RUDOLF STEINER
El puente entre la espiritualidad mundial y el ser humano físico.
El pensar como metamorfosis de lo que vivió en la vida anterior en la tierra en las extremidades como voluntad
Dornach, 5 de diciembre de 1920
De las explicaciones de ayer habrán llegado a la conclusión de que uno ve el mundo de manera unilateral si lo mira como lo hace Hegel de una manera especialmente destacada, si lo mira como si estuviera impregnado de lo que se puede llamar el pensar cósmico. El mundo se ve igual de unilateralmente si se piensa en la estructura básica de naturaleza volitiva. Esta es la idea de Schopenhauer de pensar el mundo en términos de naturaleza volitiva. Hemos visto que esta tendencia particular, diría yo, a ver el mundo, a verlo como un efecto del pensar, apunta también a la naturaleza humana occidental, que tiende más hacia el lado del pensar. Hemos podido mostrar cómo la filosofía del pensar de Hegel tiene una forma distinta en las cosmovisiones occidentales, y cómo en los sentimientos de Schopenhauer vive la inclinación que en realidad es peculiar de los pueblos de Oriente, lo que se muestra por el hecho de que Schopenhauer tiene una preferencia especial por el budismo, por las cosmovisiones orientales en general.
Ahora bien, en el fondo, semejante forma de ver las cosas sólo puede juzgarse cuando se la puede ver desde el punto de vista que da la ciencia espiritual. Sin embargo, desde este punto de vista, tal recapitulación del mundo desde el punto de vista del pensar o desde el punto de vista de la voluntad parece algo abstracto, y es sobre todo el período más reciente del desarrollo humano el que, como hemos subrayado a menudo, todavía tiende a tales abstracciones. La ciencia espiritual debe hacer que la humanidad vuelva hacia una comprensión concreta, hacia una comprensión del mundo conforme a la realidad. Pero es precisamente a tal comprensión realista del mundo a la que se le aparecerán las razones internas por las que tal unilateralidad se afianza. Lo que ven personas como Hegel y Schopenhauer, que al fin y al cabo son espíritus grandes, importantes e ingeniosos, está por supuesto ciertamente presente en el mundo; sólo hay que verlo de la manera correcta.
Cuando un hombre como Hegel contempla el mundo, en realidad está contemplando la continua extinción del mundo. Esas personas que tienen una inclinación especial hacia el hundimiento, la muerte, la paralización del mundo, se convierten en personas especialmente pensantes. Y al morir el mundo se vuelve bello. Los griegos, que interiormente estaban realmente llenos de naturaleza humana viva, exteriormente se regocijaban cuando la belleza brillaba en la muerte del mundo. Porque en la luz en la que el mundo muere, la belleza del mundo brilla. El mundo no se vuelve bello si no puede morir, y al morir brilla, el mundo. Así que en realidad es la belleza la que aparece del destello de luz del mundo que muere continuamente.
Así se ve el universo desde el punto de vista cualitativo. Los tiempos modernos, con Galileo y los demás, han comenzado a ver el mundo cuantitativamente, y hoy nos sentimos particularmente orgullosos de que, como ocurre en todas partes en nuestras ciencias donde es posible hacerlo, podamos comprender los fenómenos naturales a través de las matemáticas, es decir, a través de lo que está muerto. Hegel, sin embargo, para comprender el mundo utilizaba conceptos más sustantivos que los matemáticos; pero para él, lo particularmente atractivo era lo que había llegado a ser maduro, lo que había muerto primero. Podría decirse: Hegel se enfrentaba al mundo como quien se enfrenta a un árbol que acaba de estallar en flores. En el momento en que los frutos quieren desplegarse pero aún no lo han hecho, cuando las flores han alcanzado su plenitud, la fuerza de la luz actúa en el árbol, lo que actúa en el árbol es el pensamiento nacido de la luz. Así es como Hegel se posicionaba ante todos los fenómenos del mundo. Él contemplaba la flor más externa, la que se despliega completa y cabalmente en lo más concreto.
Schopenhauer se enfrentaba al mundo de otro modo. <Si queremos examinar el ímpetu de Schopenhauer, entonces debemos mirar a lo otro en el hombre, a aquello que comienza. Eso otro es el elemento de la voluntad que llevamos en nuestras extremidades. Sí, en realidad lo experimentamos del mismo modo, -lo he señalado a menudo-, que experimentamos el mundo en el dormir. El elemento voluntad lo experimentamos inconscientemente. ¿Podemos de algún modo mirar este elemento de la voluntad desde fuera del mismo modo que miramos el pensamiento desde fuera? Tomemos la voluntad, desplegándose de algún modo en una extremidad humana, y preguntémonos, si ahora viésemos la voluntad desde el otro lado, es decir, si viésemos la voluntad desde el punto de vista de la imaginación, de la inspiración, de la intuición: ¿Cuál es entonces el paralelismo al verla en comparación con el hecho de que vemos el pensamiento como luz? ¿Cómo vemos la voluntad cuando la miramos con el poder desarrollado de la visión, la clarividencia? Cuando miramos la voluntad con el poder desarrollado de la visión, de la clarividencia, entonces también se experimenta algo que vemos externamente. Cuando miramos el pensamiento con el poder de la clarividencia, se experimenta luz, se experimenta algo luminoso. Cuando miramos la voluntad con el poder de la clarividencia, esta se vuelve cada vez más espesa, y se convierte en materia. Si Schopenhauer hubiera sido clarividente, este ser de voluntad se habría presentado ante él como un autómata material, pues esto es lo exterior de la voluntad, lo material. Interiormente la sustancia es voluntad, al igual que la luz es interiormente pensamiento. Y externamente la voluntad es sustancia, así como el pensamiento es luz externamente. Por eso también pude señalar esto en reflexiones anteriores: Cuando el hombre se sumerge místicamente en su naturaleza volitiva, los que en realidad sólo tontean con el misticismo, pero en realidad se esfuerzan por el bienestar, por la experiencia del peor egoísmo, entonces tales introspeccionistas creen que encontrarían el espíritu. Pero si pudieran llegar lo suficientemente lejos con esta introspección, descubrirían la verdadera naturaleza material del ser interior del ser humano. Pues no es otra cosa que una inmersión en lo material. Cuando uno se sumerge en la naturaleza de la voluntad, se le revela la verdadera naturaleza de la sustancia. Los filósofos naturales de hoy sólo fantasean cuando dicen que la materia consiste en moléculas y átomos. La verdadera naturaleza de la materia se encuentra cuando uno se sumerge místicamente. Allí se halla el otro lado de la voluntad, y eso es la materia. Y en esta sustancia, es decir, en la voluntad, se revela básicamente aquello que está continuamente comenzando, un mundo germinal.
Ellos miran al mundo: están rodeados de luz. Un mundo prematuro muere en esa luz. Ellos pisan el duro material, -la fuerza del mundo los sostiene. En la luz, la belleza brilla mentalmente. En el resplandor de la belleza, el mundo prematuro muere. El mundo se levanta en su fuerza, en su poder, en su violencia, pero también en su oscuridad. En la oscuridad se alza el mundo futuro, en el elemento material-volitivo.
Cuando los físicos empiecen a hablar en serio, no se entregarán a las especulaciones que hoy hablan de átomos y moléculas, sino que dirán: El mundo exterior está formado por el pasado, y en su interior no hay moléculas ni átomos, sino el futuro. Y cuando un día digan: El pasado se nos aparece radiante en el presente, y el pasado envuelve al futuro por todas partes, entonces hablarán del mundo correctamente, pues en todas partes el presente no es mas que aquello que el pasado y el futuro realizan conjuntamente. El futuro no es más que lo que yace realmente en la fuerza de lo material. El pasado es lo que brilla en la belleza de la luz, por lo que la luz se utiliza para todo lo que se revela, pues naturalmente lo que aparece en tono, lo que aparece en calor, también se entiende aquí bajo el significado de luz.
Y por eso el hombre sólo puede comprenderse a sí mismo cuando se comprende como un núcleo futuro que está envuelto por lo que le llega del pasado, por el aura luminosa del pensamiento. Se puede decir: El hombre visto espiritualmente es pasado, donde él brilla en su aura de belleza, pero incorporado a esta aura del pasado está aquello que como oscuridad se mezcla con la luz que brilla desde el pasado y que arrastra hacia el futuro. La luz es lo que irradia del pasado, la oscuridad lo que apunta al futuro. La luz es de la naturaleza del pensamiento, la oscuridad es de la naturaleza de la voluntad. Hegel era proclive a la luz que se despliega en el proceso de crecimiento, en las flores más maduras. Schopenhauer, como observador del mundo, es como alguien que se encuentra ante un árbol y no disfruta realmente del esplendor de las flores, sino que tiene el impulso interior de esperar hasta que las semillas para el fruto broten de las flores por todas partes. Esto le hace feliz de que haya poder de crecimiento en su interior, esto le estimula, se le hace la boca agua cuando puede pensar en la flor del melocotón convirtiéndose en melocotones. Se vuelve hacia aquello que se apodera de él desde dentro, de naturaleza ligera como aquello que se despliega de la naturaleza ligera de la flor, se vuelve como aquello que puede fundirse materialmente en su lengua, como aquello que se desarrolla como fruto en el futuro. Esta es, en efecto, la naturaleza dual del mundo, y sólo se mira al mundo correctamente si se le mira en su naturaleza dual, pues entonces uno se da cuenta de que este mundo es concreto, mientras que de otro modo sólo se le mira en su abstracción. Cuando ustedes salen y miran los árboles en flor, en realidad están viviendo del pasado. Así que ustedes miran la naturaleza primaveral del mundo y pueden decirse a sí mismos: Lo que los dioses han trabajado en este mundo en tiempos pasados se revela en el esplendor floreciente de la primavera. Miran el mundo fructífero del otoño y pueden decirse: Aquí comienza una nueva obra de los dioses, pero aquello que es capaz de seguir desarrollándose, aquello que se desarrolla hacia el futuro, se desvanece.
Así que no se trata simplemente de adquirir una imagen del mundo mediante la especulación, sino de captar el mundo interiormente con la totalidad del ser humano. En la flor del ciruelo uno puede realmente, yo diría, captar el pasado, sentir el futuro en la ciruela. Aquello que brilla en los ojos de uno, está íntimamente relacionado con lo que uno ha llegado a ser a partir del pasado. Lo que se deshace en su lengua está íntimamente relacionado con aquello a partir de lo cual resurge, como el ave fénix de sus cenizas, hacia el futuro. Uno capta el mundo en la sensación. Y Goethe se esforzaba realmente por "captar el mundo en la sensación" en todo lo que quería ver y sentir en el mundo. Por ejemplo, miraba el mundo verde de las plantas. No tenía lo que hoy podemos tener como ciencia espiritual, pero al mirar el verdor del mundo vegetal, tenía en el verdor de la planta, que todavía no se había desplegado completamente en forma de flor, lo que se proyecta en el presente desde el pasado real de la planta; porque en la planta el pasado ya aparece en la flor; pero lo que todavía no es tan pasado es el verdor de la hoja.
Si se mira el verdor de la naturaleza, es en cierto sentido algo que todavía no ha muerto hasta ahora, algo que todavía no está tan apresado por el pasado (véase el dibujo verde). Pero lo que apunta al futuro es lo que sale de las tinieblas, de la oscuridad. Donde el verde se torna azulado, allí está lo que en la naturaleza demuestra ser el futuro (azul).
Por otra parte, allí donde nos dirigimos hacia el pasado, donde yace lo que madura, lo que hace florecer las cosas, allí está el calor (rojo), donde la luz no sólo ilumina, sino donde penetra interiormente con fuerza, donde ésta pasa al calor. Ahora habría que dibujar realmente el conjunto de tal manera que uno diga: uno tiene el verde, el mundo vegetal, -así lo sentiría Goethe, aunque todavía no lo haya traducido a ciencia espiritual o ciencia oculta- y luego la oscuridad, donde el verde se vuelve azulado. Pero aquello que brilla, aquello que está lleno de calor, eso conectaría a su vez con el lado superior. Pero ahí se está como ser humano, ahí se tiene interiormente como ser humano lo que se tiene exteriormente en el mundo vegetal verde, ahí se está interiormente como cuerpo etérico humano, como he dicho a menudo, de color flor de melocotón. Este es también el color que aparece aquí, cuando el azul se superpone al rojo. Pues uno mismo es de ese color. De modo que cuando miran hacia el mundo coloreado, en realidad pueden decir: Ustedes mismos están dentro de la flor de melocotón, frente al verde.
En el mundo vegetal esto se presenta entonces objetivamente. De un lado tienen lo azulado, oscuro, del otro lo claro, rojizo-amarillento. Pero puesto que están dentro de la flor del melocotonero, puesto que viven dentro de ella, no pueden percibirla al principio en la vida ordinaria, así como tampoco perciben el pensamiento como luz. Lo que uno experimenta, no lo percibe, por lo tanto uno deja fuera la flor de melocotón y mira sólo el rojo, que se expande por un lado, y el azul, que se expande por el otro lado; y así le aparece a uno tal espectro de arco iris. Pero esto no es mas que una ilusión. El verdadero espectro se obtendría si esta banda de colores se extendiera en círculo. De hecho, lo perciben recto porque como ser humano están dentro de la flor del melocotón, y por eso sólo ignoran el mundo coloreado del azul al rojo y del rojo al azul a través del verde. En el momento en que uno tuviera este aspecto, todo arco iris aparecería como un círculo, como un círculo curvo, en forma de rollo con sección circular.
En el mundo vegetal esto se presenta entonces objetivamente. De un lado tienen lo azulado, oscuro, del otro lo claro, rojizo-amarillento. Pero puesto que están dentro de la flor del melocotonero, puesto que viven dentro de ella, no pueden percibirla al principio en la vida ordinaria, así como tampoco perciben el pensamiento como luz. Lo que uno experimenta, no lo percibe, por lo tanto uno deja fuera la flor de melocotón y mira sólo el rojo, que se expande por un lado, y el azul, que se expande por el otro lado; y así le aparece a uno tal espectro de arco iris. Pero esto no es mas que una ilusión. El verdadero espectro se obtendría si esta banda de colores se extendiera en círculo. De hecho, lo perciben recto porque como ser humano están dentro de la flor del melocotón, y por eso sólo ignoran el mundo coloreado del azul al rojo y del rojo al azul a través del verde. En el momento en que uno tuviera este aspecto, todo arco iris aparecería como un círculo, como un círculo curvo, en forma de rollo con sección circular.
Esto último lo he mencionado sólo para llamar su atención sobre el hecho de que algo como la visión de la naturaleza de Goethe es al mismo tiempo una visión del espíritu, algo que corresponde plenamente a la visión espiritual. Cuando uno se acerca a Goethe, el científico natural, uno puede decir que él no tiene todavía una ciencia espiritual, pero él ha visto la ciencia natural de tal manera que está completamente en el espíritu de la ciencia espiritual. Sin embargo, lo que hoy debe ser esencial para nosotros es que el mundo, incluido el hombre, es una organización transversal de pensamiento-luz, luz-pensamiento con voluntad-materia, materia-voluntad, y que lo que concretamente se nos presenta está construido o impregnado de contenido de las formas más diversas a partir de pensamiento-luz, luz-pensamiento, voluntad-materia, materia-voluntad.
Así que se debe mirar el cosmos cualitativamente, no sólo cuantitativamente, entonces se podrán reconciliar con este cosmos. Pero en este cosmos también existe un continuo morir, un morir del pasado en la luz, un surgir del futuro en la oscuridad. Los antiguos persas, por su clarividencia instintiva, llamaban Ahura Mazdao a lo que sentían como la muerte del pasado en la luz, Ahriman a lo que sentían como el futuro en la oscuridad.
Y ahora tienen estas dos entidades del mundo, la luz y la oscuridad: en la luz el pensamiento vivo, el pasado que muere; en la oscuridad la voluntad emergente, el futuro que viene. Cuando vamos tan allá que ya no consideramos el pensamiento meramente en su abstracción, sino como luz, ya no consideramos la voluntad en su abstracción, sino como oscuridad, de hecho en su naturaleza material, en que llegamos a ser capaces de considerar el contenido de calor, por ejemplo, del espectro luminoso como coincidiendo con el pasado, el lado material, el lado químico del espectro con el futuro, pasamos de lo meramente abstracto a lo concreto. Ya no somos pensadores tan resecos y pedantes que se limitan a funcionar con la cabeza, sino que sabemos que aquello que piensa dentro de nuestra cabeza es en realidad lo mismo que inunda nuestro alrededor como luz. Y ya no somos personas tan prejuiciosas que se limitan a complacerse en la luz, sino que lo sabemos: En la luz está la muerte, un mundo que muere. También podemos sentir la tragedia del mundo en la luz. Así que salimos de lo abstracto, de lo intelectual y entramos en la inundación del mundo. Y en lo que es oscuridad vemos la parte naciente del futuro. Incluso encontramos en ello lo que incita a naturalezas tan apasionadas como la de Schopenhauer. En resumen, penetramos de lo abstracto a lo concreto. Surgen ante nosotros formaciones del mundo en lugar de meros pensamientos o impulsos abstractos de la voluntad.
Eso es lo que buscábamos hoy. La próxima vez buscaremos el origen del bien y del mal en lo que hoy se ha vuelto extrañamente concreto para nosotros: el pensamiento hacia la luz, la voluntad hacia la oscuridad. Así que desde el mundo interior penetramos en el cosmos y buscamos de nuevo en el cosmos, no meramente en un mundo abstracto o religiosamente abstracto, las razones del bien y del mal, sino que queremos ver cómo nos abrimos paso hasta una comprensión del bien y del mal, después de haber hecho el comienzo captando el pensamiento en su luz, sintiendo la voluntad en su devenir oscuro. Continuaremos con esto la próxima vez.
Traducción realizada por J.Luelmo feb.2024
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