GA062 Rudolf Steiner
LA MISIÓN DE RAFAEL A LA LUZ DE LA CIENCIA DEL ESPÍRITU
novena conferencia
Berlín, 30 de enero de 1913
Rafael, es una de esas figuras de la historia espiritual de la humanidad, que aparecen como una estrella, que simplemente están ahí, de modo que uno tiene la sensación de que surgen de repente de las profundidades indeterminadas de la evolución espiritual de la humanidad, y luego desaparecen de nuevo después de haber grabado su ser en esta historia espiritual de la humanidad, a través de poderosas creaciones. Sin embargo, si se observa más de cerca, se hace evidente para el ojo inquisitivo, que tal entidad humana, que primero se supuso que brillaría como una estrella y luego desaparecería de nuevo, encaja en el conjunto de la vida espiritual humana como un eslabón de un gran organismo. Uno tiene esta sensación especialmente con Rafael.
El importante observador del arte, Herman Grimm, de quien tuve el honor de hablar aquí la última vez, ha tratado de rastrear la influencia de Rafael, la fama de Rafael, a través de las épocas que sucedieron a la propia época de Rafael, hasta nuestros días. Fue capaz de demostrar que lo que Rafael creó, siguió teniendo un efecto vivo después de su muerte, que una corriente unificada de desarrollo espiritual continuó desde la vida de Rafael hasta después de su muerte y ha continuado hasta nuestros días. Si Herman Grimm mostró de ese modo, cómo a través de la obra de Rafael vive el desarrollo posterior de la humanidad, uno quisiera decir por otra parte, desde el punto de vista de la historia espiritual: los tiempos precedentes también pueden dar la impresión de esto o aquello, como si ya apuntaran en cierto sentido a Rafael, que sólo más tarde entró en el desarrollo mundial, del mismo modo que un eslabón une a todo un organismo.
Si nos remontamos muy atrás en la evolución de la humanidad, encontramos que incluso lo que llamamos en el mejor sentido de la palabra «contemplación clarividente de las cosas» era un don común de la humanidad en los tiempos primitivos, y que esta contemplación clarividente no se lograba mediante estados separados, sino que estaba ahí y era algo tan natural como la contemplación sensorial. Luego vino el Helenismo con su peculiar infortunio, del que se puede decir que con él comienza la interiorización de la vida espiritual, pero que lo que el espíritu experimenta interiormente sigue viéndose en todas partes en conexión con lo externo, que tiene lugar en el mundo sensorial. En el pensamiento griego, lo sensorial y lo anímico-espiritual están en equilibrio. Lo espiritual ya no se daba tan directamente como en la época pre-Helénica con la contemplación de los sentidos. Lo espiritual surgía en el alma griega, por así decirlo, como algo interiormente separado, pero como algo que se percibía cuando los sentidos se dirigían hacia el exterior. El hombre tomaba conciencia de lo espiritual no en las cosas, sino con las cosas. Así, en la época pre-Helénica, el alma del hombre estaba, por así decirlo, vertida en el cuerpo. En cierto modo se había liberado de la corporeidad en el pensamiento griego, pero lo espiritual anímico seguía manteniendo el equilibrio con lo corpóreo en todo el pensamiento griego. Por eso, lo que crearon los griegos aparece tan espiritualizado como lo que se presentaba ante sus ojos procedente de los sentidos. Luego llegaron los tiempos posteriores a los griegos, aquellos tiempos en los que el espíritu humano se interioriza, en los que ya no le era dado que pudiera recibir simultáneamente con la impresión sensorial aquello que vive y teje en las cosas como espiritual. Estos son los tiempos en los que el alma humana, si quería penetrar en lo espiritual tenía que replegarse sobre sí misma y tenía que experimentar sus poderes, su superación en una vida interior especial. La contemplación espiritual de las cosas y la contemplación sensorial de las cosas se convirtieron, por así decirlo, en dos mundos que el alma humana tenía que vivir.
¡Cuán vívidamente se nos aparece lo que acabo de decir si nos paramos a considerar un espíritu como el de Agustín, por ejemplo, que en la era post-cristiana apenas está tan alejado de la fundación del cristianismo como nosotros lo estamos de la Reforma, por ejemplo! ¡Qué característico nos parece el progreso implícito de la humanidad cuando comparamos lo que Agustín experimentó y representó en sus escritos con lo que nos ha transmitido el mundo griego! Lo que Agustín presenta en sus «Confesiones», lo que nos muestra como las luchas del alma interiorizada, lo que nos muestra como una escena que se presenta puramente desvinculada del mundo exterior en el alma interior, qué imposible nos parece esto en los espíritus de Grecia, donde vemos por todas partes cómo lo que está presente en el alma está vinculado a lo que ocurre en el mundo exterior.
Podemos decir que la historia del desarrollo de la humanidad resulta estar separada por una poderosa incisión. Y en esta historia del desarrollo, por un lado, está el helenismo, que nos muestra cómo la humanidad equilibra lo anímico-espiritual y lo físico-exterior. Por otra parte, la fundación del cristianismo, que en un principio pretendía experimentar todo lo que el alma humana podía experimentar interiormente, por así decirlo, en sus luchas interiores y en su superación, dirigir su mirada no al mundo sensorial para sentir los enigmas de la existencia, sino a lo que el espíritu podía vislumbrar cuando se entregaba puramente a las fuerzas anímico-espirituales. Qué infinitamente diferentes y qué separados por un profundo abismo están los bellos, los majestuosos y tan perfectamente bellos dioses griegos Zeus o Apolo, respecto a Cristo en la cruz, muriendo en la cruz, llevado por la profundidad interior y la grandeza interior, pero no por la belleza exterior. Este es ya el símbolo exterior de la profunda incisión que el cristianismo y el helenismo provocan en el desarrollo de la humanidad. Vemos esta incisión en los espíritus que siguen al período griego como una interiorización cada vez mayor del alma.
Rafael, como espíritu muy especial, se presenta como en un punto de inflexión en el desarrollo de la humanidad. Lo que tiene ante sí es de nuevo, podría decirse de una manera muy especial, el comienzo de la interiorización humana. Y lo que hay después de él representa un nuevo capítulo en esta interiorización humana. Aunque mucho de lo que tengo que decir en la reflexión de hoy pueda sonar a una especie de contemplación simbólica, no debe tomarse meramente en términos simbólicos, sino de tal manera que se intenta captar lo que, debido a la grandeza tan imponente de Rafael, sólo puede expresarse en conceptos humanos y triviales, llevándolo a los términos e ideas más amplios posibles.
Cuando intentamos echar un vistazo al alma de Rafael, observamos sobre todo cómo esta alma aparece en 1483 como un nacimiento primaveral para el alma, luego experimenta un desarrollo interior, se desarrolla magníficamente en deslumbrantes creaciones y muere como Rafael a la edad de treinta y siete años, es decir, todavía joven. Para sumergirse realmente en esta alma de Rafael, para poder seguir sus pasos, uno quisiera desviar la mirada por un tiempo completamente de lo demás que ha estado sucediendo en la historia del mundo y dirigir la mirada puramente a los aspectos interiores del alma de Rafael.
Herman Grimm señaló por primera vez ciertas regularidades del desarrollo interior del alma de Rafael, y uno quisiera decir: la ciencia espiritual no tiene por qué avergonzarse si hoy señala a la humanidad incrédula ciertas leyes cíclicas, leyes de un camino espiritual regular en todo desarrollo, también en el desarrollo humano individual, puesto que una mente tan importante como la del propio Herman Grimm, aun no reconociendo esta ciencia espiritual, ya fue conducida a tal desarrollo cíclico interior regular para el alma de Rafael. Herman Grimm señala que la obra que tanto nos deleita hoy en Milán, los «Desposorios de la Virgen», se erige como un fenómeno completamente nuevo en todo el desarrollo del arte y no puede combinarse directamente con nada anterior, de modo que podría decirse que el alma de Rafael dio a luz algo como de las profundidades indefinidas de un alma humana, algo que emerge de estas profundidades en el desarrollo general del espíritu como algo completamente nuevo.
Si así nos hacemos una idea de lo que había en el alma de Rafael desde su nacimiento, también podemos sentir con Herman Grimm, si ahora seguimos el alma de Rafael más allá, si vemos el progreso del desarrollo de Rafael, cómo entra en ciertas etapas en un curso regular de desarrollo, etapas de cuatro a cuatro años. El alma de Rafael progresa notablemente en ciclos de cuatro a cuatro años. Y cuando observamos tal ciclo de cuatro años, vemos a Rafael en un nivel superior para su alma. Cuatro años más o menos después de los «Desposorios de María» pintó el «Entierro», otros cuatro años más tarde los cuadros de la «Cámara de la Segnatura», y así por etapas de cuatro en cuatro años hasta esa obra, que quedó inacabada junto a su lecho de muerte, porque todo progresa tan armoniosamente en esta alma, que uno quisiera contemplarlo todo para sí mismo. Pero entonces uno tiene la impresión de que en la época de Rafael, semejante interioridad tuvo que desarrollarse también en relación con el arte de la pintura, y cómo aquello que urgía a plasmarse en figuras como sólo Rafael podía crear, nacía de lo más profundo de las experiencias espirituales, aunque aparezca en imágenes de sensualidad. ¿Y acaso no destaca del mismo modo que la propia historia?
Habiendo contemplado así durante un rato el interior del alma de Rafael, consideremos la época en la que se encontraba y lo que le rodeaba. Nos encontramos, sin embargo, con que mientras Rafael era todavía más o menos un niño y crecía en Urbino, se encontraba en un ambiente que tenía el efecto de despertar los importantes talentos que se estaban afirmando. Al fin y al cabo, en Urbino se había construido un palacio que causó conmoción en toda la Italia de la época. Esto fue algo que dio a los primeros edificios de Rafael algo así como un flujo armonioso con estos edificios. Pero luego lo vemos trasplantado a Perugia, luego a Florencia, luego a Roma. Básicamente, la vida de Rafael transcurrió en un estrecho círculo. ¡Qué cerca están los lugares para nosotros hoy cuando miramos toda su vida! Todo el mundo de Rafael estaba encerrado en este círculo, en lo que se refiere al mundo sensorial. Sólo se elevó a otras esferas en espíritu.
Pero ahora vemos cómo las batallas sangrientas estaban a la orden del día en Perugia, donde Rafael experimentó ese desarrollo juvenil en su alma. La ciudad estaba poblada por un pueblo apasionadamente agitado. Las familias nobles, que vivían en disputas y contiendas, luchaban entre sí. La una familia expulsó a la otra de la ciudad. Después de una breve expulsión, los otros intentaron apoderarse de nuevo de la ciudad, y no pocas veces las calles de Perugia quedaron cubiertas de sangre y sembradas de cadáveres. Un historiador describe una escena extraña, al igual que son bastante peculiares las descripciones que hacen los historiadores de la época. A través de un historiador, vemos a un noble de la ciudad que entra en ella como guerrero para vengar a sus parientes. El historiador lo describe recorriendo las calles a caballo, como el espíritu encarnado de la guerra misma, y destruyendo todo a su paso, pero de tal manera que el historiador evidentemente tenía la impresión de que este noble estaba tomando justa venganza. Y la imagen del guerrero forzando al enemigo bajo sus pies surge en la mente del historiador. En uno de los cuadros de Rafael, «San Jorge», podemos sentir literalmente esta imagen, que el cronista esboza, surgiendo de la representación, e inmediatamente tenemos la impresión de que no podía ser de otro modo que Rafael había dejado que esta escena le afectara, y que lo que debe parecernos tan terrible en el exterior surge entonces del alma de Rafael, interiorizado, y se ha convertido en el punto de partida de su representación de una de las imágenes más grandes y significativas del desarrollo de la humanidad.
Por eso Rafael vio a su alrededor una humanidad en lucha. Por tanto, tenía confusión sobre confusión, guerra sobre guerra a su alrededor en la ciudad donde pasó su aprendizaje con su primer maestro Pietro Perugino, y tenemos la impresión de que había dos mundos en la ciudad en aquella época: uno en el que ocurrían cosas crueles y terribles, y otro mundo que vivía interiorizado en el alma de Rafael y que básicamente tenía poco que ver con lo que ocurría sensorialmente a su alrededor.
Por otra parte, vemos a Rafael trasladado a Florencia en 1504. ¿Cómo era Florencia cuando Rafael entró en la ciudad? En primer lugar, sus habitantes tenían el porte y la impresión de gente cansada, que había pasado por convulsiones internas y externas y vivía con cierto hastío y cansancio. ¡Cuántas cosas habían pasado en Florencia! Batallas como en Perugia, persecuciones sangrientas de varias familias, pero también batallas con el mundo exterior; pero luego la experiencia incisiva de Savonarola, que había muerto mártir poco antes de que Rafael entrara en la ciudad. Ahí está ante nosotros, esta figura peculiar de Savonarola, despotricando con palabras ardientes contra los abusos de la época, es más, contra las crueldades de la Iglesia, contra la secularización, contra el paganismo de la Iglesia. Las palabras tempestuosas de Savonarola resuenan en nosotros cuando nos entregamos a la contemplación, de modo que el pueblo no sólo se colgaba de sus labios, sino que lo adoraba como si un espíritu superior se hubiera presentado ante ellos en este cuerpo ascético.
La palabra de Savonarola había transformado la ciudad de Florencia, como si una especie de reformador religioso hubiera impregnado inmediatamente las ideas religiosas y toda la ciudad, incluido el Estado. Como si se hubiera fundado una especie de teocracia, Florencia estaba bajo la influencia de Savonarola. Y después vemos cómo Savonarola cae ante aquellos poderes contra los que se había levantado moral y religiosamente. La conmovedora imagen de Savonarola siendo conducido al fuego de los mártires con sus compañeros, y cómo, desde la horca de la que iba a caer a la hoguera, -fue en mayo de 1498-, volvía los ojos hacia el pueblo que antes colgaba de sus labios, que ahora también le había abandonado y miraba como en apostasía a quien les había inspirado durante tanto tiempo. Eran pocos, incluidos los artistas, en los que aún resonaban las palabras de Savonarola. Hay un pintor de la época que, después de que Savonarola sufriera el martirio, vistió él mismo el hábito de monje para seguir trabajando en su orden con su espíritu.
Uno puede imaginarse la atmósfera de cansancio que se cernía sobre Florencia. En 1504, vemos a Rafael trasladado a esta atmósfera, trayendo consigo la brisa primaveral del espíritu a través de los medios de su obra, trayendo un fuego espiritual, por así decirlo, a esta ciudad, aunque de un tipo completamente diferente al que Savonarola podía darle. Cuando vemos así el alma de Rafael, muy al contrario del ambiente de esta ciudad, que se nos presenta en su aislamiento, cuando la vemos, unida a artistas y pintores, trabajando en un taller solitario en Florencia o en cualquier otro lugar, surge inmediatamente ante nosotros otra imagen que, podría decirse, nos muestra todavía de un modo históricamente vívido, que el alma de Rafael era algo interiormente separado incluso de las cosas externas con las que estaba en contacto directo. Allí aparecen las figuras de los papas romanos, Alejandro VI, Julio II, León Xi, todo el sistema papal contra el que Savonarola había dirigido sus palabras de ira, contra el que los Reformadores se habían vuelto. Sin embargo, vemos en este sistema papal al mismo tiempo al protector de Rafael, vemos el alma de Rafael al servicio del papado, vemos que su alma tenía verdaderamente poco en común con la que nos presenta su protector, el papa Julio II, por ejemplo, de quien la gente decía que parecía como alguien que tuviera un demonio en el cuerpo y quisiera siempre mostrar los dientes a sus enemigos.
Eran grandes figuras, estos papas, pero ciertamente no eran lo que Savonarola o sus colegas de ideas afines habrían llamado «cristianos». El papado se había convertido en un nuevo paganismo, pero no en el sentido antiguo. No había muchos signos de piedad cristiana en estos círculos, pero sí mucho esplendor, imperiosidad y ansia de poder, tanto entre los papas como entre quienes les rodeaban. Vemos en Rafael al siervo, por así decirlo, de este cristianismo que se había paganizado. ¿Pero cómo? Lo vemos de tal manera que de su alma surge algo a través de lo cual las ideas cristianas aparecen a menudo bajo una nueva forma. En las pinturas de la Madonna de Rafael y en otras obras, vemos lo más íntimo, lo más dulce del mundo legendario cristiano . ¡Qué contraste entre la interioridad conmovedora de la obra de Rafael y lo que ocurría a su alrededor cuando se convirtió en el sirviente externo de los papas en Roma! ¿Pero cómo fue posible todo esto? Ya vemos en el primer centro de enseñanza en Perugia, luego vemos en Florencia cuán disímil es el exterior de su interior, luego vemos esto en Roma en particular, donde creó sus pinturas dominadoras del mundo en medio de una economía inaudita de cardenales y sacerdotes, -para Savonarola, por ejemplo, que tampoco era como él-. Y sin embargo: Rafael y su entorno deben ser vistos de este modo si queremos hacernos una idea real de lo que vivía en su alma.
Dejemos que los cuadros de Rafael nos afecten. Esto no puede hacerse en detalle esta tarde, pero al menos puede destacarse uno de los cuadros más conocidos, para que podamos comprender en particular la muy peculiar conmovedora alma de Rafael. Se trata de la «Madonna Sixtina», tan cercana a nosotros, que se encuentra en Dresde y que casi todo el mundo conoce por las numerosísimas reproducciones que hay repartidas por todo el mundo. Cómo se nos aparece allí como una de las obras de arte más maravillosas, más nobles en el desarrollo de la humanidad, cómo se nos aparece la madre con el niño, flotando hacia nosotros en las alturas de las nubes que cubren el globo, flotando hacia nosotros desde lo indeterminado, podría decirse, el mundo espiritual y suprasensible, vestida y rodeada de nubes que se forman como por sí mismas en figuras semejantes a las humanas, una de las cuales, como condensada, es semejante al niño de la Madonna, al aparecer allí evoca en nosotros sentimientos muy especiales, de los que bien podemos decir que, si impregnasen nuestra alma, podríamos olvidar todas las ideas legendarias de las que ha surgido la imagen de la Madonna, y olvidar todas las tradiciones cristianas, lo que nos dicen de la Madonna.
He querido exponer esto no para caracterizar de forma árida, sino para caracterizar lo más ampliamente posible lo que podemos sentir hacia la Madonna. Quien mira el desarrollo de la humanidad en un sentido espiritual-científico, va más allá de todos los puntos de vista materialistas. Desde el punto de vista científico-natural, los seres vivos inferiores se desarrollaron primero y luego el desarrollo progresó hasta el hombre. Sin embargo, desde un punto de vista científico-espiritual, debemos ver en el hombre un ser que vive más allá de todo lo que está por debajo de él en los reinos de la naturaleza. Cuando el hombre se nos aparece, desde un punto de vista científico-espiritual, aparece en él algo que es mucho más antiguo que todos los seres que están más o menos cercanos a él en los diversos reinos de la naturaleza.
Para la ciencia espiritual, el hombre existía antes de que estuvieran presentes los seres de los reinos animal, vegetal e incluso mineral. En una perspectiva más amplia miramos hacia atrás en el desarrollo del tiempo, en el que lo que ahora es nuestro ser más íntimo ya estaba allí, pero sólo más tarde se incorporó a los reinos que ahora están por debajo del ser humano. Así vemos la esencia del hombre flotando desde un mundo sobrenatural, vemos que en verdad sólo podemos comprender esta esencia humana cuando nos elevamos de todo lo que la tierra puede crear y hacer surgir de sí misma a algo extraterrenal, a algo también preterrenal. Podemos saberlo a través de la ciencia espiritual: si permitimos que todas las fuerzas, todos los seres relacionados con la tierra misma, tengan un efecto sobre nosotros, no podemos obtener de todo ello una imagen de todo el ser humano esencial, sino que debemos levantar la mirada de todas las cosas terrenales hacia las regiones sobrenaturales y ver a este ser humano flotando hacia nosotros desde ellas. Si queremos hablar en parábola, debemos sentir cómo algo flota hacia lo terrenal cuando, por ejemplo, por la mañana, especialmente en una región como aquella en la que vivió Rafael, dirigimos nuestra mirada hacia un amanecer, hacia la dorada y brillante salida del sol, y allí podemos tener la sensación de cómo incluso en la existencia natural debe añadirse algo a lo terrenal en términos de fuerzas que trabajan en lo terrenal, fuerzas que debemos conectar siempre con el estar en el sol. Entonces el símbolo de lo que flota para revestirse de lo terrenal se eleva ante nuestra alma desde el esplendor dorado.
En Perugia en particular, uno puede tener la sensación de que el ojo puede ver el mismo amanecer que Rafael experimentó una vez, y que en el fenómeno natural del sol naciente se puede obtener un sentido de lo que es sobrenatural en el hombre. Desde las nubes que brillan con el oro del sol, la imagen de la Virgen con el Niño puede aparecérsete, -o al menos puedes tener la sensación de que se te aparece-, como un símbolo de lo eternamente sobrenatural en el hombre, que se acerca a la tierra precisamente desde lo extraterrenal y que aún tiene debajo, separado por las nubes, todo lo que sólo puede surgir de lo terrenal. Nuestra sensibilidad puede sentirse elevada a las más altas cotas espirituales si podemos dedicarnos, no teóricamente, no en abstracto, sino con toda nuestra alma, a lo que la Madonna de Rafael tiene sobre nosotros y penetrar con ello en nosotros mismos. Es un sentimiento natural el que podemos tener ante el mundialmente famoso cuadro de Dresde. Y de que ha tenido tal efecto en algunas personas, quiero dar testimonio compartiendo las palabras que el amigo de Goethe, Karl August, entonces todavía duque de Weimar, escribió sobre la Madonna Sixtina tras una visita a Dresde:
“En lo que respecta al cuadro de Rafael que adorna la colección, me sentí como si hubiera estado vagando todo el día por las alturas del Gotardo, a través de la grieta de Urner y desde allí hubiera mirado hacia abajo, al valle verde y florido. Al mirar el cuadro y al volverlo a mirar, siempre me pareció una revelación del alma. Incluso los Correggios más hermosos eran solo imágenes de lo humano; el recuerdo de ellos era tangible como formas hermosas. Rafael, sin embargo, permaneció conmigo como un aliento, como una de esas revelaciones enviadas a uno en forma de mujer por los dioses para traernos felicidad o tristeza, como una figura que surge ante uno una y otra vez en la vida de vigilia o de sueño, cuya mirada, una vez experimentada, está con uno para siempre, día y noche, conmoviendo el ser más íntimo.” (Karl August a su amigo Knebel, 14 de octubre de 1763)
Y curiosamente, si se sigue la literatura de quienes, a partir de sus propios sentimientos, son capaces de expresar algo profundo cuando miran la Madonna Sixtina, pero también otros cuadros de Rafael, una y otra vez, cuando se quiere describir lo que se siente, se encuentran comparaciones con la luz, con el sol, con lo iluminador y con lo primaveral.
Allí podemos echar un vistazo al alma de Rafael, cómo mantiene su diálogo con los secretos eternos de convertirse en humano fuera de las condiciones descritas de su entorno. Aquí sentimos cuán única es esta alma de Rafael, que no crece a partir de su entorno, sino que apunta a un inmenso pasado humano. Entonces no hay necesidad de especular. Tal alma, que mira al mundo y no expresa el misterio de la existencia en ideas, sino que lo siente y lo moldea en tal imagen, tal alma se presenta entonces como algo bastante evidente por sí misma a través de tal perfección interior como un alma madurísima, que verdaderamente lleva en sus disposiciones algo de las fuerzas de la humanidad, un alma que debe haber pasado por otras épocas del desarrollo humano y especialmente por algunas de estas épocas, que han vertido grandes y poderosas cosas en esta alma, para que pueda surgir de nuevo en lo que llamamos la vida de Rafael. ¿Pero cómo emerge?
Aquello que vive en las leyendas cristianas, en las tradiciones cristianas, lo vemos emerger en los cuadros de Rafael en mitad de una época en la que el cristianismo se había vuelto pagano y vivía enteramente entregado a la forma externa y al esplendor externo, del mismo modo que el paganismo griego se representaba en sus dioses y era sobre todo adorado por los griegos embriagados de belleza. Vemos a Rafael moldeando estas figuras de las tradiciones cristianas en una época en la que se volvió a desenterrar lo que había estado enterrado durante siglos bajo escombros y ruinas en suelo romano. Vemos que el propio Rafael estaba entre los que excavaban. La Roma a la que Rafael fue transportado en esta época nos parece extraña.
¿De qué vino precedido este tiempo? En primer lugar vemos los siglos en que surgió Roma, la vemos surgir construida enteramente sobre el egoísmo de individuos que tenían en mente ante todo establecer una comunidad humana, una comunidad en el mundo físico exterior, sobre la base de lo que debía significar el hombre como ciudadano de un estado. Después, cuando Roma alcanzó cierto desarrollo, cuando surgió la época imperial, vemos cómo es absorbido el helenismo, en el sentido de que éste fluye hacia la vida espiritual romana, y experimentamos cómo Roma supera a Grecia políticamente, mientras que Grecia supera a Roma espiritualmente. Por tanto Grecia sigue viva en Roma. Lo vemos en el arte griego, en la medida en que fue absorbido por Roma, sobreviviendo en la esencia romana, vemos a Roma completamente impregnada de esencia griega.
¿Pero por qué este carácter griego no siguió siendo un rasgo característico del desarrollo de Italia en los siglos siguientes? ¿Por qué surgió algo tan completamente distinto? Porque poco después de que se vertieran estos rasgos griegos en el mundo romano, llegó algo que imprimió una firma más fuerte a lo que se desarrolló en el suelo de Italia como vida espiritual: El cristianismo, la interiorización del cristianismo, aquello que no vino expresarse ante la humanidad como lo hacía la sensualidad externa de las ciudades griegas, de las esculturas griegas o de la filosofía griega, sino aquello que vino expresarse ante el interior del alma humana, aquello que entró en esta alma sin forma, aquello que sólo se apoderó de esta alma humana en luchas internas. Por eso vemos aparecer figuras como Agustín, figuras completamente interiores.
Pero entonces vemos, porque todo en el desarrollo es cíclico y pasa por ciclos, que después de la interiorización, estas personas que han pasado por esta interiorización y han vivido en sus almas durante mucho tiempo, por así decirlo, sin ninguna conexión con la bella exterioridad, desarrollan un anhelo de belleza. Vuelven a ver lo interior en lo exterior. Por tanto, es significativo cuando vemos la vida interiorizada de Francisco de Asís aparecer ante nuestros ojos a través de Giotto en Asís, cuando vemos las experiencias interiores que el cristianismo puede tener un efecto en el alma humana en las pinturas de Giotto. Y aunque todavía, -permítasenos la expresión-, sintamos en los cuadros de Giotto el interior del alma humana hablando algo torpe e imperfectamente, vemos entonces un ascenso rectilíneo hasta ese punto en el que lo más interior, lo más honorable y noble en forma externa se nos presenta en Rafael y sus contemporáneos. Allí nos encontramos de nuevo con una peculiaridad de esta alma de Rafael.
Si intentamos identificarnos con lo que debió sentir el propio Rafael, debemos decirnos a nosotros mismos: Sí, cuando vemos obras de arte como por ejemplo la «Madonna della Sedia», nos damos cuenta de que la Virgen con el Niño, y frente a ella el niño Juan, se yerguen ante nosotros de tal manera que, cuando los miramos, podríamos olvidar todo el resto del mundo, y sobre todo podríamos olvidar que este niño, que es sostenido por la Virgen, podría un día estar relacionado con aquellas experiencias que conocemos como las experiencias en el Gólgota. Ante el cuadro de Rafael, nos olvidamos de todo lo que implicaba a efectos de la «vida de Cristo-Jesús». Nos quedamos completamente absortos en el momento aquí plasmado. Vemos simplemente a una madre con un niño, del cual Herman Grimm decía que es el misterio más noble que podemos encontrar en el mundo exterior. Observamos con calma justo este preciso momento, como si nada pudiera sucederle ni antes ni después. Estamos completamente absortos en la relación de la Virgen con su hijo, separándola para nosotros de todo aquello a lo que, de no ser así, se vería enfrentada. Y de esta manera, completa en sí misma, plasmando siempre lo eterno en un instante, es como aparecen esencialmente las creaciones de Rafael.
Ciertamente, ¿Cómo debe sentir un alma que crea así? No puede sentir del mismo modo que el alma de Savonarola, que, embargada por el fervor interior, siente dentro de sí toda la tragedia de Cristo, cuando desde el púlpito pronuncia sus palabras airadamente, o cuando pronuncia sus palabras religiosamente edificantes, piadosas, a los oyentes de la devoción cristiana. No podemos imaginar que el alma de Rafael tuviera el vigor del espíritu de Savonarola u otro semejante, no podemos imaginar que en el alma de Rafael hubiera reinado el llamado fuego cristiano. Pero aun así no debemos imaginar, si podemos permitir hasta cierto punto que la esencia de un alma humana nos afecte, que en tal interioridad, en tal perfección interior, lo que son las ideas cristianas puedan presentarse ante nosotros pictóricamente a través de Rafael, si esta alma hubiera sido tan completamente ajena al ardor cristiano como es ajena a este ardor cristiano cuando crea tales imágenes de forma totalmente objetiva.
Cuando se está imbuido del ardor de Savonarola, por ejemplo, cuando se lleva en el alma todo el ánimo trágico de Cristo y se siente inspirado por él, no se pueden crear las figuras de forma objetiva y rotunda. Una calma completamente diferente y un sentimiento completamente distinto deben haber fluido en el alma en el sentimiento cristiano. Sin embargo, lo que expresaban los cuadros de Rafael no podría salir del alma si en ella no hubiera vivido lo que es el nervio más profundo de la interioridad cristiana. ¿No es acaso algo casi natural que nos digamos a nosotros mismos: Ciertamente, tenemos ante nosotros un alma que ya ha traído a la existencia física en la que entró como el pintor Rafael, aquel ardor que oímos obrar en nosotros en Savonarola. Cuando los vemos, trayendo este fuego a la existencia desde vidas terrenales anteriores a través del nacimiento, entonces nos damos cuenta de cómo puede ser tan sereno, tan interiormente perfecto que este fuego no se enfrenta a nosotros como algo que consume y perturba nuestro entusiasmo, por así decirlo, sino que puede aparecer como la serenidad de lo pictóricamente creativo. Aquí se podría decir: en las composiciones de Rafael ya se percibe algo que parece vivir en ellas, como si en una vida anterior hubiera podido hablar con el mismo ardor con que Savonarola hablaba posteriormente. Y uno no tiene por qué sorprenderse de encontrar en el alma de Rafael un alma resucitada de una época en la que el cristianismo no se percibía como pictórico, ni como situado en el arte, sino como situado directamente en su fundamento, cuando tenía en su punto de partida el gran impulso a través del cual trabajó luego a lo largo de los siglos.
Tal vez no sea demasiado atrevido intentar comprender un alma como la de Rafael de la manera que se acaba de expresar. Pues cualquiera que haya aprendido a venerar esta alma en sus profundidades, a mirarla en sus profundidades de tal manera que parezca insondablemente profunda, no puede dejar de comprender y entender a través de una percepción tan amplia lo que nos habla allí donde Rafael ha vertido su alma en sus maravillosas obras.
En consecuencia, la misión de Rafael sólo nos aparece realmente bajo la luz adecuada cuando buscamos una expresión de Goethe en una «vida fallecida», el fuego cristiano, que luego se nos aparece en una vida posterior como la serenidad en su existencia como Rafael. Entonces comprendemos también cómo tuvo esta alma que situarse en el mundo tan aisladamente, y comprendemos también cómo el alma que acabamos de intentar describir, que tal vez, sólo en un grado elevado, tuvo algo de «Savonarola» en una existencia anterior, pudo percibir como algo nuevo lo que ahora había reaparecido en el desarrollo espiritual de Italia en la época de Rafael.
Ya he descrito cómo en la época del ascenso del Imperio la influencia de la cultura griega se introdujo en el desarrollo romano y cómo se produjo una profundización interior del alma. Más tarde, en la época de Rafael, en el Renacimiento, vemos, por un lado, el resurgimiento de esta antigua cultura griega, que había estado sepultada durante mucho tiempo bajo ruinas y escombros. Vemos en Roma, con los restos de esta cultura griega, el resurgimiento del espíritu griego que antaño adornaba y embellecía la ciudad; los ojos del pueblo romano se vuelven de nuevo hacia las formas que había creado este espíritu griego. Pero, por otro lado, vemos cómo el espíritu de Platón, de Aristóteles, de los trágicos griegos, penetra en la vida romana de la época. ¡Una vez más, la victoria de la cultura griega sobre el mundo romano! La cultura griega que surgía de entre las ruinas y los escombros y se extendía por la península italiana no podía dejar de tener un efecto refrescante y renovador en un espíritu como el de Rafael, quien en una existencia anterior estuvo imbuido, con exclusión de todo lo demás, de la concepción moral-religiosa de la cristiandad.
Si vemos el impulso moral-religioso de la cristiandad nacido en los dones de Rafael, vemos también que en la cultura griega resucitada surge ante sus ojos ese elemento que estos dones no contenían al principio. Y así como la ciudad, al surgir de entre las ruinas y los escombros, influyó en esta alma más profundamente que todas las demás, así también lo hicieron los frutos espirituales de la cultura griega que se desenterraron en los manuscritos ocultos. Los dones innatos de Rafael, unidos a su devoción "supra-espiritual" a todo lo de naturaleza cósmica, trabajaron de la mano con el espíritu griego que estaba surgiendo de nuevo en su época.
Cuando se ve que en las obras de Rafael subyace el impulso moral-religioso del cristianismo, entonces se ve que lo que aún no estaba presente en estas obras aparece ante los ojos en la Grecia renacida. Las estatuas renacidas de los escombros y ruinas y los productos intelectuales griegos rescatados de los manuscritos recuperados surtieron efecto en el alma de Rafael como en ninguna otra alma. Lo que surgió de sus disposiciones, de su sensibilidad cristiana, combinada con una devoción supra-espiritual a lo cósmico, trabajó junto con lo que surgió como espíritu griego, de su época. Éstos fueron los dos elementos que se unieron en el alma de Rafael; por eso sus obras expresan la interioridad procedente de la época post-griega, la interioridad que el cristianismo infundió en la evolución de la humanidad y que se expresó en la manifestación externa de un mundo de formas artísticas impregnadas del más puro espíritu griego.
Nos encontramos, pues, ante el notable fenómeno de la resurrección de la cultura griega en el seno de la cristiandad a través de Rafael. En él vemos la resurrección de una cristiandad en una época que, en cierto sentido, representa el elemento “anticristiano” que le rodeaba. En Rafael habita un cristianismo que trasciende con mucho lo que le había precedido y que se eleva hasta una concepción mucho más elevada del mundo tal como era en aquel tiempo. Sin embargo, se trata de un cristianismo que no dirige de forma vaga y oscura la atención a las infinitas esferas de lo espiritual, sino que se concentra en formas que deleitan también los sentidos, de la misma manera que en épocas anteriores los griegos expresaron en formas artísticas sus ideas de los dioses unidos con el elemento informe que vive y se entrelaza en el universo.
Esto es lo que encontramos cuando tratamos de formarnos una idea general de Rafael, dejando que una u otra de sus creaciones, en toda su sublime perfección y, al mismo tiempo, en la maravillosa superfluidad de la juventud, (pues Rafael murió a la edad de 37 años), actúen sobre nosotros. No en aras de una teoría incolora ni de construir una especie de historia filosófica, sino como resultado de una concepción nacida de las propias obras de Rafael, hay que decir que la ley que rige en el curso de la vida espiritual humana encuentra su verdadera revelación en un espíritu poderoso como el suyo.
Cualquiera que imagine esta progresión de la vida espiritual como una línea recta donde el efecto siempre sigue a la causa, realmente no está en armonía con los hechos. Es tan fácil tener a mano un dicho que sin duda es uno de los dichos de oro de la humanidad: que la vida y la naturaleza no dan saltos. Ciertamente, pero en muchos aspectos la vida y la naturaleza dan saltos constantemente. Podemos ver esto en el desarrollo de la planta desde la hoja verde hasta la flor, desde la flor hasta el fruto. Allí vemos cómo todo “se desarrolla”, pero cómo los saltos son en realidad lo natural.
Lo mismo ocurre en la vida espiritual de la humanidad, y esto, además, está ligado a muchos misterios, uno de ellos es que una época posterior siempre debe tener su apoyo en una época anterior. Así como el hombre y la mujer deben trabajar en conjunción, así se puede decir que los diferentes “Espíritus de la época” deben fecundarse mutuamente y trabajar conjuntamente para que la evolución pueda continuar. La cultura romana, ya en la época del imperio, tuvo que ser fecundada por la cultura griega para que pudiera surgir un nuevo “Espíritu de la época”. Este nuevo Espíritu de la época tuvo que ser fecundado a su vez por el Impulso Crístico antes de que fuera posible la interiorización que encontramos entonces en Agustín y otros. Esta alma humana, que había sido tan interiormente profundizada, tuvo que ser fecundada una vez más por el espíritu de la cultura griega que, aunque estaba doblemente enterrado, doblemente escondido, se hizo visible de nuevo a los ojos del hombre en las obras de arte que reposaban bajo el suelo de Italia, y a sus almas en los manuscritos literarios redescubiertos.
Los primeros siglos cristianos en Italia no se vieron influidos por la filosofía y la poesía griegas. La cultura griega estaba enterrada en una doble tumba y esperaba, en un reino más allá, una época en la que pudiera volver a fecundar el alma humana que entretanto había pasado por una nueva fase. Esta cultura griega estaba enterrada, oculta a los ojos de los hombres y de las almas que no sabían que viviría y seguiría fluyendo como un río que a veces sigue un camino bajo una montaña y no se ve hasta que vuelve a salir a la superficie. Esta cultura griega estaba oculta, exteriormente a los sentidos, interiormente a las profundidades del alma, y ahora aparecía de nuevo. Para la percepción sensorial salió a la luz del día desde el suelo de Italia y fluyó hacia las obras de arte; para la percepción espiritual no sólo fue desenterrada de los manuscritos antiguos; los hombres comenzaron de nuevo a sentir, en el sentido griego, cómo lo material es la manifestación de lo espiritual. Comenzaron a sentir todo lo que Platón y Aristóteles habían pensado una vez más.
Pero la persona en quien esto pudo tener el efecto más fructífero, porque su alma había procesado más plenamente los impulsos cristianos, fue Rafael. Para él, este carácter griego, dos veces enterrado y dos veces resucitado, tuvo ahora tal efecto que pudo moldear todo el desarrollo de la humanidad. Qué maravillosamente pudo hacer esto en las imágenes de la “Camera della Segnatura”, donde vemos resucitar en las fotografías la vieja lucha espiritual, la lucha de aquellos espíritus que emergieron en el tiempo de la interiorización y que no estaban allí en ese momento. de Grecia. Todo el período de internalización fue necesario para que fueran vistos de esta manera en la época de Rafael. Ahora vemos esta internalización pintada en las paredes de las cámaras papales.
Ahora vemos internalizado lo que los griegos sólo habían imaginado que se plasmaría en formas. Vemos las luchas internas y los estados de ánimo de lucha por los que ha pasado la humanidad misma evocados en las paredes del palacio papal con el espíritu creativo griego, con el humor artístico y la belleza griegos. Cómo los griegos imaginaban a los dioses. El efecto que tuvieron en el mundo fue el que derramaron sobre sus estatuas. Cómo la gente experimentó su progreso hacia los fundamentos de las cosas nos lo muestra el cuadro que a menudo se llama la “Escuela de Atenas”. En un peculiar rediseño de los dioses de Homero en el Parnaso se nos presenta cómo el alma humana aprendió a mirar a los dioses griegos. ¡Estos no son los dioses de la Ilíada y la Odisea, pero son los dioses vistos por un alma que ya había pasado por la época de la internalización!
En la otra pared hay un cuadro que debe permanecer indeleblemente en la memoria de todos, sea cual sea su credo religioso: me refiero al fresco de la “Disputa sobre la Misa”, que representa las verdades interiores más profundas. Mientras que los otros cuadros, con una belleza griega, es cierto, expresan el objetivo que se ha de alcanzar como resultado de un cierto esfuerzo filosófico, en la “Disputa sobre la Misa” tenemos lo más hermoso que el alma del hombre puede experimentar. Aquí encontramos a “Brahma”, “Vishnu”, “Shiva” representados en un sentido completamente diferente, lo que nos demuestra que no hay necesidad de adherirse rígidamente a un dogmatismo cristiano estrecho. Lo que puede ser experimentado interiormente por cada alma humana, independientemente de su credo o confesión, como la “Trinidad”, está ante nosotros en el simbolismo, aunque la representación no es meramente “simbólica”, en la parte superior del cuadro. Lo vemos nuevamente en los rostros de los Padres de la Iglesia, en cada uno de sus gestos, en el conjunto de las figuras, en el colorido maravilloso, en realidad en el cuadro en su conjunto que retrata la interioridad del alma humana en una belleza de formas impregnada del espíritu de Grecia. Así vemos resucitada como revelación exterior la interioridad que el alma humana ha experimentado a lo largo de un milenio y medio. Vemos el cristianismo no como el paganismo de los papas y cardenales romanos, sino como el hermoso y maravillosamente creativo paganismo griego (y, sin embargo, el cristianismo) renacido en las imágenes de Rafael.
El alma de Rafael se encuentra, pues, en un punto de inflexión, en un momento de transición, en un momento de antaño, en el que se refleja todo lo que se había desarrollado hasta la época de la cristiandad en la belleza de la revelación exterior, y, sin embargo, está impregnada al mismo tiempo de lo que se había producido mediante la llamada «educación del género humano», es decir, de una profundización interior del alma reencarnada. Estas maravillas de arte tan excepcional se presentan ante nosotros como una fusión de dos épocas claramente diferentes entre sí: la época pre-griega y la post-griega, una de la vida exterior y la otra de la vida interior. Pero las imágenes también nos abren una visión del futuro. Quien comprende lo que puede significar la fusión de la belleza exterior y el impulso interior lleno de sabiduría del alma humana, no puede dejar de sentir seguridad y esperanza de que esta profundización interior —a pesar de toda la materialidad que debe desarrollarse cada vez más a medida que la humanidad progresa— debe aumentar en el curso de la evolución y que el alma del hombre, a través de vidas sucesivas, entrará en profundidades cada vez mayores de interioridad.
Si nos dirigimos ahora a la literatura y estudiamos, no como “críticos de arte” o simples lectores, las obras de un espíritu como Hermann Grimm, que intentó con toda su alma retratar los mecanismos de la fantasía humana, podemos comprender la profundidad de la simpatía interior con la que contempló las creaciones de Rafael. Si estudiamos nosotros mismos a un espíritu como Hermann Grimm con esta misma simpatía interior, podemos comprender el significado de ciertas palabras suyas que expresan lo que pasaba por su alma cuando hace una declaración un tanto vacilante al comienzo de sus libros, en un pasaje que trata de la manera en que Rafael es un producto de todos los tiempos. Las descripciones formales de Grimm de las diversas obras de Rafael no nos muestran de dónde surgió este pensamiento particular. En medio de otras consideraciones históricas más amplias en las que se introduce Rafael, a Hermann Grimm le sobreviene un pensamiento que registra de manera un tanto tentativa en estas palabras: “Cuando contemplamos las creaciones espirituales de la humanidad y vemos cómo han pasado de los días de antaño a nuestro propio tiempo, bien podemos ser conscientes de un anhelo de pisar esta Tierra una vez más para ver cuál ha sido su destino mientras han vivido”.
Este deseo de “reencarnación” expresado por Hermann Grimm en la introducción a su libro sobre Rafael es notable y, además, profundamente característico del sentimiento que vive en el alma de un hombre de nuestro tiempo, me refiero, por supuesto, a uno que intentó penetrar en el alma misma de Rafael y su conexión con otras épocas. Sin duda, esto nos hace sentir que obras como las de Rafael no son simplemente un “producto natural”; no sólo inducen un sentimiento de gratitud por todo lo que el pasado nos ha otorgado hasta ahora, sino que más bien dan lugar a un sentimiento de esperanza, porque fortalecen nuestra creencia en una humanidad que avanza. Sentimos que estas obras no podrían ser lo que son si el progreso no fuera la esencia misma de la humanidad. Surge un sentimiento de seguridad y esperanza cuando permitimos que Rafael actúe sobre nosotros en el verdadero sentido y somos capaces de decir: Rafael ha hablado a la humanidad misma en sus creaciones artísticas.
Ante las Estancias de la Camera della Segnatura, sentimos la transitoriedad de la obra exterior y que aquellos frescos, tantas veces reparados, ya no nos dan idea de lo que la magia de Rafael encandiló en su día en aquellas paredes. Sabemos que en algún momento futuro los hombres ya no podrán contemplar las obras originales, pero también sabemos que la humanidad nunca dejará de progresar. Las obras de Rafael iniciaron su marcha triunfal cuando, por puro amor a ellas, se hicieron las innumerables reproducciones que hoy existen. La influencia de los originales sigue viva, incluso en las reproducciones. Podemos entender muy bien a Hermann Grimm cuando dice que una vez colgó una fotografía de la Madonna Sixtina en su habitación, pero que siempre sintió que no tenía derecho a entrar en ella; le parecía un santuario de la Madonna del cuadro. Muchos se habrán dado cuenta de que el alma cambia después de haber entrado vivamente en un cuadro de Rafael, aunque sólo sea una reproducción. Es cierto que un día los originales desaparecerán, pero ¿No se puede decir que aún existen en otros mundos?
Las palabras de Hermann Grimm en su libro sobre Homero son muy ciertas: “Las obras originales de Homero tampoco pueden deleitarnos verdaderamente en estos días, porque cuando leemos la Ilíada y la Odisea en la vida cotidiana sin facultades espirituales superiores, ya no somos capaces de entrar plenamente en todas las sutilezas, belleza y poder de la lengua griega. Los originales ya no existen; sin embargo, a pesar de esto, Homero nos habla a través de sus poemas”. Sin embargo, lo que Rafael ha dejado al mundo exterior siempre permanecerá como un testimonio vivo del hecho de que hubo una época en la evolución de la humanidad en la que los misterios de la existencia fueron revelados a través de poderosas creaciones, aunque en ese momento los hombres no podían penetrar en estos misterios a través de la escritura impresa. En la época de Rafael, los hombres leían menos, pero veían mucho más.
El mensaje eterno de Rafael a la humanidad dará testimonio de esta época, una época constituida de manera diferente, pero que, no obstante, seguirá funcionando a través de todos los siglos venideros, porque la humanidad es un organismo completo. Así, las creaciones de Rafael seguirán viviendo en el curso externo de la evolución humana y en el interior de las vidas sucesivas del espíritu del hombre, otorgando tesoros cada vez más poderosos y más profundos.
La ciencia espiritual nos muestra una doble continuidad de la vida, una de cuyas facetas ya hemos hablado en conferencias anteriores y que se seguirá describiendo más adelante, y otra, la vida espiritual, hacia la que siempre nos esforzamos. Esta vida espiritual se convierte en nuestra guía a lo largo de las épocas de la existencia terrena. Hermann Grimm dijo palabras de verdad cuando expresó lo que su estudio de Rafael le transmitió a su sentimiento y percepción. Dice: “Llegará un tiempo en que la obra de Rafael se habrá desvanecido y habrá desaparecido hace mucho tiempo. Sin embargo, él seguirá viviendo en la humanidad, porque en él la humanidad floreció en algo que tiene sus raíces en el hombre y que germinará y dará fruto para siempre”.
Toda alma humana que pueda penetrar lo suficientemente profundamente en el alma de Rafael se dará cuenta de esto. De hecho, sólo podremos comprender verdaderamente a Rafael cuando podamos sublimar y profundizar en el sentido de la ciencia espiritual un sentimiento que impregnó a Hermann Grimm cuando se dedicó una y otra vez a la contemplación del pintor. (En la última conferencia vimos lo cerca que estaba Hermann Grimm de la Ciencia Espiritual.) Nos ayudará a comprender nuestra propia relación con Rafael y el sentido en que los pensamientos como los que se han dado hoy pueden crecer y convertirse en semillas. Si concluimos con un pasaje de Grimm que expresa lo que realmente quería decir: "Los hombres siempre anhelarán comprender a Rafael, el hermoso joven pintor que superó a todos los demás, que estaba destinado a morir temprano y cuya muerte fue llorada por toda Roma. Cuando las obras de Rafael se pierdan, su nombre, sin embargo, permanecerá grabado en la memoria de la humanidad".
Así escribía Hermann Grimm, que a su manera comenzó a describir a Rafael. Podemos entender estas palabras y también las que termina su libro: “Todo el mundo anhelaría conocer la obra de un hombre como Rafael, pues éste se ha convertido en uno de los elementos básicos del desarrollo superior del espíritu humano. Deseamos acercarnos a él, más aún, lo necesitamos para nuestra curación”.
Traducido por J.Luelmo sep,2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario