo esto no es más que un principio elemental, comparado con los amplios fundamentos del sendero de ocho etapas; y la humanidad tardará mucho en elevarse a la comprensión de todo su contenido. El Buda actuó en su tiempo y dio al mundo la doctrina del amor y de la piedad como un hito de orientación para las futuras generaciones que por sus propias fuerzas deberán llegar a la comprensión de las verdades del sendero de ocho etapas. En la sexta cultura habrá un apreciable número de personas capaces de comprenderlas. Ciertamente, hemos de recorrer un camino muy largo hasta que el hombre pueda decirse: “Por las fuerzas del alma propia hemos llegado a conquistar lo que el Buda ha expuesto del sexto al quinto siglo antes de nuestra era; ahora, en nuestra alma, nos parecemos al Buda”.
Lentamente, la humanidad ascenderá a la cúspide. Los primeros exponentes son los que juntos con la respectiva individualidad forman parte de una gran era y que traen a la humanidad los elementos para comprender la nueva enseñanza. Los demás ascienden lentamente, y mucho más tarde alcanzan lo que se les indica como la meta. Finalmente, cuando cierto número de personas habrá alcanzado el grado de desarrollo para emprender el sendero de ocho etapas, no como algo simplemente relatado en los libros del budismo, sino como algo propio, alcanzado por la cognición de su alma, esas mismas personas, también habrán llegado bastante lejos en cuanto a otro elemento de su desarrollo. En mi libro “¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?”, dícese cómo se relaciona el desenvolvimiento de la flor de loto de dieciséis pétalos con el sendero de ocho etapas. Por el sendero de ocho etapas el hombre desarrollará el loto de dieciséis pétalos; entre ambos hay una íntima relación. Para el que penetra en el sendero de la evolución de la humanidad existe un indicio para conocer el grado de esta evolución: concuerda con el grado de desarrollo de la flor de loto de dieciséis pétalos, la cual será uno de los primeros órganos del que el hombre podrá servirse en el tiempo por venir. Una vez desarrollado este órgano, habrá cierto dominio de lo anímico-espiritual sobre lo físico. Únicamente el que se decida a buscar el desarrollo en sentido esotérico, podrá decir que realmente ha tomado el camino que es el sendero de ocho etapas. Los demás lo “estudiar”, lo cual, naturalmente, es muy útil, y les ayudará a evolucionar.
Por lo que antecede, también comprenderemos que lo espiritual-anímico sólo puede ejercer su influencia en las personas que ya hayan comenzado a compenetrar orgánicamente su alma propia de lo que reciben como sabiduría espiritual. En la medida en que el sendero de ocho etapas llegue a convertirse en vivencia del alma, obrará, a su vez, sobre lo físico. Los muy inteligentes materialistas podrán objetar, por cierto, que hayan visto a un hombre que había comenzado un desarrollo espiritual y, a pesar de ello, murió a los cincuenta años. Esto demuestra, dirán ellos, que la sabiduría espiritual muy poco ha contribuido para prolongar la vida. Sin embargo, no se aporta el argumento contrario, esto es, cuánto tiempo ese hombre hubiera vivido sin haber pasado por el desarrollo espiritual; pues podría ser que en tal caso sólo habría llegado a la edad de cuarenta años. Lo esencial es que las cosas se consideren de esta manera, en vez de verificar solamente lo sucedido, sin prestar atención a lo que no esté a la vista.
Hemos visto que lentamente la humanidad perdió el dominio de lo espiritual-anímico sobre lo físico, evolución que duró hasta dentro de la cuarta cultura en que el Cristo vino a la Tierra y en que aún había bastante personas que evidenciaban la influencia de lo espiritual en lo físico. Aquel fue el momento en que el Cristo debió venir a la Tierra; pues en caso de haber venido más tarde, no hubiera sido posible evidenciar las cosas en la misma forma en que fueron realizadas. Todo debió hacerse en ese preciso momento.
¿Qué es lo que significa la venida del Cristo al mundo?.
Significa que el hombre, al comprender correctamente la naturaleza del Cristo, va aprendiendo a servirse de su autoconciencia, con todo el poder de la conciencia de su Yo, y que este Yo va ganando el absoluto dominio sobre todo su ser. Mediante este Yo, consciente de sí mismo, será posible recuperar todo cuanto la humanidad había perdido en el curso de los tiempos. Pero así como el Buda tuvo que traer por primera vez las verdades del sendero de ocho etapas, así también, antes de concluir los tiempos antiguos, fue necesario dar el ejemplo del dominio del principio del Yo sobre todo cuanto en el mundo pueda existir de procesos de la corporalidad. Si el principio del Cristo entrara ahora al mundo, ya no sería posible ejercer los grandiosos efectos terapéuticos como en aquel tiempo. Esto sólo se pudo hacer porque aún había hombres con su cuerpo etéreo suficientemente elevado sobre el cuerpo físico para que aquél, mediante la mera palabra, o el mero tocar, pudiese recibir tan poderosa influencia de la que hoy, en el mejor de los casos, sólo puede haber la más débil reminiscencia. La humanidad empezó a desarrollar el Yo para que ante todo pudiese comprender la naturaleza del Cristo, como punto de partida para reconquistar lo que en tiempos pasados había perdido. En los últimos hombres de la característica anterior debió evidenciarse cómo el Yo, que en su plenitud existió en el Cristo Jesús, tal como existirá en todos los hombres al final de la evolución terrestre, obró poderosamente sobre todo el ser humano de aquel tiempo. Esto lo describe el autor del Evangelio de Lucas a fin de mostrarnos: “El Cristo trae al mundo un Yo que penetra los cuerpos físico, etéreo y astral de manera tal que sus efectos se hacen sentir en toda la organización corpórea”. Con ello quiso mostrar lo que sigue. Cuando el hombre, en el curso de cientos de miles de años, se haya apropiado de toda la fuerza que puede emanar del Yo del Cristo, entonces del Yo de cada uno podrán emanar efectos como los que del Cristo irradiaron hacia la humanidad. Esto se mostró en todas las esferas para la humanidad de aquel tiempo.
Se mostró, por ejemplo, que hay enfermedades que tienen su origen en el cuerpo astral del hombre y que se manifiestan según la naturaleza de todo el organismo humano Hoy en día puede ser que las deficiencias morales de una persona queden limitadas al ámbito del alma misma. Puesto que, actualmente, el alma no posee el dominio sobre el cuerpo como en la era del Cristo, resulta que el pecado no ha de convertirse tan fácilmente, en enfermedad física. Pero, paso a paso vamos acercándonos nuevamente al estado en que el cuerpo etéreo sobrepasa el físico. En consecuencia, comienza una época en que habrá que poner sumo cuidado que los defectos anímicos en lo moral e intelectual, no se conviertan en enfermedades físicas. Ya estamos al comienzo de este nuevo tiempo; y muchas enfermedades que se consideran como en parte anímicas, en parte corpóreas, esto es, las enfermedades “neuróticas”, señalan el comienzo del nuevo tiempo. Debido a que en sus percepciones y en su pensar el hombre actual haya sufrido la influencia de lo discordante del mundo circundante, se manifiestan las consecuencias en forma de “histerismo” y cosas parecidas. Pero esto se vincula con las peculiaridades de nuestra evolución en lo espiritual la que se inicia y que tiene que ver con la separación del cuerpo etéreo. Cuando el Cristo vino a la Tierra, había muchos hombres en los cuales sus pecados, principalmente pecados caracterológicos originados en deficiencias del pasado, encontraban su expresión en enfermedades. Lo que en el Evangelio de Lucas se llama “endemoniado” es, en el fondo, un pecado arraigado en el cuerpo astral, manifestándose como enfermedad. Son estados en que el hombre atrae seres extraños a su cuerpo astral, en el cual, mediante sus buenas cualidades, él no domina a toda su naturaleza humana. En las personas en que el cuerpo etéreo estaba aún separado del cuerpo físico, sucedía en aquellos tiempos que las deficiencias morales ejercían una influencia como la que el autor del Evangelio de Lucas nos relata como una clase de enfermedades que se expresan como el hallarse endemoniado. Y el Evangelio nos dice que semejantes personas se curaron al acercarse al Cristo Jesús y por las palabras de Él, de manera que se echó fuera lo malo que en esas personas obraba. Esto se da como un preanuncio de que al final de la evolución terrestre las cualidades del Bien ejercerán su efecto saludable sobre todas las demás.
Generalmente no se descubre lo que es menos llamativo, lo que se esconde detrás de otros aspectos; pues se hace también referencia a otras enfermedades, como las que se mencionan en el capitulo sobre la “curación del paralítico”. En aquellos tiempos aún se sabía que semejante enfermedad tiene su origen en las propiedades del cuerpo etéreo. El relato de que el Cristo Jesús cura también a los paralíticos significa, pues, que las fuerzas de su individualidad ejercen su influencia no sólo en el cuerpo astral, sino incluso en el cuerpo etéreo, de modo que también las personas con deficiencias en el cuerpo etéreo pueden ser curadas por las influencias descriptas. Justamente cuando el Cristo habla del “pecado más hondo” arraigado en el cuerpo etéreo, emplea una expresión singular que nos evidencia que ante todo hay que eliminar la causa espiritual de la enfermedad. Pues al paralítico no le dice: “¡Levántate y anda!” sino que alude a la causa que influye hasta en lo etéreo, y le dice: “¡Tus pecados te son perdonados!”. Esto quiere decir que primero hay que eliminar lo que como un pecado había penetrado el cuerpo etéreo. Los exegetas de la Biblia generalmente no prestan atención a este discernimiento y no se dan cuenta de que aquí se evidencia que la influencia del Cristo se extendía no sólo a los enigmas del cuerpo astral sino también a los del cuerpo etéreo. Es más, se extendía hasta a los enigmas del cuerpo físico.
¿En qué sentido se hace referencia a los enigmas del cuerpo físico los que en cierto modo son los más profundos?.
En lo externo de la vida se manifiesta claramente la influencia que se ejerce de cuerpo astral a cuerpo astral: mediante una palabra llena de odio se puede herir a una persona; ella oye tal palabra y la siente en su cuerpo astral como un dolor. He aquí la correlación entre cuerpo astral y cuerpo astral. Más escondida se halla la correlación entre cuerpo etéreo y cuerpo etéreo, pues se trata de efectos sutiles de hombre a hombre que hoy día ni siquiera se tienen en cuenta. Pero las influencias más escondidas son las que afectan el cuerpo físico, porque éste, más que los otros, corre un velo ante la influencia de lo espiritual, debido a su densidad material. Para comprender cómo el Cristo ejerce el dominio sobre el cuerpo físico, hemos de referirnos a algo totalmente incomprensible para el pensamiento materialista de nuestros tiempos, pues ello presupone ciertos conocimientos de la Ciencia Espiritual.
El Cristo Jesús demuestra que le es posible mirar a través de la corporalidad física y ejercer su influencia hasta dentro de ella misma, y que de esta manera puede, con sus fuerzas, curar las enfermedades que tienen su origen en el cuerpo físico. Pero para ello es necesario conocer las influencias enigmáticas del cuerpo físico de una persona en el cuerpo físico de otra. Si se considera al ser humano como delimitado por la epidermis, no es posible actuar espiritualmente. Muchas veces hemos dicho que un dedo de nuestra mano es más inteligente que nosotros mismos, pues sabe que la sangre no podría circular en él, si no circulase ordenadamente por todo el cuerpo y que, separado del organismo, tendría que secarse. Del mismo modo, si el hombre tuviera conocimiento de las condiciones de su cuerpo, sabría que por su organización física pertenece a toda la humanidad y que constantemente se producen influencias de uno en el otro; además que la propia salud física no puede considerarse separada de la salud de toda la humanidad. Ciertamente lo reconocerá en lo superficial, no así en los efectos sutiles; pues ignora los hechos. Aquí en el Evangelio de Lucas se alude a estos efectos sutiles, como lo expresa el octavo capítulo:

Y aconteció que volviendo Jesús, recibióle la gente; porque todos
le esperaban. Y hubo un hombre, llamado Jairo que era príncipe
de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le rogaba que
entrase en su casa, porque tenía una hija única, como de doce
años que se estaba muriendo. Y yendo, le apretaba la multitud. Y
una mujer, que tenía flujo de sangre hacía ya doce años, la cual
había gastado en médicos toda su fortuna, y por ninguno había
podido ser curada, al acercarse por las espaldas, tocó el borde de
su vestimenta; y luego se estancó el flujo de su sangre.

Al Cristo se le ruega curar a la hijita de Jairo, de doce años. ¿Como será posible, estando ella por morir?. Sólo lo comprenderemos si tenemos presente que su enfermedad física hallase en relación con un fenómeno en otra persona, y que no es posible curarla sin tomar en cuenta aquel otro fenómeno. Pues, al nacer la que ahora tiene doce años, hubo un vínculo profundamente kármico con otra persona. Es por esta razón que se nos relata que por las espaldas se acercaba a Jesús una mujer que desde hacía ya doce años tenía cierta enfermedad y que ella tocaba el borde de su vestimenta. Había un vínculo kármico entre la niña de doce años y la mujer que desde doce años atrás estaba enferma. Es por ello que se nos presenta el enigma numeral: a Jesús se acerca una mujer con una enfermedad que ya duraba doce años; ella encuentra la salud - y sólo ahora entra Jesús a la casa de Jairo y puede curar a la niña de doce años que ya se había considerado muerta.
Para comprender el karma que obra de hombre a hombre, hay que contemplar lo profundo de tales vínculos, y así se comprenderá la tercera de las maneras de obrar del Cristo Jesús: la que abarca todo el organismo humano. Y con ello se proyecta una luz sobre el supremo obrar del Cristo, según el Evangelio de Lucas.
Así se nos enseña claramente cómo el Yo del Cristo con toda su esencia influyó en los distintos principios del ser humano. Esto es lo esencial; y el autor del Evangelio de Lucas que en los respectivos capítulos enfoca especialmente los efectos terapéuticos, quiso mostrar que éstos representan el desenvolvimiento de las fuerzas del Yo en el apogeo de la evolución de la humanidad. Se nos enseña, pues, que el Cristo debió influir en el cuerpo astral, el cuerpo etéreo y el cuerpo físico del organismo humano. En cierto modo, Lucas señala el gran ideal de la evolución de la humanidad, diciendo: “mirad vuestro porvenir. Vuestro Yo, tal como se ha desarrollado hasta ahora, aún está débil; poco dominio puede ejercer. Pero con el correr de los tiempos llegará a dominar y a transformar los cuerpos astral, etéreo y físico. El Cristo os ha enseñado el gran ideal de conquistar este dominio”.
Estas son las verdades en que se basan los Evangelios y que sólo pudieron transmitir los que no se apoyaban en documentos exteriores, sino en el testimonio de los que “lo vieron con sus ojos” y que fueron “ministros del Verbo”. Paso a paso, la humanidad alcanzará la comprensión del contenido de los Evangelios. Con ello se apropiará las verdades de los documentos religiosos con tal intensidad y con tanta fuerza que esas verdades influirán realmente en todos los principios de la organización humana.
El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919