GA314 Dornach, 8 de octubre de 1920 Fisiología-Terapéutica sobre la base de la Ciencia Espiritual- Las enfermedades mentales -

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 RUDOLF STEINER

 Fisiología-Terapéutica, sobre la base de la Ciencia Espiritual.

Las enfermedades mentales

Conferencia II

Dornach, 8 de octubre de 1920

Quiero enlazar con lo que dije ayer al final de estas reflexiones. Hice referencia a una personalidad que se vio impulsada, por así decirlo, por sus instintos filosóficos desde el conocimiento de lo anímico-espiritual hacia una intuición de la conexión entre lo anímico-espiritual y la existencia físico-corporal del hombre. Me estoy refiriendo a la personalidad de Schelling, también les decía que Schelling no sólo actuaba en la medicina teórica a partir de estos instintos, sino también prácticamente con todo tipo de tratamientos curativos. No sé si esto lo hizo con mayor o menor éxito que en el caso de algunos médicos bien preparados. Porque esta cuestión de cuánto contribuye un proceso curativo a la mejora de una persona es en la mayoría de los casos, si no se mira interiormente, muy problemática de todos modos. Schelling, sin embargo, partiendo de toda esta constitución anímica, a partir de la cual se ha convertido para él este instinto, obtuvo un principio del que ciertamente se puede decir que sería bueno que se convirtiera en una especie de principio interior para todo médico, de modo que el médico basara, por así decirlo, toda su visión práctica de la naturaleza de la persona sana y enferma en este principio. Y acabo de citar las propias palabras de Schelling. Son una especie de atrevimiento. Él simplemente dijo: El reconocimiento de la naturaleza significa la creación de la naturaleza. Ahora bien, ¿No es cierto que cuando alguien que es un hombre de genio hace semejante afirmación, lo primero que debe llamar la atención es lo absurdo de este dicho? Porque nadie creerá seriamente que él, como hombre terrenal en el cuerpo físico, sea capaz de crear algo de la naturaleza a causa del conocimiento que tenga de ella. Por supuesto, constantemente se crean cosas mediante la técnica, pero no se trata de crear realmente algo en el sentido que Schelling lo entiende, sino de darle sólo a la naturaleza la oportunidad de crear de una determinada manera y mediante una determinada disposición, etcétera, juntando y componiendo las fuerzas de la naturaleza. Así que básicamente estamos tratando con un absurdo en el que un hombre de genio realmente basa todo su pensamiento. Y ayer les cité otra frase que se corresponde a la de: "Reconocer la naturaleza significa crear la naturaleza" y que entonces diría: "Reconocer el espíritu significa destruir el espíritu". Seguramente Schelling no expresó esta última frase de forma tan fundamental. Pero quienes se acerquen de nuevo a la ciencia espiritual en tiempos más recientes y desarrollen su propia investigación espiritual, verán que ambas proposiciones apuntan básicamente a antiguas inspiraciones cognitivas. Ciertamente, Schelling, que no era un iniciado en ninguna dirección, sino simplemente un hombre de genio, acuñó una frase a partir de sus instintos. La singularidad de esta frase le recuerda a uno inmediatamente, si uno hace ahora tales estudios, que no se hacían en la época de Schelling, que tal frase es una reminiscencia de la antigua sabiduría. Entonces uno es llevado a la otra frase, que de manera similar resuena desde la sabiduría antigua. Ninguna de ambas proposiciones pueden ser entendidas de ninguna manera, con el conocimiento intelectual ordinario que utilizamos en nuestras ciencias hoy en día. En realidad, ambas son un absurdo cuando se consideran una al lado de la otra y de forma aislada. Sin embargo, apuntan en dirección a los aspectos más importantes de la organización humana, tanto para el estado sano como para el enfermo.

Cuando observamos la naturaleza externa, no podemos decir otra cosa respecto a los procesos naturales acabados que: Reconocer la naturaleza significa, a lo sumo, recrear la naturaleza en el pensar. De modo que eso que llamamos nuestros pensamientos y que no nos llevan más allá de una recreación de la naturaleza, que carece de la fuerza interior de la imagen, en realidad lo desarrollamos en nuestro pensar, en la vida anímica, que está saturada de pensamientos, de representaciones. Pero ya se ha señalado que esta vida anímica impregnada de representaciones en el fondo no es otra cosa que algo que se emancipa del organismo físico-etérico alrededor del período del cambio de dientes, algo que se tiene dentro del organismo físico-etérico del ser humano hasta el cambio de dientes. De modo que ese algo que está activo en el ser humano físico-etérico en los años de la infancia, y que realmente ejerce una actividad productora, una actividad generadora, luego se debilita, se tonifica en la vida anímica como un mundo de imágenes o pensamientos o imaginación, en resumen, digamos como una fuerza del mundo que se diluye desde su sustancialidad creadora, en los pensamientos, en las imaginaciones interiores. Así pues, ese algo que reconocemos a partir del séptimo año simplemente se encuentra dentro de nuestro organismo, organizándolo. Allí crea. Aunque allí no lo hace de tal manera que podamos verlo crear en la naturaleza exterior, sino que allí lo vemos crear dentro de nuestro propio organismo. De modo que si el niño pudiera ser ya un sabio y pudiera ahora hablar no de la naturaleza externa, sino de lo que sucede en su interior, si el niño pudiera mirar en su interior y ver a través de la naturaleza que allí se encuentra, entonces diría, como dijo Schelling: Conocer esta naturaleza significa crear esta naturaleza, -pues entonces el niño simplemente se impregnaría de las fuerzas creadoras, se identificaría con estas fuerzas creadoras. Y Schelling, en su instinto médico, en su instinto fisiológico, no hizo otra cosa que plantear desde la infancia lo que es un absurdo para toda la vida posterior y lo expulsó diciendo, por así decirlo: Toda esta cognición en la vejez no es más que una red impotente de imágenes; -si uno pudiera conocer de niño, entonces tendría que decir: Reconocer significa en realidad recrear, significa desarrollar una actividad creadora. Pero sólo podemos ver esta actividad recreadora dentro de nosotros mismos.

¿Qué es pues a lo que en realidad nos enfrentamos como actividad creadora en nuestro propio interior, que un hombre de genio como Schelling expresa del modo que he indicado? ¿No es acaso cierto, que tal genialidad se basa en el hecho de que el hombre conserva cierto infantilismo en la edad avanzada? Nunca son genios las personas que envejecen incondicionalmente, que ya absorben el envejecimiento de una cierta manera normal cuando se acerca la edad apropiada, sino que genios realmente son esas personas que llevan algo positivamente creador e infantil en sus últimos años. Es este infantilismo, esta creatividad positiva, esta creatividad cognitiva, la que hasta cierto punto, no tiene tiempo de conocer hacia afuera, porque vuelca los poderes cognitivos hacia adentro y crea. Esta es la herencia que traemos con nosotros cuando entramos en la existencia física a través del nacimiento. Traemos con nosotros fuerzas organizadoras, y hasta cierto punto podemos verlas gracias a la ciencia espiritual. Y un hombre como Schelling las percibió instintivamente.

Ahora bien, toda persona que adquiere este tipo de percepción sabe que las cosas no son así, que estas fuerzas anímico-espirituales, que impregnan el organismo de forma organizadora en los primeros años de la infancia, cesan por completo con el cambio de dientes. Sólo pasan por una etapa. Son, por así decirlo, reducidas a un menor grado de actividad, de modo que más tarde seguimos teniendo fuerzas organizadoras en nuestro interior. Sin embargo, hemos dominado en nosotros el poder de formación de la memoria que entra en la conciencia con el cambio de dientes y se desprende así de la organización. Hemos sacado la memoria de su estado latente a su estado libre. Tenemos como fuerza de visualización del alma nuestra fuerza de crecimiento, nuestra fuerza de movimiento, nuestra fuerza de equilibrio, que entonces trabajan en un grado correspondientemente aumentado en los primeros años de la infancia.  

Pero de esto se deduce que en el desarrollo normal de la humanidad esta fuerza organizadora, esta fuerza de crecimiento, debe transformarse hasta cierto punto en fuerza anímico-espiritual, digamos, en fuerza de memoria, en fuerza de elaboración del pensamiento. Pero si suponemos que a través de algún proceso se retiene demasiada de esta fuerza organizadora, que trabaja en la primera etapa de la infancia, o que el desarrollo simplemente está dispuesto de tal manera que no se transforman suficientes fuerzas de organización en fuerza formadora de memoria, entonces se quedan estancadas en el fondo del organismo, entonces no son, por así decirlo, llevadas propiamente al sueño con cada dormirse, sino que continúan trabajando en el organismo desde que se duerme hasta que se despierta, retumbando a través del organismo.

Si uno lleva a cabo investigaciones médico-fisiológicas-fenomenológicas en la dirección que sólo puedo insinuar aquí en tan breve curso de conferencias, uno es llevado a darse cuenta de que es posible en el organismo humano, que aquellas fuerzas que deberían entrar realmente en lo anímico-espiritual en la etapa correcta de la vida, permanezcan abajo en el organismo físico. Entonces se da aquello de lo que ayer les hablé, cuando el grado normal de las fuerzas organizadoras se transforma con el cambio de dientes, entonces tenemos igual grado de fuerzas en el organismo en la vida posterior que puede organizar este organismo según su forma y estructura normal. Pero si carecemos de esto, si no nos transformamos lo suficiente, entonces las fuerzas organizadoras permanecen ahí abajo, aparecen en alguna parte y nos aparecen esas neoplasias, esas neoplasias carcinomatosas de las que hablé ayer, y de esta manera podemos seguir el proceso de enfermar o enfermarse, como lo expresó el médico Troxier en la primera mitad del siglo XIX, de enfermarse en las últimas etapas de la vida. Y entonces podemos comparar la situación con las enfermedades infantiles, porque naturalmente las enfermedades infantiles no pueden tener el mismo origen, porque se producen en la infancia, cuando todavía no se ha transformado nada. Pero si uno ha aprendido las causas de las enfermedades que se producen en etapas posteriores de la vida, también ha adquirido la capacidad de observar las causas de las enfermedades en la infancia. Allí, sin embargo, se encuentra lo mismo en cierto modo, sólo que desde otro lado. Encontramos que también hay demasiado poder organizador anímico-espiritual en el organismo humano cuando se producen enfermedades infantiles. 

Para aquellos que han adquirido la capacidad de visualizar en esta dirección, estas cosas surgen de manera particularmente poderosa cuando consideran el fenómeno de la escarlatina y el sarampión durante la infancia, donde pueden ver cómo en el organismo del niño aquello que de otro modo funcionaría normalmente, osea, lo anímico-espiritual, comienza a retumbar, actuando en mayor grado de lo que realmente debería. El curso completo de estas enfermedades se hace comprensible en el momento en que uno puede ver realmente este retumbar de lo anímico-espiritual en el organismo como la base de la enfermedad. Y entonces uno no está muy lejos, -les ruego que consideren mi frase con mucha atención, porque nunca voy un paso más allá de lo que está justificado por las consideraciones precedentes, aunque algunas cosas sólo se puedan decir a grandes rasgos, pero indico en todas partes hasta dónde se puede llegar-, no digo que ahora se llegue aquí a una conclusión, sino que sólo digo que uno no está muy lejos de reconocer algo que es extraordinariamente importante reconocer para un conocimiento real. Cuando hemos llegado al punto de saber reconocer, que en el organismo humano hay demasiada fuerza organizadora en una enfermedad, en la edad más avanzada, que va en dirección de una nueva formación, que resulta así en un excedente, por así decirlo, en una isla de organización, entonces no estamos lejos de decirnos a nosotros mismos: Si la edad más avanzada de la vida se remonta a la primera infancia, entonces, en última instancia, lo que se manifiesta en la infancia se remonta al tiempo anterior al nacimiento o, digamos, antes de la concepción; se remonta a la existencia espiritual-anímica del ser humano, por la que pasó antes de revestirse de un cuerpo físico. Una persona así simplemente ha traído consigo demasiado de lo anímico-espiritual de su vida prehumana, de su vida preterrenal, y este excedente se manifiesta en las enfermedades infantiles. En el futuro no habrá otro camino, que abandonar las estériles consideraciones materialistas en las que hoy nos encontramos, sobre todo en el campo fisiológico-terapéutico, para pasar a una consideración de tipo anímico-espiritual. Y se podrá apreciar ya que lo que ocurre en la ciencia espiritual, no ocurre porque el investigador espiritual no esté suficientemente implicado en la investigación física, ni porque sea hasta cierto punto un diletante en la investigación física, por lo que digo entre paréntesis que muchos que se llaman a sí mismos investigadores espirituales son efectivamente tales diletantes, pero no es eso lo que debería ser. Para convertirse en investigador espiritual, no es necesario que se implique demasiado poco en la investigación física, sino que se convierte en investigador espiritual cuando se implica más que el científico natural ordinario. Si comprende los fenómenos más intensamente, entonces los propios fenómenos le conducen al ámbito espiritual-anímico, especialmente cuando hablamos de enfermedad.

Y por otro lado, la frase: Reconocer el espíritu significa destruir el espíritu, en realidad también es igual de absurda. Pero esta frase también apunta a algo que hay que reconocer, que hay que ver a través de ello. Así como la frase nos dice: Reconocer la naturaleza significa crear la naturaleza, -apunta a la primera edad de la infancia, en realidad todavía a lo prenatal, si lo miramos de la manera correcta, al igual que la frase: Reconocer el espíritu significa destruir el espíritu, -apunta al final de la vida del hombre, a lo que está muriendo en el hombre. Sólo hace falta, diría yo, de forma paradójica, atenerse a esta frase: Reconocer el espíritu significa destruir el espíritu, -entonces ya descubrirán que no hay que seguirlo, pero que sin embargo está ahí en la vida como algo a lo que uno se acerca continuamente sin alcanzarlo. Reconocer el espíritu significa para aquellos que no simplemente lo reconocen, sino que desarrollan la autoconciencia de la manera correcta: viendo, observando, procesos continuos de degradación, procesos continuos de destrucción en el organismo humano. Así como, cuando nos asomamos a la edad creativa infantil, vemos procesos continuos de construcción, procesos de edificación, que, sin embargo, tienen una peculiaridad que en realidad nublan nuestra conciencia. Por eso soñamos, por eso en la edad infantil estamos medio dormidos, por eso nuestra conciencia no está totalmente despierta. Esta actividad de crecimiento, que hace retroceder nuestra propia espiritualidad terrenal, a saber, la espiritualidad consciente, es la que en realidad nos organiza, y en el momento en que este poder penetra en la conciencia, deja de organizarnos en la misma medida en que nos organizaba antes. Así como al mirar en la infancia uno observa las fuerzas constructivas, aunque estas fuerzas paralizan la conciencia, así también, al mirar los procesos de desarrollado de pensamiento, uno observa procesos de degradación, que sin embargo, son adecuados para hacer nuestra conciencia brillante y clara.

Esto es lo que la ciencia fisiológica moderna apenas tiene en cuenta, aunque en realidad es tan evidente en sus fenómenos como puede serlo cualquier cosa. Echen ustedes un vistazo a los fenómenos reales de la fisiología moderna y verán que no hay nada que se pueda demostrar más claramente, a partir de todo lo que se sabe sobre la fisiología del cerebro y similares, a saber, que en los procesos anímico-espirituales reales que tienen lugar conscientemente, no nos enfrentamos con ninguna fuerza de crecimiento, ni ninguna fuerza de ingesta de nutrientes, sino que nos enfrentamos con procesos de eliminación, con procesos de descomposición a través del sistema nervioso, que nos enfrentamos con una continua y lenta agonía. Es la muerte la que actúa en nosotros entregándonos a lo que realmente actúa espiritualmente en nuestra conciencia. Y así como miramos a través de las fuerzas inconscientemente creadoras hacia el comienzo de la vida, así también miramos a través de las fuerzas conscientemente imaginadoras, en cuanto se nos revelan como fuerzas destructoras, como aquello que comienza cada vez más por crecer en la vida terrena, apoderándose de nosotros, descomponiéndonos y conduciéndonos finalmente hacia la muerte terrena; vemos precisamente a través de estas fuerzas hacia el otro fin de la vida, después de la muerte. Y el nacimiento y la muerte, o digamos la concepción, el nacimiento y la muerte, no pueden comprenderse de otro modo que incluyendo lo espiritual. Y en la frase: Reconocer el espíritu significa destruir el espíritu, - lo que en realidad se pretende decir es que si se quisiera mirar al espíritu, si no se lo acogiera más o menos ingenuamente, sino que fuese acogido tal como se acoge la naturaleza exterior, entonces tendríamos que quedarnos con lo que actúa en esta actividad consciente de pensar e imaginar y sentir, tendríamos que impedir que se descompusiera. Esto significa que en ese momento el poder sobre lo espiritual, lo interiormente consciente, tendría que ser atenuado paralizado hasta la inconsciencia, hasta un trabajo de lo espiritual en la inconsciencia. Uno llegaría a formar lo espiritual desde sí mismo, a impulsar lo espiritual desde sí mismo, por así decirlo. 

Pero uno no podría seguir con la conciencia, porque uno no puede llevar la organización a este proceso de degradación, a este proceso espiritual. Y así podemos decir: Mientras que los procesos de organización consisten en que tenemos, por así decirlo, -naturalmente se trata ahora de una observación abstracta-, el marco de forma del organismo humano (véase el dibujo a), en el que entra la fuerza organizadora (véase el dibujo b, rojo). En el otro caso, -en el segundo caso que he descrito-, tenemos el armazón de forma del organismo humano, pero no queremos que esté impregnado por la fuerza organizadora, por la fuerza que paraliza hasta cierto punto nuestra conciencia, sino que queremos expulsar la fuerza organizadora, que ahora queremos reconocer como espíritu (ver dibujo c). 

Pero no podemos seguir con nuestro yo porque está ligado al organismo. Tenemos el otro lado, el lado donde el ser humano comienza a desarrollar lo espiritual, es decir, a desarrollar la actividad de la voluntad en lo espiritual. En la impregnación con la actividad de la voluntad, que permanece inconsciente, que está, por así decirlo, dormida, soñando, es cuando sacamos realmente un elemento anímico espiritual a partir de nuestra organización sin conciencia. Tenemos el otro, el lado maníaco, el lado furioso, donde el ser humano se vuelve loco y las diversas formas de las llamadas enfermedades espirituales, que, sin embargo, no consisten en otra cosa que en el hecho de que aquí en las enfermedades físicas tenemos lo anímico-espiritual que no pertenece al organismo físico (ver dibujo b), mientras que en las llamadas enfermedades espirituales expulsamos algo partiendo de lo físico-etérico en lo psíquico-anímico que en realidad debería estar dentro y que expulsamos del organismo (ver dibujo c). 

Hoy estamos viendo desde el otro lado aquello a lo que llegamos ayer. Y es que es precisamente este punto de vista el que más nos guía, mañana veremos a qué provechosas consecuencias terapéuticas se llega precisamente a través de estos puntos de vista, que luego se confirman en la vida, que resultan ser la práctica vital más externa de la medicina, como práctica terapéutica.

Cuando nos preguntamos por la causa de una enfermedad física, en realidad debemos buscarla en última instancia en una aberración de lo espiritual en el organismo. Ciertamente, no debemos proceder de forma abstracta. Quien no entienda nada de la conexión entre lo anímico-espiritual con el organismo físico, en realidad no debe inmiscuirse en estos asuntos. Pues sólo se puede reconocer lo concreto, cuando en algún lugar de un órgano hay una fuerza organizativa demasiado grande, una fuerza organizativa, diría yo, hipertrófica, si se conoce lo concreto anímico-espiritual, que es tan concreto en sí mismo como lo pueda ser lo físico-corporal para el hígado, para el estómago, etc., si se conoce esta realidad anímico-espiritual, -de la cual la psicología no tiene ni idea, con sus componentes, con sus miembros-, igual de bien que se conoce lo físico-sensorial. Y cuando se conoce la relación entre ambos, entonces se pueden señalar los hallazgos, a menudo incluso anímico-espirituales, que se producen en una persona cuando hay una especie de exceso de organización en algún órgano. Será posible señalar algún origen de este tipo en todo lo que no provenga de un agravio externo.

Por el contrario, cuando lo que nos ocupa son las enfermedades espirituales, o llamadas enfermedades mentales, entonces si se creen que pueden conseguir algo con una fenomenología a medias, si creen que van a conseguir algo simplemente describiendo las anomalías anímico-espirituales -que es muy útil describir-, se quedarán en lo meramente abstractoPor supuesto, estas descripciones son muy buenas para crear sensaciones entre los profanos, porque siempre es interesante ver cómo alguien que esté chiflado se desvía del patrón normal de la vida. Porque lo interesante es lo raro, y en nuestro tiempo se da el caso de que al menos lo que se desvía así de la vida normal sigue apareciendo como una rareza. Pero nunca puede ser cuestión de quedarse solo en eso. En particular, no puede limitarse a tender hacia el juicio aficionado y diletante de que el espíritu y el alma están enfermos, y que el espíritu y el alma pueden ahora curarse de algún modo con medidas anímico-espirituales como sueñan los que son abstractos. No, precisamente en el caso de las llamadas enfermedades mentales, depende de la manera más eminente de poder señalar en todas partes, allí dónde la fuerza de organización de algún órgano es insuficiente. Quien realmente quiera reconocer la melancolía o la hipocondría hasta el punto de enfermar mentalmente, no debe hurgar en el alma, sino que debe intentar reconocer a partir de la constitución abdominal de la persona en cuestión, cómo actúa esa sub-organización en la organización abdominal de la persona, y cómo dicha fuerza organizadora que actúa por debajo del nivel normal hace que algo se precipite, como se dice en química; Algo se precipita de alguna solución y similares, De modo que se forma un sedimento, igual que una fuerza organizadora demasiado pequeña hace que la materia física y corporal, que de otro modo estaría impregnada por la fuerza organizadora, se sedimente, presentándose después en el organismo como algo físico-corporal, pudiendo ocurrir que se deposite en el hígado, en la vesícula biliar, en el estómago, en el corazón, en los pulmones. Procesos que, sin embargo, no son tan fáciles de investigar como uno quisiera en la época actual, que se tiende a lo burdo, - porque lo histológico también es burdo. Las psicologías son necesarias para tal investigación, pero en todas partes es necesario que las llamadas enfermedades mentales se consideren como provenientes de condiciones físicas.

Aunque eso las hace menos interesantes. Pero así son las cosas. Por supuesto, es más interesante cuando un hipocondríaco puede decir que de tal o cual manera su alma está implicada en el cosmos anímico espiritual, en lugar de admitir que su hígado tiene una fuerza organizadora menor. O es más interesante buscar la causa de la histeria en lo anímico-espiritual, digamos, que cuando uno tiene que señalar simplemente los procesos metabólicos de los órganos sexuales, cuando habla de los fenómenos histéricos o de cualesquiera otras irregularidades metabólicas que se produzcan en el organismo. Pero no reconoceremos las cosas si no las seguimos de este modo.

La ciencia espiritual no pretende buscar siempre el espíritu. Puede dejar eso para los espiritistas y otras personas interesantes, que aunque poco comunes, -¡desgraciadamente son demasiado escasas! Pero no habla constantemente de espíritu, espíritu, espíritu, sino que intenta captar realmente el espíritu, e intenta observar su funcionamiento y llegar así a una comprensión de la materia en el punto justo. No se jacta de explicar las enfermedades mentales de forma espiritual y abstracta, sino que nos lleva a comprender la causa de estas enfermedades desde el punto de vista material.

Por lo que se puede decir que ello indica el fenómeno interesante, -no hay mas que mirar un poco hacia atrás-, fenómeno que quizás todavía se encuentra en Griesinger u otros, o en la psiquiatría en la época anterior a Griesinger, de modo que se hace evidente que hace relativamente poco tiempo los psiquiatras al menos incluían los hechos físicos en su diagnóstico. ¿Qué es lo que se ha vuelto cada vez más frecuente hoy en día? Que los psiquiatras nos abruman en su literatura con cuadros clínicos que no son más que una descripción de las anomalías de lo anímico-espiritual. Así que aquí el materialismo ha llevado directamente a una abstracción de lo anímico-espiritual. Esa es su tragedia. Aquí sólo nos ha sacado fuera de lo material. Esto es lo extraño del materialismo, que en ciertos puntos conduce precisamente a la incomprensión, a no entender lo material, mientras que el que persigue el espíritu como un hecho real también lo persigue allí donde éste actúa en lo material, y allí donde luego se retira de lo material, de modo que lo material se sedimenta, como en las llamadas enfermedades mentales.

He tenido que tomar estas cosas como base para poder darles ahora algunas pistas sobre las directrices con respecto a la terapéutica de mañana. Sin embargo, lo que encontramos al fecundar lo fisiológico-terapéutico con lo espiritual-científico también tiene su lado social. Y la peculiaridad de la vida es que ahora en todas partes, cuando no se busca lo científico en un mero repliegue abstracto o en una existencia erudita hostil a la vida, sino en la concepción vital de la existencia humana, de la unión humana, entonces nos vemos impulsados a lo social precisamente a través de una verdadera ciencia viva. Por ejemplo, tenemos ante nosotros un fenómeno social extraordinariamente interesante en el desarrollo más moderno. Vemos cómo, a consecuencia de la división de las personas en un ser burgués-aristocrático por un lado y un ser proletario por otro, el ser aristocrático unilateral es presa de una falsa búsqueda espiritual, del materialismo en el ámbito espiritual, y cómo el ser proletario es presa de un cierto espiritualismo en el reino material. ¿Qué significa espiritualismo en el terreno material? Significa estancarse en la búsqueda de las causas de la existencia. 

Así pues, el proletariado ha desarrollado el materialismo científico como concepción de la vida al mismo tiempo que el elemento aristocrático ha desarrollado la doctrina espiritual de forma materialista. Mientras que los proletarios se han vuelto materialistas, los aristócratas se han vuelto espiritualistas. Pues si entre los proletarios se encuentran espiritualistas, no es debido a su propia cepa proletaria, sino que es «mimetismo», es imitación, no es más que algo que ha penetrado por contagio, -mañana hablaré del contagio-, del elemento aristocrático-burgués. Y si entre los aristócratas se ve el materialismo desarrollado por otro lado, es decir, por el hecho de que los espíritus sean vistos materialmente, igual que se ven las llamas de un fuego. Llevando así el materialismo a lo más espiritual y queriendo ver lo espiritual materialmente, entonces esto crece de esa unilateralidad decadente original que se vuelve desde lo totalmente humano, de la totalidad por un lado hacia lo aristocrático, y por el otro lado, hacia el elemento burgués que es afligido por el elemento aristocrático. 

Cuando se utiliza el espíritu, cuando aquello que se siente obligado a permanecer en la materia porque no se le saca mediante una adecuada escolarización y similares, cuando en su búsqueda del espíritu el proletariado se ve obligado a permanecer en la materia, entonces se desarrolla el materialismo como concepción de la vida. El materialismo fue desarrollado por el proletariado como visión de la vida, por ejemplo en la concepción materialista de la historia. El materialismo fue desarrollado por la gente más aristocrática como espiritualismo, porque el espiritualismo es materialismo, materialismo enmascarado, que ni siquiera se atiene a confesarse honestamente, sino que miente y afirma que sus creencias materiales son espirituales. Después de esta reminiscencia, continuemos mañana nuestras reflexiones.

Traducido por J.Luelmo sep,2024


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