GA060-7 Berlín, 15 de diciembre de 1910 -¿Cómo se adquiere el conocimiento del mundo espiritual?

 


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¿CÓMO SE ADQUIERE EL CONOCIMIENTO 

DEL MUNDO ESPIRITUAL

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 15 de diciembre de 1910


Antes de comenzar con el tema de hoy, quisiera señalar que los debates de hoy serán el principio de toda una serie de debates de este tipo, y que básicamente todos los temas siguientes de este invierno podrían tener exactamente el mismo título que el tema de hoy. En el curso de las próximas conferencias, se discutirá el camino que debe seguir el hombre si quiere alcanzar el conocimiento del mundo espiritual en relación con los más diversos fenómenos de la vida humana y científica, con las más diversas personalidades culturales de la humanidad en general.

Permítanme partir de algo personal en la introducción, aunque este tema, esta contemplación, deba conducir, por así decirlo, a la región de lo muy impersonal, de lo objetivo espiritual-científico, pues el camino hacia el mundo espiritual es un camino que debe llevar a lo impersonal a través de lo más personal. Por lo tanto, a pesar de lo impersonal, lo personal será a menudo la característica simbólica de este camino, y de este modo se alcanza también la posibilidad de señalar muchas cosas significativas precisamente procediendo, por así decirlo, de la experiencia inmediata más íntima. Para el observador de los mundos espirituales, muchas cosas de la vida serán simbólicamente más importantes de lo que puedan parecer a primera vista. Muchas cosas que, de otro modo, podrían pasar ante el ojo humano sin llamar especialmente la atención, pueden aparecer profundamente significativas para quienes deseen ocuparse intensamente de una contemplación como la que también ha de constituir la base de los debates de hoy. Y puedo decir que lo siguiente -que al principio les parecerá una nimiedad de la vida- es una de esas muchas cosas inolvidables que me han marcado en mi camino por la vida: por un lado, el anhelo de las gentes de nuestro tiempo actual de llegar realmente hasta el mundo espiritual, pero, por otro lado, la imposibilidad más o menos admitida de acceder de algún modo al mundo espiritual con los medios que dan no sólo los siglos actuales, sino incluso los últimos, en la medida en que son externamente accesibles al hombre. 

Una vez me senté en el acogedor apartamento de Herman Grimm. Aquellos de ustedes que estén algo familiarizados con la vida intelectual alemana asociarán el nombre de Herman Grimm con varias cosas. Tal vez conozcan al ingenioso e importante biógrafo de Miguel Ángel y Rafael y tal vez sepan también cómo, en cierta medida, la suma de la educación de nuestro tiempo, al menos de Europa Central o -digámoslo aún más estrechamente- de Alemania, estaba unida en el alma de Herman Grimm. Durante una conversación con Herman Grimm sobre Goethe, que le era tan cercano, y sobre la visión del mundo de Goethe, ocurrió algo que es una minucia, algo que pertenece a las cosas más inolvidables de mi vida. Cuando hice una observación -más adelante veremos cómo esta observación puede tener un significado en relación con el ascenso del hombre al mundo espiritual-, Herman Grimm respondió con un movimiento despectivo de su mano izquierda. Lo que había en este movimiento de la mano es lo que, en cierta medida, cuento entre las experiencias inolvidables del camino de mi vida. Debería tratarse de hablar, siguiendo a Goethe, de cómo Goethe a su manera -tendremos que hablar del camino de Goethe hacia el mundo espiritual en el curso de estas conferencias- quiso encontrar este camino hacia el mundo espiritual.  A Herman Grimm le gustaba seguir los caminos de Goethe hacia el mundo espiritual, pero a su manera. Para él estaba totalmente fuera de lugar referirse a Goethe de tal manera que se le considerara como el representante de una persona que realmente -también como artista- hace descender realidades espirituales del mundo espiritual para plasmarlas en sus obras de arte. Era mucho más propio de la mente de Herman Grimm decir: Oh, sólo podemos llegar a este mundo espiritual con los medios que tenemos hoy como seres humanos a través de la imaginación. Es cierto que la imaginación ofrece cosas que son bellas, grandes, poderosas y que pueden llenar de calor el corazón humano; pero el conocimiento, el conocimiento firmemente fundado, eso era algo que Herman Grimm, el observador tan íntimo de Goethe, tampoco quería encontrar en Goethe. Y cuando yo hablaba de que todo el ser fundamental de Goethe se basaba en que él quería encarnar lo verdadero en lo bello, en el arte, y luego trataba de demostrar que había caminos fuera de la imaginación, caminos hacia el mundo espiritual, que conducían a un terreno más firme que la imaginación, no era el rechazo de alguien que no quisiera seguir ese camino. No fue el rechazo de tal camino lo que Herman Grimm puso en este movimiento de su mano, sino que, de una manera conocida sólo por aquellos que le entendían mejor, puso en el movimiento de su mano algo como lo siguiente: Puede que exista tal camino, ¡pero nosotros, los seres humanos, no podemos sentirnos llamados a decidir nada al respecto!
Como ya he dicho, no deseo sacar esto aquí a colación de forma indiscreta como asunto personal, pero me parece que en un gesto así se encarna precisamente la posición de las mejores personas de nuestra época hacia el mundo espiritual. Porque más tarde tuve una larga conversación con el mismo Herman Grimm en un camino que nos llevó a ambos de Weimar a Tiefurt, donde él me explicó cómo se había liberado completamente de todas las visiones meramente materialistas de los acontecimientos del mundo, de la visión de que el espíritu del hombre en épocas sucesivas saca de sí mismo lo que constituye la riqueza espiritual real del hombre. En un gran plan, que -como saben quienes han estudiado a Herman Grimm- nunca se llevó a cabo en una obra que él había planeado, Herman Grimm habló en su momento de su intención de escribir una "Historia de la imaginación alemana". Tenía en mente el funcionamiento de la imaginación, como una diosa en los mundos espirituales, que hace surgir de sí misma lo que la gente crea en beneficio del progreso del mundo. Quisiera decir que en esa hermosa región entre Weimar y Tiefurt, tuve una sensación con estas palabras de una persona a la que reconozco como uno de los más grandes espíritus de nuestro tiempo, que quisiera expresar con las siguientes palabras.

Mucha gente se dice hoy: Uno debe sentirse profundamente insatisfecho por todo lo que la ciencia externa es capaz de decir sobre las fuentes de la vida, sobre el misterio de la existencia, sobre los enigmas del mundo; pero falta la posibilidad de entrar poderosamente en otro mundo. Lo que falta es la intensidad de la voluntad de reconocer este mundo de la vida espiritual como algo distinto de lo que el hombre se forma en su imaginación>. A mucha gente le gusta entrar en este reino de la imaginación porque es el único reino espiritual para ellos. Recordé precisamente en relación con esta personalidad -de este viaje a Tiefurt hace ahora quizás diecisiete años- que hace más de treinta años -además de muchas otras cosas que Herman Grimm ya me había impresionado a través de sus escritos- mi mirada se posó en aquel pasaje dentro de sus "Conferencias Goethe", que pronunció en Berlín en el invierno de 1874/75, donde, refiriéndose a Goethe, habla de la impresión que debe causar en un espíritu como el suyo la contemplación puramente externa y despojada de espíritu de la naturaleza. Lo mismo ocurría hace treinta años. Lo mismo ocurría hace treinta años cuando Herman Grimm se me aparecía como el tipo de hombre al que todos los sentimientos y sensaciones impulsan hacia el mundo espiritual, pero que no puede encontrar el mundo espiritual en una realidad, sino sólo en la imaginación, en su acción y actividad, y que por otra parte -precisamente porque era así- no quería admitir que el propio Goethe buscara las fuentes y enigmas de la existencia en algo distinto del reino de la imaginación, a saber, en el reino de la realidad espiritual.

Se trata de un pasaje que debería tener hoy, en el punto de partida de nuestras reflexiones, un efecto en nuestra alma, en el que Herman Grimm habla de algo que ya ha sido indicado por mí como innegable en su significado para la ciencia espiritual, pero que, tal como es tomado por la ciencia natural externa o por aquella cosmovisión que quiere erigirse sobre el firme suelo de la ciencia natural, significa una imposibilidad no sólo para la sensibilidad y para el sentimiento, sino para un conocimiento que se comprenda verdaderamente a si mismo. Me refiero a la teoría de Kant-Laplace, que explica nuestro sistema solar como si consistiera sólo de sustancias y fuerzas inorgánicas sin vida, y como si se hubiera formado a partir de ellas a partir de una enorme esfera de gas. Permítanme leer el pasaje de las Conferencias sobre Goethe de Herman Grimm que les muestra lo que significaba para una mente como la de Herman Grimm esta visión del mundo, que hoy resulta tan fascinante y causa una impresión tan profunda. 

"Pero en la misma medida en que Goethe prohíbe aquí al intelecto tomar por verdad más de lo que de hecho puede asirse con los cinco dedos de la mano, concede a la imaginación del poeta el derecho de crear imágenes a partir de la fuerza inconsciente y soñadora de lo que el espíritu desea ver. Sólo que mantiene con agudeza el límite de ambas actividades. Ya en su juventud, la gran fantasía de Kant-Laplace sobre el origen y el anterior ocaso del globo terráqueo se había apoderado de él hacía tiempo. A partir de la nebulosa giratoria del mundo -los niños ya la traen a casa del colegio- se forma la gota central de gas, que luego se convierte en la Tierra y, como esfera en solidificación, pasa por todas las fases en periodos de tiempo incomprensibles, incluido el episodio de ser habitado por la raza humana, para finalmente estrellarse de nuevo contra el sol como cenizas calcinadas: un proceso largo, pero que el público puede comprender perfectamente, y para el que no se requiere más intervención externa que el esfuerzo de alguna fuerza externa para mantener el sol a la misma temperatura de calentamiento.
 
No se puede concebir una perspectiva de futuro más infructuosa que la que, con esta expectativa, se nos quiere imponer hoy como científicamente necesaria. Un hueso de carroña, en torno al cual se divirtiera un perro hambriento, sería una pieza refrescantemente apetitosa en comparación con este último excremento de la creación, como el que nuestra tierra volvería finalmente al sol, y es el afán con que nuestra generación toma tales cosas y supone creerlas, un signo de imaginación enferma, que, para explicarlo como un fenómeno histórico del tiempo, los eruditos de épocas futuras gastarán algún día mucho ingenio."

Por lo tanto, cuando hablamos hoy de los caminos que han de conducir al hombre hacia el mundo espiritual, y hablamos de tal manera que lo que se dice no está destinado a un círculo estrecho, sino que se dirige a todos aquellos que están equipados con la educación actual de la época, entonces, en cierto sentido, todavía encontramos mucha resistencia. No sólo es posible que lo que se diga sea considerado como ensueño y fantasía, sino que también es posible que lo que se diga moleste a muchas personas de la actualidad, porque se aparta mucho de lo que -como las ideas sugestivas y fascinantes de los que se consideran más cultos- se aplica hoy a los círculos más amplios. 

Ya se ha indicado en la primera conferencia que la ascensión al mundo espiritual es básicamente un asunto íntimo del alma, y que contradice en gran medida lo que hoy se acostumbra tanto en los círculos populares como en los científicos para la vida de la imaginación y del sentimiento. El científico, en particular, se encuentra hoy con la exigencia: lo que ha de ser científicamente válido debe ser demostrable en cualquier momento y ante cualquier hombre, y entonces señala su experimento externo, que puede ser demostrado en cualquier momento, ante cualquier hombre. Es evidente que la ciencia espiritual no puede satisfacer esta exigencia. Pronto veremos por qué no. Por esta razón, la ciencia espiritual, -es decir, aquella ciencia que habla del espíritu no como una suma de conceptos e ideas abstractas, sino como de algo real y de entidades reales-, ya tendrá que violar la exigencia metodológica que con tanta facilidad plantean hoy la ciencia y las cosmovisiones: Ser demostrable para todos en todas partes y en todo momento.

En los círculos populares, la ciencia espiritual encuentra a menudo resistencia por la razón misma de que en nuestro tiempo -incluso cuando se lleva el anhelo de ascender al mundo espiritual- las sensaciones y los sentimientos están impregnados de una forma materialista de ver las cosas. Con la mejor voluntad del mundo, aunque uno anhele el mundo espiritual, no puede hacer otra cosa que pensar que el espíritu vuelve a ser material en algún aspecto, o al menos pensar que el ascenso al mundo espiritual está ligado a las cosas materiales. Por lo tanto, la mayoría de las personas preferirán que se les hable de medios puramente externos, por ejemplo, qué deberían comer y beber o no comer y beber, o qué otras cosas deberían emprender de forma puramente externa en el mundo material. Preferirían con mucho esto a que se les pida que introduzcan momentos íntimos de desarrollo en sus almas. Pero esto es precisamente lo que implica ascender al mundo espiritual.

Intentemos ahora -en el sentido en que la propia ciencia espiritual lo ve- esbozar brevemente cómo puede tener lugar este ascenso del alma humana al mundo espiritual. El punto de partida debe tomarse siempre de aquello en lo que el ser humano vive por primera vez. Ahora bien, el hombre, tal como está situado en el mundo en nuestra época actual, vive completa y firmemente en el mundo exterior, sensorial. Traten de darse cuenta de cuánto queda en esta alma humana cuando apartamos nuestra mirada de las ideas que las impresiones sensoriales externas del mundo físico han encendido en nosotros, lo que ha llegado a nosotros a través de las experiencias físicas externas, a través de los ojos, los oídos y los demás sentidos, lo que también es estimulado en nosotros a través de los ojos y los oídos en forma de sufrimiento y alegría, placer y dolor, y lo que después nuestro intelecto ha combinado a partir de estas impresiones del mundo sensorial. Traten de erradicar todo esto del alma, de eliminarlo, y piensen qué quedaría entonces. Las personas que puedan hacer honestamente esta simple auto-observación verán que en el alma del hombre actual queda muy poco.  Pero por eso el ascenso al mundo espiritual no puede partir de lo que nos da el mundo sensorial exterior, sino que debe emprenderse de tal modo que el ser humano desarrolle en su alma fuerzas que normalmente están dormidas en ella. Es, por así decirlo, un elemento básico para todas las posibilidades de ascenso al mundo espiritual que el ser humano se dé cuenta de que es capaz de un desarrollo interior, de que hay algo más en él de lo que inicialmente pasa por alto con su conciencia. 

Para muchas personas hoy en día, esto es realmente una idea molesta, porque -tomemos a una persona muy especial de la educación actual- ¿Qué hace el filósofo actual, por ejemplo, cuando se trata de establecer todo el significado y la esencia del conocimiento? Tal filósofo dirá: quiero probar hasta dónde podemos llegar con nuestro pensar, con nuestras facultades anímicas como seres humanos, lo que podemos captar del mundo. Entonces intentará a su manera, -según lo que le sea posible en ese momento-, captar una imagen del mundo y ponerla ante sí, y como norma dirá entonces: ¡Simplemente no podemos conocer lo otro, eso está más allá de los límites de la cognición humana! - Es el dicho más extendido que se puede encontrar en la literatura actual: ¡No podemos saberlo! 

Ahora, sin embargo, hay otro punto de vista que trata las cosas de modo muy distinto al que acabamos de indicar, diciendo: Ciertamente, con las fuerzas que ahora tengo en mi alma, que pueden ser ahora las fuerzas anímicas humanas normales, puedo reconocer esto o aquello, pero aquí en el alma hay un ser capaz de evolucionar. Esta alma puede tener fuerzas que primero debo sacar de ella. Primero debo llevarla por ciertos caminos, debo llevarla más allá del punto de vista actual, entonces veré si no he sido culpable de decir que esto o aquello está más allá del límite de nuestro conocimiento. Tal vez sólo necesite ir un poco más allá en el desarrollo de mi alma, entonces los límites se ensancharán y podré penetrar más profundamente en las cosas. 

Cuando se quiere juzgar no siempre se tiene muy en cuenta la lógica, de lo contrario se diría: Lo que reconocemos depende de nuestros órganos. Por eso, por ejemplo, un ciego de nacimiento no puede juzgar los colores, sólo puede juzgarlos si ha recuperado la vista mediante una operación exitosa. De la misma manera podría ser, -no quiero hablar aquí de un "sexto sentido", sino de algo que puede salir del alma puramente espiritual-, que fuera posible que salieran de nuestra alma ojos espirituales u oídos espirituales. Entonces podría producirse para nosotros el gran acontecimiento, que se produce en un nivel inferior, cuando el ciego de nacimiento tiene la suerte de ser operado, de modo que entonces para nosotros la suposición podría convertirse al principio en verdad: Existe un mundo espiritual a nuestro alrededor, pero para poder mirarlo primero debemos haber despertado los órganos que llevamos dentro. Eso sería lo lógico. Pero la lógica, -como ya he dicho-, no siempre se toma muy en serio, pues en nuestra época la gente tiene necesidades muy distintas cuando oye hablar de un mundo espiritual que encontrar el camino hacia este mundo espiritual. 

Ya les conté que en una ciudad del sur de Alemania, cuando una vez tuve que dar allí una conferencia, un buen hombre que escribe folletos comenzó su folletín con las palabras: "Lo que más llama la atención de la Teosofía es su incomprensibilidad." Nos gustaría creer que lo que más llama la atención de la Teosofía para él sea su incomprensibilidad. Pero, ¿Es eso de alguna manera un criterio? Traslademos este ejemplo a las matemáticas, para que alguien diga de ellas: Lo que más me llama la atención de las matemáticas es su incomprensibilidad. Entonces todo el mundo diría: Ciertamente, puede ser; ¡pero entonces, si quiere escribir folletos, debería ser lo suficientemente bueno como para aprender algo antes! - A menudo sería mejor aplicar lo que se aplica a un campo concreto, al suyo propio. Así que a esas personas no les queda más remedio que negar que exista un desarrollo del alma -es decir, si se niegan a pasar por él- o bien entrar en el desarrollo del alma. Entonces el mundo espiritual se convierte para ellos en una observación, una realidad, una verdad. Pero para ascender al mundo espiritual, el alma debe llegar a ser capaz - no para la vida física, sino para el conocimiento del mundo espiritual - de transformarse completamente en cierto sentido en otro ser. 

Esto ya puede llamar nuestra atención sobre el hecho que aquí se ha subrayado a menudo de que aquel que tiene el impulso de ascender al mundo espiritual debe sobre todo tener claro una y otra vez si antes ha pisado suelo firme aquí en este mundo de la realidad física, si es capaz de mantenerse firme aquí. Pues a pesar de todas las condiciones que tienen lugar en el mundo físico, debemos tener seguridad, fuerza de voluntad y sensibilidad, no debemos perder pie si queremos ascender de este mundo al espiritual. Esa es una etapa preliminar: hacer todo lo que pueda llevar a nuestro carácter a mantenerse firme en el mundo físico. Luego se trata de llevar el alma a un sentimiento y a una voluntad para con el mundo espiritual diferentes de lo que el sentimiento y la voluntad suelen ser en el alma. Hasta cierto punto, nuestra alma debe convertirse interiormente en un sentimiento y una voluntad diferentes de lo que es en la vida normal. Esto nos lleva a lo que la ciencia espiritual, por un lado, puede realmente poner en una especie de contraste con lo que hoy se reconoce como "ciencia", pero que, por otro lado, la ciencia espiritual coloca directamente junto a esta ciencia con la misma validez que la ciencia externa. Cuando se dice que todo lo que ha de ser ciencia debe ser demostrable en todo momento y para todo ser humano, se quiere decir que lo que se considera ciencia no debe depender de nuestra subjetividad, de nuestros sentimientos subjetivos, de lo que llevamos dentro sólo individualmente como cualquier tipo de impulsos de voluntad, sentimientos y sensaciones. Pero el que quiera ascender al mundo espiritual debe primero tomar los desvíos a través del alma interior, debe reorganizar su alma, debe primero apartar completamente su mirada de lo que hay fuera en el mundo físico. En la vida normal el hombre sólo aparta su mirada de lo que hay dentro del mundo físico cuando está dormido; entonces no deja entrar nada en su alma a través de sus ojos, oídos y a través de toda la organización de sus sentidos, pero para eso entonces también se vuelve inconsciente y no es capaz de vivir conscientemente en un mundo espiritual.

Se ha dicho ahora que forma parte de los elementos básicos del conocimiento espiritual que el hombre encuentre en sí mismo la posibilidad de ir más allá de sí mismo. Pero eso no significa otra cosa que hacer primero efectivo el espíritu en uno mismo. En la vida humana normal de hoy, todos conocemos sólo un alejarse del mundo físico cuando entramos en la inconsciencia del dormir. Ahora bien, la consideración de la "naturaleza del dormir" nos ha mostrado cómo el hombre está ahí en un mundo espiritual real, aunque no sepa nada de él. Pues sería absurdo creer que lo que es el centro del alma y del espíritu del hombre desaparece por la noche y surge de nuevo por la mañana; no, sobrevive realmente a los estados que van desde que se duerme hasta que se despierta. Pero lo que para el hombre normal actual es el poder interior de ser consciente -incluso cuando no fluye ningún estímulo para la conciencia a través de las impresiones de los sentidos o a través del trabajo del intelecto- falta en el dormir. La vida del alma está tan apagada cuando duerme que el ser humano no es capaz de estimular y despertar aquello que le permite experimentarse interiormente. Cuando el ser humano se despierta de nuevo, las experiencias penetran desde fuera, y como el ser humano recibe así un contenido anímico, se hace consciente de este contenido anímico. No puede ser consciente de ello si no se le estimula desde el exterior. De lo contrario, la fuerza del ser humano es demasiado débil cuando se le deja solo mientras duerme. 

La ascensión al mundo espiritual significa, por consiguiente, el encendido de tales fuerzas en nuestra alma que hacen que el alma sea capaz de vivir, por así decirlo, en verdadera conciencia dentro de sí misma, cuando se pone en relación con el mundo exterior como el hombre, por lo demás, está dormido. En el fondo, pues, la ascensión a los mundos espirituales exige, en primer lugar, una estimulación de las energías interiores, una llamada a fuerzas que, de otro modo, están dormidas, como paralizadas en el alma, de modo que el ser humano no puede manejarlas en absoluto. Todas esas experiencias íntimas por las que el investigador espiritual tiene que pasar en su alma van, en última instancia, hacia la meta que se acaba de marcar.  Y hoy quisiera decirles algo en resumen sobre el camino hacia arriba en el mundo espiritual. Estas cosas están descritas detalladamente en sus elementos -en sus comienzos, por así decirlo- en el libro que he publicado bajo el título: "¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores? Pero no quiero repetirme hoy dándoles un extracto de este libro, sino que quiero mostrar desde otro punto de vista lo que el alma tiene que hacer consigo misma para ascender al mundo espiritual. Los que estén más profundamente interesados pueden leer los detalles en el libro que he mencionado. Pero nadie debe creer que lo que allí se ha dicho en detalle pueda presentarse aquí de tal manera, si se resume brevemente, que puedan emplearse las mismas palabras y frases. Por lo tanto, quienes conozcan el libro no encontrarán que se trata de un resumen de lo que allí se dijo, sino que se caracteriza el asunto desde un ángulo diferente. 

Es sumamente importante que para el investigador espiritual que quiere guiar los pasos hacia el mundo espiritual, mucho de lo que conduce directamente a un reconocimiento y a una meta para otras personas se convierta simplemente en un medio de educación, un medio íntimo de educación para el alma. Permítanme expresar esto mediante un ejemplo. Hace muchos años escribí un libro: "La Filosofía de la Libertad". - Actualmente no está disponible porque lleva años agotado, pero espero que en un futuro próximo aparezca una segunda edición. - Esta "Filosofía de la Libertad" está escrita de tal manera que es bastante diferente de otros libros filosóficos de la actualidad, que, más o menos a través de lo que está escrito en ellos, tienen el objetivo de dar algo, por así decirlo, de cómo se ve o debería verse el mundo según las ideas de los autores. No es ése el objetivo de este libro, sino dar a quienes se dedican a los pensamientos que allí se exponen una especie de entrenamiento del pensar, de modo que el modo de pensar, el modo particular de dedicarse a esos pensamientos, sea el que ponga en movimiento las sensaciones y sentimientos del alma, igual que se ponen en movimiento los miembros en la gimnasia, si se me permite la comparación. Lo que de otro modo es meramente un medio de cognición es en este libro al mismo tiempo un medio espiritual-emocional de autoeducación. Esto es extraordinariamente importante.  Por eso, en este libro -lo cual, naturalmente, resulta molesto para muchos filósofos contemporáneos que asocian la filosofía con algo muy distinto de aquello que puede llevar al hombre un poco más allá, pues posiblemente debería quedarse como la facultad normal del conocimiento es innata en el hombre- no se trata tanto de si se puede argumentar sobre esto o aquello, de si se puede comprender algo de esta o aquella manera, sino del hecho de que los pensamientos que se combinan en un organismo pueden realmente entrenar nuestra alma, pueden llevarla un poco más allá. 

Este es también el caso en mi libro "Verdad y Ciencia". Y así sucede con muchas cosas que al principio han de ser elementos básicos, a fin de entrenar el alma para ascender al "mundo" espiritual. Matemáticas, geometría, enseñan a los hombres el conocimiento de triángulos, cuadriláteros y otras figuras. ¿Pero por qué enseñan todo esto? Porque a través de ello debe adquirir conocimiento de cómo son las cosas en el espacio, a qué leyes están sujetas, etc. La ascensión espiritual a los mundos superiores trabaja básicamente con figuras similares como símbolos. Presenta al alumno, por ejemplo, el símbolo del triángulo, del cuadrilátero u otras figuras simbólicas, pero no para que adquiera a través de ellas un conocimiento directo, que también puede adquirir de este modo, sino para que en ellas reciba la posibilidad de entrenar sus facultades mentales de tal manera que el espíritu ascienda a un mundo superior por medio de lo que le surge como impresión de estos símbolos.  Se trata, pues, de un entrenamiento del pensar o -no se entienda mal- de una gimnasia del pensar. Es por eso que mucho de lo que es ciencia exterior seca, filosofía exterior seca, lo que es matemática o geometría, se convierte en un símbolo viviente para el entrenamiento espiritual, que nos lleva hacia arriba en el mundo espiritual. Cuando hemos permitido que esto tenga efecto en nuestra alma, entonces aprendemos a comprender lo que básicamente ninguna ciencia externa comprende, que los antiguos pitagóricos, bajo la influencia de su gran maestro Pitágoras, hablaban del universo como si consistiera en números, porque contemplaban las leyes internas de los números. Veamos ahora cómo nos encontramos con los números en todas partes del mundo. Nada más fácil que refutar la ciencia espiritual o la antroposofía, pues será fácil decir desde un punto de vista muy elevado: Estos científicos espirituales salen de su oscuridad mística con el simbolismo de los números, que hay una legitimidad interior en los números y que, por ejemplo, la verdadera base del ser humano debe ser considerada según el número siete. - Pero esto es lo que Pitágoras y sus discípulos querían decir cuando hablaban de la legitimidad interna de los números. Si permitimos que estas maravillosas conexiones, que residen en las relaciones de los números, tengan un efecto sobre el espíritu, podemos entrenarlo de tal manera que despierte donde de otro modo dormiría, y desarrolle fuerzas más fuertes en su interior para penetrar en el mundo espiritual.

Así que es un entrenamiento a través de esa otra ciencia. Esto es también lo que en realidad se llama el estudio del que quiere penetrar en el mundo espiritual. Y poco a poco, para alguien así, todo lo que para otras personas es una burda realidad, se convierte más o menos en una alegoría externa, en un símbolo. Si el hombre es capaz de dejar que estos símbolos actúen sobre él, no sólo libera su espíritu del mundo exterior, físico, sino que también lo impregna de fuertes fuerzas, de modo que el alma puede ser consciente de ellas cuando no hay ningún estímulo exterior. Ya he mencionado que cuando una persona permite que un símbolo como la Rosa Cruz actúe sobre sí misma, puede tener un impulso para ascender al mundo espiritual. En la Rosa Cruz imaginamos una simple cruz negra, a la que están unidas siete rosas rojas formando un círculo en la intersección de las dos barras. 

¿Qué se supone que nos dice? Aquel que lo imagina tiene el efecto correcto en su alma: Yo miro una planta, por ejemplo; digo de esta planta que es un ser imperfecto, - y pongo a su lado un ser humano que es en su género un ser más perfecto, pero sólo en su género. Pues si miro a la planta, debo decir: En ella tengo ante mí un ser material que no está impregnado de pasiones, impulsos, instintos, que la hicieron descender de la altura donde de otro modo podría erguirse. La planta tiene sus propias leyes innatas, que sigue desde la hoja hasta el fruto, pasando por la flor. Junto a ella vive el hombre, ciertamente un ser superior a su manera, pero saturado de impulsos, instintos, pasiones, por los que puede desviarse de su estricta legitimidad. Primero debe superar algo dentro de sí mismo si quiere seguir sus leyes internas igual que la planta sigue sus leyes innatas. Ahora el hombre puede decirse a sí mismo: La expresión de los instintos en mí es la sangre roja. Puedo comparar esto en cierto modo con lo que la savia casta, la clorofila, es en la rosa roja, y puedo decir: Cuando el hombre se ha vuelto tan fuerte en sí mismo que la sangre roja ya no es una expresión de lo que le presiona por debajo de sí mismo, sino de lo que le eleva por encima de sí mismo, - cuando es la expresión de un ser tan casto como la savia que se ha convertido en el rojo de la rosa, o en otras palabras: Si el rojo de la rosa expresa la interioridad pura, la esencia purificada del hombre en su sangre, entonces tengo ante mí el ideal de lo que el hombre puede alcanzar superando la naturaleza exterior, que se me presenta bajo el símbolo de la cruz negra, la madera carbonizada. Y el rojo de la rosa simboliza la vida superior que despierta cuando la sangre roja se ha convertido en una expresión casta de la naturaleza pulsional purificada del hombre que se ha trascendido a sí misma.

Si no dejamos que lo representado sea una idea abstracta, se convierte en una idea de desarrollo vivamente sentida. Entonces todo un mundo de sentimientos y sensaciones cobra vida en nosotros; sentimos en nosotros mismos un desarrollo desde un estado imperfecto a otro más perfecto. Bajo el desarrollo sentimos algo muy distinto de esa cosa abstracta que nos da la ciencia externa en el sentido de un darwinismo puramente externo. Aquí el desarrollo se convierte en algo que cala hondo en nuestro corazón, que nos impregna de calor, de calor de alma, se convierte en una fuerza en nosotros que nos lleva y nos sostiene.  Sólo a través de tales experiencias interiores puede el alma desarrollar fuerzas fuertes en sí misma, de modo que pueda iluminarse con la conciencia en su ser más íntimo - en ese ser que de otro modo se vuelve inconsciente cuando se retira del mundo exterior.

Por supuesto, es un juego de niños decir: Entonces usted está recomendando la idea de algo enteramente imaginario, de algo enteramente imaginado. Pero el valor de una idea no es más que eso que es la imagen de una idea exterior, ¡y una idea de la Rosacruz no tiene contraimagen exterior! - Pero no se trata de que la idea, a través de la cual formamos nuestra alma, sea imagen de una realidad exterior, sino de que la idea despierta nuestra alma y saca de ella lo que duerme oculto en ella. Cuando el alma del hombre se entrega a semejante imaginación pictórica, cuando, por así decirlo, todo lo que por lo demás le es digno como realidad, se convierte en ocasión de imágenes que no son sacadas arbitrariamente de la imaginación, sino que están tan estrechamente relacionadas con la realidad como lo está ahora el símbolo de la Rosa Cruz, entonces decimos: El hombre se esfuerza por alcanzar la primera etapa del conocimiento del mundo espiritual. - Este es el estadio del conocimiento imaginativo, que nos lleva más arriba de lo que se refiere directamente sólo al mundo físico. 

Así, el ser humano que pretende ascender al mundo espiritual trabaja en su alma con ideas bastante definidas, con una forma bastante definida de dejar que la realidad, por lo demás externa, actúe sobre él. Él trabaja en esta propia alma. Cuando el hombre ha trabajado de esta manera durante un tiempo, es de tal manera que el científico exterior puede decirle: Esto solo tiene un valor subjetivo, solo individual para ti. Pero el científico exterior no sabe que bajo un entrenamiento tan estricto del alma hay una etapa de desarrollo interior en la que cesa por completo la posibilidad de que el alma deje hablar a los sentimientos y sensaciones subjetivos, en la que el alma llega al punto en que debe decirse a sí misma: Ahora surgen en mí interiormente ideas que me confrontan como lo hacen los árboles y las rocas, los ríos y las montañas, las plantas y los animales del mundo exterior, que son tan reales como de otro modo sólo las cosas físicas exteriores, y a las que mi subjetividad no puede añadir ni quitar nada.

Así pues, existe efectivamente un estado intermedio para todo el que quiera ascender al mundo espiritual, en el que el ser humano está sujeto al peligro de que pueda llevar al mundo espiritual su subjetividad, que sólo se aplica a él. Pero el hombre debe atravesar este estado intermedio, y entonces llega a un estado en el que lo que se experimenta a través del alma se vuelve tan objetivamente comprobable, -para todo aquel que tenga la capacidad de hacerlo-, como todas las cosas de la realidad exterior, física. Pues, al fin y al cabo, para la ciencia externa rige el siguiente principio: Lo que ha de ser científicamente válido debe ser demostrable en todo momento para todos, - incluso sólo para aquellos que estén suficientemente preparados para ello. ¿O acaso creen ustedes que se puede enseñar la ley de la "temperatura de ebullición correspondiente" a un niño de ocho años? Lo dudo. Ni siquiera podrán enseñarle el teorema de Pitágoras. Así que ya está ligado a este principio que el alma humana se prepare de forma adecuada si quieren demostrarle algo. Y del mismo modo que hay que estar preparado -aunque es posible para todo ser humano- para comprender el teorema de Pitágoras, también hay que estar preparado mediante un cierto ejercicio del alma si se quiere experimentar o reconocer esto o aquello en el mundo espiritual. Pero entonces aquello que puede ser reconocido puede ser experimentado y observado de la misma manera por todo hombre que esté preparado para ello de la manera necesaria. O si las observaciones de la ciencia espiritual son comunicadas por aquellos que han preparado sus almas para que tal persona pueda mirar hacia atrás en repetidas vidas terrenales, para que éstas se conviertan en un hecho para él, entonces la gente probablemente vendrá y dirá: '¡Él nos está trayendo dogmas de nuevo y exige que creamos eso! Pero el investigador espiritual no se presenta ante el mundo con sus descubrimientos de tal manera que la gente deba creerlos. 

Si la gente piensa que lo que se dice es un dogma, pregúntense: ¿el hecho de que exista una ballena es un dogma para alguien que nunca la ha visto? Ciertamente, se puede explicar con esto: es un dogma para quien nunca ha visto una ballena. Pero la investigación espiritual no se acerca al mundo sólo con mensajes. Tampoco lo hace cuando se comprende a sí misma; sino que reviste lo que baja de los mundos superiores de formas lógicas, que son precisamente las mismas formas lógicas por las que también están impregnadas las demás ciencias. Entonces todo el mundo puede comprobar, mediante un sano sentido de la verdad y una lógica imparcial, si lo que ha dicho el investigador espiritual es cierto. Siempre se ha dicho que es necesario un adiestramiento del alma para el autoexamen de los hechos espirituales, que el alma debe haber pasado por lo que ahora se describe, pero no para la comprensión de lo que se comunica; para ello bastan un sano sentido de la verdad y una lógica sin prejuicios.

Cuando el investigador espiritual ha permitido que tales conceptos simbólicos e imágenes trabajen en su alma durante un tiempo, nota que su vida de sensación y sentimiento se vuelve muy diferente de lo que era antes.

¿Cuál es entonces la vida sensible y emocional del hombre en el mundo ordinario? En realidad, hoy en día se ha vuelto un tanto trivial utilizar la expresión egoísta en todas partes y decir que en la vida ordinaria las personas son egoístas. No quiero expresarlo así, sino más bien decir que en la vida ordinaria la gente está en un principio estrechamente ligada a la personalidad humana, por ejemplo, cuando algo nos agrada, precisamente en relación con las cosas que nos agradan, de las creaciones espirituales más nobles, de las cosas de arte y belleza. Esto ya lo expresa el proverbio "Sobre gustos no hay nada escrito", que mucho está ligado a nuestra personalidad y que depende de cómo nos relacionamos subjetivamente con las cosas. Examinen cómo todo lo que puede darles placer está relacionado con la forma en que fueron educados, en qué parte del mundo, en qué profesión se sitúa su personalidad, etc., para ver cómo las sensaciones y los sentimientos están estrechamente relacionados con nuestra personalidad. 

Pero si se hacen ejercicios del alma como los descritos, entonces se percibe que las sensaciones y los sentimientos se vuelven completamente impersonales. Es una gran y tremenda experiencia cuando llega el momento en que nuestra vida de sensaciones y sentimientos se vuelve, por así decirlo, impersonal.  Este momento llega, ciertamente llega, cuando en el curso de su camino espiritual el ser humano es estimulado por aquellos que asumen su guía espiritual a permitir que las siguientes cosas en particular tengan un efecto real en su alma. Enumeraré ahora algunas de las cosas que, si un hombre las deja actuar en su alma durante semanas o meses, tienen un efecto educador en toda nuestra vida de sentimientos y emociones. 

Se puede considerar lo siguiente. Si dirigimos nuestra atención a aquello que ustedes encuentran situado en el centro de la contemplación en la filosofía, al centro espiritual del ser humano, el Yo, -si hemos aprendido a elevarnos a la idea del Yo-, que acompaña todas nuestras ideas, el centro misterioso de toda experiencia; y si impulsamos cada vez más ese respeto, esa estima y devoción que pueden vincularse con el hecho, -para muchos, sin embargo, no un hecho, sino una quimera-: ¡Vive un Yo interior! - si esto puede llegar a ser el acontecimiento más grande, el más decisivo, decirse una y otra vez que este "yo soy" es lo más esencial en el alma del hombre, entonces se desarrollan sentimientos poderosos, fuertes, ante el "yo soy", sentimientos que son impersonales y que van precisamente hacia el reconocimiento de cómo, por así decirlo, todo lo que nos rodea en los secretos y misterios del mundo está comprimido en un punto -en el punto yo- para captar al hombre desde el punto yo.  El poeta Jean Paul, por ejemplo, nos habla de esta toma de conciencia del yo en su biografía: "Nunca he olvidado el fenómeno que se produjo en mi interior y del que nadie me ha hablado jamás, en el que me situé en el momento del nacimiento de mi autoconciencia, del que conozco el momento y el lugar. Una mañana, cuando era un niño muy pequeño, estaba bajo la puerta de casa, mirando hacia la izquierda, hacia la pila de leña, cuando de repente el rostro interior, Yo soy un yo, relampagueó ante mí como un rayo del cielo y ha permanecido brillando desde entonces: allí mi yo se había visto a sí mismo por primera vez y para siempre. Los engaños de la memoria son difícilmente concebibles aquí, ya que ninguna narración ajena podría mezclarse con añadidos en un suceso que sólo había ocurrido en el santuario velado del ser humano, cuya sola novedad había dado permanencia a tales circunstancias colaterales cotidianas. 

Eso ya es mucho, sentir con todos los escalofríos del asombro y con todo el sentimiento por la grandeza de este hecho la devoción por ese concentrarse del mundo en un punto. Pero si el ser humano lo siente una y otra vez y deja que actúe sobre él, puede ser tal que, aunque no le ilumine sobre todos los enigmas del mundo, sí le dé una dirección que vaya enteramente hacia lo impersonal y enteramente hacia lo más íntimo del ser humano.

Así educamos nuestra vida emocional y de sentimientos en el yo, <Y cuando hemos hecho esto durante un tiempo, podemos llevar nuestros sentimientos y sensaciones en otra dirección, podemos decirnos a nosotros mismos: Este yo en nosotros está conectado con todo lo que pensamos, sentimos y palpamos, con toda nuestra vida anímica, resplandece y brilla a través de nuestra vida anímica. Ahí podemos, sin considerarnos ni personalizarnos, estudiar la naturaleza humana con el yo como centro del pensar, sentir y querer. El hombre se convierte en un misterio para nosotros, no nosotros para nosotros mismos. Entonces nuestros sentimientos se expanden desde el yo a través del alma. Entonces podemos pasar a otros sentimientos, podemos adquirir ese hermoso sentimiento sin el cual no podemos llevar nuestra alma más allá en el conocimiento espiritual, eso es lo que uno quisiera llamar: el sentimiento de que en cada cosa que se nos presenta se nos abre, por así decirlo, el acceso a un infinito. Esa es la sensación más maravillosa, si se deja que se presente ante el alma una y otra vez. Puede ser cuando salimos y vemos un maravilloso espectáculo de la naturaleza: las montañas envueltas en nubes en truenos y relámpagos. Tiene un gran y poderoso efecto en nuestra alma. Pero entonces debemos aprender no sólo a ver lo grande y poderoso allí, sino que podemos tomar una sola hoja, mirarla de cerca con todas sus nervaduras y todas las cosas maravillosas que hay en ella, y así ser capaces de oír y sentir lo grande y poderoso, que se revela como un infinito desde la hoja más pequeña, igual que en el mayor espectáculo de la naturaleza. Puede parecer extraño, pero hay algo en ello, y uno debe expresarse grotescamente después: puede causar una gran impresión cuando el hombre ve la masa incandescente de lava que sale de la tierra. Pero entonces imaginamos que alguien mira la leche tibia o el café más ordinario, ve algo parecido a pequeñas formaciones en forma de cráter y ve que un espectáculo similar tiene lugar a pequeña escala. En todas partes, en lo más pequeño como en lo más grande, el acceso a un infinito.  

Y si seguimos explorando, <y si por mucho que se nos haya revelado: siempre hay más bajo la cubierta que podamos haber explorado por encima. Entonces sentimos justo lo que puede surgir en cada punto del universo como revelación de algo intensamente infinito. Esto llena nuestra alma de sensaciones y sentimientos que nos son necesarios si queremos alcanzar lo que Goethe llama "ojos espirituales", "oídos espirituales". En resumen, es una expresión de nuestra vida emocional, que por lo demás es la más subjetiva, hasta el punto de que nos sentimos a nosotros mismos sólo como la escena en la que ocurre algo, en la que nuestros sentimientos ya no cuentan como propios. Nuestra personalidad queda silenciada. Es como estirar un lienzo y pintar un cuadro en él como un pintor, así estiramos nuestra alma cuando nos entrenamos de esta manera y dejamos que el mundo espiritual pinte en esta alma. Eso se siente a partir de cierto momento. Entonces sólo hay que comprender uno mismo que para reconocer lo que el mundo es en esencia, es necesario considerar una determinada etapa de la vida del alma como la única decisiva. 

Así que, en efecto, lo que el hombre adquiere en el esfuerzo ardiente del alma se convierte en lo decisivo de la verdad. En la propia alma debe decidirse si algo es verdad o no. No es algo externo lo que puede decidir, sino que yendo más allá de sí mismo, el hombre debe encontrar en sí mismo la autoridad para ver o encontrar la verdad. Sí, básicamente podemos decir: no podemos distinguirnos del resto de la gente en este aspecto. Los demás buscamos criterios objetivos, algo que nos dé la confirmación de la verdad desde fuera.  El investigador espiritual, sin embargo, busca la confirmación de la verdad desde dentro. Por eso hace lo contrario. Si fuera así, quizá se podría decir, para guardar las apariencias, que es malo que los científicos espirituales, en su retorcimiento, quieran poner el mundo patas arriba. Pues, en verdad, los naturalistas y los filósofos no hacen otra cosa que los científicos espirituales, sólo que no saben que lo hacen. Les daré una prueba de ello, tomada del presente inmediato. 
 
En la última Asamblea de Naturalistas, Oswald Külpe dio una conferencia sobre la relación de la ciencia natural con la filosofía, en la que llega a la conclusión de que el hombre, al contemplar el mundo sensorial y sentirlo como sonido, color, calor, etc., sólo tiene cualidades subjetivas. Esto sólo tiene un color algo diferente del dicho de Schopenhauer: "El mundo es nuestra imaginación". Pero Oswald Külpe llama la atención sobre el hecho de que lo que percibimos a través de nuestros sentidos, en resumen, todo lo que se nos aparece pictóricamente, es subjetivo, pero que lo que dicen la física y la química -presión, fuerza de atracción y repulsión, resistencia, etc.- debe caracterizarse como objetivo; de modo que de este modo, en nuestras representaciones del mundo nos encontramos en parte con algo puramente subjetivo, y en parte con lo que es objetivo, como la presión, la fuerza de atracción y repulsión.

No voy a extenderme en las críticas que se han expresado al respecto, sino sólo en la forma de pensar. Parece tan terriblemente fácil de demostrar para el epistemólogo actual: como no podríamos ver sin ojos, la luz sólo sería algo causado por nuestros ojos. Pero lo que ocurre en el mundo exterior, dicen, cuando una bola empuja a otra, lo que actúa allí como fuerzas, como resistencia, presión, etc., debe trasladarse al mundo exterior, al espacio.  ¿Por qué se piensa así? Oswald Külpe se traiciona a sí mismo muy claramente en cierto punto en el que habla de las sensaciones. Porque las considera como imágenes, dice: "No pueden empujarse ni atraerse, ni presionarse ni calentarse, ni pueden tener una distancia tan grande en el espacio que envíen la luz a través del espacio a tal o cual velocidad, ni pueden disponerse como el químico dispone los elementos". ¿Por qué dice esto de los sentidos? Porque considera las sensaciones como imágenes que sólo producen nuestros sentidos. 

Ahora me gustaría presentarte una idea sencilla que demuestra que la pictoricidad no cambia nada. Las cosas se empujan y se atraen. Pero cuando el Sr. Külpe mira las sensaciones, -ese mundo que ni podría atraerse ni empujarse-, no le aparece como realidad, sino como una imagen reflejada. Sin embargo, tiene imágenes delante de él. Pero el impacto, la presión, la resistencia y todo lo que se pone en el mundo como diferente de las demás sensaciones no se explica objetivamente de otro modo que a través de la naturaleza pictórica de las sensaciones. ¿Por qué es así? Porque cuando el hombre siente presión, impacto, etc., convierte lo que vive en las cosas en sensaciones de las cosas. El hombre debería estudiar, cuando dice, por ejemplo, que una bola de billar empuja a otra, que al hacerlo pone en las cosas lo que él experimenta como la fuerza del empuje. Y quien se apoya en el terreno de la ciencia espiritual no hace otra cosa. Hace de lo que vive en el interior del alma el criterio de expresión del mundo. No hay otro principio de conocimiento que el que se puede encontrar a través del desarrollo de la propia alma. Así que los demás hacen lo mismo que la investigación espiritual. La investigación espiritual sólo lo sabe. Los otros lo hacen inconscientemente, no tienen idea de que están haciendo lo mismo en el nivel elemental, sólo se detienen en el primer nivel y niegan lo que ellos mismos están haciendo. Por lo tanto, podemos decir que la ciencia espiritual no se opone en absoluto al resto de la investigación de la verdad; los otros investigadores hacen lo mismo, sólo que dan el primer paso y no saben nada de ello, mientras que la investigación espiritual da conscientemente los pasos hasta donde una determinada alma humana puede darlos según su etapa de desarrollo. 

<Cuando esto se ha logrado, cuando nuestros sentimientos se han objetivado de cierta manera, entonces entra en vigor lo que ya he indicado, pero que es un requisito necesario para el progreso en los mundos espirituales. Esto consiste en que el hombre aprende a comprender cómo vivir en el mundo de tal manera que uno asume que en el mundo espiritual teje y vive una legitimidad espiritual que todo lo abarca. En la vida ordinaria el hombre está muy alejado de tal forma de pensar. Se enfada cuando le ocurre algo que no le conviene. Eso es muy comprensible, pues hay que ganarse con dificultad otro punto de vista. Este otro punto de vista consiste en decir: Venimos de una vida anterior, nosotros mismos nos hemos colocado en las situaciones en las que nos encontramos ahora, nosotros mismos nos hemos conducido a aquello que nos confronta desde el seno del futuro. Lo que allí se nos presenta corresponde a una ley espiritual estrictamente objetiva. Lo aceptamos, porque sería absurdo no aceptarlo. Todo lo que nos llega del seno de los mundos espirituales, tanto si el mundo nos reprende como si nos alaba, tanto si nos parece alegre como si nos parece triste: lo aceptamos como un sabio que vive y se teje a través del mundo. Esto es algo que debe convertirse de nuevo, lenta y gradualmente, en todo el principio de nuestro ser. Cuando llega a serlo, nuestra voluntad comienza a ser entrenada. Mientras que antes había que reorganizar nuestros sentimientos, ahora nuestra voluntad se reorganiza, se independiza de nuestra personalidad y se convierte así en un órgano para percibir hechos espirituales.

Luego, después de la etapa de la cognición imaginativa, se produce para el hombre lo que en el sentido verdadero y genuino puede llamarse inspiración, cumplimiento a través de los hechos espirituales. Pero siempre hay que tener claro que el ser humano sólo puede alcanzar el adiestramiento de la voluntad en un determinado nivel, cuando sus sentimientos ya están purificados en cierto sentido, que su voluntad puede conectarse con la legitimidad del mundo y que él como ser humano sólo está ahí para que aquellos hechos y entidades que quieren aparecérsele sostengan un muro en su voluntad, en el que puedan imaginarse a sí mismos para él, para que puedan existir para él. 

Sólo he podido describirles algunas cosas, lo que el alma debe pasar en silencio, en paciente devoción si quiere ascender a los mundos superiores. En las siguientes conferencias les describiré muchas cosas del desarrollo de la historia del mundo, por lo que debe pasar el alma para ascender a los mundos espirituales. Por lo tanto, deben considerar lo que se ha dicho hoy sólo como una introducción al hecho de que a través de tal entrenamiento nuestra vida emocional y volitiva y toda nuestra vida imaginativa se desarrollarán de tal manera que se convertirán en nuevos mundos, de modo que entremos realmente en un mundo que también reconocemos como una realidad igual que reconocemos el mundo físico a su manera como una realidad. Ya lo he mencionado en otra ocasión: Cuando la gente dice: Sólo estás imaginando lo que crees ver, hay que replicar que sólo la experiencia, la observación, pueden mostrar la diferencia entre realidad y apariencia, entre realidad y fantasía, igual que en el mundo físico. La diferencia debe obtenerse de la realidad. Quien, por ejemplo, se acerca a la realidad con una mente sana, sabe distinguir entre un trozo de hierro incandescente en la realidad y otro que sólo existe en la imaginación, y no importa cuántos Schopenhauerianos vengan: ya será capaz de distinguir entre los dos, - entre lo que es verdad y lo que es imaginación. Por tanto, el hombre puede orientarse por la realidad. Del mismo modo, sólo puede orientarse sobre el mundo espiritual por medio de la realidad. <Alguien dijo una vez que cuando una persona sólo piensa en beber limonada, también siente el sabor de la limonada en la lengua.  Yo le contesté: La imaginación puede ser tan fuerte que alguien que no tenga limonada delante tal vez sienta también el sabor en la lengua cuando imagina vívidamente limonada, pero me gustaría ver si alguien ha saciado alguna vez su sed sólo con limonada imaginada. Es entonces cuando el criterio empieza a ser más real. Y lo mismo sucede con el desarrollo interior del ser humano, que no sólo se familiariza con una nueva vida del alma, con nuevas ideas, sino que en su alma choca con otro mundo y sabe: Ahora estás ante un mundo que puedes describir igual que puedes describir el mundo exterior. -Esto no es mera especulación, que sólo podría compararse con el desarrollo de los pensamientos, sino que es el desarrollo de nuevos órganos de los sentidos y la apertura de nuevos mundos, que son realmente tan reales ante nosotros como nuestro mundo exterior, físico. 

Lo que se ha insinuado hoy es la indicación, necesaria en nuestros tiempos, de que la investigación espiritual es posible. Esto no significa que todos deban convertirse inmediatamente en investigadores espirituales. Pues siempre hay que insistir en ello: Si una persona con un sano sentido de la verdad y una lógica desprejuiciada permite que le lleguen los mensajes de la ciencia espiritual, aunque no pueda ver por sí misma en los mundos espirituales, todo lo que proviene de tales mensajes puede, no obstante, convertirse en energía y sentimientos de fuerza para el alma, aunque crea inicialmente en el haeckelismo o el darwinismo. Lo que el investigador espiritual tiene que decir es probable que hable cada vez más al sano sentido de la verdad en la gente, tanto más cuanto que está conectado con los intereses más profundos de cada ser humano. Puede haber personas que no consideren necesario para su salvación saber cómo se sitúan entre sí los anfibios y los mamíferos o cosas semejantes. Pero a todos los hombres debe infundirles calor lo que puede decirse a partir de investigaciones espirituales que se basan en un fundamento seguro: que el alma, -en la medida en que pertenece al mundo espiritual, desciende a través del nacimiento a la existencia sensorial y vuelve a entrar en el reino espiritual a través de la puerta de la muerte-, pertenece a la esfera de la eternidad.

Debe ser del más profundo interés para todos los seres humanos lo que más y más fuerza se hunde en el alma de tal manera que el alma obtiene de ello seguridad para mantenerse en su lugar en la vida. Un alma que no sabe lo que es ni lo que quiere, lo que significa su esencia, puede sentirse desolada, puede finalmente desesperar y sentirse estéril y vacía. Pero un alma que se llena de los logros espirituales de la ciencia espiritual no puede permanecer vacía ni estéril, a condición de que no reciba las comunicaciones de la investigación espiritual como dogmas, sino como vida viva que fluye calentándose a través de nuestra alma. Esto da consuelo para todos los sufrimientos de la vida, si somos conducidos de todos los sufrimientos temporales a aquello que puede llegar a ser el consuelo del alma por la participación de lo temporal en lo eterno. En resumen, la ciencia espiritual puede dar al hombre lo que necesita hoy por el aumento de las condiciones del tiempo en las horas más solitarias y ocupadas de su vida, o cuando la fuerza quiere abandonarlo, lo que necesita para mirar hacia el futuro e ir poderosamente hacia este futuro. Así, la ciencia espiritual, tal como procede de la investigación espiritual, de aquellos que quieren dar los pasos hacia el mundo espiritual, siempre puede confirmar lo que queremos resumir en unas pocas palabras, que expresan sensiblemente las características del camino hacia el mundo espiritual y su significado para la gente de hoy. Lo que queremos resumir de este modo no debe ser una reflexión sobre teorías de la vida, sino una reflexión sobre remedios, sobre medios de fuerza, sobre tónicos de la vida: 

El mundo espiritual permanece cerrado para ti,
Si no reconoces en ti
El espíritu que brilla en tu alma
Y puede convertirse en tu luz sustentadora
En los mundos profundos, en los mundos superiores.
Traducido por J.Luelmo feb.2023

GA060-6 Berlín, 8 de diciembre de 1910 -El espíritu en el reino vegetal

 

Índice

EL ESPÍRITU EN EL REINO VEGETAL

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 8 de diciembre de 1910


En las conferencias sobre "El alma humana y el alma animal" y "El espíritu humano y el espíritu animal "1 ya se habló de cómo la ciencia espiritual debe reconocer el espíritu vivo y tejedor en todos los seres que nos rodean, partiendo del principio de que el hombre que se conoce debe incluirse a sí mismo en dicho conocimiento. Se decía que la persona que se conoce a sí misma nunca podría pensar en tomar en su propio espíritu -como contenido espiritual- ideas, conceptos e imágenes mentales de cosas y seres si estos conceptos e ideas, si este contenido espiritual por medio del cual el ser humano quiere hacer comprensible lo que reside en los objetos, no estuviese primero presente en estos objetos, no estuviese depositado en ellos. Toda extracción de lo espiritual de las cosas y los seres sería pura fantasía, sería una fantasía hecha por nosotros mismos, si no presupusiéramos que allí donde miramos y somos capaces de descubrir el espíritu, allí está realmente presente este espíritu.

Aunque todavía sólo en pequeños círculos, esta presuposición general del contenido espiritual del mundo se hace con bastante frecuencia. Sin embargo, incluso quienes hablan del espíritu en los objetos suelen quedarse en un hablar del espíritu en general, es decir, hablan de la existencia de un tejido espiritual, de la vida espiritual que se encuentra en la base de los reinos mineral, vegetal y animal, etc. Entrar en los medios por los cuales el espíritu se individualiza para nosotros, cómo se manifiesta particularmente en tal o cual forma de existencia, no es todavía muy considerado en los círculos más amplios de nuestros contemporáneos cultos. Se suele ofender a los que hablan no sólo del espíritu en general, sino de sus formas particulares, de sus maneras particulares, de cómo se hace sentir detrás de tal o cual fenómeno. Sin embargo, en nuestra ciencia espiritual, no debemos hablar del espíritu de la manera vaga y general que hoy se indica; más bien, debemos hablar de tal manera que reconozcamos la manera en que el espíritu se teje detrás de la existencia mineral o vegetal, la manera en que actúa en la existencia animal y humana. Nuestra tarea hoy es decir algo sobre la naturaleza del espíritu en el reino vegetal.

Debe admitirse que si no comenzamos con filosofía abstracta, o con teosofía abstracta, sino que si comenzamos con observaciones imparciales de la realidad y al mismo tiempo, -como debe ser en el sano terreno de la ciencia espiritual-, nos mantenemos firmes en el terreno de la ciencia natural y luego queremos hablar sobre "el espíritu en el reino de las plantas", no sólo chocamos con prejuicios injustificados de nuestros científicos u otros contemporáneos educados, sino que también entramos en conflicto con conceptos más o menos justificados que tienen, y deben tener, el poder de una fuerte sugestión.

Especialmente en esta contemplación, que debe ocuparse del espíritu que encuentra su expresión, su fisonomía, por así decirlo, en el reino que nos enfrenta en los gigantescos árboles del bosque primitivo, o en los que crecían en Tenerife hace miles de años, así como en la pequeña y modesta violeta que se esconde en el tranquilo bosque o en cualquier otro lugar - especialmente en tal contemplación una persona puede sentirse en una posición bastante difícil, si se han absorbido los conceptos científicos naturales del siglo XIX. Sí, una persona se siente en una posición bastante difícil si ha trabajado hasta lo que debería decirse sobre el espíritu en esta área, pues cómo podría negarse que grandes y maravillosos descubrimientos en el reino de la investigación material, -incluso en el reino de la naturaleza de las plantas-, se hicieron en el siglo XIX, iluminando a fondo la naturaleza de las plantas desde cierto punto de vista.

Hay que recordar una y otra vez que en el segundo tercio del siglo XIX el gran botánico Schleiden descubrió la célula vegetal. Fue el primero en presentar a la humanidad la verdad de que todo cuerpo vegetal se compone de pequeñas entidades independientes, "células", denominadas "organismos elementales", que parecen los bloques de construcción de este cuerpo vegetal. Mientras que antes las plantas sólo podían considerarse en relación con sus partes y órganos en bruto, ahora la atención se dirigía a cómo cada hoja de las plantas superiores consistía en innumerables y diminutas formaciones microscópicas: las células vegetales. No es de extrañar que semejante descubrimiento influyera poderosamente en todas las ideas y sentimientos relacionados con el mundo vegetal. Es totalmente natural que la persona que primero discernió cómo la planta se construye a partir de estos bloques de construcción llegaría a la idea de que mediante la investigación de estas pequeñas formaciones, estos bloques de construcción, el secreto de la naturaleza de las plantas podría ser revelado.

 El ingenioso Gustav Theodor Fechner debió de experimentar ya esta idea cuando, hacia mediados del siglo XIX, trató realmente de introducir en sus secuencias de pensamiento algo así como un "alma de las plantas", aunque podría decirse que su elaboración excesivamente fantástica de la naturaleza de las plantas puede haber aparecido algo demasiado pronto. Fechner habló ampliamente de un alma de las plantas (por ejemplo, en su libro Nanna), y lo hizo no sólo como alguien que se limita a fantasear, sino como alguien que conoce a fondo y en profundidad los avances científicos naturales del siglo XIX. Sin embargo, era incapaz de pensar que las plantas están formadas simplemente por células; más bien, cuando observaba las formas, las estructuras, de las plantas individuales, se veía llevado a suponer que la realidad sensorial es la expresión de un elemento anímico subyacente.

Ahora bien, hay que admitir que, en contraste con lo que la ciencia espiritual tiene que decir hoy sobre la vida del espíritu en el reino de las plantas, las explicaciones de Fechner parecen más bien fantásticas, pero sus pensamientos fueron en realidad un avance. A pesar de ello, Fechner tuvo que experimentar la resistencia que puede presentar especialmente el pensamiento en el que había penetrado el espíritu humano por los descubrimientos del siglo XIX. Simplemente hay que comprender que incluso los más grandes quedaron fascinados por lo que contemplaron cuando, bajo el microscopio, el cuerpo vegetal se reveló como una estructura de pequeñas células. No podían en modo alguno concebir cómo alguien podía seguir concibiendo la idea de un "alma vegetal" después de que se hubieran mostrado los aspectos materiales de un modo tan grandioso al espíritu humano escudriñador. Por eso es fácil comprender que incluso el descubridor de la célula vegetal se convirtiera en el mayor y más vehemente opositor a lo que Fechner quería decir sobre la naturaleza anímica de las plantas. Y es bastante interesante ver la mente fina y sutil de Fechner en batalla con Schleiden, que se hizo famoso gracias a su descubrimiento que hizo época para la botánica, pero que eliminó, de una manera materialistamente burda, todo lo que Fechner quería decir sobre las plantas a partir de sus contemplaciones íntimas.

En una batalla como la que enfrentó a Fechner y Schleiden en el siglo XIX, tuvo lugar básicamente algo que debe experimentar toda alma que se adentre en la ciencia de nuestro tiempo, trabajando a través de las dudas y enigmas que surgen no obstante, especialmente cuando uno se adentra en los logros de la ciencia natural. Tendrá serias dudas si es capaz de salir por sí mismo de los conceptos, con frecuencia bastante convincentes, de tal reino. Quien no esté familiarizado con esta convincente cualidad de los conceptos científicos naturales materialistas del siglo XIX puede encontrar trivial, posiblemente incluso estrecho de miras, lo que se dice desde la visión del mundo que desea situarse sobre el firme terreno de la ciencia natural. Sin embargo, quien se acerca a las cosas con un sano sentido de la verdad y una seria preocupación por resolver los enigmas de la vida, y al mismo tiempo está armado con los conceptos botánicos del siglo XIX, puede tener experiencias anímicas interiores bastante trágicas. Aquí sólo hay que sugerir algo al respecto.

Así podemos conocer, por ejemplo, lo que ha aportado la botánica del siglo XIX. Hay mucho en esta botánica que es realmente magnífico y verdaderamente asombroso. Una persona que se acerca a los conceptos científicos naturales con un sano sentido de la verdad llega a un punto en que estos conceptos le afectan como una sugestión, con un poder tremendo; no le dejan suelto sino que le susurran al oído una y otra vez: "Estás haciendo una estupidez si abandonas el camino seguro por el que se estudia cómo la célula se relaciona con la célula, cómo la célula se nutre de la célula", etcétera. Finalmente se hace necesario desprenderse de los conceptos materialistas de este reino. No hay otra opción, no importa lo firmemente que uno desee ser sostenido por el poder sugestivo de las visiones del mundo que no son más que una consecuencia de los conceptos materialistas externos. A partir de cierto punto ya no funciona. No mucha gente experimenta hoy ese punto. El poder sugestivo lo experimentan la mayoría de las personas que se sienten fascinadas por los resultados científicos naturales, y no se atreven a dar ni un solo paso más allá de lo que muestra el microscopio. El siguiente paso sólo lo dan muy pocos. Es evidente, sin embargo, para cualquiera que mantenga un sano sentido de la verdad, especialmente en lo que se refiere a las ciencias naturales -y esto es necesario si uno desea acercarse al espíritu en el reino de las plantas-, que primero una persona debe ocuparse de una determinada imagen mental, pues de lo contrario siempre sucumbirá al error, siempre entrará en un laberinto como el que le ocurrió a Fechner a pesar de sus serios intentos por examinar los aspectos simbólicos, fisonómicos, de las formas y estructuras individuales de las plantas.

Me gustaría sugerirles primero lo que es significativo aquí mediante una comparación. Imaginemos que alguien encuentra un trozo de materia, una especie de tejido, en un camino. Si examina este trozo de tejido, en ciertos casos puede ocurrir que no llegue a ninguna parte. ¿Por qué? Si este trozo de tejido es un trozo de hueso de un brazo humano, el examinador no llegará a ninguna parte si quiere mirar simplemente este trozo de hueso y explicarlo por sí mismo, porque sería imposible que este trozo de tejido llegara a existir sin la existencia previa de un brazo humano.

No se puede hablar del tejido en absoluto si no se considera en relación con un organismo humano completo. Por tanto, es imposible hablar de esa formación si no es en relación con un ser completo. Consideremos la siguiente comparación. Encontramos un objeto en alguna parte, un cabello humano. Si quisiéramos explicar cómo pudo originarse allí, estaríamos completamente extraviados, porque sólo podemos explicarlo considerándolo en conexión con un organismo humano completo. Por sí mismo no es nada; por sí mismo no puede explicarse.

Esto es algo que el investigador espiritual debe considerar en relación con todo el ámbito de nuestras observaciones, de nuestras explicaciones. Debe dirigir su atención a la cuestión de si cualquier objeto al que se enfrenta puede ser considerado por sí mismo o si sigue siendo inexplicable por sí mismo, si pertenece a algo más o puede ser examinado mejor como una entidad aislada.

Curiosamente, el investigador espiritual se da cuenta de que, en general, es imposible considerar el mundo de las plantas, esta maravillosa cubierta de la tierra, como algo que existe por sí mismo. Cuando se enfrenta a la planta, siente lo mismo que siente ante un dedo, que sólo puede considerar como perteneciente a un organismo humano completo. El mundo vegetal no puede ser considerado aisladamente, porque a la vista del investigador espiritual el mundo vegetal se relaciona a la vez con todo el planeta tierra y forma un todo con la tierra, del mismo modo que el dedo o el trozo de hueso o el cerebro forman un todo con nuestro organismo. Y quien se limita a mirar las plantas por sí mismas, quedándose con lo particular, hace lo mismo que quien quiere explicar una mano o un trozo de hueso humano por sí mismos. La naturaleza común de las plantas simplemente no puede considerarse de otra manera salvo como un miembro de nuestro planeta Tierra común.

Aquí, sin embargo, llegamos a una cuestión que puede molestar a muchos hoy en día, aunque es válida, no obstante, para la visión científica espiritual. Llegamos a considerar todo nuestro planeta Tierra de forma diferente a como lo hace habitualmente la ciencia actual, pues nuestra ciencia contemporánea, -ya sea la astronomía, la geología o la mineralogía-, habla básicamente de la Tierra sólo en la medida en que esta esfera terrestre consiste en rocas, en el elemento mineral, en materia sin vida. La ciencia espiritual no puede hablar así. Sólo puede hablar de tal manera que todo lo que se encuentra en nuestra Tierra, -lo que un ser venido del espacio exterior, por así decirlo, encontraría en los seres humanos, los animales, las plantas y las piedras-, pertenece al conjunto de nuestra Tierra, del mismo modo que las propias piedras pertenecen a nuestra Tierra. Esto significa que no podemos considerar el planeta Tierra como una formación rocosa muerta, sino como algo que es en sí mismo un todo vivo, que hace surgir de sí mismo la naturaleza de las plantas, del mismo modo que el ser humano hace surgir las estructuras de su piel, de sus órganos sensoriales y similares. En otras palabras, no podemos considerar la tierra sin la cubierta vegetal que le es inherente.

Una circunstancia externa ya podría sugerirnos que, al igual que toda piedra tiene una cierta relación con la tierra, también todo lo vegetal pertenece a ella. Así como toda piedra, todo cuerpo sin vida, muestra su relación con la tierra al poder caer sobre ella, donde encuentra una resistencia, así también toda planta muestra su relación con la tierra por la dirección de su tallo, que es siempre tal que pasa por el centro de la tierra. Todos los tallos de las plantas se cruzarían en el centro de la tierra si los extendiéramos hasta ese punto. Esto significa que la tierra es capaz de sacar de su centro todas esas radiaciones de fuerza que permiten que surjan las plantas. Si contemplamos el reino mineral sin añadir también la cubierta vegetal, estamos contemplando sólo una abstracción, algo pensado. También debemos añadir que a la ciencia natural que procede puramente de la materia exterior le gusta hablar de que los orígenes de toda vidal -incluida la vida vegetal-, deben estar en lo sin vida, osea el elemento mineral.

Para el investigador espiritual esta cuestión no existe en absoluto, porque lo inferior no es nunca una condición previa para lo superior, sino que lo superior, lo viviente, es siempre la condición previa para lo inferior, lo no viviente. Veremos más adelante, en la conferencia "Qué dice la geología sobre el origen del mundo", (Berlín, 9 de febrero de 1911), que la investigación espiritual muestra cómo todo lo rocoso, lo mineral, -desde el granito hasta la migaja de tierra del campo-, se originó de manera similar a lo que la ciencia natural dice hoy sobre el origen del carbón. Hoy el carbón es un mineral, lo sacamos de la tierra. ¿Qué era hace millones de años según los conceptos de la ciencia natural? Extensos y poderosos bosques -así lo dice la ciencia natural- cubrían entonces grandes porciones de la superficie terrestre; más tarde se hundieron en la tierra durante los desplazamientos de la corteza terrestre y entonces se transformaron químicamente en cuanto a su composición material, y lo que hoy desenterramos de las profundidades de la tierra son las plantas que se han convertido en piedra. Si esto se admite hoy en relación con el carbón, no debería considerarse demasiado ridículo si la ciencia espiritual, por sus métodos, llega a la conclusión de que todas las rocas que se encuentran en nuestra tierra se han originado en última instancia a partir de la planta. La planta primero tuvo que convertirse en piedra, por así decirlo. Así pues, el mineral no es la condición previa de lo vegetal, sino al revés, lo vegetal es la condición previa del mineral. Todo lo que tiene naturaleza mineral es primero algo vegetal que se endurece y luego se convierte en piedra.

Así pues, en el planeta Tierra tenemos ante nosotros algo sobre lo que debemos presuponer lo siguiente: antaño fue, en lo que respecta a su cualidad más densa, de naturaleza vegetal, fue una estructura de seres semejantes a plantas, y sólo desarrolló lo inerte a partir de lo vivo, endureciéndose progresivamente, convirtiéndose en madera, convirtiéndose en piedra. Así como nuestro esqueleto se separa primero del organismo, así tenemos que considerar las formaciones rocosas de la tierra como el gran esqueleto del ser terrestre, del organismo terrestre.

Ahora bien, si somos capaces de considerar este organismo terrestre desde un punto de vista científico espiritual, podemos ir aún más lejos. Hoy sólo puedo dar los primeros esbozos de ello, porque se trata de un ciclo de conferencias en el que una cosa debe llevar a la siguiente. Podemos preguntarnos: ¿cuál es la situación del organismo terrestre como tal?

Al estudiar un organismo sabemos que se revelan alternancias de diferentes condiciones. Los organ ismos humano y animal revelan una condición de estar despierto y otra de estar dormido que se alternan en el tiempo. ¿Podemos, desde un punto de vista científico espiritual, encontrar algo similar en relación con el cuerpo de la Tierra, el organismo terrestre? Para la consideración externa, lo que sigue puede parecer una mera comparación, pero para la investigación espiritual no es una comparación sino un hecho. Si estudiamos la curiosa regularidad del verano y el invierno, cómo es verano en una mitad de la Tierra e invierno en la otra mitad, cómo se alterna esta relación, y si prestamos atención a cómo esta regularidad -como invierno y verano- debe discernirse en relación con toda la vida terrestre, entonces ya no parecerá absurdo que la ciencia espiritual nos diga que el invierno y el verano en el organismo terrestre corresponden a estar despierto y dormido en los organismos que nos rodean. Sencillamente, la Tierra no duerme en el tiempo como los demás organismos, sino que siempre está despierta en alguna parte y dormida en otra parte de su ser. El estar despierto y dormido se mueven espacialmente: la Tierra duerme en la parte donde hay verano, y está despierta en la parte de su ser donde hay invierno. De este modo, todo el organismo terrestre nos confronta espiritualmente con las condiciones de estar despierto y dormido de otros organismos.

La condición estival del organismo terrestre consiste en una relación muy específica de la tierra con el sol, y puesto que se trata de un organismo vivo y lleno de espíritu, podemos decir que se entrega a una actividad que procede espiritualmente del sol. En la condición invernal, el organismo terrestre se cierra a esta actividad solar, replegándose sobre sí mismo. Comparemos ahora esta condición con el dormir humano. Hablaré ahora de lo que parece ser una mera analogía; sin embargo, la ciencia espiritual proporciona las pruebas de estas observaciones.

Si estudiamos al ser humano al atardecer, cuando está cansado, a medida que su conciencia va disminuyendo, descubrimos que todos los pensamientos y sentimientos que entran en nuestra alma durante el día desde el exterior, todos los placeres y sufrimientos, alegrías y dolores, se hunden en una oscuridad indefinida. Durante este tiempo, el ser espiritual humano, -como hemos mostrado en la conferencia sobre la naturaleza del dormir (24 de noviembre de 1910)- sale del cuerpo físico humano y entra en el mundo espiritual, entregándose al mundo espiritual. En esta condición durmiente es un hecho curioso que el ser humano se vuelve inconsciente. Para el investigador espiritual (ya veremos cómo llega a saberlo) se revela que el aspecto interno del ser humano, el cuerpo astral y el yo, realmente se extraen de los cuerpos físico y etérico, pero no se extraen simplemente y flotan sobre él como una formación de nubes, sino que todo este aspecto interno del ser humano se extiende, se derrama sobre todo el mundo planetario que nos rodea. Por increíble que parezca, se revela, sin embargo, que el alma humana se derrama de manera unificada sobre el reino astral. Los investigadores que conocían este reino sabían bien por qué llamaban "cuerpo astral" a lo que parte de lo físico. La razón era que este elemento interior extrae del espacio celeste, con el que forma una unidad, las fuerzas que necesita para reemplazar lo que los esfuerzos y el trabajo del día consumieron del cuerpo físico. De este modo, el ser humano cuando duerme pasa al gran mundo y por la mañana regresa a los límites de su piel, al pequeño mundo humano, al microcosmos. Allí, como su cuerpo le ofrece resistencia, vuelve a sentir su yo, su autoconciencia.
 
Esta exhalación e inhalación del alma es una alternancia maravillosa en la vida humana. De todos aquellos que no han hablado directamente desde un punto de vista científico espiritual oculto, sólo he encontrado un individuo que hizo una observación tan adecuada sobre la alternancia de la vigilia y el dormir, que puede ser llevada directamente a la ciencia espiritual, porque corresponde a hechos científicos espirituales. Fue un pensador completamente matemático, un hombre profundamente reflexivo, que fue capaz de abarcar la naturaleza magníficamente con su espíritu: Novalis. Él dice en sus Fragmentos:

El dormir es una condición mixta de cuerpo y alma. En el dormir, cuerpo y alma están químicamente unidos. En el dormir el alma está distribuida uniformemente por todo el cuerpo - el ser humano está neutralizado. La vigilia es una condición dividida, polar; en la vigilia el alma está apuntada, localizada. El dormir es la digestión del alma; el cuerpo digiere el alma (eliminación del estímulo del alma). La vigilia es la condición de la influencia del estímulo del alma: el cuerpo participa del alma. En el dormir se aflojan los lazos de este sistema; en la vigilia se aprietan.

Así pues, para Novalis el dormir significa la digestión del alma por el cuerpo. Novalis es siempre consciente de que en el dormir el alma se hace una con el universo y es digerida, para que el ser humano pueda seguir siendo ayudado en el mundo físico.

Así pues, en lo que respecta a su ser interior, el ser humano alterna de tal modo que durante el día se encierra en el pequeño mundo, en los límites de su piel, y durante la noche se expande hacia el gran mundo, extrayendo mediante fuerzas de entrega de ese mundo en el que entonces está inmerso. No entenderemos al ser humano a menos que lo entendamos como formado a partir de todo el macrocosmos.

En la parte de la tierra donde es verano, ocurre algo parecido a lo que ocurre en el ser humano en estado dormido. La tierra se entrega a todo lo que desciende del sol y se forma como debe formarse bajo la influencia de la actividad solar. En la parte de la tierra donde es invierno, se cierra a la influencia del sol, vive en sí misma. Allí es lo mismo que cuando el ser humano se ha recogido en el pequeño mundo interior, vive en sí mismo, mientras que para la parte de la tierra donde es verano es lo mismo que cuando el ser humano se entrega a todo el mundo exterior.

Existe una ley en el mundo espiritual: si dirigimos nuestra atención a entidades espirituales muy alejadas entre sí, -como, por ejemplo, el ser humano aquí, por un lado, y el organismo terrestre, por otro-, los estados de conciencia deben imaginarse como invertidos en cierto sentido. Para el ser humano, salir al gran mundo es la condición del dormir. Para la Tierra, el verano (que se tiende a considerar un estado de vigilia) es algo que sólo puede compararse con el hecho de que el ser humano se duerma. El ser humano sale al gran mundo cuando se duerme; en verano, la tierra con todas sus fuerzas entra en el reino de la actividad solar, sólo que debemos ser capaces de pensar en la tierra y el sol como organismos llenos de espíritu.

En invierno, cuando la tierra descansa en sí misma, debemos ser capaces de pensar en su condición como correspondiente a la condición de vigilia del ser humano, aunque pueda ser tentador considerar el invierno como el dormir de la tierra. Sin embargo, cuando consideramos entidades tan diferentes entre sí como el ser humano y la tierra, los estados de conciencia parecen invertidos en cierto modo. Ahora bien, ¿qué consigue la tierra cuando está bajo la influencia de la entrega al ser solar, al espíritu solar? Para tener una comparación más fácil, haríamos bien en dar ahora la vuelta a los conceptos. La entrega de la tierra al ser solar es simplemente algo que puede compararse espiritualmente con la condición del ser humano cuando se despierta por la mañana y sale del vientre oscuro de la existencia, de la noche, hacia sus alegrías y penas. Cuando la tierra entra en el reino de la actividad solar, -aunque esto podría compararse con la condición de dormir del ser humano,- todas las fuerzas que brotan de la tierra permiten que la condición invernal de reposo de la tierra pase a la condición activa, viva, de verano.

¿Qué son entonces las plantas en todo este entramado de la existencia? Podríamos decir que cuando se acerca la primavera, el organismo de la tierra empieza a pensar y a sentir, porque el sol con su ser atrae los pensamientos y los sentimientos. Las plantas no son más que una especie de órgano sensorial para el organismo terrestre, que se despierta de nuevo cada primavera, para que el organismo terrestre, con su pensar y sentir, pueda estar en el reino de la actividad solar. Del mismo modo que en el organismo humano la luz crea el ojo para poder manifestarse a través del ojo como "luz", cada primavera el organismo solar crea la cubierta vegetal para mirarse a sí mismo, sentir, intuir y pensar por medio de esta cubierta vegetal. Las plantas no pueden considerarse directamente los pensamientos de la tierra, pero son los órganos a través de los cuales la organización despierta de la tierra en primavera, junto con el sol, desarrolla sus pensamientos y sentimientos. Del mismo modo que podemos ver nuestros nervios emanando del cerebro, desarrollando nuestra vida de sentimientos y conceptos a través de los ojos y los oídos junto con los nervios, el investigador espiritual ve en lo que ocurre entre la tierra y el sol con la ayuda de las plantas el maravilloso tejido de un mundo cósmico de pensamientos, sentimientos y sensaciones. El investigador espiritual descubre que la tierra está rodeada no sólo por el aire mineral de la tierra, por la atmósfera terrestre puramente física, sino por un aura de pensamientos y sentimientos. Para el investigador espiritual la tierra es un ser espiritual cuyos pensamientos y sentimientos se despiertan cada primavera, y a lo largo del verano atraviesan el alma de toda nuestra tierra.

Sin embargo, el mundo vegetal, que forma parte de todo nuestro organismo terrestre, proporciona los órganos a través de los cuales nuestra tierra puede pensar y sentir. Las plantas están entretejidas con el espíritu de la tierra, igual que nuestros ojos y oídos están entretejidos con las actividades de nuestro espíritu.

En primavera despierta un organismo vivo, lleno de espíritu, y en las plantas podemos ver algo que se sale del semblante de nuestra tierra en algún reino donde quiere empezar a sentir y a pensar. Así como todo en el ser humano tiende hacia un yo consciente de sí mismo, lo mismo ocurre en el reino de las plantas. Todo el mundo vegetal pertenece a la tierra. Ya he dicho que una persona estaría cerca de la locura si no pensara en cómo todos los sentimientos, sensaciones e imágenes mentales se dirigen hacia nuestro yo. Del mismo modo, todo lo que las plantas median durante el verano se dirige hacia el centro de la tierra, que es el yo tierra. ¡Esto no debe decirse sólo simbólicamente! Al igual que el ser humano tiene su yo, la tierra tiene su yo autoconsciente. Por eso todas las plantas se dirigen hacia el centro de la tierra. Por eso no podemos considerar las plantas por sí mismas, sino que debemos considerarlas en interacción con el yo autoconsciente de la tierra. Lo que se despliega como pensamientos y sensaciones de la tierra es similar a los pensamientos y sensaciones que viven en nosotros, similar a lo que surge y desaparece en nosotros durante nuestro estado de vigilia, lo que vive en nosotros astralmente, si hablamos desde el punto de vista de la ciencia espiritual.

Así pues, no podemos imaginarnos la Tierra sólo como una estructura física, ya que la estructura física es para nosotros algo parecido a nuestro propio cuerpo físico, que puede verse con los ojos exteriores y tocarse con las manos, y que es observado por la ciencia exterior. Es el cuerpo terrestre que estudian la astronomía o la geología actuales. Luego tenemos que dirigir nuestra atención a lo que en el ser humano hemos llegado a conocer como cuerpo etérico o cuerpo vital. La Tierra también tiene ese cuerpo etérico, y también tiene un cuerpo astral. Esto es lo que se despierta cada primavera como los pensamientos y sentimientos de la tierra, que retroceden cuando se acerca el invierno, de modo que la tierra descansa en su propio yo, encerrada en sí misma, reteniendo sólo lo que necesita para, a través de la memoria, llevar lo precedente a lo siguiente, reteniendo en las fuerzas de la semilla de la planta lo que ha conquistado para sí misma. Del mismo modo que el ser humano, cuando se duerme, no pierde sus pensamientos y sensaciones, sino que los vuelve a encontrar a la mañana siguiente, así la tierra, al despertar de nuevo del estado dormido en primavera, encuentra las fuerzas simientes de las plantas para permitir que lo que ha sido conquistado en un tiempo anterior emerja de nuevo de la memoria viva de las fuerzas simientes.

Vistas así, las plantas pueden compararse con nuestros ojos y oídos. Lo que nuestros sentidos son para nosotros, las plantas lo son para el organismo terrestre. Pero lo que percibe, lo que alcanza la conciencia, es el mundo espiritual que desciende del sol a la tierra. Este mundo espiritual no podría alcanzar la conciencia si no tuviera sus órganos sensoriales en las plantas, mediando una autoconciencia igual que nuestros ojos y oídos y nervios median nuestra autoconciencia. Esto nos hace conscientes de que sólo hablamos correctamente si decimos que esos seres que bajan del sol a la tierra, desplegando su actividad espiritual, se encuentran desde la primavera hasta el verano con el ser que pertenece a la propia tierra. En este intercambio se forman los órganos a través de los cuales la tierra percibe a esos seres, pues las plantas no perciben. Es una superstición, compartida también por la ciencia natural, cuando se dice que la planta percibe. Las entidades espirituales que pertenecen a la actividad de la tierra y a la actividad del sol perciben a través de los órganos de las plantas, y estas entidades dirigen hacia el centro de la tierra todos los órganos que necesitan para unirse con el centro de la tierra. Así lo que tenemos que ver detrás de la cubierta vegetal son las entidades espirituales que tejen alrededor de la tierra y tienen sus órganos en las plantas.

Es notable que en nuestro tiempo la ciencia natural se esté moviendo hacia un reconocimiento de tales descubrimientos científicos espirituales, porque no es nada menos que el pleno reconocimiento de la situación para decir que nuestra tierra física es sólo una parte de toda la tierra, que la bola solar gaseosa es sólo una parte de todo el sol, y que nuestro sol, tal como se nos aparece físicamente, es sólo una parte de las entidades anímico-espirituales que interactúan con las entidades anímico-espirituales de la tierra. Así como el mundo humano está conectado con su entorno, y así como los seres humanos tienen sus órganos para vivir y desarrollarse, así estas entidades, que son reales, crean para sí mismas en la cubierta vegetal un órgano para percibirse a sí mismas. Como ya he dicho, es supersticioso creer que la planta como tal percibe o que la planta sola tiene una especie de alma. Esto es tan supersticioso como hablar del alma de un ojo. A pesar de que un encadenamiento de hechos, evidente para la ciencia espiritual, impulsó a la ciencia exterior a lo largo del siglo XIX a reconocer lo que acabamos de decir, es un hecho que la ciencia exterior no sabe muy bien cómo moverse en este reino; esto sigue siendo así hoy en día, porque lo que la ciencia ha reunido hasta ahora sobre la vida sensorial de las plantas suple completamente lo que acabo de decir sobre el espíritu y su actividad en el reino de las plantas, pero en la ciencia exterior no puede ser comprendido como tal. Podemos ver esto en el siguiente ejemplo. En 1804 Sydenham Edward descubrió la insólita planta llamada Venus atrapamoscas, que tiene cerdas en las hojas. Cuando un insecto se acerca a esta planta de modo que entra en contacto con las cerdas, el insecto queda atrapado por la hoja y luego parece ser devorado y digerido. Fue extraordinario cuando el hombre descubrió que las plantas pueden comer, incluso pueden acoger animales, ¡son carnívoras! Pero no se sabía muy bien qué hacer con esto, y esto es interesante, porque este descubrimiento ha sido repetidamente olvidado y luego redescubierto, en 1818 por Nuttal, en 1834 por Curtis, en 1848 por Lindley, y en 1859 por Oudemans. Cinco personas seguidas descubrieron lo mismo. Y la ciencia no pudo hacer mucho más con este descubrimiento que Schleiden, que tanto contribuyó a la investigación del mundo vegetal, para decir que ¡había que estar en guardia y no sucumbir a todo tipo de especulaciones místicas atribuyendo un alma a las plantas! Hoy, sin embargo, la ciencia está de nuevo dispuesta a atribuir un alma a la planta individual, por ejemplo a la Venus atrapamoscas. Sin embargo, esto sería tan supersticioso como atribuir un alma al ojo. Especialmente personas como Raoul France, por ejemplo, han interpretado inmediatamente estas cosas en un sentido exterior, diciendo: "¡Allí el elemento alma es evidente, manifestándose de forma análoga al elemento alma del animal!".
 
Esto demuestra lo necesario que es, especialmente en el ámbito de la ciencia espiritual, no sucumbir a todo tipo de fantasías, pues aquí la ciencia exterior ha sucumbido a la fantasía de que atribuyendo una naturaleza anímica a la Venus atrapamoscas, ésta puede ser arrojada junto con la naturaleza anímica humana o animal. Si se hace esto, también habría que atribuir un alma a otras entidades que atraen a los animales pequeños y, cuando éstos se han acercado, los rodean con sus tentáculos para que queden atrapados en su interior. Si se habla de un alma en la Venus atrapamoscas, ¡también se puede atribuir un alma a una ratonera! Sin embargo, no debemos hablar así. En cuanto se desea penetrar en el espíritu, hay que comprender las cosas con precisión y exactitud, y no se debe concluir de cualidades externas aparentemente similares que las cualidades internas funcionan de la misma manera.

Ya he llamado la atención sobre el hecho de que algunos animales muestran algo parecido a la memoria. Cuando un elefante es conducido al abrevadero y en el camino alguien le irrita, puede ocurrir que cuando el elefante regresa haya retenido agua en su trompa y rocíe a la persona que antes le irritó. Se dice que aquí se ve que el elefante tiene memoria, que se acordó de la persona que le irritó y resolvió: "¡A la vuelta le rociaré con agua!". Pero no es así. En la vida anímica es importante que sigamos exactamente el proceso interior y que no hablemos inmediatamente de memoria cuando un acontecimiento posterior se produce como efecto de una causa anterior. Sólo cuando un ser mira verdaderamente hacia atrás, hacia algo que tuvo lugar en un momento anterior, tenemos que ver con la memoria; en todos los demás casos se trata sólo de causa y efecto. Esto significa que tendríamos que examinar exactamente la estructura del alma del elefante si quisiéramos ver cómo el estímulo aplicado da lugar a algo que provoca un efecto después de cierto tiempo.

Por lo tanto, no debemos interpretar cosas como lo que encontramos en la Venus atrapamoscas pensando que toda la disposición de la planta está ahí para determinar una naturaleza anímica interna de la planta, sino que lo que allí ocurre viene de fuera. Incluso en tal caso, la planta sirve como órgano de todo el organismo terrestre. En esta investigación en el siglo XIX fue mostrado particularmente cómo las plantas, por un lado, pertenecen al yo de la tierra y, por otro, al aura de la tierra -el cuerpo astral, el mundo de sensaciones y sentimientos de la tierra-. En realidad, uno puede estar agradecido a aquellos científicos naturales -como Gottlieb Haberlandt- que se limitaron a presentar los hechos que descubrieron en sus investigaciones, y no extrajeron -como Raoul France u otros- de estos resultados conclusiones puramente externas. Si el científico natural presentara las cosas como realmente son, entonces uno podría estarle agradecido; si extrae de ellas conclusiones sobre la vida anímica de una sola planta, sin embargo, también debería concluir inmediatamente algo sobre la vida anímica de un solo cabello o diente.

Si estudiamos ahora las plantas productoras de grano, descubriremos pequeños órganos notables presentes en todas estas plantas. Se descubren pequeñas estructuras en las células de almidón. Estas células están construidas de una manera bastante notable, de modo que dentro de ellas hay algo así como un grano suelto. Estas estructuras tienen la propiedad única de que la pared celular permanece insensible al núcleo en un solo punto. Si el grano se desplaza a otro punto, toca la pared celular, lo que hace que la planta vuelva a su posición anterior. Tales células de almidón se encuentran en todas las plantas cuya orientación principal es hacia el centro de la tierra, de modo que la planta tiene un órgano en su interior que siempre hace posible que se dirija en su orientación principal hacia el centro de la tierra. Este descubrimiento, realizado durante el siglo XIX por diversos científicos, es ciertamente maravilloso, y resulta más notable si se presenta simplemente tal cual. Aunque Haberlandt, por ejemplo, crea que se trata de una especie de percepción sensorial por parte de las plantas, presenta no obstante los hechos con tal claridad que hay que agradecer especialmente su presentación seca y sobria.

Pero hablemos ahora de otra cosa. Si se estudia la hoja de una planta, se descubre que, en realidad, la superficie exterior es siempre un compuesto de muchas pequeñas estructuras parecidas a lentes, similares al cristalino de nuestro ojo. Estas "lentes" están dispuestas de tal forma que la luz sólo es eficaz si incide sobre la superficie de la hoja desde una dirección muy concreta. Si cae desde otra dirección, la hoja comienza instintivamente a girar de tal forma que la luz pueda caer en el centro de la lente, porque cuando cae hacia un lado actúa de otra manera. Así pues, en la superficie de las hojas de las plantas hay órganos para la luz. Estos órganos de luz, que en realidad pueden compararse con una especie de ojo, están repartidos por las plantas, pero la planta no ve por medio de ellos, sino que a través de ellos el ser solar mira al ser terrestre. Estos órganos luminosos hacen que las hojas de la planta tiendan siempre a colocarse perpendicularmente a la luz solar.

En esto -en la forma en que la planta se entrega a la actividad del sol en primavera y verano- tenemos la segunda orientación principal de la planta. La primera orientación es la del tallo, a través de la cual las plantas se revelan como pertenecientes a la autoconciencia de la tierra; la segunda orientación es aquella a través de la cual las plantas expresan la entrega de la tierra a la actividad de los seres solares.

Si ahora quisiéramos ir aún más allá, tendríamos que descubrir, si las consideraciones anteriores son correctas, que a través de esta entrega de la tierra al sol, las plantas expresan de algún modo la manera en que la tierra, a través de lo que produce, vive realmente en el gran macrocosmos. Tendríamos que percibir alguna cosa en las plantas, por así decirlo, que nos indicara que algo actúa en el mundo vegetal que es provocado en el exterior especialmente por el ser solar. Linneo señaló que ciertas plantas abren sus flores a las 5 de la mañana y a ninguna otra hora. Esto significa que la tierra se entrega al sol, lo que se expresa en el hecho de que ciertas plantas sólo pueden abrir sus flores a horas muy concretas del día; por ejemplo, Hemerocallis fulva, el lirio de día, florece sólo a las 5 de la mañana; Nymphaea alba, el nenúfar, sólo a las 7 de la mañana, y la Caléndula, sólo a las 9. De este modo, vemos una maravillosa expresión de la relación de la tierra con el sol, una relación que Linneo denominó "reloj solar". El adormecimiento de la planta, el plegamiento de los pétalos, también se limita a momentos muy concretos del día. En la vida de las plantas se aprecia una maravillosa regularidad.

Todo ello nos muestra cómo la tierra se entrega -lo mismo que el ser humano dormido- al gran mundo, viviendo en él. Del mismo modo que permite a las plantas florecer y marchitarse, nos muestra el entretejido espiritual entre el sol y la tierra. Sin embargo, mirando las cosas de este modo, tendríamos que decir que allí contemplamos profundos, profundos misterios de nuestro entorno. Para el buscador serio de la verdad, esto pone fin a la posibilidad -independientemente de lo fascinantes que sean los resultados de la investigación puramente material- de pensar en el sol meramente como una bola de gas que corre por el espacio; pone fin a la posibilidad de que la tierra pueda ser considerada tal y como es hoy por la astronomía y la geología. Hay razones de peso que deben llevar al científico natural concienzudo a admitir lo siguiente: '¡En lo que la ciencia natural revela, ya no se puede ver más que una expresión de la vida espiritual que subyace en la base de todo!'. Entonces consideramos las plantas como una expresión fisonómica de la tierra, como la expresión de los rasgos de nuestra tierra. Así, lo que llamamos nuestro sentimiento estético en relación con el mundo vegetal se profundiza especialmente a través de la ciencia espiritual. ¡Estamos ante los gigantescos árboles del bosque primitivo, ante la tranquila violeta o el lirio de los valles, y los miramos como individualidades únicas, sí, pero de tal manera que decimos, ahí se nos expresa el espíritu que vive en todo el espacio - ¡espíritu del sol! espíritu de la tierra! Del mismo modo que reconocemos en un ser humano la piedad o impiedad de su alma, también podemos hacernos una idea, a partir de lo que nos mira desde las plantas, de lo que vive como espíritu de la tierra, como espíritu del sol, de cómo pugnan entre sí o están en armonía. Allí nos sentimos como viviendo y tejiendo dentro del espíritu.

Sólo como ilustración de cómo la ciencia espiritual puede ser verificada por la ciencia natural del siglo XIX, les relataré lo siguiente. Los oyentes que hayan escuchado conferencias aquí en el pasado recordarán cómo he indicado que hay plantas en el mundo terrenal que están fuera de lugar, que no pertenecen a nuestro mundo. Una de esas plantas es el muérdago, que desempeña un papel tan notable en las leyendas y los mitos, porque se remonta a una condición planetaria anterior a nuestra Tierra y ha quedado atrás como vestigio de una evolución preterrenal. Por eso no puede crecer en la Tierra, sino que debe echar raíces en otras plantas. La ciencia natural nos muestra que el muérdago no tiene esas curiosas células de almidón que orientan la planta hacia el centro de la tierra. Podría ahora comenzar brevemente a desmontar poco a poco toda la botánica del siglo XIX, y descubriréis poco a poco cómo la cubierta vegetal de nuestra tierra es el órgano sensorial a través del cual el espíritu de la tierra y el espíritu del sol se contemplan mutuamente.

Si prestamos atención a esto, recibimos una ciencia -como parece apropiado para el mundo vegetal que amamos y que nos da tanta alegría- una ciencia que puede al mismo tiempo elevar nuestra alma, acercarla a este mundo vegetal. Con nuestra alma y nuestro espíritu sentimos que pertenecemos a la tierra y al sol; sentimos como si tuviéramos que levantar la vista hacia el mundo vegetal, por así decirlo, sentimos que pertenece a nuestra gran madre tierra. Debemos hacer esto. Todo lo que como animal o ser humano parece ser independiente del efecto inmediato del sol es en realidad, a través del mundo vegetal y su dependencia del mundo vegetal, indirectamente dependiente del sol. El ser humano no experimenta el tipo de transformaciones por las que pasan las plantas en invierno y verano, pero es la planta la que le da la posibilidad de tener esa constancia en sí mismo. Las sustancias que desarrolla la planta sólo pueden desarrollarse bajo la influencia del sol, a través de la interrelación del espíritu del sol y el espíritu de la tierra. Los hidratos de carbono sólo pueden surgir si el espíritu del sol y el espíritu de la tierra se besan a través del ser vegetal. Las sustancias desarrolladas aquí producen lo que los organismos superiores deben tomar en sí mismos para desarrollar el calor. Los organismos superiores sólo pueden desarrollarse a través del calor desarrollado al tomar las sustancias preparadas por el sol a través de las plantas.

Así pues, debemos mirar a la madre tierra como a nuestra gran madre nutricia. Hemos visto, sin embargo, que en la cubierta vegetal tenemos la fisonomía del espíritu vegetal, y a través de ella nos sentimos como en alma y espíritu. Miramos, por así decirlo -igual que miramos a los ojos de otra persona- al alma de la tierra, si comprendemos cómo manifiesta su alma en las flores y hojas del mundo vegetal.

Esto es lo que llevó a Goethe a ocuparse del mundo vegetal, lo que le condujo a una actividad que consistía fundamentalmente en mostrar cómo el espíritu actúa en el mundo vegetal y cómo en la planta la hoja se forma a partir del espíritu en las formas más diversas. Goethe estaba encantado de que el espíritu en la planta formara las hojas, las redondeara y también las llevara a enrollarse alrededor del tallo. Y fue notable cuando un hombre que realmente reconocía el espíritu - Schiller, que se reunió con Goethe después de una conferencia botánica en Jena - cuando Schiller, que no estaba satisfecho con la conferencia, dijo: "¡Eso fue sólo una observación de las plantas tal como son aisladamente!" con lo cual Goethe sacó una hoja de papel y esbozó a su manera, con unas pocas líneas, cómo para él el espíritu está activo en la planta. Schiller, que no era capaz de entender una presentación tan concreta del espíritu de la planta, dijo en respuesta: "¡Lo que estás dibujando ahí es sólo una idea!", a lo que Goethe sólo pudo decir: "¡Qué bonito es que yo pueda tener ideas sin saberlo y que incluso pueda verlas con mis propios ojos!".

 Especialmente en la forma en que un hombre como Goethe estudió el mundo vegetal en su viaje por el Brennero -cuando miró el dactilo con ojos completamente distintos-, la forma en que vio en éste cómo el espíritu actúa en la tierra y forma las hojas, nos muestra cómo podemos hablar de un espíritu común de la tierra que sólo se expresa en el múltiple ser vegetal como en su propio órgano especial. Lo que es físico es espíritu; simplemente tenemos la tarea de buscar el espíritu siempre de la manera correcta. Quien busque la planta tal como crece del espíritu común de la tierra, encontrará el espíritu de la tierra que Goethe ya tenía en mente cuando dejó que su Fausto se dirigiera al espíritu activo en la tierra, que dice de sí mismo:

In Lebensfluten, in Tatensturm
Wall' ich auf y ab,
¡Webe hin and her!
Geburt y Grab,
Ein ewiges Meer,
Ein wechselnd Weben,
Ein gluhend Leben,
So Schaff ich am sausenden Webstuhl der Zeit
Und wirke der Gottheit lebendiges Kleid.

En las mareas de la vida, en la tormenta de la acción,
arriba y abajo me balanceo,
De un lado a otro tejo libre,
El nacimiento y la tumba,
Un mar infinito,
Un tejido variado,
Una vida radiante,
Así en el telar zumbante del Tiempo es mi mano la que prepara
El manto siempre vivo que viste la Deidad.

La persona que contempla de este modo el espíritu en la vida vegetal de la tierra se siente fortalecida al ver lo que debe considerar su ser interior derramado sobre todo el entorno que se le permite habitar. Y debe decirse a sí mismo: "Si estudio lo que rodea mi espacio, encuentro confirmado que el origen de todas las cosas se encuentra en el dominio del espíritu". Y una expresión de la relación del espíritu humano y el alma humana, y también de la relación del alma vegetal y el espíritu vegetal, podemos englobarla en estas palabras:

Die Dinge in den Raumesweiten,
Sie wandeln sich im Zeitenlauf.
Erkennend lebt die Menschenseele
Durch Raumesweiten unbegrenzt
Und unversehrt durch Zeitenlauf.
Sie findet in dem Geistgebiet
Des eignen Wesens tiefsten Grund.

Al sentido del hombre hablan
Las cosas en amplitudes de espacio
Transformándose en el curso del tiempo.
Conociendo vive el alma humana
Sin límites por las amplitudes del espacio,
inalterada por el curso del tiempo;
Encuentra en el reino del espíritu
El suelo más profundo de su propio ser.
Traducido por J.Luelmo feb.2023
El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919