GA224 Praga 28 de abril de 1923 El despertar del alma y el destino humano

ver mas sobre la formación del destino>>>>< GA157a



El despertar del alma humana y la formación del destino

28 de abril de 1923, 2 conferencias pronunciadas en Praga.
primera conferencia


Cuando el ser humano crece por primera vez, a través del estado germinal hacia la vida física terrenal, procedente de esa otra existencia llamada pre-terrenal, vemos entonces, cómo en su existencia física la naturaleza espiritual, que al principio estaba oculta, comienza a afirmarse desde el cuerpo físico; vemos cómo el niño, duerme por así decirlo, en el mundo físico-terrenal. Vemos que la vida del niño en su relación con el mundo circundante es todavía una especie de sueño; que sólo va despertándose gradualmente. Sin embargo, encontramos tres cosas en las etapas de este despertar, que en el niño se manifiestan en puntos especialmente notables. De hecho, algo de esta triplicidad puede observase en esa alegría íntima, en esa amorosa dedicación plenamente humana, con la que siempre se observa a un niño. Pero el significado completo de esta triplicidad, realmente solo se hace claro para nosotros, cuando a través de la ciencia espiritual, podemos observar la vida espiritual en la existencia físico-corporal. Estas tres cosas son: aprender a caminar, aprender a hablar, aprender a pensar. Ustedes saben que el ser humano atraviesa esta triple faceta en una etapa que es como la primavera de su vida. Tal es este relevante orden sucesivo. Pronto veremos por qué deben sucederse en esta orden. De hecho, puede ser diferente, pero la sucesión según la naturaleza es justo esta.
Aprender a caminar es algo que, de una manera totalmente unilateral, indica una serie de cosas que el niño logra al mismo tiempo. El niño entra en el mundo de tal manera que se encuentra en un estado de equilibrio totalmente diferente, con el que más tarde ha de moverse en el mundo. Esto conlleva al mismo tiempo, el uso correcto de los brazos y la correcta posición del organismo humano, en una postura adecuada para el hombre en su relación con el mundo, en la adecuada capacidad de movimiento en relación con el mundo para el ser humano, en la capacidad de movimiento adecuado al ser humano en la existencia terrenal. Esto es lo que el niño debe aprender primero. De la movilidad que el ser humano adquiere con su organismo procede lo que lo sitúa en posición de equilibrio con respecto a lo sólido, lo fluido, o lo gaseoso. En todo esto se halla la base para algo mas. Mientras el ser humano va realizando todas estas actividades: de aprender a caminar, mantener el equilibrio, aprender a usar los brazos, las manos y los dedos, tales movimientos, que tienen lugar en todo su sistema, están avanzando hacia el sistema, que es la base de la actividad humana del habla. Esto tensa los músculos, hace que la sangre fluya, ejerce una influencia sobre el cuerpo etérico, actúa sobre esos órganos físicos, etéricos, astrales de la respiración, y continúa ejerciendo una cierta actividad plástica en el cerebro. Se podría decir que se extiende más allá hacia los órganos que, desde el ser humano interior, producen el habla mediante la imitación del entorno. El lenguaje es la transmutación del movimiento y del equilibrio. Cualquiera capaz de llevar la realidad a la intuición, al contemplar la realidad del alma espiritual ve cómo, la destreza, (no lo que consigue, sino el esfuerzo que el niño emplea para obtener la destreza practicada por las manos para agarrar), hace progresar el melodioso Elemento del lenguaje. Lo que es el ritmo en el lenguaje se manifiesta en la manera en que los pies se apoyan, en el movimiento de caminar. Es de gran importancia observar si el niño, al aprender a caminar, pisa de talón, la planta del pie o el empeine. A partir del habla, se desarrolla lo que sale del ser humano como pensar infantil. Caminar, hablar, pensar, todo esto evoluciona a partir de ese oscuro y soñador estado de conciencia. Cuando el ser humano nace, y aún no es capaz de hacer estas cosas, la fuerza ya se encuentra dentro del niño como las últimas secuelas de su presencia en la existencia pre-terrenal. La ciencia espiritual puede mostrarnos cómo existe esto en la vida pre-terrenal. Los primeros sonidos del lenguaje no son manifestaciones del pensar, sino que proceden de la comodidad o la incomodidad corporal.
¿Qué apariencia tienen el caminar, el habla y el pensar en la vida pre-terrenal? El pensar, a medida que fluye del niño, (quien observe la manifestación de este pensar mientras lo rastrea hacia atrás, encuentra que desaparece en una oscuridad indefinida). Este emerge de nuevo en el último período antes del nacimiento terrenal. Allí se ve al ser humano anímico-espiritual en relación espiritual con una multitud de Seres a los que describo, en mi Ciencia Oculta, como Ángeles. Esta es una relación que puede describirse diciendo que los pensamientos no se conciben ni se expresan de manera abstracta, sino que de aquí y de allá fluye una corriente viva de pensamientos desde un Ser a otro: existe un intercambio vivo con los Ángeles. A partir de lo que fluye en el alma humana en forma de fuerza, se desarrolla algo que se adormece, por así decirlo, durante la vida germinal pero luego se manifiesta como fuerza conceptual del pensar. Esto es lo tenemos para entrar correctamente en relación con los seres humanos. Piensen solamente, lo que seríamos si no fuéramos seres pensantes, ¡lo que seríamos como seres humanos en conjunto! Todo lo que somos como seres humanos en conjunto, es el resultado de que somos seres pensantes. Aquí en esta tierra nos entendemos mutuamente, en la interrelación de hombre con hombre por medio del pensar que expresamos en el habla. La manera en que nos entendemos aquí por medio del pensar, la hemos adquirido a partir de las relaciones pre-terrenales con los Ángeles. El intercambio que practicábamos allí con los Ángeles, también se puede practicar con otros seres humanos que están allí en la existencia pre-terrenal. Esto toma la forma de conversar directamente en forma de pensamientos. Sin embargo, es más elevada la relación con la jerarquía de los Ángeles, ya que esto no solo proporciona satisfacción para el alma, sino una fuerza que reaparece en el pensar que el niño adquiere en la tercera etapa de su vida terrenal.
Consideremos ahora la segunda etapa, la del lenguaje. Este no está tan completamente relacionado con el sistema neurosensorial como lo está el pensar. El habla está relacionada con el sistema torácico, el sistema rítmico del hombre, con lo que se expresa en la respiración, en la circulación sanguínea. Cuando hacemos un seguimiento retrospectivo de lo que sale del niño mediante el lenguaje, imitando el mundo exterior, nos vemos remontados a la vida pre-terrenal, y encontramos que estas fuerzas se adquieren a partir de la relación que se le permite experimentar durante la existencia pre-terrenal con la segunda jerarquía, la de los Arcángeles, aquellos Seres que gobiernan sobre los pueblos, Seres con esta responsabilidad por la misma razón que tienen la relación con los seres humanos que acabamos de describir. Estas fuerzas adquiridas por el ser humano en relación con los Arcángeles se sumergen en la noche y vuelven a manifestarse en las fuerzas de la vida terrenal del habla, por medio de las cuales tenemos un entendimiento mutuo con otros seres humanos. Sin el lenguaje, ¿qué seríamos como seres humanos entre nosotros si no pudiéramos verter las vibraciones etéreas del pensamiento en la vibración más tosca del aire, para que se manifiesten como habla? Es gracias a esta fuerza que recibimos de la Jerarquía de los Arcángeles, que nuestro sistema rítmico se convierta en el portador de una manifestación más densa. Y si podemos seguir este proceso cuando retrocedemos a la existencia pre-terrenal; podemos decir no solo de manera abstracta que el hombre vive allí entre Seres espirituales, sino que podemos afirmar de una manera totalmente específica, qué clase de Seres nos ha otorgado esto o aquello para la vida en la tierra. Agradecemos a estos Seres espirituales, es decir, adoptamos una posición correcta respecto a estos Seres, cuando decimos: Mi facultad de pensar, se la debo a los Ángeles; Mi facultad del lenguaje, se lo debo a los Arcángeles.
Volvamos ahora a lo primero que el niño aprende: a andar, a mantener el equilibrio. Con esta acción, están relacionadas más cosas de las que se suelen pensar. Con esto está relacionado el hecho de que el ego realiza un proceso físico específico que hace que el hombre pase de un ser que se arrastra a un ser andante. Es el ego el que hace erguirse al ser humano; a la par que es el cuerpo astral, el que actúa dentro del sentido del habla en el ser erguido; el cuerpo etérico es el que impregna todo esto con la fuerza del pensar. Pero todos ellos trabajan en el cuerpo físico. Cuando nos fijamos en el animal, cuya espina dorsal se mantiene paralela a la superficie de la tierra, su acción, su andar, su comportamiento, todo lo que procede del cuerpo astral, todas estas cosas son totalmente diferentes en el hombre, que es un ser de acción por la voluntad, merced a su naturaleza vertical, erguida. Todo lo que se realiza en el hombre, ya tenga lugar en el ego, el cuerpo astral o el cuerpo etérico, todo esto es una especie de proceso de combustión en el cuerpo físico. Este es un punto donde nuestra ciencia física, si estuviera interesada por cumplir su verdadera función, podría descubrir su convergencia con la Antroposofía. Hay que decir que los procesos de combustión en el hombre son totalmente diferentes de los del animal. Cuando la llama de la voluntad se produce horizontalmente en el ser orgánico, destruye lo que sale de la conciencia; impidiendo así, a lo que se deriva de la moral de la conciencia, modular esa llama o lo que es lo mismo modular la voluntad. El hecho de que, en el caso del ser humano, estos procesos sean transmitidos por la conciencia se debe al hecho de que la llama de la voluntad en el hombre es perpendicular a la tierra. Gracias a este impacto en la moral, de la naturaleza de la conciencia, el niño se sitúa en la postura externa del equilibrio. Junto con el aprender a caminar, se introduce en el hombre la naturaleza moral humana, en realidad, la impregnación religiosa de la naturaleza del hombre. Estas son fuerzas verdaderamente elevadas que están en marcha cuando el niño pasa del movimiento de gatear, al verdadero caminar. Estas fuerzas, si las seguimos a través de la oscura conciencia infantil, nos llevan a una vinculación aún más elevada del hombre con los Seres a quienes llamamos Fuerzas Primordiales, los Archai. Todo lo que el ser humano ha pasado en la vida pre-terrenal se reactiva aquí. Si deseamos unir una tercera frase a la fórmula parecida a una oración, mi agradecimiento a los Ángeles por el pensar, mi agradecimiento a los Arcángeles por mi lenguaje, debemos decir: Por haberme ubicado dentro de la existencia terrenal de acuerdo con las fuerzas físicas y morales, mi agradecimiento a los Archai, que me han dotado con este poder por Seres aún más elevados.
Y ahora podemos responder la pregunta por nosotros mismos: ¿cómo es que el ser humano, que poseía una conciencia brillante antes del nacimiento, trae consigo al nacer, una conciencia tan apagada? De hecho, dentro de esta conciencia se hallan sumergidos lo que podemos resumir bajo los conceptos de capacidad de caminar, capacidad de hablar, capacidad de pensar, que hemos recibido de las Jerarquías superiores para ser transformados por nosotros mismos. Vemos así que lo que nos hace seres humanos, los hechos por los cuales somos seres humanos entre seres humanos, pone de manifiesto nuestra conexión con los mundos divino-espirituales más elevados. En estos mundos divino-espirituales entramos una y otra vez en cierto modo, durante nuestra existencia terrenal. La verdad es que debemos decirnos: para la naturaleza real del hombre, el estado de sueño, a partir del cual entran en juego los sueños, es al menos tan significativo como el estado de vigilia. Cuando el hombre pasa del estado de vigilia al estado de sueño, estas tres capacidades adquiridas como se ha descrito, comienzan a silenciarse: el pensar, el hablar y el actuar se silencian. Pero entonces vemos, que a medida que el pensar se silencia cuando nos dormimos, el ser humano, en el mismo grado en que el pensar desaparece de su conciencia, se acerca a los Ángeles y a medida que su capacidad de hablar cesa, se acerca a los seres arcangélicos.A medida en que el ser humano va entrando en una completa quietud, mediante la quietud de su actividad pasa y se acerca a los Seres Primordiales, los Archai.
Lo importante, sin embargo, es que durante el estado de sueño, debemos entrar de una manera digna para acercarnos a estas tres jerarquías: que nos acerquemos a los Ángeles, Arcángeles, Archai de manera digna durante el estado de sueño. He ahí el punto en el que se tendría que hablar de una manera especial a los seres humanos de la actualidad; Porque la forma en que entramos en proximidad con los Ángeles depende en gran medida de la forma de pensar de cada uno cuando está despierto. La manera en que el hombre usa dignamente sus fuerzas del habla determina si se acerca dignamente a los Arcángeles; La forma en que el hombre usa correctamente su capacidad de movimiento y su sentido moral determina si se acerca dignamente a los Archai.
Vivimos en una época en que el ser humano ya no está dispuesto a tener en su pensar nada que vaya más allá del mundo físico, cuando desea ser estimulado por el mundo externo. Un pensar puro y auto sostenido, tal como lo recomendé hace más de treinta años en mi Filosofía de la Libertad, como base de la intuición moral, ese pensar, desafortunadamente, se busca poco en la actualidad y es poco cultivado en los niños. Pero a través de ese pensar, que (Goethe y Schiller todavía habrían llamado pensar idealista), a través de ese pensar, uno se libera del mero mundo despierto en la existencia terrenal y retiene algo para el estado de sueño. Poseemos tanto poder para acercarnos a los Ángeles durante el sueño, como idealismo haya en nuestro pensar. Y así de indefensos quedamos en nuestro acercamiento a los Ángeles cuando el materialismo actúa en nuestro pensamiento. En ese mismo sentido, hay que observar que esas personas son víctimas de los espíritus elementales ahrimánicos, (hacia los cuales después se ven obligados a dirigir su pensar), en cambio, quienes a través del idealismo desarrollado durante el estado de vigilia, encuentran las fuerzas para acercarse a los Seres angélicos ¡Es tan hermoso ver cuando el niño ha aprendido a pensar tan directamente, de una manera en que los seres humanos ya no pueden formar ninguna concepto! El pensar del niño justo después de haber aprendido a pensar está lleno de espiritualidad. Es maravilloso ver cómo, (antes que sean mordidos por el materialismo), los niños que duermen se mueven de inmediato como si fueran alas hacia su Ser Angélico, cuán unidos se ven durante el sueño con los Seres Angélicos. Por lo tanto, podemos decir que durante el sueño buscamos, pero solo a través del idealismo, a través de la espiritualización del reino de los pensamientos, aquellos mundos a partir de los cuales hemos evolucionado para aprender a pensar aquí como seres humanos rodeados de seres humanos.
Y si consideramos el lenguaje, la disposición hacia el idealismo tiene el mismo significado para vincularse durante el sueño con los Arcángeles, como el idealismo en el pensar tiene para la vinculación con los Ángeles. La persona que puede, al dirigir sus palabras a otra persona, transmitir buena voluntad en ellas, mostrar un buen estado de ánimo hacia el alma de la otra persona, que no pasa de largo sino que penetra en ella mostrando el interés que uno puede tener por un ser humano, ese estado de ánimo que puede llamarse un estado de ánimo idealista de buena voluntad, es lo que, cuando el cuerpo astral y el ego se han pasado al sueño, le dan al lenguaje el sonido melodioso. Esto que también comparten en el lenguaje, le da al cuerpo astral y al ego, la capacidad de acercarse a los Seres Arcangélicos, mientras que la actitud mental antisocial y egoísta, dispersa estas fuerzas en el reino de los seres elementales Ahrimánicos. Por lo que, el ser humano, cuando se duerme, y no ha usado el lenguaje de la manera correcta, idealista, realmente se deshumaniza a sí mismo.
La misma situación se produce cuando nuestras acciones, nuestra conducta son de tal índole que nos hace humanamente amigables, pero también siendo plenamente conscientes de que el ser humano no es solo esa entidad que vive en la carne, sino que en su naturaleza interior hay un ser espiritual, porque de esta conciencia surge el respeto por la otra persona igualmente como ser espiritual. Es a partir de la acción basada en esta actitud, cuando conseguimos durante el estado de sueño, el poder que nos acerca de manera correcta a los Archai, mientras que, si no estamos en condiciones de realizar acciones humanamente amables, si solo somos conscientes de nuestra propia naturaleza como cuerpos, las fuerzas correspondientes se dispersan en el reino de los seres elementales ahrimánicos: nos alienamos de la verdadera naturaleza del hombre.
Por tanto, el ser humano trae tres tipos de dones desde la existencia pre-terrenal, pero es de esta manera como los conecta nuevamente de una manera triple con su forma primigenia entre el dormir y el despertar, mientras permanece inconsciente, pero regresando una y otra vez de nuevo a las proximidades de estos seres. Así es, entonces, justo como nosotros aquí en la tierra tenemos que formar nuestra asociación con otros seres humanos a partir de tres fuentes: la fuente del pensar, del hablar, del actuar. Así pues durante el sueño estamos en una triple relación con el mundo espiritual: con los Ángeles, con los Arcángeles, con los Archai.
La naturaleza de nuestro vínculo en asociación con estos Seres es de una importancia determinante cuando pasamos por el portal de la muerte. Porque a través de la visión espiritual es posible saber que uno puede acercarse cada vez más a los Ángeles, a los Arcángeles, a los Archai. Pero que es algo que puede volverse extremadamente perjudicial para los futuros seres humanos, si se rinden totalmente a los Seres Ahrimánicos elementales, pensando, hablando, o actuando de forma materialista cada vez más habitualmente. Sin embargo, gracias al mundo espiritual, las almas humanas del momento presente, al menos en lo que respecta a la mayoría de las personas, tienen tal herencia de buena voluntad en el pensar, el hablar y actuar, que el materialismo actual no puede degradarlo todo. Las personas muy materialistas no poseen mucho, partiendo de la vida contemporánea en la tierra, que pueda hacer posible un acercamiento a las jerarquías, pero desde la vida del pasado fluye algo que las lleva allí. Sin embargo, la humanidad puede encontrar fácilmente una recompensa diferente si no se adquiere un concepto espiritual de la vida. La idealización del pensar, hablar y actuar le brinda al hombre la posibilidad de crear de cierta manera, nuevas conexiones con las tres clases de Seres divino-espirituales: los Ángeles, los Arcángeles, los Archai, y esto lo necesita el hombre en el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento De lo contrario, en un futuro muy lejano, si no ha tenido una conexión en el tiempo presente con los Ángeles, deberá nacer como un ser mutilado en su pensar; si no ha entrado en conexión con los Arcángeles, nacerá como hombre sin el don de la palabra; si no ha tenido una conexión con los Archai, nacerá como un ser paralitico de extremidades y en sus impulsos morales. Está pues, dentro de lo posible que la humanidad en la tierra, a través del materialismo en la civilización y la cultura, arrastren a toda la humanidad terrenal a la ruina, o bien, mediante la espiritualización llevar a la humanidad hacia una altura más elevada, tal como se describe en mi Ciencia Oculta, como los seres terrenales en la Existencia de Júpiter.
La verdad es que la Antroposofía no es una teoría: cada palabra, cada pensamiento pasa a formar parte de nuestra naturaleza humana espiritual. No podemos hacer otra cosa que poseer el pensamiento: si ustedes no establecen la relación correcta con los Seres Superiores serán verdaderamente personas inválidas. Esto nos proporciona el correcto sentido de responsabilidad en una relación moral con el mundo espiritual, y es a partir de ahí cuando surge en el hombre, un correcto sentido de responsabilidad en relación con el mundo físico. Sólo entonces surge. Si ustedes se fijan en lo que le ocurre al ser humano, cómo entra en contacto con los Ángeles a través del idealismo en su pensar, cómo entra en contacto con los Arcángeles a través de sus palabras, a través de la actitud idealista expresada en su habla, cómo se acerca a los Archai a través del idealismo encarnado en sus acciones: cómo se esfuerza, mientras duerme, por acercarse a las tres Jerarquías, encontrarán inteligible lo que nos revela la investigación antroposófica: que la constitución del destino humano se entreteje de esta manera. Todo esto lo llevamos a través del portal de la muerte, y más tarde se vuelve consciente. Después de la muerte debemos formar nuestros pensamientos en asociación con los Ángeles; A través de la disposición mental que poseemos, es como debemos adquirir nuestros conceptos después de la muerte. La manera en que nos situamos entre la humanidad a través del lenguaje, nos da la capacidad, el poder, para asociarnos con los Arcángeles. A través de la forma que usamos nuestros miembros, debemos obtener la posibilidad de poseer la auto-conciencia después de la muerte mediante la asociación con los Archai. De este modo, entramos vivamente dentro y, por lo tanto, es cuando ese entretejido se desarrolla hacia un poder consciente más claro entre la muerte y un nuevo nacimiento.
Ahora, cuando observamos al niño durante los primeros años de vida, contemplamos la existencia pre-terrenal en esos indicios. No solo vemos en la anterior vida pre-terrenal, sino también en su anterior vida en la tierra, y por lo tanto, solamente se obtiene una visión de toda la vida en la tierra. Se observa al niño, cómo aprende a caminar, a usar sus brazos; Se observa si pisa con la planta del pie o el talón. Uno no solo se da cuenta de cómo va dirigiendo su apariencia física, sino de cómo incluso las acciones anteriores son llevadas a cabo con delicadeza, con ternura, con un corazón compasivo, cómo esto le confiere al niño un paso firme en esta vida, o bien cómo un paso inseguro y vacilante es el resultado de una acción brutal y despiadada en la vida anterior. Cada paso que da el niño, el esfuerzo por esta o aquella forma de la pisada, nos revela cómo esta forma es el resultado de la vida anterior en la tierra. Aprendemos a reconocer en su físico, la imagen de lo que vive en el niño como un impulso moral de la anterior vida en la tierra. Lo más impresionante que se puede observar es el aprendizaje a caminar. La libertad humana se ve tan poco afectada por el hecho de que el hombre nace con su destino, como el hecho de que tenga el cabello claro u oscuro.
La medida primordial del destino se expresa en el aprender a caminar. Con el aprendizaje a hablar, realmente se señala a algo más. Este también está relacionado con la existencia pre-terrenal, pero es difícil de describir. Dado que es difícil de caracterizar, lo expresaré en un lenguaje popular. Cuando el ser humano atraviesa el portal de la muerte, de alguna manera, ha formado moralmente su naturaleza. Durante el estado de sueño, siempre ha estado entretejiendo su propio ser, y él mismo comienza entonces a ver lo que ha entretejido. Lo que es una persona, se manifiesta en su aprendizaje a caminar. Cuando ha pasado por el portal de la muerte, y entra de manera correcta en asociación con los Ángeles, Arcángeles, Archai, pero a esto hay que añadir algo más que la persona recibe del segundo grupo de jerarquías. Estos fluyen hacia esta persona, como un karma adicional, más impersonal, que lo sitúa en su próxima vida dentro de un lenguaje específico, lo integra dentro de un determinado grupo nacional. El destino individual está conectado con lo que la persona es en relación con el Archai. La capacidad de hablar la recibimos de los Arcángeles. Pero el lenguaje que aprendemos, este se recibe de seres mucho más elevados: Los Exusiai, Dynamis, Kyriotetes.
Cuando consideramos el pensar, la formación de conceptos, esto está en relación, como les he mostrado, con los Ángeles; estos seres pueden otorgar al hombre el don del pensar. Sin embargo esta capacidad, la adquirieron por primera vez, en el período terrestre de la evolución; no la poseían durante el período lunar. Mediante este proceso se produce un desarrollo en los propios ángeles; Entrando así en relación con los serafines, querubines, tronos. Así, consiguieron la capacidad de asociarse directamente con los Tronos, Querubines, Serafines, y estos otorgan una capacidad que debe ser compartida no solo dentro de un solo grupo humano, sino que debe ser compartida por toda la humanidad. Pensar es realmente algo que pertenece a toda la humanidad. Por esta razón la lógica es idéntica sobre toda la tierra. El andar, con el cual se expresa el destino personal, lo recibimos de los Archai, desde sus propias fuerzas. La capacidad del habla la recibe el ser humano de los Arcángeles, pero estos están dirigidos en esto por el segundo grupo de las jerarquías. De los Ángeles, el ser humano recibe el don del pensar, pero estos otorgan esto al hombre bajo la influencia de las más altas jerarquías.
Así se entretejen las cosas en el orden cósmico, y el hombre solo se concibe cuando se lo ve claramente en esta relación de estar entretejido con el orden cósmico. De esta manera, no solo se entiende la persona individual, sino también la esencia de una raíz lingüista viva o muerta, o una capacidad de pensar deficiente o perfecta. El hombre se halla en una cierta relación dual en la tierra. Él ve las entidades y las ve en una cierta dependencia bajo las leyes naturales. En relación con esto, el hombre adquiere conciencia de su propia relación con la Deidad. Aquí en esta tierra no hay relación entre el orden cósmico físico y moral. Pero, cuando miramos hacia atrás a la vida antes del nacimiento y después de la muerte, entramos en un mundo donde estos dos reinos se fusionan en uno. Además, un ser humano no puede determinar correctamente qué es él mismo a menos que esté en posición de verse verdaderamente como un ser espiritual. El hombre no adquiere una visión del mundo unitaria a menos que pueda ver más allá del nacimiento y la muerte, si no observa los mundos superiores. Para comprender su ser completo, el hombre necesita una conciencia impregnada por el conocimiento de su conexión con el mundo espiritual.


Traducido por Julio Luelmo abril 2019

GA058 Munich, 14 de marzo de 1910 El carácter humano

  Índice 

CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

EL CARÁCTER HUMANO

RUDOLF STEINER


V conferencia

Munich, 14 de marzo de 1910

Las palabras escritas por Goethe tras contemplar el cráneo de Schiller pueden causar una profunda impresión en el alma humana. Goethe estaba presente cuando el cuerpo de Schiller fue sacado de su tumba provisional y llevado al panteón principesco de Weimar. Al sostener el cráneo de Schiller entre sus manos, Goethe creyó reconocer en la forma y el molde de esta maravillosa estructura toda la naturaleza del ser espiritual de Schiller, y se inspiró para escribir estas hermosas líneas:

"¿Qué más puede ganar el hombre en la vida 
Que la naturaleza de Dios se le revele, 
Cómo deja que lo sólido se diluya en espíritu, 
¡Cómo mantiene firme lo producido por el espíritu! "

Quien sepa apreciar un estado de ánimo como el que atravesó el alma de Goethe en aquel momento, podrá fácilmente, partiendo de él, dirigir su pensamiento a todos aquellos fenómenos de la vida en los que un ser interior se despliega para revelarse exteriormente en forma material, en moldeado plástico, en líneas y otras cosas. En el sentido más eminente, sin embargo, encontramos dicha impresión y moldeado, dicha revelación de un ser interior, en lo que llamamos el carácter humano. El carácter humano expresa de las formas más variadas lo que el hombre vive una y otra y otra vez; Cuándo se habla del carácter humano se entiende como algo unitario. En efecto, tenemos la sensación de que el carácter es algo que, -por así decirlo-, pertenece necesariamente a todo el ser del hombre, y que se nos presenta como un error si lo que el hombre piensa, siente y hace no puede unirse en cierto modo para formar una unidad. Hablamos de una ruptura en la naturaleza del hombre, de una ruptura en su carácter, como algo realmente defectuoso en su naturaleza. Cuando un hombre se expresa en la vida privada con tal o cual principio e ideal, y en otro momento en la vida pública de una manera completamente opuesta o al menos desviada, hablamos de que su naturaleza se disgrega, de una ruptura en su carácter. Y somos conscientes de que tal ruptura puede llevar a una persona a situaciones difíciles en la vida o incluso a naufragar. Goethe quiso señalar lo que significa tal escisión del ser humano en una frase notable que incorporó a su Fausto. Se trata de una frase que a menudo es citada erróneamente, incluso por personas que creen saber lo que Goethe quería realmente. Es la frase del Fausto de Goethe:

"Dos almas habitan, ¡ay! en mi pecho,
La una quiere separarse de la otra;
La una se apega en tosca avidez de amor
Se apega al mundo con órganos que la sujetan;
La otra se desprende bruscamente del polvo
Hacia los reinos de los altos ancestros. "

Esta dicotomía en el alma se cita muy a menudo como si fuera algo deseable para el hombre. Goethe no la caracteriza necesariamente como algo por lo que merezca la pena esforzarse, pero de este pasaje se desprende claramente que quiere que Fausto diga en aquella época lo infeliz que se siente bajo la impresión de los dos impulsos, uno de los cuales lucha por las alturas ideales, el otro por lo terrenal. Aquí está implícito algo insatisfactorio. Goethe quiere caracterizar precisamente aquello que Fausto debe trascender. No debemos citar esta dicotomía como algo justificado en el carácter humano, sino sólo como algo que ha de superarse precisamente a través del carácter unificado que se ha de adquirir.

Pero si queremos permitir que la esencia del carácter humano se presente ante nuestras almas, debemos tener en cuenta de nuevo hoy lo que hemos esbozado para caracterizar la esencia de la devoción. Debemos tener de nuevo presente que lo que llamamos la vida real del alma humana, el ser interior humano, no es simplemente un caos de sentimientos, instintos, ideas, pasiones e ideales arremolinándose unos en torno a otros; sino que debemos decirnos con toda claridad que esta alma humana está dividida en tres miembros separados; que podemos distinguirlos con bastante claridad: el miembro inferior del alma, el alma sensible; el miembro medio del alma, el alma racional o emocional; y el miembro superior del alma, el alma consciente.

En el alma humana deben distinguirse estos tres miembros. Sin embargo, no por ello deben separarse. El alma humana debe ser una unidad. Entonces, ¿Qué es lo que conecta estas tres partes del alma humana en una unidad? Precisamente eso a lo que llamamos el "yo" humano en el sentido actual, el portador de la autoconciencia humana.

Así pues, este ser anímico humano se nos presenta de tal modo que debemos distinguirlo en sus tres miembros, -el miembro anímico inferior: el alma sensible, el miembro anímico medio: el alma racional o alma mental, y el miembro anímico superior: el alma consciente-, y el yo se nos presenta como el agente activo, por así decirlo, como el actor que toca los tres miembros anímicos dentro de nuestro ser anímico, al igual que un músico toca las cuerdas de su instrumento. Y esa armonía o desarmonía que el yo produce a partir de la interacción de los tres miembros del alma es lo que subyace al carácter humano.

El yo es en realidad algo así como un músico interior, que a veces pone en actividad con poderoso compás el alma sensible, a veces el alma racional, a veces el alma consciente; pero cuando éstas tres partes del alma suenan al unísono, los efectos resultan ser como una armonía o desarmonía, que se revelan del ser humano y aparecen como la base real de su carácter. Por supuesto, sólo hemos descrito el carácter de un modo muy abstracto, pues si queremos comprenderlo tal como aparece realmente en el hombre, entonces debemos profundizar un poco más en el conjunto de la vida y la naturaleza humanas; debemos mostrar cómo se manifiesta este juego armonioso o disonante del yo en los miembros del alma, en el conjunto de la personalidad humana tal como se presenta ante nosotros, tal como se revela al mundo exterior.

Esta vida humana, -ya lo hemos subrayado muchas veces-, se nos aparece de tal manera que alterna cada día entre los estados de vigilia y los estados de dormir. Cuando una persona se duerme por la noche, sus sentimientos, sus deseos, sus sufrimientos, sus alegrías, sus dolores, todos los impulsos, deseos y pasiones, todas las ideas y percepciones, ideas e ideales se hunden en una oscuridad indefinida; y el interior real pasa a un estado de inconsciencia o subconsciencia.

¿Qué ha pasado ahí?

Ahora bien, lo que tiene lugar cuando nos dormimos se nos aclara cuando recordamos algo que ya se ha explicado: que el hombre es un ser complejo para la ciencia espiritual, que en realidad está compuesto de diferentes partes. Lo que ya sabemos al respecto debe ser esbozado de nuevo hoy para que podamos comprender toda la esencia del carácter que subyace en el ser humano.

Todo lo que el mundo sensorial externo nos revela del ser humano, lo que podemos ver con nuestros ojos, lo que podemos coger con nuestras manos, lo que la ciencia externa sólo puede observar, eso es lo que la ciencia espiritual llama el cuerpo físico del ser humano. Pero aquello que impregna y teje a través de este cuerpo físico del ser humano, aquello que impide que este cuerpo físico sea un cadáver entre el nacimiento y la muerte, que siga sus propias fuerzas físicas y químicas, eso es lo que en la ciencia espiritual llamamos cuerpo etérico o vital. Básicamente, el ser humano exterior se compone del cuerpo físico y etérico. Luego tenemos un tercer miembro de la entidad humana; éste tercer miembro es el portador de todo lo que vemos hundirse en una oscuridad indefinida cuando nos quedamos dormidos. A este tercer miembro de la entidad humana lo llamamos cuerpo astral. Este cuerpo astral es el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de los impulsos, deseos y pasiones, de todo lo que sube y baja en el alma en la vida de vigilia. Y en este cuerpo astral se encuentra el verdadero centro de nuestro ser: el yo. Para nuestro ser humano ordinario, sin embargo, este cuerpo astral está aún más subdividido, pues en él encontramos como subdivisiones, por así decirlo, lo que se ha enumerado como los miembros del alma: el alma sensible, el alma racional, el alma consciente.

Cuando una persona se duerme por la noche, el cuerpo físico y el cuerpo etérico permanecen en la cama, mientras que sale el cuerpo astral con todo eso que llamamos el alma sensible, el alma racional, el alma consciente; también sale el yo. Ahora bien, el cuerpo astral y el yo, en toda su extensión, están en un mundo espiritual mientras dormimos. ¿Por qué entra el hombre en este mundo espiritual cada noche? ¿Por qué tiene que dejar su cuerpo físico y su cuerpo etérico cada noche? Hay una buena razón para esto en la vida humana. Podemos realmente poner ante nuestra alma dicha razón si hacemos ahora la siguiente observación: ¡La ciencia espiritual nos dice que el cuerpo astral es el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de los impulsos, deseos y pasiones! ¡Qué bien! Pero éstas son precisamente las experiencias que se hunden en una oscuridad indefinida cuando nos dormimos. Sin embargo, se afirma que el cuerpo astral está con el yo en los mundos espirituales, - el hombre interior real está en un mundo espiritual, está con el cuerpo astral en un mundo espiritual. Pero los instintos y las pasiones, todo lo que está realmente en el cuerpo astral, eso es lo que desaparece, por así decirlo, en una oscuridad indefinida durante la noche. ¿No es eso una contradicción?

Bueno, la contradicción es sólo aparente. En efecto, el cuerpo astral es el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de todos los altibajos de las experiencias anímicas internas del día; pero en la condición actual  del ser humano él no puede percibirlas por sí mismo,.

Para que este cuerpo astral y el yo puedan percibir sus propias experiencias, dependen de que estas experiencias interiores se reflejen externamente; y sólo pueden reflejarse cuando el yo y el cuerpo astral están inmersos en los cuerpos etérico y físico al despertarse por la mañana. El cuerpo físico, pero sobre todo el cuerpo etérico, actúa como un espejo para todo lo que una persona experimenta interiormente, para todo el placer y el sufrimiento, para la alegría y el dolor, etc., reflejando lo que experimentamos interiormente. Así como nos vemos en un espejo, de igual manera vemos lo que experimentamos en el cuerpo astral desde el espejo de nuestro cuerpo físico y etérico; pero no debemos creer que esta vida anímica, que tiene lugar ante nuestra alma de la mañana a la noche, no requiere trabajo para llevarse a cabo. El ser interior del hombre, el yo y el cuerpo astral, mas todo lo que es alma consciente, alma racional, alma sensible, deben trabajar en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico con sus fuerzas, deben, por así decirlo, a través de su interacción recíproca con estos dos cuerpos del hombre, originar en primer lugar el vaivén de la vida cotidiana.

Durante esta experiencia diurna, se consumen ciertas fuerzas. En esta interacción del ser interior humano con el ser exterior humano, las fuerzas del alma se consumen continuamente. Esto se expresa por el hecho de que el hombre se siente fatigado por la noche, es decir, que es incapaz de encontrar aquellas fuerzas de su interior que le permiten intervenir en el funcionamiento de los cuerpos etérico y físico. Cuando por la noche el ser humano se siente fatigado, ve cómo se paraliza primero aquella parte que desempeña la mayor actividad de su espíritu en la materia, cuando se siente impotente para hablar, cuando la vista, el olfato, el gusto y finalmente el oído, el más espiritual de los sentidos, se desvanecen gradualmente porque el ser humano no puede desplegar las fuerzas de su interior, entonces esto nos muestra cómo se han consumido las fuerzas durante la vida diurna.

¿De dónde proceden las fuerzas que se utilizan de la mañana a la noche? Estas fuerzas proceden de la vida nocturna, del estado dormido. Durante la vida que el alma lleva desde que se duerme hasta que se despierta, se llena, por así decirlo, de las fuerzas que necesita para poder desplegar toda la vida diurna que tenemos ante nosotros. En la vida cotidiana puede desplegar sus poderes, pero no puede extraer de ella las fuerzas que necesita para fortalecerse. Es evidente que las diversas hipótesis dadas por la ciencia externa sobre la reposición de las fuerzas consumidas durante el día también son conocidas por la ciencia espiritual; pero no necesitamos entrar en esto ahora. Por tanto, podemos decir: Cuando el alma pasa del estado dormido al estado de vigilia, trae consigo del lugar que es, por así decirlo, su hogar espiritual, las fuerzas que debe utilizar a lo largo del día para construir esa vida anímica que despliega ante nosotros. Por eso sabemos lo que el alma trae consigo del mundo espiritual cuando se despierta por la mañana.

Hagámonos ahora la otra pregunta: ¿No lleva nada el alma al mundo espiritual por la noche cuando se duerme?

¿Qué lleva consigo el alma desde el estado de vigilia al estado que llamamos dormido por la noche?

Si queremos penetrar en lo que el alma lleva del mundo exterior de la realidad física, en el que va de experiencia en experiencia durante la vigilia, a la esencia espiritual del dormir, entonces debemos ante todo considerar lo que llamamos el desarrollo personal del ser humano entre el nacimiento y la muerte. Este desarrollo del hombre se manifiesta en el hecho de que, en un estado posterior de la vida, el hombre parece más maduro, más imbuido de experiencia vital y de sabiduría vital, que en una edad posterior ha adquirido ciertas capacidades y poderes que no tenía en una edad anterior.

Podemos convencernos de que el hombre toma algo del mundo exterior y lo transforma en sí mismo si consideramos lo siguiente:

Entre 1770 y 1815 tuvieron lugar ciertos acontecimientos de gran trascendencia para la evolución del mundo. En estos acontecimientos participaron personas muy diversas. Hubo algunos que participaron en estos acontecimientos, pero que los pasaron en silencio; hubo otros sobre los cuales estos acontecimientos tuvieron tal efecto que se llenaron de experiencia vital, de sabiduría vital, de modo que ascendieron a un nivel superior de su vida anímica.

¿Qué ocurrió realmente allí?

La mejor manera de ilustrarlo es a través de un simple acontecimiento de la vida humana. Tomemos el desarrollo del ser humano en lo que respecta a la capacidad de escribir. ¿Qué ha ocurrido realmente para que en un momento determinado de nuestra vida seamos capaces de poner la pluma sobre el papel y expresar nuestros pensamientos a través de la escritura? En el pasado tuvieron que ocurrir muchas cosas. Ha habido que vivir toda una serie de experiencias, desde el primer intento de coger la pluma, hacer el primer trazo, hasta todos los esfuerzos que finalmente nos han llevado a comprender realmente este arte. Cuando recordamos todo lo que tuvo que ocurrir, a lo largo de meses y años, cuando recordamos todo lo que pasamos, tal vez castigos, reprimendas y cosas por el estilo, para finalmente transformar una serie de experiencias en la capacidad de escribir, entonces debemos decir: las experiencias han sido remodeladas, refundidas, para que aparezcan como en una esencia en la vida posterior en lo que llamamos la capacidad de escribir.

La ciencia espiritual muestra cómo sucede esto, cómo una serie de experiencias se refunden, por así decirlo, en una capacidad. Pero esto nunca podría ocurrir si el hombre no pudiera pasar por el estado dormido una y otra vez. Quien observe la vida sabrá lo que ya es evidente en la vida cotidiana:

Si nos esforzamos por memorizar esto o aquello, entonces la memorización y la retención reciben un impulso significativo cuando podemos volver a consultarlo con la almohada; entonces se convierte en nuestra propiedad. Y lo mismo sucede en toda la vida humana.

Las experiencias que vivimos deben unirse a nuestra alma; deben ser procesadas por ella; deben refundirse para transformarse en capacidad.

El alma lleva a cabo todo este proceso mientras duerme. Las experiencias del día, que se extienden a lo largo del tiempo, mientras duerme por la noche, se coagulan y se vierten en lo que llamamos experiencias coaguladas, es decir, capacidades humanas. Así vemos lo que nos llevamos por la noche de las experiencias exteriores, es decir, lo que luego se transforma y se entreteje en nuestras capacidades. De este modo nuestra vida se acrecienta en la medida en que las experiencias del día se transforman durante la noche en capacidades, en fuerzas.

La conciencia de hoy no tiene mucha idea de estas cosas; pero no siempre fue así; hubo tiempos en que se sabía de estas cosas por una antigua clarividencia. Sólo hay que citar un ejemplo en el que un poeta muestra de la manera más notable cómo él era consciente de esta transformación. El antiguo poeta Homero, también llamado con razón vidente, describe en su Odisea cómo Penélope es asediada por varios pretendientes en ausencia de su marido, y cómo les promete que sólo se decidirá cuando haya terminado un tejido. Pero siempre deshacía de noche lo que había tejido de día. Si un poeta quiere describir cómo una serie de experiencias que tenemos durante el día, una serie de experiencias como las de Penélope con los pretendientes, no deben transformarse en ningún tipo de capacidad ni deben confluir en la capacidad de decidir, entonces debe describir cómo lo que las experiencias diurnas tejen debe ser desenredado de nuevo por la noche, porque de lo contrario se transformaría inevitablemente en la capacidad de decidir. Para cualquiera imbuido de una conciencia moderna típica, estas ideas pueden parecer sutiles, o pueden parecer que imponen algo arbitrario al poeta; pero los únicos hombres realmente grandes son aquellos cuyo trabajo deriva de los grandes secretos del mundo, y muchas personas hoy en día que hablan con ligereza de originalidad y cosas similares no tienen idea de las profundidades de las que provienen los logros verdaderamente grandes en las artes.

Así vemos cómo las experiencias exteriores, que llevamos al estado dormido del alma, se vierten en capacidades y poderes, y cómo el alma humana avanza así en la vida entre el nacimiento y la muerte, y cómo lleva algo al mundo espiritual para sacarlo de nuevo hacia un incremento del alma humana. Pero si entonces consideramos este desarrollo entre el nacimiento y la muerte, entonces debemos decir: Oh, hay un cierto límite estrecho establecido para el hombre en relación a este desarrollo. Este límite se presenta ante nuestra alma en particular cuando consideramos que efectivamente podemos trabajar en nuestras capacidades anímicas y aumentarlas, que podemos remodelarlas y llevar una existencia en una época posterior de la vida con un alma más perfecta que en una época anterior, pero que aquí hay un límite para el desarrollo. En el hombre pueden desarrollarse ciertas facultades, pero no todo aquello que sólo podría progresar remodelando el órgano del cuerpo físico y etérico. Estas están presentes con sus determinadas predisposiciones desde el nacimiento; las encontramos. Por ejemplo, sólo podemos adquirir cierta comprensión de la música si tenemos desde el principio la predisposición para el oído musical. Este es un caso flagrante que demuestra que la transformación puede fallar, y que las experiencias pueden efectivamente unirse a nuestra alma, pero que debemos abstenernos de incorporarlas. Si encontramos tales límites en nuestra vida corporal, entonces debemos abstenernos de tejer estas experiencias en nuestra vida corporal entre el nacimiento y la muerte. Puesto que esto es así, si contemplamos la vida humana desde un punto de vista más elevado, debemos considerar la posibilidad de poder destrozar este cuerpo, de desprendernos de él, como algo tremendamente saludable, como algo tremendamente significativo para toda nuestra vida humana. Por eso fracasa nuestra capacidad de transformar el cuerpo humano, porque cada mañana volvemos a encontrarnos con este cuerpo etérico y este cuerpo físico. Sólo al morir lo desechamos. Pasamos a través de la puerta de la muerte a un mundo espiritual. Allí, en este mundo espiritual, donde ya no encontramos un cuerpo físico y etérico que nos obstaculice, podemos desarrollar dentro de las sustancialidades espirituales todo aquello que pudimos experimentar entre el nacimiento y la muerte, pero a lo que tuvimos que resignarnos porque llegamos a nuestros límites. Cuando salimos de nuevo del mundo espiritual hacia una nueva vida, sólo entonces podemos permitir que estas fuerzas, que hemos entretejido en el arquetipo espiritual, entren en una existencia que ahora podemos formar plásticamente en el inicialmente maleable cuerpo humano. Sólo ahora podemos entrelazar con nuestro ser aquello que pudimos adquirir en la vida anterior, pero que no pudimos llevar también a nuestro ser. Así que el aumento de la vida es posible a través de la muerte, porque ahora podemos entretejer con nuestro ser en la siguiente vida aquello que no pudimos asimilar en una vida como fruto de nuestras experiencias. Lo que es el ser interior humano actual, lo que se abre camino en la existencia a través del cuerpo humano, atraviesa la puerta de la muerte de una vida a la siguiente. El hombre no sólo tiene ahora la posibilidad de trabajar, por así decirlo, en el lado más grosero de su corporeidad plástica, de modo que puede imprimir en esta corporeidad plástica lo que antes no podía imprimir, sino que también tiene la posibilidad de imprimir en todo su ser ciertos frutos más finos de las vidas anteriores.

Cuando vemos a un ser humano venir a la existencia a través del nacimiento, podemos decir: Así como el yo y el cuerpo astral con el alma sensible, el alma racional y el alma consciente vienen a la existencia a través del nacimiento, así tampoco carecen de destino, sino que tienen ciertas cualidades, ciertas características, que han traído consigo de vidas anteriores. En los aspectos más groseros, el hombre trabaja en la plasticidad de su cuerpo, incluso antes de nacer, configurando todo lo que ha recibido previamente como fruto; pero en los aspectos más finos, el hombre trabaja, -y esto lo distingue del animal-, incluso después de nacer, durante toda su infancia y juventud, trabaja en la estructura más fina de su naturaleza exterior y también interior, configurando todo lo que el yo ha traído consigo de su vida anterior en la forma de características determinantes, en la forma de razones determinantes. Y lo que el yo trabaja dentro de esto y cómo el yo lo hace a partir de la naturaleza del ser humano, expresándose en lo que vive en el mundo, eso es lo que entra en este mundo como el carácter del ser humano. Este yo del ser humano trabaja entre el nacimiento y la muerte haciendo sonar lo que ha elaborado en los instrumentos del alma, el alma sensible, el alma racional y el alma consciente. Pero no actúa en esta alma de tal modo que el yo se presente como algo externo a lo que vive como pulsiones, deseos y pasiones en el alma sensible, no, el yo se apropia de las pulsiones, deseos y pasiones para sí como pertenecientes a su ser interior: el yo es uno con ellas, es también uno con sus comprensiones y con su conocimiento en el alma consciente.

Por consiguiente, el ser humano se lleva consigo a través de la puerta de la muerte lo que ha elaborado en armonía y desarmonía en estos miembros del alma y en la nueva vida lo trabaja en la exterioridad humana. El yo humano se moldea así en una nueva vida con lo que ha llegado a la existencia desde una vida anterior. Por eso el carácter se nos presenta como algo definido, como algo innato, pero también como algo que en la vida sólo se desarrolla gradualmente.

El carácter del animal está determinado por el nacimiento desde el principio, está completamente formado; no puede obrar plásticamente sobre su apariencia exterior; El hombre, sin embargo, tiene la ventaja de que al nacer aparece sin mostrar exteriormente un carácter definido, sino que tiene poderes latentes que dormitan en el subsuelo profundo de su ser, que ha llegado a esta existencia desde vidas anteriores, que se abren camino en este exterior indeterminado y moldean así gradualmente el carácter en la medida en que está determinado por la vida anterior.

Así vemos cómo el hombre, en ciertos aspectos, tiene un carácter innato pero que este carácter sólo se hace realidad gradualmente en el transcurso de la vida. Cuando consideramos esto, podemos comprender que incluso las grandes personalidades podrían equivocarse en su juicio sobre el carácter humano. Hay filósofos que sostienen que el carácter humano no puede cambiar, que existe como algo muy definido en su interior. Pero esto no es cierto; sólo lo es en la medida en que lo que viene de vidas anteriores se enfrenta a nosotros como un carácter innato. Esto es, pues, lo que surge como centro humano del interior del ser humano e imprime el sello común, el carácter común, en todos los miembros integrantes del ser humano. Este carácter va, por así decirlo, a la propia alma, va también a los miembros exteriores del cuerpo. Vemos que el ser interior se vierte hacia fuera, por así decirlo, de modo que forma todo según sí mismo en cierto modo, y sentimos cómo este centro interior mantiene unidos a los miembros integrantes del ser humano. Dentro del cuerpo exterior sentimos algo que puede parecernos una huella del ser interior en lo externo del ser humano.

Lo que suele ignorarse en teoría fue una vez maravillosamente representado por un artista. Él muestra la naturaleza humana en el momento en que el yo humano, que, manteniendo unidos a todos los miembros, forma un centro, da unidad, se pierde para ellos; muestra cómo entonces los miembros individuales del ser, siguiéndose cada uno a sí mismo, uno toma la dirección hacia allá y el otro hacia acá. Hay una gran y famosa obra de arte que capta este preciso momento de la naturaleza humana en que el hombre pierde lo que subyace a su carácter, lo que pertenece a todo el ser humano. Esto se refiere a una obra de arte que a menudo ha sido malinterpretada. No piensen que se trata de una crítica barata a espíritus cuya obra venero en el más alto sentido; pero precisamente en ella se muestra la dificultad del camino humano hacia la verdad, que incluso los grandes espíritus yerran ante ciertos fenómenos, precisamente por un tremendo instinto de verdad.

Uno de los más grandes conocedores alemanes de arte, Winckelmann, tuvo que equivocarse sobre la obra de arte conocida como Laocoonte debido a todos los prerrequisitos de su naturaleza. Esta explicación winckelmanniana del Laocoonte es muy admirada. Está claro en muchos círculos que no se puede decir nada mejor que lo que dijo Winckelmann sobre la figura de Laocoonte, el sacerdote de Troya, que muere aplastado en medio de sus dos hijos, entrelazados por serpientes. Winckelmann, que se encontraba ante la obra de arte con gran entusiasmo, dijo: "Uno ve aquí al sacerdote Laocoonte, que en cada forma que se presenta en su cuerpo, expresa noble y grandiosamente un dolor infinito, sobre todo el dolor de la paternidad. Se interpone entre los hijos; las serpientes entrelazan los cuerpos. El padre, -según Winckelmann-, se da cuenta del dolor de sus hijos y en su sentimiento paterno presiente ese monstruo que dibuja el abdomen y exprime todo el dolor. Podríamos entender la figura de Laocoonte desde el hecho de que se olvida de sí mismo al arder de compasión infinita por los hijos de su sangre.

Es una hermosa explicación la que Winckelmann dio de este dolor del Laocoonte, pero quien tiene conciencia y mira una y otra vez al Laocoonte, porque venera a Winckelmann como a una gran personalidad, debe decirse finalmente: Winckelmann debe haberse equivocado aquí, pues es del todo imposible que haya un momento en el grupo que surja de la compasión. La cabeza está girada de modo que el padre no puede ver a sus hijos en absoluto. La forma en que Winckelmann observó el grupo es bastante errónea. Si observamos el grupo y tenemos una percepción directa, entonces nos damos cuenta de que en el grupo del Laocoonte se ha dado el momento muy concreto en que, a través del entrelazamiento de la serpiente, eso que llamamos el yo humano está fuera del cuerpo del Laocoonte, donde los instintos individuales despojados del yo, cada uno en lo corpóreo, siguen su camino. Así vemos cómo el vientre, la cabeza, cada miembro individual sigue su propio camino y no es llevado a una armonía de carácter con la forma exterior, porque el yo acaba de desaparecer.

Momento que en lo exteriormente físico nos muestra, cómo el ser humano pierde el carácter unificado cuando desaparece el yo, el cual como centro fuerte, une por sí mismo los miembros del cuerpo, tal momento se nos presenta en Laocoonte. Y es precisamente cuando permitimos que algo así afecte a nuestra alma cuando penetramos en esa unidad que se nos expresa como la armonización de los miembros del cuerpo, que imprime lo que llamamos el carácter humano.

Pero ahora debemos preguntarnos: Si es cierto que el hombre tiene su carácter innato en cierto sentido, -y esto no se puede negar, pues toda mirada a la vida puede enseñarnos que más allá de cierto límite todo lo que el hombre trae consigo no puede ser cambiado por ningún esfuerzo-, si el hombre tiene carácter innato, por un lado, ¿Es posible que el hombre haga algo para moldear su carácter de cierta manera? Sí, en la medida en que el carácter pertenece a la vida del alma, en la medida en que pertenece a aquello que, sin que encontremos un límite en los miembros exteriores del cuerpo cuando nos despertamos por la mañana, puede ser remodelado por la armonización de los miembros individuales del alma, por el fortalecimiento de las potencias del alma sensible, del alma racional y del alma consciente, en la medida en que el carácter también puede seguir formándose por la vida personal entre el nacimiento y la muerte.

Saber algo sobre esto es particularmente importante para la educación. Así como es sumamente importante conocer las diferencias y la naturaleza de los temperamentos humanos si se quiere ser un educador adecuado, también es necesario saber algo sobre el carácter humano, y también saber algo sobre lo que el hombre puede hacer entre el nacimiento y la muerte para moldear este carácter, que en cierto sentido está determinado por la vida anterior y sus frutos. Si queremos saber esto, entonces debemos darnos cuenta de que el ser humano pasa por ciertas épocas de desarrollo generalmente típicas en su vida personal. Encontrarán ustedes los puntos de referencia necesarios para lo que ahora se indica esbozadamente en mi folleto: "La Educación del Niño desde el Punto de Vista de la Ciencia Espiritual". El hombre atraviesa primero una época que va desde el momento de su nacimiento hasta el momento en que se produce el cambio de dientes, alrededor del séptimo año. Esta es la época en que el cuerpo físico puede formarse por influencia externa. Desde este séptimo año en adelante, desde el cambio de dientes hasta los trece, catorce, quince años, hasta la madurez sexual, es es una época en la que puede formarse preferentemente su cuerpo etérico, el segundo miembro del ser humano. Luego el ser humano entra en una tercera época, en la que puede formarse su cuerpo astral, el cuerpo astral inferior; y después, aproximadamente a partir de los veintiún años, llega la edad de la vida en la que el ser humano se enfrenta ahora al mundo como un ser independiente y libre, por así decirlo, y trabaja en la formación de su alma por sí mismo. Los años que van de los veinte a los veintiocho son importantes para el desarrollo de las facultades del alma sensible.

Los siguientes siete años más o menos, -siempre son sólo cifras medias-, hasta los treinta y cinco años son especialmente importantes para el desarrollo del alma intelectual o racional, que podemos desarrollar especialmente interactuando con la vida. Quien no quiera observar la vida puede ver tonterías en esto; pero quien observe la vida con los ojos abiertos sabrá que ciertos elementos esenciales del ser humano pueden formarse especialmente en determinadas épocas de la vida. En los primeros veinte años somos especialmente capaces de desarrollar nuestros deseos, instintos, pasiones, etc. mediante la interacción con las impresiones e influencias del mundo exterior. Podremos sentir un crecimiento de las facultades a través de la correspondiente interacción del alma racional con el entorno; y quien sabe lo que es el verdadero conocimiento, también sabe que toda adquisición anterior de conocimientos sólo puede ser preparación; que la madurez de la vida, en la que realmente se pueden adquirir conocimientos con una visión clara, básicamente sólo se produce por término medio a la edad de treinta y cinco años. Estas leyes existen. Sólo quien no quiera observar en absoluto la vida humana no las observará.

Cuando nos damos cuenta de esto, vemos cómo está estructurada esta vida humana entre el nacimiento y la muerte. Pero a partir del hecho de que el yo trabaja de tal manera que armoniza los miembros del alma entre sí, pero que también debe estructurar lo que elabora de acuerdo con la corporalidad externa, veremos lo importante que es saber como educadores que el cuerpo físico externo experimenta su desarrollo hasta el séptimo año. Todo aquello que puede influir en el cuerpo físico desde el mundo físico, que lo dota de poder y fuerza, sólo puede ser aportado al ser humano en esta primera época. Ahora existe una conexión misteriosa entre el cuerpo físico y el alma consciente, que puede surgir a fondo mediante la observación atenta de la vida.

Si ahora el yo ha de fortalecerse de tal modo que pueda afirmarse con las fuerzas del alma consciente en la vida posterior, es decir, sólo después de los treinta y cinco años; Si el yo ha de trabajar en la vida del alma de tal modo que, mediante la penetración del alma consciente, pueda surgir de sí mismo hacia un conocimiento del mundo, entonces no debe encontrar límite alguno en el cuerpo físico, pues el cuerpo físico puede ser precisamente lo que presente los mayores obstáculos al alma consciente y al yo, si este yo no quiere permanecer encerrado en sí mismo, sino que quiere surgir hacia un intercambio abierto con el mundo. Pero ya que podemos, dentro de ciertos límites, dar al niño fuerza para el cuerpo físico hasta el séptimo año a través de la educación, vemos aquí una extraña conexión vital. ¡Oh, no es indiferente para la vida posterior del hombre lo que el educador hace con el niño! Sólo los que no saben observar la vida no saben nada de tales secretos de la vida; pero el que puede comparar la primera infancia con la que se produce a partir de los treinta y cinco años en libre trato con el mundo, sabe que podemos hacer el mayor bien a un hombre que ha de entrar en libre trato con el mundo, que ha de entrar en el mundo y no descansar encerrado en sí mismo, si trabajamos en él de manera correspondiente en la primera época de su vida. Lo que aportamos al niño en las alegrías de la vida física inmediata, en el amor que fluye de su entorno, aporta fuerza al cuerpo físico, lo hace capaz de formarse, lo vuelve blando y plástico, por así decirlo.

Y cuanta más alegría y cuanto más amor y felicidad aportemos al niño en esta primera época de la vida, menos obstáculos y trabas tendrá el ser humano más tarde, cuando tenga que formar un carácter abierto, libre, que interactúe con el mundo a partir de su alma consciente, mediante el trabajo del yo, que juega con el alma consciente como con una cuerda.  Todo el desamor, todos los destinos oscuros de la vida, todo el dolor que hacemos soportar al niño hasta el séptimo año de vida, endurece su cuerpo físico, y todo esto crea entonces obstáculos para la edad posterior. Y en los marcados años posteriores de la vida aparece entonces lo que se llama un carácter cerrado, un carácter que cierra todo su ser en su alma y no puede lograr un libre trato abierto con todas las impresiones del mundo exterior. Así de misteriosas son las conexiones en la vida.

Y a su vez existen conexiones entre el cuerpo etérico o vital y aquello que se desarrolla particularmente en la segunda época de la vida. Existe una conexión entre el cuerpo etérico y el alma racional. Los poderes que pueden ser suscitados mediante la acción del yo descansan en el alma racional. Estas son todas las fuerzas que transforman a una persona en alguien con iniciativa y coraje o en alguien cobarde, indeciso y laxo. Dependiendo de si el yo es más fuerte o más débil, la persona vive como un personaje cobarde o valiente. Pero entonces, cuando el hombre tiene la mejor oportunidad, a través de la interacción con la vida, de imprimir esta cualidad del alma racional sobre sí mismo en particular, para convertirla en un carácter firme, entonces puede encontrar trabas y obstáculos en su cuerpo etérico o vital. Si entre los siete a los trece y catorce años enseñamos al cuerpo etérico o vital todo aquello que puede impregnarlo de tales fuerzas que no resistirá en la vida posterior, -es decir, precisamente para los años 28 a 35-, entonces habremos hecho algo por la educación de este ser humano que él debe agradecernos sinceramente. Si le damos a una persona la oportunidad de estar a nuestro lado entre los siete y los trece años de tal manera que podamos ser una autoridad para él, que seamos personalmente portadores de la verdad para él, si a esta edad, para la que la autoridad es algo particularmente saludable, nosotros como maestros, como padres o educadores estamos al lado del joven de tal manera que él se dice a sí mismo: lo que nos presentan es verdad,- entonces aumentamos los poderes del cuerpo etérico, y el ser humano encontrará entonces, en la vida posterior, desde los veintiocho hasta los treinta y cinco años, la menor resistencia en el cuerpo etérico o vital; podrá entonces, según la disposición de su yo, convertirse en una persona valiente y con iniciativa. Por lo tanto, podemos tener un efecto tremendamente beneficioso sobre el ser humano a través de estas misteriosas conexiones de la vida, si las conocemos.

En nuestra caótica educación, hemos perdido la conciencia de las conexiones que solíamos conocer instintivamente. Siempre podemos contemplar con placer lo que los maestros más antiguos aún sabían sobre estas cosas, como por profundo instinto o inspiración. Aquí uno debe decir: La vieja historia mundial de Rotteck puede estar hoy anticuada aquí y allá; pero si uno recoge esta vieja historia mundial de Rotteck con comprensión humana, que encontramos en las bibliotecas de nuestros padres cuando éramos jóvenes, porque es allí donde se leía, uno encuentra una forma peculiar de presentación, una forma de presentación que muestra que este profesor de Baden, que enseñaba historia en Friburgo, no sólo enseñaba de forma seca y sobria. Si sólo se lee el prefacio de esta historia universal de Rotteck, que es algo extraordinario en su espíritu, entonces se tiene la sensación: Se trata de un ser humano, que habla a la juventud desde la conciencia de que a esta edad, -entre los catorce y los veintiún años, cuando el cuerpo astral comienza a desarrollarse-, hay que suministrar al hombre las fuerzas que surgen de los bellos y grandes ideales. En todas partes Rotteck trata de hacer surgir lo que puede colmar al hombre con la grandeza de las ideas de los héroes, con el entusiasmo por lo que los hombres han querido y sufrido en el curso del desarrollo humano. Y tal conciencia tiene su plena justificación; pues lo que así se vierte en el cuerpo astral a esta edad, de los catorce a los veintiún años, beneficia inmediatamente después al alma sensible, cuando el yo quiere elaborar su carácter en libre interacción con el mundo. Lo que ha fluido hacia el alma en términos de altos ideales y entusiasmo se imprime en el alma sensible, es decir, se incorpora al carácter. Esto se incorpora al propio yo, se imprime en el carácter.

Así vemos cómo, en efecto, por el hecho de que en cierto modo las envolturas humanas, el cuerpo físico, el cuerpo etérico o de vida, el cuerpo astral son todavía plásticos, pueden recibir esto o aquello añadido a través de la educación en la juventud, y así hacer posible que el hombre trabaje más tarde sobre su carácter. Si las cosas necesarias no han sucedido, entonces se hace difícil trabajar sobre el carácter; entonces son necesarios los medios más fuertes. Entonces se hace necesario que la persona se dedique conscientemente a una profunda contemplación meditativa interior de ciertas cualidades y sentimientos, que imprime conscientemente en la experiencia del alma. Una persona así debe intentar experimentar el contenido de las corrientes culturales que quieren hablar no sólo como teorías, sino también como confesiones, por ejemplo de carácter religioso. Debemos dedicarnos una y otra vez a las grandes visiones del mundo, a aquello que en la vida posterior aún nos conduce con nuestros conceptos y sentimientos, con nuestras ideas a los grandes misterios comprensivos del mundo, y no sólo en una contemplación puntual. Si podemos sumergirnos en tales misterios del mundo, si nos complace dedicarnos a ellos una y otra vez, si se nos imprimen en oraciones que repetimos todos los días, entonces incluso en la vida posterior podemos remodelar nuestro carácter mediante el desempeño del yo.

Lo primero que el ser humano imprime es aquello que se incorpora a su yo, aquello que su yo conquista, en los miembros de su alma, en el alma sensible, en el alma racional y en el alma consciente. Ahora el hombre generalmente no sabe mucho de la corporeidad exterior. Hemos visto que el hombre tiene un límite en su corporeidad exterior, que está dotado de ciertas dotes; pero si observamos más de cerca, vemos que este límite, sin embargo, permite al hombre trabajar en su corporeidad exterior incluso entre el nacimiento y la muerte.

Quién no habrá observado cómo una persona que se dedica durante una década, por ejemplo, a percepciones realmente profundas, -esas percepciones, que no se quedan en doctrina gris, sino que se transforman en placer y sufrimiento, en dicha y dolor, que básicamente sólo entonces se convierten en conocimiento real y se entretejen con el yo, - ¡quién no habrá observado que incluso la fisonomía, el gesto, todo el porte del ser humano cambia, cómo el funcionamiento del yo, por así decirlo, se extiende a la corporalidad exterior!

Pero no es mucho lo que el hombre puede imprimir en su cuerpo exterior a través de lo que adquiere en la vida entre el nacimiento y la muerte. La mayor parte de lo que adquiere de este modo es algo a lo que debe renunciar, algo que debe guardar para la siguiente vida. A cambio, el hombre trae consigo muchas cosas de vidas anteriores y puede, si adquiere la capacidad interior para hacerlo, incrementarlas a través de lo que adquiere entre el nacimiento y la muerte.

Y así vemos cómo el ser humano puede obrar en el cuerpo, cómo el carácter no se limita meramente a la vida interior del alma, sino que penetra en los miembros exteriores del cuerpo. Aquella parte del hombre en la que se expresa particularmente la parte más externa de su carácter más íntimo es, en primer lugar, su expresión facial; en segundo lugar, lo que podemos llamar su fisonomía, y en tercer lugar, la formación plástica de los huesos de su cráneo, aquello a lo que nos enfrenta la craneología.

Si ahora nos preguntamos: ¿Cómo se expresa el carácter del hombre en su aspecto exterior, en sus gestos, fisonomía y formación ósea?. Volvemos a tener una pista a través de esa inmersión espiritual-científica en el ser humano que puede decir: el yo trabaja formativamente en primer lugar sobre el alma sensible, que abarca todos los impulsos, deseos, pasiones, en resumen, todo lo que puede llamarse los impulsos interiores de la voluntad. Lo que el yo toca en esta cuerda de la vida anímica llega luego a expresarse en lo externo, en el gesto. Lo que vive interiormente como carácter en el alma sensible se revela exteriormente en la expresión facial, en el gesto, y podemos decir que este gesto puede decirnos mucho sobre la vida interior de una persona, especialmente en lo que se refiere a su carácter.

Aunque en el hombre el yo trabaja principalmente por su carácter en el alma sensible, lo que el yo acciona, por así decirlo, en la cuerda del alma sensible repercute en los otros miembros del alma. Cuando el yo actúa principalmente en el alma sensible, entonces el alma sensible suena con especial fuerza, y los demás también deben sonar; pero esto se expresa en el gesto. Todo lo que se expresa en el estilo más grosero sólo en el alma sensible aparece en el gesto en el abdomen humano. Si una persona se palpa el vientre en un estado de bienestar, podemos ver exactamente cómo vive con su carácter completamente encerrado en el alma sensible, qué poco de sus impulsos de voluntad se expresan en las partes superiores de su alma.

Sin embargo, cuando el yo, que vive primariamente en el alma sensible, expresa sin embargo los impulsos deseos y voliciones que experimenta, en el alma racional, entonces esto se refleja en un gesto que se relaciona con el órgano del ser humano que es primariamente la expresión exterior del alma racional: aquí, en la región del corazón. Por lo tanto, vemos en aquellas personas que tienen el llamado tono de pecho de la convicción, que hablan por sus sentimientos pero son capaces de transformar estos sentimientos en palabras y expresarlos: que les late el corazón. No hablan desde la objetividad del juicio, sino desde la pasión. Podemos reconocer el carácter apasionado, que, sin embargo, choque hasta el alma racional, podemos reconocer al hombre que vive enteramente en el alma sensible, pero que, a través de su fuerte yo, es capaz de dejar que los tonos choquen hasta el alma racional, si se presenta particularmente amplio.

Hay oradores populares que se meten los pulgares en los orificios de los chalecos y se ponen anchos ante el público: son los que hablan desde su alma sensible inmediata, los que acuñan en palabras lo que sienten egoísta y muy personalmente, no desde la objetividad, pero ahora lo afirman con el gesto: los pulgares en los orificios de los chalecos.

Aquellas personas que permiten que resuene en su alma consciente lo que el yo pronuncia y choca en su alma sensible, son las que, a través de sus gestos, trabajan en el órgano que es la expresión exterior del alma consciente. Tales personas lo muestran claramente cuando les resulta particularmente difícil llevar lo que sienten interiormente a una determinada decisión; se nos aparece como una impresión exterior de esta decisión cuando la persona se lleva el dedo a la nariz, cuando quiere indicar en particular lo difícil que le resulta sacar esto de las profundidades del alma consciente.

Y así podemos ver cómo todo lo que en realidad se expresa en los miembros del alma como el trabajo caracterizado del yo se manifiesta en el gesto.

<Podemos ver, sin embargo, cuando el hombre vive preferentemente en el alma racional, lo que está más cerca del interior del ser humano, lo que no está determinado exteriormente en el hombre, lo que no gime servilmente bajo, lo que es más suyo, como se manifiesta en la expresión fisonómica de su rostro en particular. Cuando el yo choca contra la cuerda del alma racional, pero ésta suena hacia abajo en el alma sensible, cuando el ser humano puede vivir inicialmente con su yo en el alma racional, pero todo lo que hay entonces dentro de él es presionado hacia abajo en el alma sensible; cuando su juicio lo impregna de tal modo que resplandece por su juicio, entonces vemos cómo esto se expresa en la frente retraída, en la barbilla saliente. Lo que realmente se experimenta en el alma racional y que sólo resuena en el alma sensible, tienen su expresión en las partes inferiores del rostro. Cuando el ser humano desarrolla lo que el alma racional puede desarrollar, la armonía entre lo exterior y lo interior, cuando el ser humano no se encierra en sus cavilaciones interiores ni se vacía mediante una completa entrega interior, cuando existe una hermosa armonía entre lo exterior y lo interior, cuando, por lo tanto, el yo vive en su impronta de carácter en el alma racional, entonces esto se expresa en la parte media del rostro - la expresión exterior para el alma racional.

Y aquí se puede ver cuán provechosa es la ciencia espiritual para el estudio de la cultura; muestra que la sucesión de cualidades también es particularmente pronunciada en el devenir sucesivo de pueblos en la evolución del mundo. Es por lo que el alma racional estaba particularmente marcada en la antigua Grecia.

Allí se daba esa hermosa armonía entre lo externo y lo interno, allí se daba lo que en la ciencia espiritual se llama la expresión caracterológica del yo en el alma racional. Es cierto que sólo comprendemos tales cosas cuando comprendemos lo externo, lo que está impreso en la materia, a partir de los fundamentos espirituales de los que surge.

Y la expresión fisonómica que surge cuando el hombre da a conocer lo que vive primariamente en el alma racional, cuando lo vive en el alma consciente, da como resultado la frente prominente. En esta expresión fisonómica se halla la revelación del alma racional; por eso se expresa en una formación especial de la frente, como si hiciera subir al alma consciente lo que el yo realiza en el alma racional.

Pero si el ser humano vive con su yo de un modo muy especial, al punto de que expresa característicamente en su alma consciente lo que es la esencia del yo, entonces puede, por ejemplo, empujar hacia abajo lo que el yo toca en la cuerda del alma consciente hacia el alma racional y hacia el alma sensible. Esta última es un cierto perfeccionamiento superior de la evolución humana. Sólo en nuestra alma consciente podemos impregnarnos de los altos ideales morales, de las grandes percepciones del mundo.

Todo esto debe vivir en nuestra alma consciente. Lo que el yo da al alma consciente en potencias, para que pueda adquirir conocimientos y una visión de conjunto del mundo; lo que el yo puede dar al alma consciente, para que puedan vivir en ella elevados ideales morales, elevados puntos de vista estéticos, que pueden ser presionados y pueden convertirse en entusiasmo, pasión, eso que se puede llamar el calor interior del alma sensible. Esto ocurre cuando el hombre puede brillar por aquello que sabe discernir. Entonces lo más noble a lo que el hombre puede elevarse por primera vez es llevado de nuevo al alma sensible. El hombre eleva el alma sensible cuando deja fluir a través de ella lo que primero está presente en el alma consciente. Sin embargo, lo que así experimentamos en el alma consciente, lo que puede aparecer como el carácter ideal a través del trabajo del yo en el alma consciente, no puede ser moldeado en el cuerpo humano porque nuestra corporeidad exterior está limitada por las disposiciones que traemos con nosotros al nacer. Por el contrario, debemos abstenernos de imprimirlo en el cuerpo físico; eso puede convertirse en una expresión de un noble carácter del alma, pero nunca podemos llevarlo a una expresión del cuerpo físico exterior. Debemos llevarla con nosotros a través de la puerta de la muerte, pero entonces es la fuerza más poderosa para la siguiente vida.

Aquello que encendimos en el alma sensible con esa pasión que puede brillar por elevados ideales morales, lo que así vertimos en el alma sensible y que pudimos llevar con nosotros a través de la puerta de la muerte, podemos llevarlo a la nueva vida, y allí puede desarrollar la más poderosa fuerza plástica. Lo vemos en la nueva vida en la formación del cráneo, en las diversas elevaciones y depresiones del cráneo, son la expresión de los altos ideales morales que adquirimos. Así que hasta los huesos vemos que llega lo que el hombre ha hecho de sí mismo; por lo tanto, debemos reconocer también que todo lo que se refiere al conocimiento de la formación ósea real del cráneo, al conocimiento de las elevaciones y depresiones de la estructura craneal, que esto nos permite sacar conclusiones sobre el carácter, que esto es individual. Es una burla creer que se pueden establecer esquemas generales, principios típicos generales para la craneología. No, no hay tal cosa. Hay una craneología especial para cada ser humano; porque lo que trae consigo como cráneo lo trae de vidas anteriores, y esto debe ser reconocido en cada ser humano. Así que no hay una ciencia general para esto. Sólo los pensadores abstractos que quieren reducir todo a esquemas pueden justificar la craneología en sentido general; quien conoce lo que conforma al ser humano hasta los huesos, como se acaba de describir, sólo podrá hablar de una cognición individual de la estructura ósea humana. Por lo tanto, también tenemos algo en esta formación del cráneo que es diferente en cada ser humano y para lo que nunca podemos encontrar la razón en una sola vida particular. En la formación del cráneo podemos captar lo que se llama reencarnación; pues en las formas del cráneo humano captamos lo que el hombre ha hecho de sí mismo en vidas anteriores. Allí la reencarnación o reincorporación se hace tangible. Sólo hay que saber primero dónde coger las cosas en el mundo.

Así pues, vemos que aquello del carácter humano que crece de una determinada manera hay que buscar su origen hasta en las formaciones más duras, y en el carácter humano vemos ante nosotros un maravilloso enigma. Empezamos describiendo este carácter humano, diciendo cómo el yo lo moldea en las formaciones del alma sensible, el alma racional y el alma  consciente. Después vimos cómo lo que el yo desarrolla en ellas se imprime en el cuerpo exterior, en los gestos, en la fisonomía, incluso en los huesos. Y a medida que transcurre el paso del ser humano desde el nacimiento hasta la muerte y a un nuevo nacimiento, vemos cómo el ser interior actúa sobre el exterior, imprimiendo un carácter en el ser humano en la vida interior del alma, y también en aquello que es imagen y semejanza exterior de este interior, el cuerpo exterior. Por eso comprendemos bien cómo podemos conmovernos profundamente cuando vemos el carácter exterior del cuerpo en Laocoonte disgregarse en sus miembros individuales; en el gesto exterior de esta obra de arte vemos, por así decirlo, la desaparición del carácter que pertenece a la esencia del hombre. Aquí tenemos ante nosotros lo que tan acertadamente nos muestra la elaboración en la materia, y a la inversa a su vez algo que nos muestra cómo nos determinan las disposiciones que hemos traído con nosotros desde tiempos anteriores, cómo de hecho durante toda una vida el moldeado material es decisivo para el espíritu, y cómo el espíritu, al desgranar la vida, puede expresar en una nueva vida ese carácter que adquiere como fruto para la nueva vida. Aquí puede apoderarse de nosotros un estado de ánimo que se asemeja al que sintió Goethe cuando tuvo en su mano la calavera de Schiller y dijo: En las formas de esta calavera veo el espíritu materialmente impreso; impreso característicamente, aquello que me resonaba en los poemas de Schiller, en las palabras de amistad que tantas veces me han resonado; sí, aquí veo cómo el espíritu trabajaba en la materia. Y cuando miro este trozo de materia, me muestra en sus nobles formas cómo vidas anteriores prepararon aquello que brillaba tan poderosamente hacia mí en el espíritu de Schiller.

Esta contemplación nos enseña, pues, a repetir como convicción propia la afirmación que hizo Goethe al contemplar el cráneo de Schiller:
"¿Qué más puede ganar el hombre en la vida 
Que la naturaleza de Dios se le revele, 
Cómo deja que lo sólido se diluya en espíritu, 
¡Cómo mantiene firme lo producido por el espíritu! "

Traducido por J.Luelmo abr,2024

GA058 Berlín, 11 de noviembre de 1909 Ascetismo y enfermedad

 Índice 

CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

ASCETISMO Y ENFERMEDAD

RUDOLF STEINER


VI conferencia

Berlín, 11 de noviembre de 1909

La vida humana oscila entre el trabajo y la ociosidad. La actividad de la vida que ha de ocuparnos en la conferencia de hoy, y que ha de designarse con el nombre de ascetismo, se cuenta como trabajo o como ociosidad, según las condiciones de vida de unos u otros, de una u otra parte. Una consideración objetiva, imparcial, como debe tenerse en el sentido de la ciencia espiritual, sólo es posible si se considera de qué modo lo que se califica de "ascetismo", -si se entiende en el sentido más elevado de la palabra y se destierra de él todo abuso-, interviene en la vida humana favoreciendo o también perjudicando esta vida humana.

Es muy natural que la mayoría de la gente tenga hoy una idea algo falsa de lo que debe significar la palabra ascetismo. En su forma griega original, podía aplicarse tanto a un atleta como a un asceta. Pero en nuestro tiempo la palabra ha adquirido un colorido particular a partir de la forma que tomó esta forma de vida durante la Edad Media; y para mucha gente la palabra tiene el sabor que le dio Schopenhauer en el siglo XIX. Hoy en día, la palabra está adquiriendo de nuevo un cierto color a través de las múltiples influencias de la filosofía y la religión orientales, en particular a través de lo que Occidente suele llamar budismo. Nuestra tarea en esta conferencia es encontrar el verdadero origen del ascetismo en la naturaleza humana; y la Ciencia Espiritual, como se ha caracterizado en conferencias anteriores, está llamada a aportar claridad a esta discusión, tanto más cuanto que su propia perspectiva está conectada con el significado original de la palabra griega, askesis.

La Ciencia Espiritual y la investigación espiritual, tal como se representan aquí desde hace algunos años, adoptan una actitud bastante definida respecto a la naturaleza humana. Parten del postulado de que en ninguna etapa de la evolución de la humanidad es justificable decir que aquí o allá están los límites del conocimiento humano. La forma habitual de plantear la pregunta: "¿Qué puede saber el hombre y qué no puede saber?", para la Ciencia Espiritual está mal orientada. No pregunta lo que el hombre puede saber en determinada etapa de su evolución; o cuáles son los límites del conocimiento en esa etapa; o qué permanece oculto porque en ese momento la cognición humana no puede penetrarlo. Todas estas cuestiones no son de su incumbencia inmediata, pues la Ciencia Espiritual toma su posición sobre el firme terreno de la evolución, en particular de la evolución de las fuerzas anímicas humanas. Dice que el alma humana puede desarrollarse. Así como en la semilla de una planta la futura planta duerme y es despertada por las fuerzas dentro de la semilla y las que trabajan sobre ella desde el exterior, así también las fuerzas y capacidades ocultas están siempre durmiendo en el alma humana. Lo que no podemos saber en una etapa del desarrollo, podemos saberlo más tarde, cuando hayamos avanzado un poco en el desarrollo de nuestras facultades espirituales.

¿Cuáles son las fuerzas que podemos desarrollar en nosotros para una comprensión más profunda del mundo y la consecución de un horizonte cada vez más amplio? Esta es la pregunta que se hace la Ciencia Espiritual. Ella no pregunta dónde están los límites de nuestro conocimiento, sino cómo el hombre puede sobrepasar los límites que existen en un período dado, desarrollando sus capacidades. Ella muestra cómo el hombre puede superar las facultades cognoscitivas que le han sido conferidas por un proceso evolutivo en el que su propia conciencia no ha participado. En un primer momento, estas facultades sólo se refieren al mundo percibido por nuestros sentidos y captado por nuestra razón. Pero por medio de las fuerzas latentes en el alma, el hombre puede penetrar en los mundos que al principio no están abiertos a los sentidos ni pueden ser alcanzados por la razón vinculada a los sentidos. A fin de evitar desde el principio la acusación de vaguedad, describiré brevemente lo que encontrarán detallado en Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores.

Cuando hablamos de traspasar los límites ordinarios del conocimiento, debemos tener cuidado de no dirigir nuestros pasos hacia la oscuridad, sino más bien encontrar el camino desde la tierra firme bajo nuestros pies hacia un mundo nuevo. ¿Cómo hacerlo?

En el ser humano normal de hoy, tenemos una alternancia de las dos condiciones llamadas "vigilia" y "sueño". Sin entrar en detalles, podemos decir que para el conocimiento ordinario la diferencia radica en esto, que mientras el hombre está despierto, sus sentidos y el intelecto ligado a los sentidos están bajo estímulo constante. Este estímulo es el que despierta su cognición externa, y durante las horas de vigilia está entregado al mundo de los sentidos externos. Cuando dormimos estamos alejados de ese mundo. Una simple consideración lógica demuestra que para la Ciencia Espiritual no es irracional sostener que hay algo en la naturaleza humana que, durante el dormir, se separa de lo que solemos llamar cuerpo humano. Sabemos que para la Ciencia Espiritual el cuerpo físico, que puede ser visto con los ojos y tocado con la mano, es sólo una parte del hombre. Tiene una segunda parte, el llamado cuerpo etérico o cuerpo vital. Cuando dormimos, los cuerpos físico y etérico permanecen en el lecho, y separamos de ellos lo que llamamos cuerpo de conciencia o -no nos dejemos confundir por la terminología- cuerpo astral, portador del deseo y del dolor, del placer y de la tristeza, del impulso y de la pasión. Además tenemos un cuarto elemento, que hace del hombre la culminación de la creación terrestre: el yo. Estas dos últimas partes se separan de los cuerpos físico y etérico mientras dormimos. Una simple consideración, como dije, puede enseñarnos que no es irracional que la Ciencia Espiritual declare que lo que tenemos como placer y dolor, o como capacidad de juicio del yo, no puede desvanecerse durante la noche y renacer de nuevo cada mañana, sino que debe seguir existiendo. Piensen, si quieren, en esta retirada del cuerpo astral y del yo como una mera imagen; en todo caso es innegable que el yo y el cuerpo astral se retiran de lo que llamamos cuerpo físico y cuerpo etérico.

Ahora bien, lo peculiar es que estas partes más íntimas del ser humano, el cuerpo astral y el yo, dentro de las cuales vivimos a través de lo que llamamos experiencia del alma, se hunden en una oscuridad indefinida durante el dormir. Pero esto significa simplemente que esta parte más íntima del ser humano necesita el estímulo del mundo exterior para ser consciente de sí misma y del mundo exterior. De ahí que podamos decir que en el momento de dormirse, cuando cesa este estímulo, el hombre no puede desarrollar la conciencia en sí mismo. Pero si, en el curso normal de su existencia, un ser humano fuera capaz de estimular de tal modo las partes internas de su ser, de llenarlas de energía y de vida interior, que tuviera conciencia de ellas incluso cuando no hubiera impresiones de los sentidos y el intelecto ligado a los sentidos estuviera inactivo y libre del estímulo del mundo externo, entonces sería capaz de percibir otras cosas aparte de las que llegan a través del estímulo de los sentidos. Por extraño y paradójico que pueda parecer, es cierto que si un hombre pudiera reproducir una condición que, por un lado, se asemeja al dormir y, por otro, es esencialmente diferente de él, podría alcanzar un conocimiento suprasensible. Su estado se asemejaría al de dormir al no depender de ningún estímulo externo; la diferencia sería que no se hundiría en la inconsciencia, sino que desplegaría una vívida vida interior.

Tal como lo demuestra la experiencia científico-espiritual, el hombre puede llegar a tal condición: una condición de clarividencia, si la palabra no es mal utilizada, como lo es tan a menudo hoy en día. Les daré brevemente un ejemplo de los numerosos ejercicios interiores a través de los cuales se puede alcanzar esta condición.

Si queremos experimentar esta condición con seguridad, debemos partir siempre del mundo exterior. El mundo externo nos da imágenes mentales, y las consideramos verdaderas si comprobamos que se corresponden con los hechos externos. Pero este tipo de verdad no puede elevarnos por encima de la realidad externa. Nuestra tarea, por tanto, es salvar el abismo entre la percepción externa y una percepción que sea independiente de los sentidos y que, sin embargo, pueda darnos la verdad. Una de las primeras etapas hacia esta forma de conocimiento se refiere a los conceptos pictóricos o simbólicos. Tomemos como ejemplo un símbolo útil para el desarrollo espiritual y expongámoslo en forma de conversación entre un maestro y su alumno.

Para que su alumno comprenda este tipo de imagen simbólica, el profesor podría hablar de la siguiente manera: "Piensa en la planta, en cómo se enraíza en la tierra y crece a partir de ella, envía hoja verde tras hoja verde y se desarrolla hasta florecer y fructificar". (No se trata aquí de ideas científicas ordinarias, pues, como veremos, no se discute la diferencia esencial entre el hombre y la planta, sino que se intenta captar una idea pictórica útil). El profesor puede continuar: "Y ahora mira al hombre. Ciertamente, tiene muchas cosas que no tiene la planta. Puede experimentar impulsos, deseos, emociones, toda una gama de conceptos que pueden llevarle por la escala que va desde la sensación ciega y el instinto hasta los ideales morales más elevados. Sólo una fantasía científica podría atribuir una conciencia similar a las plantas y a los hombres; pero en un nivel inferior, una planta tiene ciertas ventajas. Tiene certeza de crecimiento, sin posibilidad de error, mientras que el hombre puede desviarse en cualquier momento de su lugar correcto en el mundo. Podemos ver cómo en toda su estructura está impregnado de instintos, deseos y pasiones que pueden llevarlo al error, al engaño y a la falsedad. Por el contrario, la planta es en sustancia intocada por estas cosas; es un ser puro, casto. Sólo cuando el hombre ha purificado toda su vida de instintos y deseos puede esperar ser tan puro en su nivel superior como la planta lo es en su certeza y seguridad en el nivel inferior."

Después podemos pasar a otra imagen. La planta está impregnada de la materia colorante verde, la clorofila, que tiñe de verde las hojas. El hombre está impregnado del vehículo de sus instintos y emociones, su sangre roja. Es una especie de evolución hacia arriba, y en su curso el hombre ha tenido que aceptar características que no se encuentran en la planta. Debe mantener ante sus ojos el elevado ideal de alcanzar algún día, en su propio nivel, la pureza interior, la certeza y el autocontrol de los que tenemos una imagen en un nivel inferior en la planta. Entonces podemos preguntarnos qué debemos hacer para elevarnos a ese nivel.

El hombre debe convertirse en dueño y señor de los instintos, las pasiones y las ansias que surgen en su interior, sin ser buscadas. Debe crecer más allá de sí mismo, matar en su interior todo lo que normalmente le domina y elevar a un nivel superior todo lo que está dominado por lo inferior. Así es como el hombre se ha desarrollado a partir de la planta, y todo lo que se ha añadido desde la etapa de la planta debe considerarlo como algo a conquistar, a fin de derivar de ello una vida superior. Esa es la dirección correcta del futuro del hombre, indicada por Goethe en la bella estrofa:

Quien no sepa decir
Muere y renuévate a ti mismo
Será un huésped triste
¡En esta tierra lúgubre!

Esto no significa que el hombre deba matar sus instintos y emociones, sino que los limpia y purifica quitándoles el dominio que ejercen sobre él. De modo que, al mirar la planta, puede decir: "Algo en mí es superior a la planta, pero tengo que conquistarlo y destruirlo".

Como imagen de lo que tenemos que vencer en nosotros mismos, tomemos la parte de la planta que ya no es capaz de vivir, la madera seca, y coloquémosla en forma de cruz. La siguiente tarea es limpiar y purificar la sangre roja, el vehículo de nuestros instintos, impulsos y ansias, para que sea una expresión pura y casta de nuestro ser superior, de lo que Schiller quería decir cuando hablaba del "hombre superior en el hombre". La sangre será entonces, por así decirlo, una copia en el hombre de la savia pura que fluye por la planta.

"Ahora" -continuará el maestro- "veamos una flor en la que la savia, subiendo continuamente, etapa por etapa, a través de las hojas, se funde finalmente en el color de la flor, la rosa roja. Imagina la rosa roja como una imagen de tu sangre cuando tu sangre ha sido limpiada y purificada. La savia de la planta pulsa a través de la rosa roja y la deja sin impulsos ni deseos; pero tus impulsos y deseos deben llegar a ser la expresión de tu yo purificado." Así completamos nuestra imagen del madero de la cruz, que simboliza lo que tenemos que superar, colgando de la cruz una guirnalda de rosas rojas. Entonces tenemos una imagen, un símbolo, que no apela sólo al razonamiento seco, sino que, al conmover nuestros sentimientos, nos da una imagen de la vida humana elevada al nivel de un ideal superior.

Alguien puede decir ahora: Su imagen es una invención que no corresponde a nada verdadero. Todo lo que evocáis, la cruz negra y la rosa roja es mera fantasía. Sí, indudablemente, esta imagen, tal como se presenta ante el ojo interior de cualquiera que desee elevarse a los mundos espirituales, es una invención. Eso es lo que tiene que ser. Su finalidad no es representar algo que existe en el mundo exterior. Si esa fuera su función, no la necesitaríamos. Estaríamos satisfechos con las impresiones del mundo exterior que nos llegan directamente a través de nuestras percepciones sensoriales. Pero la imagen que creamos, aunque sus elementos procedan del mundo exterior, se basa en ciertos sentimientos e ideas que pertenecen a nuestro propio ser interior. Lo esencial es que seamos plenamente conscientes de cada paso, de modo que mantengamos un firme control sobre los hilos de nuestros procesos internos; de lo contrario, nos perderíamos en la ilusión.

Quien quiere elevarse a mundos superiores mediante la meditación interior y la contemplación, no vive sólo en imágenes abstractas, sino en un mundo de conceptos y sentimientos que fluyen de esas imágenes que él crea. Las imágenes suscitan una serie de actividades en su alma y, al excluir todo estímulo externo, concentra todas sus fuerzas en la contemplación de las imágenes. No pretenden reflejar circunstancias externas, sino despertar fuerzas que dormitan en su interior. Si es paciente y persevera, pues el progreso es lento, se dará cuenta de que la devoción silenciosa a este tipo de cuadros le proporcionará algo que puede seguir desarrollando. Pronto se dará cuenta de que su vida interior está cambiando: surge una condición que, en algunos aspectos, se asemeja al sueño. Pero mientras que el sueño sumerge la vida consciente del alma, la devoción que he mencionado y la meditación en las imágenes simbólicas hacen que las fuerzas interiores despierten. Muy pronto siente que se está produciendo un cambio en su interior, aunque haya excluido todas las impresiones del mundo exterior. Así, a través de estos símbolos bastante irreales, despierta fuerzas interiores, y pronto se da cuenta de que puede darles un buen uso.

Alguien puede objetar de nuevo diciendo: "Todo eso está muy bien, pero aunque desarrollemos esas fuerzas y penetremos realmente en el mundo espiritual, ¿Cómo podemos estar seguros de que lo que percibimos es la realidad?". Nada puede probar esto excepto la experiencia, del mismo modo que sólo se puede probar que el mundo exterior existe por la experiencia. Los meros conceptos pueden distinguirse muy estrictamente de las percepciones y las dos categorías sólo las confundirá alguien que haya perdido el contacto con la realidad. Especialmente en los círculos filosóficos actuales ha ido ganando terreno un cierto malentendido. Schopenhauer, por ejemplo, en la primera parte de su filosofía parte del supuesto de que el mundo del hombre es un concepto. Ahora bien, ustedes pueden ver la diferencia entre una percepción y un concepto mirando su reloj. Mientras estén en contacto con su reloj, eso es percepción; si se dan la vuelta, mantienen una imagen del reloj en su mente; eso es concepto. En la vida práctica, aprendemos muy pronto a distinguir entre percepción y concepto, de lo contrario nos perderíamos. Si se imaginan un hierro al rojo vivo, por muy caliente que esté no se quemarán, pero si es real y lo tocan pronto se darán cuenta de que una percepción es algo distinto de un concepto.

Ocurre lo mismo con un ejemplo dado por Kant; desde cierto punto de vista está justificado, pero durante el siglo pasado ha sido fuente de muchos errores. Kant intentó trastornar cierto concepto de Dios mostrando que no hay diferencia de contenido entre la idea de cien chelines y cien chelines reales. Sin embargo, es erróneo sostener que no hay diferencia en el contenido, pues entonces es fácil confundir una percepción, que nos da contacto directo con la realidad, con el contenido de un mero concepto. Cualquiera que tenga que pagar una deuda de cien chelines pronto descubrirá la diferencia.

Lo mismo ocurre con el mundo espiritual. Cuando despertamos las fuerzas y facultades que están latentes en nosotros, y cuando a nuestro alrededor hay un mundo que no hemos conocido antes, un mundo que brilla como si saliera de una oscura profundidad espiritual, entonces alguien que entre en este reino sin estar iniciado bien podría decir que todo es ilusión y autosugestión. Pero cualquiera que haya tenido experiencias reales en este nivel será capaz de distinguir la realidad de la fantasía, del mismo modo que en la vida ordinaria podemos distinguir entre una pieza imaginaria de acero caliente y una real.

Así podemos ver que es posible invocar una forma diferente de conciencia. Sólo les he dado un breve ejemplo de cómo los ejercicios interiores pueden trabajar sobre las facultades dormidas del alma. Por supuesto, mientras estamos practicando los ejercicios, no vemos un mundo espiritual; estamos ocupados en despertar las facultades requeridas. En algunas circunstancias, esto puede durar no sólo años, sino toda una vida o vidas. Al final, sin embargo, el resultado de estos ejercicios es que las fuerzas dormidas de la cognición se despiertan y se dirigen hacia un mundo espiritual, del mismo modo que hemos aprendido a adaptar el ojo con la ayuda de poderes espirituales desconocidos para observar el mundo externo. Este trabajo sobre la propia alma, este desarrollo del alma hasta el estado de percibir un mundo en el que aún no vivimos pero al que accedemos a través de lo que nosotros aportamos, este entrenamiento puede llamarse ascetismo en el verdadero sentido de la palabra. Porque en griego la palabra significa trabajar sobre uno mismo, hacerse capaz de realizar algo, transformar las fuerzas dormidas en activas. Este significado original de la palabra puede seguir siéndolo hoy en día si nos negamos a dejarnos llevar por el falso uso del término que se ha hecho común a lo largo de los siglos. Comprenderemos el verdadero significado del ascetismo, tal como se describe aquí, sólo si recordamos que el propósito de este trabajo sobre uno mismo es desarrollar facultades que abran un mundo nuevo.

Ahora, habiendo discutido el ascetismo en relación con el mundo espiritual solamente, será útil ver cómo el término se aplica a ciertas actividades en el mundo externo. Allí puede significar el entrenamiento de ciertas fuerzas y capacidades que no van a ser utilizadas inmediatamente para su propósito final, sino que primero deben ser ejercitadas y preparadas para ello. Un ejemplo cercano ilustrará esto, y también mostrará cómo un uso incorrecto del término puede tener resultados perjudiciales. El término puede aplicarse correctamente a las maniobras militares, lo que se ajusta bastante al uso griego original. El despliegue y la prueba de las fuerzas militares en estas ocasiones, para que en la guerra real puedan estar listas y disponibles en el número adecuado, eso es ejercicio de ascesis. Siempre que las fuerzas no se utilizan para su propósito final, sino que se prueban de antemano para comprobar su eficacia y fiabilidad, tenemos ascetismo. Las maniobras guardan la misma relación con la guerra que el ascetismo con la vida en general.

La vida humana, decía al principio, oscila entre el trabajo y la ociosidad. Pero hay muchas cosas intermedias. Por ejemplo, el juego se encuentra en medio. Siempre que encontramos el juego, es en realidad lo contrario de lo que podríamos llamar ascetismo. En su opuesto se puede ver muy bien cuál es la esencia del ascetismo. El juego es una actividad de fuerzas en el mundo exterior en satisfacción directa. Esta satisfacción misma, aquello con lo que se juega, tampoco es, por así decirlo, el duro suelo, el duro subsuelo del mundo exterior donde empleamos nuestro trabajo. Lo que se juega es, por tanto, un material blando, figurado, que sigue a nuestras fuerzas. El juego es sólo un juego mientras no tropecemos con la resistencia de fuerzas externas, como ocurre en el trabajo. En el juego, pues, se trata de aquello que se relaciona directamente con las fuerzas que se realizan en el proceso, y la satisfacción del propio juego reside en la actividad de estas fuerzas. El juego no nos prepara para nada más; encuentra su satisfacción en sí mismo.

Con el ascetismo ocurre justo lo contrario, si tomamos el término en su sentido propio. En este caso no se obtiene ninguna gratificación de nada del mundo exterior. Siempre que combinamos cosas en el ascetismo, aunque sólo sea la cruz y las rosas rojas, la combinación no es significativa en sí misma, sino sólo en la medida en que llama a nuestras fuerzas interiores a la actividad, una actividad que sólo encontrará aplicación cuando haya madurado plenamente dentro de nosotros mismos. La renuncia se produce porque trabajamos interiormente sobre nosotros mismos sabiendo que al principio no debemos ser estimulados por el mundo exterior. Nuestro objetivo es poner en actividad nuestras fuerzas interiores, para poder aplicarlas más tarde al mundo exterior. El juego y el ascetismo, por consiguiente, son opuestos.

¿Cómo entra el ascetismo, según nuestra acepción de la palabra, en la práctica de la vida humana? Atengámonos a una esfera en la que el ascetismo puede practicarse tanto de forma correcta como incorrecta. Tomemos el caso de alguien que se propone ascender a los mundos espirituales. Si, entonces, un mundo suprasensible llama su atención por un medio u otro, ya sea a través de otra persona o de algún documento histórico, puede decir: Hay afirmaciones y comunicaciones relativas a los mundos suprasensibles, pero actualmente están más allá de mi comprensión; carezco del poder para entenderlas. Luego hay otros que rechazan estas comunicaciones, se niegan a tener nada que ver con ellas. ¿Cuál es el origen de esta actitud? Surge porque una persona de este tipo rechaza el ascetismo en el mejor sentido de la palabra; no puede encontrar en su alma la fuerza para utilizar los medios que he descrito para desarrollar las facultades superiores. Se siente demasiado débil para ello.

He subrayado repetidamente que para comprender los resultados de la investigación clarividente no es necesaria la clarividencia. La clarividencia es, en efecto, necesaria para acceder a los hechos espirituales, pero una vez que los hechos han sido comunicados, cualquiera puede utilizar la razón sin prejuicios para comprenderlos. La razón imparcial y el intelecto sano son los mejores instrumentos para juzgar cualquier cosa comunicada desde los mundos espirituales. Un verdadero científico espiritual siempre dirá que si pudiera tener miedo de algo, lo tendría de las personas que aceptan comunicaciones de este tipo sin probarlas estrictamente por medio de la razón. Nunca teme a los que hacen uso de la inteligencia no nublada, porque eso es lo que hace que todas estas comunicaciones sean comprensibles.

Sin embargo, un hombre puede sentirse demasiado débil para despertar en sí mismo las fuerzas necesarias para comprender lo que se le dice sobre el mundo espiritual. En ese caso, se aparta de todo esto por un instinto de autoconservación que le es propio. Siente que aceptar estas comunicaciones sumiría su mente en la confusión. Y en todos los casos en que las personas rechazan lo que oyen a través de la Ciencia Espiritual, actúa un instinto de autoconservación; saben que son incapaces de hacer los ejercicios necesarios, es decir, de practicar el ascetismo en el verdadero sentido. Una persona impulsada por el instinto de conservación se dirá entonces: Si estas cosas impregnaran mi vida espiritual, la confundirían; no podría sacar nada de ellas y, por tanto, las rechazo. Lo mismo ocurre con una concepción materialista que se niega a ir un paso más allá de las doctrinas de una ciencia que cree firmemente fundamentada en los hechos.  Pero hay otras posibilidades, y aquí llegamos a un lado peligroso del ascetismo. La gente puede tener una especie de avidez por la información sobre el mundo espiritual, mientras que carecen del impulso interior y la conciencia para probar todo por la razón y la lógica. Pueden dejarse llevar por el sensacionalismo en este campo. En ese caso, no les frena el instinto de conservación, sino que les impulsa su contrario, una especie de impulso de autoaniquilación. Si alguien toma algo en su alma sin entenderlo, y sin el deseo de aplicar su razón a ello, se verá abrumado por ello. Esto sucede en todos los casos de fe ciega, o cuando se aceptan comunicaciones de los mundos espirituales simplemente por autoridad. Esta aceptación corresponde a un ascetismo que no deriva de un sano instinto de autoconservación, sino de un impulso morboso de aniquilarse a sí mismo, de ahogarse en un torrente de revelaciones. Esto tiene una importante cara oculta en el alma humana: es una mala forma de ascetismo cuando alguien renuncia a todo esfuerzo y opta por vivir en la fe y en la dependencia de los demás.

Esta actitud ha existido de muchas formas en muchas épocas. Pero no debemos suponer que todo lo que parece fe ciega lo sea. Por ejemplo, se nos dice que en las antiguas Escuelas de Misterios pitagóricas existía una frase familiar: El Maestro lo ha dicho. Pero esto nunca significó: El Maestro ha dicho, ¡por lo tanto lo creemos! Para sus alumnos significaba algo así El Maestro ha dicho; por lo tanto exige que reflexionemos sobre ello y veamos hasta dónde podemos llegar con ello si ponemos todas nuestras fuerzas a trabajar sobre ello. Creer" no tiene por qué implicar siempre una creencia ciega surgida del deseo de auto aniquilación. No tiene por qué ser una creencia ciega que uno acepte las comunicaciones que surgen de la investigación espiritual porque confía en el investigador. Es posible que hayan aprendido que sus afirmaciones tienen una forma estrictamente lógica, y que en otros ámbitos, donde sus afirmaciones pueden ser comprobadas, es lógico y no dice tonterías. Sobre esta base verificable, el alumno puede tener la creencia fundada de que el orador, cuando habla de cosas que el alumno aún no conoce, tiene una base igualmente segura para sus afirmaciones. De ahí que el alumno pueda decir: ¡Trabajaré! Tengo confianza en lo que se me ha dicho, y esto puede ser una estrella guía para mis esfuerzos por elevarme al nivel de las facultades que se harán inteligibles por sí mismas, cuando me haya abierto camino hasta ellas.

Si falta esta sana base de confianza y una persona se deja agitar por comunicaciones de los mundos invisibles sin comprenderlas, derivará hacia una condición muy miserable que no es compatible con el ascetismo. Cuando una persona acepta algo con fe ciega sin decidirse a trabajar para comprenderlo, y si por lo tanto acepta la voluntad de otra persona en lugar de la suya propia, perderá gradualmente esas fuerzas anímicas sanas que proporcionan a la vida interior un centro seguro y nos dotan de un verdadero sentimiento de lo que es correcto. La mentira y la propensión al error acosarán a la persona que no esté dispuesta a probar interiormente, con su razón, lo que se le dice; tenderá a ahogarse y a perderse en ello. Quien no se deja guiar por un sano sentido de la verdad, pronto descubrirá cuán propenso es a la mentira y al engaño, incluso en el mundo exterior. Cuando nos acercamos al mundo espiritual tenemos que reflexionar muy seriamente sobre el hecho de que a través de esta rendición de nuestro juicio podemos caer muy fácilmente en una vida que ya no tiene ningún sentimiento real por la verdad y la realidad. Si practicamos seriamente los ejercicios y deseamos entrenar nuestros poderes interiores, nunca debemos renunciar a traer ante nuestras almas el tipo de conocimiento que he estado describiendo.

Ahora podemos penetrar más en lo que puede llamarse el entrenamiento ascético del alma en un sentido más profundo. Hasta ahora sólo hemos considerado a las personas que no son capaces de desarrollar estas fuerzas interiores de una manera sana. En un caso, un sano instinto de conservación hizo que una persona se negara a desarrollar estas fuerzas porque no quería desarrollarlas; en el otro caso, una persona no se negó absolutamente a desarrollarlas, pero se negó a poner en juego su juicio y su inteligencia. En todos estos casos, el impulso es siempre permanecer en el viejo nivel, en el viejo punto de vista. Pero supongamos un caso en el que una persona realmente trata de desarrollar estas facultades internas, y hace uso de formas de entrenamiento como las que hemos descrito. También en este caso puede haber un doble resultado. Puede ser el resultado al que siempre aspiramos, cuando la Ciencia Espiritual es tomada seria y dignamente. La persona será entonces guiada a desarrollar sus fuerzas internas sólo en la medida en que sea capaz de utilizarlas de manera correcta y ordenada. Aquí se trata, pues, de cómo el hombre debe trabajar sobre sí mismo, -como se describe más detalladamente en mi libro ¿Cómo se logra el conocimiento de los mundos superiores?-, para despertar las facultades que le abrirán el mundo espiritual a su visión interior. Pero al mismo tiempo debe ser competente para disciplinar sus facultades y establecer el justo equilibrio entre su trabajo sobre sí mismo y su trato con el mundo exterior. Esta necesidad ha sido demostrada por investigadores espirituales a lo largo de los siglos.

Si una persona no aplica debidamente sus fuerzas interiores a su trato con el mundo exterior y se deja llevar por un impulso casi incontrolable de desarrollar cada vez más sus facultades anímicas para producir todo el movimiento posible en su alma, de modo que pueda abrir así sus ojos y oídos espirituales; y si es demasiado indolente para absorber lentamente y de la manera correcta los hechos disponibles de la Ciencia Espiritual y trabajar en ellos con su razón, entonces su ascetismo puede causarle un gran daño. Una persona puede desarrollar toda clase de facultades y poderes y, sin embargo, no saber qué hacer con ellos o cómo aplicarlos al mundo exterior. Este es, de hecho, el resultado de muchas formas de entrenamiento y se aplica a aquellos que no persiguen enérgicamente los métodos que hemos descrito, mediante los cuales el estudiante se fortalece continuamente.

Hay otros métodos con un objetivo diferente: pueden ser más cómodos, pero pueden causar daño fácilmente. Estos métodos pretenden eliminar los obstáculos que la naturaleza corporal impone al alma, con el fin de potenciar la vida interior. De hecho, éste era el único objetivo de los ascetas medievales, y en parte pervive hoy en día. En lugar del verdadero ascetismo, que se propone dar al alma un contenido cada vez más rico, el falso ascetismo deja el alma tal como es y se propone debilitar el cuerpo y reducir la actividad de sus fuerzas. En efecto, hay maneras de amortiguar estas fuerzas, de modo que el funcionamiento del cuerpo se debilite progresivamente, y el resultado puede ser entonces que el alma, aun permaneciendo débil, se imponga sobre el cuerpo debilitado. Un ascetismo correcto deja el cuerpo tal como es y permite que el alma lo domine; el otro ascetismo deja el alma tal como es, mientras que se utilizan todo tipo de procedimientos, ayunos, mortificaciones, etc., para debilitar el cuerpo. El alma es entonces relativamente más fuerte y puede alcanzar una especie de conciencia, aunque sus propios poderes no hayan aumentado. Ésa es la manera de proceder de muchos ascetas de la Edad Media: matan el vigor del cuerpo, disminuyen sus actividades, dejan el alma como está y luego viven a la espera de que el contenido del mundo espiritual les sea revelado sin ninguna contribución por su parte.

Ese es el método más fácil, pero no es un método verdaderamente fortalecedor. El verdadero método requiere que la persona limpie y purifique su pensar, sentir y voluntad, para que estas facultades se fortalezcan y puedan prevalecer sobre el cuerpo. El otro método baja el tono del cuerpo, y entonces se supone que el alma debe esperar, sin haber adquirido nuevas capacidades, hasta que el mundo divino fluya en ella.

Encontrarán ustedes abundantes referencias a este método bajo el epígrafe de "ascetismo" en la Edad Media. Este método conduce al distanciamiento del mundo y está destinado a hacerlo. Porque en la etapa actual de la evolución humana existe una cierta relación entre nuestras capacidades de percepción y el mundo exterior, y si hemos de elevarnos por encima de esta etapa sólo podremos hacerlo aumentando nuestras capacidades y utilizándolas para comprender el mundo exterior en su significado más profundo. Pero si debilitamos nuestras fuerzas normales, nos hacemos incapaces de mantener una relación normal con el mundo exterior; y especialmente si atenuamos nuestro pensar, sentir y voluntad y entregamos nuestras almas a la expectación pasiva, entonces fluirá en nuestras almas algo que no tiene conexión con nuestro mundo actual, nos hace extraños allí y es inútil para trabajar en el mundo. Mientras que el verdadero ascetismo nos hace cada vez más capaces en nuestro trato con el mundo, pues vemos cada vez más profundamente en él, el otro ascetismo, asociado a la supresión de las funciones corporales, saca a la persona del mundo, tiende a convertirla en un ermitaño, en un mero habitante de él. En ese aislamiento puede ver todo tipo de cosas psíquicas y espirituales, -no hay que negarlo-, pero una ascesis de ese tipo no sirve para nada en el mundo. El verdadero ascetismo es trabajo, entrenamiento para el mundo, no un repliegue de uno mismo en la lejanía del mundo.

Esto no implica que tengamos que ir al extremo opuesto; puede haber acomodación por ambas partes. Aunque en general es cierto que para nuestro período en la evolución humana existe una cierta relación normal entre el mundo exterior y las fuerzas del alma, sin embargo cada período tiende a llevar lo normal a los extremos por así decirlo, y si queremos desarrollar facultades superiores no necesitamos prestar atención a la oposición que proviene de tendencias anormales. Y como la oposición la encontramos en nosotros mismos, en determinadas circunstancias podemos ir bastante más lejos de lo que sería necesario si los tiempos no fueran también culpables.

Digo esto porque tal vez hayan oído que muchos seguidores de la Ciencia Espiritual hacen gran hincapié en una determinada dieta. Esto no implica en absoluto que tal modo de vida pueda hacer algo por el logro o incluso la comprensión de mundos superiores y relaciones superiores. No puede ser más que una ayuda externa, y sólo debe verse en relación con el hecho de que cualquiera que desee obtener la comprensión de los mundos superiores puede encontrar un cierto obstáculo en las costumbres y convenciones con las que tiene que vivir en la actualidad. Debido a que estas convenciones nos han hundido demasiado en el mundo material, debemos ir más allá de lo normal para facilitar los ejercicios. Pero sería muy erróneo considerar esto como una forma de ascetismo que puede ser un medio para conducirnos a mundos superiores. El vegetarianismo nunca conducirá a nadie a mundos superiores; no puede ser más que un apoyo para alguien que piensa para sí mismo: Deseo abrir para mí ciertas vías de comprensión de los mundos espirituales; me lo impide la pesadez de mi cuerpo, que impide que los ejercicios tengan un efecto inmediato. Por lo tanto, facilitaré las cosas aligerando mi cuerpo. El vegetarianismo es una forma de producir este resultado, pero nunca debe presentarse como un dogma; es sólo un medio que puede ayudar a algunas personas a obtener la comprensión de los mundos espirituales. Nadie debe suponer que un modo de vida vegetariano le permitirá desarrollar poderes espirituales. Porque deja el alma como está y sólo sirve para debilitar el cuerpo. Pero si el alma se fortalece, podrá, a través de los efectos del vegetarianismo, fortalecer el cuerpo debilitado desde el centro de sus propias fuerzas. Cualquiera que se desarrolle espiritualmente con la ayuda del vegetarianismo será más fuerte, más eficiente y más resistente en la vida diaria; no será simplemente rival para cualquier carnívoro, sino que será superior en capacidad de trabajo. Esto es todo lo contrario de lo que creen muchas personas cuando dicen de los vegetarianos dentro de un movimiento espiritual: ¡Qué triste para esta pobre gente que nunca puede disfrutar de un poco de carne!

Mientras una persona tenga este sentimiento sobre el vegetarianismo, no le aportará el más mínimo beneficio. Mientras persista el deseo de comer carne, el vegetarianismo es inútil. Sólo es útil cuando resulta de una actitud que ilustraré con una pequeña historia.

No hace mucho, le preguntaron a alguien: "¿Por qué no comes carne?". Él respondió con una contrapregunta: "¿Por qué no comes perros o gatos?". "Simplemente no se puede", fue la respuesta. "¿Por qué no puedes?" "Porque me parecería repugnante". "Bueno, eso es justo lo que pienso de toda la carne".

Esa es la cuestión. Cuando el placer de comer carne haya desaparecido, entonces abstenerse de ella puede ser de alguna utilidad en relación con los mundos espirituales.

Hasta entonces, romper el hábito de comer carne puede ser útil sólo para deshacerse del deseo por la carne. Si el deseo persiste, puede ser mejor empezar a comer carne de nuevo, porque seguir atormentándose por ello no es ciertamente el camino correcto para alcanzar una comprensión de la Ciencia Espiritual.

De todo esto se desprende la diferencia entre el ascetismo verdadero y el falso. El falso ascetismo suele atraer a personas cuyo único deseo es desarrollar las fuerzas y facultades interiores del alma; les es indiferente adquirir un conocimiento real del mundo exterior. Su objetivo es simplemente desarrollar sus facultades interiores y luego esperar a ver qué resulta de ello. La mejor manera de hacerlo es mortificar el cuerpo en la medida de lo posible, ya que esto lo debilita, y entonces el alma, aunque permanezca débil, puede ver algún tipo de mundo espiritual, aunque sea incapaz de comprender el mundo espiritual real. Sin embargo, éste es un camino de engaño, ya que directamente una persona cierra sus medios de retorno al mundo físico, no encuentra ningún mundo espiritual verdadero, sino sólo imágenes engañosas de su propio yo. Y esto es lo que encontrará mientras deje su alma tal como es. Debido a que su yo se mantiene en su punto de vista acostumbrado, no se eleva a poderes superiores, y levanta una barrera entre él y el mundo suprimiendo las funciones que lo relacionan con el mundo. No es sólo que este tipo de ascetismo le aleje del mundo; ve imágenes que pueden engañarle en cuanto al estado que ha alcanzado su alma, y en lugar de un verdadero mundo espiritual ve una imagen nublada por su propio yo.

Hay otra consecuencia que nos lleva al terreno de la moralidad. Quien cree que la humildad y la entrega al mundo espiritual le llevarán por el buen camino de la vida, no se da cuenta de que se está implicando muy fuertemente en sí mismo y convirtiéndose en un egoísta en el peor sentido, pues significa que está contento consigo mismo tal como es y no desea progresar más. Este egoísmo, que puede degenerar en ambición y vanidad desenfrenadas, es tanto más peligroso cuanto que su víctima no puede verlo por sí misma. Generalmente se ve a sí mismo como un hombre que se hunde en la más profunda humildad a los pies de su Dios, cuando en realidad está siendo engañado por el demonio de la megalomanía. Una auténtica humildad le diría algo que se niega a reconocer, pues le llevaría a decirse a sí mismo: Los poderes del mundo espiritual no se encuentran en la etapa en la que estoy ahora: Debo subir hasta ellos; no debo contentarme con los poderes que ya tengo.

Así vemos los resultados del falso ascetismo que se basa principalmente en acabar con las cosas externas en lugar de fortalecer la vida interior: conduce al engaño, al error, a la vanidad y al egoísmo. En nuestra época, especialmente, sería un gran mal si se siguiera este camino como medio para entrar en el mundo espiritual. Sólo sirve para encerrar al hombre en sí mismo. Hoy en día, el único ascetismo verdadero debe buscarse en la Ciencia Espiritual moderna, fundada sobre el firme suelo de la realidad. A través de ella, la persona puede desarrollar sus propias facultades y fuerzas y así elevarse a la comprensión de un mundo espiritual que es en sí mismo un mundo real, no uno que el hombre hace girar en torno a sí mismo.

Este falso ascetismo tiene otra cara oculta. Si observamos los reinos de la naturaleza que nos rodea, desde las plantas hasta el hombre, pasando por los animales, veremos que las funciones vitales cambian de carácter por etapas. Por ejemplo, las enfermedades de las plantas provienen únicamente de alguna causa externa, de condiciones anormales de viento y clima, luz y sol. Estas circunstancias externas pueden producir enfermedades en las plantas. Si pasamos a considerar a los animales, encontramos que ellos también, si se les deja solos, son muy superiores a los seres humanos en su fondo de salud natural. Un ser humano puede enfermar no sólo por la vida que lleva o por circunstancias externas, sino también como resultado de su vida interior. Si su alma no está bien adaptada a su cuerpo, si la herencia espiritual que trae de encarnaciones anteriores no puede adaptarse completamente a su constitución corporal, estas causas internas pueden provocar enfermedades que muy a menudo se diagnostican erróneamente. Pueden ser síntomas de un desajuste entre el alma y el cuerpo.

A menudo encontramos que las personas con estos síntomas se inclinan a elevarse a mundos superiores matando su naturaleza corporal. Esto se debe a que la propia enfermedad les induce a separar sus almas de los cuerpos que el alma no ha impregnado completamente. En tales personas el cuerpo se endurece de las maneras más variadas y se encierra en sí mismo; y puesto que no han fortalecido el alma, sino que han utilizado su debilidad para escapar de la influencia de la naturaleza corporal, y así han alejado del cuerpo las fuerzas fortalecedoras del alma que dan salud, el cuerpo se hace susceptible a toda clase de dolencias. Mientras que el verdadero ascetismo fortalece el alma, que a su vez actúa sobre el cuerpo y lo hace resistente a las enfermedades procedentes del exterior, el falso ascetismo hace a la persona vulnerable a cualquier enfermedad de ese tipo.

Esa es la peligrosa conexión entre el falso ascetismo y las enfermedades de nuestro tiempo. Y esto es lo que da lugar en amplios círculos, donde tales cosas se malinterpretan fácilmente, a múltiples errores en cuanto a la influencia que una perspectiva científico-espiritual puede tener sobre quienes la adoptan. Porque las personas que pretenden llegar a ver el mundo espiritual por medio de un falso ascetismo son un espectáculo temible para los espectadores. Su falso ascetismo abre un amplio campo de acción a las influencias nocivas del mundo exterior. Pues estas personas, lejos de estar fortalecidas para resistir los errores de nuestro tiempo, están bien y verdaderamente expuestas a ellos.

Ejemplos de esto pueden verse en muchas tendencias teosóficas actuales. El mero hecho de llamarse "teósofo" no garantiza automáticamente la capacidad de actuar como impulso espiritual contra las corrientes adversas de la época actual. Cuando el materialismo prevalece en el mundo, está hasta cierto punto en sintonía con los conceptos que se forman al observar el mundo de los sentidos. De ahí que podamos decir que el materialismo que se aplica al mundo exterior y no sabe nada de un mundo espiritual está en cierto sentido justificado. Pero en el caso de una perspectiva que se propone impartir algo sobre el mundo espiritual y toma en sí misma una caricatura de los prejuicios materialistas de nuestros días porque no está fundada en un fortalecimiento real de las fuerzas espirituales, el resultado es mucho peor. Un punto de vista teosófico impregnado de los errores contemporáneos puede, en algunas circunstancias, ser mucho más perjudicial que un punto de vista materialista; y debe observarse que los conceptos completamente materialistas se han difundido ampliamente en los círculos teosóficos. Así que oímos hablar de lo espiritual no como Espíritu, sino como si el espíritu fuera sólo una forma infinitamente refinada de materia nebulosa. Al hablar del cuerpo etérico, estas personas sólo se imaginan el físico refinado más allá de cierto punto, y entonces hablan de "vibraciones" etéricas. En el plano astral las vibraciones son aún más finas; en el plano mental son aún más finas, y así sucesivamente. "¡Vibraciones" por todas partes! Cualquiera que se base en estos conceptos nunca alcanzará el mundo espiritual; permanecerá incrustado en el mundo físico al que estos conceptos deberían estar confinados.

De este modo, se puede arrojar una bruma materialista sobre las ocasiones más ordinarias de la vida cotidiana. Por ejemplo, si estamos en una reunión social que tiene una atmósfera agradable, con gente en armonía, y alguien lo comenta en esos términos, puede que sea una manera monótona de decirlo; pero es una manera verdadera y conduce a una mejor comprensión que si en una reunión de teósofos uno de ellos dice lo buenas que son las vibraciones. Para decir eso, hay que ser un materialista teosófico con ideas burdas. Y para cualquiera que sienta esas cosas, todo el ambiente desafina cuando se dice que esas vibraciones bailan por ahí. En estos casos se puede ver cómo la introducción de ideas materialistas en una perspectiva espiritual produce una impresión horrorosa en los forasteros, que entonces pueden decir: Esta gente habla de un mundo espiritual, pero en realidad no son diferentes de nosotros. Con nosotros bailan las ondas luminosas, con ellos bailan las ondas espirituales. Todo es el mismo materialismo.

Es necesario ver todo esto en su verdadera luz. Entonces no nos haremos una idea equivocada de lo que el movimiento científico-espiritual tiene que ofrecer en nuestro tiempo. Veremos que el ascetismo, al fortalecer el alma, puede por sí mismo conducir al mundo espiritual y traer así nuevas fuerzas a nuestra existencia material. Se trata de fuerzas que contribuyen a la salud, no a la enfermedad; llevan fuerzas vitales sanas a nuestro organismo corporal. Por supuesto, no es fácil determinar hasta qué punto una determinada perspectiva trae consigo fuerzas sanas o malsanas, ya que estas últimas son muy evidentes, por regla general, mientras que las fuerzas sanas suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, un observador atento verá cómo las personas que permanecen en la corriente de la verdadera Ciencia Espiritual son fertilizadas por ella y extraen de ella fuerzas saludables que actúan hasta en lo físico. Verá también que los signos de enfermedad aparecen sólo si algo ajeno a la corriente espiritual se introduce en ella. Entonces el resultado puede ser peor que cuando la influencia extraña sigue su curso en el mundo exterior, donde la gente está protegida por convenciones para no llevar ciertos errores al extremo.

Si vemos las cosas desde esta perspectiva, entenderemos el verdadero ascetismo como un entrenamiento preparatorio para una vida superior, una forma de desarrollar nuestras fuerzas interiores; y entonces estaremos tomando la vieja y buena palabra griega en su sentido correcto. Porque practicar el ascetismo significa entrenarse a uno mismo, hacerse fuerte, incluso "adornarse" (sich schmucken), para que el mundo pueda ver lo que significa ser humano. Pero si el ascetismo te lleva a dejar el alma tal como es y a debilitar el organismo corporal, el efecto es que el alma queda escindida del cuerpo; el cuerpo queda entonces expuesto a todo tipo de influencias nocivas y el ascetismo es en realidad la fuente de todo tipo de dolencias.

Los lados buenos y malos del egoísmo surgirán cuando lleguemos a considerar su naturaleza. Hoy he mostrado cómo el verdadero ascetismo nunca puede ser un fin en sí mismo, sino sólo un medio para alcanzar una meta humana más elevada, la experiencia consciente de mundos superiores. Quien desee practicar este ascetismo debe, por tanto, mantener los pies firmemente plantados en tierra firme. No debe ser un extraño en el mundo en el que vive, sino que debe estar siempre ampliando su conocimiento del mundo. Todo lo que pueda traer de los mundos superiores debe medirse y valorarse siempre en relación con su trabajo en el mundo; de lo contrario, podrían tener razón quienes dicen que el ascetismo no es trabajo, sino ociosidad. Y la ociosidad puede fácilmente dar lugar a un falso ascetismo, sobre todo en nuestro tiempo. Cualquiera, sin embargo, que mantenga un pie firme en la tierra, considerará el ascetismo como su ideal más elevado en relación con un tema tan serio como nuestras facultades humanas. En efecto, nuestras ideas pueden elevarse si tenemos ante nosotros una imagen ideal de cómo deben obrar nuestras facultades en el mundo.

Veamos por un momento la apertura del Antiguo Testamento: "Y dijo Dios: Sea la luz". Luego oímos cómo Dios hizo que el mundo sensorial físico surgiera día a día del espiritual, y cómo al final de cada día Dios miró a su creación y "vio que era buena".

Del mismo modo, debemos mantener nuestro pensamiento sano, nuestro carácter fiable, nuestros sentimientos infalibles sobre el firme terreno de la realidad, para poder elevarnos a mundos superiores y descubrir allí los hechos que dan origen a todo el mundo físico. Entonces, cuando como buscadores llegamos a conocer el espíritu, y cuando aplicamos al mundo que nos rodea las fuerzas que hemos desarrollado y vemos lo bien adaptadas que están a él, podemos ver que esto es bueno. Si probamos las fuerzas que hemos adquirido a través del verdadero ascetismo poniéndolas a trabajar en el mundo, entonces tenemos derecho a decir: Sí, son buenas.

Traducido por J.Luelmo abr.2019

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919