GA023 Los puntos clave de la cuestión social -Capitalismo e ideas sociales

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CAPÍTULO III

RUDOLF STEINER

CAPITALISMO E IDEAS SOCIALES


No es posible juzgar qué tipo de acción exigen los clamorosos acontecimientos de la época, sin la voluntad de dejarse guiar en este juicio por una visión de las fuerzas básicas del organismo social. Lo expuesto anteriormente es un intento de llegar a esa comprensión. Las medidas basadas en un juicio que se deriva de un campo de observación estrechamente circunscrito, no pueden tener resultados positivos hoy en día. Los hechos que han surgido del movimiento social revelan perturbaciones en los fundamentos del organismo social, y en absoluto superficiales. Por lo tanto, es necesario llegar a percepciones que penetren en esos fundamentos.

Cuando hoy se habla de capital y de capitalismo, se hace referencia a lo que la humanidad proletaria considera las causas de su opresión. Formarse un juicio digno sobre el modo en que el capital favorece o entorpece los procesos circulatorios del organismo social, sólo es posible percibiendo cómo las capacidades humanas individuales, la legislación sobre derechos y las fuerzas de la vida económica producen y consumen capital. Cuando se habla de trabajo humano se hace referencia a la función que, junto con la base natural de la economía y el capital, crea los valores económicos a través de los cuales el trabajador toma conciencia de su condición social. Un juicio sobre cómo debe introducirse este trabajo humano en el organismo social, de manera que no perturbe el sentido de la dignidad humana del trabajador, sólo resultará de observar la relación que el trabajo humano tiene con el desarrollo de las capacidades individuales, por un lado, y con la conciencia de los derechos, por otro.

La gente se pregunta hoy, -y con razón-, cuál es el primer paso que hay que dar para satisfacer las demandas que están surgiendo en el movimiento social. Incluso el primer paso no se dará de manera provechosa si no se sabe qué relación debe tener con los cimientos de un organismo social sano. Quien sepa esto podrá encontrar las tareas apropiadas dondequiera que se encuentre o dondequiera que decida ir. Durante un largo período de tiempo se ha impedido la adquisición de la perspicacia aquí referida, debido a lo que se ha transferido de la voluntad humana a las instituciones sociales. Las personas se han acostumbrado tanto a estas instituciones que han basado en ellas mismas, sus opiniones sobre lo que debe conservarse y lo que debe cambiarse en ellas. Sus pensamientos se ajustan a las cosas, en lugar de dominarlas. Hoy es necesario percibir que sólo es posible llegar a juicios fácticos mediante un retorno a los pensamientos primigenios que son la base de todas las instituciones sociales.

Si no existen fuentes adecuadas desde las cuales fluyan constantemente hacia el organismo social las fuerzas que residen en estos pensamientos primigenios, entonces las instituciones adoptan formas que inhiben la vida en lugar de fomentarla. A pesar de todo, los pensamientos primigenios viven, más o menos inconscientemente, en los impulsos instintivos humanos, mientras que los pensamientos plenamente conscientes conducen al error y crean obstáculos para la vida. Estos pensamientos primigenios, que se manifiestan caóticamente en un mundo inhibidor de la vida, son los que subyacen, abierta o disimuladamente, a las convulsiones revolucionarias del organismo social. Estas convulsiones no se producirán una vez que el organismo social esté estructurado de tal manera que prevalezca la tendencia a observar en qué punto las instituciones divergen de las formas indicadas por los pensamientos primigenios, y a contrarrestar tales divergencias antes de que se vuelvan peligrosamente poderosas.

En nuestra época, las divergencias respecto a las condiciones exigidas por los pensamientos primigenios se han hecho grandes en muchos aspectos de la vida humana. El impulso vivo de estos pensamientos se erige en las almas humanas como una crítica vocal, a través de los acontecimientos, de la forma que ha asumido el organismo social durante los últimos siglos. Por tanto, es necesaria la buena voluntad para volverse enérgicamente hacia los pensamientos primigenios y no subestimar lo perjudicial que es, sobre todo hoy, desterrarlos de la vida como generalidades "poco prácticas". La crítica de lo que los tiempos modernos han hecho del organismo social existe en la vida y en las exigencias de la población proletaria. La tarea de nuestro tiempo es contrarrestar la crítica unilateral encontrando, en los pensamientos primigenios, la dirección a seguir para que los acontecimientos sean guiados conscientemente. Pues ya ha pasado el tiempo en que la humanidad puede darse por satisfecha con lo que la guía instintiva es capaz de producir.

Una de las cuestiones básicas que se ha desarrollado en la crítica contemporánea es cómo poner fin a la opresión que la humanidad proletaria ha experimentado a través del capitalismo privado. El propietario o gestor del capital, está en condiciones de poner el trabajo físico de otros hombres al servicio de lo que él se compromete a producir. Es necesario diferenciar tres sectores en la relación social que surge de la cooperación del capital y el trabajo humano: la actividad empresarial, que debe basarse en las capacidades individuales de una persona o un grupo de personas; la relación del empresario con el trabajador, que debe ser jurídica; la producción de un artículo, que adquiere valor de mercancía en la circulación económica. La actividad de dirección sólo puede participar de manera sólida en el organismo social cuando en este organismo actúan fuerzas que permiten que las capacidades humanas individuales se manifiesten de la mejor manera posible. Esto sólo puede ocurrir si existe un sector del organismo social que permite a los individuos capaces la libre iniciativa para ejercer sus capacidades, y permite que la evaluación de estas capacidades se realice a través de la libre comprensión de los demás. Es evidente que la actividad social de una persona que utiliza el capital pertenece al sector del organismo social en el que la vida espiritual proporciona las normas y la gestión.  Si el estado político participa en esta actividad, entonces la falta de apreciación de la eficacia de las capacidades individuales debe convertirse necesariamente en un factor co-determinante. El Estado político debe basarse y ocuparse de aquellas exigencias que son comunes e iguales para todos. Debe, en su sector, garantizar que cada individuo pueda hacer valer su opinión. La apreciación o no apreciación de las capacidades individuales no es una de sus funciones. Por lo tanto, lo que ocurre en su marco no puede influir en el ejercicio de las capacidades humanas individuales. La perspectiva de beneficio económico tampoco debe ser el factor determinante en el ejercicio de las capacidades individuales mediante el uso del capital. Muchos críticos del capitalismo hacen especial hincapié en este factor de la rentabilidad económica. Suponen que las capacidades individuales sólo pueden estar motivadas por este incentivo. Como personas "prácticas", se refieren a la naturaleza humana "imperfecta", que pretenden conocer. Es cierto que, dentro del orden social que las condiciones contemporáneas han ocasionado, la perspectiva de la rentabilidad económica ha alcanzado una enorme importancia. Pero este hecho no es menos la causa de las condiciones que se viven actualmente. Estas condiciones exigen urgentemente el desarrollo de alguna otra motivación para la actuación de las capacidades individuales. Esta motivación tendrá que encontrarse en la comprensión social que emana de una vida espiritual sana. Con la fuerza de la vida espiritual libre, las escuelas, la educación, dotarán al individuo de impulsos que, en virtud de esta comprensión inherente, le permitirán poner en práctica sus capacidades personales.

Esta opinión no es en absoluto fantástica. Ciertamente, las nociones fantásticas han causado tanto daño en el campo de la voluntad social como en cualquier otro. Pero la opinión aquí expresada, como se desprende de lo que precede, no se basa en la ilusión de que "el espíritu" obrará maravillas si sólo aquellos que creen tener algo hablan todo lo que pueden de él; es más bien el resultado de observar la libre cooperación de los seres humanos en los campos espirituales de esfuerzo. Esta cooperación, cuando puede desarrollarse de manera verdaderamente libre, adquiere, por su propia esencia, una forma social. 


Sólo el tipo de vida espiritual no libre ha impedido, hasta ahora, que surgiera esta forma social. La fuerza espiritual se ha cultivado en el seno de las clases dominantes de un modo que ha restringido insocialmente sus logros a estas clases. Lo que se lograba dentro de estas clases sólo podía transmitirse artificialmente a la humanidad proletaria. Y esta parte de la humanidad no podía extraer de la vida espiritual ninguna fuerza que sostuviera su alma, porque no participaba realmente en esos valores espirituales. Los institutos de "educación popular de adultos", "conducir" al pueblo a la apreciación del arte, y acciones similares, no son realmente medios válidos para la propagación de los valores espirituales en el pueblo mientras estos valores espirituales conserven el carácter que han adquirido en los últimos tiempos. 

La esencia humana más íntima del "pueblo" no se encuentra en tales valores. Por lo tanto, sólo pueden mirar desde un punto de observación exterior. Lo que es cierto con respecto a la vida espiritual propiamente dicha también lo es con respecto a las ramificaciones de la actividad espiritual que fluyen hacia la vida económica junto con el capital. En un organismo social sano, el obrero proletario no debe limitarse a permanecer junto a su máquina, sin preocuparse más que de su funcionamiento, mientras que el capitalista es el único que conoce el destino de las mercancías producidas en la circulación económica. A través de una participación plenamente activa, el trabajador debe ser capaz de desarrollar una idea clara de su propia implicación en la sociedad a través de su trabajo en la producción de mercancías. Las discusiones regulares, que deben considerarse tan parte de la operación como el propio trabajo, deben ser organizadas por la dirección con vistas a desarrollar ideas que incluyan tanto al empresario como al empleado. Una sana actividad de este tipo tendrá como resultado la comprensión por parte del trabajador de que una correcta gestión del capital beneficia al organismo social y, con ello, al propio trabajador. Mediante tal apertura, basada en el libre entendimiento mutuo, el empresario se verá inducido a dirigir su negocio de manera irreprochable.

Sólo alguien que no pueda percibir el efecto social de la experiencia interior unida de una empresa común considerará que lo que se ha dicho aquí carece de sentido. Quien pueda percibir este efecto verá cómo se estimula la productividad económica cuando la gestión de la vida económica basada en el capital tiene sus raíces en el sector espiritual libre. El interés por el capital con el fin de obtener y aumentar beneficios sólo puede ser sustituido por un interés objetivo en la producción de mercancías y en la consecución si se cumple este requisito previo.

Los socialistas aspiran a que la sociedad administre los medios de producción. Lo que está justificado en sus esfuerzos sólo podrá alcanzarse cuando esta administración pase a ser responsabilidad del sector espiritual. La coerción económica que ejerce el capitalista cuando desarrolla sus actividades a partir de las fuerzas de la vida económica se hará así imposible. Y no podrá producirse la paralización de las capacidades humanas individuales, como ocurre cuando estas capacidades son administradas por el Estado político.

El producto del uso del capital y de las capacidades humanas individuales debe derivarse, como en el caso de todo esfuerzo espiritual, de la libre iniciativa del realizador, por un lado, y de la libre apreciación de aquellos otros que requieren sus esfuerzos, por otro. La determinación de la cuantía de estos ingresos debe estar de acuerdo con la libre percepción del propio hacedor sobre lo que es adecuado, teniendo en cuenta su preparación, gastos, etcétera. Sus pretensiones a este respecto sólo se verán satisfechas cuando sus esfuerzos se vean recompensados.

Mediante el tipo de acuerdos sociales descritos aquí, se puede preparar el terreno para una relación contractual verdaderamente libre entre el empresario y el trabajador. Esto no significa un intercambio de mercancías, es decir, dinero, por fuerza de trabajo, sino un acuerdo sobre la parte que debe recibir cada una de las personas que han producido conjuntamente el producto.

Lo que se consiga para el organismo social con el capital como base depende, por su propia naturaleza, de cómo intervengan en este organismo las capacidades humanas individuales. El impulso correspondiente para el desarrollo de estas capacidades sólo puede obtenerse a través de una vida espiritual libre. En un organismo social en el que el desarrollo de estas capacidades está vinculado a un estado político o a la economía, la productividad real de todo lo que requiere el gasto de capital depende de que las fuerzas individuales libres superen estas condiciones paralizantes. Pero el desarrollo en tales condiciones es insano. Las condiciones en las que la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía, no han sido causadas por el libre despliegue de las capacidades individuales en el uso del capital, sino por causa  del encadenamiento de estas capacidades por el Estado político o los intereses económicos. La comprensión desprejuiciada de este hecho es un requisito previo para todo lo que debe producirse en el campo de la organización social. 

Los tiempos modernos han producido la superstición de que los medios para sanear el organismo social pueden surgir del estado político o del sector económico. Si la humanidad continúa en la dirección indicada por esta superstición, se crearán instituciones sociales que no conducirán a la humanidad a lo que ella aspira, sino a un aumento ilimitado de la opresión que trata de evitar.

Se empezó a pensar en el capitalismo en un momento en que era la causa de un deterioro del organismo social. Se experimenta este deterioro y se ve que hay que luchar contra él. Hay que ver más. Hay que tomar conciencia de que la enfermedad tiene su origen en el vaciamiento de las fuerzas efectivas del capital por parte del proceso económico. Sólo evitando la ilusión causada por la manera de pensar que ve la gestión del capital por un sector espiritual liberado como el resultado de un "idealismo impráctico", es posible trabajar en la dirección que las fuerzas evolutivas de la humanidad contemporánea empiezan a exigir.

Ciertamente, la gente está poco preparada en la actualidad para relacionar directamente las ideas sociales, que deben guiar al capitalismo por un curso saludable, con la vida espiritual. Sólo se tiene en cuenta la vida económica. Es fácil ver cómo, en los tiempos modernos, la producción de mercancías ha conducido a la gran empresa y ésta, a su vez, a la forma contemporánea de capitalismo. Las cooperativas, que trabajan para satisfacer las necesidades de los productores, deben ocupar el lugar de esta forma económica. Sin embargo, como es evidente que hay que conservar los medios de producción modernos, se impone la concentración de todas las empresas en una gran cooperativa. En tal sistema, se piensa, cada persona produciría en nombre de la comunidad, que no podría ser explotadora porque se estaría explotando a sí misma. Y como uno debe, o quiere, relacionarse con lo que ya existe, se mira al Estado moderno, que debe transformarse en una cooperativa que lo abarque todo.

No se tiene en cuenta que lo que se espera de una cooperativa de este tipo es menos probable que ocurra cuanto mayor sea su tamaño. Si la integración de las capacidades humanas individuales en el organismo cooperativo no se estructura como aquí se describe, la gestión común del trabajo no podrá conducir a la recuperación del organismo social.

La escasa inclinación actual hacia un juicio imparcial en lo que se refiere a la intervención de la vida espiritual en el organismo social, es el resultado de que la gente se ha acostumbrado a imaginar lo espiritual como lo más alejado posible de todo lo que es material y práctico. No serán pocos los que encuentren algo grotesco en la opinión aquí expresada, de que la actuación del capital en la vida económica manifieste parcialmente los efectos del sector espiritual. Es fácil imaginar que los miembros de las clases hasta ahora dominantes están de acuerdo con los pensadores socialistas en este punto.

Para reconocer la importancia que tiene para la recuperación del organismo social lo que ellos consideran grotesco, hay que dirigir la atención a ciertas corrientes de pensamiento contemporáneas que, a su manera, derivan de impulsos honestos del alma, pero obstaculizan el desarrollo del verdadero pensamiento social allí donde encuentran entrada.

Estas corrientes de pensamiento se alejan, -más o menos inconscientemente-, de lo que da a la experiencia interior el impulso adecuado. Persiguen una filosofía y una vida interior del alma y del intelecto que concuerda con la búsqueda del conocimiento científico, pero que es como una isla en el mar de la existencia humana. No son capaces de construir un puente entre esa vida y la vida cotidiana de la realidad. Uno puede ver cómo muchas personas hoy en día encuentran "de moda" reflexionar, en sus torres de marfil, en abstracciones escolásticas sobre todo tipo de problemas ético-religiosos; uno puede ver cómo la gente reflexiona sobre cómo el hombre puede adquirir virtudes, cómo debe comportarse amorosamente con sus semejantes, y cómo puede inspirarse en un "sentido interior de la vida". Pero también se ve la imposibilidad de realizar una transferencia de lo que la gente llama bueno y amoroso y benevolente y correcto y moral a lo que rodea a la humanidad en la realidad externa cotidiana en forma de capital, de remuneración del trabajo, de consumo, de producción, de circulación de mercancías, de crédito, de bancos y mercados de valores. Se puede ver cómo dos corrientes universales también fluyen una al lado de la otra en los hábitos de pensamiento humanos. Una corriente es la que permanece en las alturas divino-espirituales, por así decirlo, y no desea tender puentes entre lo que constituye un impulso espiritual y las realidades del trato ordinario de la vida. La otra vive, desprovista de pensamiento, en lo cotidiano. La vida, sin embargo, es una unidad. Sólo puede prosperar si la fuerza de la vida ético-religiosa llega a la vida común y profana, a esa vida que, para muchos, puede parecer menos de moda. Porque si no se tiende un puente entre estos dos aspectos de la vida, se cae en la mera fantasía, muy alejada de la verdadera realidad cotidiana en lo que se refiere a la vida religiosa y moral y al pensamiento social. Estas verdaderas realidades cotidianas tienen entonces su revancha. A partir de un cierto impulso "espiritual", el hombre se esfuerza hacia todo tipo de ideales, hacia lo que llama "el bien"; pero se dedica sin "espíritu" a esos otros instintos basados en las necesidades cotidianas ordinarias de la vida que deben satisfacerse mediante actividades económicas. No conoce ningún camino practicable desde el concepto de espiritualidad hasta lo que ocurre en la vida cotidiana. Por eso esta vida adopta una forma que no tiene nada que ver con los impulsos éticos, que permanecen a la moda, en las alturas espirituales. Pero entonces la venganza de lo común es tal que la vida ético-religiosa constituye una mentira interior, pues permanece a distancia de lo común, fuera del contacto directo con la vida práctica, sin que este hecho sea siquiera percibido.

Cuántas personas hay hoy en día que, por su altura de miras ético-religiosa, demuestran la mejor voluntad de vivir correctamente junto a sus semejantes, deseándoles sólo lo mejor. Sin embargo, no logran adoptar la sensibilidad necesaria, pues no pueden adquirir los conceptos sociales concretos que afectan a la conducta práctica de la vida.

Son personas como éstas, fantasiosos que se creen prácticos, quienes en este momento histórico en que las cuestiones sociales se han vuelto tan urgentes, obstaculizan todo progreso real. Se les oye hablar como sigue: Es necesario que la humanidad se levante del materialismo, de la vida material externa que nos ha conducido a la catástrofe de la guerra mundial, y se vuelva hacia una concepción espiritual de la vida'. Para mostrar el camino hacia la espiritualidad, no se cansan de citar a las personalidades del pasado veneradas por su modo de pensar espiritual. Sin embargo, si se intenta indicar lo que el espíritu debe necesariamente realizar hoy en la vida práctica, cómo debe producirse el pan de cada día, se afirma inmediatamente que, en primer lugar, hay que llevar a la gente a reconocer de nuevo al espíritu. Pero el meollo de la cuestión hoy es que las directrices para la recuperación del organismo social se encuentran en la fuerza de la vida espiritual. Para ello no basta con que la gente se ocupe del espíritu como algo secundario. Para ello es necesario que la vida cotidiana se oriente espiritualmente. La tendencia a tratar la "vida espiritual" como algo secundario ha llevado a las clases hasta ahora dominantes a adquirir un gusto por las condiciones sociales que han dado lugar al actual estado de cosas.

En la sociedad contemporánea, la gestión del capital para la producción de mercancías está estrechamente vinculada a la posesión de los medios de producción, que también es capital. Sin embargo, estas dos relaciones del hombre con el capital son muy diferentes en cuanto a sus efectos dentro del organismo social. La gestión a través de las capacidades individuales, cuando se ejercen adecuadamente, abastece al organismo social de bienes en los que todos los que pertenecen a este organismo tienen un interés. Cualquiera que sea la situación de una persona en la vida, le interesa que no se pierda nada de lo que fluye de las fuentes de la naturaleza humana en forma de capacidades individuales, por medio de las cuales se producen los bienes que sirven a propósito a la vida humana. El desarrollo de estas capacidades sólo puede producirse cuando sus poseedores son capaces de activarlas con su propia y libre iniciativa. El bienestar de la humanidad se ve privado, al menos hasta cierto punto, de todo aquello que no es capaz de brotar de estas fuentes en libertad. El capital es el medio por el cual tales capacidades se hacen efectivas para amplias zonas del organismo social. Todo el mundo dentro de un organismo social debe tener un interés real en que la suma total del capital se gestione de tal manera que los individuos o grupos especialmente dotados dispongan de este capital por su propia y libre iniciativa. Cada persona, tanto si su trabajo es espiritualmente creativo como si es el de un obrero, si quiere servir objetivamente a sus propios intereses, debe decir: desearía que un número suficientemente grande de personas o grupos de personas competentes no sólo tuvieran el capital a su libre disposición, sino también que les fuera accesible por su propia iniciativa. Pues sólo ellas pueden juzgar cómo sus capacidades individuales, a través de la mediación del capital, producirán intencionadamente bienes para el organismo social.

No es necesario describir aquí cómo se desarrolló, en el curso de la evolución humana, la propiedad privada a partir de otras formas de propiedad en relación con la activación de las capacidades humanas individuales. En los últimos tiempos, la propiedad se ha desarrollado dentro del organismo social bajo la influencia de la división del trabajo. Aquí nos ocupamos de las condiciones contemporáneas y de su necesario desarrollo ulterior.

Independientemente de cómo haya surgido la propiedad privada, mediante el ejercicio del poder, la conquista, etc., es el resultado de una creación social ligada a las capacidades humanas individuales. Sin embargo, la opinión actual de los socialistas es que el carácter opresivo de la propiedad privada sólo puede eliminarse mediante su transformación en propiedad común. La pregunta se plantea así: ¿Cómo impedir la propiedad privada de los medios de producción para que cese la opresión resultante de los no propietarios? Quien plantea la cuestión de este modo pasa por alto el hecho de que el organismo social está en constante devenir y crecimiento. No es posible preguntarse cómo debe organizarse algo que crece para que esta organización, que se considera correcta, se mantenga en el futuro. Se puede pensar así de algo que permanece inalterado desde sus comienzos. Pero no es válido para el organismo social. Como entidad viva que es, está cambiando constantemente todo lo que surge en su seno. Intentar darle una forma supuestamente mejor, en la que se espera que permanezca, es socavar su vitalidad.

Una de las condiciones de la vida del organismo social es que aquellos que pueden servir a la comunidad mediante sus capacidades individuales no se vean privados de utilizar su libre iniciativa. Cuando tal servicio requiere que los medios de producción estén libremente a su disposición, la obstaculización de esta libre iniciativa sólo sería perjudicial para el interés social general. Se rechaza aquí el argumento habitual de que el empresario necesita la perspectiva del beneficio como incentivo, y que este beneficio está estrechamente relacionado con la propiedad de los medios de producción. El tipo de pensamiento del que se derivan las opiniones expresadas en este libro, de que hay una evolución ulterior de las condiciones sociales, debe ver en la liberación de la vida espiritual de los sectores político y económico la posibilidad de que esta forma de incentivo pueda dejar de existir.

La vida espiritual liberada desarrollará, necesariamente, la comprensión social; y de esta comprensión resultarán formas de incentivo muy diferentes de las que residen en la esperanza de obtener ventajas económicas. Sin embargo, no se trata de qué impulsos despiertan simpatía por la propiedad privada de los medios de producción, sino de si lo que corresponde a las necesidades vitales del organismo social es la libre disposición de estos medios o aquella disposición que está regulada por la comunidad. Además, hay que tener siempre presente que las condiciones que se cree observar en las sociedades humanas primitivas no son aplicables al organismo social contemporáneo; sólo son aplicables las condiciones que corresponden a la etapa de desarrollo actual.

En la etapa actual, no puede introducirse en el proceso económico una fértil activación de las capacidades individuales sin la libre disposición sobre el capital. Para que la producción sea fructífera, esta disposición debe ser posible, no porque sea ventajosa para un individuo o un grupo de individuos, sino porque, utilizada con la debida comprensión social, puede servir mejor a la comunidad.

El ser humano se relaciona con lo que produce, solo o junto con otros, como se relaciona con la destreza de sus propios miembros. El menoscabo de la libre disposición sobre los medios de producción equivale a paralizar la libre aplicación de la destreza en sus miembros.

Sin embargo, la propiedad privada no es más que el medio para esta libre disposición. En lo que respecta al organismo social, el único significado de la propiedad es que el propietario tiene el derecho de disponer de la propiedad a través de su libre iniciativa. Se ve que en la sociedad están unidas dos cosas que tienen un significado muy diferente para el organismo social: La libre disposición sobre la base de capital de la producción social, y la relación jurídica a través de la cual quien ejerce esta disposición, mediante su derecho de disposición, impide a otros la libre utilización de esta base de capital.

No es la libre disposición original lo que conduce al daño social, sino sólo la prolongación del derecho de disposición cuando las condiciones apropiadas que conectan las capacidades humanas individuales con esta disposición han dejado de existir. Quien vea el organismo social como algo que evoluciona, que crece, no malinterpretará lo que aquí se indica. Buscará posibilidades para que lo que sirve a la vida, por un lado, pueda administrarse de modo que sus efectos no sean perjudiciales, por otro. Lo que vive no puede establecerse provechosamente sin que se produzcan inconvenientes durante el proceso de devenir. Y si se trabaja sobre un ente en evolución, como el hombre debe hacerlo sobre el organismo social, entonces la tarea no puede consistir en obstaculizar una instalación necesaria para evitar daños, pues entonces se socavarían las posibilidades de vida del organismo social. Se trata de intervenir en el momento oportuno, cuando lo que ha sido apropiado está a punto de convertirse en perjudicial.

Debe existir la posibilidad de libre disposición sobre la base de capital a través de las capacidades individuales; debe ser posible cambiar los derechos de propiedad relacionados tan pronto como se conviertan en un medio para la adquisición injustificada de poder. En nuestra época disponemos de una facilidad que cumple parcialmente este requisito con respecto a la llamada propiedad intelectual. En un momento determinado, tras la muerte de su creador, pasa a ser propiedad de la comunidad. Esto corresponde a un modo de pensar verdaderamente social. En la medida en que la creación de una propiedad puramente intelectual está estrechamente ligada al talento de un individuo, es al mismo tiempo un producto de la sociedad humana y debe, en su momento, ser entregada a esta sociedad. No hay ninguna diferencia con respecto a los demás bienes. Lo que el individuo produce al servicio de la comunidad sólo es posible en cooperación con esta comunidad. El derecho de disposición sobre una propiedad no puede administrarse al margen de los intereses de la comunidad. No hay que buscar un medio de eliminar la propiedad del capital base, sino un medio de administrar esta propiedad para que sirva mejor a la comunidad.

Este medio se encuentra en la triple articulación del organismo social. Las personas, unidas en el organismo social, actúan como una totalidad a través de los estados de derechos. El ejercicio de las capacidades individuales pertenece a la organización espiritual.

Todo en el organismo social, visto de forma realista y sin opiniones subjetivas, teorías, deseos, etc., indica la necesidad de la triple articulación del organismo social. Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a la relación de las capacidades humanas individuales con la base de capital de la vida económica y la propiedad de esta base de capital. El Estado de derechos no tendrá que impedir la formación y administración de capital de propiedad privada mientras las capacidades individuales sigan vinculadas a la base de capital de un modo que constituya un servicio al conjunto del organismo social. Además, seguirá siendo un Estado de derechos con respecto a la propiedad privada, sin hacer nunca suya la propiedad privada, sino garantizando que los derechos de disposición se transfieran en el momento adecuado a una persona o a un grupo de personas capaces de restablecer la relación individual adecuada con la propiedad. De este modo, el organismo social será atendido desde dos ángulos completamente diferentes. El Estado democrático de derechos, que se ocupa de lo que afecta a todas las personas por igual, evitará que los derechos de propiedad se conviertan en males de propiedad. Dado que este Estado no administra la propiedad, sino que garantiza su transferencia a las capacidades humanas individuales, estas capacidades desarrollarán sus poderes productivos para la totalidad del organismo social. A través de tal organización, los derechos de propiedad, o la disposición sobre ellos, pueden conservar un elemento personal mientras parezca oportuno. Uno puede imaginar que los representantes en el Estado de derechos, en diferentes momentos, promulgarán leyes completamente diferentes sobre la transferencia de la propiedad de una persona, o grupo de personas, a otras. En el momento actual, en el que se extiende una gran desconfianza hacia toda propiedad privada, se contempla una transferencia radical de la propiedad privada a la propiedad comunitaria. Si se sigue este camino, se verá que perjudica las potencialidades vitales del organismo social. Enseñados por la experiencia, se tomará entonces otro camino. Sin embargo, no cabe duda de que sería mejor que se adoptaran ahora disposiciones que, en el sentido aquí indicado, otorgaran salud al organismo social. Mientras una persona sola, o en conexión con un grupo, continúe la actividad productiva que le procuró una base de capital, su derecho de disposición sobre la acumulación de capital que resulta de los beneficios de explotación sobre el capital original tendrá que seguir vigente cuando se utilice para una expansión de la producción. A partir del momento en que dicha persona deje de dirigir la producción, esta acumulación de capital deberá pasar a otra persona, o grupo de personas, para ser utilizada en el mismo tipo de producción o en otro que sirva al organismo social. Las plusvalías que no se utilicen para la expansión deben recibir un tratamiento similar. Lo único de propiedad personal del individuo que explota una empresa debe ser lo que extrae de acuerdo con las condiciones acordadas al asumir la responsabilidad de la producción, y que considera adecuadas a sus capacidades individuales; y que, además, parecen justificadas por la confianza de los demás al concederle el uso del capital. Cuando el primer administrador ya no pueda o no quiera gestionar una empresa, el capital con el que se creó se transferirá a un nuevo administrador, junto con todas las obligaciones o, según los deseos de los propietarios originales, se les devolverá.

Estos acuerdos se refieren a la transferencia de derechos. Las disposiciones legales por las que se rigen estas transferencias son competencia del Estado de derechos. También tendrá que velar por su ejecución y administración. Se puede suponer con seguridad que las determinaciones detalladas que regulan dichas transferencias de derechos variarán según lo que la conciencia de los derechos considere correcto. Una forma de pensar realista nunca deseará más que señalar la dirección que puede tomar dicha regulación. Si esta dirección se toma con comprensión, siempre se podrá encontrar la acción adecuada para casos individuales concretos. La solución correcta siempre tendrá que estar en consonancia con el espíritu del asunto, así como con las condiciones especiales que puedan imponer las consideraciones prácticas. Cuanto más realista sea una forma de pensar, menos tratará de establecer leyes y normas a partir de requisitos predeterminados. Por otra parte, el espíritu de tal modo de pensar conducirá necesariamente a ciertos requisitos. Uno de ellos será que el Estado de derechos nunca se hará cargo de la disposición del capital a través de su administración de los derechos de transferencia. Sólo tiene que prever la transferencia a una persona o grupo de personas cuyas capacidades individuales parezcan justificarlo. En general, se deduce que, en un primer momento, quien se proponga efectuar tal transferencia de capital en las circunstancias descritas deberá poder elegir libremente a su sucesor. Podrá elegir a una persona, o grupo de personas, o transferir los derechos de disposición a un establecimiento de la organización espiritual. Una persona que ha servido intencionadamente al organismo social a través de la gestión del capital determinará el uso futuro de este capital con la comprensión social derivada de sus capacidades individuales. Además, será más ventajoso para el organismo social depender de esta determinación que prescindir de ella y que los acuerdos sean tomados por personas no directamente relacionadas con el asunto.

Las liquidaciones de este tipo corresponderán a acumulaciones de capital que superen una determinada cantidad y que hayan sido adquiridas por una persona o grupo mediante el uso de medios de producción (a los que también pertenecen los bienes inmuebles), y que no estén incluidas en lo acordado originalmente como compensación por las actividades de las capacidades individuales.

Tales ganancias, adquisiciones y ahorros que resulten del propio trabajo del individuo permanecerán en su posesión personal hasta su muerte, o en posesión de sus descendientes hasta una fecha posterior. Hasta esa fecha, quien reciba tales ahorros para la adquisición de medios de producción pagará intereses (cuya cuantía se determinará a partir del conocimiento de los derechos y será fijada por el estado de derechos). En un orden social basado en los principios aquí descritos, será posible separar completamente los ingresos que resultan del uso de los medios de producción de los bienes adquiridos mediante el trabajo personal (físico y mental). Esta separación se ajusta a la conciencia de los derechos y a los intereses de la comunidad social. Lo que alguien ahorra y pone a disposición de la producción sirve al interés general, ya que, en primer lugar, hace posible la gestión de la producción mediante las capacidades humanas individuales. El incremento del capital mediante el uso de los medios de producción -tras la deducción del interés legítimo- aporta su desarrollo al organismo social en su conjunto. Por lo tanto, también debe retornar a él en la forma descrita. El Estado de derechos sólo tiene que asegurar que la transferencia del capital en cuestión se realice de la manera indicada; no le corresponderá decidir qué producción material o espiritual debe tener disposición sobre el capital transferido o sobre el ahorro. Eso conduciría a una tiranía del Estado sobre la producción espiritual y material, que se administra mejor a través de las capacidades humanas individuales. En caso de que alguien no desee seleccionar personalmente al receptor del capital acumulado por él, podrá delegar esta función en una unidad de la organización espiritual.

Tras el fallecimiento del asalariado, o en un determinado momento posterior, los bienes adquiridos mediante el ahorro, junto con los intereses correspondientes, pasan también a una persona o grupo espiritual o materialmente productivo -pero sólo a tal persona o grupo y no a una persona improductiva en cuyas manos constituirían una pensión privada- que el asalariado elija y especifique en su testamento. También en este caso, si no se puede elegir directamente a una persona o grupo, se tendrá en cuenta la transferencia de los derechos de disposición a un establecimiento del organismo espiritual. Sólo si alguien no efectúa por sí mismo una disposición, intervendrá el Estado de derechos y, a través de la organización espiritual, realizará la disposición por él.

En un orden social organizado de este modo se tienen en cuenta tanto la iniciativa del individuo como los intereses de la comunidad social. De hecho, dichos intereses se satisfacen plenamente si las iniciativas individuales se ponen a su servicio. De este modo, quien confía su trabajo a la dirección de otro sabe que los resultados de sus esfuerzos conjuntos servirán a la comunidad, y con ella al propio trabajador, de la mejor manera posible. El orden social al que nos referimos aquí creará una relación sana y sensata entre el capital, encarnado en los medios de producción, junto con la fuerza de trabajo humana, por un lado, y los precios de los artículos producidos por ellos, por otro. Tal vez lo aquí expuesto contenga imperfecciones. Pues que se encuentren. La función de un modo de pensar que corresponde a la realidad no es formular "programas" perfectos para todos los tiempos, sino señalar la dirección para el trabajo práctico. La intención de los ejemplos concretos aquí mencionados es ilustrar mejor la dirección indicada. Se puede alcanzar un objetivo productivo siempre que las mejoras coincidan con la dirección indicada.

Los intereses personales o familiares justificados se pondrán en concordancia con las exigencias de la comunidad humana gracias a este tipo de disposiciones. Por supuesto, es posible señalar que existirá una fuerte tentación de transmitir la propiedad a uno o varios descendientes durante la vida del propietario original. También que, aunque los descendientes pudieran parecer productores, no dejarían de ser ineficaces en comparación con otros que deberían sustituirlos. Esta tentación podría reducirse al mínimo en una organización regida por los acuerdos descritos anteriormente. El Estado de derechos sólo tiene que exigir que, en cualquier circunstancia, los bienes transferidos de un miembro de la familia a otro deban, una vez transcurrido un determinado periodo de tiempo tras la muerte del primero, recaer en un establecimiento de la organización espiritual. O la evasión de la regla puede ser impedida de alguna otra manera a través de la ley. El estado de derecho sólo asegurará que la transferencia tenga lugar; un establecimiento de la organización espiritual debe determinar quién debe recibir la herencia. Mediante el cumplimiento de estos principios se desarrollará una conciencia de la necesidad de que la descendencia esté cualificada para el organismo social mediante la educación y la formación, y de los resultados socialmente perjudiciales de transferir capital a personas improductivas. Alguien que esté realmente imbuido de comprensión social no tendrá ningún interés en que su relación con una base de capital pase a una persona o grupo cuyas capacidades individuales no lo justifiquen.

Nadie que tenga sentido de lo verdaderamente factible considerará utópico lo que aquí se presenta. Los únicos acuerdos propuestos son los que pueden desarrollarse de acuerdo con las condiciones contemporáneas en todos los ámbitos de la vida. Sólo es necesario decidir de una vez por todas que el Estado de derechos debe renunciar gradualmente a su control sobre la vida espiritual y la economía, y no ofrecer resistencia cuando suceda realmente lo que debería suceder: que surjan instituciones educativas privadas y que la economía se vuelva autosuficiente. Las escuelas y las empresas económicas estatales no tienen que eliminarse de la noche a la mañana; pero el desmantelamiento gradual del aparato educativo y económico estatal bien podría desarrollarse desde pequeños comienzos. Por encima de todo, es necesario que quienes estén plenamente convencidos de la corrección de estas ideas sociales u otras similares se ocupen de su difusión. Si estas ideas encuentran comprensión, surgirá la confianza en la posibilidad de una transformación saludable de las condiciones actuales en otras que no sean perjudiciales. Esta es la única confianza que puede propiciar una evolución realmente saludable, pues quien quiera adquirir esta confianza debe percibir cómo las nuevas instituciones pueden fusionarse prácticamente con las ya existentes. El elemento esencial de las ideas aquí desarrolladas es que no abogan por el advenimiento de un futuro mejor a través de una destrucción de la sociedad aún mayor de la que ya se ha producido, sino que la realización de tales ideas ha de producirse construyendo sobre lo que ya existe. A través de esta construcción, se induce el desmantelamiento de los elementos malsanos. Las explicaciones que no infunden confianza de este tipo no pueden lograr lo que es absolutamente necesario: un curso en el que el valor de lo que se ha producido hasta ahora, y las habilidades que se han adquirido, no se tiren simplemente por la borda, sino que se preserven.  Incluso quienes piensan de forma muy radical pueden adquirir confianza en una nueva estructura social que traslade los valores existentes, si las ideas que la acompañan son capaces de introducir desarrollos verdaderamente saludables. Incluso ellos deben darse cuenta de que, independientemente de la clase social que alcance el poder, no podrá eliminar los males existentes si sus impulsos no se apoyan en ideas que hagan sano y viable el organismo social. Desesperar porque uno no cree que un número suficientemente grande de personas, incluso en las actuales circunstancias turbulentas, pueda encontrar comprensión para tales ideas aunque se dedique suficiente energía a su difusión, es desesperar de la susceptibilidad de la naturaleza humana a los impulsos con propósito y saludables. Esta pregunta, la de si hay que desesperar o no, no debería plantearse, sino sólo esta otra: ¿Cómo explicar de la manera más eficaz posible las ideas que infunden confianza?

Una difusión efectiva de las ideas aquí expuestas encontrará la oposición de los hábitos de pensamiento de la época contemporánea por dos motivos. O bien se argumentará que desgarrar la sociedad uniforme no es posible porque los tres sectores que se han descrito están, en realidad, interrelacionados en todos los niveles sociales; o bien que el necesario carácter autónomo de cada uno de los tres sectores también puede alcanzarse en el estado uniforme, y que lo que aquí se presenta no es más que una fantasía. La primera objeción supone, de forma poco realista, que la unidad sólo puede lograrse en una comunidad mediante directivas. La realidad, sin embargo, exige lo contrario. La unidad debe surgir como resultado de actividades que confluyen desde diversas direcciones. Los acontecimientos de los últimos años han ido en contra de esta realidad. Además, lo que vive en el ser humano se ha resistido al "orden" traído a su vida desde fuera, lo que ha conducido al actual estado de cosas sociales.

El segundo prejuicio resulta de la incapacidad de percibir la diferencia radical de función inherente a los tres sectores de la sociedad. No se ve cómo el ser humano tiene una relación especial con cada uno de los tres sectores que sólo puede desarrollarse si existe una base individual, separada de las otras dos pero que coopere con ellas, sobre la que esta relación pueda tomar forma. Según la teoría fisiocrática del pasado, o bien los gobiernos toman medidas relativas a la vida económica que están en contradicción con su autodesarrollo -en cuyo caso tales medidas son perjudiciales-, o bien las leyes coinciden con la dirección que toma la vida económica cuando se la deja sola -en cuyo caso son superfluas-. Desde el punto de vista académico, este punto de vista es anticuado; sin embargo, como hábito de pensamiento, sigue rondando devastadoramente por los cerebros de los hombres. Se piensa que si un sector de la vida sigue sus propias leyes, entonces todo lo necesario para la vida debe surgir de este sector. Si, por ejemplo, la vida económica estuviera regulada de una manera que la gente encontrara satisfactoria, entonces los derechos apropiados y los sectores espirituales también resultarían de esta base económica ordenada. Pero esto no es posible, y sólo el pensamiento ajeno a la realidad puede creer que es posible. No hay nada en el sector económico que proporcione la motivación necesaria para regular lo que se deriva de la conciencia de los derechos de una relación de persona a persona. Si esta relación se regula según la motivación económica, entonces el ser humano, junto con su trabajo y con la disposición sobre los medios para trabajar, queda enjaezado a la vida económica. Se convierte en un engranaje, un mecanismo del sistema económico. La vida económica tiende a moverse en una sola dirección, y esto debe compensarse desde otro lado. Las medidas legales no son necesariamente buenas cuando siguen la dirección determinada por la vida económica, ni son necesariamente perjudiciales cuando van en contra de ella; más bien, cuando la dirección de la vida económica está continuamente influenciada por la ley, en su aplicación a los seres humanos como tales, entonces se introducirá en la vida económica una existencia digna de la humanidad. Además, sólo cuando las capacidades individuales estén completamente separadas de la vida económica, cuando crezcan sobre su propio fundamento y suministren incesantemente a la vida económica la fuerza que ésta no puede producir en sí misma, podrá desarrollarse de un modo beneficioso para la humanidad.

Cabe señalar que en la vida cotidiana se ve fácilmente la ventaja de la división del trabajo. Uno no espera que un sastre tenga su propia vaca para tener leche. Sin embargo, en lo que respecta a la formación integral de la vida humana, uno cree que sólo una estructura uniforme puede ser útil.


Es inevitable que las ideas sociales que corresponden a la realidad susciten objeciones de todas partes, pues la vida real engendra contradicciones. Quien piensa con realismo tratará de instituir facilidades cuyas contradicciones se compensen con otras facilidades. Puede que no crea que una facilidad que para él es "idealmente buena", cuando se ponga en práctica, carecerá de contradicciones. El socialismo contemporáneo está plenamente justificado cuando exige que las instalaciones modernas que producen para el beneficio de los individuos sean sustituidas por otras que produzcan para el consumo de todos. Sin embargo, quien reconoce plenamente esta exigencia no puede llegar a la conclusión del socialismo moderno: que los medios de producción deben pasar de la propiedad privada a la propiedad común. Más bien, llegará a una conclusión muy diferente: que lo que se produce privadamente mediante la competencia individual debe ponerse a disposición de la comunidad de la manera correcta. El impulso de la industria moderna ha sido crear ingresos mediante la producción masiva de bienes. La tarea del futuro será encontrar, a través de asociaciones, el tipo de producción que más se ajuste a las necesidades del consumo, y los canales más adecuados de los productores a los consumidores. Las disposiciones legales garantizarán que una empresa productiva permanezca vinculada a una persona o grupo sólo mientras la vinculación esté justificada por sus capacidades individuales. En lugar de la propiedad común de los medios de producción, se introducirá en el organismo social una circulación de estos medios, poniéndolos continuamente a disposición de las personas cuyas capacidades individuales puedan emplearlos mejor en beneficio de la comunidad. De este modo, la conexión entre la individualidad y los medios de producción, hasta ahora efectuada a través de la propiedad privada, se establece sobre una base temporal. El gerente y los subgerentes de una empresa tendrán que agradecer a los medios de producción el hecho de que sus capacidades puedan proporcionarles los ingresos que necesitan. No dejarán de hacer que la producción sea lo más eficiente posible, ya que un aumento de la producción, aunque no les reporte la totalidad del beneficio, sí les proporciona una parte de los ingresos. Como se ha descrito anteriormente, el beneficio va a la comunidad sólo después de que se haya deducido y abonado al productor un interés debido al aumento de la producción. En el espíritu de lo que aquí se expone, cuando la producción disminuye, los ingresos del productor deben disminuir en la misma medida en que aumentan con el incremento de la producción. Los ingresos adicionales serán siempre el resultado del logro mental del gestor, y no de las fuerzas inherentes a la cooperación comunitaria.

Mediante la realización de ideas sociales como las que aquí se exponen, las instituciones que hoy existen adquirirán un significado completamente nuevo. La propiedad deja de ser lo que ha sido hasta ahora. Tampoco se restablece una forma obsoleta, como sería el caso de la propiedad común, sino que se avanza hacia algo completamente nuevo. Los objetos de la propiedad se introducen en el flujo de la vida social. No podrán ser administrados por un particular para sus intereses privados en detrimento de la comunidad; pero tampoco la comunidad podrá administrarlos burocráticamente en detrimento del particular, sino que el particular idóneo tendrá acceso a ellos para con ello servir a la comunidad.

El sentido del interés común puede desarrollarse mediante la realización de impulsos que sitúen la producción sobre una base sólida y protejan al organismo social de los peligros de las crisis. Además, una dirección que sólo se ocupe de los procesos económicos podrá llevar a cabo los ajustes necesarios. Por ejemplo, si una empresa que satisface una necesidad no está en condiciones de pagar a sus acreedores los intereses que les corresponden por sus ahorros, otras empresas, de libre acuerdo con todos los interesados, podrían compensar lo que falte. Un proceso económico autónomo que reciba tanto su base jurídica como un suministro continuo de capacidades humanas individuales de fuera de sí mismo podrá restringir sus actividades al sector económico. Por lo tanto, se producirá una distribución de bienes que garantizará que cada uno reciba lo que le corresponde de acuerdo con el bienestar de la comunidad. Si una persona parece tener más ingresos que otra, sólo será porque ese "más" beneficia a la comunidad gracias a sus capacidades individuales.

En un organismo social que funcione de acuerdo con la forma de pensar aquí presentada, las contribuciones necesarias para el mantenimiento de las instituciones de derechos se organizarán mediante acuerdo entre los dirigentes del sector de derechos y del sector económico. Todo lo necesario para el mantenimiento de la organización espiritual, incluida la remuneración, le llegará a través de la libre apreciación de los individuos que participan en el organismo social. Una base sólida para la organización espiritual resultará de la libre competencia entre los individuos capaces de realizar el trabajo espiritual.

Sólo en un organismo social del tipo aquí descrito podrá la administración de los derechos adquirir la comprensión necesaria para una justa distribución de los bienes. Un organismo económico que no reclama el trabajo humano en función de las necesidades de las diversas ramas de la producción, sino que tiene que funcionar de acuerdo con lo que permite la ley, determinará el valor de las mercancías en función del rendimiento del trabajo de los hombres que las producen. Los valores de las mercancías, que no están relacionados con el bienestar y la dignidad humana, no determinarán el rendimiento del trabajo humano. En un organismo así, los derechos serán el resultado de relaciones puramente humanas. Los niños tendrán derecho a la educación; el cabeza de familia trabajador tendrá mayores ingresos que una persona sola. El "más" le llegará a través de arreglos establecidos por acuerdo de las tres organizaciones sociales. El derecho a la educación podría organizarse de modo que la administración de la organización económica, de acuerdo con la situación económica general, calculara la cantidad de ingresos educativos posibles, mientras que el Estado de derechos, en consulta con la organización espiritual, determinara los derechos del individuo a este respecto. Una vez más, esta indicación pretende ser un ejemplo de la dirección que pueden tomar las disposiciones. Es posible que, en casos concretos, resulten apropiadas disposiciones muy diferentes. Sin embargo, sólo pueden encontrarse mediante la cooperación intencionada de los tres miembros autónomos del organismo social. Contrariamente a lo que hoy suele pasar por práctico sin serlo, esta exposición quiere encontrar lo verdaderamente práctico, a saber, una formación del organismo social que permita a los hombres esforzarse por lo que es socialmente deseable. Así como los niños tienen derecho a una educación, los ancianos, los enfermos y las viudas tienen derecho a una manutención decente. Del mismo modo que para la educación de los que aún no son productivos, hay que prever el capital necesario. El punto esencial de todo esto es que los ingresos de los no asalariados no están determinados por el sector económico; al contrario, el sector económico pasa a depender de los resultados de la conciencia de los derechos. Los que trabajan en un organismo económico recibirán tanto menos de los resultados de su trabajo cuanto más fluya hacia los no-ganadores. Sin embargo, este "menos" será soportado por igual por todos los participantes en el organismo social si se lleva a cabo el impulso social aquí descrito. La educación y el apoyo a los incapaces de trabajar es algo que concierne a toda la humanidad y, a través de un Estado de derechos desvinculado de la economía, así será, ya que todo individuo mayor de edad tendrá voz en la organización de los derechos.

En un organismo social que corresponda a la manera de pensar aquí caracterizada, el rendimiento excedente de una persona, posibilitado por sus capacidades individuales, se transmitirá a la comunidad, del mismo modo que el apoyo legítimo al rendimiento deficitario de los menos capaces se obtendrá de esta misma comunidad. La "plusvalía" no se creará para el disfrute de los individuos, sino para el aumento del suministro de riqueza intelectual o material al organismo social; y para el cultivo de lo que se produce dentro de este organismo pero que no le es de utilidad inmediata.

Quien opine que mantener separados los tres sectores del organismo social sólo tendría un valor ideal, y que esta condición se daría "por sí misma" en un organismo estatal uniformemente estructurado o en una cooperativa económica que incluyera al Estado y se basara en la propiedad común de los medios de producción, debería dirigir su atención al tipo especial de facilidades sociales que deben resultar de la realización de la triformación. La legitimidad del dinero como medio de pago, por ejemplo, ya no sería responsabilidad del gobierno, sino que dependería de las medidas adoptadas por los órganos administrativos de la organización económica. El dinero, en un organismo social sano, no puede ser otra cosa que una letra de cambio sobre mercancías producidas por otros, que el poseedor puede reclamar al conjunto del organismo social porque él mismo ha producido y entregado mercancías a este sector. Un sector económico se convierte en una economía uniforme a través de la circulación del dinero. Cada uno produce para todos en el camino indirecto de la vida económica. El sector económico sólo se ocupa de los valores mercantiles. Las actividades que se originan en las organizaciones espirituales o estatales también adquieren para este sector un carácter de mercancía. La actividad de un profesor con respecto a sus alumnos es, para el proceso económico, de naturaleza mercantil. A un profesor no se le paga más por sus capacidades individuales que al trabajador por su fuerza de trabajo. Sólo es posible pagar por lo que ambos producen como mercancías para el proceso económico. La forma en que la libre iniciativa y la ley deben contribuir a la producción de mercancías queda tan fuera del proceso económico como los efectos de las fuerzas de la naturaleza sobre la producción de grano en un año de abundancia o de escasez. En lo que respecta al proceso económico, la organización espiritual, en cuanto a sus necesidades económicas, y también el Estado, son simples productores de mercancías. Sin embargo, lo que producen dentro de sus propios sectores no son mercancías; sólo se convierten en tales una vez que entran en el proceso económico. Sus actividades no son comerciales dentro de sus propios sectores; la dirección del organismo económico lleva a cabo sus actividades comerciales utilizando los logros de los otros sectores.

El valor puramente económico de una mercancía (o servicio), en la medida en que se expresa en el dinero que representa su contravalor, dependerá de la eficacia con que funcione la gestión económica. El desarrollo de la productividad económica dependerá de las medidas adoptadas por esta gestión, con su fundamento espiritual y jurídico proporcionado por los otros dos miembros del organismo social. El valor monetario de una mercancía expresará entonces el hecho de que las instalaciones del organismo económico están produciendo estas mercancías en una cantidad que corresponde a la necesidad de las mismas. Si se llevan a la práctica las sugerencias contenidas en este libro, el impulso económico de acumular riqueza mediante la mera cantidad de producción ya no será decisivo, sino que las asociaciones adaptarán la producción de bienes a las necesidades reales. De este modo se desarrollará una relación orientada a las necesidades entre los valores monetarios y las instalaciones de producción en el organismo económico. En el organismo social sano, el dinero sólo será realmente una medida de valor, ya que la producción de mercancías, el único medio a través del cual el poseedor del dinero habrá podido obtenerlo, respaldará cada moneda y cada billete de banco. Debido a la naturaleza de estas relaciones, habrá que adoptar disposiciones por las que el dinero pierda su valor para su poseedor una vez que haya perdido esta significación. Ya se ha hablado de ello. La propiedad en forma de dinero pasa a la comunidad al cabo de cierto tiempo. Para evitar que el dinero que no funciona en las empresas productivas sea retenido mediante la evasión de las medidas de la organización económica, podría realizarse una nueva impresión de vez en cuando. Un resultado de tales medidas es que el interés derivado del capital disminuiría con el paso del tiempo. El dinero se desgastará, como se desgastan las mercancías. No obstante, una medida de este tipo será justa y apropiada para que el Estado la promulgue. No puede haber "interés sobre el interés". Quien ha acumulado ahorros seguramente también ha prestado servicios que le dan derecho a reclamar servicios recíprocos en forma de mercancías, del mismo modo que los esfuerzos actuales dan derecho a esfuerzos recíprocos; pero estas reclamaciones están sujetas a límites, ya que las reclamaciones originadas en el pasado sólo pueden satisfacerse mediante prestaciones en el presente. No se puede permitir que se conviertan en medios de poder económico. Mediante la realización de estas condiciones, la cuestión monetaria adquiere un fundamento sano. Independientemente de la forma que adopte el dinero debido a otras consideraciones, la moneda como tal depende de la administración racional del organismo social en su conjunto. Ningún estado político resolverá nunca la cuestión monetaria de manera satisfactoria haciendo leyes. Los estados contemporáneos sólo la resolverán renunciando a sus esfuerzos por alcanzar una solución y dejando las medidas necesarias a un organismo económico autónomo.


Se ha hablado mucho de la moderna división del trabajo, de sus efectos de ahorro de tiempo, de su contribución al perfeccionamiento del proceso de producción y del intercambio de mercancías, etc., pero se ha prestado poca atención a cómo influye en la relación del individuo con su rendimiento laboral. Quien trabaja en un organismo social basado en la división del trabajo nunca obtiene realmente sus ingresos por sí mismo; los obtiene a través del trabajo de todos los participantes en el organismo social. Un sastre que confecciona su propio abrigo no lo hace en el mismo sentido que una persona que vive en una sociedad primitiva y que debe cubrir todas sus necesidades por sí misma.

Hace el abrigo para poder hacer ropa para los demás; y el valor del abrigo para él depende del rendimiento laboral de los demás. El abrigo es en realidad un medio de producción. Algunos dirán que esto es una sutileza. Sin embargo, no pueden seguir manteniendo esta opinión en cuanto observan cómo se forman los valores mercantiles en el proceso económico. Entonces ven que ni siquiera es posible trabajar para uno mismo en un organismo económico basado en la división del trabajo. Sólo se puede trabajar para los demás y dejar que los demás trabajen para uno mismo. Uno no puede trabajar para sí mismo, como tampoco puede devorarse a sí mismo. Sin embargo, se pueden hacer arreglos que contradigan el principio de la división del trabajo. Esto ocurre cuando los bienes se producen simplemente para entregar a un individuo como propiedad lo que es capaz de producir sólo debido a su posición en el organismo social. La división del trabajo ejerce una presión sobre el organismo social que tiene como efecto que el individuo que lo compone viva de acuerdo con las condiciones que prevalecen en el organismo general; económicamente, excluye el egoísmo. Si, a pesar de todo, el egoísmo se manifiesta en forma de privilegios de clase o similares, se produce una situación insostenible que provoca graves perturbaciones en el organismo social. Hoy en día vivimos en estas condiciones. Es muy posible que haya muchas personas que piensen poco en la exigencia de que la ley y otras facilidades se ajusten al funcionamiento libre de egoísmo de la división del trabajo. Entonces deberían darse cuenta de las consecuencias de esta actitud: que no se puede hacer nada en absoluto; el movimiento social no conducirá a nada. Ciertamente, no se puede hacer nada con este movimiento sin respetar la realidad. La manera de pensar de la que se deriva la redacción de este libro pretende que el ser humano se esfuerce por lo que es necesario para la vida del organismo social.


Alguien que sólo puede formarse conceptos de acuerdo con las prácticas habituales se sentirá incómodo cuando oiga que las relaciones obrero-patronales deben desvincularse del organismo económico. Creerá que tal desvinculación conduciría necesariamente a la devaluación de la moneda y al retorno a condiciones económicas primitivas. (Rathenau expresa tales opiniones, que parecen justificadas desde su punto de vista, en su libro Nach der Flut). Pero este peligro se contrarrestará mediante la triformación del organismo social. El organismo económico autosuficiente, en cooperación con el organismo de los derechos, separará completamente el elemento monetario de las relaciones laborales orientadas a los derechos. Las facilidades legales no tendrán una influencia directa en los asuntos monetarios, ya que éstos son competencia de la administración económica. La relación jurídica entre administración y trabajo no se expresará en valores monetarios que, tras la abolición de los salarios (que representan la relación de intercambio entre mercancías y fuerza de trabajo), sólo medirán valores de mercancías (y servicios). De la consideración del efecto de la triformación social sobre el organismo social, hay que concluir que conducirá a disposiciones que no están presentes en las formas políticas que han existido hasta ahora.

Gracias a estos acuerdos, se puede eliminar lo que actualmente se denomina lucha de clases. Esta lucha resulta de que los salarios son parte integrante del proceso económico. Este libro presenta una forma social en la que el concepto de salario sufre una transformación, al igual que el antiguo concepto de propiedad. Mediante esta transformación se hace posible una cooperación social más viable.

Sería superficial pensar que la puesta en práctica de las ideas aquí expuestas tendría como consecuencia la conversión de los salarios por tiempo en salarios a destajo. Una visión unilateral podría llevar a esta opinión. Sin embargo, lo que aquí se defiende no es el salario a destajo, sino la abolición del sistema salarial en favor de un sistema de reparto contractual respecto a los logros comunes de la dirección y los trabajadores, en conjunción, por supuesto, con la estructura general del organismo social. Sostener que la participación de los trabajadores en los beneficios debe consistir en salarios a destajo es no ver que un sistema de reparto contractual -en ningún sentido un sistema salarial- expresa el valor de lo que se ha producido de una manera que cambia la posición social de los trabajadores en relación con los demás miembros de la sociedad. Esta posición es completamente diferente de la que se alcanzó mediante una supremacía de clase unilateral y económicamente condicionada. Con ello se satisface la necesidad de eliminar la lucha de clases.

En los círculos socialistas se oye con frecuencia que la evolución aportará la solución a la cuestión social, que no se pueden expresar opiniones y luego esperar que se lleven a la práctica. A esto hay que responder lo siguiente: Ciertamente, la evolución debe suministrar los ajustes sociales necesarios; pero en el organismo social los impulsos que subyacen a las ideas humanas son realidades. Cuando los tiempos estén más avanzados y se realice lo que hoy sólo puede pensarse, sólo entonces lo que se ha pensado estará contenido en la evolución. Sin embargo, entonces será demasiado tarde para realizar lo que ya exigen los acontecimientos de hoy. No es posible considerar objetivamente la evolución en lo que se refiere al organismo social. Hay que activar la evolución. Por lo tanto, es desastroso para el sano pensamiento social que la opinión actual quiera "probar" las necesidades sociales del mismo modo que las ciencias naturales "prueban" las cosas. La "prueba", en lo que se refiere a las concepciones sociales, sólo puede alcanzarse si los puntos de vista de uno pueden asimilar no sólo lo que existe ahora, sino también lo que está presente en los impulsos humanos como potencialidad que lucha por realizarse.

Uno de los efectos a través de los cuales la triformación del organismo social demostrará basarse en la naturaleza esencial de la sociedad humana es la separación de las actividades judiciales de las instituciones estatales. Corresponderá a estas últimas establecer los derechos entre personas o grupos de personas. Las decisiones judiciales, sin embargo, dependerán de los medios formados por la organización espiritual. Esta toma de decisiones judiciales depende, en gran medida, de la capacidad del juez para percibir y comprender la situación del acusado. Tal percepción y comprensión estarán presentes si la confianza que los hombres sienten hacia las facilidades de la organización espiritual se extiende para incluir a los tribunales. La organización espiritual podría nombrar jueces de las distintas profesiones culturales. Después de un cierto tiempo, volverían a sus propias profesiones. Dentro de ciertos límites, cada persona podría entonces elegir, por un período de cinco o diez años, al candidato en el que tuviera suficiente confianza para aceptar su veredicto en un caso civil o penal, en caso de que surgiera. Para que tal selección tenga sentido, tendría que haber suficientes jueces disponibles en las proximidades del lugar de residencia de cada persona. Un demandante estaría siempre obligado a dirigirse a un juez competente en la vecindad del demandado.

Basta pensar en la importancia que habría tenido un acuerdo de este tipo en los distritos austrohúngaros. Los miembros de cada nacionalidad en los distritos de lengua mixta podrían haber elegido jueces de su propio pueblo. Cualquiera que esté familiarizado con la situación austriaca reconocerá el efecto compensatorio que tal arreglo podría haber tenido en la vida de esos pueblos. Aparte de la cuestión de la nacionalidad, hay otras áreas en las que tales acuerdos pueden contribuir a un desarrollo sano. Los funcionarios seleccionados por la administración de la organización espiritual asistirán a los jueces y tribunales en cuestiones técnicas de derecho, pero no tendrán autoridad para tomar decisiones. Los tribunales de apelación también estarán formados por esta administración. Una característica esencial de este tipo de organización es que el juez, debido a su vida fuera de la magistratura -que sólo puede ejercer durante un período limitado-, puede estar familiarizado con la sensibilidad y el entorno del acusado. El organismo social sano atraerá en todas partes la comprensión social hacia sus instituciones, y las actividades judiciales no serán una excepción. La ejecución de las sentencias es responsabilidad del Estado de derecho.


No es posible entrar en una descripción de las disposiciones que serían necesarias en otros ámbitos de la vida como resultado de la aplicación de estas sugerencias. Una descripción de este tipo requeriría, evidentemente, un espacio casi ilimitado.

Los ejemplos individuales utilizados habrán demostrado que la exposición de estos puntos de vista no constituye un intento de revivir los tres estamentos -productores de alimentos, militares y escolares- como algunos han supuesto erróneamente al escuchar mis conferencias sobre el tema. Se pretende lo contrario de tal estructura. No se segregará a los seres humanos en clases o estamentos, sino que se formará adecuadamente el propio organismo social. A través de esta formación el hombre podrá ser verdaderamente hombre. La formación le permitirá participar en los tres sectores sociales. Tendrá un interés profesional en el sector que incluye su ocupación; y tendrá conexiones vitales con los otros, necesarias por la naturaleza de sus instituciones. El organismo social externo que constituye el fundamento de la vida humana será tripartito; cada individuo constituirá un elemento vinculante para sus tres sectores.

Traducido por J.Luelmo mar,2019

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