GA063 Berlín 30 de octubre de 1913 El mundo espiritual y la ciencia espiritual. Perspectiva sobre los objetivos del presente.

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RUDOLF STEINER

El mundo espiritual y la ciencia espiritual. 

Perspectiva sobre los objetivos del presente.


Berlín 30 de octubre de 1913

Este invierno, como he hecho durante varios años, me permitiré dar una serie de conferencias desde este lugar en el campo de la ciencia espiritual, de una ciencia espiritual tal como se entiende en las conferencias que he dado aquí durante varios años. Este invierno también me esforzaré por iluminar tantas áreas diferentes de la vida, la sabiduría y el conocimiento como sea posible en la serie de conferencias desde este punto de vista científico-espiritual, y por lo tanto, permítanme pedirles de nuevo hoy al comienzo del ciclo de conferencias, como en años anteriores, que no tomen la conferencia de hoy tanto como una conferencia individual, sino que consideren todo el ciclo de estas conferencias como un todo más o menos cerrado, aunque me esforzaré en la medida de lo posible por completar cada conferencia individual en sí misma.

En esta serie de conferencias, quisiera tocar los ámbitos de la vida espiritual, moral y artística para mostrarles de qué manera la ciencia espiritual puede convertirse en un factor cultural esclarecedor para las más diversas cuestiones desconcertantes que con razón deben surgir para el alma del presente. Para subrayar una vez más lo que se ha dicho a menudo en los últimos años, el punto de vista desde el cual se celebran aquí estas conferencias, no es en absoluto un punto de vista reconocido o popular en el presente. Al contrario: el punto de vista de la ciencia espiritual, tal como aquí se entiende, es tratado en la actualidad de manera opuesta, engañosa, incluso hostil, y hay que decir desde el principio que los propios que se sitúan en este punto de vista son los menos sorprendidos por esta visión de la ciencia espiritual. Pues lo mucho que todavía se puede argumentar en contra de esta ciencia espiritual, -con supuesta justificación-, basándose en las ideas y hábitos de pensamiento de la época actual, en todo lo que hoy se supone científico o justificado de una u otra manera, lo aprecian mejor quienes han penetrado realmente en esta ciencia espiritual. Así que acepta la seguridad de que la contradicción, la oposición, el malentendido no pueden ser nada inconcebible o incomprensible para la persona que habla aquí. Los malentendidos que surgen contra esta ciencia espiritual radican en diferentes áreas. Por un lado se cree que esta ciencia espiritual se basa en algunos antiguos credos religiosos procedentes de Oriente o de otros lugares, porque se cree que se puede encontrar una cierta similitud entre los puntos individuales y lo que tales credos religiosos han representado.  El hecho de que se comporte de manera completamente diferente con tales semejanzas, sólo se puede reconocer en el curso de la ciencia espiritual. Sin embargo, sólo hago esta indicación.

Me gustaría decir como introducción que la ciencia espiritual, tal como se entiende aquí, no tiene nada que ver con ninguna tradición o tradiciones, sino que se basa en un resultado de investigación directo que se puede lograr en el presente, en una forma de investigación para la cual no se necesita ninguna tradición, al igual que para los resultados de investigación de la química, la física o cualquier otra ciencia; cómo se puede probar y demostrar, lo mostrarán las propias conferencias. Otras personas malinterpretan la ciencia espiritual hasta el punto de tomarla como una especie de nuevo credo religioso, como una especie de creencia sectaria. Pero no es ni más ni menos credo religioso, o creencia sectaria, que cualquier otra ciencia contemporánea. Así como no se puede decir de los que se unen para el cultivo de la química que son una secta de la química, tampoco se puede hablar de una fe sectaria cuando se penetra en el espíritu de la ciencia espiritual. Sino que la oposición a la ciencia espiritual surge de premisas muy diferentes. Las confesiones religiosas de las más diversas orientaciones creen, -valga esto hoy como introducción-, que de alguna manera tienen que temer un nuevo credo religioso; temen que una nueva fe quiera entrar en su campo y poner en peligro la vida religiosa en general. Uno se convencerá gradualmente de que esta ciencia espiritual seguirá el mismo camino que siguió la ciencia natural cuando experimentó su dirección moderna, digamos, en la época de Copérnico. Así como en aquella época se creía que la vida religiosa de la humanidad estaba en peligro por la visión copernicana del mundo, porque tenía que romper con gran parte de lo antiguo, así como el copernicanismo fue desterrado durante siglos en las diversas comunidades religiosas, lo mismo puede suceder hoy con la ciencia espiritual, que tiene una tarea similar en relación con el espíritu a la que Copérnico tuvo una tarea correspondiente en la ciencia natural. Por último, uno se dará cuenta de que entre la ciencia espiritual y las ciencias religiosas existe una relación similar a la que existe entre el copernicanismo y las confesiones religiosas, y que uno no podrá hacer nada en contra de lo que la cultura exige en el campo del espíritu más de lo que ha podido hacer en el campo del conocimiento científico. Estas cosas sólo se tocan de pasada, pues el modo de tratarlas se verá claramente en el transcurso de las conferencias.

Otra objeción de peso, sin embargo, proviene del propio bando que en realidad tendría que considerar la ciencia espiritual como una especie de continuación de sus propios esfuerzos si se entendiera a sí misma correctamente: proviene del bando que cree pisar el firme suelo de la investigación científica, del pensamiento científico y de la imaginación. Primero, que se señale figuradamente, pero la imagen significa más que una mera imagen, de qué modo se relaciona lo que la ciencia espiritual moderna quiere ser, con la corriente del conocimiento científico. Nadie puede reconocer el alto valor y el gran poder cultural del modo de pensar científico moderno más que aquellos que se sitúan en el terreno de esta ciencia espiritual, y aquellos de nuestros estimados oyentes que llevan años escuchando estas conferencias sabrán hasta qué punto este reconocimiento del pensamiento y la investigación científicos es acentuado precisamente por esta ciencia espiritual. ¿Y quién podría querer permitir que fluya en la cultura actual una corriente espiritual que cree que tiene que oponerse al pensamiento científico? ¡Habría que ser ciego para no ver lo que este pensamiento científico ha creado para la humanidad en el transcurso de los últimos siglos, hasta nuestros días! Significaría también no haber comprendido cuán profundamente ha intervenido la ciencia natural no sólo en el contenido, sino también en toda la naturaleza de las cuestiones del saber y de los enigmas del conocimiento. Sin duda en el curso de estas conferencias, no habrá objeción alguna a las justificadas afirmaciones de los logros científicos. La humanidad ha visto florecer e inundar, este conocimiento científico, lo ha visto entrar en la vida de nuestra tecnología, en la vida de nuestro tráfico, lo ha visto remodelar la cultura material externa del mundo y conquistar la vida social de los pueblos de todo el globo. Pero precisamente por el hecho de que la ciencia espiritual moderna comprende esto, extrae conocimiento de lo que la ciencia natural puede alcanzar: Si esta ciencia natural se capta vivamente, no abstractamente, ni teórica ni dogmáticamente, entonces de esta ciencia natural misma y de sus hábitos de pensamiento puede extraerse algo que ilumine al alma humana no sólo sobre las leyes externas del mundo de los sentidos, las fuerzas y sustancias materiales externas, sino también sobre la vida del alma misma, sobre el destino del alma, que se incluye a sí misma en las cuestiones de la muerte y la inmortalidad y en todo el ámbito de la vida espiritual. Pues esto hay que subrayarlo aquí desde el principio, la ciencia espiritual no se entiende aquí como un resumen de las diversas ciencias de la cultura, para las que hoy se usa a menudo el nombre de «ciencia espiritual», -para la historia, la sociología, la historia del arte, la historia jurídica y similares-, sino que la ciencia espiritual se entiende aquí como un conocimiento de una vida espiritual real, que es tan verdadera como la vida natural que nos rodea, y a la que el hombre pertenece con su espíritu y con su alma tan verdaderamente como pertenece con su cuerpo a aquello sobre lo que la ciencia natural es capaz de darnos luz.

Con esto, sin embargo, nos encontramos de inmediato en un terreno en el que, y una vez más hay que subrayarlo, de forma comprensible, muchos espíritus de los tiempos modernos no son capaces todavía de acompañarnos, porque para ellos toda la forma en que esta ciencia espiritual se aproxima a lo espiritual y a los enigmas de la vida es todavía algo bastante fantástico y soñador, del mismo modo que en el fondo la cosmovisión copernicana era también fantástica y soñadora para sus contemporáneos. Pero la ciencia natural y la ciencia espiritual, por decirlo metafóricamente, están relacionadas más o menos de la siguiente manera: Cuando un agricultor cosecha sus frutos en otoño, la mayor parte de estos frutos se destina primero a la alimentación humana, y esta parte desempeña después su papel en la vida como alimento humano transformándose. Una parte de este fruto, sin embargo, debe utilizarse para una nueva siembra si se quiere que la vida continúe. No debe ser utilizado para alimento, sino que debe ser procesado en la forma en que es entregado a sus elementos, tal como aquello que ha sido procesado por la tierra y los otros elementos ha producido finalmente alimento humano. De este modo, la mayor parte de los espléndidos logros de la ciencia natural están justamente destinados a pasar a la vida técnica, social y comercial, están destinados a fertilizar e impregnar la cultura material y a modelar la vida de la humanidad en progreso.  Pero precisamente lo que nos da la ciencia natural contiene también algo que puede ser entregado al alma humana sin desembocar en la vida material, que puede ser procesado en esta alma humana del modo que indicaré poco después, y que, si no es recibido teórica o dogmáticamente, sino que el alma lo recibe de tal modo que vive en su interior, entonces aparece en el alma igual que la semilla que se depositó en la tierra. Lo que así puede ser recibido por el alma humana se transforma entonces en ella y se convierte en ese poder clarividente que aquí se entiende, lejos de toda superstición y de todo oscurantismo, como ese poder clarividente que puede entonces lanzar su mirada al mundo espiritual. Pues esto es lo que distingue a la ciencia espiritual de otras ramas del saber que se cultivan hoy en día: que esta ciencia espiritual presupone un desarrollo del alma humana más allá del punto de vista que, por lo demás, se aplica en la ciencia actual. En este enfoque científico se toma al hombre tal como es, se le toma tal como es, dotado de su poder de cognición, de observación sensorial y de intelectualidad, observando el mundo que le rodea, buscando las leyes de la naturaleza y compilando así la ciencia. Se toma, digo, al hombre tal como es, y el hombre se toma a sí mismo tal como es para penetrar en esta cientificidad.

Esto no se aplica a la ciencia espiritual. El mundo espiritual es para el hombre un mundo oculto, no existe para los sentidos ni para la razón habitual. Se encuentra detrás del mundo de los sentidos, aunque lo que el hombre es en su naturaleza más profunda pertenece a este mundo suprasensible. El hombre con su poder de conocimiento, si se comprende a sí mismo tal como es, pertenece a este mundo sensorial y a este mundo de la razón. En el sentido más profundo, pertenece al mundo espiritual; pero este sentido más profundo debe desarrollarse primero. Dicho de otro modo: si bien es cierto que el hombre se acepta a sí mismo tal como es para la ciencia habitual, también es cierto que sólo debe transformarse para la ciencia espiritual, para el conocimiento del espíritu, para poder penetrar en el mundo espiritual. Hay que desarrollar las fuerzas cognitivas sólo para el mundo espiritual; el hombre debe transformarse sólo para que las facultades cognitivas adormecidas despierten en él. Sin embargo, estas facultades cognitivas adormecidas están en él y él puede despertarlas. Sin embargo, este es un punto de vista bastante cómodo, pero incomprensible en muchos aspectos para el presente, ya que este presente tiende tanto, cuando se trata de cuestiones de vida superior, a plantear en primer lugar la pregunta: ¿Qué puede reconocer el ser humano? Y entonces algunas personas que viven en las formas habituales de pensar del presente dicen con razón: las facultades cognitivas humanas son limitadas y no pueden penetrar en un mundo espiritual. Por un lado, hay mucha gente que dice que puede existir tal mundo espiritual, pero las facultades cognitivas humanas no son capaces de penetrar en él. Otros son más radicales y dicen que el mundo espiritual no se le aparece a nadie y, por lo tanto, no existe. Esta es la concepción del materialismo o, como se le llama más noble hoy, del monismo.

No se puede negar que el hombre, tal como es, no puede penetrar en el mundo espiritual si quiere comprenderlo científicamente, si no quiere simplemente creer en él. Sin embargo, esta mera creencia ya no es suficiente para la humanidad de hoy, y será cada vez menos adecuada para ella, porque la educación científica se ha desarrollado durante los últimos siglos. Sin embargo, es necesario desarrollar las condiciones mediante las cuales el hombre pueda penetrar en el mundo espiritual.

Ahora bien, si uno acepta la idea de que tal cosa es posible, suele hacerse a la idea:

¡Deben ser fuerzas particularmente anormales! Deben ser fuerzas provocadas por condiciones anormales, a través de las cuales se supone que el ser humano penetra en el mundo espiritual. Esto también es un malentendido. De lo que se trata aquí es de que la cognición, esas potencias del alma a través de las cuales el hombre penetra en el mundo espiritual, están básicamente presentes en el alma humana, que en nuestra vida cotidiana ordinaria, en la medida en que el alma entra en consideración para esta vida cotidiana, también dominan el alma; pero pasan por debajo, por así decirlo, en esta vida cotidiana, dominan áreas subordinadas de la vida, o si dominan áreas más importantes, las dominan de tal manera que uno no se da cuenta de sus potencias y de su influencia. Aquello que está siempre presente en el alma, aquello que no falta en ningún alma, pero que sólo está presente en la vida cotidiana con poca fuerza y en pequeña medida, debe, cuando se desarrolla a cierta altura y con cierta fuerza, proporcionar facultades de conocimiento para la ciencia espiritual. Hay que señalar una característica del alma, -porque no quiero hablar en abstracto, sino penetrar directamente en lo concreto-, una característica que todo el mundo conoce, que desempeña un papel, pero que sólo desde su bajo nivel, llevada a cierta intensidad, da un poder básico para la ciencia espiritual.

Todo el mundo sabe lo que se llama: dirigir la atención del alma a algo. En la vida debemos centrar la atención del alma, también podríamos decir nuestro interés, en los más diversos objetos; Porque necesitamos formarnos representaciones sobre estos objetos tan diversos que permanecen con nosotros, que permanecen en nuestra memoria e influyen continuamente en nuestra alma. Cualquiera que haya pensado alguna vez en la bondad o debilidad de la memoria se dará cuenta del papel que juega en la vida humana la atención o el interés. Quienes hayan estudiado las bondades o debilidades de la memoria sabrán que una memoria fuerte y buena es en muchos aspectos consecuencia de la capacidad de prestar atención a las cosas, de seguirlas con interés. Algo a lo que hemos prestado intensa atención, algo en lo que nos hemos interesado plenamente, queda grabado en nuestra alma, preservado en nuestra vida espiritual. Quien pasa superficialmente por las cosas, quien no se deja conmover por ellas, tendrá que quejarse de una memoria débil e inútil. Pero en otro aspecto, lo que llamamos atención, el interés por las cosas de la vida, es importante para esta vida humana. Porque lo que podemos llamar la integridad interna de la vida del alma que nos es necesaria depende del hecho de que retengamos, retengamos conceptualmente, las cosas con las que una vez estuvimos en contacto. Todo aquel que haya estudiado la vida del alma sabe que para una vida anímica sana es necesario que el hombre conserve la conexión entre las experiencias presentes y las pasadas. Quien no supiera en toda su extensión cómo se ha comportado su autoconciencia, su yo, en los años pasados, de modo que, mirando hacia atrás, no reconociera que lo ha experimentado, para quien el yo sería siempre una experiencia nueva, no tendría una vida anímica sana. Por tanto, nuestra vida anímica sana conduce en última instancia al hecho de que somos capaces de dirigir nuestra atención a las cosas de la vida. Esto es por lo tanto un poder básico del alma que desempeña un papel en la vida y que siempre está ahí.

Ahora alguien podría decir: Entonces, cuando usted quiere hablarnos de ciencia espiritual, ¿Nos está hablando de algo completamente cotidiano y pretende que esta atención debe desarrollarse más, debe llevarse a una intensidad especial?

¡Y sin embargo es así! Lo que puede ser débil en la vida, por fuerte que sea para la vida exterior, lo que puede ser débil comparado con la intensidad que asume en el investigador espiritual, es precisamente esta atención. Pues el aumento de la atención es algo que el investigador espiritual debe practicar una y otra vez, algo que debe llevar a una intensidad tal frente a la cual el grado de atención que uno desarrolla en la vida ordinaria es un grado que se desvanece. Se podría decir: Podría parecer que sería fácil llegar al terreno de la investigación científica espiritual, porque sólo se trata de entrenar algo que siempre está presente en la vida ordinaria. Pero las palabras usadas por Goethe en «Fausto» también se aplican aquí: «Puede ser fácil, pero lo fácil es difícil». Se necesitan años de perseverantes ejercicios del alma para desarrollar la fuerza anímica que en la vida ordinaria se nos aparece en pequeña medida como atención, y en la ciencia espiritual llamamos a esta vida reforzada en la atención concentración de la vida espiritual. Lo llamamos concentración de vida espiritual porque el espíritu o alma humana, tal como es, extiende sus poderes sobre un área amplia en la vida cotidiana, sobre un área que incluye todo lo que ofrece el mundo externo de los sentidos y se forma lo que ofrece la mente. a través de estas percepciones sensoriales externas. En la vida ordinaria, las fuerzas mentales también se extienden sobre todo lo que la gente quiere, lo que desean, lo que les entusiasma, etc.; En resumen, la vida del alma inicialmente está dispersa. Lo que el investigador espiritual tiene que desarrollar dentro de sí mismo como un desarrollo del aparato científico espiritual, que tiene que preparar en el campo espiritual de la misma manera que el químico en el laboratorio prepara su aparato en el campo material, es lo que debe suceder en el proceso: reunir en un punto estas fuerzas del alma, que de otro modo están dispersas a lo largo de la vida, por así decirlo, para dirigir la atención a ese punto. ¿En qué momento? A un punto autoelegido en la experiencia interior del alma. Esto significa que el investigador espiritual tiene que formarse alguna idea, algún impulso del alma, un sentimiento o impulso de la voluntad y colocarlo en el centro de su vida del alma. Lo mejor es una idea así, un impulso así, que inicialmente no tiene nada que ver con ningún mundo exterior: una imagen, un símbolo. 

Se elige un ejemplo sencillo: Tomemos la frase que inicialmente no tiene verdad externa, pero que no es importante: Me imagino cómo la luz, -luz de una estrella, luz del sol-, me toca, y que esta luz es sabiduría que ondea por el mundo. Un símbolo. Ahora concentro toda mi atención en este símbolo. Lo importante no es que algo de esto sea cierto o no, sino que todas las fuerzas del alma se reúnen en este único punto. Por lo tanto, es necesario que se elija como preparación lo que se encuentra en el libro “¿Cómo obtenemos conocimiento de los mundos superiores?” discutido más a fondo y presentado en sus diversos métodos; Aquí sólo queremos señalar el principio a modo de introducción. Para esto es necesario que desarrollemos la fuerte voluntad de concentrar realmente toda la vida anímica en este único punto. Pero eso significa que uno es capaz de provocar artificialmente lo que de otro modo ocurriría naturalmente en el estado dormido. Cuando dormimos, nuestros sentidos se debilitan; el mundo deja de ser perceptible para nuestros sentidos. Los colores, los sonidos, los olores dejan de impresionarnos. Pero al mismo tiempo nuestra conciencia se desvanece. En el caso del investigador espiritual, debe ser precisamente la conciencia la que silencia arbitrariamente todas las impresiones externas y, sin embargo, al mismo tiempo debe mantenerse plenamente. De la misma manera, lo que se detiene cuando uno se duerme debe detenerse: todo lo que corresponde a los impulsos de la voluntad debe quedar completamente quieto. Y todo lo demás que una persona debe hacer para situarse activamente en el mundo debe volverse completamente tranquilo para el investigador espiritual. Él debe desviar su conciencia de todo aquello a lo que de otro modo se dirige y debe concentrar la totalidad del alma sólo en un punto que él mismo ha elegido. Entonces nuestras fuerzas anímicas se fortalecen. Y son precisamente esas fuerzas del alma, -que de no ser así permanecen ocultas en la vida cotidiana-, las que se fortalecen, y ahora ocurre gradualmente algo que me gustaría comparar con lo que ocurre en el campo de la vida material exterior cuando el químico, por ejemplo, investiga el agua. Para el investigador espiritual, el hombre está ahí en el mundo como el agua está ante el químico. Para el investigador espiritual, el ser humano es una conexión, una íntima interpenetración de lo anímico-espiritual con lo corporal y físico, así como para el químico el agua es una combinación de oxígeno e hidrógeno. Y así como el químico nunca podría descubrir qué es el agua si sólo examinara el hidrógeno, así tampoco se puede llegar a comprender qué es el hombre en su espíritu o en su alma si sólo mira al hombre en su existencia física. En este campo, el investigador espiritual no debe tener más miedo de ser considerado dualista que el que debe tener el químico en su campo cuando descompone el agua en hidrógeno y oxígeno. No se tiene más derecho a llamar dualista al científico espiritual, porque practica la «química espiritual» en su campo, que el que se tendría con el químico, porque no admite que el agua es una unidad, sino que consta de hidrógeno y oxígeno, y que para conocer la naturaleza del agua, debe separar el hidrógeno del oxígeno.

El investigador espiritual trabaja con los mismos medios, sólo que en su propio campo. Y lo que acabo de indicar: la concentración, la atención intensificada, invoca las fuerzas que están presentes en el alma humana, pero que permanecen latentes en la vida cotidiana, a través de las cuales lo anímico-espiritual, que de otro modo está en conexión no separada con el cuerpo físico, puede separarse de lo físico del mismo modo que el hidrógeno material se separa del agua en un experimento químico. Y esto es lo que experimenta el investigador espiritual cuando persigue este aumento de la atención en una práctica enérgica, a menudo de años de dedicación: que lo que de otro modo puede ser fácilmente puesto en duda en su realidad, a saber, lo espiritual-anímico, se convierte realmente en una experiencia directa para él, de modo que tiene para él un significado directamente experimentado al decir:

Me experimento independientemente del cuerpo en lo anímico-espiritual; ¡sólo ahora sé lo que es lo anímico-espiritual, porque me experimento en lo anímico-espiritual! No tanto como para que el investigador espiritual tenga que añadir a éstas percepciones del mismo tipo que las de las ciencias naturales; sino que, aunque su forma de investigar está totalmente en el espíritu de las ciencias naturales, es decir, en el espíritu del conocimiento, su método de investigación es de una naturaleza completamente diferente; y precisamente porque quiere permanecer fiel a las leyes del conocimiento, debe adoptar una forma distinta a la de los métodos de las ciencias naturales, que se dirigen directamente al campo material. De este modo, por ejemplo, el investigador espiritual alcanza la conciencia de lo siguiente.

En nuestros días, se dirá, y con cierto grado de justificación: Pues bien, ¿Acaso la ciencia natural tiene, si no la prueba, al menos la justificación hipotética de la opinión de que el pensamiento humano, tal como lo encontramos en el hombre, es una función o un resultado del cerebro? En este punto suele comenzar todo lo que los detractores de la ciencia natural o los partidarios de la ciencia espiritual plantean en un sentido no del todo moderno, a saber, no en el sentido que aquí se entiende por moderno. Hay mucha gente que quiere reconocer el espíritu y por eso se posiciona desde el principio en contra de tal afirmación: el pensamiento humano está ligado al sistema nervioso central, es una salida del sistema nervioso central. Y se desarrolla mucha polémica contra lo que la ciencia natural no ha demostrado, pero que cree poder presentar como hipótesis: que el pensamiento humano es una función del cerebro; y muchas personas consideran inmediatamente que la ciencia espiritual está en peligro si creen que tienen que admitir que el pensamiento humano está ligado al cerebro, que no se puede pensar sin un sistema nervioso central después de todo. Ni siquiera en este punto la ciencia espiritual tiene que contradecir las exigencias justificadas de la ciencia natural; pues es cierto que el pensamiento, tal como lo desarrollamos en la vida ordinaria, está ligado al sistema nervioso central y al resto del sistema nervioso. Pero la verdadera ciencia espiritual nos enseña a reconocer que esa formación, esa conformación del cerebro, del sistema nervioso central, que debe producirse para pensar en la vida cotidiana, ha brotado del espíritu, que el espíritu construye primero nuestro cuerpo de tal manera que este cuerpo pueda convertirse en el instrumento del pensar. La ciencia espiritual no se limita a descender al pensar, no afirma que el pensar, tal como se nos presenta en la vida cotidiana, sea eterno e inmortal, sino que nos enseña a reconocer que el artífice que construye nuestro aparato pensante es nuestra verdadera vida anímico-espiritual, la que vive detrás de nuestro aparato pensante, la que vive detrás de nuestra corporalidad en general. Y los métodos de la ciencia espiritual, tal como han sido indicados, conducen a estas fuerzas activas, creadoras, que están detrás de todo lo material.

Por lo tanto, el método de la ciencia espiritual, puesto que tiene que estar al mismo tiempo dentro de lo que separa del cuerpo, penetra en un tipo de experiencia y en una constitución anímica muy diferentes de la clase de experiencia y constitución anímica de la vida ordinaria y también de la ciencia ordinaria. Sólo una cosa debe indicarse desde el principio, porque quiero hablar en hechos concretos. Lo que se expresa de otro modo en nuestro pensamiento e imaginación, y lo que en la vida cotidiana está ligado al cerebro, se separa realmente de lo físico por medio de la concentración, tal como se ha descrito someramente; y el investigador espiritual llega a experimentar en sí mismo cómo se siente interiormente iluminado, sólo experimentando cómo está fuera de su sistema nervioso central, con el que de otro modo está conectado en todo pensar, sentir y voluntad, y que al igual que otro objeto al que uno se enfrente, la propia corporalidad se enfrenta a esta experiencia anímica-espiritual. En otras palabras: Así como uno se experimenta a sí mismo dentro de su cuerpo en la vida ordinaria, así se experimenta a sí mismo fuera de su cuerpo cuando se aplica a sí mismo los métodos científico-espirituales. Cuando se aplican estos métodos de concentración del pensamiento en particular, uno se experimenta fuera del cerebro. Sólo ahora se sabe cómo es la herramienta del cerebro. Porque yo no les estoy contando cuentos de hadas ni imágenes fantásticas, sino algo que puede experimentar el investigador espiritual diciendo: siente, experimentándose a sí mismo, como si diera vueltas a su cerebro, siente como si diera vueltas a su cerebro. Él sabe lo que significa no pensar como se piensa en la vida ordinaria, sino pensar meramente en el elemento espiritual y sentir el cerebro fuera de este elemento, -sí, incluso sentirlo como algo que se resiste, contra lo que uno choca, como uno choca contra un objeto externo. Ya he descrito aquí el aumento de tales experiencias a una experiencia más abarcante, también lo he descrito en mi pequeño escrito «Un camino hacia el autoconocimiento del hombre».

Si el investigador espiritual continúa sus ejercicios y realmente tiene la dedicación de concentrar toda su vida anímica no en una imagen, sino en cientos y cientos de imágenes, de modo que las propias fuerzas aumenten cada vez más, entonces ocurrirá lo que acabo de describir en el escrito antes mencionado como un acontecimiento demoledor. Para una persona ocurre de una forma, para otra de una forma diferente, pero siempre tiene algo típico. La forma que he descrito será la misma para todos. Una persona puede, incluso en medio de la vida cotidiana, si lo ha practicado el tiempo suficiente, -y si los ejercicios se han hecho correctamente, la vida exterior nunca le perturbará-, llegar a decirse a sí misma: ¿Qué es lo que quiere revelárseme de la imaginación cotidiana? Es algo que quiere penetrar en ti, pero quiere penetrar en ti como algo que, por lo demás, sólo surge de tu propia alma. Pero también puede querer penetrar como un sueño cuando despiertas del sueño, que es de nuevo infinitamente más que un sueño que entra y del que te dices: ¿Qué está pasando ahora? Está pasando algo que es como un relámpago que cae en la habitación y que sientes a través de ti. Y puedes decirte a ti mismo: Es como si tu cuerpo se desprendiera de ti y fuera destruido. Pero ahora ya lo sabes: Puedes estar dentro de ti sin estar en tu cuerpo.

Desde este momento, -pues éste es el valor de esta experiencia, que siempre ha existido, aunque no acabe de darse a conocer en el mundo exterior-, uno sabe, cuando la experimenta por primera vez, lo que querían decir los investigadores espirituales cuando decían: «Quien experimenta lo eterno en el hombre, lo anímico-espiritual, debe acercarse a la puerta de la muerte. Uno experimenta la muerte en sí mismo en la imagen. Uno experimenta en la imagen en la imaginación real, no imaginaria lo que significa: Lo anímico-espiritual se separa del cuerpo y tiene su existencia, de igual modo que se separa cuando el hombre atraviesa la puerta de la muerte. De todo esto tendremos que hablar más tarde; hoy sólo quiero indicar, como en un prefacio, cuál es la naturaleza de la vida espiritual y de la ciencia espiritual relacionada con ella. Surge una suma de experiencias interiores que llevan primero a saber lo que significa practicar la «química espiritual», lo que significa «separar lo anímico-espiritual de lo físico», para explorar los destinos de lo anímico-espiritual y saber que existe una separación real de lo espiritual con respecto a lo físico y una vida independiente del espíritu en relación con el cuerpo. Conocerse fuera de lo físico es la consecuencia de una mayor atención, de una mayor concentración. Incluso a niveles relativamente elementales, uno nota este estar fuera del cuerpo, especialmente en relación con el sistema nervioso central. Cuando uno al pensar e imaginar se siente como atraído al mundo espiritual fuera de su cerebro, por así decirlo, es decir, fuera de su cuerpo entonces tiene, ya que inicialmente se encuentra en él en la vida ordinaria como ser humano terrenal, una y otra vez la necesidad de volver a la imaginación ordinaria y de pensar como se piensa en la vida normal. Pero se experimenta el momento en que hay que decirse a uno mismo: ¡Ahora has estado fuera de tu cuerpo; debes volver a tu cuerpo y dar forma a lo que has experimentado fuera de él de tal manera que dejes que tu cerebro se apodere de ello, para que los pensamientos que has tenido fuera del cuerpo se conviertan en pensamientos cerebrales!

Este sumergirse en el cerebro se experimenta, y está relacionado con algo que debe ser bien preparado, pero que puede hacerse si uno ha pasado por los ejercicios descritos en el libro «Cómo Alcanzar el Conocimiento de los Mundos Superiores». Al sumergir el cerebro en el pensamiento, uno sabe entonces que el cerebro ofrece resistencia, y que el proceso de pensamiento de la vida ordinaria es de hecho una destrucción del sistema nervioso central, verdaderos procesos destructivos, que son, sin embargo, neutralizados por el dormir. Todo pensamiento es básicamente un proceso de descomposición, y el dormir siempre equilibra este proceso de descomposición. Cuando se progresa en la práctica espiritual, sin embargo, se experimenta la inmersión en un proceso de disolución; y si no se han desarrollado los sentimientos adecuados en la preparación, esto se expresa en el miedo a sumergirse de nuevo en el organismo. El ser humano se encuentra ahora fuera del propio cuerpo terrenal. Uno se siente como sumergido en un abismo. Y por lo tanto, hay que hacer precisamente los ejercicios que dan serenidad, que dan calma ante lo que de otro modo, puede aparecer como angustia, como miedo. Así pues, se trata de un cierto tipo de estado de ánimo del alma, del estado del alma, que se expresa en lo que es el poder de cognición, en lo que son los métodos de investigación de los mundos superiores.

Hay que añadir algo más para que el verdadero conocimiento, la verdadera revelación de los mundos espirituales penetre en el alma humana. Otro poder debe ser aumentado a la más alta intensidad: la devoción, el amor por aquello a lo que nos enfrentamos. Necesitamos esta devoción en cierto grado en la vida ordinaria. Pero en el camino hacia los mundos espirituales esta devoción debe incrementarse hasta tal punto, que el ser humano aprenda a renunciar por completo, a suprimir toda reactividad, hasta lo más profundo de su organismo. La práctica aumentada gradualmente lleva a suprimir los movimientos arbitrarios que provienen del yo del hombre y a entregarse por completo, por así decirlo, a la corriente de la existencia que fluye de nosotros; pero no sólo esto, sino también hasta cierto punto a sentir lo que son movimientos involuntarios como algo externo. Durante estos ejercicios, el ser humano aprende a sentirse a sí mismo hasta los órganos vasculares. Entonces el hombre puede decir del mundo espiritual: Lo experimentas fuera de tu cuerpo; lo experimentarás como un mundo estructurado en el que aparecen seres, -igual que el mundo natural en el que aparecen seres naturales. Mediante la concentración, es decir, mediante el aumento de la atención, y mediante la meditación, es decir, mediante el aumento de la devoción, el hombre encuentra el camino hacia el mundo espiritual, del mismo modo que encuentra el camino hacia la naturaleza cuando la observa con los ojos externos y con el intelecto. Sin embargo, cuando el hombre, mediante un proceso de química espiritual, ha separado lo anímico-espiritual de lo físico, entonces también se capta a sí mismo en su infinitud; entonces se capta a sí mismo en la existencia que está más allá del nacimiento y de la muerte o, si se quiere, más allá de la concepción y de la muerte. Entonces se reconoce a sí mismo en este ser eterno de tal modo que capta aquella idea de desarrollo, de la que se hablará a menudo en estas conferencias, que corresponde en el campo de la vida espiritual humana a aquella idea de desarrollo a la que la ciencia natural debe tanto en su campo en los últimos tiempos: entonces el hombre capta la idea de las vidas terrenas repetidas, el hecho de que la vida humana completa consiste en vidas terrenas repetidas, entre las cuales hay vidas en mundos puramente espirituales. La idea de la reencarnación distingue la vida en el cuerpo entre el nacimiento y la muerte y la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento en una existencia puramente espiritual.

Todas estas cosas, hay que subrayarlo una vez más, son comprensiblemente consideradas como ensueños y fantasmas por aquellos que creen estar atrapados en hábitos científicos de pensamiento; y en nuestros días, la investigación sobre los sueños, la hipnosis, la sugestión, la autosugestión, etc., indica a menudo cómo pueden surgir todo tipo de cosas de las profundidades de la vida subconsciente del alma que pueden evocar una conciencia engañosa en el ser humano: Está experimentando algo que tiene sentido fuera de su vida corporal. Todas estas cosas son objeciones teóricas; ya no las plantearán quienes penetren más profundamente en la ciencia espiritual. Pues en el curso de estas conferencias plantearemos muchas objeciones y mostraremos cómo la ciencia espiritual tiene que enfrentarse a ellas. Sólo un punto fundamental debe ser enfatizado hoy. 

Fácilmente se puede decir: Si el investigador espiritual ha experimentado su parte anímico-espiritual en su independencia y luego, como en una memoria extendida, piensa que está mirando hacia atrás a vidas terrenales anteriores o a su última vida terrenal, entonces esto no puede ser otra cosa que sus deseos remodelados, como su vida de deseos, que interviene en el subconsciente y que se trasluce hasta la conciencia diurna, mediante la cual forma ilusiones, alucinaciones, etcétera. Es comprensible que en tal caso la mente inculta hable de deseos autoformados, de ilusiones, alucinaciones y demás; pero no se sabe de qué se trata. Quien ha separado su vida anímico-espiritual de la vida física a través de la química espiritual, se da cuenta, cuando realmente experimenta esa mirada retrospectiva hacia una vida anterior en la tierra, que no se trata de un deseo transformado o de algo que pueda surgir de su subconsciente; pues puede utilizarse la palabra: Ocasionalmente lo que uno experimenta en lo espiritual es muy diferente de lo que uno puede soñar. En el campo que aquí se llama ciencia espiritual se practica una gran cantidad de maldad. En ningún campo está tan extendida la charlatanería como en el campo de la ciencia espiritual; y a algunos que han investigado lo que es la ciencia espiritual, que han absorbido algunas de sus enseñanzas y también han adquirido la convicción de que estas enseñanzas son verdaderas, se les llega a oír decir: Esta o aquella persona habría experimentado esto o aquello en una vida anterior, habría sido esto o aquello en una vida anterior. En este ámbito se pueden experimentar muchas tonterías. Es común ver que las afirmaciones hechas en este campo corresponden a ciertos deseos humanos, pues las cosas que las personas afirman haber experimentado en sus vidas pasadas a veces adoptan formas bastante extrañas. En la mayoría de los casos se trata de personalidades bastante famosas y destacadas, a las que se puede llegar a conocer no sólo a través de la investigación científica espiritual, ¡sino también a través de la historia! Pero para aquellos que realmente penetran en los mundos espirituales, las cosas son muy diferentes. 

Por eso el siguiente ejemplo: Alguien, después de haber aplicado los métodos científico-espirituales a su alma, echa una mirada a una vida terrena anterior, como es posible y hasta natural cuando los métodos científico-espirituales se han hecho efectivos en el alma hasta cierto grado; entonces aparece la imagen de experiencias anteriores en una vida terrena anterior. Pero al hacerlo uno se dará cuenta de que estas experiencias son tales que en el momento presente, cuando uno las ve en la revisión ampliada de la memoria, no sabe hacer nada real con ellas; aparte del hecho de que enriquecen su conocimiento, no podrá hacer nada con ellas en la vida ordinaria. Uno se da cuenta de que en una vida anterior tuvo ciertas habilidades, ciertos conocimientos, etcétera. Ahora se le muestra en la imagen. Pero en la vida presente uno es demasiado viejo para volver a adquirir estas habilidades y conocimientos. Por regla general, lo que uno no puede soñar, lo que ninguna fantasía puede concebir, se materializa; la vida real suele ser muy diferente de la imagen fantástica que uno puede haberse formado de una vida anterior en la Tierra. O uno se da cuenta: en la vida pasada tuviste una relación con tal o cual personalidad. Pero si a la edad en que se descubre esto, se quieren sacar las consecuencias para la vida actual, las circunstancias de la vida no lo permiten, y entonces se remite a lo que se llama la ley espiritual de las causas. Se llega a saber, pero no puede aplicar el conocimiento a la vida presente. También hay que desarrollar una vida anímica devota y decirse a uno mismo: Lo que una vez se desarrolló como relaciones con la gente se materializará; pero hay que esperar hasta que las conexiones espirituales traigan las causas de vidas terrenales anteriores a efectos en el presente. Lo que uno quisiera soñar en el reino espiritual no ocurre cuando el conocimiento es real.

Cuando se considera esa existencia que transcurre entre la muerte y un nuevo nacimiento, en la que uno se encuentra en una vida espiritual, entonces todo pensar en términos y demás no es de ninguna ayuda para formarse una idea de cómo se vivía en ese momento. Lo primero que se tiene que mirar como la forma subsiguiente de las propias tareas vitales, los propios intereses, en qué tipo de ambiente se ha crecido de acuerdo con el mundo material exterior, lo que se ha desarrollado como deseos, anhelos, afectos, qué tipo de carácter ha tomado el mundo de la imaginación, eso suele ser completamente opuesto a lo que se experimentaba en el mundo espiritual antes de descender a la encarnación actual. Lo que deseaba allí no se corresponde con sus deseos en la vida terrenal. Tomemos un ejemplo aproximado: En la vida terrenal uno puede muy fácilmente hacerse dolorosamente famoso por algún golpe del destino. Entonces uno puede, -en mi último escrito «El Umbral del Mundo Espiritual» llamé la atención sobre cómo mienten las cosas, y cómo las objeciones que pueden hacerse muy fácilmente desde el lado materialista no son en absoluto decisivas-, si uno siente algo como doloroso, y si este algo sentido como doloroso no corresponde a ningún deseo, ni siquiera en el subconsciente, entonces uno puede creer muy fácilmente que en el mundo espiritual, donde uno estaba antes, toda nuestra vida de deseos, nuestra posición hacia el mundo espiritual era similar a nuestra posición hacia la vida ahora. Pero no es así. El sentimiento en el mundo espiritual antes de nuestra encarnación es radicalmente diferente.

Por lo tanto, uno tiene que imaginarse que uno mismo ha provocado todo para experimentar este dolor que ahora le ha golpeado. Eso que ciertamente no deseas, de hecho, lo que debes admitir que deseas lo menos posible en la vida terrenal, justo ahora comprendes que tú mismo lo deseabas y anhelabas antes de tu vida terrenal, porque a través de experimentar y trabajar tú mismo para salir de este dolor puedes llegar a la perfección de tu vida anímica. Pues la cuestión del destino se convierte en una cuestión de perfección a través de la comprensión científico-espiritual, como veremos.

Cuando presentamos de este modo la vida espiritual ante el alma, ésta aparece ciertamente a la vida interior acrecentada como un entorno espiritual, del mismo modo que el entorno natural aparece a los sentidos y al intelecto. Y el investigador espiritual tiene mucho que superar para poder elevar al rango de ciencia lo que es capaz de observar. Pues después de todo el camino que he descrito, pueden imaginarse que las experiencias que debe tener el investigador espiritual, que le revelan el mundo espiritual, deben haberse adquirido antes. Experiencias que se adquieren de tal manera que primero aparecen tan débiles que los recuerdos más débiles y casi completamente desvanecidos de la vida ordinaria a veces tienen que llamarse fuertes en comparación con estas manifestaciones del mundo espiritual, y que éstas, como recuerdos desvanecidos, -pero ahora recuerdos del mundo espiritual-, tienen que potenciarse y fortalecerse. Este fortalecimiento sólo se produce poco a poco en el continuo vivir y practicar de uno mismo en las condiciones espirituales. Este fortalecimiento, esta potenciación de la vida anímica es la condición básica para la investigación espiritual. Pero entonces hay que añadir algo más.

En el transcurso de estas conferencias veremos cómo es infundado, pero comprensiblemente puede suceder fácilmente, que el pensador materialista diga: Lo que así se logra mediante la concentración, mediante la devoción de la vida anímica, mediante la meditación, no difiere en nada de las ilusiones y alucinaciones de una vida anímica mórbida. Uno puede decir, si uno mira las cosas externamente, que lo que el investigador espiritual experimenta no es diferente. Incluso se puede decir que cuando el investigador espiritual describe estas cosas, es realmente como cuando un soñador describe sus sueños. En los sueños que el soñador describe, se expresa algo que también se experimenta en el mundo exterior: En ellos se expresan reminiscencias del mundo exterior. Y, por consiguiente, se puede decir en cierto sentido: Lo que el investigador espiritual separa de lo físico como su alma espiritual y presenta como la esencia de un mundo de imágenes de su alma, es decir, cuando lo describe, sin embargo es tal que las cualidades de las imágenes están tomadas de las cualidades de los seres del mundo exterior. Cualquiera que mire lo que está escrito en mi «Ciencia Oculta en Bosquejo» podrá decirlo, si realmente lo desea: Lo que allí se describe de cosas que sólo pueden lograrse en los mundos suprasensibles para una ciencia espiritual, son cosas que también pueden experimentarse en el mundo exterior, aunque no en forma tan resumida. Se puede decir en cierto modo, aunque las objeciones que se plantean hoy en día desde algunos sectores contra lo que dice la ciencia espiritual son un tanto ingenuas. Cuando alguien dice, por ejemplo, que lo que está escrito en un libro como «Ciencia Oculta» está fantásticamente compilado como por una especie de experiencia interior condensada, y que tal representación es en realidad fantasía y no realidad, uno se da cuenta muy pronto de quién es el autor de tal lógica.  Porque si lo analizamos más detenidamente, nos daremos cuenta de que es la misma lógica que cuando un niño que sólo ha visto un león de madera dice ahora cuando ve un león de verdad: Eso no es un león de verdad, porque el de verdad es de madera. Esto es lo que hacen a menudo los que se oponen a la ciencia espiritual. Como no conocen bien las cosas, acusan al científico espiritual de que no son como las cosas que conocen de la vida ordinaria. Pero se puede objetar que las descripciones del científico espiritual son reminiscencias de la vida ordinaria. Pero esta objeción vale tanto como la objeción de ese niño, por ejemplo, o como la objeción de un hombre que no sabe leer, y que dice: ¡Lo que veo ante mí son todo tipo de formas; veo algo que tiene una línea desde abajo a la izquierda hasta arriba a la derecha, luego una línea desde arriba a la izquierda hasta abajo a la derecha, y luego una línea horizontal!, mientras que alguien que sabe leer lo percibe como una A.

Lo que hay que dejar de lado de la observación del mundo espiritual para pasar al mundo de los sentidos no es lo que se alcanza y se ve tan directamente, sino que se aprende a leer por lo que se ve. Pues lo que se ve hay que leerlo primero de la manera correcta. Pero uno aprende esta lectura al mismo tiempo mediante la práctica, a través de la cual uno encuentra su camino hacia el mundo espiritual. Y si alguien ve en las descripciones de la ciencia espiritual sólo reminiscencias del mundo ordinario y dice: «Cuando se habla de vidas terrenales anteriores de esta manera, se trata sólo de conceptos que también se encuentran en otras partes de la vida, sólo que no agrupados de esta manera, -entonces tal persona es como quién mira una carta y le dice a otra: “¿Quieres aprender algo nuevo de ella?”. Pero si ya sé todo lo que dice, porque sólo contiene todas las letras que ya conozco, ¡nada nuevo! Es exactamente lo que ocurre cuando alguien dice: ¡Lo que describe el investigador espiritual son sólo reminiscencias del mundo sensorial! Pero eso es lo que importa en estas descripciones, lo que hay detrás de ellas como esencia, lo que allí se revela.

Por consiguiente, la ciencia espiritual es aquello que aparece al investigador espiritual como resultado de las experiencias que tiene. Y esto es lo difícil, lo que aún hoy se comprende tan mal, lo que parece corresponderse tan poco con los objetivos de vida que se fijan hoy, que el investigador espiritual debe estar siempre presente en lo que se convierte en experiencia, en observación para él, debe estar siempre presente en todo, que no expone su cuerpo sino su alma en público cuando habla de las condiciones del mundo espiritual, cuando representa la verdadera ciencia espiritual. Mientras que el mundo ordinario separa al hombre si quiere reconocer algo de lo «objetivo», el investigador científico-espiritual debe sumergirse en aquello a lo que se refiere su ciencia, debe hacerse uno con ello. Hoy en día, sin embargo, esto se considera una mera experiencia «subjetiva». No se comprende que los métodos indicados independizan la vida anímica espiritual de todo lo que experimentamos subjetivamente. Pues por mucho que lo experimentemos, y por mucho que se le llame «misticismo»: lo que experimentamos subjetivamente se experimenta en el cuerpo; lo que experimenta el investigador espiritual se experimenta fuera del cuerpo, pero puede ser visto en el cuerpo por la sencilla razón de que actúa en el cuerpo, a través del intelecto ordinario. Pues ni siquiera se justifica la objeción de que el que quiera tener conocimiento de los mundos espirituales deba ser él mismo un investigador espiritual. No, para conocer, encontrar e investigar hechos y seres espirituales, hay que ser investigador espiritual, pero no para asimilar y comprender mensajes científicos espirituales. Para ello basta con que uno sepa absorberlos con sentido común y sensatez, del mismo modo que uno absorbe lo que los químicos o los físicos encuentran a través de sus métodos.

Si se considera la investigación espiritual de este modo, entonces aparecerá como aquello en lo que la ciencia natural debe, por así decirlo, internarse, hacia lo que la ciencia natural debe elevarse. Del mismo modo que la ciencia natural ha mostrado a la humanidad objetivos materiales, del mismo modo que no sólo ha remodelado radicalmente la vida material en muchos ámbitos, la ciencia espiritual fecundará lo que debe ser la experiencia anímico-espiritual de la humanidad y la remodelará de un modo adecuado a los objetivos del desarrollo presente y futuro de la humanidad. De estos objetivos del desarrollo humano, tal como ya se revelan aquí, aunque no sean claramente reconocibles, -se revelarán claramente reconocibles para la ciencia espiritual-, puede decirse lo que ha dicho un hombre que desempeña un gran papel en el presente, a saber, lo que dijo Wilson, el Presidente de los Estados Unidos de América, con respecto a algo más extraordinario, pero que se aplica de forma bastante general a los objetivos de la ciencia espiritual. Wilson, en el libro recientemente publicado por él, habla de las reformas que ha experimentado, -escojo este ejemplo particular para no ofender ni causar ofensa a nadie que no deba ofenderse; pues la ciencia espiritual no debe contribuir a la controversia, sino a la paz de la humanidad-, dice que la vida material externa se ha transformado por completo, que relaciones completamente diferentes han ocupado el lugar de la antigua relación patriarcal entre patrón y empleado. Las asociaciones de asalariados se enfrentan a los empresarios de tal manera que las antiguas relaciones entre los factores de la vida se han transformado por completo. Esta es una consecuencia de la vida moderna; es sobre todo, para quienes entienden el asunto correctamente, una consecuencia de la naturalización de la humanidad contemporánea. Pero ahora Wilson dice que lo que tenemos como formas de convivencia legítima todavía corresponde en muchos casos a lo que prevalecía en épocas anteriores, lo que se consideraba correcto cuando el trabajador individual estaba en una relación patriarcal con su patrón. Y Wilson exige ahora que se cree una armonía entre la convivencia lícita de la gente de hoy y lo que la cultura ha creado. Esta es la culminación de gran parte de la literatura extraordinariamente interesante del presidente estadounidense. Lo que él dice para condiciones más externas puede decirse con referencia al más interno de los objetivos del presente, para toda la experiencia humana espiritual de hoy. Cuando se consideran estas cosas en relación con los objetivos espirituales del presente, se recuerda a pensadores que pertenecieron a periodos muy diferentes del desarrollo humano: Arquímedes, el fundador de la mecánica, y Platón, el gran filósofo griego. Ellos opinaban, y así lo expresaron, que la aplicación de la ciencia a la tecnología de la vida era en realidad perjudicial para el espíritu humano, debilitándolo. Es comprensible que mentes destacadas de otras épocas hayan sostenido esta opinión; pero el curso del mundo no se rige por tales opiniones ni tampoco por lo que hoy se cree menos, sino por lo que la gente creía cuando se iba a construir el primer ferrocarril en Alemania. En aquella época, un colegio muy erudito, el Colegio de Médicos de Baviera, debía emitir un dictamen pericial sobre la conveniencia o no de construir ferrocarriles. Y dicho colegio emitió su dictamen: No deberían construirse ferrocarriles, porque si se construyeran, las personas que viajaran en ellos sufrirían grandes daños en sus sistemas nerviosos; pero si se diera el caso de que la gente viajara en ferrocarriles, al menos deberían erigirse altos muros de tablones a izquierda y derecha para que las personas que vivieran cerca no sufrieran daños por la vista y el sonido de los trenes que pasaban. Hoy en día, algunas personas podrían sonreír ante lo que dijo entonces un comité médico de expertos. Pero aunque sonrían, puede que incluso lo encuentren justificado. Porque no se puede tomar una posición ni a favor ni en contra y se puede decir: aunque el Colegio de Médicos de Baviera magnificó el asunto fantásticamente, para los que conocen la historia no sólo externamente sino internamente, se ha vuelto verdad lo que había supuesto, y se puede decir: este colegio tuvo una buena vista. Sin embargo, no es necesario tomar posición en contra. ¿Por qué no? Porque la historia, por su parte, se posiciona. Y no importa lo que cada uno pueda pensar al respecto: el curso del desarrollo mundial continúa, y el hombre debe adaptarse al curso del desarrollo. Esta es también la exigencia de Wilson: el curso del desarrollo ha traído ciertos procesos culturales, y el hombre debe adaptarse a ellos.

Extendiendo esto a las condiciones del alma, se puede decir: En lo que ha fluido hacia las almas desde el transcurso del tiempo, han surgido metas infinitamente más complejas que las de épocas pasadas. Para el mundo exterior se puede visualizar fácilmente este cambio; pero también para lo que el alma necesita para sus necesidades diarias inmediatas, la vida ha cambiado. Quien quiera creer que todavía hoy se puede hacer esto de la misma manera con las potencias del alma que en tiempos pasados guiaban justificadamente al hombre hacia los mundos espirituales, no tiene en cuenta lo que está ocurriendo en el curso del mundo: no tiene en cuenta que no sólo tenemos a nuestras espaldas cuatro siglos de ciencia natural, sino, lo que es más, cuatro siglos de educación científico-natural, y que hoy se ha hecho necesario llevar los resultados de la ciencia espiritual a los corazones y a las almas. Y aunque sea cierto en los detalles que el curso de la historia del mundo no siempre permite esto, hay que decir sin embargo: Si alguien se opone hoy a lo que quiere ser la ciencia espiritual, ya sea desde el punto de vista del credo religioso que él considera en peligro, o ya sea desde cualquier otro punto de vista, entonces podría ocurrir que se asemejara de un modo no muy lejano al Colegio Médico de Baviera, que quería levantar muros de tablas junto a las vías férreas para que las personas que vivían cerca no sufrieran daños: el curso del desarrollo pasaría por encima de él. Sin embargo, al hombre no le es dado permanecer al lado de los objetivos del desarrollo mundial de tal manera que los deje a su suerte, sino que le es dado el poder de contribuir a la configuración y construcción de las condiciones. Pero aquello que se acerca al alma humana como exigencias en la vida exterior y fuera de la vida exterior, que se muestra como metas exteriores, le exige al alma metas interiores. Y las metas interiores del alma son las metas de la ciencia espiritual, son las metas por las que se esfuerza el alma cuando sabe: La ciencia natural ha remodelado la visión exterior del mundo, el cuerpo a la cultura. Pero la cultura necesita un alma. Y esta alma debe ser la creación de la ciencia espiritual. Impregnar el cuerpo de la cultura con alma y espíritu, esa es la meta de la ciencia espiritual. Y si esta meta de la ciencia espiritual se entiende de esta manera, entonces será fácil ver que el investigador espiritual puede considerar tranquilamente todo lo que todavía hoy surge como contradicción, oposición y malentendido contra esta ciencia espiritual. Las condiciones de vida que nos presenta el curso evolutivo de la humanidad exigen un tipo de conocimiento del mundo espiritual en el que el alma se sienta fuerte, se sienta tan fuerte que extraiga fuerza para su ser no sólo de lo que le da el mundo de los sentidos, sino de lo que puede darle una comprensión del mundo espiritual. Cada vez más personas reconocerán esto: Para la vida moderna el alma necesita fuerzas que fluyan hacia ella no sólo del conocimiento de los sentidos, sino del conocimiento del ser espiritual, en el que el alma tiene su verdadero hogar. El alma se impregnará de estas poderosas fuerzas como de un elixir de vida, sentirá el sentido de su ser más allá del nacimiento y de la muerte, experimentará en sí misma esa cualidad anímica que se describe con la palabra «inmortalidad», y así, con el elixir de vida fluyendo a través de ella como la sangre de la vida, demostrará estar a la altura de las tareas que el presente y el futuro de la historia humana deben plantearle.

Sólo quería decir unas palabras sobre el presente y el futuro del alma humana. Todas las demás explicaciones se darán en las siguientes conferencias particulares. Sólo quería evocar en este prólogo de hoy un sentimiento de lo que el investigador espiritual lleva dentro de sí, un sentimiento que brota de una especie de comprensión del sentido de la vida presente y de sus necesidades. Hablar desde el punto de vista de la ciencia espiritual, como me gustaría hacer en estas conferencias, sólo puede hacerse bajo dos condiciones. Lo que el científico espiritual tiene que comunicar desde la verdadera investigación espiritual, aunque sea la consecuencia directa del desarrollo de la humanidad en los últimos siglos, se desvía de lo que hoy se suele creer y considerar correcto, de tal manera que la persona que reivindica esta ciencia espiritual debe ser o bien un charlatán, un orador sin sentido, una persona frívola en relación con esta vida espiritual - o bien que debe tener la posibilidad de saber en su interior que lo que tiene que decir es verdad. Entre estos dos extremos puede haber los más diversos matices; pero casi no hay estadios intermedios. Con esta conciencia de que uno puede ser considerado como uno u otro, uno habla como investigador espiritual de todos modos. Pero la investigación espiritual en sí, como hemos visto, es algo con lo que el hombre está tan relacionado que expone su alma públicamente en ella, si es un verdadero investigador espiritual; y puesto que una vez expone su alma a la opinión púbica de esta manera, también sabe soportar el uno o el otro tipo de opinión que se pueda tener sobre él. Y aquel que está dentro de esta ciencia espiritual sólo puede desarrollar la conciencia, el poder de hablar sobre esta investigación espiritual, porque por un lado sabe medir su poder de conocimiento y su poder de verdad a través de su ser junto con las verdades espirituales y fuera de esta conciencia del poder de verdad y conocimiento también sabe soportar los malentendidos o acusaciones conscientemente falsas, que se presentan contra la ciencia espiritual. Por otra parte, sin embargo, la ciencia espiritual conduce también a la vida espiritual inmediata, así como a la vida espiritual de la época, y enseña al investigador espiritual, aunque su inclinación, su simpatía puedan dirigirse hacia otros objetivos que la representación de esta ciencia espiritual, del mismo modo que esta representación de la ciencia espiritual es una necesidad en nuestra época. Aunque esta necesidad de conocimiento espiritual no sea a menudo expresada claramente por los propios contemporáneos, existe como una oscura necesidad de conocimiento del espíritu. Hoy, en el fondo de nuestras almas, reconocemos el grito por el conocimiento espiritual, aunque este grito a menudo no sea audible para el pensamiento consciente de nuestros semejantes; porque nuestro tiempo requiere el conocimiento del espíritu. Y toda otra ciencia, que por lo demás es apropiada para nuestro tiempo, apagaría este espíritu, extinguiría este espíritu de las almas, como también obra de otras corrientes de la vida espiritual, si la ciencia espiritual no lo enciende. La investigación espiritual sabe que el alma humana necesita el espíritu, y por eso espera que el cultivo de este espíritu sea uno de los objetivos del desarrollo humano en el futuro.

Hemos visto que el alma humana debe transformarse si quiere llegar al espíritu. De aquí se deduce que es más cómodo dejar el espíritu donde está y no ocuparse de él que emprender en el alma lo que conduce al espíritu. Pero también es más cómodo, dentro de lo que puede proporcionar un sano entendimiento humano y un sano sentido de la verdad, limitarse a reconocer las conexiones materiales de la naturaleza que desarrollar un intelecto más agudo y utilizarlo para comprender lo que dice la ciencia espiritual. Es más cómodo vivir sin el espíritu. Pero el espíritu tiene una característica, la característica de que si se quiere vivir sin él, conlleva tantos perjuicios como frutos y beneficios si se quiere vivir con él. Si se quiere vivir con él, revitaliza el alma, la impregna de vitalidad, la impregna de todas las aptitudes que necesitamos para vivir. Si uno quiere negarlo, entonces se retrae y amortigua y mata la vida del alma en la misma medida en que no quiere saber nada de él. Si se lo quiere negar, entonces quita poco a poco tanto valor para vivir, -y a cambio produce desesperación, desánimo y miedo a la vida-, como proporciona fruto de vida cuando uno se confiesa a él. Se puede negar el espíritu, pero no destruirlo. Si uno lo niega, entonces dentro de su alma se muestra como su contraimagen, -y se anhela a sí mismo en el alma humana. Esto es lo que siente el investigador espiritual que habla de la ciencia espiritual como meta del presente. Por eso él se apoya en ello, -lo que todavía hoy puede opinar en contra de esta ciencia espiritual-: Se instalará, porque la humanidad puede cerrar los ojos al espíritu, pero no puede impedir su modo de acción. Este modo de acción se convierte finalmente en la necesidad de mirar a este espíritu a los ojos. Esto es lo que quisiera expresar de la siguiente manera, resumiendo en pocas palabras los sentimientos que la conferencia de hoy pretendía desplegar.

El espíritu puede negarse; pues es más cómodo, mucho más cómodo, querer comprender el mundo y vivir en él sin el espíritu que con el espíritu. Pero las exigencias del espíritu no pueden resistirse con solo negarlas. Por tanto, lo que la ciencia espiritual quiera incorporar a la cultura como elixir de vida, será incorporado a esta cultura por su propio poder. Pues el alma humana niega a menudo al espíritu; ¡pero desde su naturaleza más íntima, desde sus objetivos más profundos siempre tendrá que desafiarlo!

Traducido por J.Luelmo ene 2020

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