GA343 Dornach, 29 de septiembre de 1921 (mañana) Elementos germinales de la formación del lenguaje

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Elementos germinales de la formación del lenguaje

RUDOLF STEINER

 
Dornach, 29 de septiembre de 1921

¡Mis queridos amigos! Hasta ahora en mis conferencias, he procedido sobre la base de mostrarles hasta cierto punto, cómo es la vía antroposófica, que partiendo de la antroposofía, puede conducir a lo que se puede desear en las almas de los contemporáneos con respecto a una renovación de la experiencia religiosa.

Naturalmente, esto requiere sobre todo una visión precisa de lo que se supone que es realmente la renovación de la vida religiosa. Y para poder arrojar una luz adecuada sobre esto último, quisiera partir hoy una vez más del punto de vista de la relación, ahora no de la religión con la antroposofía, sino al revés, de la antroposofía con la religión; pero debo anteponer a esto, queridos amigos, que si queremos llegar a un entendimiento aquí, es necesario que haya una clara conciencia de la gran seriedad de la cuestión a tratar, yo diría, de la importancia histórico-mundial de la cuestión. Quien hoy se limite a ver tal o cual deficiencia en un pequeño círculo, a encontrar tal o cual imperfección y no esté en condiciones de considerarla en el contexto de toda nuestra trayectoria mundial, no desarrollará realmente un corazón y un sentido para lo que es realmente necesario en el presente.

Vivimos ya una época en la que la humanidad está profundamente conmocionada, y en la que se puede hacer una cosa u otra con todos los medios a nuestro alcance, pero en realidad no se puede avanzar con todos los medios. Quisiera dejar esto especialmente claro porque creo, aunque quizá no sea todavía tan evidente, -permítanme que exprese mi opinión con toda sinceridad y honestidad a este respecto-, que es muy grande la distancia entre las personalidades que llevan mucho tiempo en la pastoral y las que, como personas más jóvenes, se enfrentan ahora a la necesidad de entrar en ella. Puede que todavía no se sienta con tanta fuerza, pero sin duda está ahí, y cada vez será más claro; y creo que para muchos hoy las preguntas de los mayores y los jóvenes, si se me permite decirlo así, ya se formulan de forma bastante diferente. Para los más jóvenes, me parece, esta formulación de preguntas, tal como la vivimos ayer y anteayer, ya no está presente en la misma medida; ya ha sido descartada. Seamos sinceros con nosotros mismos, démonos cuenta de que es diferente si estamos, por así decirlo, defendiendo una causa en la que estamos implicados, o si estamos exigiendo fuerza para entrar en la causa en primer lugar. Así que no nos hagamos ilusiones al respecto. Desde luego, se puede decir, cuando se es mayor, "tengo un interés tan sincero como los jóvenes". Pero tenemos que contar con todo tipo de impulsos subconscientes; y por eso les pido, puesto que se trata de asuntos de naturaleza tan seria, que acepten lo que tengo que decirles hoy.

Verán, la antroposofía está en el comienzo mismo de su labor, y los que se forman en antroposofía para un área u otra, definitivamente tienen la sensación de que por mucho conocimiento antroposófico que puedan experimentar en sí mismos, tienen las mayores dificultades para comunicarlo al mundo de hoy. Eso es simplemente un hecho, tiene las mayores dificultades. ¿Por qué? Porque hoy sencillamente no existe ningún instrumento lingüístico que realmente sea totalmente adecuado para expresar de forma concisa lo que se observa a través de la Antroposofía. El antropósofo tiene la expectativa de que la antroposofía no sólo puede traer tales conocimientos que viven dentro del ser humano, que viven en la contemplación interior, pues la raza humana como tal, como un todo, en realidad no lo habría logrado. Debe ser nuestra principal preocupación: ¿Qué es posible en la comunidad humana? - y no: ¿Qué puede exigir el individuo? Sean claros, queridos amigos, el que es antropósofo habla desde la realidad; y yo al hablarles no me siento como si les hablara a ustedes en general, sino como si les hablara a personas que son pastores o que van a serlo. Preocuparse por la religión es una cosa diferente que simplemente tener religión. Así que, en teoría, las cosas se pueden formar de la misma manera para los ámbitos humanos más diversos. Pero en cuanto uno se adentra en un área tan especial, siempre hay que adoptar el punto de vista más concreto que se pueda. Le ruego que tengan esto en cuenta. Quiero señalar que el antropósofo es muy consciente de que está al principio con su voluntad, de que a partir de esta voluntad debe desarrollarse algo muy distinto de lo que ya puede presentarse hoy ante el mundo. Por otra parte, uno puede ver ciertamente que el mundo demanda muy, muy fuertemente algunas de las cosas que están germinando en la Antroposofía.

Ahora bien, hay algo que está germinando en la antroposofía y a lo que hoy se presta muy poca atención. Se trata del elemento formador del lenguaje propiamente dicho. Lean a Saint-Martin en el siglo XVIII, que todavía mantenía convicciones religiosas. Lean a Saint-Martin en el siglo XVIII -Matthias Claudius tradujo al alemán la obra de Saint-Martin «Errores y verdad», que actualmente está [por reimprimirse]- y lean cómo Saint-Martin habla con cierta naturalidad sobre el hecho de que la humanidad tenía un lenguaje primigenio, y que el lenguaje primigenio de la humanidad se ha perdido, y que ya no es posible expresar en los lenguajes diferenciados actuales lo que debería y podría expresarse realmente para el mundo suprasensible. Así que el antropósofo de hoy tiene a menudo la sensación de que le gustaría decir esto o aquello, pero al intentar formular la palabra, no la encuentra, no se materializa. Pero la Antroposofía es formadora de lenguaje. Y nunca algo que aparece del modo que lo hace la antroposofía, -y lo que aparecía de ese modo siempre aparecía al mismo tiempo en épocas más antiguas de un modo que era formadora de religión-, puede aparecer sin una cierta escatología, sin una cierta anticipación de lo que está por venir. No hay posibilidad alguna de situarse con la propia experiencia interior en la evolución de la humanidad sin anticipar en cierto modo el futuro, y por eso la Antroposofía, de acuerdo con su espíritu más íntimo, debe mirar hacia el futuro al menos durante un lapso de tiempo corto, pero histórico-mundial, y debe predecir en cierta medida lo que necesariamente debe ocurrir para el futuro, para el próximo futuro de la humanidad. Esto es que la humanidad estará en condiciones de desprenderse de toda relación con la lengua individual que aún hoy existe, y que más que cualquier otra cosa hoy lleva a los pueblos a la guerra y a la miseria. Una y otra vez uno quisiera pronunciar la parábola de la torre Babilónica, correctamente entendida hoy, cuando uno ve lo que está dividiendo al mundo hoy. Ya es el caso que la antroposofía tiene el poder, en contraste con las lenguas habladas diferenciadas, de sentir algo, de ver algo de la esencia original del propio sonido; y la antroposofía, no en el transcurso de muchos siglos, sino en un tiempo relativamente corto, -si al principio fuera suprimida, resurgirá de nuevo-, la antroposofía no creará un lenguaje estandarizado de los pueblos a través de las lenguas más diversas, que sea una especie de extracto de las otras, sino que pondrá auto creativamente en el lenguaje algo que ya reconcilie a los pueblos en el lenguaje.

Por eso debo decirles que la Antroposofía no se plantea sólo tareas formales de conocimiento, sino que la Antroposofía debe plantearse ya tareas históricamente creadoras. Ella ve cómo el material para tal trabajo está presente en el corazón de las personas de hoy. Yo mismo hace años quise intentar dar los elementos más importantes de la terminología antroposófica, por extraño y paradójico que pueda parecerle, en palabras formadas con sonido. Sin embargo, aún no estaban lo suficientemente maduros para recibirlo. Pero es ciertamente posible.

Por consiguiente, debo llamar tu atención sobre las tareas muy reales de la labor antroposófica. ¿Y por qué me siento obligado a llamar su atención sobre esto? Simplemente por la razón de que una vez que la humanidad esté madura para escuchar el sonido, para el poder formador de palabras en sí, entonces todo lo que hasta ahora ha procedido en una esfera diferente, de una manera mucho más instintiva-animalista, en el futuro deberá proceder de una manera espiritual-humana. Cuando la humanidad esté preparada, entonces se sentirá cuán verdadero es en verdad lo que vive en el anuncio, en el mensaje, en el Evangelio, porque no se puede sentir el Evangelio en su verdad si no se experimenta el poder formador del lenguaje. Sentir correctamente el Evangelio, queridos amigos, significa poder formarse realmente los detalles del Evangelio en uno mismo en cada momento de la vida. Hoy básicamente sólo podemos criticar el Evangelio, no podemos formarlo; pero debemos trabajar en esta posibilidad de formarlo. ¿Dónde están los obstáculos? Sí, los obstáculos están en el rechazo de los primeros elementos que construyen la posibilidad de formación en relación con los Evangelios.

La consideración de los Evangelios se sitúa, en efecto, en un plano diferente cuando se piensa en los Evangelios de la manera que debe hacerse aquí a partir de las características de la Palabra. Verán, entre las objeciones que el Dr. Rittelmeyer menciona no como suyas, sino como las que existen, hay también una que, podría decir, se menciona de pasada. Es la objeción de que las personas religiosas de hoy no pueden interesarse por si hubo dos niños Jesús. Comprendo perfectamente la poca importancia que se da hoy en día a estas cosas debido al ambiente religioso de la época. Pero ahora viene algo más. Veremos en un futuro próximo en una publicación que será editada por la «Kommenden Tag-Verlag» cómo se fomenta tremendamente la comprensión de los Evangelios con esta «insignificancia», -pero no es una insignificancia-, cómo se fomenta el poder formarse los Evangelios, porque simplemente se aporta la prueba de que en los Evangelios está lo que se dice con respecto a los dos niños Jesús. Pero no se pueden entender los Evangelios si no se sabe lo que hay en ellos.

Pero la fuerza formadora del lenguaje debe extraerse de otras fuentes, y al conseguir un corazón y una mente para estas fuentes, se conseguirá a su vez también un corazón y una mente para la primera de las cuatro partes que les mencioné por primera vez en la descripción de la Misa. Porque, como ven, no se trata de que la Misa se ofrezca sólo en el Symbolum, sino que el Symbolum de la Misa es a su vez expresión de toda la pastoral. Si toda la actividad pastoral no es tal que converja en la Misa como punto central, entonces la Misa no tiene sentido alguno; y lo que es actividad pastoral en la Misa o en un simbolismo moderno que se pueda encontrar, -de esto tendremos que hablar más adelante-, sólo puede converger si estas cuatro partes principales de la Misa que he mencionado se viven realmente en toda su extensión.

Ahora bien, para el hombre de hoy, la lectura del Evangelio es sólo una parte, la otra parte es la que se expresa en el sermón. Y el sermón hoy no es lo que debería ser, no puede serlo, porque es intelectualista, porque por regla general la preparación del sermón es sólo intelectualista y no puede ser diferente de la educación de hoy, de la teología de hoy. El sermón sólo es un verdadero sermón cuando el poder formador del lenguaje impregna al predicador de cierta manera, cuando habla no sólo desde su sustancia, sino desde la sustancia del genio del lenguaje. Pero esto es algo que el hombre debe adquirir primero. No necesitamos este genio del lenguaje para la religiosidad que tenemos en nuestro propio corazón, pero sí lo necesitamos para la actividad religiosa en la comunidad humana. Lo que corresponde al pastor debe ser constructor de comunidad; por lo tanto, hay que buscar aquellos elementos que puedan ser constructores de comunidad. El intelectualismo nunca puede ser constructor de comunidad, porque está ahí precisamente para que tengamos la oportunidad de separarnos como seres humanos. El intelectualismo es «asumido» por el ser humano individual como tal, y en la misma medida en que el ser humano se remite a sí mismo como ser humano individual, en la misma medida se vuelve intelectualista. Puede por supuesto salvarse en este intelectualismo mediante la fe, porque la fe es un asunto subjetivo del individuo, incluso puede llamarse asunto del individuo en el sentido más eminente. Pero para lo común necesitamos no sólo esta subjetividad, sino que necesitamos el contenido suprasensible.

Ahora sólo piensen profundamente cómo debería ser posible para ustedes traer un mero poder de fe sin la palabra en común. No pueden, es imposible. Pero tampoco pueden mantener el carácter común si hablan desde la intelectualidad. Por tanto, la predicación intelectualista tenderá desde el principio a atomizar el carácter común de los creyentes. Por medio de la predicación intelectualista, el hombre se vuelve contra sí mismo, cada individuo que escucha se vuelve contra sí mismo. Pero esto sacude aquellas fuerzas en él que por encima de todo no están de acuerdo sino en desacuerdo. Esto es un hecho psicológico simplemente. A poco que profundicemos en nuestra alma, todo oyente es al mismo tiempo un crítico, un contradictor. Sí, queridos amigos, estamos tan poco ilustrados hoy en día sobre los secretos del alma. Todas las contradicciones que uno puede objetar a lo que dice la otra persona salen inmediatamente a la luz cuando la otra persona se expresa sólo en formas intelectualistas.

Ese es precisamente el elemento que fragmenta hoy a la humanidad, que está impregnada hasta la médula por el mero intelectualismo. Por lo tanto, ustedes no tendrán ninguna posibilidad de tener un efecto desatomizador en el sermón si se detienen en el intelectualismo. Ni en la preparación del sermón ni en la predicación pueden, si quieren ser constructores de comunidad, detenerse en el intelectualismo, y ahí es donde se detienen ustedes cuando parten de nuestra educación moderna, especialmente de la educación teológica, porque en muchos aspectos se ha vuelto completamente intelectualista. También en el ámbito católico es puramente intelectualista, porque todo lo que no es intelectualista, que se supone que es vida, no se entrega allí al individuo, sino que es material doctrinal de la Iglesia y debe ser aceptado como material doctrinal de la Iglesia. Esta es también la razón por la que el sacerdote católico es la persona más libre imaginable con respecto a todo lo que la Iglesia católica libera para el intelecto. La Iglesia católica no exige en absoluto que el hombre se someta en modo alguno con respecto a su intelecto; en este sentido le da libertad con respecto a lo que no se relaciona con lo suprasensible. Sólo exige que se someta con respecto al material doctrinal suprasensible. También puedo darles un ejemplo de la vida. Una vez hablé con un teólogo en una universidad donde, en aquel tiempo, los principios liberales eran generalmente adheridos, no por la iglesia, sino por la universidad. Por supuesto, la facultad de teología estaba llena de sacerdotes católicos eruditos. El que estaba hablando conmigo acababa de recibir una severa reprimenda de Roma. Yo le dije: Sí, ¿Cómo es que precisamente a ti te amonestan por enseñar de forma relativamente piadosa en comparación con un profesor de la Universidad de Innsbruck, -no mencionaré ahora su nombre-, que habla con mucha más libertad y es vigilado muy pacientemente por Roma? Sí, ya ve, respondió el hombre en cuestión, pero él es jesuita y yo cisterciense. Roma siempre está segura de que un hombre como el que enseña allí, en la Universidad de Innsbruck, nunca caerá, por muy libremente que use la palabra, sino que siempre la pondrá al servicio de la Iglesia. Con nosotros, los cistercienses, Roma cree que también seguimos a nuestro intelecto, porque no podemos estar tan profundamente implicados con la vida [en la Iglesia] como el jesuita que ha completado sus ejercicios espirituales, que le sujetan de una manera completamente distinta a como ocurre con nosotros, los cistercienses. Ahí pueden ver cómo psicológicamente Roma ya trata al intelectualismo. Roma suele saber muy bien lo que quiere, porque Roma ya actúa desde una minuciosa psicología humana, aunque tengamos que rechazarla.

Bueno, la cuestión es que, por encima de todo, no debemos detenernos en el intelectualismo en la predicación. Todas nuestras lenguas son intelectualistas, no tenemos la posibilidad, si tomamos las lenguas en uso hoy, de salir del intelectualismo. Pero debemos hacerlo. Y la siguiente forma de salir de él, de contribuir a la conformación pura de la fuerza formadora de lenguaje, es el simbolismo, pero ahora conformado de la forma correcta para no quedarnos de nuevo intelectualmente estancados, sino para experimentar realmente los símbolos. Experimentar símbolos significa mucho más de lo que solemos pensar.

Verán, tan pronto como el antropósofo llega a la visión imaginativa o penetra en la visión imaginativa de otro, la absorbe, sabe realmente que el ser humano que está ante él ya no es el mismo que era antes de ser visto a la luz de la Antroposofía. Verán, este hombre que está ante nosotros es considerado por la ciencia actual como el animal más desarrollado; en eso se convierte generalmente. Pero: todo lo que la ciencia aporta para fundamentar este punto de vista, y que sobre todo se justifica diciendo que el hombre tiene tantos huesos y tantos músculos como los animales superiores, todo esto es cierto; pero la ciencia se encuentra inmediatamente en un callejón sin salida cuando ahora se aporta lo que realmente distingue al hombre del animal. Esta diferenciación del hombre con respecto al animal no consiste en absoluto en señalar en la anatomía comparada cómo la totalidad del hombre y las partes individuales se parecen a la totalidad del animal o a las partes individuales del animal, sino que captar lo humano significa comprender lo que viene dado por el hecho de que el hombre tiene una posición vertical con el órgano de la columna vertebral, mientras que el mismo órgano en el animal tiene una posición paralela a la superficie terrestre. El hecho de que esto también se puede observar en el reino animal, en la medida en que se desprende de esta regla, es muy correcto, pero eso no corresponde aquí, debo señalar las limitaciones. Por consiguiente, al estar organizado hacia la vertical con la columna vertebral, el hombre se organiza en el cosmos de una forma completamente distinta a la del animal. El animal se organiza en corrientes que corren alrededor de la tierra, el hombre se organiza en corrientes que corren hacia y desde el centro de la tierra en la dirección del radio. Si se quiere comprender al hombre, hay que estudiar su posición en el espacio. Pero esto, si ustedes estudian la posición del hombre en el espacio hasta el final, les hace darse cuenta a su vez de lo que significa que el hombre sea imagen de Dios. El hombre no es en absoluto lo que ve la anatomía comparada, él no es tal realidad [como la anatomía lo describe,] sino que, en la medida en que es forma, él es la  representación de una imagen. Es lo que representa. Él es enviado desde los mundos superiores para la concepción y el nacimiento de tal manera que él representa lo que es antes del nacimiento. A partir de la sustancia de lo divino tenemos nuestra vida espiritual antes del nacimiento. Esta vida espiritual se disuelve mediante la concepción y el nacimiento y alcanza su imagen, representación, imaginación en el ser humano físico en la tierra. La imaginación, sacada del universo, se convierte en la forma humana, pero debe ser comprendida, colocada fuera del universo, en su posición en relación con el universo. Todos los órganos individuales del hombre participan en la verticalización. La cabeza del hombre tiene su forma a causa de la verticalización. El hombre es colocado en el mundo por Dios.

Esto, cuando la imaginación se apodera de la persona, tiene lugar directamente como experiencia interna. Y entonces ya no se puede decir de manera intelectualista y creer que cuando pronuncio la palabra «El hombre es imagen de Dios», sólo se habla como parábola. No, se dice la verdad, y en las parábolas del Antiguo y del Nuevo Testamento, que realmente están tomadas del mundo sobrenatural, no hay parábolas del tipo de las parábolas alegóricas, sino que en ellas contienen verdades. Y debemos llegar a impregnar de nuevo nuestras palabras con una experiencia tal que aprendamos a hablar vívidamente de este modo. En la medida en que pasamos vívidamente a la caracterización vívida, pero no elaborando intelectualmente algo, ganamos la posibilidad de la predicación, que debe ser una enseñanza. 

A menudo he señalado que cuando un maestro se enfrenta a un niño y quiere enseñarle la inmortalidad del alma de forma divulgativa, debe enseñársela a través de una imagen. Debe señalar cómo la crisálida está ahí, cómo la mariposa sale volando, y debe pasar de esto a cómo el alma humana abandona el cuerpo humano en la muerte al igual que el caparazón de la crisálida; debe insertar en la imagen lo que es una verdad suprasensible. Pero también he dicho siempre, cuando he expuesto esta supuesta parábola, que es muy diferente que un maestro se levante y diga: yo soy listo y el niño es tonto, así que debo formar una parábola para el niño, de modo que comprenda a su manera lo que yo comprendo a través de mi intelecto. Quien habla así no tiene experiencia de la vida, no tiene experiencia de los imponderables que actúan en la enseñanza. Porque el poder de convicción con el que el niño capta lo que quiero enseñarle con esta parábola de marionetas, es insuficiente, si me baso en que yo soy listo y el niño es tonto, tengo que formar una parábola para el niño que funcione. Algo que ha de ser eficaz, sólo surge cuando yo mismo puedo creer en mi parábola con todas las fibras de mi fuerza. Puedo hacerlo como antropósofo, la parábola se forma en mí observando la naturaleza. Cuando veo la mariposa al salir de la crisálida, a su vez me convenzo de que se está formando la imagen de la inmortalidad del alma, solo que aquí aparece en un nivel inferior. Creo en mi semejanza con toda mi vida. Esta confrontación con el otro en la vida es lo que podría aparecer como fuerza constructora de comunidad. Y hasta que no se supere el intelectualismo hasta tal punto que el hombre pueda volver a vivir en imágenes, es imposible que surja una fuerza verdaderamente constructora de comunidad.

Todavía he experimentado el poder de crear comunidad, pero en el campo equivocado. También quiero contarte esto. Una vez me hicieron escuchar un sermón, un sermón de Pascua, de un famoso sacerdote jesuita para estudiar precisamente estas cosas. Estaba estructurado según toda la formación jesuita. Les daré un resumen muy breve de este sermón; trataba el tema: ¿Cómo debe responder el cristiano a la afirmación de que el Papa ha instituido por dogma la confesión de Pascua, que no fue instituida por obra de Dios, sino por obra del hombre? El sacerdote jesuita no habló con especial profundidad, sino con formación jesuítica, dijo: Sí, queridos cristianos, imaginaos un cañón, un artillero en el cañón y el oficial al mando. Imaginadlo muy claramente. ¿Qué sucede? El cañón está cargado, el artillero tiene la espoleta en la mano, el artillero tira de la espoleta cuando suena la orden de mando. Ya ven, así es con el Papa en Roma. Él se sitúa como cañonero ante el cañón, él sostiene la mecha, y la orden viene de mundos sobrenaturales. El Papa en Roma por lo tanto tira de la mecha y de ese modo da el mandamiento de la confesión de Pascua. Es una ley del cielo, igual que la orden no viene del artillero sino del oficial. Pero hay algo más profundo todavía, queridos cristianos, -dijo el Padre-, hay algo mucho más profundo todavía, si ahora miráis todo el proceso de la confesión pascual. ¿Puede decirse que el artillero que oye la orden y tira de la mecha inventó la pólvora? No. Pues lo mismo se puede decir que el Papa romano instituyera la confesión pascual. El sentimiento fiel entraba en la congregación a través del uso de esta imagen, de este símbolo, pero por supuesto en un campo lo más equivocado posible.

El símbolo es el elemento a través del cual encontramos realmente el camino hacia el corazón humano para lo suprasensible, sólo que, como he indicado en la parábola de la crisálida, debemos aprender a vivir en el símbolo, para poder tomar con fe el propio símbolo del mundo exterior. Comprendo muy bien cuando alguien quiere apelar a la mera fe en contraposición al conocimiento. Pero me tomo esto tan en serio que esta fe debe expresarse también en la vivencia de la naturaleza exterior, de modo que toda la naturaleza exterior se convierta en un símbolo en el verdadero sentido de la palabra, en un símbolo experimentado. Y, mis queridos amigos, hasta que la gente no sepa de nuevo que la sabiduría no vive y teje en la luz meramente de forma simbólica, sino que la sabiduría realmente vive y teje en la luz... [Hueco en la posdata, ver nota 1]. La luz entra por nuestro ojo, lo que ahora es luz es entonces más que luz - «luz» se utilizaba originalmente para designar lo que subyace a todos los sentidos del hombre como su esencia más íntima-, a medida que la luz penetra, se transforma interiormente, se transustancia, y todo pensamiento que surge en ustedes, mis queridos amigos, es luz transformada en realidad, no en parábola.

Por lo tanto, no se sorprendan de que el que ha aprendido mediante ejercicios apropiados describa, por así decirlo, los fenómenos espiritualmente externos del ser interior, los pensamientos humanos, mediante imágenes luminosas. No se sorprendan de ello, pues corresponde a una realidad.

Las cosas que encontramos en los documentos más antiguos de la humanidad deben tomarse de forma mucho más concreta de lo que se suele pensar. También debemos familiarizarnos con el hecho de que la fuerza que aún reside en los Evangelios también se ha perdido en los últimos siglos, al igual que se ha perdido realmente la revelación original para el hombre y al igual que se ha perdido la lengua original. Casi me gustaría plantear la pregunta: ¿Tenemos hoy los Evangelios? Sólo los tenemos si podemos experimentarlos realmente, y no podemos experimentarlos en nuestra época intelectualista. Sé muy bien cuántas objeciones se han planteado desde tal o cual lado contra las interpretaciones dadas en mis diversas conferencias sobre los Evangelios, y sé muy bien que se trata de intentos iniciales, que deben perfeccionarse; pero son intentos de hacer revivir los Evangelios.

Me gustaría remitirles a los tiempos, queridos amigos, en los que había personas que hoy, si se situaran en el orden del mundo como entonces, llamamos químicos. Los alquimistas, como se les llamaba en los siglos XII y XIII, se ocupaban de nuestro mundo material de la misma manera que hoy estamos acostumbrados a ver hacer a los químicos. ¿Pero qué hacemos hoy para crear un verdadero químico? <Hoy en día, un verdadero químico surgirá de nuestros prerrequisitos absorbiendo intelectualmente cómo analizar y sintetizar sustancias, cómo trabajar con la retorta, cómo trabajar con aparatos de calor, con electricidad, etcétera. Esto no habría sido suficiente para el químico correcto, si se me permite decirlo así, hasta el siglo XIII, XIV, pero, -quizás esto no deba tomarse del todo literalmente, sino más que literalmente-, el químico tenía la Biblia delante de él y estaba imbuido de la idea de que sólo hacía lo que hacía de la manera correcta cuando el poder apropiado fluía de la Biblia. Para la humanidad actual, esto parece paradójico, por supuesto. Para una humanidad de hace sólo siglos, parecía evidente. Y la conciencia que tenía el químico de entonces, es decir, el alquimista, cuando llevaba a cabo sus manipulaciones, era sólo gradualmente diferente de la que tenía cuando estaba ante el altar y leía la misa. Sólo gradualmente diferente, porque leer la misa era ya la acción alquímica más elevada. Tendremos que hablar de esto con más detalle. Pero, ¿no deberíamos darnos cuenta, sólo por este hecho, de que el Evangelio ha perdido su poder real? ¿Qué hicimos en el siglo XIX? Analizamos el Evangelio de Marcos, el Evangelio de Juan, el Evangelio de Lucas, el Evangelio de Mateo, los tratamos filológicamente, descubrimos primero que el Evangelio de Juan sólo podía ser un himno, porque no podíamos creer que correspondiera a la realidad. Los sinópticos se han comparado entre sí, y hemos llegado a la etapa que está vinculada a la famosa Schmiedel, donde se destila: <Lo que se dice de Cristo que es desfavorable es verdad, porque esto no se encontraría en meros himnos de alabanza. Esta es sólo la consecuencia final de este camino. En este camino, nada más puede resultar que lo que ya ha sucedido: La destrucción de los Evangelios resultará inevitablemente en este camino.  Y por mucho que discutamos la separación del conocimiento y la fe, no será posible mantenerla si la ciencia destruye los Evangelios.  Tenemos que pararnos en la realidad y entender cómo vivir de la realidad, y así el pastor tiene que llegar a un significado vivo de la representación vívida, de la representación pictórica.  La imagen viva debe entrar en el sermón.  Que sea una imagen admisible, buena, debe asegurarlo, por supuesto, la pureza de espíritu, de la que tendremos que hablar más adelante. Pero la imagen es lo que debemos encontrar.

Y, queridos amigos, la antroposofía les proporcionará la mejor ayuda para encontrar la imagen. Después de todo, es ridiculizada por su figuración. Si ustedes leen las objeciones formuladas por los intelectualistas, -si se me permite la expresión-, contra la descripción de la evolución en mi «Ciencia Oculta», verán cuán fácil es, desde el punto de vista de los intelectualistas, burlarse de las imágenes que tengo que utilizar para describir la existencia de Saturno, el sol y la luna. Debo utilizar imágenes, de lo contrario las cosas se me caerían de las manos, porque sólo a través de las imágenes capto ese aspecto de la realidad que hay que buscar. Y me gustaría decir que la antroposofía en cada una de sus partes es definitivamente una búsqueda de imágenes y es, por lo tanto, una ayuda para aquellos que necesitan imágenes. Este es el verdadero campo en el que el asesor, en particular, puede obtener inicialmente mucho de la Antroposofía. No como si tuviera que aceptar la antroposofía con fe, no como si tuviera que decir: Bueno, estudiemos las imágenes y los libros antroposóficos y luego utilicémoslos. <No puede haber duda de ello. Debe, por así decirlo, venir al revés de lo que la filosofía tuvo que desarrollarse en la época que vivió hacia la antroposofía.

Me gustaría decirles lo siguiente. <Los filósofos de hoy que son discípulos de un contenido o de un sistema, o que creen que deben establecer un sistema, tales filósofos están anticuados hoy, tales filósofos están atrasados. Todo ese sistema filosófico ya no es posible en la época intelectualista. Cuando Hegel, en puro intelectualismo, destiló los últimos pensamientos de la visión humana y los colocó en su sistema general, se encontró con lo que me gustaría llamar el cadáver de la filosofía. Igual que hoy se estudia científicamente al hombre mirando el cadáver, se puede estudiar, -muy bien-, lo que era la filosofía en la filosofía de Hegel. Por eso es tan grande la filosofía hegeliana, porque nada nos impide mirar realmente los intelectualismos en curso. Eso es lo grande que admiro de ella, por ejemplo, el puro desarrollo de lo puramente intelectualista. Pero después de Hegel, ya no puede haber tal empeño en presentar un contenido de pensamiento para formar ningún sistema de filosofía. Por eso la gente da tan terribles saltos mortales filosóficos. Sí, no se puede imaginar un salto mortal más terrible que el de Vaihinger con la filosofía del «como si». Como si uno tuviera algo de filosofía del «como si». Esto es algo que acentúa absolutamente la experiencia de todo espíritu, esta filosofía del «como si». La filosofía ya no es como era en la humanidad cuando los últimos restos de imaginación aún estaban vivos en la humanidad y éstos se traducían en pensamientos. En cambio, lo que corresponde al filósofo de hoy es estudiar filosofía para practicar su pensamiento. Estudiar filosofía hoy es una meditación mental y no debe practicarse de otro modo. Creo que si uno tiene una visión más imparcial de estas cosas, pronto verá que en los «Enigmas de la Filosofía» trabajé precisamente para dar el desarrollo de la filosofía de tal manera que en todas partes se presenta lo que hoy se puede recorrer como ejercicio de pensamiento en los más diversos sistemas de la filosofía. Uno aprende una cantidad tremenda de los últimos sistemas que ya han surgido de la filosofía, del sistema de Hartmann, de los sistemas americanos que están ligados al nombre de James. Se aprende muchísimo si sólo se permite que tengan efecto sobre uno en la medida en que uno se pregunta: ¿Cómo se entrena el pensamiento, qué se gana en términos de entrenamiento del pensamiento? Perdón por la palabra dura. Nietzsche ya se esforzó por tener tal entrenamiento del pensamiento en la filosofía.

Esto llamará tu atención sobre el hecho de que incluso en la filosofía actual uno se ve obligado a transformar lo intelectual en viviente, no a enfrentarse a la verdad que está fuera de uno mismo como un sujeto, sino de tal manera que la verdad sea experimentada. Sólo quien haya entendido el filosofar contemporáneo de este modo comprenderá realmente lo contrario, que al leer escritos antroposóficos y escuchar conferencias antroposóficas no es importante aceptar cosas como dogmas. Eso sería lo más erróneo que se podría hacer. Piensen que lo que se da en la antroposofía en realidad se baja de lo suprasensible y tal vez se pueda poner torpemente en palabras, pero al sumergirse en ello, es exactamente lo mismo que cuando el filósofo correcto se sumerge en el pensamiento de otros filósofos.  Tampoco absorbe nada de los otros sistemas, se forma en ellos. La capacidad de imaginar, de visualizar, debe entrenarse primero en la Antroposofía. Cuando uno recibe palabras que fluyen del pensamiento imaginativo, cuando uno absorbe tales pensamientos, se ve obligado, para comprender en absoluto a la otra persona, a hacer surgir su poder de imaginación de las profundidades del alma. Esto es, sobre todo, lo que podemos obtener de la Antroposofía.

Por lo tanto habría que apelar menos de tal manera que uno diga: Sí, primero debo volverme clarividente por mi propio bien, después podré decidir algo sobre la antroposofía. Se apela de tal manera que uno primero se familiariza con la antroposofía, no importa cuál sea el contenido de verdad, uno simplemente la acepta como una suma de imágenes que dan la forma en que el mundo se pinta a sí mismo en tal o cual alma. Eso es al menos un hecho, que se pinta de esta manera. Tomen esto y dejen el sentido de la verdad completamente indeciso al principio, pero traten de encontrar su camino en la manera de hablar de una persona que tiene tales imágenes de lo suprasensible, y verán que ésta es la mejor manera de llegar a ver por uno mismo. Hoy en día, a muchas personas que se acercan a la Antroposofía les ocurre que montan un carro correctamente y luego enganchan el caballo a él de forma incorrecta. (Las notas del taquígrafo muestran que en la pizarra se dibujó un caballo incorrectamente enganchado a un carro, es decir, con la cabeza hacia el carro y la cola hacia delante. El dibujo original no se ha conservado). No debe hacerse de tal manera que uno crea que primero debe mirarlo. Eso podría, en efecto, porque se basa en una cierta arrogancia, pasar por alto la mirada por completo. Pero si se tiene la humildad de querer experimentar adecuadamente los resultados de la mirada, entonces sí que se puede llegar a la mirada sin miedo a recibir una sugerencia. El temor a recibir una sugestión sólo pueden albergarlo los filósofos que desconocen la realidad, como Wundt, el tardío de los filósofos del sistema, que, naturalmente desde su punto de vista, objeta: Pues bien, ¿Cómo voy a saber, si primero he tomado algo del mundo suprasensible y luego he llegado a verlo por mí mismo, que esto no me ha sido sugerido? Habría que decirle a Wundt: ¿Cómo sabes distinguir realmente entre un trozo de hierro imaginario a la temperatura de mil o incluso más grados, y uno que está ante ti? Puedes discutir todo el tiempo que quieras, nunca descubrirás mirándolo si el hierro está realmente delante de ti o si es imaginado; pero si [lo tocas] y luego te miras los dedos, descubrirás la diferencia a lo largo de la vida. No hay otro criterio.

Pero es un criterio inequívoco si uno se sitúa en la vida de tal manera que entre en la antroposofía de forma verdaderamente real. [Pero no hay que adoptar el punto de vista de que uno ya lo sabe todo. En mi vida he comprobado que uno aprende menos cuando cree que ya sabe lo que debe aprender.

Por ejemplo, sólo es posible ser un verdadero maestro cuando se es un maestro de actitud. Cuántas veces se dice a los maestros de las escuelas Waldorf (y ustedes lo han comprendido, a lo largo de los años ha sucedido que la enseñanza se caracteriza por esta actitud; es claramente perceptible), cuántas veces no se dice: cuando uno se encuentra frente a un niño, lo mejor es decirse a sí mismo que hay mucha más sabiduría en el niño que en uno mismo, mucha, mucha más, porque acaba de llegar del mundo espiritual y trae consigo mucha más sabiduría. Se puede aprender una cantidad increíble de los niños. De nada en el mundo se aprende tanto en el fondo, de manera física y externa, como cuando se quiere aprender de un niño. El niño es el maestro, y el maestro Waldorf sabe lo erróneo que es decir: en la enseñanza, uno es el maestro y el niño el alumno. En realidad, uno es (pero esto se lo guarda como un misterio interior) más alumno que maestro y el niño es más maestro que alumno. Parece una paradoja, pero es así.

Pero ya ven, la antroposofía nos lleva a nuevas percepciones sobre el mundo, en muchas áreas especializadas de la vida, por lo que afortunadamente fue escrito en una pregunta ... [lagunas en la posdata; ver nota2]. Sí, la Antroposofía aparece ciertamente con este talante, con esta actitud. La antroposofía no puede aparecer sin llevar al mismo tiempo en sí un carácter religioso. Y esto hay que subrayarlo desde el punto de vista de la antroposofía: La antroposofía no se esfuerza por aparecer como formadora de religiones, de sectas, se esfuerza por dar al hombre el contenido de su experiencia interior, pero al esforzarse por ello, lo que da está dotado de un carácter religioso por sí mismo. La Antroposofía no es una religión, pero lo que da es tal que tiene un efecto religioso.

Hace poco tuve la necesidad de hablar con una persona cuyo estado vital anterior, que en realidad no era de naturaleza exuberante sino alegre, había caído en una profunda depresión, depresión que tenía diversas causas, incluso bastante orgánicas. La persona en cuestión es antropósofa, quería hablar conmigo sobre su estado de ánimo. Le indiqué que los estados de ánimo provienen de la persona en su totalidad, y que uno los toma del mundo enfrentándose al mundo como persona. La antroposofía es en sí misma un ser humano. Si no fuera un ser humano, no nos transformaría. Nos convierte en una persona diferente. Es una persona en sí misma, lo digo con la mayor seriedad. La antroposofía no es una enseñanza, la antroposofía tiene un elemento de ser, es una persona. Sólo cuando una persona está completamente impregnada por ella y la antroposofía es como una persona que piensa, pero también siente, percibe y tiene emociones de voluntad, cuando la antroposofía piensa, siente y quiere en nosotros, cuando es realmente como una persona completa, entonces uno puede captarla, entonces la tiene. La antroposofía actúa como un ser y entra en la cultura y civilización actuales como una especie de ser. Uno experimenta esta entrada como a través de una especie de ser. Con esto al mismo tiempo uno puede decir: Religión, -dicho desde el punto de vista antroposófico-, la religión es una relación de los seres humanos con Dios. Sin embargo, la antroposofía es una persona, y porque es una persona, tiene una relación con Dios; Y así como una persona tiene una relación con Dios, también la antroposofía tiene una relación con Dios. Por lo tanto, tiene la característica directa de lo religioso en sí misma.

Ahora voy a resumir esto en algunas frases abstractas, pero que tienen vida. Lo que he dicho antes y lo que digo ahora están relacionados entre sí y no lo digo sin propósito, queridos amigos. La primera experiencia que se experimenta de esta manera es que uno aprende a reconocer cómo actúa la sabiduría divina en el niño, dónde es creadora, dónde no sólo se revela en un cerebro, sino dónde todavía lo moldea. Sí, "si no os hacéis como niños pequeños, nunca entraréis en el reino de los cielos...". Ésa es la manera de penetrar en lo que se percibe en la profunda humildad del niño, lo que hay antes de convertirse en niño, lo que incluso Goethe experimentó con tanto amor, que usó la palabra "rejuvenecer" ( Jungwerden ) para entrar en el mundo, como se puede decir "envejecer" (Altwerden ) . Rejuvenecer significa salir del estado espiritual, entrar en la existencia terrena. Uno realmente pasa en cierto sentido por la infancia y regresa a un estado tal en el que todavía tenía una relación directa con lo divino. Las antiguas preguntas bíblicas se hacen muy reales: ¿Es posible volver al cuerpo de la madre para experimentar un nuevo nacimiento? En espíritu, es posible hacerlo. Sin embargo, en el antiguo camino que la Biblia presentaba ante los alquimistas y en el nuevo camino que nos prepara para enfrentarnos al mundo, hay un abismo. Hay que superar ese abismo. Sin embargo, no encontraremos los viejos caminos, porque necesitamos encontrar un camino nuevo.  A menudo he hablado con antropósofos sobre lo que encontraremos si nos comprometemos a manipular la naturaleza de alguna manera. Hay que volver a realizar la “encheiresis naturae”, pero no decir “se burla y no sabe”; debemos poder volver a tomarlos en serio, entonces tendremos ante nosotros un ideal, aunque sólo como ideal, pero este ideal se hará realidad. La mesa del laboratorio será en cierto sentido un altar, y las actividades externas del mundo serán adoración, y toda la vida estará impregnada de la luz de la adoración.

Y ésta es la segunda: la antroposofía es formadora de lenguaje. La Antroposofía debe esforzarse por intervenir en el mundo de un modo tan real que expreso esta realidad en la imagen que aún hoy parece paradójica: La mesa de laboratorio del químico, del trabajador físico-químico, del trabajador clínico, debe adoptar la forma de un altar en la percepción humana. El trabajo sobre la humanidad, -y en el fondo todo trabajo es trabajo sobre la humanidad, incluso el trabajo puramente técnico-, debe poder convertirse en un servicio a Dios. Pero esto sólo se encontrará si tenemos la buena voluntad de cruzar el abismo que separa nuestro mundo de la época en que el Evangelio estaba ante el alquimista.




Nota1 que la sabiduría realmente vive y se mueve en la luz...: El taquígrafo ha marcado un vacío en este punto. En la edición interna de la comunidad cristiana dice al respecto: "... el poder de la fe aún no está vivo". Este pasaje no fue incluido en el presente texto porque no se encuentra en los documentos del taquígrafo. En cuanto al contenido: Rudolf Steiner habla más detalladamente sobre la luz y la sabiduría en las siguientes conferencias: Londres, 1 de mayo de 1913 (en GA 152), Dornach, 5 de diciembre de 1920 (en GA 202) y Dornach, 1 de abril de 1922 ( en GA 211). en preparación.

Nota2: El taquígrafo no terminó la frase que había comenzado, sino que sólo añadió las siguientes palabras sólo las siguientes palabras «cristianismo», «religión» y «paradoja» que por sí solas no tienen sentido y no revelan la línea de pensamiento de Rudolf Steiner. La línea de pensamiento de Steiner. Sin embargo, es evidente que Rudolf Steiner aquí a una pregunta formulada por el pastor Dr. Christian Geyer, que anotó en su cuaderno de notas de la siguiente manera cuaderno como sigue (véase la página 91 y el facsímil de las anotaciones del cuaderno en el volumen de documentos en la página 68): Uno dice: Antrop. en el mundo / religión sólo a Dios / paradoja. - Las preguntas que movieron a Geyer se exponen en su ensayo «Teosofía y religión», Nuremberg 1918, especialmente en la sección «La indiferencia de la teosofía hacia la religión». hacia la religión». En la biblioteca de Rudolf Steiner. 

Traducido por J.Luelmo oct,2024

GA063 Berlín, 20 de noviembre de 1913 Confesión religiosa y cosmovisión científico-espiritual

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RUDOLF STEINER

 Confesión religiosa y cosmovisión científico-espiritual

Berlín, 20 de noviembre de 1913

Dentro de la serie de conferencias que se presentarán en el curso de este invierno, y que tendrán lugar a partir de la próxima conferencia, quisiera, antes de pasar a los resultados particulares de la ciencia espiritual, comenzar hoy con una reflexión sobre uno de los muchos malentendidos que nuestra educación contemporánea tiene de la ciencia espiritual aquí referida.

Entre las diversas objeciones se oye una y otra vez que la ciencia espiritual aleja al hombre de lo que le es valioso y querido como confesión religiosa, como vida religiosa, como visión religiosa del mundo, tal vez incluso íntimamente necesaria. Y por qué no habría que tener ese temor en cierto modo justificado en el presente, sobre todo si la ciencia espiritual, como ya se ha subrayado aquí y habrá que subrayar aún más a menudo, quiere ser la continuadora y la realizadora de la ciencia natural en el verdadero sentido genuino, tal como se ha desarrollado en nuestra vida espiritual durante tres o cuatro siglos. ¿Cómo no habría de temerse esto, si en amplios círculos de nuestra gente culta de hoy se sostiene la opinión de que el modo científico-natural de pensar, que una cosmovisión que, como se dice, está construida sobre el sólido suelo de la ciencia natural, no puede tener nada que ver con esas suposiciones sobre las que se basa la vida religiosa? En efecto, muchos opinan que quien en el presente se abre camino realmente hasta esa magnitud que, como dicen, le confiere al presente la «verdadera ciencia», debe liberarse de lo que a lo largo de largas épocas de evolución humana se ha llamado vida religiosa, credo religioso. Y en muchos círculos se dice que dicha concepción religiosa, el sentir religioso y el pensar religioso corresponden a una especie de etapa infantil de la evolución humana, mientras que hemos entrado en la edad madura de la evolución espiritual humana, que está llamada a desprenderse de los antiguos prejuicios religiosos, que corresponden a una concepción infantil, y a pasar a la que es una concepción puramente científica o tal vez cosmovisión.

Si observamos a nuestro alrededor a muchas personas de hoy en día, a menudo encontraremos un estado de ánimo como el que acabamos de describir. Pero una visión histórica de la fase más reciente de la vida espiritual humana, de los últimos tiempos del siglo XIX, también puede dar lugar a la impresión que se puede caracterizar de la siguiente manera: los espíritus religiosos, las personas que se preocupaban por salvar y cultivar el sentido religioso, desde cierto punto de vista, ellos se sentían obligados a salvar el ámbito de la vida religiosa de los embates de la vida científica moderna, ya que creían que la religión estaba en peligro; éste es un fenómeno característico del siglo XIX en particular. Esto, a su vez, continúa hasta nuestros días. Y son numerosos los escritos, las obras literarias, que, sobre todo en nuestros días, se dan a la tarea de analizar la necesidad para el alma humana de la vida religiosa, desde un punto de vista filosófico o de otro tipo frente a todas las exigencias del pensamiento científico y de las cosmovisiones. Sin embargo, habría que analizar muchas cosas para señalar los fundamentos que justifican tantas de las afirmaciones que se acaban de hacer. Por ejemplo, puesto que se trata de una característica, de un fenómeno sintomático que atestigua cómo vivía en pensadores individuales algo que yacía latente en el corazón de muchos, podría hacerse referencia a los esfuerzos de la escuela teológica de Ritschl-Hermann. No se trata de caracterizar a esta escuela, ni de caracterizar al excelente pensador religioso Ritschl, ni de caracterizar lo que pretendían Ritschl y sus seguidores. No se trata tanto del contenido real del punto de vista Ritschl-Hermann, sino más bien del estado de ánimo del que surgió. 

Reconocemos en Ritschl a un pensador, un pensador profundamente religioso, que se sintió llamado a proteger la religión, como bien religioso, frente a los embates del conocimiento científico. ¿Cómo pretendió conseguirlo? Trató de hacerlo diciendo: «Si tomamos la ciencia tal y como se ha desarrollado en los últimos tres o cuatro siglos, nos muestra lo mucho que ha conseguido logro tras logro en relación con el conocimiento de la naturaleza, y cómo la mente humana ha penetrado en los secretos del mundo material exterior. Y si uno observa todo lo que se ha logrado en el transcurso de los últimos tres o cuatro siglos, debe decir: Es imposible extraer algo de todo esto, -se decía Ritschl-, que pueda apoderarse del alma humana del mismo modo que las verdades religiosas y la confesión religiosa deberían apoderarse del alma humana. Por eso Ritschl y sus alumnos buscan una fuente completamente distinta para la confesión religiosa. Se dicen a sí mismos: la religión siempre estará en peligro si uno quiere basarla en el tipo de conocimiento que también es común en la ciencia natural, y siempre nos enfrentaremos a la imposibilidad de extraer algo del propio modo de pensar científico que pueda inspirar y penetrar en el alma humana. Por consiguiente, uno debe abstenerse definitivamente de interferir en la religión con cualquier cosa que sea objeto de la ciencia. Pero para esto hay una vida original de fe en el alma humana, sólo que debe mantenerse libre, debe mantenerse completamente separada de cualquier invasión de la ciencia, y que, cuando se despliega y se vivifica interiormente, puede llegar a experiencias existentes en sí misma, a hechos interiores, que ponen al alma humana en conexión con aquello que debe ser el contenido de la confesión religiosa.

Así pues, esta escuela trata de salvar la confesión religiosa intentando purificarla de toda invasión de lo científico. De este modo, cuando el alma, que renuncia a tener en la vida religiosa de la fe algo que pueda parecerse ni remotamente a lo que se alcanza por medios científicos, -cuando el alma despliega así esta vida purificada en sí misma, entonces surge en ella lo que significa su conexión con los divinos fundamentos primigenios de la existencia; entonces siente que interiormente, como hecho anímico, lleva en sí misma su conexión con lo divino.

Si ahora observamos más de cerca esfuerzos como los de la escuela de Ritschl-Hermann, que todavía hoy domina a muchos pensadores, especialmente teológicos, entonces lo vemos inmediatamente: Sí, tal como es hoy el hombre, tal como es su vida anímica actual con todo lo que vive en esta vida anímica, entonces sí, en cierto modo, se podría decir, se puede extraer de esta alma una especie de misticismo muy destilado; pero cuando se trata, -como muestra en particular la escuela de Ritschl-, de tener realmente verdades religiosas o de fe individuales, entonces tal escuela de pensamiento se ve obligada a llenar el alma con un contenido de alguna parte después de todo, porque de lo contrario tendría que permanecer aprisionada en una vida mística muy estrecha. Y así, esta misma escuela de Ritschl, por otra parte, retoma el Evangelio, retoma las verdades que se imparten a través del Evangelio y deja un profundo vacío entre su exigencia: desarrollar las verdades de la fe, las verdades divinas, sólo a partir de la propia alma, -por lo que, sin embargo, en esta escuela una sola alma nunca podría llegar a desarrollar a partir de sí misma el mismo contenido que está en los Evangelios-, deja un profundo abismo entre lo que el alma puede obtener a partir de sí misma y lo que, sin embargo, el alma vuelve a tomar en sí misma desde fuera a través de las revelaciones de los Evangelios. De hecho, puede haber un abismo aún más profundo, y los propios seguidores de esta escuela lo han constatado al decir: «Todo ser humano, si se deja desprejuiciar por lo que brota y germina en su alma, puede llegar a una cierta conexión con lo divino que habla a su alma. Al fin y al cabo, uno está en una relación divino-espiritual con su propia alma. Pero las almas particulares no pueden llegar a tales experiencias interiores como las que tuvieron Pablo o San Agustín. Por lo tanto, tales experiencias deben venir también de fuera. En resumen, en el momento en que tal escuela, que quiere llegar a la confesión religiosa puramente a través del sentimiento religioso, precisamente expulsando toda cientificidad, cuando tal escuela desea un contenido real, cuando no sólo desea entretejer místicamente los sentimientos generales de la experiencia interior divina, sino cuando se esfuerza por expresar en el pensamiento la conexión del alma con lo divino: ¡ahí se ve obligada a reventar su propio principio! Y seríamos conducidos a las mismas opiniones contradictorias si intentáramos dejar pasar ante nuestras almas las opiniones religioso-filosóficas del siglo XIX, tal como se han desarrollado hasta nuestros días.

Pero hay que decir esto: Es característico que muchos pensadores serios, muy serios, en el campo de la investigación religiosa hayan luchado sólo por un concepto, por una idea, por una definición de la religión, y que en el fondo, si uno trata de echar un vistazo a lo que se ha logrado en este campo, ni siquiera pueda encontrar un concepto satisfactorio de lo que es la religión, de cómo surge la religión en el alma humana, de qué impulsos del alma humana brota. Esto es algo que está enredado en una amplia red de polémicas, especialmente en la investigación religiosa seria del siglo XIX y hasta nuestros días.  Hay quienes dicen que la gente ha pasado de una cierta forma de adorar la naturaleza, a sospechar que hay un elemento divino-espiritual, detrás de los fenómenos naturales y, después, a adorar este elemento divino-espiritual, en la naturaleza. Hay investigadores que opinan de forma diferente que la necesidad religiosa se originó a partir de lo que podría llamarse el culto del alma. Por ejemplo, para ir directamente a lo concreto, el hombre veía morir a personas que le eran queridas, y no podía imaginar que lo que constituía su esencia más íntima había fallecido; así que las colocaba en un mundo en el que seguía adorándolas. El culto a los antepasados, el culto al alma, según estos investigadores, es el origen de los sentimientos y sensaciones religiosas. Luego la gente fue más allá y transfirió lo que sentía y adoraba en el hombre a la naturaleza, de modo que la deificación de las fuerzas de la naturaleza surgió del hecho de que originalmente sólo se suponía que vivían las almas ancestrales, pero tales almas ancestrales adoradas fueron elevadas a lo divino y convertidas en gobernantes de las fuerzas y mundos naturales. - Una tercera corriente, cuya opinión fue claramente expresada en particular por el investigador religioso Leopold von Schroeder, dice que existe un impulso, un verdadero impulso para suponer que detrás de todos los fenómenos hay un ser bueno, que vela por el bien en el mundo; y el desarrollo de este impulso puede verse en las diversas religiones y confesiones religiosas.

Contra todo punto de vista de este tipo se puede mostrar, -hoy no hay tiempo suficiente, sólo puedo insinuarlo-, cómo no encaja nada de lo que, si simplemente se tiene una comprensión de la vida religiosa y de la confesión religiosa del hombre, debe sin embargo llamarse religión según esta comprensión. Puesto que la ciencia espiritual, tal como se entiende aquí, quiere situarse en el desarrollo de la humanidad como algo nuevo para nuestra formación espiritual, de poco serviría que esta ciencia espiritual quisiera ocuparse de todas estas opiniones sobre los fundamentos, sobre el origen y la naturaleza de la creencia religiosa. Porque hay que decir que una mirada a todas estas disputas deja básicamente una pregunta insatisfecha: ¿Cuál es el estado de la confesión religiosa dentro de la totalidad de la naturaleza humana, de la personalidad humana? Por lo tanto, procederé esta vez de manera similar a como lo hice la última vez con la discusión de la «antisofía». Del mismo modo que no me he ocupado de lo que surge aquí o allá de la antisofía, sino que he tratado de mostrar a modo de introducción, precisamente desde el punto de vista de la ciencia espiritual, que la antisofía se fundamenta en la naturaleza humana como tal, y que uno no tiene por qué sorprenderse cuando aparece aquí o allá, así trataré de describir el fundamento de la religión en la naturaleza humana, para luego poder mostrar que la ciencia espiritual, que como tal va, o al menos quiere ir, a toda la naturaleza humana, se sitúa en su conjunto en la vida que quiere ser sostenida en el alma humana por una confesión religiosa.

La ciencia espiritual, por su propia naturaleza, está menos llamada a entrar en disputas polémicas; está llamada, sobre todo, a describir cómo se comportan las cosas para luego dejar que cada cual decida qué relación puede tener esta ciencia espiritual con las ramas y corrientes individuales de la vida espiritual humana.  Por lo tanto, no será mi tarea hoy tratar de la confesión religiosa como tal en términos de ciencia espiritual, sino mostrar lo que la ciencia espiritual quiere ser y lo que la confesión religiosa puede ser, para luego dejar básicamente que cada uno saque sus propias conclusiones con respecto a la relación entre ambas. Sobre todo, se tratará de llamar la atención sobre algunas de las cosas que ya se han dicho en estas conferencias introductorias acerca de las características de la ciencia espiritual, y de conectarlas con algunos de los fundamentos más profundos de la naturaleza humana.

La ciencia espiritual, la investigación espiritual, como ya se ha explicado, se basa en el hecho de que el alma humana es capaz de transformarse, de experimentar un desarrollo interior, íntimo, a través del cual crece más allá de los puntos de vista ordinarios de la vida cotidiana y también más allá de los puntos de vista ordinarios de la ciencia externa y lo hace elevándose a un tipo especial de conocimiento. La ciencia espiritual presupone que se basa en investigaciones que tienen su origen en un alma que se ha independizado del cuerpo físico, en un alma que se ha independizado del cuerpo físico en sus experiencias. Cuando, a través de su desarrollo en lo anímico-espiritual, esta alma se experimenta a sí misma y al mundo en sí, entonces llega a puntos de vista que no se refieren al mundo de los sentidos, sino al mundo espiritual. Así, por medio de los ejercicios ya indicados, de los que se hablará más ampliamente en las conferencias siguientes, el investigador espiritual se sitúa con su alma, -después de haberla transformado-, en el mundo espiritual. Se encuentra entonces en el mundo espiritual y, estando en él, habla de los seres y procesos del mundo espiritual. Esta inmersión en el mundo espiritual se logra en diversas etapas, y básicamente he descrito este desarrollo, que el alma experimenta en el proceso, en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?». Tendremos que caracterizar un poco estas etapas para la consideración de hoy.

Si mediante tal aumento de la atención, de la devoción, como se ha indicado en las dos conferencias «El mundo espiritual y la ciencia espiritual» y «Teosofía y antisofía», el alma humana llega a experimentar independientemente de lo físico-corpóreo, entonces su experiencia es, en primer lugar, tal que las ideas, las sensaciones, todo el contenido del alma, a lo que el alma llega entonces, puede llamarse un mundo imaginativo, no porque este mundo sea una mera imaginación, sino porque, de hecho, lo que el alma experimenta en sí misma, cuando se eleva, por así decirlo, de la coexperiencia con el mundo de los sentidos, surge como del mar del ser interior, se eleva y es al principio un mundo interior, puramente espiritual, de imágenes, un mundo plenamente saturado de imágenes. Sería un error que en este mundo de imágenes, que brota así del mar de la vida anímica humana, alguien viera una manifestación inmediata del propio mundo espiritual; pues este mundo de imágenes, este mundo imaginativo, en primer lugar no atestigua otra cosa que lo interior, el alma se ha fortalecido e intensificado, de modo que no sólo puede experimentar ideas, sensaciones, impulsos interiores a partir de sí misma sobre la base de impresiones sensoriales exteriores, sino que se ha intensificado de tal modo que de su propio seno brota un mundo de imágenes en el que el alma puede vivir. Este mundo de imágenes, que se logra en particular mediante un aumento de lo que se llama atención en la vida ordinaria, es, por así decirlo, inicialmente sólo un medio de penetrar en el mundo espiritual real. Por la forma en que aparece este mundo de imágenes, nunca se puede decir de ninguna imagen si corresponde o no a una realidad espiritual; sino que hay que añadirle algo más, lo cual se consigue de nuevo mediante un aumento de la devoción, de modo que ahora el contenido irrumpe en estas imágenes desde un lado completamente distinto al que el hombre está acostumbrado, a saber, desde el mundo espiritual. A través de su desarrollo ulterior, el investigador espiritual logra lo que puede decir de tal imagen: En ella brota un contenido espiritual; un ser o un proceso del mundo espiritual se nos revela a través de esta imagen que han sentido surgir en su alma. Del mismo modo que consideran los colores exteriores como una expresión de los procesos y seres sensoriales exteriores, pueden considerar este mundo, porque el mundo espiritual está inmerso en él, como una imagen del mundo espiritual. Todo lo demás hay que rechazarlo. - De este modo se aprende a experimentar este mundo de imágenes en relación con el mundo espiritual del mismo modo que se experimentan las letras en la vida ordinaria. Del mismo modo que las letras sólo expresan algo cuando uno sabe cómo juntarlas en el espíritu para formar palabras que tengan sentido, del mismo modo que las letras sólo son un medio de expresión, las imágenes del mundo espiritual sólo son realmente manifestaciones de un mundo espiritual cuando se convierten en un medio de expresión de un mundo en el que el alma del investigador espiritual es capaz de ponerse a sí misma. En este proceso se produce lo que podríamos llamar una completa obliteración de todo el mundo imaginativo. Porque las imágenes se transforman, se combinan de las formas más diversas. Del mismo modo que las letras se sacan de la caja del tipógrafo y se convierten en palabras, así también las imaginaciones se entremezclan, se combinan por así decirlo, en la percepción espiritual y se convierten en medios de expresión de un mundo espiritual cuando el investigador espiritual se eleva a la segunda etapa de un conocimiento superior, que puede llamarse, -no se ofendan por la expresión-, conocimiento inspirado, conocimiento a través de la inspiración. Dentro del conocimiento inspirado, el mundo espiritual objetivo se inserta en estas imágenes, que uno ha llegado a ser capaz de experimentar en el alma. Pero en esta inspiración sólo se alcanza algo que podría describirse como el exterior de los procesos y entidades espirituales. Para entrar realmente en el mundo espiritual, uno debe, por así decirlo, sumergirse en las cosas, debe hacerse uno con las cosas del mundo espiritual. Esto sucede en la intuición, en la tercera etapa del conocimiento espiritual. Así, el investigador espiritual entra en el reino del mundo espiritual a través de la imaginación, la inspiración y la intuición. Con la intuición se sitúa en el mundo espiritual de tal modo que su propio yo anímico espiritual se ha independizado entonces de todo lo físico, tal como se describe con más detalle en «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?», y se sumerge en los seres espirituales del mundo, en la medida en que esto es posible para su capacidad. Esto caracteriza lo que puede llamarse la relación de la investigación espiritual con el mundo espiritual, una posición dentro del mundo espiritual, una empatía y una experiencia de lo espiritual que va de la mano de los seres y procesos del mundo espiritual. Esto debe entenderse como la característica de la ciencia espiritual.

Ahora la pregunta es: Si surge tal ciencia espiritual, que es posible que surja por medio de tal investigación, ¿Cómo puede concebirse una relación entre esta ciencia espiritual, esta investigación espiritual y la confesión religiosa?

Esto surgirá si consideramos ahora el alma humana y la vida de la personalidad, tal como se encuentra dentro del mundo en su conjunto, en su totalidad, en su plenitud. Se nos presenta algo que podría llamarse el clímax del despliegue del alma, y quisiera hablarles hoy de este clímax del despliegue del alma.

De hecho, en la vida real y plena, podría decirse, el alma humana se despliega en cuatro etapas. Para que no surja ningún malentendido, para que no pueda surgir la creencia de que la palabra clímax designa una u otra etapa como más noble o más elevada, quisiera decir simplemente que en el despliegue del alma humana se distinguen cuatro etapas diferentes, sobre cuyo valor no hay que decir nada en absoluto. En primer lugar, tenemos la etapa que podemos describir como la experiencia sensorial del mundo exterior. En la experiencia sensorial del mundo exterior el hombre se encuentra, en efecto, en medio de todos los acontecimientos del mundo, aunque sólo sea en los acontecimientos del mundo material; y no es en absoluto aceptable considerar al hombre de otro modo, en la medida en que se encuentra en el estadio de la percepción sensorial, como si estuviera en medio del mundo material.

Con respecto a lo que aquí se quiere decir, estamos viviendo cosas muy extrañas en la actualidad. Cuando aquellos que ahora están más o menos sobrepasando la primera mitad de su vida eran jóvenes y tal vez se dedicaban entonces a los estudios filosóficos, se daba por sentado que, al menos de una forma u otra, profesarían la sentencia de Kant-Schopenhauer: «El mundo es mi imaginación». Ya he señalado que la experiencia ordinaria, por trivial que suene, debe invalidar esta frase. Pues si uno quiere situarse en la realidad, debe decir, a pesar de todas las observaciones que se han hecho en este campo y que no se basan más que en malentendidos, que el experimentador sano debe distinguir entre su representación y lo que se llama percepción. Si no hubiera diferencia entre representación y percepción, si toda la panorámica del mundo exterior fuera mi representación, entonces el hombre tendría que sentir un trozo de hierro caliente de 5000 Celsius cuando se lo pone en la cara, aunque sólo desde la imaginación, lo mismo que si se pusiera un trozo de hierro real de 500°. Al percibir sensorialmente, el hombre debe permanecer dentro de la corriente del mundo exterior. Y ahora podemos ver a filósofos como Bergson, por ejemplo, intentando restaurar lo que en la juventud se llamaba ingenuidad. Cuando se consideraba que el hombre estaba directamente dentro de la corriente del mundo material, se le llamaba «realismo ingenuo». Bergson intenta demostrar de nuevo, como si la filosofía estuviera empezando de nuevo con él, que este punto de vista es el correcto, que el hombre debe ser considerado como un perceptor sensorial que se encuentra dentro del mundo de las leyes sensoriales. Así pues, uno se encuentra dentro del mundo como perceptor sensorial, y el rasgo característico es que los sentidos individuales perciben, por así decirlo, formaciones del mundo separadas: un mundo de colores y luz, un mundo de sonidos, un mundo de diferenciaciones de calor, un mundo de dureza y suavidad, etc. En esta primera etapa de la experiencia humana del mundo, los sentidos individuales están atrapados en el flujo de los acontecimientos del mundo.  Por medio de la percepción recibimos una visión del mundo, que nos sitúa directamente en el mundo sensorial y material. Esta imagen del mundo nos acompaña a lo largo de la vida; a partir de ella actuamos, actuamos bajo su impresión, nos domina, y a su vez dominamos una parte del mundo a partir de esta imagen del mundo. Así, el hombre, al vivir enteramente en el mundo sensorial, forma parte de la corriente de los acontecimientos del mundo en la medida en que éstos son materiales. Él mismo es, por así decirlo, una parte de estos acontecimientos del mundo, se siente y experimenta a sí mismo y, de este modo, adquiere su visión del mundo.

Un segundo estadio de esta experiencia del mundo puede denominarse estadio de la experiencia estética, independientemente de que se produzca en la creación artística o en la percepción y contemplación artísticas. Si sólo queremos aclararnos superficialmente: ¿Cómo se experimenta en la experiencia estética? entonces debemos decir: ante todo, la experiencia estética es una experiencia interior frente a la mera experiencia sensorial. Cuando uno percibe la luz y los colores, se entrega a la luz y a los colores a través del ojo; cuando uno percibe los sonidos, se entrega al mundo de los sonidos a través del oído; uno está, por así decirlo, parcialmente entregado al mundo exterior y permanece con una parte de su ser dentro del mundo. Pero cualquiera que haya reflexionado sobre la creación artística o el goce artístico, sobre la contemplación artística y sobre la percepción estética, sabrá que la percepción estética es, en primer lugar, esencialmente más interior que la mera percepción sensorial; y en segundo lugar, es más integral, en la medida en que surge a partir del conjunto de la naturaleza humana. Por tanto, para la percepción estética no basta con que veamos una suma de colores o escuchemos una suma de sonidos; a la experiencia estética debe añadirse el entusiasmo, el gozo interior. Cuando sólo percibo, percibo colores y trato de obtener una imagen de la cosa dada sensorialmente; cuando miro estéticamente, toda mi personalidad cobra vida. Lo que se desborda en mí a partir de una imagen que tiene un contenido artístico se apodera de mí por completo. Alegría, simpatía o antipatía, placer, exaltación fluyen a través de mí; pero se apoderan de toda la personalidad. En el curso de estas conferencias oiremos que es necesario un segundo elemento de la naturaleza humana para tal experiencia, que se interioriza, aunque esté relacionada con cosas del mundo exterior, con obras de arte o con la bella naturaleza. Aunque tal suposición esté mal vista en nuestra vida espiritual actual, aunque la expresión misma para tal miembro de la naturaleza humana esté mal vista, la suposición estará justificada. Cuando el hombre se enfrenta al mundo exterior con su percepción física, sensorial, cuando se limita a dejar que la corriente de acontecimientos externos se acerque a él, por así decirlo, experimentando así los procesos con su cuerpo físico, experimenta algo como observador estético que está mucho más interiormente conectado con él, con su ser: experimenta con lo que llamamos el cuerpo humano estético o el ser humano estético, que no está ligado a un solo órgano, sino que impregna a todo el ser humano como un todo. En el goce estético, el hombre se libera del mundo de los sentidos partiendo del mundo de los sentidos. Una época, que es la época de Goethe, tenía mucha más idea de esta liberación, de esta liberación interior, que nuestra época.  Nuestra época, -tendremos mucho que decir sobre estos fenómenos-, es la época del materialismo, la época del naturalismo. Ésta ya siente como algo injustificado que el hombre, en la contemplación artística, quiera separarse de la contemplación externa, sensorial, de la percepción sensorial; por eso, el naturalismo de hoy prohíbe, por así decirlo, esa creación artística que se separa de la contemplación externa, sensorial.

Sin embargo, en los tiempos de Goethe, sobre todo en los de Goethe y Schiller, no se aceptaba como verdadero arte lo que no es más que una imitación de la naturaleza, lo que pone ante nosotros algo que ya está en la naturaleza, sino que se exigía que lo que ha de ser arte debe ser interiormente captado y transformado por el hombre. Pero también mira a otro pensamiento. Goethe lo expresa, lo expresa de forma particularmente bella, mientras deambula por Italia, donde se ha cumplido su ideal de estudiar el arte antiguo. Habiendo estudiado previamente el Dios spinozista en casa con Herder y otros, escribió a su casa: «Las altas obras de arte, como las más altas obras de la naturaleza, fueron producidas por seres humanos según leyes verdaderas y naturales. Todo lo arbitrario e imaginario se derrumba: hay necesidad, hay Dios». Es el mismo sentimiento que cuando Goethe dijo una vez que el arte es una manifestación de leyes naturales secretas que no podrían revelarse sin él. O cuando dice: el artista no se ocupa de una fantasía, sino que se adentra en lo artístico a través de la contemplación de lo corpóreo externo. De ahí que Goethe y Schiller hablen de una verdad en el arte y reúnan la experiencia del artista con la experiencia del cognoscente. Consideran que el artista se separa de la naturaleza exterior, pero que en lo que experimenta interiormente está más cerca de lo que espiritualmente rige y actúa detrás de todos los fenómenos naturales.  Por lo tanto, tales personas hablan de una verdad en este mirar estético, en esta experiencia estética. Goethe incluso dice muy bellamente una vez, al hablar de Winckelmann, un esteta al que admiraba, que el arte es una continuación y conclusión humana de la naturaleza, «pues, al situarse el hombre en la cima de la naturaleza, se ve a sí mismo de nuevo como una naturaleza entera, que en sí misma tiene que hacer surgir de nuevo una cima. Para ello, se acrecienta a sí mismo imbuyéndose de todas las perfecciones y virtudes, invocando la elección, el orden, la armonía y el sentido y elevándose finalmente a la producción de la obra de arte.» Sería ir demasiado lejos si ahora pretendiera volver a mostrar que el hombre, al distanciarse en la contemplación estética de la visión externa de la naturaleza, capta sin embargo interiormente una verdad, cómo de hecho tiene un significado profundo para quienes pueden experimentar estéticamente decir una cosa de un cuadro, un drama, una obra de escultura o una obra musical: Tiene una verdad interior - u otra: Es falsa, sin que ello signifique que se imite de la naturaleza. Hablar de verdad artística en estética es algo que está profundamente arraigado en la naturaleza humana. Hay una verdad y un error en este campo que no consiste simplemente en la mala imitación de la naturaleza exterior. Sin embargo, cuando se avanza hacia la contemplación estética, se pasa del ámbito de esa contemplación que en sentido ordinario debe llamarse real, al ámbito de la fantasía, a un mundo de imágenes. Incluso visto externamente, el mundo imaginativo del arte, comparado con el mundo imaginativo del investigador espiritual, se presenta de tal manera que el mundo imaginativo parece una imagen real ensombrecida, pero no deja de ser una imagen ensombrecida. El mundo imaginativo del investigador espiritual, en cambio, está saturado de una nueva realidad. El mundo imaginativo del arte es aquel que se retira de la percepción sensorial inmediata y sólo conserva una conexión con el alma humana como en la experiencia interior, una conexión, sin embargo, que no es aquella con el mundo sensorial. Por consiguiente, el arte es, -basta con echar una ojeada a las cartas de Schiller sobre la «Educación estética del hombre»-, aquello que eleva al hombre de forma libre por encima de la aceptación servil de las opiniones del mundo sensorial. El arte es lo que separa al hombre del mundo sensorial y le da conciencia por primera vez: Uno experimenta, aunque no se limite a permitir que el mundo sensorial fluya hacia uno; uno está en el mundo, aunque se desprenda del mundo en el que su cuerpo está situado sensorialmente. Este estado de ánimo, que se da a través del arte, es el que proporciona al hombre en su desarrollo un sentido de su destino, de que no está meramente atado al mundo físico.  Pero de hecho es como si en el arte la vida imaginativa se mostrara como en una imagen ensombrecida. La vida imaginativa está saturada de más vida que la mera fantasía. Esa sería la segunda etapa en el clímax del desarrollo del alma humana.

La tercera etapa de este clímax puede caracterizarse ahora diciendo que el hombre se interioriza aún más a través de esta tercera etapa. En el arte ha pasado del exterior al interior, se ha desprendido de lo externo. Ahora es concebible que el ser humano pase completamente por alto la experiencia externa, experimente puramente hacia dentro, se centre sólo en sí mismo, se centre en sí mismo de tal modo que no impregne, como en el arte, como en la creación de la fantasía, lo que imagina con lo que ha percibido, aunque lo libere de la percepción, sino que no permita que entre en él nada en absoluto de lo que ha percibido. Entonces permanecería aún más alejado del mundo de los sentidos con su vida interior completamente solitaria, completamente vaciada, el mundo exterior oscuro y silencioso a su alrededor, anhelando algo en su alma, pero nada presente, si algo no pudiera entrar en esta alma desde un lado completamente distinto, que está así vaciada de toda exterioridad. Así como el mundo material se acerca a nosotros desde el exterior cuando extendemos nuestros sentidos hacia él, el mundo espiritual se acerca a nosotros interiormente cuando no permitimos que nada entre en nuestra alma del modo descrito y, sin embargo, permanecemos allí esperando en estado de vigilia. Sólo lo que experimentamos allí puede convencernos de nuestra verdadera naturaleza humana; sólo eso nos muestra nuestra más verdadera independencia, nuestra más verdadera interioridad. Y el hecho de que allí pueda entrar algo que no venga de fuera lo atestigua la existencia de ideas religiosas a lo largo de los tiempos. 

En la vida normal, cuando el hombre pasa de la percepción sensorial a la percepción estética, se adentra, por así decirlo, en una corriente de olvido, de no-experiencia. Nada sobre esta corriente hacia su interioridad. Cuando el contenido de un mundo completamente diferente entra en su interioridad, entonces este contenido es el contenido religioso. Es el contenido a través del cual el hombre puede saber que existe un mundo más allá del mundo sensorial, un mundo al que no se puede llegar a través de ningún órgano sensorial externo, ni a través de un procesamiento de las impresiones sensoriales como el que se produce a través de la imaginación, sino que, con la exclusión de toda vida fantástica, deja fluir desde lo invisible en devoción puramente interior, lo que ahora espiritualmente lleva y sostiene el alma desde dentro, al igual que nuestro cuerpo lleva y sostiene la naturaleza externa, que no podría existir en absoluto si no existiera como parte de la naturaleza externa. Sentirse parte del mundo extrasensorial, espiritual, es tan natural para el hombre como lo es en la percepción externa de los colores que presupone objetos cuando percibe tales colores.

Llegados a este punto, hay que señalar algo muy importante. Como veremos, hubo épocas en la evolución humana en las que al hombre le hubiera parecido tan absurdo decir: siento algo, pero esta sensación no está estimulada por un mundo divino-espiritual, igual que al hombre de hoy le parecería absurdo, -si piensa sanamente-, sentir calor al extender la mano y no decir: hay un objeto que me quema. Durante toda la vida del alma humana, cuando sentimos algo así, es tan sano decir: hay un mundo espiritual que llega hasta nosotros, es tan sano, como señalar un objeto que quema cuando algo nos quema. He aquí algo que nos resultará claro si consideramos puntos de vista que aún no han surgido plenamente en la actualidad; pero estos puntos de vista ya viven en lo mas hondo de las interioridades anímicas. La opinión de que todo lo que el hombre experimenta no es más que su imaginación, se está difundiendo cada vez más a través de la ciencia natural. Ya me he referido a ello. Ya es bastante común entre los científicos naturales decir: Lo que percibo como colores sólo existe en mi ojo; lo que oigo como sonidos sólo está en mi oído; ahí fuera, en todas partes, sólo hay átomos en movimiento. - Como se puede leer una y otra vez: Cuando percibo un color, fuera vibran ondas de éter a tal o cual velocidad; ¡fuera sólo hay materia en movimiento! Por supuesto, ¡es incoherente negar los colores sin dejar de suponer la materia! Por eso ya existen los llamados filósofos de la inmanencia que dicen que todo lo que percibimos es sólo un mundo subjetivo. Y sería concebible, aunque esto todavía está en el futuro, que se dijera: Que percibo la luz y el color con mis ojos es cierto; pero saber algo sobre lo que causa la luz y el color es imposible; que percibo el sonido con mis oídos es cierto; pero saber algo sobre lo que produce el sonido es imposible. Lo que dicen en este campo los que quieren ser eruditos lo han dicho durante siglos los que han avanzado hacia una visión materialista de lo que se experimenta interiormente. Así como hoy el filósofo prejuicioso dice: «El color que percibo sólo lo tengo en mi ojo; lo que lo causa no lo sé», así la humanidad en general dice: «Tengo mi sentimiento dentro de mí; pero no se puede saber cómo se produce desde el mundo espiritual». Con respecto a la experiencia interior, ha sido un prejuicio durante siglos, de hecho durante miles de años, no relacionar ya la experiencia con un objetivo, que en este caso sería espiritual, del mismo modo que ciertos filósofos no quieren relacionar ya las impresiones del mundo exterior con procesos reales de la vida exterior. La vida sana del alma humana, sin embargo, se siente a sí misma, lo mismo que se siente con sus percepciones del color en el mundo sensorial material, de la misma manera con sus sentimientos en el mundo de la espiritualidad, en la corriente de la experiencia espiritual. Y del mismo modo que es absurdo para la vida sana del alma creer que el color sólo se manifiesta desde el ojo, también es absurdo para una vida verdaderamente sana del alma afirmar: el sentimiento sólo habla desde el alma, no es estimulado por un mundo divino-espiritual exterior a nosotros. Y este sentimiento sano del alma corresponde a un tercer miembro de la naturaleza humana, aquel miembro del cual mostraremos que en el sueño se desplaza fuera del cuerpo físico, pero que durante la vigilia está dentro de él: lo hemos llamado el cuerpo astral del hombre. Nuestro cuerpo etérico nos transmite opiniones estéticas; nuestro cuerpo astral, si no se rinde a la creencia malsana de que su contenido brota de la nada dentro de sí mismo, sino que sabe que los sentimientos y demás surgen del mundo espiritual cuando vive en él, -nuestro cuerpo astral se experimenta a sí mismo religiosamente. Es naturalmente la parte de nuestra naturaleza que debe experimentarse a sí misma religiosamente. No es de extrañar que una negación, una rebelión contra las verdades religiosas, o mejor dicho, contra las experiencias religiosas, pueda surgir muy fácilmente directamente de la organización humana; porque la experiencia humana ordinaria está organizada de tal manera que este cuerpo astral, cuando sale del cuerpo físico al dormir, queda inconsciente, que entonces no tiene experiencias por sí mismo, sino que sólo vuelve a tener experiencias cuando se sumerge en el cuerpo físico, cuando percibe por medio de los órganos físicos. Por lo tanto, sólo en la vida física pueden surgir las experiencias propias del cuerpo astral, como de oscuras y desconocidas profundidades.

Así pues, las experiencias religiosas surgen como de oscuras y desconocidas profundidades en la vida ordinaria del ser humano, las cuales tienen lugar en el mundo sensorial durante el estado de vigilia del día. Pero entonces, cuando el investigador espiritual ilumina de tal modo el alma que ésta se experimenta a sí misma conscientemente, despierta, con aquello que permanece inconsciente en la vida normal mientras duerme, independientemente del cuerpo físico, entonces esta alma investigada espiritualmente se vive a sí misma en aquello que resplandece como contenido religioso, como experiencia religiosa, como si surgiera de oscuros y desconocidos subterráneos del alma en el ser humano sano y vivo. Las experiencias religiosas se justifican precisamente desde el punto de vista de la investigación espiritual. Lo que así permanece desconocido para el hombre cuando regresa de su separación en el cuerpo a la matriz de la vida espiritual durante el estado dormido, y lo que experimentaría allí si lo conociera durante el dormir, emerge, estimulado por la vida exterior, en el sentimiento religioso. En la investigación científico-espiritual, sin embargo, lo que estimula este sentimiento religioso en el país de lo desconocido, emerge en su claridad como una visualización inmediata. Por tanto, lo que puede ser sentimiento religioso en la vida cotidiana se convierte en percepción espiritual en la cognición científico-espiritual. Además del mundo de lo sensorial, en el que vivimos con nuestro cuerpo físico, también vivimos en el mundo de lo espiritual. Este mundo de lo espiritual permanece inicialmente invisible a la organización humana externa. Pero, no obstante, el hombre vive en este mundo de lo espiritual dentro de él, y sería absurdo creer que esté presente sólo lo que el hombre puede ver en la vida física. Cuando el hombre ilumina de tal modo su vida anímica que puede ver las cosas espirituales que le rodean, entonces ve precisamente los seres y procesos del mundo espiritual, que de otro modo sólo estimulan lo que surge como vida religiosa de profundidades desconocidas. En su experiencia espiritual, el investigador espiritual alcanza una visión de aquellos seres y procesos de lo espiritual que de otro modo permanecen desconocidos para la vida religiosa, pero que deben enviar sus impulsos a la vida religiosa e impregnar al hombre con el sentimiento de su conexión con el mundo espiritual. Ahí vemos también cómo debemos entrar en nuestra propia naturaleza humana con la vida religiosa cuando consideramos su esencia. Entramos, por así decirlo, en el lado subjetivo de la naturaleza humana.

Pero si tenemos esto en cuenta, también nos damos cuenta, porque este subjetivo es mucho más variado que el físico exterior, cómo lo que vive del mundo espiritual, dependerá en mayor grado de la naturaleza subjetiva del hombre, de lo que la realidad física exterior depende de la naturaleza exterior del hombre. Sabemos que nuestra visión del mundo cambia cuando nuestros ojos ven mejor o peor; también sabemos, por ejemplo, que existe el daltonismo; pero la naturaleza física exterior es por lo general para todas las personas mucho más igual que la naturaleza individual interior. Por lo tanto, lo que se hace perceptible interiormente será mucho más graduado y como es natural, no podrá aparecer como un credo religioso derramado sobre toda la tierra, si sólo se ve a través de la materia. El mundo espiritual, que por supuesto es el mismo en todas partes, aparecerá teñido según las disposiciones, según la constitución particular de la organización humana. Los pueblos difieren especialmente en sus credos según las diferencias de clima, raza y similares.

Así vemos aparecer las diferentes religiones en todo el mundo y a lo largo del desarrollo histórico, en función de los diferentes aspectos individuales de la vida del alma. Teniendo en cuenta pues, que las confesiones religiosas están matizadas por la naturaleza humana, pero enraizadas en el mismo mundo espiritual en el que todos los seres humanos están enraizados con su cuerpo astral, no tenemos derecho a atribuir la «verdad» a una sola religión, sino que debemos decir: Estas diferentes religiones son aquello que puede surgir en el alma humana como proveniente de un subsuelo desconocido, como originado por una manifestación especial del mundo espiritual a través del cuerpo astral humano.

Ahora bien, en el climax del desarrollo del alma humana, el investigador espiritual  asciende en este punto, a lo que representa una cuarta etapa, en la que entra la intuición. En este estadio se produce por primera vez la experiencia real de la interioridad humana plena, pero de tal manera que el ser humano con su interioridad está ahora realmente fuera de sus sentidos físicos y vive ahora realmente dentro del mundo espiritual. Allí experimenta el mundo espiritual unificado, independientemente de cómo esté organizado como individuo humano en la Tierra. El hecho de que seamos tal o cual persona con sentimientos y sensaciones de tal o cual color proviene del hecho de que lo anímico-espiritual convive con lo físico. Esto individualiza lo que somos. Sin embargo, como investigadores espirituales, nos independizamos de lo físico. Si percibimos completamente fuera del cuerpo físico, entonces percibimos el mundo espiritual unificado, en el que, sin embargo, el hombre está cada noche cuando se queda dormido, solo que inconscientemente.

El investigador espiritual sólo ha fortalecido de tal modo su vida anímica, que las potencias aún menores, que hacen al hombre inconsciente en el mundo espiritual, se fortalecen en él, de modo que es consciente en ese mundo en el que el hombre es inconsciente durante el sueño. Entonces experimenta las entidades y procesos espirituales que envían sus impulsos al cuerpo astral humano, pero que pueden experimentarse en su verdadera esencia cuando el ego, el yo del ser humano, se ha vuelto completamente independiente. Entonces se experimenta lo que las personas que han intentado penetrar en estas profundidades del ser humano desde su punto de vista han indicado bellamente como una de las cosas más grandes de la experiencia humana, -como, por ejemplo, Goethe en el maravilloso poema «Los Misterios», donde las diversas experiencias que el hombre puede tener con las religiones esparcidas por todo el globo se nos presentan en doce personas que se han reunido en una especie de edificio a modo de monasterio para experimentar juntos-, experimentar mutuamente lo que han traído consigo de las más diversas regiones de la tierra, de los diferentes climas, razas y épocas como creencias religiosas individuales, y lo que ahora quieren dejar actuar unos sobre otros. Esto sucede bajo la guía de un Decimotercero, que nos muestra cómo lo que los Doce nos representan como los diversos credos religiosos se basa en una espiritualidad unificada. Cómo, por así decirlo, un maravilloso organismo se derrama sobre la tierra en los credos religiosos, que se matizan según las razas y las épocas, y cómo, con la ascensión al mundo espiritual real, lo que vive y se matiza en los credos religiosos individuales se ve en un todo grande y coherente, Goethe lo describe de un modo maravilloso. De este modo anticipa, por así decirlo, lo que la ciencia espiritual debe lograr precisamente en relación con los credos religiosos: que éstos sean reconocidos en su esencia interior, en su verdad interior. Pues la ciencia espiritual experimenta lo espiritual directamente en el espíritu.

Si, por ejemplo, se quisiera hablar como ejemplo, de la confesión cristiana desde el punto de vista de la ciencia espiritual, habría que mostrar cómo, a través de esta ciencia espiritual, lo que forma el contenido de la confesión del cristianismo es reconocido desde el mundo espiritual, es más, podría ser reconocido por sí mismo, aunque no existiera, digámoslo ahora hipotéticamente, ninguna tradición, ningún documento. Supongamos por un momento que todo lo que contienen los documentos evangélicos no existiese, porque el investigador científico-espiritual se sitúa inicialmente fuera de todos estos documentos; Si observara el curso de la historia en el campo espiritual, percibiría entonces cómo la humanidad, desde los tiempos primitivos hasta un punto en la época grecorromana, ha experimentado un desarrollo descendente de las experiencias interiores, y cómo un impulso, que llamamos el impulso Crístico, tuvo que llegar a un desarrollo reascendente, que se situó en el desarrollo de la humanidad, que es un impulso único, como el centro de gravedad de una balanza sólo puede tener uno. De este conocimiento espiritual se desprendería toda la posición y función del ser Crístico en el mundo. Luego, con tal conocimiento, uno se acercaría a los documentos evangélicos y volvería a encontrar en ellos estos o aquellos dichos que muestran cómo el ser-Cristo surgió como de profundidades indefinidas y se situó en el desarrollo de la humanidad, pero que, cuando la investigación científico-espiritual pasa de la inspiración a la intuición, puede ser reconocido. Toda la vida religiosa se hace visible desde una fuente primordial unificada ante la mirada espiritual-científica, donde ésta se eleva hasta la intuición.

Así pues, en el clímax del despliegue del alma humana, tal como representa la totalidad de la naturaleza humana, surge el hecho de que la intuición es vida en el yo, tal como la vida religiosa es vida en el cuerpo astral, tal como la percepción artística es vida en el cuerpo etérico y tal como la percepción sensorial es vida en el cuerpo sensorial. Y así como es cierto que este clímax expresa la naturaleza del hombre, igualmente cierto es que pertenece al conjunto de la vida humana que el hombre despliega una vida religiosa; y tan cierto como que existe este clímax, este cuádruple despliegue del alma humana, igual de cierto es que la experiencia científica-espiritual alcanza directamente la contemplación de lo que se experimenta en la vida religiosa desde profundidades desconocidas. Por lo tanto, para un juicio imparcial, la ciencia espiritual no puede ser nunca enemiga de ningún credo religioso; pues precisamente muestra la fuente básica, la naturaleza básica de los credos religiosos, y muestra también que estos credos brotan todos de un suelo espiritual mundial unificado, -aunque haya que señalar una y otra vez que este punto de vista, tal como se ha desarrollado ahora, es muy diferente de esas abstracciones y diletantismos que hablan de la «igualdad de todas las religiones» y del igual valor de todos los credos religiosos. Pues, desde el punto de vista de su lógica, no se sitúan en un punto de vista diferente del siguiente: el camarón es un animal, y el ciervo también es un animal, y siempre hay que buscar lo «mismo» en todas partes. Por supuesto, hablar de una igualdad abstracta de todas las religiones no es más que diletantismo filosófico religioso. Y quien realmente contemple el desarrollo, contemplándolo desde el mundo espiritual, verá entonces también cómo los credos religiosos particulares en sus diversas manifestaciones siguen lo que en el cristianismo se presenta como una captación religiosa de todos los credos religiosos. El cristianismo, -debido a su posición única en su surgimiento a partir del monoteísmo judío-, no pierde nada de su tarea cultural en el mundo por el hecho de que estas cosas sean vistas espiritualmente.

Pero si queremos que la descripción de la relación del hombre con las creencias religiosas sea completa, hay que decir algo más. Cuando nos enfrentamos al mundo exterior, lo hacemos con nuestra corporeidad. Como seres humanos, sólo podemos participar de forma indirecta en la relación de nuestra corporeidad con todo el mundo exterior físico-material. La relación de nuestro cuerpo con todo el cosmos está regulada sin que la experimentemos plenamente en nuestro interior. ¿Y cuánto puede hacer el hombre para devolverla a la regularidad mediante remedios y similares, si esta relación se desregula? En la relación del hombre con el mundo cósmico exterior, ¿Cuánto de lo que los sentidos pueden transmitirnos, existe en los cuales el hombre no tiene participación directa? Pero en el momento en que el hombre comienza a situarse con su ser interior en el cosmos espiritual, todo en él experimentará los impulsos que le llegan de este cosmos espiritual. Por lo tanto, cuando el hombre se da cuenta de su relación con el cosmos espiritual, las experiencias interiores se afirman inmediatamente. Él se siente llevado, apoyado, sostenido por este cosmos espiritual, y siente su relación con él de tal manera que se dice a sí mismo: «¡Aquí estoy, erguido dentro del cosmos espiritual, y quiero sentir este estar erguido dentro en mi conciencia! La vida religiosa se convierte así en una experiencia interior en un sentido completamente distinto al de la experiencia exterior del cosmos material a través del cuerpo físico. La experiencia religiosa se convierte en destino interior. Lo que se experimenta de este modo se expresa en la veneración, en el culto, en el sentimiento de que la vida espiritual llega a uno en gracia. Esto significa que esta vida religiosa se expresa preferentemente en los sentimientos de la persona. Por eso podemos decir que la fe religiosa está enraizada en el sentir. Pero primero hay que darse cuenta de por qué se expresa por naturaleza en el sentir. Lo que se siente, aquello que se encuentra en los procesos espirituales y en las entidades espirituales susceptible de ser sentido, de estimular los sentimientos, es entonces revelado por la ciencia espiritual. Por lo tanto, al entrar religiosamente en la vida espiritual, entramos naturalmente en la vida emocional del hombre, entramos en la región donde el hombre busca sus esperanzas para su humanidad, donde busca la fuerza para situarse plenamente en el mundo, para permanecer seguro en el mundo. Por lo tanto, entrar en el mundo espiritual por las derivaciones de la religión no es otra cosa que llegar a él por el camino del sentir. Esto se hará particularmente evidente para aquellos que aprendan a reconocer lo necesario que es que el hombre, aunque se eleve al conocimiento en la ciencia espiritual, al conocimiento válido para todos, debe sin embargo pasar por su vida emocional como preparación para la experiencia espiritual objetiva, por la vida emocional subjetiva que tiene que atravesar con todas sus alegrías y sufrimientos, sus decepciones y esperanzas, su miedo y ansiedad.

Creo que tal vez algunos podrían decir que mis observaciones han carecido de aquello que constituye el elemento emocional en la creencia religiosa, aquello que hace que la creencia religiosa sea tan cálida para el alma humana y tan satisfactoria interiormente. Sin embargo, quienquiera que considere toda la actitud que necesariamente genera la ciencia espiritual, comprenderá que el investigador espiritual simplemente deja las cosas y deja que el sentimiento sea generado por las cosas mismas. Consideraría una cierta falta de castidad si captara el sentimiento por su palabra como por sugerencia. Cada alma debe sentir por sí misma en libertad. La ciencia espiritual debe presentar las cosas tal como aparecen a la investigación espiritual. 

Por lo tanto, hasta qué punto la ciencia espiritual puede arrojar luz sobre las razones de la creencia religiosa, debe discutirse hoy sobre la base de la cuádruple naturaleza del hombre y el clímax del desarrollo del alma humana. La fe religiosa hunde sus raíces en la naturaleza humana. La verdadera ciencia, que se eleva a lo espiritual, nunca puede ser enemiga, sobre todo si es ciencia espiritual, de lo verdadero, de lo genuino, de la experiencia religiosa necesaria para el hombre. El hecho de que el hombre experimenta básicamente todo lo que experimenta espiritualmente de la misma manera que la investigación espiritual lo experimenta a través de sus métodos nos será mostrado en las siguientes conferencias; y que las objeciones planteadas contra la ciencia espiritual, tanto desde el lado científico como desde el lado de ciertas confesiones religiosas, son infundadas, se verá en particular cuando se consideren los resultados individuales de la ciencia espiritual. Hoy, sin embargo, he querido mostrar, no polemizando sobre un solo credo religioso, cómo se relacionan los credos religiosos con la plenitud, con la totalidad de la naturaleza humana. También en esto uno siente que está de acuerdo con la ciencia espiritual y con todas aquellas almas humanas que, en el curso del desarrollo de la humanidad, han expuesto sus convicciones, sospechando la verdad tal como se revela en la ciencia espiritual. Una vez más, recordemos a Goethe; así como tuve el honor de recordarlo en la conferencia «Teosofía y Antisofía», permítanme hacer lo mismo hoy. Aunque en la época de Goethe aún no existía la ciencia espiritual en el sentido científico, toda su alma estaba orientada a la investigación espiritual, a la teosofía, y lo que brotaba de esta alma era pensado y sentido en el sentido del espíritu investigador. De ahí que sintiera que la ciencia que realmente profundiza en las cosas debe encontrar lo espiritual y, por tanto, no puede ser ajena a la religión. De ahí que Goethe considerara también que, aunque el hombre se libera de la naturaleza externa en el arte, no se libera de lo que subyace a la naturaleza como espiritual. Quien experimenta los fenómenos del mundo con la ciencia y el arte, -Goethe estaba convencido de ello-, los experimenta del mismo modo que debe experimentarlos la persona religiosa, que siente su ser interior arraigado en el mundo espiritual. Por tanto, nadie que posea ciencia y arte puede ser, según Goethe, no religioso. Si uno se enfrenta al mundo con la verdadera ciencia, aprende a reconocerlo puramente espiritual y, por tanto, no puede experimentarse a sí mismo elevado fuera del mundo espiritual, sino sólo colocado en el mundo espiritual; si uno encuentra lo verdadero a través del arte, entonces el alma, al experimentar esto verdadero, debe gradualmente también volverse piadosa, es decir, experimentar religiosamente lo que subyace al mundo como espiritual. Por tanto, él también tenía claro ese ámbito de la vida externa en el que es imposible para quien realmente entiende las cosas hacer otra cosa que sentir lo divino directamente en este ámbito de la experiencia externa. Kant seguía asumiendo que el llamado «imperativo categórico» es necesario para la vida moral del hombre: si el imperativo categórico puede hablar en el alma, entonces el deber puede vivirse a sí mismo en la vida humana. Es como si este imperativo hablara en el alma desde un mundo en el que el hombre no está presente. Goethe no pensaba así. Más bien se dio cuenta de que quien experimenta el deber experimenta a Dios, que en el deber se experimenta a sí mismo en el alma. Que al experimentar el deber amorosamente, uno experimenta a Dios directamente en la vida moral, ése era el punto de vista de Goethe. Para él, la moral es la experiencia directa de lo divino en el mundo. Pero si se puede sentir a Dios palpitando a través del alma en la moral, entonces no se está lejos del punto en que se le puede experimentar en otras regiones. Para Kant, experimentar directamente lo divino era todavía una atrevida «aventura de la razón». Pero Goethe le replicó: «Si en lo moral, mediante la fe en Dios, la virtud y la inmortalidad, hemos de elevarnos a una región superior y acercarnos al ser primordial, bien puede suceder lo mismo en la vida intelectual, es decir, que mediante la contemplación de una naturaleza siempre creadora, nos hagamos dignos de participar espiritualmente en sus obras». Cuando primero, inconscientemente y a partir de un impulso interior, yo me había empeñado sin descanso en esa cosa arquetípica, incluso había logrado construir una representación natural, ya nada podía impedirme pasar valientemente la aventura de la razón, como la llama el propio anciano de Königsberg.» Kant seguía llamando «aventura de la razón» a la experiencia directa de un mundo espiritual. Goethe se encuentra ya en el punto en el que quiere pasar valientemente la «aventura de la razón». Pero está convencido de que no se puede entrar en el mundo espiritual de otro modo salvo adorando, venerando, es decir, con ánimo religioso. La religión, como religión verdadera, genuina, abre las puertas de entrada al mundo espiritual. Por tanto, Goethe cree que quien trae consigo el estado de ánimo religioso, ya sea experimentado científica o artísticamente, trae consigo la posibilidad de experimentar el mundo espiritual. La ciencia espiritual debe pues, sentirse de acuerdo con Goethe. Y para resumir, podemos aplicar a la reflexión de hoy la confesión que él expresó en pocas palabras, resumiendo lo que puede llamarse el «credo de la ciencia espiritual»: Quien tiene verdadera ciencia, quien tiene verdadero arte, está tan inmerso en la vida real que tiene la mejor preparación para experimentar un mundo espiritual; pero quien no tiene ni ciencia ni arte, que intente encender en su alma ese anhelo a través del cual el culto religioso primero se hace posible para él, entonces podrá mantener su entrada en el mundo espiritual mediante las derivaciones a través del ánimo religioso. Goethe expresó esto precisamente con las palabras:

Aquello que posean la ciencia y el arte,
Poseen también la religión;
Quienes no posean estas dos,
¡Tiene religión!

Traducido por J.Luelmo dic.2024