GA112 Kassel, 28 de junio de 1909 - La Evolución Humana dentro de las Encarnaciones de nuestra Tierra

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LA EVOLUCIÓN HUMANA DENTRO DE LAS ENCARNACIONES DE NUESTRA TIERRA

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Kassel, 28 de junio de 1909



Conferencia V

Si consideramos al ser humano en su forma actual, tal como está compuesto por el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo, para la conciencia clarividente el hecho más importante es que el cuerpo físico y el cuerpo etérico son aproximadamente iguales en términos de tamaño y forma, -al menos para las partes superiores del ser humano. En particular, si pensamos en la cabeza humana tal como nos aparece físicamente, coincide casi por completo con la parte etérica de la cabeza; la cabeza etérica humana sólo sobresale ligeramente de la cabeza física por todos lados. Este no es en absoluto el caso de los animales. Incluso en los animales superiores existe una enorme diferencia entre la forma y el tamaño de la parte etérica de la cabeza y la cabeza física. Si observan ustedes un caballo, por ejemplo, con conciencia clarividente, verán que la cabeza etérica sobresale mucho más allá de la cabeza física y con una forma bastante diferente de la que tiene. Si yo les mostrara qué tipo de estructura tiene el elefante sobre su trompa y su cabeza, se asombrarían bastante de la naturaleza de tal animal. Pues lo que la percepción física ve de tal animal es sólo la parte física solidificada en el centro. Veamos este hecho más de cerca.

La perfección del hombre en nuestro plano físico se basa principalmente en la gran coincidencia de su cuerpo etérico con su cuerpo físico. Pero no siempre fue así. En las épocas de nuestro desarrollo en la Tierra, que hemos seguido en las últimas observaciones, también hubo épocas en las que el cuerpo etérico del hombre no se fundía con el cuerpo físico de la forma en que lo hace hoy. De hecho, el progreso del hombre en el curso de su desarrollo consiste en el hecho de que el cuerpo etérico, que sobrepasaba el cuerpo físico, se fue introduciendo gradualmente en el cuerpo físico, por así decirlo, y poco a poco llegó a coincidir con él. Ahora bien, es esencial darse cuenta de que esta interpenetración de cuerpo etérico y cuerpo físico tuvo que producirse en un momento muy concreto del desarrollo de la Tierra para que la humanidad pudiera experimentar su desarrollo de la manera correcta. Si el cuerpo etérico del hombre hubiera llegado antes a coincidir con el cuerpo físico, el hombre habría alcanzado demasiado pronto un determinado estadio de desarrollo y se habría enquistado en él, de modo que habría tenido que quedarse estancado. El hecho de que alcanzara una determinada posibilidad de desarrollo se debe a que esta envoltura tuvo lugar en un momento muy concreto. Para ello debemos examinar más detenidamente el desarrollo que vimos a grandes rasgos ayer y anteayer.

Imaginemos una vez más que al principio de nuestra evolución la tierra estaba unida al sol y a la luna. En aquella época, el ser humano había resurgido de su planta germinal, que contenía los cuerpos físico, etérico y astral. Él se encontraba, por así decirlo, en su primera forma terrestre, tal como podía estarlo cuando la tierra aún contenía el sol y la luna. Este período de la evolución terrestre, que el hombre y su planeta atravesaron con él, suele denominarse «período polar» de la evolución terrestre en la literatura de la ciencia espiritual. Explicar por qué se le llama el período polar sería ir demasiado lejos hoy, aceptemos simplemente este nombre. Después llega el tiempo en que el sol se prepara para salir de la tierra, cuando aquellas entidades que, por así decirlo, no pueden continuar con las sustancias más gruesas o burdas de la tierra, se separan de la tierra con las sustancias menos toscas del sol. A este período lo llamamos el período hiperbóreo. Luego viene una época en la que la tierra sólo está unida a la luna, época en la cual se produce una continua desolación de nuestra vida terrenal. Ayer vimos cómo las almas humanas abandonan esta tierra y cómo sólo quedan atrás formas humanas atrofiadas. Este es el tiempo que en la literatura de la ciencia espiritual se llama el período Lemúrico. En este tiempo tiene lugar la separación de la luna de la tierra, y tiene lugar en la tierra un renacimiento de todos los reinos que se fundaron sobre ella. El reino mineral es el que necesita menos revitalización; el reino vegetal necesita un poco más, el reino animal aún más, y la raza humana necesita las fuerzas más significativas y fuertes para que pueda seguir desarrollándose. Esta revitalización comienza con la salida de la Luna. Sólo tenemos un pequeño número de seres humanos, como comentamos ayer, y estos seres humanos se componen de los tres miembros que han absorbido durante la evolución de Saturno, el sol y la luna, y a los que se ha añadido la disposición del Yo en la tierra.

Pero en aquella época, cuando la luna se desprendió de la tierra, el hombre aún no estaba presente en la sustancia carnal en la que más tarde se nos presenta. Él está presente en la materia más sutil de aquel tiempo. En la época Lemúrica la tierra estaba en tal estado que, por ejemplo, mucho de lo que hoy está presente como mineral sólido estaba aún líquido, disuelto en las otras sustancias que hoy se separan como materia acuosa, como el agua. Era una época en la que el aire aún estaba impregnado de densos vapores de las más diversas sustancias. El aire puro, el agua pura en el sentido actual no existía básicamente en aquella época, o al menos sólo en las zonas más pequeñas de la Tierra. Así que fue en las sustancias más puras de aquel tiempo donde el hombre moldeó su cuerpo volátil y delicado. Si en aquella época hubiera moldeado su cuerpo en una sustancia más gruesa, la forma de este cuerpo se habría desarrollado en un contorno muy definido, en una forma con contornos afilados. Estos contornos se habrían transmitido a los descendientes, y la raza humana se habría quedado estancada. Al hombre no se le permitió crear su forma en tal materia, sino que tuvo que asegurarse de que podía mover la materia de su cuerpo libremente según los impulsos de su alma. En aquella época, la materia en la que se formó su cuerpo era tan blanda que seguía los impulsos de la voluntad en todas direcciones. Hoy es posible estirar la mano, pero no se puede hacer que la mano mida tres metros por medio de la voluntad. No es posible dominar la materia porque la forma se hereda tal como es hoy. Eso no ocurría entonces. El hombre podía moldearse a voluntad, podía modelar la forma tal como deseaba su alma.

Esta fue, por así decirlo, la condición para el desarrollo ulterior del hombre, que tras la salida de la luna se encarnó en las masas más blandas, de modo que su cuerpo seguía siendo plástico y flexible y seguía al alma en todos los aspectos.

Llegó el tiempo en que ciertas partes de la materia que hoy son tan necesarias para nuestra vida, el agua y el aire, se purificaron gradualmente de la materia densa que contenían, donde lo que antes estaba disuelto en el agua se separó de ella, por así decirlo. Del mismo modo que las sustancias disueltas en el agua que se enfría caen al suelo, así la materia disuelta cayó al suelo, por así decirlo. El agua se liberó, la materia se separó del aire, se formaron el aire y el agua. El hombre pudo utilizar esta materia refinada para su construcción.

A partir de esta tercera época, la humanidad pasó gradualmente a un período de desarrollo de la Tierra que llamamos atlante, porque durante este tiempo la mayor parte de la raza humana vivía en una parte del mundo que ahora ha desaparecido, que estaba situada entre las actuales América y Europa y África, donde ahora está el océano Atlántico. Así que después de que el periodo Lemúrico hubiera durado un tiempo, los humanos continuaron desarrollándose en el continente atlánte. Y allí es donde ocurrió todo lo que tengo que describirles ahora, y también mucho de lo que tuvimos que mencionar ayer.

En el tiempo en que la Luna abandonó la Tierra, muy pocas de las almas humanas que más tarde se encarnaron se encontraban en la Tierra. Las almas humanas estaban distribuidas entre los diversos cuerpos planetarios. A finales del período Lemúrico y principios del período Atlante, estas almas humanas descendieron. Durante la época Lemúrica, pocos seres humanos, como ya he dicho, pudieron experimentar la crisis, porque sólo los más fuertes, que pudieron obtener esta materia endurecida, aún no reblandecida, antes de la salida de la luna, pudieron sobrevivir a esta crisis lunar en la tierra. Pero cuando todo lo que se había endurecido durante la crisis lunar se ablandó, cuando se formaron descendientes que no estaban prensados en contornos fijos por condiciones hereditarias sino que eran móviles, entonces poco a poco las almas bajaron de nuevo de los diversos planetas y ocuparon estos cuerpos. Sin embargo, esas formas, que se hicieron físicas apresuradamente tras la separación de la Luna, conservaron su forma sólida por herencia y no pudieron adoptar almas humanas tras la separación de la Luna. Casi podemos imaginar el proceso de tal manera que estas almas tienen la necesidad de bajar de nuevo a la Tierra. Allí abajo surgen las formas más variadas, descendientes de las formas que quedaron después de la separación de la luna, y entre ellas hay los más variados grados de endurecimiento. Aquellas almas humanas, aquellas entidades anímicas en general, que en cierto sentido ya tenían el menor impulso de unirse completamente con la materia, eligieron la más blanda de estas formas y pronto volvieron a abandonarlas. Los otros seres anímicos, por el contrario, que ya se habían unido con las formas endurecidas, quedaron atados a estas formas y, como consecuencia, permanecieron rezagados en su desarrollo. Los propios animales más cercanos al hombre surgieron porque ciertas almas que descendieron del espacio universal no supieron esperar. Buscaron los cuerpos de abajo demasiado pronto y los convirtieron en formas firmemente ligadas antes de que estos cuerpos pudieran penetrar completamente en el cuerpo etérico. La forma humana permaneció plástica hasta que pudo adaptarse completamente al cuerpo etérico. Esto dio lugar al recubrimiento del que he hablado, y que tuvo lugar aproximadamente en el último tercio del período atlante. Antes de eso, la parte del alma humana que descendió mantenía el cuerpo fluido y se aseguraba de que el cuerpo etérico no se fusionara completamente con ninguna parte del cuerpo físico. Esta fusión del cuerpo etérico y el cuerpo físico se produjo en un momento muy concreto. Sólo durante la época atlante el cuerpo físico humano adquirió una determinada configuración y comenzó a endurecerse.

Si no hubiera ocurrido nada más en este punto de la evolución atlante, entonces la evolución habría procedido de forma diferente a como lo hizo en la realidad. Entonces el hombre habría pasado muy rápidamente de un estado de conciencia anterior a otro posterior. Antes de que el hombre estuviera completamente unido con respecto a sus partes física y espiritual, era un ser clarividente, pero esta clarividencia era tenue, apagada. El hombre tenía la posibilidad de mirar en el mundo espiritual, pero no podía decirse «yo» a sí mismo, ni podía diferenciarse de lo que le rodeaba. Carecía de conciencia de sí mismo. Esto ocurrió en el punto de desarrollo en el que el cuerpo físico se unió con el cuerpo etérico. Y si no hubiera ocurrido nada más, lo siguiente habría tenido lugar en un tiempo relativamente corto.

Antes de esta época, el hombre tenía conciencia del mundo espiritual. No podía ver claramente los animales, las plantas, etc., pero podía ver un mundo espiritual a su alrededor. Por ejemplo, no habría visto claramente la forma del elefante, pero habría visto el etérico que se extiende por encima del cuerpo físico del elefante. Esta conciencia del hombre habría disminuido gradualmente, el yo se habría desarrollado al colapsar los cuerpos físico y etérico, y el hombre habría visto el mundo que se le acercaba como si viniera de otro lado. Mientras que antes había visto imágenes clarividentes, a partir de este momento habría percibido un mundo externo, pero al mismo tiempo también las entidades espirituales y las fuerzas espirituales que subyacen a este mundo externo. No habría visto la imagen física de la planta tal como la vemos hoy, sino que al mismo tiempo que él percibía esta imagen física habría percibido la esencia espiritual de la planta. ¿Por qué, en el curso del desarrollo, la conciencia clarividente embotada no ha sido simplemente sustituida por una conciencia de los objetos que habría permitido al hombre percibir y conocer al mismo tiempo las cosas espirituales?

Esto no sucedió porque precisamente durante la crisis lunar, cuando el hombre volvió a revitalizarse, sobre él ejercieron influencia seres que hay que calificar de retardatarios, a pesar de ser más elevados que el hombre. Ya nos hemos familiarizado con varios de estos seres superiores. Sabemos que los hay que ascendieron al sol y otros que fueron a otros planetas. Pero también había seres espirituales que no habían completado la tarea que debían haber cumplido en la Luna. A estos seres, inferiores a los dioses y superiores al hombre, los llamamos seres luciféricos en honor a su líder, al más elevado y fuerte de ellos, Lucifer.

En la época de la crisis lunar, el hombre se había desarrollado hasta tal punto que tenía su cuerpo físico, su cuerpo etérico, su cuerpo astral y su yo. Su yo se lo debía a la influencia de los «espíritus de la forma», así como su cuerpo astral se lo debía a los «espíritus del movimiento», su cuerpo etérico a los «espíritus de la sabiduría» y su cuerpo físico a la influencia de los «tronos». Fueron los espíritus de la forma, -«exusiai» o «dominaciones» en el esoterismo cristiano-, los que hicieron posible que el germen del yo se añadiera a los otros tres miembros. Ahora bien, si el hombre sólo hubiera permanecido en el desarrollo normal y todas las entidades que le rodeaban hubieran realizado sus tareas correspondientes, entonces ciertas entidades habrían trabajado sobre su cuerpo físico, otras sobre su cuerpo etérico, otras sobre su cuerpo astral y otras más sobre su yo, podemos decir, como hubiera sido apropiado, cada clase sobre el miembro al que pertenecía. Pero ahora estaban aquellas entidades que se habían quedado rezagadas en la etapa de la Luna, las entidades luciféricas. Si hubieran podido seguir trabajando correctamente, habrían sido llamadas a trabajar sobre el yo. Pero en la luna sólo habían aprendido a trabajar sobre el cuerpo astral, y eso tuvo como resultado algo significativo. Si estos espíritus luciféricos no hubieran estado allí, el hombre habría absorbido su sistema del yo y en el último tercio del período atlante se habría desarrollado de tal manera que habría cambiado la tenue conciencia clarividente por la conciencia objetal exterior. De esta manera, sin embargo, los efectos de los espíritus luciféricos penetraron en su cuerpo astral como una corriente de fuerzas. ¿Cuáles fueron estos efectos?

El cuerpo astral es portador de impulsos, deseos, pasiones, instintos, etcétera. Si los espíritus luciféricos no hubieran accedido a él, el hombre habría llegado a tener una estructura muy diferente de su cuerpo astral. Entonces sólo habría desarrollado instintos que ciertamente le habrían guiado y sólo le habrían hecho avanzar. Los espíritus le habrían llevado a ver el mundo en objetos detrás de los cuales los seres espirituales se habrían hecho visibles. Pero le habría faltado libertad, entusiasmo, sentido de la independencia y pasión por este reino superior. El hombre habría perdido la antigua conciencia clarividente. Habría contemplado el esplendor del mundo como una especie de Dios, pues se habría convertido en un miembro de la Divinidad. Y esta visión del mundo habría creado su imagen especular en su intelecto con una gran perfección. Pero el hombre sólo habría sido como un gran espejo del universo en su perfección.

Ahora bien, antes de este punto de tiempo, los espíritus luciféricos vertieron en el cuerpo astral pasiones, instintos, deseos, que se unieron a lo que el hombre absorbía en su progresión evolutiva. Esto le permitió no sólo tomar conciencia de los astros, sino al mismo tiempo inflamarse por ellos, encender el entusiasmo y la pasión, no sólo seguir los impulsos divinizados del cuerpo astral, sino desarrollar sus propios impulsos a partir de su libertad. Esto es lo que los espíritus luciféricos habían vertido en su cuerpo astral. Pero al hacerlo, también le habían dado algo más: la posibilidad del mal, del pecado. No habría tenido esto si hubiera sido guiado paso a paso por los dioses más sublimes. Los espíritus luciféricos hicieron libre al hombre, implantaron en él el entusiasmo, pero al mismo tiempo le dieron la posibilidad de deseos inferiores. En un curso evolutivo normal, el hombre habría asociado, por así decirlo, las sensaciones normales a cada cosa. Sin embargo, de este modo, las cosas del mundo de los sentidos pudieron complacerle más de lo que deberían haberle complacido. Podía aferrarse con su interés a las cosas del mundo sensorial. Y el resultado fue que entró en este endurecimiento físico antes de lo que debería haber sucedido de otro modo.

Por eso, el hombre llegó a la forma sólida antes de lo que, por así decirlo, habían decidido los seres divino-espirituales. En realidad, debería haber descendido de una forma etérea a una forma sólida en el último tercio del período atlante. Pero descendió antes de este tiempo y se convirtió en un ser sólido. Esto es lo que se describe en la Biblia como la Caída del Hombre. Esta es la influencia Luciférica que se afianza. Pero incluso en los tiempos que hemos considerado ahora, tenemos altas entidades espirituales que ejercen un efecto sobre el yo que le dieron al hombre. Ellos permiten que fluyan las fuerzas que hacen avanzar al hombre en su órbita en el cosmos en la misma medida en que estos seres humanos descienden y se unen con los cuerpos humanos. Sostienen su mano protectora sobre ellos. En el otro lado, sin embargo, están aquellos otros seres que no llegaron a elevarse para trabajar sobre el yo. Ahora actúan sobre el cuerpo astral del ser humano y desarrollan en él instintos muy especiales.

Si observamos la vida humana física durante este tiempo, vemos una imagen de estas dos fuerzas opuestas, las fuerzas divino-espirituales que actúan sobre el yo y las entidades Luciféricas. Si seguimos un poco el lado espiritual del proceso, podemos decirnos: Mientras la tierra estaba desolada, las almas humanas ascendieron hacia los diversos cuerpos planetarios que pertenecen a nuestro sistema solar. Ahora estas almas regresan de nuevo, dependiendo de dónde encuentren cuerpos en la línea física de la herencia. Si recordamos que la Tierra era la menos poblada cuando se separó la Luna, podemos imaginar que la raza humana se ramificó a partir de unos pocos hombres. Poco a poco se multiplica, y cada vez más almas descienden y pueblan los cuerpos que surgen en la Tierra. Durante mucho tiempo ocurrió que sólo los pocos hombres que estaban allí en el momento de la separación de la luna produjeron descendencia. Las propias fuerzas solares elevadas tenían un efecto sobre estos hombres. Estos hombres habían permanecido lo suficientemente fuertes como para dar a las fuerzas solares un punto de apoyo incluso durante la crisis lunar. Todos estos seres y sus descendientes se sentían «hombres del sol", por así decirlo. Démonos cuenta de esto de una vez.

Imaginemos, para simplificar, que sólo hubiese habido una pareja humana durante la crisis lunar. No pretendo decir que fuese realmente así. Esta pareja humana tuvo descendientes, que a su vez tuvieron descendientes, y así sucesivamente. Así es como se ramificó la raza humana. Mientras hubo una mera descendencia de la antigua gente del sol en sentido estricto, seguía presente un estado de conciencia muy especial en todas estas personas, debido a su antigua clarividencia. En aquella época el hombre no sólo tenía memoria de lo que él mismo había experimentado desde su nacimiento o, como sucede hoy, desde un momento posterior a su nacimiento, sino que también recordaba todo lo que su padre, su abuelo, etc., habían experimentado. El recuerdo se remontaba a los antepasados, a todos aquellos con los que estaba emparentado por sangre. Esto se debía a que, en cierto sentido, las fuerzas solares dominaban a todos aquellos que estaban emparentados por sangre y que remontaban su ascendencia a las personas que habían sobrevivido a la separación de la luna. Las fuerzas solares habían llamado a la conciencia del yo y la habían mantenido a través de la línea de sangre. Ahora la raza humana se multiplicaba, y las almas que habían ido al espacio planetario volvían a la tierra. Pero aquellas almas en las que las fuerzas solares eran suficientemente fuertes, aunque habían descendido y estaban relacionadas con esferas muy diferentes del sol, seguían sintiendo estas fuerzas solares.

Pero luego vinieron tiempos en que estas almas, si eran descendientes posteriores, perdieron su conexión con las fuerzas solares. Y así perdieron esta memoria compartida con sus antepasados. Y cuanto más se multiplicaba la raza humana, más se perdía esta conciencia viva, que estaba conectada con la herencia de la sangre. Se perdió porque los poderes que guiaban a la humanidad hacia adelante e implantaban el yo en ella, se opusieron a los poderes Luciféricos que trabajaban en el cuerpo astral, cuya labor consistía en oponer resistencia a todo lo que unía a las personas. Querían enseñar al hombre la libertad y la autoconciencia. Así fue como, tras la separación de la luna, los más ancianos decían «yo» no sólo a lo que ellos mismos habían experimentado, sino también a lo que habían experimentado sus antepasados. Sentían el ser solar común que obraba en su sangre. E incluso cuando éste ya se había extinguido, los que habían venido de Marte, por ejemplo, sentían el vínculo que les unía al espíritu protector de Marte. Los descendientes de los que descendían de Marte, precisamente por haber sido reencarnados de almas marcianas, sentían la fuerza protectora que emanaba del espíritu de Marte.

Los espíritus luciféricos intentaron atacar este sentimiento de grupos en los que prevalece el amor. Supieron cultivar el yo individual del ser humano en oposición al yo común que se desarrollaba en tales grupos.

Si nos remontamos a la antigüedad, encontramos en todas partes, cuanto más retrocedemos, más conciencia de comunidad ligada a la relación consanguínea. Y cuanto más avanzamos, más se desvanece esta conciencia, y más el hombre se siente independiente, siente que debe desarrollar un yo individual frente al yo común. Así, en el ser humano actúan dos reinos: el de los espíritus luciféricos y el de los seres divino-espirituales. Las entidades divino-espirituales conducen al ser humano hacia el ser humano, pero por medio de los lazos de sangre. Las entidades Luciféricas buscan separar, apartar al hombre del hombre. Estas dos fuerzas actúan durante todo el período atlante. Y siguen actuando cuando el continente atlante perece a causa de grandes catástrofes y Europa, Asia África y, por otro lado, América toman su forma actual. Siguen actuando en la quinta época terrestre, hasta nuestros días.

De este modo, hemos podido describir cinco épocas de la Tierra:

  • el período polar, cuando la tierra estaba todavía unida al sol, 
  • el período hiperbóreo, cuando la luna estaba todavía unida a la tierra, 
  • el período lemúrico,
  • el período atlante
  • el período postatlante. Nuestra propia época.

Hemos visto cómo intervinieron los espíritus luciféricos y cómo trabajaron contra los poderes divino-espirituales que unían a las personas. Y debemos decirnos a nosotros mismos:

Si los espíritus luciféricos no hubieran intervenido en la evolución de la humanidad, habría ocurrido algo muy diferente. En el último tercio del período atlante, la antigua conciencia clarividente se habría cambiado por una conciencia objetal, pero por una conciencia objetal infundida por el espíritu. De este modo, sin embargo, los espíritus luciféricos condujeron previamente al hombre a un cuerpo físico endurecido. Como resultado, el hombre vio hacia fuera en el mundo físico antes de lo que de otro modo habría sido capaz de ver hacia fuera. Y la consecuencia de esto fue que el hombre entró en el último tercio del período atlante en un estado completamente diferente del que habría tenido si sólo los poderes divino-espirituales le hubieran estado guiando.

Mientras que en otras circunstancias el hombre habría visto un mundo exterior, como resplandeciente y espiritualizado por seres superiores, ahora sucedía que sólo veía un mundo físico y que el mundo divino se había retirado de él. Los espíritus luciféricos se habían entremezclado con su cuerpo astral. Los espíritus ahrimánicos de Zaratustra, que también podemos llamar espíritus mefistofélicos, se mezclaron ahora en su percepción exterior, en la relación del yo con el mundo exterior, en la diferenciación del yo con el mundo exterior, porque el hombre se había conectado con el mundo de los sentidos. El hombre no tiene sus cuerpos físico, etérico y astral, dentro de si, -tal como los tendría-, si sólo hubiesen actuado los dioses superiores. Él ha absorbido en su cuerpo astral seres que llamamos los espíritus luciféricos, y que lo condujeron fuera del Paraíso antes de lo debido. Y la consecuencia de la acción de los espíritus luciféricos es que en su visión, se han mezclado los espíritus ahrimánicos, mefistofélicos, que ahora le muestran el mundo exterior en mera forma sensorial, no como es en su verdad. Por eso el mundo hebreo llama a estos espíritus, que hacen creer al hombre una falsedad: «mephiz - topel» - «mephiz» el corruptor, y «topel» el mentiroso. Posteriormente se convirtió en «Mefistófeles». Este espíritu es el mismo que Ahriman. Entonces, ¿Qué hizo Ahriman en los humanos en contraste con Lucifer?

Lucifer ha provocado que los poderes del cuerpo astral sean peores de lo que deberían haber sido en otras circunstancias, y que el hombre haya condensado su materia física antes de lo habitual. Sin embargo, el hombre también ha alcanzado así su libertad, a la que de otro modo no habría llegado. Los espíritus mefistofélicos han conseguido que el hombre no vea la base espiritual del mundo, sino que se le haga creer una ilusión del mundo. Mefistófeles ha enseñado al hombre la opinión de que el mundo exterior sólo tiene una existencia material, que no hay un ser espiritual dentro y detrás de cada cosa material. La escena que Goethe pinta tan maravillosamente en su «Fausto» se ha representado siempre en toda la humanidad. Por un lado vemos a Fausto, que busca un camino hacia el mundo espiritual, y por otro a Mefistófeles, que describe este mundo espiritual como la nada, porque tiene interés en presentarle el mundo sensorial como el todo. Fausto le responde lo que cualquier científico espiritual diría en este caso: «¡En tu nada espero encontrar el universo! « Sólo cuando se sabe cómo el espíritu está en cada mínima parte de la materia, y cómo la idea de materia es una mentira, sólo cuando se comprende que Mefistófeles es el espíritu en el mundo que corrompe las ideas, sólo entonces se llega a una idea real del mundo exterior.

¿Qué era necesario para que la humanidad volviera a avanzar, para que no se hundiera en el destino que le habría preparado Lucifer, Ahrimán?

Ya en la época atlante era necesario trabajar para que la influencia de las entidades luciféricas no llegara a ser demasiado grande. Ya en los antiguos tiempos atlantes había personas que trabajaban sobre sí mismas de tal manera que la influencia luciférica en su cuerpo astral no pudiera llegar a ser demasiado grande, que prestaban atención a lo que procedía de Lucifer, que buscaban en su propia alma las pasiones, los instintos y los deseos que procedían de Lucifer. ¿Qué sucedía cuando erradicaban estas cualidades que venían de Lucifer? Así recuperaron la posibilidad de ver en forma pura lo que el hombre habría visto si no hubiera sufrido la influencia de los espíritus luciféricos y más tarde de los ahrimánicos. 

A través de un modo de vida puro y un cuidadoso autoconocimiento, ciertas personas del período atlante procuraron expulsar de sí esta influencia de Lucifer. Y así les fue posible en aquellos tiempos, cuando aún estaban presentes los restos de la antigua clarividencia, mirar en el mundo espiritual y ver cosas más elevadas de lo que podían ver los demás, que habían endurecido la materia física en su interior debido a la influencia luciférica. Tales personas, que erradicaron la influencia luciférica a través de un autoconocimiento lleno de carácter, se convirtieron en los líderes del período atlante, también podemos decir: los iniciados atlantes. ¿Qué hizo Lucifer en realidad?

Lucifer prefería dirigir su ataque contra lo que mantenía unida a la gente, lo que estaba ligado a la sangre en el amor. Ahora bien, estas personas sabían cómo luchar contra la influencia de Lucifer. Esto les permitió ver esta conexión espiritualmente, decir: Ni en la separación, ni en la segregación reside lo que hace avanzar al hombre, sino en lo que une a los hombres. Así, estas personas, que trabajaron contra la influencia de Lucifer, trataron de restablecer el antiguo estado, por así decirlo, cuando el mundo espiritual superior aún no estaba en peligro por el poder de Lucifer. Se esforzaron por erradicar el elemento personal: «¡Mata lo que te da un ego personal, y mira hacia aquellos tiempos antiguos en los que la relación de sangre aún hablaba tan vívidamente que el descendiente sentía su ego hasta el primer antepasado, cuando el primer antepasado, muerto hace mucho tiempo, aún se consideraba sagrado! - Los líderes del periodo atlante querían llevar a la humanidad de vuelta a aquellos tiempos de antigua comunidad humana. A lo largo de todo el desarrollo hubo tales líderes de la humanidad que siempre aparecían de nuevo y decían: «¡No busques caer presa de las influencias que quieren llevarte al ego personal; busca reconocer aquello que mantuvo unida a la gente en los tiempos antiguos! ¡Entonces encontraréis el camino hacia el espíritu divino!

Básicamente, esta actitud se había conservado más puramente entre aquellos que conocemos como el antiguo pueblo hebreo. Traten de entender los sermones de aquellos que eran los líderes de este antiguo pueblo hebreo. Se presentaban ante su pueblo y les decían; Habéis llegado tan lejos que cada uno enfatiza su yo personal dentro de sí mismo, que cada uno busca su ser sólo dentro de sí mismo. Pero cuando matáis el ego personal, y movilizáis todas las fuerzas que os llevan a la conciencia de que todos descendéis y estáis conectados hasta Abraham, que sois miembros del gran organismo hasta Abraham, entonces estáis promoviendo el desarrollo. Cuando se os dice: «Yo y el padre Abraham somos uno», y aceptáis esto en vosotros mismos con desprecio de todo lo personal, entonces tenéis la conciencia correcta que os lleva a lo Divino, porque el camino a lo Divino pasa por el padre primigenio. - Durante mucho tiempo el pueblo hebreo había conservado lo que es el nervio básico en el liderazgo de aquellos que lucharon contra la influencia luciférica.

Pero a los hombres se les confió la misión no de matar el ego, sino de desarrollarlo y cultivarlo. Los antiguos iniciados no tenían nada que decir contra el ego personal, salvo que había que ascender por encima de los seres primordiales hasta los antiguos dioses.

Cuando el gran impulso vino a la tierra, tal como pudimos caracterizarlo ayer, cuando vino el impulso crístico, se oyó primero otro discurso muy claro y distintamente. Y pudo oírse tan clara y distintamente precisamente dentro del pueblo hebreo, porque este pueblo había conservado hasta los últimos tiempos lo que podemos caracterizar como el eco de los antiguos iniciados atlantes.

Cristo transformó ese discurso de los antiguos iniciados y dijo: «¡Existe la posibilidad de que el hombre cultive su propia personalidad, de que no se limite a seguir los lazos físicos de la hermandad de sangre, sino que mire dentro de su ego y allí busque y encuentre lo Divino! En lo que hemos caracterizado como el impulso crístico reside el poder que, si nos unimos a él, nos permite crear un vínculo fraternal espiritual de persona a persona a pesar de la individualidad del yo. Así, el poder de Cristo era diferente del que prevalecía en el círculo en el que él estaba situado. Entonces dijeron: «¡Yo y el padre Abraham somos uno! Debo saber esto si quiero encontrar el camino de regreso a lo Divino. Pero el Cristo dijo: «¡Hay otro Padre a través del cual el yo encontrará el camino a lo divino; porque el yo o yo-soy y lo divino son uno! Hay algo eterno que puedes encontrar si permaneces dentro de ti mismo. Por eso Cristo pudo describir el poder que quería comunicar a la gente con las palabras del Evangelio de Juan: «¡Antes de que Abraham existiera, existía el Yo-soy! « Y el Yo-soy no era otro nombre que el que Cristo se dio a sí mismo. Y el ser humano enciende esta conciencia: Algo vive en mí que estaba allí mucho antes que Abraham; no necesito ir tan lejos como Abraham ¡encuentro al Espíritu del Dios Padre en mí! - entonces puede transformar en bien aquello que fue traído por Lucifer para el cuidado y el cultivo del yo, y que ha llevado a la inhibición de la humanidad. Esta es la hazaña del Cristo, que ha transformado en bien la influencia de Lucifer.

Supongamos que sólo hubieran actuado las entidades divino-espirituales superiores, las que sólo vinculaban el amor a los lazos de sangre, las que sólo exigían al hombre: «¡Debes subir por toda la línea de sangre si quieres encontrar el camino hacia los dioses! - entonces, sin su plena conciencia presente, los hombres se habrían visto empujados a unirse en una comunidad humana y nunca habrían alcanzado la plena conciencia de su libertad e independencia. Esto es lo que los espíritus luciféricos implantaron en el cuerpo astral del hombre antes de la aparición de Cristo. Separaban a las personas, querían poner a cada uno por su lado. Pero el Cristo transformó en bien lo que habría sido necesario si la influencia luciférica hubiera llegado al extremo. Si la influencia de Lucifer hubiera llegado al extremo, la gente habría caído en la falta de amor. Lucifer trajo a la gente libertad e independencia; Cristo transformó esta libertad en amor. Y a través del vínculo de Cristo, las personas son conducidas al amor espiritual.

Desde este punto de vista, se proyecta una luz diferente sobre lo que han hecho los espíritus luciféricos. ¿Podemos seguir llamando laxismo e inercia al hecho de que los espíritus luciféricos una vez «se quedaron rezagados»? No! Ellos se quedaron rezagados para cumplir una determinada misión en la Tierra: «impedir que los hombres se junten como en una sopa de sangre, por lazos únicamente naturales». 

Esto nos acercará cada vez más a una verdad que el hombre debe inscribir en su alma como norma moral elevada: Si ves un mal en el mundo, no digas: Aquí hay un mal, por lo tanto una imperfección, sino pregunta: ¿Cómo puedo llegar a la comprensión de que este mal será transformado en un bien en un contexto superior por la sabiduría que hay en el cosmos? ¿Cómo llego a decirme: El hecho de que veas aquí algo imperfecto se debe a que aún no estás preparado para reconocer la perfección de esta imperfección? - Donde el hombre ve el mal, debería mirar en su propia alma y preguntarse: ¿Cómo es que aquí, donde se me enfrenta el mal, no estoy preparado para reconocer el bien en este mal?
Mañana más sobre esto.

Traducido por J.Luelmo abr,2025