GA343 Dornach, 29 de septiembre de 1921 (mañana) Elementos germinales de la formación del lenguaje
GA063 Berlín, 20 de noviembre de 1913 Confesión religiosa y cosmovisión científico-espiritual
Dentro de la serie de conferencias que se presentarán en el curso de este invierno, y que tendrán lugar a partir de la próxima conferencia, quisiera, antes de pasar a los resultados particulares de la ciencia espiritual, comenzar hoy con una reflexión sobre uno de los muchos malentendidos que nuestra educación
Entre las diversas objeciones se oye una y otra vez que la ciencia espiritual aleja al hombre de lo que le es valioso y querido como confesión religiosa, como vida religiosa, como visión religiosa del mundo, tal vez incluso íntimamente necesaria. Y por qué no habría que tener ese temor en cierto modo justificado en el presente, sobre todo si la ciencia espiritual, como ya se ha subrayado aquí y habrá que subrayar aún más a menudo, quiere ser la continuadora y la realizadora de la ciencia natural en el verdadero sentido genuino, tal como se ha desarrollado en nuestra vida espiritual durante tres o cuatro siglos. ¿Cómo no habría de temerse esto, si en amplios círculos de nuestra gente culta de hoy se sostiene la opinión de que el modo científico-natural de pensar, que una cosmovisión que, como se dice, está construida sobre el sólido suelo de la ciencia natural, no puede tener nada que ver con esas suposiciones sobre las que se basa la vida religiosa? En efecto, muchos opinan que quien en el presente se abre camino realmente hasta esa magnitud que, como dicen, le confiere al presente la «verdadera ciencia», debe
Si observamos a nuestro alrededor a muchas personas de hoy en día, a menudo encontraremos un estado de ánimo como el que acabamos de describir. Pero una visión histórica de la fase más reciente de la vida espiritual humana, de los últimos tiempos del siglo XIX, también puede dar lugar a la impresión que se puede caracterizar de la siguiente manera: los espíritus religiosos, las personas que se preocupaban por salvar y cultivar el sentido religioso, desde cierto punto de vista, ellos se sentían obligados a salvar el ámbito
Reconocemos en Ritschl a un pensador, un pensador profundamente religioso, que se sintió llamado a proteger la religión, como bien religioso, frente a los embates del conocimiento científico. ¿Cómo pretendió conseguirlo? Trató de hacerlo diciendo: «Si tomamos la ciencia tal y como se ha desarrollado en los últimos tres o cuatro siglos, nos muestra lo mucho que ha conseguido logro tras logro en relación con el conocimiento de la naturaleza, y cómo la mente humana ha penetrado en los secretos del mundo material exterior. Y si uno observa todo lo que se ha logrado en el transcurso de los últimos tres o cuatro siglos, debe decir: Es imposible extraer algo de todo esto, -se decía Ritschl-, que pueda apoderarse del alma humana del mismo modo que las verdades religiosas y la confesión religiosa deberían apoderarse del alma humana. Por eso Ritschl y sus alumnos buscan una fuente completamente distinta para la confesión religiosa. Se dicen a sí mismos: la religión siempre estará en peligro si uno quiere basarla en el tipo de conocimiento que también es común en la ciencia natural, y siempre nos enfrentaremos a la imposibilidad de extraer algo del propio modo de pensar científico que pueda inspirar y penetrar en el alma humana. Por consiguiente, uno debe abstenerse definitivamente de interferir en la religión con cualquier cosa que sea objeto de la ciencia. Pero para esto hay una vida original de fe en el alma humana, sólo que debe mantenerse libre, debe mantenerse completamente separada de cualquier invasión de la ciencia, y que, cuando se despliega y se vivifica interiormente, puede llegar a experiencias existentes en sí misma, a hechos interiores, que ponen al alma humana en conexión con aquello que debe ser el contenido de la confesión religiosa.
Así pues, esta escuela trata de salvar la confesión religiosa intentando purificarla de toda invasión de lo científico. De este modo, cuando el alma, que renuncia a tener en la vida religiosa de la fe algo que pueda parecerse ni remotamente a lo que se alcanza por medios científicos, -cuando el alma despliega así esta vida purificada en sí misma, entonces surge en ella lo que significa su conexión con los divinos fundamentos primigenios de la existencia; entonces siente que interiormente, como hecho anímico, lleva en sí misma su conexión con lo divino.
Si ahora observamos más de cerca esfuerzos como los de la escuela de Ritschl-Hermann, que todavía hoy domina a muchos pensadores, especialmente teológicos, entonces lo vemos inmediatamente: Sí, tal como es hoy el hombre, tal como es su vida anímica actual con todo lo que vive en esta vida anímica, entonces sí, en cierto modo, se podría decir, se puede extraer de esta alma una especie de misticismo muy destilado; pero cuando se trata, -como muestra en particular la escuela de Ritschl-, de tener realmente verdades religiosas o de fe individuales, entonces tal escuela de pensamiento se ve obligada a llenar el alma con un contenido de alguna parte después de todo, porque de lo contrario tendría que permanecer aprisionada en una vida mística muy estrecha. Y así, esta misma escuela de Ritschl, por otra parte, retoma el Evangelio, retoma las verdades que se imparten a través del Evangelio y deja un profundo vacío entre su exigencia: desarrollar las verdades de la fe, las verdades divinas, sólo a partir de la propia alma, -por lo que, sin embargo, en esta escuela una sola alma nunca podría llegar a desarrollar a partir de sí misma el mismo contenido que está en los Evangelios-, deja un profundo abismo entre lo que el alma puede obtener a partir de sí misma y lo que, sin embargo, el alma vuelve a tomar en sí misma desde fuera a través de las revelaciones de los Evangelios. De hecho, puede haber un abismo aún más profundo, y los propios seguidores de esta escuela lo han constatado al decir: «Todo ser humano, si se deja desprejuiciar por lo que brota y germina en su alma, puede llegar a una cierta conexión con lo divino que habla a su alma. Al fin y al cabo, uno está en una relación divino-espiritual con su propia alma. Pero las almas particulares no pueden llegar a tales experiencias interiores como las que tuvieron Pablo o San Agustín. Por lo tanto, tales experiencias deben venir también de fuera. En resumen, en el momento en que tal escuela, que quiere llegar a la confesión religiosa puramente a través del sentimiento religioso, precisamente expulsando toda cientificidad, cuando tal escuela desea un contenido real, cuando no sólo desea entretejer místicamente los sentimientos generales de la experiencia interior divina, sino cuando se esfuerza por expresar en el pensamiento la conexión del alma con lo divino: ¡ahí se ve obligada a reventar su propio principio! Y seríamos conducidos a las mismas opiniones contradictorias si intentáramos dejar pasar ante nuestras almas las opiniones religioso-filosóficas del siglo XIX, tal como se han desarrollado hasta nuestros días.
Pero hay que decir esto: Es característico que muchos pensadores serios, muy serios, en el campo de la investigación religiosa hayan luchado sólo por un concepto, por una idea, por una definición de la religión, y que en el fondo, si uno trata de echar un vistazo a lo que se ha logrado en este campo, ni siquiera pueda encontrar un concepto satisfactorio de lo que es la religión, de cómo surge la religión en el alma humana, de qué impulsos del alma humana brota. Esto es algo que está enredado en una amplia red de polémicas, especialmente en la investigación religiosa seria del siglo XIX y hasta nuestros días. Hay quienes dicen que la gente ha pasado de una cierta forma de adorar la naturaleza, a sospechar que hay un elemento divino-espiritual, detrás de los fenómenos naturales y, después, a adorar este elemento divino-espiritual, en la naturaleza. Hay investigadores que opinan de forma diferente que la necesidad religiosa se originó a partir de lo que podría llamarse el culto del alma. Por ejemplo, para ir directamente a lo concreto, el hombre veía morir a personas que le eran queridas, y no podía imaginar que lo que constituía su esencia más íntima había fallecido; así que las colocaba en un mundo en el que seguía adorándolas. El culto a los antepasados, el culto al alma, según estos investigadores, es el origen de los sentimientos y sensaciones religiosas. Luego la gente fue más allá y transfirió lo que sentía y adoraba en el hombre a la naturaleza, de modo que la deificación de las fuerzas de la naturaleza surgió del hecho de que originalmente sólo se suponía que vivían las almas ancestrales, pero tales almas ancestrales adoradas fueron elevadas a lo divino y convertidas en gobernantes de las fuerzas y mundos naturales. - Una tercera corriente, cuya opinión fue claramente expresada en particular por el investigador religioso Leopold von Schroeder, dice que existe un impulso, un verdadero impulso para suponer que detrás de todos los fenómenos hay un ser bueno, que vela por el bien en el mundo; y el desarrollo de este impulso puede verse en las diversas religiones y confesiones religiosas.
Contra todo punto de vista de este tipo se puede mostrar, -hoy no hay tiempo suficiente, sólo puedo insinuarlo-, cómo no encaja nada de lo que, si simplemente se tiene una comprensión de la vida religiosa y de la confesión religiosa del hombre, debe sin embargo llamarse religión según esta comprensión. Puesto que la ciencia espiritual, tal como se entiende aquí, quiere situarse en el desarrollo de la humanidad como algo nuevo para nuestra formación espiritual, de poco serviría que esta ciencia espiritual quisiera ocuparse de todas estas opiniones sobre los fundamentos, sobre el origen y la naturaleza de la creencia religiosa. Porque hay que decir que una mirada a todas estas disputas deja básicamente una pregunta insatisfecha: ¿Cuál es el estado de la confesión religiosa dentro de la totalidad de la naturaleza humana, de la personalidad humana? Por lo tanto, procederé esta vez de manera similar a como lo hice la última vez con la discusión de la «antisofía». Del mismo modo que no me he ocupado de lo que surge aquí o allá de la antisofía, sino que he tratado de mostrar a modo de introducción, precisamente desde el punto de vista de la ciencia espiritual, que la antisofía se fundamenta en la naturaleza humana como tal, y que uno no tiene por qué sorprenderse cuando aparece aquí o allá, así trataré de describir el fundamento de la religión en la naturaleza humana, para luego poder mostrar que la ciencia espiritual, que como tal va, o al menos quiere ir, a toda la naturaleza humana, se sitúa en su conjunto en la vida que quiere ser sostenida en el alma humana por una confesión religiosa.
La ciencia espiritual, por su propia naturaleza, está menos llamada a entrar en disputas polémicas; está llamada, sobre todo, a describir cómo se comportan las cosas para luego dejar que cada cual decida qué relación puede tener esta ciencia espiritual con las ramas y corrientes individuales de la vida espiritual humana. Por lo tanto, no será mi tarea hoy tratar de la confesión religiosa como tal en términos de ciencia espiritual, sino mostrar lo que la ciencia espiritual quiere ser y lo que la confesión religiosa puede ser, para luego dejar básicamente que cada uno saque sus propias conclusiones con respecto a la relación entre ambas. Sobre todo, se tratará de llamar la atención sobre algunas de las cosas que ya se han dicho en estas conferencias introductorias acerca de las características de la ciencia espiritual, y de conectarlas con algunos de los fundamentos más profundos de la naturaleza humana.
La ciencia espiritual, la investigación espiritual, como ya se ha explicado, se basa en el hecho de que el alma humana es capaz de transformarse, de experimentar un desarrollo interior, íntimo, a través del cual crece más allá de los puntos de vista ordinarios de la vida cotidiana y también más allá de los puntos de vista ordinarios de la ciencia externa y lo hace elevándose a un tipo especial de conocimiento. La ciencia espiritual presupone que se basa en investigaciones que tienen su origen en un alma que se ha independizado del cuerpo físico, en un alma que se ha independizado del cuerpo físico en sus experiencias. Cuando, a través de su desarrollo en lo anímico-espiritual, esta alma se experimenta a sí misma y al mundo en sí, entonces llega a puntos de vista que no se refieren al mundo de los sentidos, sino al mundo espiritual. Así, por medio de los ejercicios ya indicados, de los que se hablará más ampliamente en las conferencias siguientes, el investigador espiritual se sitúa con su alma, -después de haberla transformado-, en el mundo espiritual. Se encuentra entonces en el mundo espiritual y, estando en él, habla de los seres y procesos del mundo espiritual. Esta inmersión en el mundo espiritual se logra en diversas etapas, y básicamente he descrito este desarrollo, que el alma experimenta en el proceso, en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?». Tendremos que caracterizar un poco estas etapas para la consideración de hoy.
Si mediante tal aumento de la atención, de la devoción, como se ha indicado en las dos conferencias «El mundo espiritual y la ciencia espiritual» y «Teosofía y antisofía», el alma humana llega a experimentar independientemente de lo físico-corpóreo, entonces su experiencia es, en primer lugar, tal que las ideas, las sensaciones, todo el contenido del alma, a lo que el alma llega entonces, puede llamarse un mundo imaginativo, no porque este mundo sea una mera imaginación, sino porque, de hecho, lo que el alma experimenta en sí misma, cuando se eleva, por así decirlo, de la coexperiencia con el mundo de los sentidos, surge como del mar del ser interior, se eleva y es al principio un mundo interior, puramente espiritual, de imágenes, un mundo plenamente saturado de imágenes. Sería un error que en este mundo de imágenes, que brota así del mar de la vida anímica humana, alguien viera una manifestación inmediata del propio mundo espiritual; pues este mundo de imágenes, este mundo imaginativo, en primer lugar no atestigua otra cosa que lo interior, el alma se ha fortalecido e intensificado, de modo que no sólo puede experimentar ideas, sensaciones, impulsos interiores a partir de sí misma sobre la base de impresiones sensoriales exteriores, sino que se ha intensificado de tal modo que de su propio seno brota un mundo de imágenes en el que el alma puede vivir. Este mundo de imágenes, que se logra en particular mediante un aumento de lo que se llama atención en la vida ordinaria, es, por así decirlo, inicialmente sólo un medio de penetrar en el mundo espiritual real. Por la forma en que aparece este mundo de imágenes, nunca se puede decir de ninguna imagen si corresponde o no a una realidad espiritual; sino que hay que añadirle algo más, lo cual se consigue de nuevo mediante un aumento de la devoción, de modo que ahora el contenido irrumpe en estas imágenes desde un lado completamente distinto al que el hombre está acostumbrado, a saber, desde el mundo espiritual. A través de su desarrollo ulterior, el investigador espiritual logra lo que puede decir de tal imagen: En ella brota un contenido espiritual; un ser o un proceso del mundo espiritual se nos revela a través de esta imagen que han sentido surgir en su alma. Del mismo modo que consideran los colores exteriores como una expresión de los procesos y seres sensoriales exteriores, pueden considerar este mundo, porque el mundo espiritual está inmerso en él, como una imagen del mundo espiritual. Todo lo demás hay que rechazarlo. - De este modo se aprende a experimentar este mundo de imágenes en relación con el mundo espiritual del mismo modo que se experimentan las letras en la vida ordinaria. Del mismo modo que las letras sólo expresan algo cuando uno sabe cómo juntarlas en el espíritu para formar palabras que tengan sentido, del mismo modo que las letras sólo son un medio de expresión, las imágenes del mundo espiritual sólo son realmente manifestaciones de un mundo espiritual cuando se convierten en un medio de expresión de un mundo en el que el alma del investigador espiritual es capaz de ponerse a sí misma. En este proceso se produce lo que podríamos llamar una completa obliteración de todo el mundo imaginativo. Porque las imágenes se transforman, se combinan de las formas más diversas. Del mismo modo que las letras se sacan de la caja del tipógrafo y se convierten en palabras, así también las imaginaciones se entremezclan, se combinan por así decirlo, en la percepción espiritual y se convierten en medios de expresión de un mundo espiritual cuando el investigador espiritual se eleva a la segunda etapa de un conocimiento superior, que puede llamarse, -no se ofendan por la expresión-, conocimiento inspirado, conocimiento a través de la inspiración. Dentro del conocimiento inspirado, el mundo espiritual objetivo se inserta en estas imágenes, que uno ha llegado a ser capaz de experimentar en el alma. Pero en esta inspiración sólo se alcanza algo que podría describirse como el exterior de los procesos y entidades espirituales. Para entrar realmente en el mundo espiritual, uno debe, por así decirlo, sumergirse en las cosas, debe hacerse uno con las cosas del mundo espiritual. Esto sucede en la intuición, en la tercera etapa del conocimiento espiritual. Así, el investigador espiritual entra en el reino del mundo espiritual a través de la imaginación, la inspiración y la intuición. Con la intuición se sitúa en el mundo espiritual de tal modo que su propio yo anímico espiritual se ha independizado entonces de todo lo físico, tal como se describe con más detalle en «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?», y se sumerge en los seres espirituales del mundo, en la medida en que esto es posible para su capacidad. Esto caracteriza lo que puede llamarse la relación de la investigación espiritual con el mundo espiritual, una posición dentro del mundo espiritual, una empatía y una experiencia de lo espiritual que va de la mano de los seres y procesos del mundo espiritual. Esto debe entenderse como la característica de la ciencia espiritual.
Ahora la pregunta es: Si surge tal ciencia espiritual, que es posible que surja por medio de tal investigación, ¿Cómo puede concebirse una relación entre esta ciencia espiritual, esta investigación espiritual y la confesión religiosa?
Esto surgirá si consideramos ahora el alma humana y la vida de la personalidad, tal como se encuentra dentro del mundo en su conjunto, en su totalidad, en su plenitud. Se nos presenta algo que podría llamarse el clímax del despliegue del alma, y quisiera hablarles hoy de este clímax del despliegue del alma.
De hecho, en la vida real y plena, podría decirse, el alma humana se despliega en cuatro etapas. Para que no surja ningún malentendido, para que no pueda surgir la creencia de que la palabra clímax designa una u otra etapa como más noble o más elevada, quisiera decir simplemente que en el despliegue del alma humana se distinguen cuatro etapas diferentes, sobre cuyo valor no hay que decir nada en absoluto. En primer lugar, tenemos la etapa que podemos describir como la experiencia sensorial del mundo exterior. En la experiencia sensorial del mundo exterior el hombre se encuentra, en efecto, en medio de todos los acontecimientos del mundo, aunque sólo sea en los acontecimientos del mundo material; y no es en absoluto aceptable considerar al hombre de otro modo, en la medida en que se encuentra en el estadio de la percepción sensorial, como si estuviera en medio del mundo material.
Con respecto a lo que aquí se quiere decir, estamos viviendo cosas muy extrañas en la actualidad. Cuando aquellos que ahora están más o menos sobrepasando la primera mitad de su vida eran jóvenes y tal vez se dedicaban entonces a los estudios filosóficos, se daba por sentado que, al menos de una forma u otra, profesarían la sentencia de Kant-Schopenhauer: «El mundo es mi imaginación». Ya he señalado que la experiencia ordinaria, por trivial que suene, debe invalidar esta frase. Pues si uno quiere situarse en la realidad, debe decir, a pesar de todas las observaciones que se han hecho en este campo y que no se basan más que en malentendidos, que el experimentador sano debe distinguir entre su representación y lo que se llama percepción. Si no hubiera diferencia entre representación y percepción, si toda la panorámica del mundo exterior fuera mi representación, entonces el hombre tendría que sentir un trozo de hierro caliente de 5000 Celsius cuando se lo pone en la cara, aunque sólo desde la imaginación, lo mismo que si se pusiera un
Un segundo estadio de esta experiencia del mundo puede denominarse estadio de la experiencia estética, independientemente de que se produzca en la creación artística o en la percepción y contemplación artísticas. Si sólo queremos aclararnos superficialmente: ¿Cómo se experimenta en la experiencia estética? entonces debemos decir: ante todo, la experiencia estética es una experiencia interior frente a la mera experiencia sensorial. Cuando uno percibe la luz y los colores, se entrega a la luz y a los colores a través del ojo; cuando uno percibe los sonidos, se entrega al mundo de los sonidos a través del oído; uno está, por así decirlo, parcialmente entregado al mundo exterior y permanece con una parte de su ser dentro del mundo. Pero cualquiera que haya reflexionado sobre la creación artística o el goce artístico, sobre la contemplación artística y sobre la percepción estética, sabrá que la percepción estética es, en primer lugar, esencialmente más interior que la mera percepción sensorial; y en segundo lugar, es más integral, en la medida en que surge a partir del conjunto de la naturaleza humana. Por tanto, para la percepción estética no basta con que veamos una suma de colores o escuchemos una suma de sonidos; a la experiencia estética debe añadirse el entusiasmo, el gozo interior. Cuando sólo percibo, percibo colores y trato de obtener una imagen de la cosa dada sensorialmente; cuando miro estéticamente, toda mi personalidad cobra vida. Lo que se desborda en mí a partir de una imagen que tiene un contenido artístico se apodera de mí por completo. Alegría, simpatía o antipatía, placer, exaltación fluyen a través de mí; pero se apoderan de toda la personalidad. En el curso de estas conferencias oiremos que es necesario un segundo elemento de la naturaleza humana para tal experiencia, que se interioriza, aunque esté relacionada con cosas del mundo exterior, con obras de arte o con la bella naturaleza. Aunque tal suposición esté mal vista en nuestra vida espiritual actual, aunque la expresión misma para tal miembro de la naturaleza humana esté mal vista, la suposición estará justificada. Cuando el hombre se enfrenta al mundo exterior con su percepción física, sensorial, cuando se limita a dejar que la corriente de acontecimientos externos se acerque a él, por así decirlo, experimentando así los procesos con su cuerpo físico, experimenta algo como observador estético que está mucho más interiormente conectado con él, con su ser: experimenta con lo que llamamos el cuerpo humano estético o el ser humano estético, que no está ligado a un solo órgano, sino que impregna a todo el ser humano como un todo. En el goce estético, el hombre se libera del mundo de los sentidos partiendo del mundo de los sentidos. Una época, que es la época de Goethe, tenía mucha más idea de esta liberación, de esta liberación interior, que nuestra época. Nuestra época, -tendremos mucho que decir sobre estos fenómenos-, es la época del materialismo, la época del naturalismo. Ésta ya siente como algo injustificado que el hombre, en la contemplación artística, quiera separarse de la contemplación externa, sensorial, de la percepción sensorial; por eso, el naturalismo de hoy prohíbe, por
Sin embargo, en los tiempos de Goethe, sobre todo en los de Goethe y Schiller, no se aceptaba como verdadero arte lo que no es más que una imitación de la naturaleza, lo que pone ante nosotros algo que ya está en la naturaleza, sino que se exigía que lo que ha de ser arte debe ser interiormente captado y transformado por el hombre. Pero también mira a otro pensamiento. Goethe lo expresa, lo expresa de forma particularmente bella, mientras deambula por Italia, donde se ha cumplido su ideal de estudiar el arte antiguo. Habiendo estudiado previamente el Dios spinozista en casa con Herder y otros, escribió a su casa: «Las altas obras de arte, como las más altas obras de la naturaleza, fueron producidas por seres humanos según leyes verdaderas y naturales. Todo lo arbitrario e imaginario se derrumba: hay necesidad, hay Dios». Es el mismo sentimiento que cuando Goethe dijo una vez que el arte es una manifestación de leyes naturales secretas que no podrían revelarse sin él. O cuando dice: el artista no se ocupa de una fantasía, sino que se adentra en lo artístico a través de la contemplación de lo corpóreo externo. De ahí que Goethe y Schiller hablen de una verdad en el arte y reúnan la experiencia del artista con la experiencia del cognoscente. Consideran que el artista se separa de la naturaleza exterior, pero que en lo que experimenta interiormente está más cerca de lo que espiritualmente rige y actúa detrás de todos los fenómenos naturales. Por lo tanto, tales personas hablan de una verdad en este mirar estético, en esta experiencia estética. Goethe incluso dice muy bellamente una vez, al hablar de Winckelmann, un esteta al que admiraba, que el arte es una continuación y conclusión humana de la naturaleza, «pues, al situarse el hombre en la cima de la naturaleza, se ve a sí mismo de nuevo como una naturaleza entera, que en sí misma tiene que hacer surgir de nuevo una cima. Para ello, se acrecienta a sí mismo imbuyéndose de todas las perfecciones y virtudes, invocando la elección, el orden, la armonía y el sentido y elevándose finalmente a la producción de la obra de arte.» Sería ir demasiado lejos si ahora pretendiera volver a mostrar que el hombre, al distanciarse en la contemplación estética de la visión externa de la naturaleza, capta sin embargo interiormente una verdad, cómo de hecho tiene un significado profundo para quienes pueden experimentar estéticamente decir una cosa de un cuadro, un drama, una obra de escultura o una obra musical: Tiene una verdad interior - u otra: Es falsa, sin que ello signifique que se imite de la naturaleza. Hablar de verdad artística en estética es algo que está profundamente arraigado en la naturaleza humana. Hay una verdad y un error en este campo que no consiste simplemente en la mala imitación de la naturaleza exterior. Sin embargo, cuando se avanza hacia la contemplación estética, se pasa del ámbito de esa contemplación que en sentido ordinario debe llamarse real, al ámbito de la fantasía, a un mundo de imágenes. Incluso visto externamente, el mundo imaginativo del arte, comparado con el mundo imaginativo del investigador espiritual, se presenta de tal manera que el mundo imaginativo parece una imagen real ensombrecida, pero no deja de ser una imagen ensombrecida. El mundo imaginativo del investigador espiritual, en cambio, está saturado de una nueva realidad. El mundo imaginativo del arte es aquel que se retira de la percepción sensorial inmediata y sólo conserva una conexión con el alma humana como en la experiencia interior, una conexión, sin embargo, que no es aquella con el mundo sensorial. Por consiguiente, el arte es, -basta con echar una ojeada a las cartas de Schiller sobre la «Educación estética del hombre»-, aquello que eleva al hombre de forma libre por encima de la aceptación servil de las opiniones del mundo sensorial. El arte es lo que separa al hombre del mundo sensorial y le da conciencia por primera vez: Uno experimenta, aunque no se limite a permitir que el mundo sensorial fluya hacia uno; uno está en el mundo, aunque se desprenda del mundo en el que su cuerpo está situado sensorialmente. Este estado de ánimo, que se da a través del arte, es el que proporciona al hombre en su desarrollo un sentido de su destino, de que no está meramente atado al mundo físico. Pero de hecho es como si en el arte la vida imaginativa se mostrara como en una imagen ensombrecida. La vida imaginativa está saturada de más vida que la mera fantasía. Esa sería la segunda etapa en el clímax del desarrollo del alma humana.
La tercera etapa de este clímax puede caracterizarse ahora diciendo que el hombre se interioriza aún más a través de esta tercera etapa. En el arte ha pasado del exterior al interior, se ha desprendido de lo externo. Ahora es concebible que el ser humano pase completamente por alto la experiencia externa, experimente puramente hacia dentro, se centre sólo en sí mismo, se centre en sí mismo de tal modo que no impregne, como en el arte, como en la creación de la fantasía, lo que imagina con lo que ha percibido, aunque lo libere de la percepción, sino que no permita que entre en él nada en absoluto de lo que ha percibido. Entonces permanecería aún más alejado del mundo de los sentidos con su vida interior completamente solitaria, completamente vaciada, el mundo exterior oscuro y silencioso a su alrededor, anhelando algo en su alma, pero nada presente, si algo no pudiera entrar en esta alma desde un lado completamente distinto, que está así vaciada de toda exterioridad. Así como el mundo material se acerca a nosotros desde el exterior cuando extendemos nuestros sentidos hacia él, el mundo espiritual se acerca a nosotros interiormente cuando no permitimos que nada entre en nuestra alma del modo descrito y, sin embargo, permanecemos allí esperando en estado de vigilia. Sólo lo que experimentamos allí puede convencernos de nuestra verdadera naturaleza humana; sólo eso nos muestra nuestra más verdadera independencia, nuestra más verdadera interioridad. Y el hecho de que allí pueda entrar algo que no venga de fuera lo atestigua la existencia de ideas religiosas a lo largo de los tiempos.
En la vida normal, cuando el hombre pasa de la percepción sensorial a la percepción estética, se adentra, por así decirlo, en una corriente de olvido, de no-experiencia. Nada sobre esta corriente hacia su interioridad. Cuando el contenido de un mundo completamente diferente entra en su interioridad, entonces este contenido es el contenido religioso. Es el contenido a través del cual el hombre puede saber que existe un mundo más allá del mundo sensorial, un mundo al que no se puede llegar a través de ningún órgano sensorial externo, ni a través de un procesamiento de las impresiones sensoriales como el que se produce a través de la imaginación, sino que, con la exclusión de toda vida fantástica, deja fluir desde lo invisible en devoción puramente interior, lo que ahora espiritualmente lleva y sostiene el alma desde dentro, al igual que nuestro cuerpo lleva y sostiene la naturaleza externa, que no podría existir en absoluto si no existiera como parte de la naturaleza externa. Sentirse parte del mundo extrasensorial, espiritual, es tan natural para el hombre como lo es en la percepción externa de los colores que presupone objetos cuando percibe tales colores.
Llegados a este punto, hay que señalar algo muy importante. Como veremos, hubo épocas en la evolución humana en las que al hombre le hubiera parecido tan absurdo decir: siento algo, pero esta sensación no está estimulada por un mundo divino-espiritual, igual que al hombre de hoy le parecería absurdo, -si piensa sanamente-, sentir calor al extender la mano y no decir: hay un objeto que me quema. Durante toda la vida del alma humana, cuando sentimos algo así, es tan sano decir: hay un mundo espiritual que llega hasta nosotros, es tan sano, como señalar un objeto que
Así pues, las experiencias religiosas surgen como de oscuras y desconocidas profundidades en la vida ordinaria del ser humano, las cuales tienen lugar en el mundo sensorial durante el estado de vigilia del día. Pero entonces, cuando el investigador espiritual ilumina de tal modo el alma que ésta se experimenta a sí misma conscientemente, despierta, con aquello que permanece inconsciente en la vida normal mientras duerme, independientemente del cuerpo físico, entonces esta alma investigada espiritualmente se vive a sí misma en aquello que resplandece como contenido religioso, como experiencia religiosa, como si surgiera de oscuros y desconocidos subterráneos del alma en el ser humano sano y vivo. Las experiencias religiosas se justifican precisamente desde el punto de vista de la investigación espiritual. Lo que así permanece desconocido para el hombre cuando regresa de su separación en el cuerpo a la matriz de la vida espiritual durante el estado dormido, y lo que experimentaría allí si lo conociera durante el dormir, emerge, estimulado por la vida exterior, en el sentimiento religioso. En la investigación científico-espiritual, sin embargo, lo que estimula este sentimiento religioso en el país de lo desconocido, emerge en su claridad como una visualización inmediata. Por tanto, lo que puede ser sentimiento religioso en la vida cotidiana se convierte en percepción espiritual en la cognición científico-espiritual. Además del mundo de lo sensorial, en el que vivimos con nuestro cuerpo físico, también vivimos en el mundo de lo espiritual. Este mundo de lo espiritual permanece inicialmente invisible a la organización humana externa. Pero, no obstante, el hombre vive en este mundo de lo espiritual dentro de él, y sería absurdo creer que esté presente sólo lo que el hombre puede ver en la vida física. Cuando el hombre ilumina de tal modo su vida anímica que puede ver las cosas espirituales que le rodean, entonces ve precisamente los seres y procesos del mundo espiritual, que de otro modo sólo estimulan lo que surge como vida religiosa de profundidades desconocidas. En su experiencia espiritual, el investigador espiritual alcanza una visión de aquellos seres y procesos de lo espiritual que de otro modo permanecen desconocidos para la vida religiosa, pero que deben enviar sus impulsos a la vida religiosa e impregnar al hombre con el sentimiento de su conexión con el mundo espiritual. Ahí vemos también cómo debemos entrar en nuestra propia naturaleza humana con la vida religiosa cuando consideramos su esencia. Entramos, por así decirlo, en el lado subjetivo de la naturaleza humana.
Pero si tenemos esto en cuenta, también nos damos cuenta, porque este subjetivo es mucho más variado que el físico exterior, cómo lo que vive del mundo espiritual, dependerá en mayor grado de la naturaleza subjetiva del hombre, de lo que la realidad física exterior depende de la naturaleza exterior del hombre. Sabemos que nuestra visión del mundo cambia cuando nuestros ojos ven mejor o peor; también sabemos, por ejemplo, que existe el daltonismo; pero la naturaleza física exterior es por lo general para todas las personas mucho más igual que la naturaleza individual interior. Por lo tanto, lo que se hace perceptible interiormente será mucho más graduado y como es natural, no podrá aparecer como un credo religioso derramado sobre toda la tierra, si sólo se ve a través de la materia. El mundo espiritual, que por supuesto es el mismo en todas partes, aparecerá teñido según las disposiciones, según la constitución particular de la organización humana. Los pueblos difieren especialmente en sus credos según las diferencias de clima, raza y similares.
Así vemos aparecer las diferentes religiones en todo el mundo y a lo largo del desarrollo histórico, en función de los diferentes aspectos individuales de la vida del alma. Teniendo en cuenta pues, que las confesiones religiosas están matizadas por la naturaleza humana, pero enraizadas en el mismo mundo espiritual en el que todos los seres humanos están enraizados con su cuerpo astral, no tenemos derecho a atribuir la «verdad» a una sola religión, sino que debemos decir: Estas diferentes religiones son aquello que puede surgir en el alma humana como proveniente de un subsuelo desconocido, como originado por una manifestación especial del mundo espiritual a través del cuerpo astral humano.
Ahora bien, en el climax del desarrollo del alma humana, el investigador espiritual asciende en este punto, a lo que representa una cuarta etapa, en la que entra la intuición. En este estadio se produce por primera vez la experiencia real de la interioridad humana plena, pero de tal manera que el ser humano con su interioridad está ahora realmente fuera de sus sentidos físicos y vive ahora realmente dentro del mundo espiritual. Allí experimenta el mundo espiritual unificado, independientemente de cómo esté organizado como individuo humano en la Tierra. El hecho de que seamos tal o cual persona con sentimientos y sensaciones de tal o cual color proviene del hecho de que lo anímico-espiritual convive con lo físico. Esto individualiza lo que somos. Sin embargo, como investigadores espirituales, nos independizamos de lo físico. Si percibimos completamente fuera del cuerpo físico, entonces percibimos el mundo espiritual unificado, en el que, sin embargo, el hombre está cada noche cuando se queda dormido, solo que inconscientemente.
El investigador espiritual sólo ha fortalecido de tal modo su vida anímica, que las potencias aún menores, que hacen al hombre inconsciente en el mundo espiritual, se fortalecen en él, de modo que es consciente en ese mundo en el que el hombre es inconsciente durante el sueño. Entonces experimenta las entidades y procesos espirituales que envían sus impulsos al cuerpo astral humano, pero que pueden experimentarse en su verdadera esencia cuando el ego, el yo del ser humano, se ha vuelto completamente independiente. Entonces se experimenta lo que las personas que han intentado penetrar en estas profundidades del ser humano desde su punto de vista han indicado bellamente como una de las cosas más grandes de la experiencia humana, -como, por ejemplo, Goethe en el maravilloso poema «Los Misterios», donde las diversas experiencias que el hombre puede tener con las religiones esparcidas por todo el globo se nos presentan en doce personas que se han reunido en una especie de edificio a modo de monasterio para experimentar juntos-, experimentar mutuamente lo que han traído consigo de las más diversas regiones de la tierra, de los diferentes climas, razas y épocas como creencias religiosas individuales, y lo que ahora quieren dejar actuar unos sobre otros. Esto sucede bajo la guía de un Decimotercero, que nos muestra cómo lo que los Doce nos representan como los diversos credos religiosos se basa en una espiritualidad unificada. Cómo, por así decirlo, un maravilloso organismo se derrama sobre la tierra en los credos religiosos, que se matizan según las razas y las épocas, y cómo, con la ascensión al mundo espiritual real, lo que vive y se matiza en los credos religiosos individuales se ve en un todo grande y coherente, Goethe lo describe de un modo maravilloso. De este modo anticipa, por así decirlo, lo que la ciencia espiritual debe lograr precisamente en relación con los credos religiosos: que éstos sean reconocidos en su esencia interior, en su verdad interior. Pues la ciencia espiritual experimenta lo espiritual directamente en el espíritu.
Si, por ejemplo, se quisiera hablar como ejemplo, de la confesión cristiana desde el punto de vista de la ciencia espiritual, habría que mostrar cómo, a través de esta ciencia espiritual, lo que forma el contenido de la confesión del cristianismo es reconocido desde el mundo espiritual, es más, podría ser reconocido por sí mismo, aunque no existiera, digámoslo ahora hipotéticamente, ninguna tradición, ningún documento. Supongamos por un momento que todo lo que contienen los documentos evangélicos no existiese, porque el investigador científico-espiritual se sitúa inicialmente fuera de todos estos documentos; Si observara el curso de la historia en el campo espiritual, percibiría entonces cómo la humanidad, desde los tiempos primitivos hasta un punto en la época grecorromana, ha experimentado un desarrollo descendente de las experiencias interiores, y cómo un impulso, que llamamos el impulso Crístico, tuvo que llegar a un desarrollo reascendente, que se situó en el desarrollo de la humanidad, que es un impulso único, como el centro de gravedad de una balanza sólo puede tener uno. De este conocimiento espiritual se desprendería toda la posición y función del ser Crístico en el mundo. Luego, con tal conocimiento, uno se acercaría a los documentos evangélicos y volvería a encontrar en ellos estos o aquellos dichos que muestran cómo el ser-Cristo surgió como de profundidades indefinidas y se situó en el desarrollo de la humanidad, pero que, cuando la investigación científico-espiritual pasa de la inspiración a la intuición, puede ser reconocido. Toda la vida religiosa se hace visible desde una fuente primordial unificada ante la mirada espiritual-científica, donde ésta se eleva hasta la intuición.
Así pues, en el clímax del despliegue del alma humana, tal como representa la totalidad de la naturaleza humana, surge el hecho de que la intuición es vida en el yo, tal como la vida religiosa es vida en el cuerpo astral, tal como la percepción artística es vida en el cuerpo etérico y tal como la percepción sensorial es vida en el cuerpo sensorial. Y así como es cierto que este clímax expresa la naturaleza del hombre, igualmente cierto es que pertenece al conjunto de la vida humana que el hombre despliega una vida religiosa; y tan cierto como que existe este clímax, este cuádruple despliegue del alma humana, igual de cierto es que la experiencia científica-espiritual alcanza directamente la contemplación de lo que se experimenta en la vida religiosa desde profundidades desconocidas. Por lo tanto, para un juicio imparcial, la ciencia espiritual no puede ser nunca enemiga de ningún credo religioso; pues precisamente muestra la fuente básica, la naturaleza básica de los credos religiosos, y muestra también que estos credos brotan todos de un suelo espiritual mundial unificado, -aunque haya que señalar una y otra vez que este punto de vista, tal como se ha desarrollado ahora, es muy diferente de esas abstracciones y diletantismos que hablan de la «igualdad de todas las religiones» y del igual valor de todos los credos religiosos. Pues, desde el punto de vista de su lógica, no se sitúan en un punto de vista diferente del siguiente: el camarón es un animal, y el ciervo también es un animal, y siempre hay que buscar lo «mismo» en todas partes. Por supuesto, hablar de una igualdad abstracta de todas las religiones no es más que diletantismo filosófico religioso. Y quien realmente contemple el desarrollo, contemplándolo desde el mundo espiritual, verá entonces también cómo los credos religiosos particulares en sus diversas manifestaciones siguen lo que en el cristianismo se presenta como una captación religiosa de todos los credos religiosos. El cristianismo, -debido a su posición única en su surgimiento a partir del monoteísmo judío-, no pierde nada de su tarea cultural en el mundo por el hecho de que estas cosas sean vistas espiritualmente.
Pero si queremos que la descripción de la relación del hombre con las creencias religiosas sea completa, hay que decir algo más. Cuando nos enfrentamos al mundo exterior, lo hacemos con nuestra corporeidad. Como seres humanos, sólo podemos participar de forma indirecta en la relación de nuestra corporeidad con todo el mundo exterior físico-material. La relación de nuestro cuerpo con todo el cosmos está regulada sin que la experimentemos plenamente en nuestro interior. ¿Y cuánto puede hacer el hombre para devolverla a la regularidad mediante remedios y similares, si esta relación se desregula? En la relación del hombre con el mundo cósmico exterior, ¿Cuánto de lo que los sentidos pueden transmitirnos, existe en los cuales el hombre no tiene participación directa? Pero en el momento en que el hombre comienza a situarse con su ser interior en el cosmos espiritual, todo en él experimentará los impulsos que le llegan de este cosmos espiritual. Por lo tanto, cuando el hombre se da cuenta de su relación con el cosmos espiritual, las experiencias interiores se afirman inmediatamente. Él se siente llevado, apoyado, sostenido por este cosmos espiritual, y siente su relación con él de tal manera que se dice a sí mismo: «¡Aquí estoy, erguido dentro del cosmos espiritual, y quiero sentir este estar erguido dentro en mi conciencia! La vida religiosa se convierte así en una experiencia interior en un sentido completamente distinto al de la experiencia exterior del cosmos material a través del cuerpo físico. La experiencia religiosa se convierte en destino interior. Lo que se experimenta de este modo se expresa en la veneración, en el culto, en el sentimiento de que la vida espiritual llega a uno en gracia. Esto significa que esta vida religiosa se expresa preferentemente en los sentimientos de la persona. Por eso podemos decir que la fe religiosa está enraizada en el sentir. Pero primero hay que darse cuenta de por qué se expresa por naturaleza en el sentir. Lo que se siente, aquello que se encuentra en los procesos espirituales y en las entidades espirituales susceptible de ser sentido, de estimular los sentimientos, es entonces revelado por la ciencia espiritual. Por lo tanto, al entrar religiosamente en la vida espiritual, entramos naturalmente en la vida emocional del hombre, entramos en la región donde el hombre busca sus esperanzas para su humanidad, donde busca la fuerza para situarse plenamente en el mundo, para permanecer seguro en el mundo. Por lo tanto, entrar en el mundo espiritual por las derivaciones de la religión no es otra cosa que llegar a él por el camino del sentir. Esto se hará particularmente evidente para aquellos que aprendan a reconocer lo necesario que es que el hombre, aunque se eleve al conocimiento en la ciencia espiritual, al conocimiento válido para todos, debe sin embargo pasar por su vida emocional como preparación para la experiencia espiritual objetiva, por la vida emocional subjetiva que tiene que atravesar con todas sus alegrías y sufrimientos, sus decepciones y esperanzas, su miedo y ansiedad.
Creo que tal vez algunos podrían decir que mis observaciones han carecido de aquello que constituye el elemento emocional en la creencia religiosa, aquello que hace que la creencia religiosa sea tan cálida para el alma humana y tan satisfactoria interiormente. Sin embargo, quienquiera que considere toda la actitud que necesariamente genera la ciencia espiritual, comprenderá que el investigador espiritual simplemente deja las cosas y deja que el sentimiento sea generado por las cosas mismas. Consideraría una cierta falta de castidad si captara el sentimiento por su palabra como por sugerencia. Cada alma debe sentir por sí misma en libertad. La ciencia espiritual debe presentar las cosas tal como aparecen a la investigación espiritual.
Por lo tanto, hasta qué punto la ciencia espiritual puede arrojar luz sobre las razones de la creencia religiosa, debe discutirse hoy sobre la base de la cuádruple naturaleza del hombre y el clímax del desarrollo del alma humana. La fe religiosa hunde sus raíces en la naturaleza humana. La verdadera ciencia, que se eleva a lo espiritual, nunca puede ser enemiga, sobre todo si es ciencia espiritual, de lo verdadero, de lo genuino, de la experiencia religiosa necesaria para el hombre. El hecho de que el hombre experimenta básicamente todo lo que experimenta espiritualmente de la misma manera que la investigación espiritual lo experimenta a través de sus métodos nos será mostrado en las siguientes conferencias; y que las objeciones planteadas contra la ciencia espiritual, tanto desde el lado científico como desde el lado de ciertas confesiones religiosas, son infundadas, se verá en particular cuando se consideren los resultados individuales de la ciencia espiritual. Hoy, sin embargo, he querido mostrar, no polemizando sobre un solo credo religioso, cómo se relacionan los credos religiosos con la plenitud, con la totalidad de la naturaleza humana. También en esto uno siente que está de acuerdo con la ciencia espiritual y con todas aquellas almas humanas que, en el curso del desarrollo de la humanidad, han expuesto sus convicciones, sospechando la verdad tal como se revela en la ciencia espiritual. Una vez más, recordemos a Goethe; así como tuve el honor de recordarlo en la conferencia «Teosofía y Antisofía», permítanme hacer lo mismo hoy. Aunque en la época de Goethe aún no existía la ciencia espiritual en el sentido científico, toda su alma estaba orientada a la investigación espiritual, a la teosofía, y lo que brotaba de esta alma era pensado y sentido en el sentido del espíritu investigador. De ahí que sintiera que la ciencia que realmente profundiza en las cosas debe encontrar lo espiritual y, por tanto, no puede ser ajena a la religión. De ahí que Goethe considerara también que, aunque el hombre se libera de la naturaleza externa en el arte, no se libera de lo que subyace a la naturaleza como espiritual. Quien experimenta los fenómenos del mundo con la ciencia y el arte, -Goethe estaba convencido de ello-, los experimenta del mismo modo que debe experimentarlos la persona religiosa, que siente su ser interior arraigado en el mundo espiritual. Por tanto, nadie que posea ciencia y arte puede ser, según Goethe, no religioso. Si uno se enfrenta al mundo con la verdadera ciencia, aprende a reconocerlo puramente espiritual y, por tanto, no puede experimentarse a sí mismo elevado fuera del mundo espiritual, sino sólo colocado en el mundo espiritual; si uno encuentra lo verdadero a través del arte, entonces el alma, al experimentar esto verdadero, debe gradualmente también volverse piadosa, es decir, experimentar religiosamente lo que subyace al mundo como espiritual. Por tanto, él también tenía claro ese ámbito de la vida externa en el que es imposible para quien realmente entiende las cosas hacer otra cosa que sentir lo divino directamente en este ámbito de la experiencia externa. Kant seguía asumiendo que el llamado «imperativo categórico» es necesario para la vida moral del hombre: si el imperativo categórico puede hablar en el alma, entonces el deber puede vivirse a sí mismo en la vida humana. Es como si este imperativo hablara en el alma desde un mundo en el que el hombre no está presente. Goethe no pensaba así. Más bien se dio cuenta de que quien experimenta el deber experimenta a Dios, que en el deber se experimenta a sí mismo en el alma. Que al experimentar el deber amorosamente, uno experimenta a Dios directamente en la vida moral, ése era el punto de vista de Goethe. Para él, la moral es la experiencia directa de lo divino en el mundo. Pero si se puede sentir a Dios palpitando a través del alma en la moral, entonces no se está lejos del punto en que se le puede experimentar en otras regiones. Para Kant, experimentar directamente lo divino era todavía una atrevida «aventura de la razón». Pero Goethe le replicó: «Si en lo moral, mediante la fe en Dios, la virtud y la inmortalidad, hemos de elevarnos a una región superior y acercarnos al ser primordial, bien puede suceder lo mismo en la vida intelectual, es decir, que mediante la contemplación de una naturaleza siempre creadora, nos hagamos dignos de participar espiritualmente en sus obras». Cuando primero, inconscientemente y a partir de un impulso interior, yo me había empeñado sin descanso en esa cosa arquetípica, incluso había logrado construir una representación natural, ya nada podía impedirme pasar valientemente la aventura de la razón, como la llama el propio anciano de Königsberg.» Kant seguía llamando «aventura de la razón» a la experiencia directa de un mundo espiritual. Goethe se encuentra ya en el punto en el que quiere pasar valientemente la «aventura de la razón». Pero está convencido de que no se puede entrar en el mundo espiritual de otro modo salvo adorando, venerando, es decir, con ánimo religioso. La religión, como religión verdadera, genuina, abre las puertas de entrada al mundo espiritual. Por tanto, Goethe cree que quien trae consigo el estado de ánimo religioso, ya sea experimentado científica o artísticamente, trae consigo la posibilidad de experimentar el mundo espiritual. La ciencia espiritual debe pues, sentirse de acuerdo con Goethe. Y para resumir, podemos aplicar a la reflexión de hoy la confesión que él expresó en pocas palabras, resumiendo lo que puede llamarse el «credo de la ciencia espiritual»: Quien tiene verdadera ciencia, quien tiene verdadero arte, está tan inmerso en la vida real que tiene la mejor preparación para experimentar un mundo espiritual; pero quien no tiene ni ciencia ni arte, que intente encender en su alma ese anhelo a través del cual el culto religioso primero se hace posible para él, entonces podrá mantener su entrada en el mundo espiritual mediante las derivaciones a través del ánimo religioso. Goethe expresó esto precisamente con las palabras:
Poseen también la religión;
Quienes no posean estas dos,
¡Tiene religión!
Traducido por J.Luelmo dic.2024