GA059 Berlín, 20 de enero de 1910 La Ciencia Espiritual y el lenguaje

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

LA CIENCIA ESPIRITUAL Y EL LENGUAJE

RUDOLF STEINER


X conferencia

Berlín, 20 de enero de 1910

Desde el punto de vista de la ciencia espiritual, es interesante observar, en el sentido en que aquí se emplea la palabra, las diversas formas de expresarse que tiene el ser humano. En efecto, al abordar la vida humana desde distintos ángulos, por así decirlo, y al observar sus diferentes aspectos, como hemos hecho en estas conferencias, se puede obtener una visión global de la misma. Hoy nos ocuparemos de la expresión universal del espíritu humano que se manifiesta en el lenguaje, y la próxima vez, bajo el título "La risa y el llanto", nos ocuparemos de una variante, por así decirlo, de la expresión humana que está relacionada con el lenguaje, pero que de todos modos es fundamentalmente diferente de él.

Cuando hablamos del lenguaje humano, sentimos suficientemente que toda la significación, la dignidad y la totalidad del ser humano están conectadas con eso que llamamos lenguaje. Nuestra existencia más íntima, todos nuestros pensamientos, sentimientos e impulsos de la voluntad fluyen hacia nuestros semejantes y nos unen a ellos a través del lenguaje. Así sentimos la posibilidad de expandir nuestro ser infinitamente, la capacidad de hacer que nuestro ser se extienda a nuestro entorno a través del lenguaje. Por otra parte, cualquiera que pueda adentrarse en la vida interior de personalidades significativas podrá sentir particularmente que el lenguaje también puede convertirse en un tirano, en una fuerza que ejerce poder sobre nuestra vida interior. Podemos sentir que nuestros sentimientos y pensamientos, esas cosas de naturaleza especial e íntima que pasan por nuestra alma, sólo pueden expresarse pobre e inadecuadamente en la palabra, en el lenguaje. Y también podemos sentir que incluso el lenguaje en el que nos encontramos nos obliga a adoptar determinados modos de pensar. Todo el mundo debe ser consciente de hasta qué punto el ser humano depende del lenguaje en lo que respecta a su pensar. En general, nuestros conceptos están ligados a las palabras, y en un estado imperfecto de desarrollo, el ser humano confunde fácilmente la palabra o lo que la palabra le inculca con el concepto. Aquí radica la causa de la incapacidad de algunas personas para construirse un marco conceptual que vaya más allá de lo que contienen las palabras de uso común en su entorno. Y somos conscientes de cómo el carácter de todo un pueblo que habla una lengua común depende en cierto modo de esa lengua. Quien observa más de cerca el carácter nacional, el carácter de las lenguas en su contexto, debe darse cuenta de que la forma en que el ser humano es capaz de transformar el contenido de su alma en sonidos repercute a su vez en los puntos fuertes y débiles de su carácter, en la forma en que se expresa su temperamento, incluso en su concepción de la existencia en su conjunto. La configuración de una lengua puede decir mucho sobre el carácter de un pueblo. Y puesto que una lengua es común a un pueblo, el individuo depende de un elemento común, de un promedio, por así decirlo, que predomina en ese pueblo. Por tanto, está sometido a una cierta tiranía, a la regla de lo común. Pero si uno se da cuenta de que el lenguaje contiene, por un lado, nuestra vida espiritual individual y, por otro, la vida espiritual de la comunidad, entonces llega a ver lo que podría llamarse el "secreto del lenguaje" como algo de especial importancia. Se puede aprender mucho sobre la vida anímica del ser humano si se observa cómo se expresa en el lenguaje.

El secreto del lenguaje, su origen y desarrollo en diferentes épocas, siempre ha sido objeto de investigación por parte de ciertas disciplinas científicas especializadas. Pero no puede decirse que estas disciplinas hayan tenido especial éxito en nuestro siglo a la hora de desvelar el secreto del lenguaje. Por eso, hoy trataremos de iluminar a grandes rasgos, por así decirlo, el lenguaje, su desarrollo y su conexión con el ser humano desde un punto de vista científico-espiritual, tal como lo hemos venido aplicando al hombre y a su evolución.

Eso es lo que parece tan misterioso al principio cuando usamos una palabra para describir una cosa, un proceso. ¿Cómo se relaciona esa peculiar composición de sonidos que forma la palabra o la frase con lo que proviene de nosotros y representa la cosa como palabra? Desde el punto de vista de la ciencia externa, se ha intentado combinar las más diversas experiencias en las más diversas combinaciones. Pero también se ha sentido lo insatisfactorio de tal enfoque. La pregunta es tan sencilla y, sin embargo, tan difícil de responder: ¿Cómo llegó el hombre, al enfrentarse a algo en el mundo exterior, a producir desde sí mismo tal o cual sonido particular, como si fuera un reflejo de tal o cual objeto o proceso? 

Desde cierto punto de vista, se pensaba que el asunto era bastante sencillo. Por ejemplo, se pensaba que la formación del lenguaje se basaba en imitar, mediante la capacidad interna de nuestros órganos del habla, lo que oímos externamente como sonido, como el sonido de ciertos animales, o cuando algo golpea contra algo, igual que un niño, cuando oye a un perro ladrar "¡guau-guau!" e imita este sonido, llama al perro "guau-guau". Esta formación de palabras podría denominarse onomatopéyica, una imitación del sonido. Tal imitación debería subyacer al sonido original y a la formación de la palabra, -o así se ha afirmado desde ciertos puntos de vista. Por supuesto, la pregunta queda completamente sin respuesta: ¿Cómo llega entonces el hombre a nombrar aquellas otras entidades o seres mudos que no emiten sonido alguno? ¿Cómo hace para pasar de la expresión sonora de un animal o de un proceso que se puede oír a otra que no se puede oír?  El gran lingüista Max Müller ridiculizó esta teoría porque reconocía el carácter insatisfactorio de tal especulación y la denominó "teoría del guau-guau".  Para ello propuso otra teoría, que los adversarios a su vez han calificado ahora de "mística", -y aquí el término mística se emplea en un sentido en el que no debe emplearse-. Max Müller cree que cada cosa en sí misma tiene algo que es como el sonido. Todo tiene un sonido en cierto modo, no sólo un vaso que se deja caer, no sólo la campana que se golpea, sino cada cosa. Y la capacidad del hombre de establecer una relación entre su alma y este sonido, que es, por así decirlo, el ser interior de la cosa, evoca en el alma la posibilidad de expresar este ser interior sonoro de la cosa, del mismo modo que se puede expresar el interior de la campana, por ejemplo, si se la oye sonar "Bim-bam". Y los adversarios de Max Müller le devolvieron la burla llamando a su teoría la "teoría del Bim-bam". Si continuáramos enumerando más compilaciones hechas con gran diligencia, veríamos que siempre quedaría algo insatisfactorio si quisiéramos caracterizar externamente de esta manera aquello que el hombre deja resonar como un eco de su alma hacia la esencia de las cosas. Allí hay que penetrar más profundamente en el ser interior del hombre. 

Para la ciencia espiritual, el hombre es básicamente un ser muy complejo. Tal como está ante nosotros, primero tiene su cuerpo físico, que contiene las mismas leyes y sustancialidades que también encontramos en el mundo mineral. Después, para la ciencia espiritual, el hombre tiene el cuerpo etérico o cuerpo vital como una segunda parte más elevada de su ser. Luego ese miembro que llamamos el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, del instinto, del deseo y de la pasión, el cuerpo astral, que para la ciencia espiritual es un miembro igualmente real, es más, más real de la naturaleza humana que lo que se puede ver con los ojos y asir con las manos. Y hemos llamado al cuarto miembro de la entidad humana el portador del yo. Además hemos visto que el desarrollo del hombre en la etapa actual consiste en que desde su yo trabaja en la transformación de los otros tres miembros de su ser. También hemos indicado que en un futuro lejano el yo humano habrá remodelado estos tres miembros de tal manera que no quedará nada de lo que la naturaleza o los poderes espirituales de la naturaleza han hecho de estos tres miembros humanos.  

El cuerpo astral, portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de todas las ideas, sensaciones y percepciones que suben y bajan, surgió inicialmente sin nuestra intervención, es decir, sin el trabajo de nuestro yo. Pero ahora el yo trabaja sobre él, y trabaja de tal manera que purifica y limpia y trae bajo su dominio todas las cualidades y actividades del cuerpo astral. Cuando el Yo sólo ha trabajado un poco sobre el cuerpo astral, el hombre es esclavo de sus instintos y deseos; pero cuando purifica los instintos y deseos en virtudes, cuando ha organizado lo que es pensamiento engañoso por el hilo de la lógica, entonces una parte del cuerpo astral se ha transformado, se ha convertido en un producto del Yo partiendo de un producto sobre el cual el Yo aún no había trabajado. Cuando el yo realiza conscientemente este trabajo, que hoy está sólo al comienzo del desarrollo humano, llamamos yo espiritual a esta parte del cuerpo astral que ha sido conscientemente transformada por el yo, o para usar una expresión de la filosofía oriental, manas. Cuando el yo actúa de un modo diferente, más intenso, no sólo en el cuerpo astral sino también en el cuerpo etérico, llamamos a la parte del cuerpo etérico que ha sido transformada por el yo, el espíritu vital o, para usar una expresión de la filosofía oriental, el buddhi. Y cuando el yo se ha hecho finalmente tan fuerte, lo que sin embargo corresponde sólo a un futuro lejano, que hasta llega a transformar el cuerpo físico y regula sus leyes, de modo que el yo está presente en todas partes y es el gobernante de lo que vive en el cuerpo físico, entonces llamamos a esta parte del cuerpo físico que ha quedado así bajo el gobierno del yo, el hombre espíritu, o también, porque este trabajo comienza con una regulación del proceso respiratorio, con una palabra de la filosofía oriental Atman, que está conectada con la respiración

Así, vemos al ser humano inicialmente como un ser de cuatro miembros, formado por un cuerpo físico, un cuerpo etérico, un cuerpo astral y un yo. Y de forma similar a los tres miembros de nuestro ser que derivan del pasado, podemos hablar de tres miembros del ser humano que se desarrollan en el futuro, creados por obra de nuestro yo. Por lo tanto, podemos hablar del ser humano de siete miembros, añadiendo al cuerpo físico, al cuerpo etérico, al cuerpo astral y al yo, el yo espiritual, el cuerpo vital y el hombre espíritu. Pero cuando consideramos estos tres últimos miembros como algo lejano, perteneciente a la evolución futura de la humanidad, hay que añadir que el ser humano está preparado para tal desarrollo en cierto modo ya en el presente. Conscientemente, el ser humano trabajará con su yo sobre los cuerpos físico, etérico y astral sólo en un futuro muy lejano; pero en el subconsciente, es decir, sin plena conciencia, el yo ya está transformando estos tres miembros de su ser sobre la base de una actividad todavía apagada. Ahora nos preguntamos: ¿No son los tres miembros, -el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral-, entidades complejas? ¡Oh, qué maravillosa estructura la de este cuerpo físico humano! Y si lo examináramos más de cerca, encontraríamos que este cuerpo físico es mucho más complejo que sólo esa parte que el yo ha elaborado en el alma consciente y que podemos llamar el portador físico del alma consciente. De la misma manera, el cuerpo etérico es mucho más complejo que lo que podríamos llamar el portador del alma racional. Y el cuerpo astral también es más complejo que lo que podemos llamar el portador del alma sensible. Estas partes son casi pobres comparadas con lo que ya existía antes de que el ser humano tuviera un yo. En la ciencia espiritual hablamos, por tanto, de que el hombre se ha desarrollado de tal manera que en un pasado lejano la primera estructura del cuerpo físico surgió de entidades espirituales. Después vino el cuerpo etérico, más tarde aún el cuerpo astral y finalmente el yo. Por lo tanto, el cuerpo físico del hombre ha pasado por cuatro etapas de desarrollo. Primero el cuerpo físico estaba en correspondencia directa con el mundo espiritual, luego fue elaborado y entretejido y entrelazado con el cuerpo etérico; adquirió mayor complejidad. Después se entretejió con el cuerpo astral, lo que aumentó de nuevo su complejidad. Después se añadió el yo. Y sólo lo que esto le hizo al cuerpo físico, formó una parte del cuerpo físico y lo convirtió en el portador de lo que se llama la conciencia humana, la capacidad de que adquiramos conocimiento del mundo exterior. Pero este cuerpo físico tiene mucho más que hacer que proporcionarnos el conocimiento del mundo exterior a través de nuestros sentidos y nuestro cerebro, tiene que llevar a cabo una serie de actividades que son la base de la conciencia, pero que tienen lugar completamente fuera del ámbito del cerebro. Este es también el caso del cuerpo etérico y del cuerpo astral.  

Si ahora tomamos conciencia de que todo lo que tenemos a nuestro alrededor en el mundo exterior es espíritu, de que el espíritu, como tantas veces hemos subrayado, subyace a todo lo material, a todo lo Etérico y Astral, entonces debemos decirnos: Así como el propio yo trabaja como un ser espiritual desde dentro, en cuanto que el ser humano se desarrolla en sus tres miembros esenciales, así también debieron hacerlo, digamos, entidades espirituales o actividades espirituales, en nuestro cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral antes de que el yo se afirmara y trabajara un poco más allá en lo ya trabajado. Estamos, pues, retrocediendo a tiempos en los que, por así decirlo, tuvo lugar en nuestro cuerpo astral, cuerpo etérico y cuerpo físico el mismo tipo de actividad que hoy tiene lugar desde el yo hacia fuera en estos tres miembros. Esto significa que debemos hablar del hecho de que la creación espiritual, la actividad espiritual estuvo trabajando en aquello en lo que estamos envueltos, dándoles forma, movimiento, figura y todo antes de que el yo llegara a aposentarse en ellos. Debemos mencionar el hecho de que en el hombre hay actividades espirituales que son anteriores a la actividad del Yo, y que llevamos en nosotros actividades espirituales que son la condición previa para la actividad del Yo, y que estaban presentes antes de que el Yo pudiera intervenir. Por lo tanto, si excluimos por un momento todo lo que nuestro yo ha elaborado de los tres miembros de nuestro ser como el alma sensible, el alma racional y el alma consciente, y consideramos la estructura, el movimiento interior y la actividad de estas tres envolturas del ser humano, debemos decir que antes de la actividad del yo se estuvo ejerciendo en nosotros una actividad espiritual. 

Por eso en la ciencia espiritual hablamos de que tal como es hoy el hombre se trata de un alma individual, de un alma entretejida con un yo, por lo cual cada ser humano es una individualidad autocontenida. Y hablamos del hecho de que antes de que el hombre se convirtiera en tal entidad yoica autocontenida, él era el resultado de un alma grupal, de un alma, tal como todavía hoy hablamos de almas grupales en el mundo animal. Aquí decimos: Lo que buscamos en el hombre en cada entidad individual como alma individual, lo encontramos en el animal en aquello que subyace a toda una especie o género en el reino animal. Toda una especie animal tiene un alma animal común. Lo que el alma individual es en los humanos, en los animales es el alma grupal. 

Así pues, en el hombre, antes de convertirse en alma individual, trabajó en sus tres miembros esenciales otra alma, -de la que hoy sólo recibimos información a través de la ciencia espiritual-, que fue la predecesora de nuestro propio yo. Y esta predecesora de nuestro yo, esta alma grupal o genérica del ser humano, que luego entregó al Yo los tres miembros esenciales que había trabajado, el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral, para que los siguiera trabajando el Yo, remodeló, trabajó y reguló el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral de manera muy similar desde su naturaleza interior, anímica. Y la última actividad que subyace en el ser humano antes de que fuera dotado de un yo, las últimas influencias que yacen antes del nacimiento del yo, se establecen hoy en lo que llamamos lenguaje humano. Por lo tanto, cuando partimos de nuestra vida consciente, de nuestra vida racional, de nuestra vida de sentimientos, y observamos cuáles son sus condiciones previas, llegamos a un trabajo del alma que aún no estaba entretejido con nuestro yo, y cuyo resultado encontramos plasmado en lo que hoy se expresa en el lenguaje. 

¿Cuál es la base externa de lo que llamamos los cuatro miembros del ser humano? ¿Cómo se expresa exteriormente en el cuerpo físico? El cuerpo físico de una planta tiene un aspecto diferente al cuerpo físico de un ser humano. ¿Por qué? Porque en la planta sólo están presentes el cuerpo físico y el cuerpo etérico, mientras que en el cuerpo físico humano siguen activos el cuerpo astral y el yo. En consecuencia aquello que trabaja interiormente también moldea y remodela el cuerpo físico. Entonces.... ¿Qué es lo que se ha trabajado en nuestro cuerpo físico al estar impregnado por un cuerpo etérico o cuerpo vital? 

Lo que en nosotros llamamos sistema vascular o glandular es, en los humanos y también en los animales, la expresión física externa del cuerpo etérico o vital, es decir, el cuerpo etérico es el arquitecto o formador de lo que llamamos sistema glandular o vascular. El cuerpo astral es a su vez el creador de lo que llamamos sistema nervioso. Por lo tanto, sólo tenemos derecho a hablar de sistema nervioso cuando en un ser está presente un cuerpo astral. ¿Cuál es entonces la expresión física del yo en el hombre? Es la sangre o mejor dicho es el sistema sanguíneo, y en el hombre específicamente lo que podemos llamar sangre bajo la influencia del calor interior de la vida.  Todo lo que el yo obra en el ser humano, si ha de moldearse en el cuerpo físico, pasa por la sangre de forma indirecta. Por eso la sangre es un "fluido tan especial". Cuando el yo elabora el alma sensible, el alma racional y el alma consciente, lo que el yo es capaz de modelar, de configurar, sólo penetra en el cuerpo físico por el hecho de que el yo tiene la capacidad de intervenir en el cuerpo físico haciéndolo a través de la sangre. Nuestra sangre es la mediadora para el cuerpo astral y el yo y todas sus actividades. 

¿Quién dudará ahora, si observa la vida humana aunque sea superficialmente, que el hombre, al trabajar desde su yo en el alma consciente, el alma racional y el alma sensible, también moldea y remodela su cuerpo físico? ¿Cómo no ver en la expresión fisonómica un moldeado de aquello que trabaja y vive en su interior? ¿Y cómo no admitir que incluso lo que es trabajo interior del pensar, cuando éste se apodera de toda el alma, sigue teniendo un efecto remodelador en nuestro cerebro en el transcurso de una vida humana? Nuestro cerebro se adapta a nuestro pensar; es una herramienta que se moldea según las necesidades de nuestro pensar. Pero si nos fijamos en lo que el hombre de hoy ya es capaz de elaborar desde su yo en su propio ser exterior, de moldearlo artísticamente por así decirlo, es muy poco. Es poco lo que somos capaces de hacer desde nuestra sangre poniendo en movimiento la sangre desde lo que llamamos nuestro calor interior. 

Las entidades espirituales que precedieron al trabajo de nuestro yo pudieron hacer más. Porque fueron capaces de hacer uso de un medio más eficaz, por así decirlo, y así la forma humana se desarrolló bajo su influencia de tal manera que es, en su conjunto, una expresión de lo que hicieron del ser humano estas entidades espirituales, trabajando antes de que lo hiciera el yo humano. ¿En qué medio trabajaron estas entidades? Ellas no trabajaban en otro medio que el aire. Así como nosotros trabajamos en el calor interior y hacemos que nuestra sangre palpite y de este modo hacemos que la sangre surta efecto en nuestra propia forma, así las entidades que trabajan en nosotros y que precedieron a nuestro yo, hicieron que el aire surtiera efecto. Y algo emanó del trabajo de estas entidades a través del aire sobre nosotros mismos que realmente nos dio nuestra forma como seres humanos. 

Puede parecer extraño hablar aquí de actividades espirituales que han obrado en el hombre a través del aire en un pasado lejano. Ya dije anteriormente que no reconoceríamos aquello que cobra vida en nuestro interior como nuestra propia vida anímico-espiritual si lo tomáramos como meras ideas y no supiéramos que está tomado de todo el mundo exterior. Quien afirmara que los conceptos y las ideas surgen en nosotros aunque no hubiera ideas en el exterior, debería afirmar también que puede sacar agua de un vaso en el que no hay agua. Nuestros conceptos serían como burbujas vacías si fueran algo distinto de lo que vive en las cosas de fuera y de lo que está presente en las cosas como sus leyes. Aquello a lo que damos vida en nuestra alma lo sacamos de lo que nos rodea. Por lo tanto podemos decir: Todo lo que materialmente nos rodea está entretejido y mezclado con seres espirituales.  

Por extraño que pueda parecer, lo que nos rodea como aire no es sólo la sustancia que nos muestra la química, sino que en él actúan seres espirituales y actividades espirituales. Y así como podemos moldear un poco nuestro cuerpo físico a través del calor de la sangre que emana de nuestro yo, -pues eso es lo esencial-, así estas entidades que precedieron al yo moldearon poderosamente la forma exterior de nuestro ser humano físico a través del aire. Esto es lo esencial para nosotros. Somos seres humanos a través de nuestro aparato laríngeo y a través de todo lo relacionado con él. Lo que se moldea en nosotros desde fuera, como este maravilloso órgano artístico de la laringe en conexión con los demás instrumentos de la voz y el habla, se elabora a partir de lo que el aire es espiritualmente. Goethe ya dijo esto con respecto al ojo: ¡El ojo es formado por la luz para la luz! Si uno sólo enfatiza en el sentido Schopenhaueriano: Sin un ojo que percibe la luz, la impresión de luz no estaría allí para nosotros, entonces uno sólo está diciendo la mitad de la verdad. La otra mitad es que no tendríamos ojo si la luz no hubiera, por así decirlo, formado plásticamente el ojo a partir de nosotros a partir de órganos indeterminados en un pasado lejano. Por tanto, en la luz tenemos que ver no sólo esa entidad abstracta que hoy se describe físicamente como luz, sino que en la luz tenemos que buscar esa entidad oculta que es capaz de crear un ojo por sí misma. 

Esto es lo mismo en otro campo que cuando decimos que el aire ha sido entretejido y vivido por una entidad que fue capaz en cierto tiempo de imprimir en el hombre el hábil órgano de la laringe y todo lo relacionado con él. Y todo el resto de la forma humana, -hasta el más mínimo detalle-, ha sido moldeado y plastificado de tal manera que el hombre en la etapa actual es, por así decirlo, una plasmación posterior al de sus instrumentos del habla. Las herramientas del lenguaje son algo inicialmente decisivo para la forma del hombre. Por consiguiente, es precisamente el lenguaje lo que eleva al hombre más allá de la animalidad, porque aquel ser espiritual que llamamos espíritu del aire también ha moldeado y trabajado en la animalidad, pero no de tal modo que esta actividad haya llegado al punto en que pudiera desarrollarse un organismo del lenguaje como el que posee el hombre.  Todo, a excepción de lo que el yo ha elaborado inconscientemente como por ejemplo, el cerebro, lo que ha perfeccionado en los sentidos, todo, a excepción de lo que es actividad del yo, es una actividad anterior a esta actividad del yo del hombre, que se propuso formar el cuerpo humano de tal modo que fuera una expresión más de este órgano de la palabra. No hay tiempo ahora para explicar por qué, por ejemplo, los pájaros, a pesar de su canto perfecto, se han quedado en un estadio, -en cuanto a su forma-, en el que no pueden ser una expresión de ese órgano que llamamos, en el sentido más amplio, órgano vocal. 

Así podemos ver que el hombre ya estaba organizado interiormente en sus órganos del habla antes de llegar a su pensar actual, a su sentir y a su voluntad, es decir, a todo lo relacionado con el yo. Ahora se nos hará mas comprensible que estas actividades espirituales justo pudieran moldear el cuerpo físico de tal manera que el ser humano se convirtiera finalmente, por así decirlo, en un apéndice de sus órganos del habla desarrollando el cuerpo astral, el cuerpo etérico, el cuerpo físico mediante las influencias, a través de la configuración del aire. Después de que el hombre se hizo así capaz de tener en sí mismo un órgano que corresponde a lo que llamamos la esencia espiritual del aire, así como el ojo corresponde a la esencia espiritual de la luz, él se capacitó para configurar lo que su yo imprimió en sí mismo como intelecto, como conciencia, como sensación.  Así que debemos buscar una triple actividad en el subconsciente, una actividad sobre los cuerpos físico, etérico y astral que, por así decirlo, preceden al yo. Encontramos indicios de esto sabiendo que se trataba del alma grupal, y que el alma grupal trabajaba en el animal en una actividad imperfecta.

Tenemos que considerar esto que precede al yo cuando visualizamos el trabajo de esta actividad espiritual en el cuerpo astral. Debemos pensar que allí todo lo del yo ha sido eliminado, pero al mismo tiempo considerar lo que el yo grupal ha elaborado como desde un oscuro subsuelo. Allí el deseo y el placer se enfrentan en el cuerpo astral en un nivel imperfecto. Y el deseo podría ser hechizado, por así decirlo, transformado en una facultad interior debido al hecho de que ya tenía un precursor en el cuerpo astral del ser humano. 

Al igual que el deseo y el placer en el cuerpo astral, en el cuerpo etérico existe un contraste entre lo que es imagen, simbolismo y estímulo externo.  Lo esencial es que comprendamos esta actividad de nuestro cuerpo etérico, actividad que precede al Yo, de tal manera que difiera de la actividad del Yo en el cuerpo etérico. Cuando nuestro yo está activo como alma racional, busca, por así decirlo, una verdad en el actual estadio evolutivo del hombre que sea una imagen lo más fiel posible de las cosas externas. Aquello que no corresponde exactamente a las cosas externas no se llama verdad. Las actividades espirituales que preceden a la actividad de nuestro yo no actúan de este modo; actúan más simbólicamente, más pictóricamente, del mismo modo que actúa el sueño. Por ejemplo, el sueño actúa de tal manera que alguien sueña que se dispara un tiro, y cuando se despierta ve que la silla junto a su cama se ha caído. Lo que es un acontecimiento externo y una impresión externa, -la silla caída-, se transforma en el sueño en un símbolo, en el disparo efectuado. Es así como las entidades espirituales que precedieron al yo trabajaban simbólicamente, igual que nosotros a su vez trabajamos cuando nos abrimos camino hacia una actividad espiritual superior por medio de la iniciación, donde a su vez intentamos, -pero ahora con plena conciencia-, abrirnos camino desde el mero mundo exterior abstracto hacia el simbolismo, hacia la imaginería (bildhaftigkeit).

En aquel entonces, estas entidades espirituales trabajaban sobre el cuerpo físico humano convirtiendo al ser humano en lo que se puede llamar una correspondencia de acontecimientos externos, hechos externos e imitación. La imitación es algo que encontramos en un niño, por ejemplo, cuando las otras partes del alma aún están poco desarrolladas. La imitación es algo que pertenece a la esencia subconsciente de la naturaleza humana. Por lo tanto, debemos basar la primera parte de la educación en la imitación, porque en el hombre, antes de que el yo comience a crear orden en sus actividades internas, el instinto de imitación está presente como un instinto natural.

Lo que acabo de exponer: el instinto de imitación en el cuerpo físico en relación con las actividades externas, la simbolización en el cuerpo etérico en relación con los estímulos externos, y lo que podemos llamar la correspondencia del deseo y el placer en el cuerpo astral, todo esto lo consideramos como elaborado con la ayuda del instrumento del aire y trabajado en nosotros de tal modo que ha surgido, por así decirlo, una impresión plástica, artística de ello en nuestra laringe y en todo nuestro aparato vocal. Entonces podremos decirnos a nosotros mismos: Estas entidades que precedieron al yo trabajaron en el ser humano de tal manera que moldearon y estructuraron al ser humano a través del aire de tal manera que el aire pudo expresarse en el ser humano en esta triple dirección. 

Es decir, si consideramos la facultad del habla en el verdadero sentido de la palabra, debemos preguntarnos: ¿Es el sonido lo que producimos? No, no es el sonido. Lo que hacemos es que desde nuestro yo ponemos en movimiento y formamos aquello que se moldea y estructura en nosotros a través del aire. Así como ponemos en movimiento el ojo para recibir lo que actúa exteriormente como luz, mientras que el propio ojo está ahí para recibir esta luz, así vemos cómo se ponen en movimiento en nosotros desde el yo esos órganos que se han formado a partir de lo espiritual del aire. Nosotros, a través del yo, ponemos en movimiento los órganos; hacemos que aquello que corresponde al espíritu del aire intervenga en los órganos, y debemos esperar a que éste espíritu del aire, a partir del cual se forman los órganos, haga sonar por sí mismo, -como eco de nuestra actividad aérea-, el tono hacia nosotros. Nosotros no producimos el sonido, del mismo modo que las partes individuales de una flauta tampoco producen el sonido. Nosotros provocamos a partir de nosotros mismos lo que nuestro yo puede desplegar como actividad mediante el uso de esos órganos que se forman a partir del espíritu del aire. Después debemos dejar que el espíritu del aire vuelva a poner en movimiento el aire mediante la misma actividad gracias a la cual se han producido los órganos, para que suene la palabra. 

Así vemos efectivamente cómo el lenguaje humano debe basarse en esta triple correspondencia que hemos mencionado. Pero ¿En qué consiste esa correspondencia? ¿En qué debe basarse la imitación en el cuerpo físico? La imitación en el cuerpo físico debe basarse en que en los movimientos de nuestros órganos vocales imitamos lo que percibimos como actividades externas, como cosas externas, aquello que nos causa impresión, que hacemos surgir todo lo que primero oímos resonar como sonido, en que somos imitadores por medio del principio del cuerpo físico de lo que nos causa impresión externa, igual que el pintor imita una escena que consta de elementos muy distintos que el color y el lienzo, la luz y la oscuridad. Así como el pintor imita con la luz y la oscuridad, así nosotros imitamos lo que se nos acerca externamente poniendo en movimiento nuestros órganos en imitación, esos órganos que han sido formados a partir del elemento aire. Por tanto, lo que producimos en el sonido es una verdadera imitación de la esencia de las cosas, y nuestras consonantes y vocales no son otra cosa que imágenes e imitaciones de lo que ha causado una impresión en nosotros desde el exterior.

Lo que obtenemos después en el cuerpo etérico es una obra pictórica. En el cuerpo etérico se trabaja lo que podemos llamar simbolismo. Por lo tanto, debemos encontrar comprensible que lo que son los primeros elementos de nuestro lenguaje surgieran primero por imitación, pero que luego esto se desarrollara más separándose, por así decirlo, de las impresiones externas y procesándose después. En el simbolismo, al igual que en los sueños, el cuerpo etérico procesa lo que ya no se parece a las impresiones externas, y éste es el efecto continuado del sonido. Primero el cuerpo etérico procesa lo que es una mera imitación, luego lo que es una mera imitación es reelaborado independientemente en el cuerpo etérico para que se convierta en algo independiente. De modo que lo que hemos procesado interiormente es sólo simbólico, correspondiente alegóricamente a las impresiones exteriores. Ya no somos meros imitadores. 

Y finalmente viene un tercero. El deseo, el afecto, todo lo que vive interiormente, se expresa en el cuerpo astral, y esto actúa a su vez de tal manera que transforma aún más el sonido. Esto significa que las experiencias interiores irradian en el sonido desde dentro, por así decirlo. Dolor y alegría, placer y tristeza, deseo, anhelo, todo esto irradia en el sonido, y así el elemento subjetivo entra en el sonido. Aquello que es inicialmente mera imitación, lo que después se desarrolla como símbolo del lenguaje en la imagen sonora o en la imagen de la palabra que se ha independizado, ahora se transforma aún más al ser impregnado por lo que el hombre experimenta interiormente como dolor y alegría, placer y sufrimiento, horror y miedo, etcétera. Siempre debe ser una correspondencia externa la que se desprende del alma en sonido. Pero cuando el alma expresa interiormente lo que experimenta, lo deja desvanecerse, por así decirlo, en el sonido, entonces debe buscar primero la experiencia exterior. Por lo tanto debemos decir: El tercer elemento, donde el placer y la pena, el dolor y la alegría, el horror y demás se expresan interiormente, anímicamente, en el sonido, debe buscar primero lo que le corresponde. En la imitación se imita la impresión exterior, la imagen sonora interior o lo que ha surgido como símbolo es un desarrollo posterior. Pero aquello que una persona sólo pudiera dejar sonar por alegría interior, dolor y demás sólo sería una emanación a la que nada podría corresponder. Lo que aquí es la correspondencia entre el ser exterior y la experiencia interior, es decir, lo que aquí sucede, es lo que podemos observar constantemente en nuestros niños cuando aprenden a hablar. Aquí podemos ver cómo el niño comienza a poner en práctica algo que siente en sonido. Cuando el niño grita por primera vez Ma y Pa, esto no es otra cosa que un verterse interior del afecto en sonido. Es sólo la expresión de un ser interior. Pero cuando este niño se expresa así, entonces, por ejemplo, viene la madre, y entonces el niño se da cuenta de que lo que se expresa interiormente como alegría, vertiéndose en el sonido Ma, corresponde a un acontecimiento exterior. El niño naturalmente no pregunta cómo sucede esto, que en este caso corresponde a la irrupción de la madre. Hay una combinación de una experiencia interior de alegría o dolor y una impresión exterior, y lo que irradia desde dentro se combina con la impresión exterior. Esta es una tercera forma en la que actúa el lenguaje. Podemos decir por tanto: El lenguaje tanto ha surgido de fuera hacia dentro por imitación como por lo que puede llamarse la incorporación de la realidad exterior a lo que expresa nuestro ser interior. Pues lo que ha llevado a la formación de las palabras mamá y papá a partir de un enunciado interior -Ma, Pa- porque este enunciado se sentía satisfecho en el acercamiento de mamá o papá, sucede en innumerables casos. Dondequiera que una persona vea que algo sigue a un enunciado interior, aquello que es la expresión del ser interior está conectado con un ser exterior. 

Todo esto sucede sin que el yo haga nada. Sólo más tarde el yo se hace cargo de esta actividad. De este modo vemos lo que precede al yo, trabajando en la configuración que subyace a la capacidad humana de expresar el lenguaje. Y como el yo entra en ello después de que la base del lenguaje ya ha sido creada, el lenguaje a su vez está estructurado según la naturaleza del yo. Así, los enunciados que corresponden al cuerpo sensorial están impregnados por el alma sensible; las imágenes y símbolos que corresponden al cuerpo etérico están impregnados por el alma racional. El hombre vierte en el sonido lo que experimenta en el alma racional, y también vierte en él lo que experimenta en el alma consciente, que al principio era mera imitación. De este modo se han desarrollado gradualmente aquellas áreas de nuestro lenguaje que son reproducciones de lo que representan las experiencias internas del alma. 

Así pues, para comprender la naturaleza del lenguaje debemos tener claro que algo vive en nosotros, por así decirlo, que estaba activo antes del yo y antes de toda actividad del yo, y que sólo el yo ha vertido en él lo que puede formar. Pero entonces tampoco debemos pretender que el lenguaje corresponda exactamente a lo que procede del yo, y que el lenguaje corresponda exactamente a nuestra espiritualidad, a todo lo más íntimo de nuestro ser individual, sino que debemos darnos cuenta de que nunca podemos ver en el lenguaje la expresión directa del yo. Simbólicamente, por ejemplo, el espíritu del lenguaje trabaja en el cuerpo etérico, imitando en el cuerpo físico, todo esto junto con lo que el espíritu del lenguaje trabaja a partir del alma sensible impulsando las experiencias interiores fuera de ella, de modo que en el sonido tenemos una emanación de la vida interior. Todo esto en conjunto debería justificarnos cuando decimos: El lenguaje no se elabora a la manera de la conciencia del yo en el sentido actual, pero si queremos comparar la elaboración del lenguaje con algo, sólo podemos compararla con el trabajo artístico. Así como no podemos exigir a la imitación realizada por el artista que se corresponda con la realidad, tampoco podemos exigir que el lenguaje reproduzca aquello que se supone que representa. Tenemos en el lenguaje algo que sólo reproduce lo que está fuera, igual que el cuadro, igual que el artista reproduce lo que está fuera. Y podemos decir: antes de que el hombre fuera un espíritu consciente de sí mismo en el sentido moderno, había en él un artista que trabajaba como espíritu lingüístico. Hemos colocado nuestro yo en un lugar donde antes desarrollaba su actividad un artista. Esto es en sí algo figurativo, pero refleja la verdad en este ámbito. Nos asomamos a una actividad subconsciente y sentimos que allí tenemos algo que ha hecho de nosotros mismos el ser humano parlante como una obra artística. Y, por tanto, por analogía con una obra de arte debemos entender el lenguaje. Para ello no debemos olvidar que sólo podemos comprender cada obra de arte en la medida en que los medios del arte en cuestión lo permitan. Por tanto, el lenguaje también tendrá que imponernos ciertas limitaciones.  Si esto se tuviera en cuenta, sería imposible desde el principio elaborar una obra tan pedante como la "Crítica del lenguaje" de Fritz Mauthner. La crítica del lenguaje se basa en premisas completamente falsas, a saber, que si se pasan por alto los lenguajes de las personas, éstos en modo alguno dan correctamente la realidad objetiva. ¿Se supone que la dan? ¿Existe la posibilidad de que la den? Hay tan poca posibilidad de que el lenguaje represente la realidad como de que un cuadro represente la realidad externa en un lienzo con colores y claros y oscuros. Lo que subyace en la actividad humana como espíritu del lenguaje debe ser captado con sentido artístico. 

 Todo esto sólo podría esbozarse. Pero si sabemos que en la humanidad actúa un artista que moldea el lenguaje, entonces comprenderemos, -por muy diferentes que sean las lenguas particulares-, que incluso en las lenguas particulares de la humanidad el sentido artístico ha actuado de las formas más variadas. Entonces comprenderemos cómo este espíritu del lenguaje, -llamemos ahora espíritu del lenguaje a esta entidad que trabaja a través del aire-, cuando se manifestó en un estadio comparativamente inferior en el hombre, trabajó de la misma manera que el espíritu atomístico, que quisiera unirlo todo a partir de las partes individuales. Aquí tenemos entonces la posibilidad de que una lengua esté compuesta de tal manera que toda la frase esté formada por imágenes fonéticas particulares. 

Por ejemplo, si tenemos el sonido shi y king en chino, tenemos dos átomos de formación lingüística. Una sílaba shi = canción, canto; la otra significaría: -libro-. Si juntáramos las dos imágenes sonoras: schi-king, entonces lo habríamos hecho de la misma manera que cuando juntamos "canción-libro" en español, entonces esta atomización daría como resultado algo que ahora, -tomado en su conjunto-, se convierte en "canción-libro". Esto daría un pequeño ejemplo de cómo la lengua china forma sus conceptos y representaciones. 

Cuando procesamos en nuestra alma lo que hemos considerado hoy, ahora también podemos comprender cómo una lengua tan maravillosamente formada como la lengua semítica, por ejemplo, debe ser considerada en su espíritu. En la lengua semítica tenemos como base ciertas imágenes sonoras, que en realidad sólo consisten en consonantes. Y ahora el hombre pone vocales en estas imágenes sonoras. Si tomamos las consonantes q, t, l, e insertamos una a y de nuevo una a, entonces, mientras que la palabra formada sólo a partir de las consonantes es la mera imitación de una impresión sonora externa, la inserción de las vocales produciría: qatal = matar.  

Así que aquí tenemos una extraña interpenetración, en que el matar como imagen sonora ha surgido por el hecho de que el proceso externo ha sido simplemente imitado por los órganos del habla; esto es en primer lugar la imagen sonora original. Después, lo que el alma tiene que seguir formando y que sólo puede experimentarse interiormente, se forma aún más añadiendo algo más desde dentro. La imagen sonora se desarrolla aún más de modo que matar se remonta a un sujeto. De este modo se compone básicamente toda la lengua semítica, y expresa lo que hemos enumerado como la interacción de los diversos elementos de la formación de la lengua en toda la estructura del lenguaje. En el simbolismo que es preferentemente efectivo en la lengua semítica, -es decir, lo que hemos encontrado efectivo en el cuerpo etérico como espíritu del lenguaje-, se nos muestra toda la peculiaridad de la lengua semítica, que además forma todas las imágenes sonoras individuales imitadas y las transforma en símbolos mediante la inserción de vocales. 

Por lo tanto, todas las palabras de la lengua semítica están formadas básicamente de tal manera que hacen referencia a lo que nos rodea en el mundo exterior, como símbolos. En cambio, todo lo que ocurre en las lenguas indoeuropeas se inspira más en lo que hemos llamado la expresión interior del cuerpo astral, el ser interior. El cuerpo astral ya es algo que está conectado con la conciencia. Cuando uno se enfrenta al mundo exterior, uno se distingue del mundo exterior. Cuando uno se enfrenta al mundo exterior sólo desde el punto de vista del cuerpo etérico, uno se funde con él, es uno con él. Sólo cuando las cosas se reflejan en la conciencia uno se distingue de las cosas. Este funcionamiento del cuerpo astral con todas sus experiencias interiores se expresa maravillosamente en las lenguas indoeuropeas, en contraste con las lenguas semíticas, por el hecho de que tienen el verbo ser, el enunciado de lo que está presente sin nuestra intervención. Esto es posible distinguiéndose con la propia conciencia de aquello que produce una impresión externa. Si, por tanto, en semítico, por ejemplo, se expresara: Dios es bueno, no se podría hacer directamente, pues no se puede reproducir la palabra es, que expresa el ser, porque ya procede de la oposición del cuerpo astral y el mundo exterior. El cuerpo etérico simplemente coloca las cosas. Por lo tanto uno tendría que decir en la lengua semítica: Dios, el bien. La yuxtaposición del sujeto y el objeto no se caracteriza. Estas lenguas, que se diferencian del mundo exterior y que contienen como rasgo esencial que se vierte sobre el mundo exterior un tapiz de percepciones, son preferentemente las lenguas indoeuropeas. Estas ahora también tienen un efecto sobre el ser humano de tal manera que apoyan la interioridad, es decir, todo lo que se puede llamar la disposición a formar una fuerte individualidad, un fuerte yo. Esto ya se expresa aquí en el lenguaje. 

Todo lo que he podido darles será quizás tomado por algunos como meras insinuaciones insatisfactorias, por la sencilla razón de que uno tendría que hablar durante quince días si quisiera describir todo en este campo con más detalle. Cualquiera que haya escuchado a menudo estas conferencias aquí y haya penetrado en el espíritu del asunto verá que una sugerencia como la que se ha dado hoy no está injustificada. Sólo se pretende mostrar cómo se puede estimular una visión espiritual-científica del lenguaje, que en el fondo conduce al resultado de que el lenguaje no se puede comprender de otra manera que tratando de entenderlo con un sentido artístico que uno debe haber hecho suyo. Por tanto, toda erudición fracasará si no quiere recrear lo que el artista del lenguaje hizo en el hombre antes de que el yo pudiera obrar en nosotros. El sentido artístico sólo puede captar los secretos del lenguaje, del mismo modo que el sentido artístico sólo puede recrear. Ninguna abstracción erudita podrá jamás hacer comprensible una obra de arte. Primero resplandecen en las obras de arte aquellas ideas que, como ideas, son capaces de recrear de forma fecunda lo que el artista ha expresado por otros medios, con el color, el sonido, etcétera.  Sólo el sentido artístico comprende al artista, y sólo los artistas del lenguaje comprenden lo creativo-espiritual en el surgimiento del lenguaje. Esto es algo que la ciencia espiritual tiene que lograr en relación con el lenguaje. 

Lo otro es algo que tiene un significado práctico. Si comprendemos que el lenguaje ha surgido de un artista interior, prehumano, también seremos capaces de afrontar el reto de que allí donde queramos decir algo o representar algo mediante un lenguaje que pretenda ser válido, también debemos permitir que este sentido artístico surta efecto. Sin embargo, hay poco sentido de esto en el mundo actual, en el que no estamos especialmente avanzados en cuanto al sentimiento vivo del lenguaje. Hoy en día, todo el mundo cree que puede expresar cualquier cosa si es que puede hablar. Pero debemos darnos cuenta de que tenemos que volver a crear una conexión directa en nuestras almas entre lo que queremos expresar a través del lenguaje y cómo lo expresamos. Debemos volver a despertar al artista lingüístico que hay en nosotros en todos los ámbitos. Hoy en día, la gente se da por satisfecha si lo que quiere decir se expresa de cualquier forma. ¡Y cuánta gente tiene una idea de lo que es absolutamente necesario en la ciencia espiritual, que un sentido artístico del lenguaje es necesario para cualquier tipo de representación!  Traten ustedes de examinar representaciones reales de la materia espiritual-científica. Allí encontrarán que aquel que, como verdadero y genuino científico espiritual, ha escrito tales cosas, también ha trabajado realmente en ello para dar forma artística a cada frase, y que no hay ninguna palabra temporal arbitraria al final o al principio. Allí verán que cada frase de este tipo es un nacimiento, porque ha de ser experimentada interiormente, emocionalmente, no meramente como un pensamiento, sino como una forma inmediata. Y si ustedes sigues el contexto de lo que se expone, verán que en tres oraciones sucesivas la del medio no está meramente unida a la primera y la tercera a su vez a la precedente, sino que encontrarán que quien presenta la ciencia espiritual tiene no sólo la primera oración, sino también la tercera oración ya terminada en su construcción antes de que él forme la del medio, porque el efecto de la oración del medio debe depender de lo que queda atrás como efecto de la primera oración y puede a su vez pasar a la siguiente oración sucesiva. 

Las ciencias espirituales no pueden crear sin un sentido del lenguaje artísticamente eficaz. Todo lo demás es malo. La cuestión es que debemos liberarnos de estar servilmente encadenados a las palabras. Pero no podemos hacerlo si pensamos que cualquier palabra podría expresar el pensamiento que estamos pensando, pues entonces ya estamos en un error con nuestra formación del lenguaje. Partiendo de las palabras, que están enteramente caracterizadas por el mundo sensorial, nunca podremos obtener lo que debería ser la expresión de los hechos suprasensibles. Aquel que pregunte: ¿Cómo se puede expresar el cuerpo etérico o el cuerpo astral en la realidad bastante concreta a través de una palabra? - es que todavía no ha comprendido nada de esto.

Sólo ha comprendido algo quien se pone a trabajar de tal manera que se dice a sí mismo: experimentaré lo que es el cuerpo etérico si primero me dejo contar algo sobre él desde un lado y me doy cuenta de que se trata de imágenes reflejas artísticamente formadas; y luego me dejo contar lo mismo desde otros tres lados. - Hemos representado la misma cosa desde cuatro lados diferentes, de modo que en las representaciones que nos damos a través del lenguaje, dando vueltas alrededor de la cosa por así decirlo, representamos imágenes reflejas artísticas de la cosa. Si uno no es consciente de esto, no obtendrá más que abstracciones y una reproducción osificada de lo que ya conoce. Por lo tanto, el desarrollo de la ciencia espiritual siempre estará relacionado con lo que podemos llamar el desarrollo ulterior del sentido interno y del poder creativo interno de nuestro lenguaje. 

En este sentido, la ciencia espiritual tendrá un efecto fecundador sobre el estilo lingüístico actual, tendrá un efecto transformador sobre nuestro espantoso estilo lingüístico actual, que no tiene ni idea de lo que es la capacidad lingüística artística. Pues de otro modo no se pondrían a escribir tantas personas que apenas saben hablar y escribir. Hoy hace tiempo que la gente se ha dado cuenta de que escribir prosa, por ejemplo, es algo mucho más elevado que escribir versos; sólo que la prosa que se escribe hoy es, por supuesto, una prosa muy inferior. Pero la ciencia espiritual está ahí para proporcionar estímulos en aquellas áreas que están conectadas con las áreas más profundas de la humanidad. Pues la ciencia espiritual trabajará en estos ámbitos de tal manera que cumplirá lo que las más grandes personalidades habrán soñado. La ciencia espiritual será capaz de conquistar los mundos suprasensibles a través del pensamiento, será capaz de transformar el pensamiento en sonido para que nuestro lenguaje pueda volver a ser un medio de comunicación de lo que el alma contempla en lo suprasensible. Entonces la ciencia espiritual será la que hará realidad en un gran círculo lo que dice el dicho sobre el ámbito más importante del ser interior humano: 

El pensamiento es inconmensurablemente profundo,
y su herramienta alada es la palabra.

Traducido por J.Luelmo abr.2024

GA058 Berlín, 2 de diciembre de 1909 Budha y Cristo

  Índice 

CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

BUDA Y CRISTO

RUDOLF STEINER


VIII conferencia

Berlín, 2 de diciembre de 1909

Desde sus inicios, el movimiento científico-espiritual se ha visto confundido con muchas otras tendencias y esfuerzos contemporáneos. En particular, se le ha acusado de querer trasplantar alguna corriente espiritual oriental, concretamente la corriente espiritual budista, a la cultura de Occidente. Por esta razón, la investigación espiritual debe estar especialmente interesada en el tema de hoy, que pretende analizar el significado de la religión de Buda, por un lado, y la del cristianismo, por otro, desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Aquellos de nuestros honorables oyentes que hayan participado a menudo en estas conferencias sabrán que se trata de una consideración científica y amplia de los fenómenos del mundo desde el punto de vista de la vida espiritual.

Quien haya estudiado un poco la naturaleza del budismo sabrá que el fundador del budismo, Gautama Buda, en realidad siempre rechazó todas las cuestiones relacionadas con la evolución del mundo y los fundamentos de nuestra existencia; que él no quería hablar de ellas. Y que únicamente quería hablar del modo en que el hombre podía alcanzar una existencia que fuera satisfactoria en sí misma. Sólo a partir de este punto de vista, la ciencia espiritual o Teosofía, puesto que no se niega en absoluto a hablar de las fuentes de la existencia del mundo, ni de los grandes hechos de la evolución, no debe confundirse unilateralmente con el budismo. Y si existe un punto de vista bastante definido dentro de la ciencia espiritual que se une cada vez más al budismo, este punto de vista es, el de las repetidas vidas terrenales del hombre y de aquello que, como causalidad espiritual, se traslada de las vidas terrenales anteriores a las vidas terrenales posteriores, entonces puede decirse sin más:

Es extraño reprocharle a la ciencia espiritual que esta visión de la reencarnación del hombre, de repetidas vidas terrestres, se deban a un enfoque budista. Es extraño porque uno debería finalmente darse cuenta de que la ciencia espiritual no se ocupa de definirse con tal o cual nombre, sino de aquello que puede ser investigado en nuestro tiempo como verdad, independientemente del nombre que se le aplique. Sin embargo, aunque la doctrina de la reencarnación de los seres humanos o de las vidas repetidas en la tierra también puede encontrarse entre los puntos de vista de Gautama Buda, si bien en una forma completamente diferente, no por ello ha de ser diferente para la teosofía o la ciencia espiritual de hoy en día, de lo que sería si nuestras enseñanzas elementales sobre geometría se encontraran en Euclides. Y del mismo modo que no debe acusarse a un profesor de geometría de practicar el "euclidismo", tampoco debe acusarse a la ciencia espiritual de budismo cuando adopta como propia una doctrina como la de la reencarnación, porque en Buda puedan encontrarse puntos de vista similares. Pero, no obstante, es necesario señalar que precisamente la ciencia espiritual es un instrumento para examinar cualquier religión, -es decir, por un lado, también la religión en la que se basa nuestra cultura europea, el cristianismo, y por otro, el credo budista-, según sus fuentes en el sentido científico espiritual.

Decir que la ciencia espiritual esté llena de "budismo" no es sólo una acusación que hacen hoy quienes no conocen la Teosofía; sino que es algo de lo que, por ejemplo, el gran orientalista Max Müller, que hizo mucho mérito por los credos religiosos orientales y su popularización en Europa, no se dejó convencer; y una vez eligió un término para expresarlo en una parábola a un escritor. Dijo: Si un hombre apareciera en algún lugar con un cerdo que gruñe bien, nadie correría a encontrar nada especial en el hecho de que un hombre se pasee con un cerdo que gruñe bien. Pero si apareciera un hombre solo que pudiera imitar engañosamente el gruñido del cerdo, ¡entonces la gente correría y lo consideraría un milagro especial! Max Müller eligió esta analogía porque quería utilizar al cerdo, que por su naturaleza gruñe, para describir el budismo real que también se ha dado a conocer en Europa. Según él, nadie en Europa se interesa por esta verdadera enseñanza del budismo, mientras que el falso budismo o, como él dice, "la estafa teosófica de la señora Blavatsky" encuentra favor dondequiera que sea posible. Realmente no se puede encontrar esta analogía particularmente afortunada; pero aparte del hecho de que no se puede llamar acertada a ver la genuina enseñanza del budismo, que ha surgido de una manera tan laboriosa, comparada de esta manera, Max Müller también quiere decir que la Sra. Blavatsky acaba de presentar el budismo de una mala manera. Por lo tanto, tampoco se puede comparar con el hecho de que un ser humano haya logrado imitar el gruñido de un cerdo de manera engañosa; pues en este caso habría que suponer que la señora Blavatsky ha logrado imitar especialmente bien el gruñido de un cerdo. E incluso hoy en día, muy pocos teósofos inteligentes querrán creer que la Sra. Blavatsky, a quien hay que reconocer el mérito de haber echado a rodar la pelota, ha reproducido felizmente lo que es el budismo real y verdadero. Pero eso no es necesario. Así como no es necesario que alguien que quiera practicar la geometría reproduzca bien a Euclides, tampoco es necesario que practique el budismo en el verdadero sentido si quiere enseñar Teosofía.

Si queremos ahondar ahora en el espíritu del budismo desde el punto de vista de la ciencia espiritual para poder compararlo con el espíritu del cristianismo, lo mejor es que no vayamos directamente a las grandes enseñanzas, que pueden interpretarse fácilmente de tal o cual manera, sino que intentemos hacernos una idea del alcance y el significado del budismo a partir de los síntomas; es decir, a partir de lo que es efectivo en la forma de reprensentar y en toda la manera de pensar del budismo. La mejor manera de hacerlo es atenerse a una escritura muy respetada dentro de la confesión budista: las preguntas del rey Milinda al sabio budista Nagasena.

En primer lugar, se nos recuerda una conversación que realmente puede transmitirnos el espíritu del pensamiento budista desde dentro. El poderoso y espiritual rey Milinda quiere formular preguntas al sabio budista Nagasena. Él, el rey Milinda, que nunca ha sido vencido por un sabio, pues siempre supo rechazar lo que se oponía a sus puntos de vista, quiere hablar con el sabio budista Nagasena sobre el significado de lo eterno, de lo inmortal en la naturaleza humana; sobre lo que pasa de encarnación en encarnación.

Nagasena pregunta al rey Milinda: 

¿Cómo has llegado hasta aquí, a pie o en carro? 
- En carro. 
- Ahora averigüemos qué es el carro, dice Nagasena. 
¿Es la lanza el carro? 
- No. - 
¿Es la rueda el carro? 
- No. - 
¿Es el yugo el carro? 
- No. -
¿Es el asiento en el que estabas sentado el carro?
 - No. 

Y así, dice Nagasena, puedes nombrar todas las partes del carro; todas las partes no son el carro. Sin embargo, todo lo que tenemos ante nosotros, el carro, está compuesto sólo de partes individuales; eso es sólo un "nombre" para todo lo que está compuesto de las partes. Si no tenemos en cuenta las partes, no tenemos nada más que un nombre.

El significado y propósito de lo que Nagasena quiere presentar aquí al rey es desviar su mirada de aquello en lo que el ojo puede posarse en el mundo físico-sensorial. Él quiere mostrar que nada en el mundo físico constituye realmente aquello que se etiqueta con el "nombre" de cualquier contexto, para demostrar la inutilidad e insignificancia de lo físico-sensorial en sus partes. Para dejar bien claro el sentido de esta parábola, Nagasena dice: "Así sucede también con la forma compuesta que es el hombre, que pasa de una vida terrenal a otra. ¿Son las manos, la cabeza y las piernas las que pasan de una vida terrenal a otra? No. ¿Es lo que hace hoy o lo que hará mañana? No. ¿Qué es entonces lo que constituye un ser humano? El nombre y la forma. Pero, al igual que en el caso del carro, cuando consideramos la suma de las partes, sólo tenemos un nombre. No tenemos nada más que las partes".

Podemos resaltar el argumento aún más claramente recurriendo a otra parábola que Nagasena expone ante el rey Milinda. El Rey habla: "Dices, oh sabio Nagasena, que lo que pasa de una encarnación a otra son el nombre y la forma del ser humano. Cuando vuelven a aparecer en la tierra en una nueva encarnación, ¿Son el nombre y la forma del mismo ser?". Nagasena responde: "Mira, tu árbol de mango está dando frutos. Entonces llega un ladrón y roba la fruta. El dueño del árbol de mango grita: '¡Me has robado la fruta!' 'No es tu fruta', responde el ladrón. Tu fruta era la que enterraste en la tierra, donde se disolvió. La fruta que ahora crece en el árbol tiene el mismo nombre, pero no es tu fruta'". Nagasena continuó entonces "Sí, es cierto: la fruta tiene el mismo nombre y la misma forma, pero no es la misma fruta. Aun así, el ladrón puede ser castigado por su robo. Lo mismo ocurre con lo que reaparece en una vida terrenal en comparación con lo que apareció en vidas anteriores. Sólo gracias a que el dueño del árbol de mango plantó una fruta en la tierra, la fruta crece ahora en el árbol. Por lo tanto, debemos considerar que la fruta es de su propiedad. Lo mismo ocurre con los actos y el destino de la nueva vida del hombre en la tierra: debemos considerarlos como los efectos, el fruto, de su vida anterior. Pero lo que aparece es algo nuevo, como el fruto del mango".

De este modo, Nagasena intentaba disolver todo lo que constituye una vida terrenal, para mostrar cómo sólo sus efectos pasan a la siguiente vida en la tierra. 

Este enfoque puede darnos una idea mucho mejor del espíritu de la enseñanza budista que la que podríamos obtener de sus principios generales, ya que éstos, -como he dicho-, pueden interpretarse de diversas maneras. Si permitimos que el espíritu de las parábolas de Nagasena actúe sobre nosotros, podemos ver con suficiente claridad cómo el maestro budista desea alejar a sus discípulos de todo lo que se presenta aquí ante nosotros como un yo humano separado, una personalidad definida; de cómo pretende dirigir la atención sobre todo a la idea de que, aunque lo que aparece en una nueva encarnación es ciertamente un efecto de la personalidad anterior, no tenemos derecho a hablar en ningún sentido verdadero de un yo coherente que pasa de una vida terrestre a la siguiente.

Si ahora pasamos del budismo al cristianismo, podríamos, -aunque nunca se ha hecho-, reescribir los ejemplos de Nagasena en un sentido cristiano, más o menos como sigue. Supongamos que el rey Milinda ha resucitado de la muerte como cristiano y que la conversación subsiguiente está impregnada del espíritu del cristianismo. Nagasena tendría entonces que decir: "¡Mira tu mano! ¿Es la mano un hombre? No, la mano por sí sola no es un hombre. Pero si separas la mano del hombre, se pudrirá y en dos o tres semanas ya no será una mano. ¿Qué es entonces lo que hace que la mano sea una mano? Es el hombre el que hace que la mano sea mano. ¿Es el corazón un hombre? No. ¿Es el corazón algo autosuficiente? No, porque si separamos el corazón del hombre, pronto dejará de ser corazón, y el hombre pronto dejará de ser hombre. Por eso es el hombre el que hace del corazón un corazón y el corazón el que hace del hombre un hombre. El hombre es un hombre que vive en la tierra sólo porque tiene el corazón como instrumento. Así pues, en el organismo humano vivo tenemos partes que en sí mismas no son nada; sólo existen en relación con toda nuestra constitución. Y si reflexionamos sobre cómo es que las partes separadas no pueden existir por sí mismas, encontramos que debemos mirar más allá de ellas hacia alguna acción invisible que las gobierna, las mantiene unidas y las utiliza como instrumentos para servir a sus necesidades".

Nagasena podría entonces volver a su parábola del carro y podría decir, hablando ahora en un sentido cristiano: "Cierto, el eje no es el carro, porque sólo con el eje no se puede conducir. Cierto, las ruedas no son el carro, porque sólo con las ruedas no se puede conducir. Cierto, el yugo no es el carro, pues sólo con el yugo no se puede conducir. Cierto, el asiento no es el carro, pues sólo con el asiento no se puede conducir. Y aunque el carro es sólo un nombre para el conjunto de piezas, no se conduce con las piezas, sino con algo que no son las piezas. Así pues, el "nombre" representa algo concreto. Nos lleva a algo que no está en ninguna de las partes".

Así, el espíritu de la enseñanza budista pretende desviar la atención de lo visible para ir más allá de ello, y niega el significado de todo lo visible. El enfoque cristiano ve las partes de un carro, o de cualquier otro objeto, de tal manera que la mente se dirige hacia el todo. De este contraste podemos ver que tanto el enfoque cristiano como el budista del mundo exterior tienen consecuencias definidas. Y si ahora seguimos el enfoque budista hasta su conclusión lógica, sus consecuencias serán evidentes.

Un hombre, un budista, está ante nosotros. Desempeña su papel en el mundo y realiza diversas acciones. Su enseñanza budista le dice que todo lo que le rodea carece de valor. Se le inculca la nada y la inexistencia de todo lo visible. Entonces se le dice que debe liberarse de la dependencia de esta nada para alcanzar un estado de ser real y superior. Con este objetivo en mente, debe apartar su mirada del mundo de los sentidos y de todo lo que pueda aprender sobre él a través de sus facultades humanas. ¡Aléjate del mundo de los sentidos! Porque si reducimos a nombre y forma todo lo que ofrece el mundo de los sentidos, se revela su nada. No hay verdad en el mundo de los sentidos que se nos presenta.

¿Qué piensa el cristianismo de todo esto? Considera cualquier parte del organismo humano no como una unidad separada, sino como abarcada por un todo real y unificado. La mano, por ejemplo, sólo es mano porque el hombre la utiliza como tal. Aquí la cosa que vemos apunta directamente a algo que hay detrás de ella. Esta forma de pensar conduce, pues, a conclusiones muy diferentes de las que se derivan de la forma budista. De ahí que podamos decir: Un hombre está ante nosotros. Existe como hombre sólo porque detrás de él hay un hombre espiritual que activa sus partes constituyentes y es la fuente que dirige todo lo que hace o logra. Lo que anima las partes de su organismo y vive en ellas se ha vertido en el ser visible, donde experimenta los frutos de la acción. De esta experiencia del mundo de los sentidos extrae algo que podemos llamar un "resultado", que se transmite a la siguiente encarnación, a la siguiente vida en la Tierra. Detrás del hombre exterior está este hombre activo, este hacedor, que no rechaza el mundo exterior sino que lo maneja de tal manera que sus frutos son recogidos y llevados a la próxima vida.

Si consideramos esta cuestión de las vidas terrenas repetidas desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual, debemos decir: Para el Budismo, el principio que mantiene al hombre unido durante la vida no perdura; sólo sus acciones continúan en su próxima vida terrenal. Para el Cristianismo, el principio que mantiene unido al hombre es un Yo completo; y este Yo perdura. Lleva a la siguiente vida terrenal todos los frutos de la precedente. 

Vemos, pues, que lo que separa de manera decisiva estas dos concepciones del mundo es la diferencia muy clara entre sus respectivas maneras de pensar, y esto cuenta mucho más que las teorías o los principios. Si en nuestra época la gente no estuviera tan apegada a las teorías sobre todo, le resultaría más fácil reconocer el carácter de un movimiento espiritual a partir de sus conceptos típicos.

Todo esto está relacionado con una diferencia final entre las perspectivas cristiana y budista. El núcleo de la doctrina budista ha sido expuesto en palabras inmensamente significativas por el propio fundador del budismo. Ahora bien, esta conferencia no se da para promover la oposición al gran iniciador de la enseñanza budista. Mi intención es describir objetivamente la visión budista del mundo. Es precisamente la Ciencia Espiritual el instrumento adecuado para penetrar sin simpatía ni antipatía en el corazón de los diversos movimientos espirituales del mundo.

La leyenda de Buda muestra con suficiente claridad, aunque sea de forma pictórica, lo que pretendía el fundador del budismo. Se nos dice que Gautama Buda, hijo del rey Suddhodana, creció en un palacio real, donde todo a su alrededor estaba diseñado para mejorar la calidad de vida. Durante toda su juventud no conoció el sufrimiento ni la tristeza humana; sólo le rodeaban la felicidad, el placer y la diversión. Un día abandonó el palacio, y por primera vez los dolores y las penas, todo el lado sombrío de la vida humana, se encontraron cara a cara con él. Vio a un anciano que se marchitaba, vio a un hombre enfermo y, sobre todo, vio a un cadáver. Entonces comprendió que la vida debía ser muy diferente de lo que había visto en el palacio real. Ahora veía que la vida humana está ligada al dolor y al sufrimiento.

Sobre la gran alma de Buda pesaba el hecho de que la vida humana conlleva sufrimiento y muerte, tal como él los había visto en el enfermo, el anciano y el cadáver. Pues se dijo a sí mismo: "¿Qué valor tiene la vida si la vejez, la enfermedad y la muerte forman parte ineludible de ella?".

Estas reflexiones dieron lugar a la monumental doctrina de Buda sobre el sufrimiento, que él resumió en las palabras: El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento. Toda la existencia está llena de sufrimiento. Que no siempre podamos estar unidos a aquello que amamos -así es como el propio Buda desarrolló más tarde su enseñanza- es sufrimiento. Que tengamos que estar unidos a lo que no amamos, es sufrimiento. Que no podamos alcanzar en cada esfera de la vida lo que queremos y deseamos, es sufrimiento. Así pues, hay sufrimiento miremos donde miremos. Aunque la palabra "sufrimiento", tal como la usaba Buda, no tiene el significado que tiene para nosotros hoy en día, significaba que en todas partes el hombre está expuesto a cosas que vienen contra él desde fuera y contra las que no puede reunir ninguna fuerza efectiva. La vida es sufrimiento y, por lo tanto, decía Buda, debemos preguntarnos cuál es la causa del sufrimiento.

Entonces se presentó ante su alma el fenómeno que él llamó "sed de existencia". Si hay sufrimiento en todas partes del mundo, entonces el hombre está destinado a encontrar sufrimiento en cuanto entra en este mundo de sufrimiento. ¿Por qué tiene que sufrir así? La razón es que tiene un impulso, una sed, de encarnación en este mundo. El deseo apasionado de pasar del mundo espiritual a una existencia física-corpórea y de percibir el mundo físico-ahí reside la causa básica de la existencia humana. Por lo tanto, sólo hay una manera de liberarse del sufrimiento: luchar contra la sed de existencia. Y esto puede hacerse si aprendemos a seguir el óctuple sendero, de acuerdo con las enseñanzas del gran Buda. Por lo general, se entiende que éste abarca 

-los puntos de vista correctos, 
-los objetivos correctos, 
-el habla correcta, 
-las acciones correctas, 
-la vida correcta, 
-el esfuerzo correcto, 
-los pensamientos correctos 
-la meditación correcta. 

Esta manera correcta de tomar la vida y de relacionarse correctamente con ella, permitirá gradualmente al hombre eliminar el deseo de existir y, finalmente, le conducirá tan lejos que ya no necesitará descender a una encarnación física y se liberará de la existencia y del sufrimiento que la invade. Así pues, las cuatro nobles verdades, como las llamó Buda, son:

1. Conocimiento del sufrimiento 
2. Conocimiento de las causas del sufrimiento 
3. Conocimiento de la necesidad de poner fin al sufrimiento 
4. Conocimiento de los medios para acabar con el sufrimiento

Estas son las cuatro verdades sagradas que fueron proclamadas por Buda en su gran sermón de Benarés en el siglo V o VI a.C. tras su iluminación bajo el árbol Bodhi. 

La liberación de los sufrimientos de la existencia eso es lo que el budismo pone en primer plano, por encima de todo. Y por eso puede llamarse una religión de redención, en el sentido más eminente de la palabra, una religión de liberación de los sufrimientos de la existencia, y por lo tanto, puesto que toda existencia está ligada al sufrimiento, de liberación del ciclo de vidas repetidas en la tierra.

Esto concuerda perfectamente con las concepciones descritas en la primera parte de esta conferencia. Pues si un pensamiento dirigido al mundo exterior sólo encuentra la nada, si lo que mantiene unidas las partes de cualquier cosa es sólo nombre y forma, y si nada transporta los efectos de una encarnación a la siguiente, entonces podemos decir que la "verdadera existencia" sólo puede alcanzarse si el hombre va más allá de todo lo que encuentra en el mundo exterior de los sentidos.

Evidentemente, no sería correcto llamar al cristianismo "religión de redención" en el mismo sentido que el budismo. Si queremos situar al cristianismo en su justa relación con el budismo desde este punto de vista, podríamos llamarlo "religión de la reencarnación". Pues el cristianismo parte del reconocimiento de que todo en una vida individual da frutos que son de importancia y valor para el ser más íntimo del hombre y se trasladan a una nueva vida, donde se viven en un nivel superior de plenitud. Todo lo que extraemos de una vida individual se vuelve cada vez más casi perfecto, hasta que por fin aparece en forma espiritual. Incluso los elementos menos significativos de nuestra existencia, si son tomados por lo espiritual y se les da nueva vida en un nivel cada vez más perfecto, pueden entretejerse en lo espiritual. Nada en la existencia humana es nulo, pues pasa por una resurrección cuando el espíritu lo ha transformado de la manera correcta.

Como una religión de renacimiento, de una resurrección de lo mejor que hemos experimentado, es como debemos considerar al cristianismo, una religión para la que nada de lo que encontramos carece de valor, sino que es más bien una piedra de construcción para el gran edificio que ha de surgir de la unión de todo lo espiritual en el mundo de los sentidos que nos rodea. El budismo es una religión de liberación de la existencia, mientras que el cristianismo es una religión de renacimiento a nivel espiritual. Esto es evidente en sus formas de pensar sobre las cosas grandes y pequeñas y en sus principios finales.

Si buscamos las causas de este contraste, las encontraremos en las características totalmente opuestas de la cultura occidental y oriental. La diferencia fundamental entre ambas puede expresarse de forma sencilla. Toda auténtica cultura oriental que aún no ha sido fecundada por Occidente no es histórica, mientras que toda la cultura occidental es histórica. Y esa es, en última instancia, la diferencia entre la perspectiva cristiana y la budista. El punto de vista cristiano es histórico: reconoce no sólo que las vidas terrenales se repiten, sino que forman una secuencia histórica, de modo que lo que se experimenta primero en un nivel imperfecto puede elevarse en el curso de encarnaciones posteriores a niveles cada vez más altos y casi perfectos. Mientras que el budismo ve la liberación de la existencia terrenal en términos de ascenso al Nirvana, el cristianismo ve su objetivo como un proceso continuo de desarrollo, en el que todos los productos y logros de las vidas individuales brillan en etapas cada vez más altas de perfección, hasta que, impregnados por el espíritu, experimentan la resurrección al final de la existencia terrenal.

El budismo no es histórico, sino todo lo contrario que el trasfondo cultural del que surgió. Dirige su mirada a encarnaciones anteriores y posteriores del hombre y lo ve en oposición al mundo exterior. Nunca se pregunta si en épocas anteriores el hombre pudo haber estado en una relación diferente con el mundo exterior o si en el futuro esta relación puede volver a ser diferente, aunque éstas son preguntas que el cristianismo sí se plantea. Así pues, el budismo llega a la conclusión de que la relación del hombre con el mundo en el que se encarna es siempre la misma. Impulsado a encarnarse por su sed de existencia, entra en un mundo de sufrimiento; no importa si el mundo suscitó esta misma sed en él en el pasado o lo hará en el futuro. El sufrimiento, y de nuevo el sufrimiento, es lo que está destinado a experimentar siempre durante la vida terrestre. Así que las vidas terrenales se repiten, y el budismo nunca las relaciona verdaderamente con ninguna idea de desarrollo histórico. Es por eso que el budismo puede ver su Nirvana, su estado de dicha, como alcanzable sólo al retirarse del ciclo siempre repetido de vidas en la tierra, y por qué tiene que considerar al mundo mismo como la fuente del sufrimiento humano. Porque dice que si alguna vez entramos en el mundo físico, estamos destinados a sufrir: el mundo de los sentidos no puede sino traernos sufrimiento.

Eso no es cristiano, porque la perspectiva cristiana es histórica hasta la médula. Reconoce que el hombre, al nacer de nuevo y de nuevo, se enfrenta a un mundo exterior; pero si estos encuentros le acarrean sufrimiento, o le dejan insatisfecho, privado de una existencia interiormente armoniosa, no es porque la vida terrena sea siempre tal que el hombre deba sufrir, sino porque su relación con el mundo exterior es errónea.

Tanto el cristianismo como el Antiguo Testamento apuntan a un acontecimiento definido, como resultado del cual el hombre ha desarrollado su vida interior de tal manera que puede hacer de su existencia en el mundo que le rodea una fuente de sufrimiento. El sufrimiento no nos lo inflige el mundo que percibimos a través de nuestros ojos y oídos, el mundo en el que estamos encarnados; la humanidad desarrolló una vez algo en su interior que la situó en una relación errónea con el mundo. Y como esto se hereda de generación en generación, sigue siendo hoy la causa del sufrimiento humano. En el sentido cristiano podemos decir que desde el principio de la existencia terrestre los seres humanos no han tenido una relación correcta con el mundo exterior.

Esta comparación puede extenderse a las doctrinas fundamentales de las dos religiones. El budismo insiste una y otra vez en que el mundo exterior es maya, ilusión. El cristianismo, por el contrario, dice El hombre puede creer que lo que ve del mundo exterior es una ilusión, pero eso se debe a que sus órganos están constituidos de tal manera que no puede ver a través del velo externo hacia el mundo espiritual. El mundo exterior no es una ilusión; la ilusión tiene su origen en las limitaciones de la visión humana. El budismo dice: Mira las rocas que te rodean; mira dónde relampaguean y truenan los truenos: todo es Maya, la gran ilusión. El pensamiento cristiano replicaría que es un error llamar ilusión al mundo exterior. No, es el hombre el que aún no ha encontrado la manera de abrir los sentidos espirituales, -sus ojos y oídos espirituales, en palabras de Goethe-, que podrían mostrarle cómo debe verse el mundo exterior en su verdadera forma. El cristianismo, en consecuencia, busca un acontecimiento prehistórico que haya impedido al corazón humano formarse una imagen verdadera del mundo exterior. Y el desarrollo humano a través de una serie de encarnaciones debe verse como un medio por el cual el hombre puede recuperar, en un sentido cristiano, sus ojos y oídos espirituales para ver el mundo exterior tal como es realmente. Las repetidas vidas terrestres no carecen, pues, de sentido: son el camino que permitirá al hombre mirar el mundo exterior, -del que el budismo quiere liberarlo-, y verlo irradiado por el espíritu. Superar la apariencia física del mundo adquiriendo la visión espiritual que el hombre aún no posee, y disipar el error humano por el que el mundo exterior puede parecer sólo maya, ése es el impulso más íntimo del cristianismo.

En el cristianismo, por tanto, no encontramos a un gran maestro que, como en el budismo, nos diga que el mundo es una fuente de sufrimiento y que debemos alejarnos de él hacia otro mundo, el mundo muy diferente del Nirvana. El cristianismo presenta un poderoso impulso para llevar el mundo hacia adelante: el Cristo, que nos ha dado la indicación más fuerte de las fuerzas que el hombre puede desarrollar a partir de su vida interior, fuerzas que le permitirán hacer uso de cada encarnación de tal manera que sus frutos serán llevados a cada encarnación sucesiva a través de sus propios poderes. Las encarnaciones no deben cesar para abrir el camino del Nirvana; pero todo lo que podemos adquirir en ellas debe ser utilizado y desarrollado para que pueda experimentar la resurrección en el sentido espiritual.

Aquí radica la diferencia más profunda entre la filosofía no histórica del budismo y la perspectiva histórica del cristianismo. El cristianismo se remonta a la Caída del hombre como fuente de dolor y sufrimiento, y mira hacia la Resurrección para su curación. No podemos liberarnos del dolor y el sufrimiento renunciando a la existencia, sino sólo corrigiendo el error que ha colocado al hombre en una falsa relación con el mundo circundante. Si corregimos este error, veremos efectivamente que el mundo perceptible por los sentidos se disuelve como una nube ante el sol, y también que todas nuestras acciones y experiencias dentro de él pueden resucitar en el plano espiritual.

El cristianismo es, pues, una doctrina de reencarnación, de resurrección, y sólo bajo esa luz podemos situarlo junto al budismo. Esto, sin embargo, implica contrastar los dos credos en el sentido de la Ciencia Espiritual y entrar en los impulsos más profundos de ambos. 

Todo lo que he dicho en términos generales puede corroborarse hasta en los detalles más pequeños. Por ejemplo, podemos encontrar en el budismo algo parecido al Sermón de la Montaña del Evangelio de Mateo: 

El que escucha la ley, -es decir, la ley impartida por el Buda-, es bienaventurado. El que se eleva por encima de las pasiones es bienaventurado. El que puede vivir en soledad es bienaventurado. El que puede vivir con las criaturas del mundo y no hacerles daño es bienaventurado. Y así sucesivamente.

Así, podríamos considerar las bienaventuranzas budistas como una contrapartida de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. Sólo tenemos que entenderlas de la manera correcta. Comparémoslas con el texto de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña del Evangelio de San Mateo. Allí escuchamos al comienzo las poderosas palabras: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque ellos encontrarán en sí mismos el reino de los cielos". No se dice sólo "Bienaventurados los que oyen la ley"; hay un añadido. Se nos dice: Bienaventurados los pobres de espíritu que tienen que mendigar, porque "de ellos es el reino de los cielos". ¿Qué significa esto? Sólo podemos comprender tal dicho si tenemos ante nuestra alma todo el carácter histórico de la perspectiva cristiana.

En primer lugar, debemos recordar que todas las facultades del alma humana tienen una historia; han evolucionado. La Ciencia Espiritual toma muy en serio esta palabra "evolucionado", en el sentido de que lo que existe hoy no ha existido siempre. Nos dice que lo que llamamos nuestro intelecto, nuestra manera científica de pensar, no existía en los tiempos primitivos; en su lugar había algo que podríamos llamar una clarividencia tenue y nebulosa. La forma en la que ahora alcanzamos el conocimiento del mundo era desconocida para estos pueblos primitivos. Pero en ellos habitaba una especie de sabiduría primitiva que iba mucho más allá de todo lo que hoy hemos podido establecer. Cualquiera que entienda la historia sabe que esa sabiduría primitiva existió. En aquellos primeros tiempos, los seres humanos no sabían cómo construir máquinas o motores de ferrocarril, ni cómo dominar su entorno con la ayuda de las fuerzas naturales, pero su visión de los fundamentos divino-espirituales del mundo iba mucho más allá de nuestros conocimientos actuales.

Esta visión no surgió de la reflexión. Los hombres no podían entonces proceder como lo hace la ciencia moderna. Recibían inspiraciones, revelaciones, que surgían tenuemente en sus almas. No eran totalmente conscientes de ellas, pero podían reconocerlas como verdaderos reflejos del mundo espiritual y de la antigua sabiduría. Pero como en el curso de la evolución el hombre pasó de vida en vida, estaba destinado a perder la antigua clarividencia nebulosa y la antigua sabiduría y a aprender a captar las cosas con el intelecto. En el futuro unirá las dos facultades: será capaz de mirar clarividentemente en el mundo espiritual conservando las formas del conocimiento moderno. Hoy vivimos en una etapa de transición. La antigua clarividencia se ha perdido, y lo que ahora somos se ha desarrollado con el paso del tiempo. ¿Cómo ha llegado el hombre al punto de ser capaz, como ser autoconsciente, de conocer el mundo a través de su intelecto? En particular, ¿Cuándo llegó la autoconciencia al hombre?

Fue en ese momento, -aunque la evolución del mundo no suele interpretarse con tanta exactitud-, cuando Cristo Jesús apareció en la tierra. Los hombres se encontraban en un punto de inflexión dado por lo que ha producido los mejores logros de nuestro propio tiempo. La llegada de Cristo a la evolución humana marcó la transición de lo viejo a lo nuevo. Cuando Juan el Bautista proclamó "El Reino de los Cielos está cerca", estaba utilizando simplemente una expresión técnica para la experiencia que llegaría a los hombres cuando comenzaran a adquirir conocimiento del mundo a través de su propia autoconciencia y ya no a través de inspiraciones. La llamada del Bautista significa que el conocimiento del mundo en términos de conceptos e ideas está próximo. Los hombres ya no dependen de la antigua clarividencia, sino que ahora pueden investigar el mundo por sí mismos. Y el impulso más poderoso para esta nueva forma de conocimiento lo dio Cristo Jesús.

De ahí el profundo significado de las primeras palabras del Sermón de la Montaña. Podrían interpretarse así: Los hombres están ahora en la etapa en que son mendigos del espíritu. En el pasado tenían visión clarividente y podían mirar en el mundo espiritual. Ese tiempo ya pasó. Pero llegará un tiempo en que el hombre, a través de la fuerza interior de su Yo, podrá encontrar un sustituto para la antigua clarividencia a través de la Palabra que se revelará dentro de él. Bienaventurados, en consecuencia, no sólo aquellos que en la antigüedad adquirieron el espíritu mediante inspiraciones crepusculares, sino también aquellos que ya no tienen clarividencia porque la evolución los ha llevado a esa etapa. En verdad no son indoctos, los que mendigan el espíritu porque lo han perdido. Bienaventurados ellos, porque suyo es lo que se revela a través del Yo y puede alcanzarse a través de su propia autoconciencia.

Más adelante leemos: "Bienaventurados los que sufren", porque aunque el mundo exterior de los sentidos es una causa de sufrimiento debido a nuestra relación con él, ha llegado el momento en que el hombre, si toma conciencia de sí mismo y despliega las fuerzas que moran en su Yo, llegará a conocer el remedio para su sufrimiento. Dentro de sí mismo encontrará la posibilidad del consuelo, porque ha llegado el momento en que cualquier consuelo externo pierde significado, porque el Yo debe tener la fuerza para encontrar dentro de sí mismo el remedio para el sufrimiento. Bienaventurados aquellos que ya no pueden encontrar en el mundo exterior todo lo que una vez encontraron allí. Ese es también el significado más elevado de la bienaventuranza: "Bienaventurados los que tienen sed de justicia, porque ellos serán saciados." Dentro del propio Yo se encontrará una fuente de justicia que compensará la injusticia del mundo.

Así es como Cristo Jesús señala el camino hacia el Yo humano, hacia el elemento divino en el hombre. Lleva a tu interior lo que vive en el Cristo como prefiguración; entonces encontrarás la fuerza para llevar de una encarnación a otra los frutos de tu vida en la tierra. Es importante para la vida en el mundo espiritual que domines lo que puede experimentarse en la existencia terrenal.

En relación con esto, hay un acontecimiento que, en primer lugar, es un sufrimiento para el cristianismo: la muerte de Cristo Jesús, el Misterio del Gólgota. Esta muerte tiene un significado mayor que la muerte ordinaria; Cristo establece aquí la muerte como el punto de partida de una vida inmortal e invencible. Esta muerte no es simplemente como si Cristo quisiera liberarse de la vida; la sufre porque de ella obra un poder ascendente, y porque de esta muerte ha de brotar la vida eterna.

Esto lo sentían quienes vivían en los primeros siglos del cristianismo, y se reconocerá cada vez más ampliamente cuando se comprenda mejor el Impulso de Cristo. Entonces se comprenderá que seis siglos antes de Cristo, uno de los más grandes hombres saliera de su palacio, viera un cadáver y se formara un juicio, -la muerte es sufrimiento, la liberación de la muerte es salvación-, y resolviera que ya no tendría nada que ver con nada que estuviera bajo el dominio de la muerte. Pasan seis siglos hasta la venida de Cristo, y después de otros seis siglos se levanta un símbolo que sólo se comprenderá en el futuro. ¿Cuál es este símbolo?

No fue un Buda, ni una persona elegida, sino gente sencilla la que fue y vio el símbolo; vio alzarse la cruz y un cadáver sobre ella. Para ellos, la muerte no era sufrimiento, ni se apartaban de ella; veían en el cuerpo una promesa de vida eterna, un signo de aquello que vence a la muerte y se aparta de todo en el mundo de los sentidos.

El noble Buda vio un cadáver; se apartó del mundo de los sentidos y decidió que la muerte es sufrimiento. La gente sencilla que contempló la cruz y el cadáver no se apartó de la vista: para ellos era el testimonio de que de esta muerte terrenal brota la vida eterna. Así fue como seiscientos años antes de la fundación del cristianismo, Buda se presentó ante el cadáver, y seiscientos años después de la venida de Cristo, la gente sencilla vio el símbolo que expresaba para ellos lo que había sucedido con la fundación del cristianismo. En ningún otro momento se ha producido un punto de inflexión semejante en la evolución de la humanidad. Si observamos estas cosas objetivamente, veremos aún más claramente dónde residen la grandeza y la importancia del budismo.

Como hemos dicho, el hombre estaba dotado originalmente de una sabiduría primordial, y en el curso de las sucesivas encarnaciones esta sabiduría se fue perdiendo gradualmente. La aparición del gran Buda marca el fin de una antigua época de la evolución; proporciona la prueba histórica más contundente de que los hombres habían perdido la antigua sabiduría, el antiguo conocimiento, y esto explica el apartarse de la vida. El Cristo es el punto de partida de una nueva evolución, que ve en esta vida terrenal las fuentes de la vida eterna.

En nuestra época, este importante hecho relativo a la evolución humana aún no se comprende con claridad. Por eso puede suceder hoy que hombres de naturaleza fina y noble, incapaces de obtener de los puntos de vista modernos lo que necesitan para su vida interior, se vuelvan hacia algo diferente y encuentren liberación en el budismo. Y el budismo muestra, en cierto sentido, cómo un hombre puede elevarse fuera de la existencia de los sentidos y, mediante un cierto despliegue de sus fuerzas interiores, puede elevarse por encima de sí mismo. Pero esto sólo puede ocurrir porque el mayor impulso y la fuente más íntima del cristianismo todavía son muy poco comprendidos.

La Ciencia Espiritual debe ser el instrumento para penetrar cada vez más profundamente en los conceptos y perspectivas del Cristianismo. Y precisamente la idea de la evolución, a la que la Ciencia Espiritual hace plena justicia, podrá conducir a los hombres a una comprensión íntima del Cristianismo. Por lo tanto, la Ciencia Espiritual puede abrigar la esperanza de que un cristianismo correctamente entendido se distinga cada vez más claramente de todas las interpretaciones erróneas del mismo, sin necesidad de trasplantar el budismo a nuestra época. Cualquier intento de hacer esto sería, en efecto, miope, pues cualquiera que comprenda las circunstancias de la vida espiritual en Europa sabrá que incluso aquellos movimientos que aparentemente se oponen al cristianismo han sacado todo su arsenal de armas del propio cristianismo. No habrían podido existir Darwin o Haeckel, -por grotesco que esto suene-, si una educación cristiana no les hubiera hecho posible pensar como pensaban; si las formas del pensamiento no hubieran estado listas para quienes, tras una educación cristiana, las utilizan para atacar, por así decirlo, a su propia madre. Lo que estas personas dicen, y el tono de voz en que lo dicen, están a menudo aparentemente dirigidos contra el cristianismo, pero es la educación cristiana la que les permite pensar de esta manera. Sería poco prometedor, por no decir nada, que alguien tratara de injertar algo oriental en nuestra cultura, pues contradiría todas las condiciones de la vida espiritual en Occidente. Todo lo que tenemos que hacer es comprender claramente las enseñanzas fundamentales de las dos religiones.

Un estudio más exacto de la vida espiritual contemporánea pondrá de manifiesto, en efecto, tal falta de claridad en ella, que hombres de la más alta eminencia filosófica se ven impelidos a rechazar la vida y son movidos así a simpatizar con los pensamientos del budismo. Tenemos un ejemplo de ello en Schopenhauer: todo el temperamento de su vida tenía algo de budista. Por ejemplo, dice que el tipo más elevado de hombre es el que podemos llamar un "santo"; un hombre que en su vida ha superado todo lo que el mundo exterior puede ofrecer. Se limita a existir en su cuerpo, sin obtener ningún ideal del mundo que le rodea; no tiene ningún objetivo ni propósito, sino que simplemente espera el momento en que su cuerpo sea destruido, de modo que desaparezca todo rastro de su conexión con el mundo de los sentidos. Al apartarse del mundo de los sentidos, anula su propia vida sensorial, de modo que no quede nada de todo lo que en la vida lleva del miedo al sufrimiento, del sufrimiento al terror, de la pasión al dolor.

Se trata de una proyección del sentimiento budista en Occidente, y debemos reconocer que se produce porque no se comprende claramente el impulso más profundo del cristianismo. ¿Qué hemos ganado con el cristianismo? De la forma más pura del impulso cristiano hemos ganado precisamente lo que separa decisivamente a Schopenhauer de una de las personalidades más significativas de los últimos tiempos. Mientras que el ideal de Schopenhauer es un hombre que ha superado todo lo que la vida exterior puede darle en forma de placer y dolor, y sólo espera que se disuelvan los últimos vestigios que mantienen unido su cuerpo, Goethe nos presenta en su Fausto un personaje esforzado que pasa del deseo a la satisfacción y de la satisfacción, al deseo, hasta que finalmente se ha purificado y ha transformado sus deseos hasta tal punto que el elemento más santo que puede iluminar nuestra vida se convierte en su pasión. No se queda esperando hasta que se extinguen los últimos vestigios de su existencia terrena, sino que pronuncia las grandes palabras: "Ni en eones pasará la huella de mis días sobre la tierra ".

El sentido y el espíritu de todo esto lo presenta Goethe en su Fausto tal como lo describió a su anciano secretario Eckermann: "Por lo demás, admitirás que el pasaje final, cuando el alma redimida es llevada a lo alto, fue muy difícil de manejar. Con cosas tan supersensibles, tan difícilmente imaginables, hubiera podido fácilmente perderme en vaguedades, si no me hubiera servido de figuras e imágenes de la Iglesia cristiana, claramente esbozadas, para dar la forma y el fondo necesarios a mis intenciones poéticas."

Así es como Fausto sube la escalera de la existencia, representada en símbolos cristianos, de lo mortal a lo inmortal, de la muerte a la vida.

En Schopenhauer vemos la inconfundible proyección de elementos budistas en nuestro modo de pensar occidental, de modo que su hombre ideal espera a alcanzar el estado de perfección hasta que se hayan borrado, junto con su cuerpo, las últimas huellas de su existencia terrenal. Y esta visión, cree Schopenhauer, puede interpretar las figuras creadas por Rafael y Correggio en sus cuadros. Goethe quiso presentarnos a un hombre que se esfuerza por alcanzar una meta, consciente de que todo lo que se consigue en la vida terrenal debe ser perdurable, entretejido con la eternidad. "Ni en eones pasará la huella de mis días en la tierra".

Ése es el verdadero impulso cristiano, realista, que lleva al despertar de nuestros actos terrenales en una forma espiritualizada. Es la religión de la resurrección. También es una filosofía realista en el verdadero sentido, pues sabe extraer de las alturas espirituales los elementos más elevados para nuestra vida en el mundo de los sentidos. Así podemos ver en Goethe, como el resplandor de una aurora, el cristianismo del futuro, que ha aprendido a comprenderse a sí mismo. Este cristianismo reconocerá toda la grandeza y significación del budismo, pero, en contraste con el budismo que se aparta de las encarnaciones, reconocerá el valor de cada existencia de una encarnación a la siguiente. Así, Goethe, en un sentido cristiano verdaderamente moderno, mira a un pasado que nos hizo nacer de un mundo, y al presente en el que todo lo que logramos, -si se captan correctamente sus frutos-, no puede pasar nunca. Por tanto, cuando vincula al hombre con lo universal en el verdadero sentido científico-espiritual, no puede sino unirlo por el otro lado al verdadero contenido del cristianismo. Así, en sus Palabras Órficas Primordiales dice:

"Como el día que te dio al mundo
El sol se puso de pie para saludar a los planetas, 
prosperaste de inmediato y sin cesar, 
según la ley por la que comenzaste. 
Así debes ser, no puedes escapar. 
Así lo dijeron sibilas, así lo dijeron profetas".

Goethe no podía escribir de este modo, al describir la conexión del hombre con el mundo entero, sin indicar que el ser humano, nacido de las constelaciones de la existencia, está en el mundo como algo que nunca puede pasar, sino que debe celebrar su resurrección en forma espiritualizada. De ahí que a estas líneas añadiera otras dos:

Ningún tiempo, ningún poder, puede llevar a la disolución
La forma una vez moldeada en la evolución viva.

Y podemos decir: Ningún tiempo y ningún poder pueden destruir lo que se logra en el tiempo y madura como fruto para la eternidad.

Traducido por J.Luelmo abr.2024

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919