GA059 Berlín, 28 de abril de 1910 El error y la demencia

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

EL ERROR Y LA DEMENCIA

RUDOLF STEINER


X conferencia

Berlín, 28 de abril de 1910

Este ciclo de conferencias, que tuve el honor de darles aquí este invierno, tenía la tarea de iluminar los más diversos fenómenos de la vida espiritual humana, y también de la vida en el mundo más amplio desde el punto de vista científico-espiritual, tal como fue caracterizado en la primera conferencia aquí pronunciada. Hoy nos ocuparemos de un ámbito de la vida humana que puede llevarnos profundamente a la miseria humana, al sufrimiento humano, quizá también a la desesperanza humana. En la próxima conferencia, sin embargo, se abordará un ámbito bajo el título "La conciencia humana", que nos conducirá de nuevo a las alturas en las que más pueden emerger la dignidad y el valor humanos, la fuerza de la autoconciencia humana. Y a continuación se dará por concluido el ciclo de este año con una consideración sobre la misión del arte, en la que se mostrará el lado completamente sano de lo que hoy puede parecernos el lado oscuro más terrible de la vida. 

Cuando se habla de error y demencia, enseguida surgen ciertamente en cada alma imágenes del más profundo sufrimiento humano, también imágenes de la más profunda compasión humana. Y todo lo que surge así en el alma, puede ser al mismo tiempo una invitación a iluminar un poco este abismo de la vida del alma humana, con la luz que creemos haber obtenido en estas conferencias. Sólo aquellos que se están acostumbrando cada vez más a proceder en el sentido de la forma de pensar que se ha presentado aquí ante nuestras almas, deben entregarse a la esperanza de que a través de esta forma espiritual-científica de ver las cosas, este triste capítulo de la vida humana pueda experimentar una cierta iluminación. Pues cualquiera que conozca la literatura, y no me refiero a la literatura profana que se está extendiendo tanto, sino a la literatura más científica, podrá decir, mirando el asunto desde el punto de vista de las ciencias espirituales, que la literatura es extraordinariamente amplia en ciertos aspectos, y ofrece una gran cantidad de material para evaluar los hechos relevantes; pero, por otra parte, ninguna otra literatura revela tan claramente lo poco que las diversas teorías, puntos de vista y hábitos de pensamiento de nuestro tiempo son capaces de resumir lo que sale a la luz en forma de experiencias, vivencias y observaciones científicas. 

Es en este campo precisamente, donde uno tiene la oportunidad de ver cómo la ciencia espiritual se siente en plena armonía con la ciencia verdadera, genuina, con todo lo que se nos presenta como hechos, resultados y experiencias científicas; pero cómo también tiene que encontrar una contradicción, por así decirlo, a cada paso entre estas experiencias y la manera en que uno intenta comprender tales experiencias y percepciones, desde el punto de vista de la visión científica actual del mundo. Sin embargo, en este ámbito sólo podremos trazar líneas individuales esbozadas, pero tal vez puedan darnos un estímulo, para obtener una comprensión en este ámbito que también sea apta para fluir en nuestra práctica vital, de modo que seamos cada vez más capaces de encontrar nuestro camino ante estas tristes circunstancias que estamos tocando aquí

Si sólo pronunciamos las palabras "error" y " demencia", entonces debería llamarnos la atención una cosa: que, consciente o inconscientemente, con la palabra "error" manifestamos algo que es fundamentalmente distinto de lo que llamamos "demencia". No obstante, el observador exacto de una vida anímica que pueda calificarse verdaderamente de mentalmente desordenada, encontrará expresiones y apariencias que sólo parecen diferir en cuanto al grado del error cometido en algún aspecto en una vida que, por lo demás, se considera normal. Pero tales observaciones están sujetas a interpretaciones erróneas en la medida en que ciertas direcciones de pensamiento tienden a desdibujar las divisiones individuales y a afirmar que, de hecho, no existe una línea firme entre una vida del alma normal y saludable y una que puede describirse con las palabras “ trastorno mental".

Tales afirmaciones encierran un cierto peligro que hay que subrayar cuando se presenta la ocasión. Y el peligro no reside en que la afirmación sea errónea, sino en que sea correcta. Esto puede sonar paradójico, pero sin embargo es cierto, que las afirmaciones erróneas son a veces menos peligrosas que las correctas que pueden ser interpretadas y puestas en práctica de forma unilateral porque no se advierte el peligro inherente a su corrección. Creemos que ya hemos dicho algo si podemos demostrar que algo es correcto en un determinado aspecto; pero deberíamos darnos cuenta de que todo lo correcto tiene su reverso, y que toda verdad que encontramos es, por así decirlo, una verdad sólo en relación con determinados hechos y experiencias; pero que empieza a ser peligrosa en el momento en que la extendemos a otros ámbitos, cuando la exageramos y creemos que tiene validez dogmática.  Por eso, por regla general, no basta con saber que existe una verdad; lo importante es que observemos el límite dentro del cual el conocimiento es válido.

Sin embargo, en la vida sana ordinaria del alma podemos ver fenómenos que, si van más allá de cierto grado, se presentan también como síntomas de una vida anímica patológica. El peso total de esta afirmación sólo puede ser comprendido por aquellos que están realmente acostumbrados a observar más íntimamente la vida humana. ¿Quién no admitiría, por ejemplo, que pertenece a una vida anímica patológica lo que puede resumirse bajo el término "locura", cuando una persona no es capaz de unir un segundo concepto a un concepto que puede captar en el momento oportuno, sino que debe detenerse en este único concepto, y debe detenerse de tal manera que se aferra a él incluso cuando ya se encuentra en una situación muy diferente, y lo aplica donde ya no encaja, en otras palabras, cuando actúa bajo un concepto que era correcto para un momento anterior pero que ya no lo es para el posterior. ¿Quién negaría que esto roza lo patológico? Si sobrepasa cierto grado, es directamente un síntoma de trastorno mental. Pero, por otra parte, ¿Quién negaría que hay personas que son incapaces de avanzar en su trabajo a causa de su prolijidad, de su laboriosidad? En este caso se da una situación en la vida normal del alma, -la imposibilidad de progresar a partir de una idea-, en la que se llega a un punto en el que es necesario dejar de hablar de error y empezar a hablar de trastorno mental patológico.

Supongamos, por ejemplo, que una persona es propensa a cometer el error anímico, y que cuando oye toser en su vecindario, no oye la tos habitual, sino que tiene la ilusión de que la gente habla mal de ella, la regaña, por así decirlo. Quien organice toda su vida de tal modo que aparezca como una secuencia de acciones que están bajo la influencia de tal ilusión, será considerado como una persona cuya vida anímica es enfermiza. Cuán evidentes son, sin embargo, ciertos fenómenos de la vida ordinaria, en los que hablamos simplemente de que alguien ha oído algo por casualidad aquí o allá, y además ha ordenado las palabras, y cree haber oído algo muy distinto de lo que realmente se ha dicho. ¿O no han oído cuán infinitamente a menudo sucede que alguien dice: ¡Esta o aquella persona dijo esto o aquello de mí! - de lo cual no hay ni rastro de que la otra persona lo haya dicho realmente? También a veces es bastante difícil determinar, por así decirlo, dónde la vida completamente normal del alma, incluso en su curso sano, puede desembocar en la vida anímica patológica. 

Puede parecer paradójico, pero podría servir de estímulo a la reflexión en este campo si imagináramos que alguien, al contemplar una avenida, tiene la percepción bastante normal de que ve los árboles más cercanos a sus distancias naturales, mientras que los más alejados se acercan cada vez más, y que ahora decidiera unir los árboles, al estar enfrentados, con cuerdas, pero quisiera que las cuerdas fueran cada vez más cortas cuanto más alejados estuvieran los árboles de él. Aquí tendríamos el ejemplo de que él saca una conclusión falsa de una percepción completamente sana. Pero la percepción sana no difiere de cuando alguien tiene una ilusión. La ilusión también es una percepción. Sólo cuando la persona en cuestión la considera una realidad tal como la mesa que tiene delante, es entonces cuando surge el carácter malsano y perjudicial de una ilusión. Sólo cuando él es incapaz de interpretar la percepción de la manera correcta surge algo que puede ser descrito como patológico. Ahora se puede comparar este último caso, que alguien tenga una alucinación y la considere como una realidad en el sentido físico ordinario, con lo que antes se citaba como paradoja, que alguien quisiera hacer cada vez más cortas las cuerdas con las que une los árboles de una avenida. Internamente, lógicamente, no podríamos encontrar una diferencia entre estas dos cosas. Pero aun así: ¡qué obvio es formarse un juicio falso sobre una ilusión, y qué lejano es formarse el mismo juicio falso sobre la percepción de una avenida! Todo esto puede parecer una tontería para algunos. Sin embargo, hay que atenerse a cosas tan íntimas, pues de lo contrario no se llegaría más lejos y no se vería cuán a menudo la vida normal del alma puede desembocar en una vida malsana. 

Podría ahora citar ejemplos aún más flagrantes de personas cuya vida mental se considera sana y perspicaz en grado sumo. Me gustaría citar algo de un filósofo alemán que es considerado por los que han trabajado en este campo como uno de los primeros hombres en su campo en la actualidad. Este filósofo relata la siguiente experiencia: Una vez entabló conversación con un hombre, y esta conversación llevó a ambos a hablar de un erudito que ambos conocían. En el momento en que la conversación gira en torno a ese erudito, el filósofo le viene a la cabeza la idea de una obra ilustrada sobre París, -y al momento siguiente, inmediatamente después, la idea de un álbum fotográfico de Roma. La conversación sobre ese erudito sigue y sigue. Mientras tanto, el hombre en cuestión, que era filósofo, intentaba averiguar cómo era posible que durante la conversación apareciera la imagen de una obra ilustrada sobre París y luego la de un álbum fotográfico de Roma. Y acertó de pleno. El erudito del que hablaban tenía una extraña perilla. Esta perilla evocó de inmediato en el subconsciente del filósofo la imagen de Napoleón III, que también tenía perilla; y esta imagen de Napoleón III, que se había abierto paso a la fuerza en su conciencia, condujo de forma indirecta a través de Francia a la obra ilustrada sobre París. Y ahora le aparecía la imagen de otro hombre, que también tenía barba de perilla, la imagen de Víctor Emanuel de Italia; y esta imagen le llevaba de un modo indirecto a través de Italia al álbum fotográfico de Roma. He ahí una extraña sucesión, podría decirse que sin causa, una sucesión aleatoria de ideas que tienen lugar mientras se persigue algo muy distinto en la vida plenamente consciente del alma.  Tomen ahora a un hombre que hubiera llegado al momento en que apareciera ante él la obra ilustrada sobre París, y él ya no pudiera mantener el hilo de la conversación, e inmediatamente después tuviera la siguiente representación del álbum fotográfico de Roma: estaría entregado a una vida de imaginación sin reglas; no podría conversar tranquilamente con un ser humano, sino que se encontraría en medio de una vida mental enfermiza que le llevaría de un vuelo de ideas a otro sin conexión alguna.

Pero nuestro filósofo va más allá y presenta otro caso al lado, mediante el cual quiere reconocer cómo se relacionan las cosas entre sí. - Una vez fue a Hacienda a pagar sus impuestos. Tuvo que pagar 75 marcos. Y como es un hombre que ama el orden a pesar de su filosofía, también había anotado esos 75 marcos en su libro de gastos y luego se fue a su otro trabajo. Una vez después quiso recordar cuánto había pagado de impuestos. No se acordaba. Lo pensó; y como era filósofo, lo hizo sistemáticamente. Intentó llegar a la idea del importe de los impuestos a partir de las ideas circundantes. Intentó concentrarse en su camino a la oficina de impuestos. Y entonces recordó la imagen de cuatro piezas doradas de veinte marcos, que llevaba en la cartera, y la imagen de que le habían devuelto cinco marcos. Estas dos imágenes estaban ante él, y ahora era capaz de calcular por simple resta que había pagado 75 marcos de impuestos.

Aquí tenemos dos casos bastante diferentes. En la primera, la vida del alma obra, por así decirlo, como le place, sin recibir corrección alguna de lo que podemos llamar el curso consciente de las ideas; ella produce la imagen de la obra ilustrada sobre París y la imagen de un álbum fotográfico de Roma. En el segundo caso vemos cómo el alma procede bastante sistemáticamente, dando cada paso juiciosamente. Hay, en efecto, una diferencia considerable entre el curso de ambos procesos anímicos. Pero sin embargo, ese filósofo no llama la atención sobre algo que, para el investigador espiritual llamará inmediatamente la atención. Pues lo esencial en el primer caso es que él está conversando con otro, que él está dirigiendo su atención hacia el otro, que toda su vida anímica consciente tuvo que estar dirigida al seguimiento de la conversación con el otro, y que la sucesión de imágenes unas a otras en un orden aleatorio, que surgieron como en otro estrato de conciencia, fueron abandonadas a sí mismas. En el segundo caso, el filósofo dirige su atención sólo a qué tipo de imágenes deben sucederse unas a otras. Esto de nuevo sólo explicaría que en el primer caso las imágenes proceden sin reglas, mientras que en el segundo están bajo la corrección de la vida consciente del alma. 

Entonces sobre todo ¿Por qué hay imágenes? Nuestro filósofo no da respuesta a esta pregunta. Quien pueda observar la vida, quien conozca casos similares en otros lugares y quien esté en condiciones de juzgar un poco por la naturaleza del filósofo en cuestión, -en este caso conozco no sólo el hecho sino también al hombre-, podrá formarse la siguiente hipótesis, si queremos usar la palabra. El filósofo en cuestión en su conversación tenía ante sí a una persona a la cual no le interesaba demasiado. Era necesaria una cierta coacción para concentrar su atención en la conversación; por ello tenía un cierto excedente de vida anímica que no se vivía en la conversación, sino que, por así decirlo, se interiorizaba. Pero además, no tenía el poder de controlar el flujo de las imágenes; por lo tanto, se sucedían aleatoriamente. Debido a que tenía que dirigir su interés a algo que no le interesaba especialmente, aparecían ahora imágenes excedentes en la vida del alma; y puesto que la atención tenía que dirigirse a una conversación carente de interés para él, las imágenes excedentes de la vida del alma procedían de un modo aleatorio. Allí obtuvimos también una indicación de cómo, en el fondo de la vida anímica consciente, tales imágenes podían tener lugar realmente, aunque solo como en un reflejo. 

Pero ahora tenemos que preguntarnos: ¿No nos indica tal proceso que deberíamos mirar un poco más profundamente en la vida del alma humana? O podríamos preguntarnos: ¿Cómo es posible que se produzca tal división de la vida anímica, como se ha demostrado en el caso mencionado? Y aquí llegamos al punto en el que las vivencias y acontecimientos del ámbito de la desgracia que tenemos que tocar hoy pueden integrarse con toda normalidad en lo que nos hemos encontrado tan a menudo en el transcurso de este invierno. El filósofo mencionado se queda más o menos perplejo cuando relata tales fenómenos de su propia vida anímica. No puede continuar cuando ha registrado tales hechos porque nuestra ciencia externa, por mucho que cuente, se queda corta a la hora de reconocer la esencia de las cosas y también la esencia del hombre.

En el reconocimiento de la naturaleza del hombre hemos demostrado que no debemos limitarnos a mirar al hombre tal como lo mira la ciencia externa, sino que debemos distinguir realmente entre un hombre exterior y un hombre interior. Y que este hombre exterior no es más real que el hombre interior. Hemos mostrado en las más diversas áreas que tenemos que entender el estado dormido, por ejemplo, de manera diferente a como la ciencia ordinaria se inclina a entenderlo. Hemos mostrado cómo lo que queda del hombre dormido en la cama es sólo el hombre exterior, y que la conciencia ordinaria no puede seguir al hombre interior invisible, superior, real, que emerge del hombre exterior cuando duerme. La conciencia ordinaria simplemente no ve que algo real sale de aquí, que es tan real como lo que permanece acostado en la cama, que el hombre interior se dedica a su hogar real, el mundo espiritual, desde que se duerme hasta que se despierta.  Y que de él extrae lo que necesita desde la vigilia hasta que vuelve a dormirse para mantener la vida ordinaria del alma. Por tanto, debemos contrastar acusadamente y considerar por separado al hombre exterior, que también está presente en el estado dormido con sus leyes y reglas, y al hombre interior, que sólo está presente en el hombre exterior en el estado de vigilia, pero que se ha separado de él en el estado dormido. Mientras no hagamos esta distinción, no podremos comprender los fenómenos más importantes de la vida humana. Aquellos que, por comodidad, ven unidad en todas partes y quieren establecer un monismo en todas partes a la ligera, nos acusarán de dualistas porque dividimos al ser humano en dos partes, en una parte exterior y otra interior. Sin embargo, tales personas sólo deberían admitir de entrada que es un dualismo espantoso que los químicos dividan el agua en hidrógeno y oxígeno. No se puede ser monista en sentido elevado si no se reconoce que el monismo es algo mucho más profundo. Pero quienes quieran ver el todo como una unidad, cerrarán los ojos a la diversidad de la vida, a aquello que por sí mismo puede explicar la vida. 

Ahora, sin embargo, también hemos mostrado que en el hombre exterior y en el interior debemos distinguir además entre miembros individuales. En el hombre exterior distinguimos primero aquella parte que podemos ver con nuestros ojos físicos y asir con nuestras manos: el cuerpo físico. Pero luego reconocemos otro miembro, que hemos llamado cuerpo etérico, una especie de fuerza formadora que es la verdadera constructora y formadora del cuerpo físico. El cuerpo físico y el cuerpo etérico son lo que permanece en la cama mientras dormimos. Pero lo que se retira del cuerpo físico y del cuerpo etérico en la persona dormida y está en el mundo espiritual es lo que hemos descrito en estas conferencias como el cuerpo astral humano, que a su vez contiene el portador real del yo. Pero a continuación hemos hecho distinciones aún más finas. En este cuerpo astral hemos distinguido a su vez tres miembros del ser humano, tres miembros de la vida anímica. Y al diferenciar cuidadosamente estos tres miembros se nos ha explicado una gran suma de fenómenos vitales. 

Hemos llamado alma sensible al miembro más bajo de la vida anímica; hemos distinguido un segundo miembro como alma intelectual o racional; y un tercer miembro anímico como alma consciente. Cuando hablemos del ser interior humano, de estos tres miembros del alma, no deberemos imaginarlo como una confusión caótica e indiscriminada de toda clase de impulsos volitivos, experiencias emocionales, conceptos y representaciones, sino que distribuiremos cuidadosamente la vida anímica en estos tres miembros. Ahora bien, en la vida humana normal existe cierta interrelación entre el hombre exterior y el interior. Podemos describir esta relación recíproca diciendo: El alma sensible, nuestro miembro anímico más bajo, que contiene nuestros instintos y pasiones, al que nos entregamos servilmente cuando los miembros anímicos superiores están menos desarrollados. Este miembro del alma está en cierto modo en interacción con aquello que en otro aspecto aún podemos contar como el hombre exterior, que es similar a esta alma sensible, pero que es más externo en el hombre; y a esto más externo lo llamamos cuerpo sensorial. Por eso decimos: Tenemos el hombre exterior y el hombre interior. En el hombre interior tenemos el alma sensible como miembro inferior, en el hombre exterior corresponde el cuerpo sensorial. Hay que describir aquí el cuerpo astral como algo distinto del mero cuerpo sensorial. En detalle, los tres miembros del alma son sólo modificaciones del cuerpo astral, no sólo formados a partir de él, sino también diferenciados de él. En el estado de vigilia el alma sensible está en constante interacción con el cuerpo sensorial; del mismo modo el alma racional está en interacción con el cuerpo etérico; y lo que llamamos alma consciente está en cierto modo en íntima interacción con el cuerpo físico. Por lo tanto, dependemos de las comunicaciones de la conciencia en el estado de vigilia con respecto a todo lo que ha de convertirse en el contenido del alma consciente. Lo que el cuerpo físico, lo que los sentidos nos transmiten, lo que el ser humano piensa con el cerebro, eso primero se convierte en el contenido del alma consciente. 

Así que tenemos dos entidades de la naturaleza humana compuestas de tres partes que se corresponden entre sí: el alma sensible al cuerpo sensorio, el alma racional al cuerpo etérico, el alma consciente al cuerpo físico. Esta afinidad sólo puede darnos información sobre aquellos hilos que fluyen del hombre interior al hombre exterior, que pueden mostrarnos cómo se perturba la vida anímica normal del hombre si no fluyen de la manera correcta desde el hombre interior al exterior. ¿Por qué ocurre esto?

En cierto sentido, lo que llamamos alma sensible depende absolutamente de los efectos del cuerpo sensorio; y si el alma sensible y el cuerpo sensorio no interactúan de la manera correcta, si no se corresponden entre sí de la manera correcta, entonces la vida sana del alma se interrumpe por lo que respecta al alma sensible. Pero pasa lo mismo si es el alma racional la que no puede intervenir de la manera correcta para regular el cuerpo etérico, si no es capaz de utilizar el cuerpo etérico de tal manera que pueda ser un instrumento adecuado para el alma racional. Y asimismo el alma consciente tendrá que mostrarse ante nosotros como anormal en la vida del alma si el cuerpo físico es un obstáculo y un impedimento para la vivencia normal del alma consciente. Cuando desglosamos así al ser humano de un modo adecuado, podemos reconocer una interacción regular que es necesaria para una vida anímica sana; y también podemos comprender que pueden producirse todo tipo de interrupciones en la interacción entre el alma sensible y el cuerpo sensorial, el alma racional y el cuerpo etérico y el alma consciente y el cuerpo físico. Y sólo aquel que puede ver por medio de que hilos van y vienen en este complicado organismo, y que irregularidades pueden surgir dentro de él, también podrá ver por medio de cual se presenta un caso malsano de una vida anímica. Un caso malsano sólo puede darse si hay desarmonía entre la vida interior y la exterior. ¿No vemos esto en el caso que hemos citado? Tomemos de nuevo a ese filósofo.  En un alma, cuya vida anímica transcurre bajo el completo control de la conciencia, vemos lo que está presente en ella en el alma consciente, por un lado, y en el alma racional, por otro. En el alma sensible, sin embargo, aquello que es apenas perceptible lo vemos como imagen tras imagen: la obra ilustrada sobre París, el álbum fotográfico de Roma. Esto sucede así porque al retirar su atención, aunque sin embargo está entregado a la persona que tiene delante, crea una separación entre el alma sensible y el cuerpo sensorial. Tenemos que buscar las imágenes sucesivas, la obra ilustrada sobre París y el álbum fotográfico de Roma, en el cuerpo sensorial. Allí, en el cuerpo sensorial, tenemos lo que se ha descrito como ese proceso sin reglas. Allá en el alma sensible, en el hombre interior, tiene lugar aquello que era justamente el contenido de la conversación entre las dos personas; y la necesidad de mantener forzosamente la atención a la conversación tenía el efecto de dividir en este caso la vida del cuerpo sensorial por un lado y la del alma sensible por otro.  

Estos son de hecho estados transitorios. Porque las perturbaciones más débiles de nuestra vida anímica se producen cuando el mero cuerpo sensorial demuestra ser independiente. Entonces aún podremos conservar nuestra prudencia y mantener el hilo en el hombre interior y conservar la conciencia que aún nos dice: También nosotros seguimos ahí además de las imágenes forzadas que aparecen a través del cuerpo sensorial que se ha independizado. 

Pero cuando tal escisión se produce en relación con el alma racional y el cuerpo etérico, entonces estamos en una situación mucho más difícil. Allí ya nos adentramos en esos estados que empiezan a ser patológicos. Y sin embargo ya es mucho más difícil distinguir dónde termina lo sano y empieza lo patológico. Podemos utilizar un ejemplo tramposo para ilustrar lo difícil que es mantener las experiencias del alma racional de forma completamente independiente cuando el cuerpo etérico se pone en huelga, cuando no quiere ser un mero instrumento de lo que pensamos. Cuando el cuerpo etérico se independiza y se opone al alma racional, entonces no permite que lo que se supone que se piensa se lleve a cabo por completo, de modo que el pensamiento se detiene a mitad de camino y no puede completarse.  Esto ocurre realmente con las personas supuestamente más inteligentes.  Tomemos un ejemplo grotesco. 

Todo el mundo sonreirá ante el absurdo lógico y lo reconocerá fácilmente cuando le digan: "Es una conclusión muy correcta: lo que no has perdido, lo sigues teniendo. ¡No has perdido las orejas largas, así que sigues teniendo orejas largas! El absurdo surge del hecho de que el pensamiento de uno no está de acuerdo con los hechos. Pero según exactamente el mismo patrón, que uno elige, por así decirlo, una frase preliminar, -"lo que no has perdido, ..."-, que luego incorpora realmente algo que él no debería incorporar propiamente, esto se traduce en los errores más increíbles en las cuestiones más importantes de la vida en los casos en que el asunto no es tan obvio. Hay un filósofo, por ejemplo, que siempre repite una doctrina que formuló una vez sobre el yo humano. A menudo hemos hablado aquí del yo humano, de cómo se diferencia de todas las demás experiencias y percepciones que podemos tener en su propio nombre. Hemos dicho que cualquiera puede llamar a la mesa "mesa", cualquiera puede llamar al vaso "vaso", cualquiera puede llamar al reloj "reloj"; pero la sola palabra "yo" no puede sonar a nuestro oído desde fuera si es para designarnos a nosotros mismos. Esto señala una diferencia fundamental entre la experiencia del yo y todas las demás experiencias. Tales cosas pueden ser tenidas en cuenta. Pero también uno sólo puede darse cuenta de ellas a medias; y uno se da cuenta a medias si concluye como aquel filósofo: ¡Entonces el yo nunca puede convertirse en objeto! ¡Así pues, el yo nunca puede ser observado! Y es un punto de vista aparentemente bastante ingenioso cuando continúa diciendo: ¡Quien quisiera asir el yo tendría que llevar el yo a todas partes y, sin embargo, a la vez estar allí con el yo; eso sería lo mismo que si alguien corriera alrededor de un árbol y se dijera a sí mismo que si sólo corriera lo suficientemente rápido, podría cogerse a sí mismo por detrás! -El filósofo en cuestión hace esta comparación. ¡Y cómo podría alguien no convencerse de su credibilidad si oye el dogma del yo, que nunca puede ser captado por sí mismo, reforzado por una comparación semejante! Y sin embargo: todo el asunto sólo se basa en el hecho de que uno no puede hacer tal comparación. Porque habría que presuponer la idea de que no se puede observar este yo. Si se quisiera utilizar la comparación con el árbol, sólo podría decir: El yo no debe compararse con una persona que camina alrededor del árbol, sino a lo sumo con una persona que se retuerce alrededor del árbol como una serpiente; entonces uno podría tal vez agarrar sus pies con las manos. Porque el yo es una objetividad completamente diferente a cualquier otra cosa que podamos experimentar. Es tal objetividad la que podemos captar como sujeto y objeto coincidentes. Esto es lo que los místicos de todos los tiempos, que han hablado en lenguaje simbólico, han indicado siempre en la imagen de la serpiente agarrándose a sí misma y mordiéndose la cola. Los que utilizaban este símbolo se daban cuenta de que se miraban a sí mismos en el objeto que tenían delante. 

En este ejemplo podemos ver cómo avanzamos desde la mera sensación y percepción de aquello que está inmediatamente ante nuestros ojos, y que sólo puede entrar en desarmonía con el cuerpo sensorial, hasta aquello que actúa no sólo en la mera sensación, en la mera percepción, sino en el alma racional. Allí donde tenemos que procesar interiormente los pensamientos, aquello que ya está mucho más alejado de la arbitrariedad, no son sólo las meras imágenes las que ofrecen un obstáculo, sino algo que ofrece resistencias muy diferentes, y que no puede ser reconocido por un pensamiento que no llega hasta sus últimas consecuencias. Aquí tenemos un ejemplo de cómo el hombre puede enroscarse en una lógica, de la cual no se da cuenta que no es más que su lógica y no la lógica de los hechos. Una lógica de los hechos sólo puede existir si mantenemos el control sobre la cooperación del alma racional con el cuerpo etérico, es decir, si controlamos el cuerpo etérico. De modo que, en efecto, esas manifestaciones malsanas de nuestra vida anímica, que se muestran preferentemente como perturbaciones en la conexión de las ideas, resultan ser causadas por el hecho de que nuestro cuerpo etérico no puede servirnos de instrumento sano para las expresiones de nuestra alma racional. 

Pero ahora podemos preguntar: Si ya llevamos en nuestra constitución ese cuerpo etérico que es un obstáculo para el desarrollo del alma racional, ¿Qué otra cosa podemos decir realmente sino que las causas de tal vida anímica, que pasa del mero error a la locura, residen en algo sobre lo que no tenemos ningún control? En cierto sentido, tal ejemplo, si realmente vemos a través de él, nos hace enfrentarnos con algo que se ha subrayado aquí una y otra vez, y que muchos de nuestros contemporáneos, -incluso los más ilustrados-, consideran una fantasía. Vemos que en cierto modo nuestro cuerpo etérico nos juega malas pasadas, que en lugar de permitir que el alma racional conceda y trabaje tranquilamente para que los juicios lleguen a su fin, nos pone obstáculos en el camino; de modo que en lugar de decir: ¡Aquí somos impotentes y no podemos ir más allá! ahora emitimos un juicio caótico, distorsionado. Vemos que nuestro juicio, que fluye del alma racional, está mezclado con lo que nuestro cuerpo etérico mezcla en él. Extraño: creemos tener una corporalidad exterior sobre nosotros, y ahora la actividad de este cuerpo etérico se mezcla, -como algo parecido-, en la actividad de nuestra alma racional. ¿Qué explica esto? 

Si uno sólo se limita a las palabras, puede atribuirse a las disposiciones heredadas, etc.. Esto lo hacen aquellos que, por un cierto hábito de pensamiento, no pueden pensar lógicamente sobre el alma en absoluto. Pero los filósofos que pueden pensar sobre la vida del alma dicen: Lo que ocurre en este caso como maldad, como confusión caótica de la vida del alma, no puede provenir de la mera herencia física. Y ahora vemos a un filósofo moderno muy nombrado en la actualidad que, por su hábito de pensar, utiliza una palabra extraña sobre aquello que corre en nosotros y que, sin embargo, no es meramente físico. Podría decirse que es una palabra bonita si no se tratara de un asunto de ciencia seria cuando Wundt dice: ¡Estamos siendo guiados hacia la oscura infinitud del desarrollo! Para quienes están acostumbrados a pensar científicamente, resulta extraño encontrarse con semejante frase de un filósofo considerado hoy famoso en todo el mundo. Compárese con esto lo que la ciencia espiritual tiene que decir al aparecer en nuestro presente con una verdad que muchas veces hemos comparado con otra verdad que el gran científico natural Francesco Redi expresó sólo en el siglo XVII en un campo diferente como la frase: ¡Los seres vivos sólo pueden surgir de los seres vivos! La ciencia espiritual, al elevar esta proposición a una esfera superior, demuestra la verdad de la proposición: ¡El alma espiritual sólo puede surgir del alma espiritual! No nos restringe a la mera herencia física, sino que nos muestra que en todo lo físico actúa lo espiritual. Y si los efectos contrarios del cuerpo etérico sobre el alma racional son demasiado grandes, entonces debemos encontrar plausible que nuestro cuerpo etérico debe haber sido preparado y formado por algo similar a nuestra alma racional; sólo que debe haberlo preparado mal. Por lo tanto, si hoy encontramos el error en nuestra alma racional, podemos, por supuesto, si mantenemos la cordura, corregir el error de tal manera que no se traslade al cuerpo. Nadie es más riguroso que la ciencia espiritual en la opinión de que no tiene sentido atribuir sin más a influencias externas cuando una persona se desordena mentalmente. Pero por otra parte debe entenderse, aunque no tengamos poder para cambiar nuestro cuerpo etérico, que está saturado e imbuido de las mismas leyes de error que existen cuando se comete un error, pero que enfermamos cuando el error llega a expresarse en el cuerpo etérico. Tal error normalmente no puede tener efecto inmediatamente en nuestra vida presente entre el nacimiento y la muerte. Esto sólo ocurre si se vuelve repetido y habitual. Pues otra cosa es si continuamente acumulamos error sobre error entre el nacimiento y la muerte en un caso concreto, si regularmente sucumbimos a ciertas debilidades del pensar, sentir y la voluntad y vivimos con ellas entre el nacimiento y la muerte. La naturaleza corporal exterior sólo puede cambiar una cantidad limitada entre el nacimiento y la muerte. Cuando atravesamos la puerta de la muerte, el cuerpo físico con todas las cualidades buenas y malas se destruye y nos llevamos con nosotros en nuestro pensar, sentir y voluntad, todo lo bueno y lo malo que hemos creado. Y a la hora de construir nuestra naturaleza corporal exterior en la próxima existencia transmitimos a ella los errores y el caos, nuestras debilidades en el pensar, sentir y voluntad de nuestra existencia presente. 

Por lo tanto, con referencia a un cuerpo etérico que nos frena, un error en nuestra vida anímica actual no puede tomar forma inmediatamente en nuestro cuerpo etérico, sino que el error que en la actualidad sólo se contiene si nuestra alma participa en la organización de nuestra próxima existencia. Lo que aparece en nuestro cuerpo etérico como causas y como determinadas características no podrá ser rastreado en nuestra existencia actual, pero sin duda podrá ser encontrado si volvemos a una encarnación anterior.

Así vemos que sólo podemos comprender una amplia zona de ciertas enfermedades anímicas si no nos limitamos a llegar a la misteriosa «oscuridad de la infinitud del desarrollo», donde nada puede imaginarse, sino que debemos ir a una vida anterior del hombre. Sólo que no debemos llevar esta verdad de nuevo a los extremos; pues debemos darnos cuenta de que, además de las cualidades adquiridas anteriormente, el hombre lleva también dentro de sí las que son heredadas, y que ciertas cualidades de nuestro hombre exterior deben considerarse como heredadas.  Aquí surge la necesidad de hacer una cuidadosa distinción entre cómo vive el hombre de existencia en existencia y cómo se muestra como descendiente de sus antepasados. 

Ahora también puede producirse una desarmonía entre el alma consciente, que establece nuestra autoconciencia, y nuestro cuerpo físico. En ese caso aparecen en nuestro cuerpo físico no sólo las características que nos hemos preparado en una encarnación anterior, sino también las que se encuentran en la línea de herencia. Pero aquí también el principio es el mismo: lo que funciona en el alma consciente puede encontrar un obstáculo en lo que son las leyes efectivas del cuerpo físico. Y cuando el alma consciente encuentra estos obstáculos, entonces surgen todas aquellas cosas que aparecen tan cruelmente en ciertos síntomas de enfermedades del alma. Esta es también el área en particular donde todos los lados sombríos de un órgano en particular salen a la luz cuando se produce el hecho en nuestro cuerpo físico de que un órgano se destaca en particular de los demás.  

Si los órganos del cuerpo físico cooperan regularmente y ninguno de ellos sobresale, entonces nuestro cuerpo físico será un instrumento regular del alma consciente; no encontraremos ningún obstáculo en él y ni siquiera notaremos que tenemos el instrumento físico del alma consciente, del mismo modo que un ojo sano no es ningún obstáculo para la visión normal. - Podríamos llamar la atención sobre el caso relatado por un eminente naturalista de la actualidad. Un hombre tenía una opacidad en uno de sus ojos. Esta opacidad hacía que no viera con normalidad en ese ojo, que viera algo parecido a formaciones fantasmales, especialmente en la hora del crepúsculo. Debido a la influencia de su ojo en su visión, a menudo tenía la sensación de que alguien se interponía en su camino. Donde tal influencia del ojo surge como un obstáculo, la visión normal no es posible. Estas perturbaciones parciales pueden manifestarse de las formas más variadas. 

Si el alma consciente encuentra un obstáculo en el cuerpo físico, debemos atribuirlo siempre a la preponderancia particular de tal o cual órgano. Pues si todos los órganos del cuerpo físico cooperan normalmente, no se opone al alma consciente. Sólo cuando un órgano sobresale especialmente notamos un obstáculo, porque ahora encontramos una resistencia. Si nuestra alma consciente no encuentra resistencia, entonces expresamos nuestro yo consciente de la manera regular. Pero si encontramos un obstáculo a esta libre relación con el mundo exterior, y si no nos damos cuenta en nuestra conciencia de que hay un obstáculo, entonces aparecen los delirios de grandeza y la persecución como síntomas de la enfermedad real, más profunda. 

Así vemos, cuando nos asomamos al ser humano en su diversidad de miembros, que podemos comprender la armonía y la desarmonía en la vida humana. Sólo ha sido posible esbozar cómo se produce la interacción de estos diferentes miembros y cómo la ciencia espiritual puede aportar orden y comprensión a los maravillosos resultados que existen hoy en la literatura. 

Cuando comprendamos esto, también podremos obtener otra percepción. Sobre todo, que podamos ver la realidad del hombre interior, y cómo el hombre exterior y el interior cooperan de encarnación en encarnación; cómo en ciertas faltas del hombre exterior, por ejemplo en las faltas de su cuerpo etérico, sólo sale a la luz lo que es efecto de debilidades y faltas de la vida anímica en etapas anteriores de la existencia. Pero esto nos muestra que no siempre podremos, si los obstáculos son demasiado grandes, superarlos mediante una vida anímica interior, regulada y fuerte. Pero podremos hacerlo en muchos aspectos. Porque si sólo tenemos algo así como una resistencia de lo exterior contra el hombre interior en la vida anormal del alma, entonces también nos daremos cuenta de que es importante hacer que el poder del hombre interior sea lo más fuerte posible. Una persona débil que no quiere sacar las consecuencias de sus pensamientos con agudeza, que no quiere cincelar sus ideas con agudeza, que no se propone formar sus sentimientos de tal manera que estén en armonía con lo que experimenta, una persona así sólo podrá contrarrestar la resistencia del hombre exterior con un débil contrapeso; y si tiene enfermedades en él, tendrá que sucumbir en su momento a lo que se llama enfermedades del alma. La situación será diferente si podemos oponer a un exterior enfermo un interior fuerte; ¡pues triunfará el más fuerte! Y de esto se desprende que, aunque no siempre podemos salir victoriosos de lo externo, podemos hacer todo lo posible para ganar la partida a un externo enfermo desarrollando una vida anímica fuerte y regulada. Y vemos el beneficio de esto cuando tratamos de organizar nuestros sentimientos y sensaciones, nuestra voluntad, de tal manera que no nos sintamos afectados por cada pequeña ocasión; cuando tratamos de extender nuestro pensamiento más allá de los grandes contextos; cuando no buscamos meramente los hilos del pensamiento que están más cerca, sino que vamos con nuestros pensamientos a las más finas ramificaciones del pensamiento, y cuando tenemos cuidado de formar nuestros deseos de tal manera que no queremos lo imposible, sino de acuerdo con los hechos. Si desarrollamos una vida anímica fuerte, es posible que aún lleguemos a un límite; pero habremos hecho todo lo posible para imponernos desde dentro a toda resistencia exterior.

Así vemos lo que significa que una persona desarrolle su vida anímica de la manera adecuada. En la actualidad se comprende poco lo que significa entrenar la vida anímica. Ya se ha mencionado en ocasiones similares que hoy en día se concede gran importancia a la gimnasia, a caminar, a un gran entrenamiento del cuerpo físico. Nada hay que decir sobre el principio aquí indicado. Estas cosas pueden ser saludables. Pero ciertamente no conducen a un buen fin si sólo se mira al ser humano externo como si fuera una máquina, si se hacen ejercicios que tienen como objetivo el mero fortalecimiento fisiológico. En la gimnasia no debemos hacer ejercicios caracterizados desde el punto de vista de que tal o cual músculo se fortalezca especialmente, sino que debemos procurar que en cada ejercicio tengamos una alegría interior, que el impulso para cada ejercicio lo obtengamos de una sensación interior de bienestar. El impulso para los ejercicios debe venir del alma. El profesor de gimnasia, por ejemplo, debe ser capaz de empatizar con lo que siente el alma cuando realiza uno u otro ejercicio. Entonces fortalecemos el alma; de lo contrario, sólo fortalecemos el cuerpo, y el alma puede permanecer lo más débil posible. Quien observe la vida comprobará que los ejercicios emprendidos desde tal punto de vista tienen un efecto saludable y contribuyen de manera muy distinta al bienestar del hombre que aquellos ejercicios que se emprenden como si el hombre fuera un mero aparato anatómico. 

La conexión entre la vida espiritual y la vida física sólo se revela a través de un examen minucioso de la ciencia espiritual. Quien crea que se puede ver en lo físico una compensación para los esfuerzos espirituales no sabe una cosa esencial. El que es investigador espiritual sabe que puede, por ejemplo, fatigarse de la manera más monstruosa si se ve obligado a enseñar alguna verdad a otro y luego tiene que escuchar cómo la otra persona lo explica, dado que aún no puede hablar de ello de manera adecuada, aún no puede formar representaciones mentales apropiadas. En tal caso, un investigador espiritual se cansa mucho; mientras que si investiga en los mundos espirituales, por ejemplo, no se cansa en absoluto por mucho que lo haga; esto podría seguir ad infinitum. Esto es así debido a que en el caso de la escucha se trata de acciones por medios físicos en las que el cerebro físico está activo; mientras que la investigación espiritual, si procede en los niveles inferiores, también requiere la cooperación de los órganos físicos; pero cuanto más alto se extiende, menos los necesita y menos fatigosa resulta. Cuando el hombre exterior ya no tiene que cooperar, ya no se produce lo que podría llamarse agotamiento o fatiga. Aquí vemos al mismo tiempo que hay que hacer una distinción en la actividad espiritual; que es algo distinto cuando la actividad espiritual tiene su impulso en la propia  alma cuando es estimulada desde fuera. Esto es algo que hay que tener siempre presente: que en las etapas del desarrollo del hombre siempre se produce lo que corresponde a los impulsos interiores.

Tomemos una cosa que siempre se ha puesto de relieve, y que se puede leer en el librito La educación del niño desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Allí se ha dicho que hasta los siete años el niño, en todo lo que hace, siente preferentemente el impulso de hacerlo bajo imitación; que luego, en el período que va desde el cambio de dientes hasta la madurez sexual, se sitúa en su desarrollo bajo el signo de lo que podría llamarse: regirse por una autoridad o por lo que nos causa impresión a través del comportamiento de otra persona. Supongamos que no se presta atención a esto; es un pecado que el impulso del alma esté puesto en la imitación hasta el séptimo año y en la sumisión a la autoridad en el período que va desde el séptimo año hasta la madurez sexual. Si esto no se tiene en cuenta, la corporalidad exterior, en lugar de desarrollarse como un instrumento normal para el alma, se desarrollará de forma irregular, y el alma entonces ya no tendrá la oportunidad en las siguientes etapas del desarrollo humano de actuar sobre un exterior irregular de la forma correcta y de interactuar con él. En los puntos de inflexión del devenir humano vemos, que cuando el hombre entra en una nueva etapa, puede, hasta cierto punto, quedar rezagado un miembro del hombre si no se observa esta regla. Y se encontraría fácilmente que la inobservancia de estas reglas, no es otra cosa que la causa subyacente de lo que suele presentarse como idiotez juvenil, dementia praecox. 

Al desatender las reglas correctas en las etapas precedentes, después surge como desarmonía en la cooperación entre el hombre exterior y el interior lo que se conoce como idiotez juvenil, dementia praecox, como síntoma de imitación tardía. Entonces se hace evidente que la descoordinación de lo que la ciencia espiritual separa entre sí, es en muchos aspectos la causa de una vida anímica anormal. De la misma manera, en lo que ocurre hacia el final de la vida como la parálisis de la vejez, tenemos que ver a su vez una falta de coordinación entre el hombre interior y el exterior, causada por el hecho de que el hombre, durante el período de madurez sexual hasta el momento en que el cuerpo astral alcanza su completo desarrollo, no ha vivido de manera que pueda producirse una armonía entre el hombre exterior y el interior. 

Debido a esto, también vemos, que una visión correcta de la naturaleza del hombre puede arrojar luz sobre lo que podemos llamar la naturaleza del error y de la locura. Y aunque sólo hayamos encontrado una conexión superficial, aunque no podamos decir que el error, en la medida en que pertenece a la vida normal del alma, puede amoldarse a la vida exterior, a las expresiones de la vida, debemos decir, sin embargo, que en contraste con esto lo más reconfortante es una ley importante, a saber, que mediante el desarrollo de una lógica fuerte, de una vida anímica regulada, emocionalmente armoniosa y de voluntad armónica, nos hacemos fuertes contra las inhibiciones que pueden provenir del hombre exterior. Así que la ciencia espiritual nos da, tal vez no siempre, pero sobre todo la posibilidad de excluir la preponderancia, el dominio del hombre exterior. Es importante que cuando alimentemos y fortalezcamos al hombre interior, también lo hagamos fuerte a su vez contra la preponderancia del hombre exterior. La ciencia espiritual nos proporciona un remedio para esto. Por tanto, es la ciencia espiritual la que subraya una y otra vez la importancia de desarrollar procesos de pensamiento ordenados y una vida imaginativa adecuada, de no quedarse a medio camino con los propios pensamientos, sino de pensarlos consecuentemente hasta el final. Sobre esto se ha insistido una y otra vez desde diversos frentes. De este modo, la ciencia espiritual, con su estricta exigencia de modelar nuestra vida anímica de tal modo que aparezca interiormente disciplinada y armonizada, es en sí misma un remedio contra el predominio de una corporalidad patológica. Y si el hombre es capaz de difundir la luz de una voluntad sana, de un sentir sano y de un pensar autodisciplinado sobre la debilidad física, sobre la deformidad física, puede salir victorioso de las disposiciones patológicas. Eso no suele ser lo que a la gente le gusta oír hoy en día. Sin embargo, es importante para nosotros comprender el presente. Y así podemos decir: la ciencia espiritual nos muestra incluso un consuelo: que en el espíritu, si sólo lo fortalecemos de verdad, aún tenemos el mejor remedio para todo lo que nos pueda acontecer en la vida. Por medio de la ciencia espiritual no aprendemos a teorizar sobre el espíritu, sino que aprendemos a convertirlo en una fuerza eficaz dentro de nosotros cuando procuramos no detenernos en lo que el filisteísmo tanto quiere detenerse, en los pensamientos a medias. Pues sólo se trata de pensamientos a medias cuando se dice: ¡Demuéstranos lo que dices sobre las repetidas vidas terrestres y demás! ¡No hay pruebas para quien no quiere terminar sus pensamientos; no se pueden probar verdades enteras con pensamientos a medias! Sólo los pensamientos completos pueden ser probados, y el hombre debe desarrollar pensamientos completos dentro de sí mismo.  

Si ustedes amplían lo que ahora se ha dado como instrucción, verán que va dirigido a un mal de nuestro tiempo: el mal de la no creencia en el espíritu; pero que al mismo tiempo se ha puesto el foco de atención en dónde están los medios para desarrollar esa no creencia y convertirla en fe en una espiritualidad verdadera y fuerte. En la actualidad, la fe en la razón no existe en gran medida en la humanidad. Por lo tanto, no siempre existe esa imparcialidad racional que es necesaria para captar las verdades de la ciencia espiritual. No debe decirse con burla e ironía, sino con cierta melancolía que también podría aplicarse a nuestro tiempo lo que un dicho de «Fausto» dice de ciertas personas: 

Si ellos tuvieran la piedra filosofal,
¡Al sabio le faltaría la piedra! 

La razón puede comprender la ciencia espiritual, y la comprensión racional de la ciencia espiritual supone la recuperación hasta la corporalidad más externa. Esto no sólo lo afirman los investigadores espirituales actuales.  Esto también fue siempre afirmado por aquellos que trataron de acercarse al espíritu de maneras distintas a la ciencia espiritual actual. Pero incluso tales personas son poco comprendidas hoy en día. ¿Quién no se burlaría hoy de un Hegel precisamente porque subrayó la existencia, eficacia y necesidad de la razón en todas partes? Él lo acentuó de tal modo que se imaginó la eficacia de la razón en el ser humano actual de esta manera: Puedo imaginarme esta vida humana como una cruz. Y para Hegel, las rosas en la cruz eran lo que la razón es en el hombre. Por eso colocó la siguiente frase al comienzo de una de sus obras: «¡La razón es la rosa en la cruz del presente!». Y la fe en la razón hará triunfar la cruz. La fe en la razón y la fe en el pensamiento disciplinado, en una vida armonizada de sentimiento y voluntad, colgarán las rosas en la cruz. Por tanto, podemos decir: Hay algo de verdad en el hecho de que tenemos dentro de nosotros el poder de contrarrestar lo que llamamos enfermedades mentales, (del alma), al menos hasta cierto límite; si tenemos fe en una vida de sentimientos armonizada, que podemos desarrollar, en una vida de voluntad armonizada, que podemos desarrollar, y en una vida racional disciplinada, que podemos desarrollar y que debemos desarrollar. Si desarrollamos estas tres, nos haremos más fuertes y victoriosos en la vida bajo cualquier circunstancia. Y como Hegel resume en la razón una vida armoniosa del sentimiento y de la voluntad, una vida disciplinada del pensamiento, una intelectualidad racional, hace la afirmación, que puede ser un principio rector para nosotros en la formación de nuestra vida anímica, de que ¡la razón debe ser para el hombre la rosa en la cruz del presente! 
Traducido por J.Luelmo may2024

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