GA062 Berlín, 5 de diciembre de 1912 - Resultados de la investigación espiritual sobre las cuestiones de la vida y de la muerte

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GA062 Rudolf Steiner


RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL SOBRE LAS CUESTIONES DE LA VIDA Y DE LA MUERTE


quinta conferencia
Berlín, 5 de diciembre de 1912
Los mayores interrogantes de la vida, que tienen un significado humano general, no nos los proporciona una investigación científica especial, sino que nos los encontramos a cada paso en la vida. Y la que mas interrogantes nos plantea es probablemente la propia vida, que se nos acerca constantemente, y cuyos interrogantes no sólo despiertan nuestra curiosidad, nuestra sed de conocimiento, sino que también pueden significar para nuestras almas, felicidad y sufrimiento, satisfacción o incluso desesperación. La ciencia espiritual, tal y como se representa aquí en estas conferencias, debería estar ahí preferentemente  para resolver estos interrogantes planteados por la propia vida, en la medida en que a la cognición humana se le permita asomarse a los secretos de la existencia. Aunque esta ciencia espiritual parezca algo nuevo, algo poco familiar en comparación con la ciencia que se utiliza hoy en día, esto es comprensible para aquellos que sólo echan un vistazo a aquellas ramas de la ciencia convencional que se ocupan de las cuestiones del alma, de las cuestiones de la vida espiritual. Lo que hoy se llama psicología o ciencia del alma puede, en la medida en que se presenta, ser investigado en gran medida, y se encontrará que los grandes interrogantes de la existencia, los grandes enigmas de la vida, están muy descuidados en esta ciencia común.
Uno de los mayores investigadores del alma de nuestro tiempo, Franz Brentano, lo expresaba así en su «Psicología»:
De qué manera se responden hoy realmente las preguntas en la investigación anímica convencional, o al menos cómo se intenta responderlas, de qué manera la imaginación sigue a la imaginación, el modo en que una sensación despierta otra en el alma, el modo en que tal vez esas fuerzas anímicas se desarrollan todavía en el interior de nuestra conciencia. Lo que designamos con el nombre de memoria, todo esto, -opina también Franz Brentano-, no podría ser un sustituto de lo que antaño la investigación del alma pretendía desentrañar como solución cierta al misterio que va unido al nombre de la inmortalidad del ser humano. Hoy se buscan en vano cuestiones como la de la inmortalidad del alma en la ciencia espiritual o del alma convencional, y también otras cuestiones. Ni siquiera pueden plantearse, por así decirlo, desde dentro de esta ciencia convencional del alma.

Uno quisiera decir que los grandes enigmas más cotidianos de la vida del alma, podrían plantearse con una frase trivial a saber, con las palabras: ¿Cómo ha de enfrentarse el hombre consigo mismo y con el mundo en absoluto cuando en sí mismo experimenta cómo se va convirtiendo, en función de la edad, en una persona diferente, cómo incluso en la vida entre el nacimiento y la muerte, se le van presentando nuevas tareas? ¿Cómo debe responder el hombre al gran enigma de la existencia, que se le presenta cada día y que, como todos pueden darse cuenta, está íntimamente relacionado con todo el ser del hombre? El gran enigma, ¿Cómo se produce y qué significado tiene que todo lo que fluye de arriba abajo en nosotros desde la mañana hasta la noche en el estado de vigilia en cuanto a ideas, impulsos, deseos, pasiones, afectos, etc., se hunda en una oscuridad indeterminada con el comienzo del sueño y se despierte de nuevo de esta oscuridad indeterminada cuando comenzamos el nuevo día? -El dormir y el despertar, tan íntimamente relacionados con el enigma de la existencia del hombre, la propia ciencia debe admitir, y lo admite cada vez más, que apenas sabe qué decir en respuesta a estos enigmas. Y luego viene el enigma de la muerte al que se acaba de aludir, ese enigma sobre el que un eminente investigador de los últimos tiempos, como ya se ha indicado aquí, no sabe decir otra cosa que lo que revela, por así decirlo, la observación de la corporeidad externa. Huxley cita justo al principio de sus «Fundamentos de Fisiología», las palabras del melancólico príncipe danés Hamlet:

El gran César, muerto y convertido en barro, 
con el cual tapona un agujero contra el norte áspero;
¡Oh esa tierra, ante la que el mundo tembló,
¡Pegada ahora en un muro contra el viento y la intemperie!

Y continúa explicando lo que quiere decir mostrando que las partes materiales individuales que componen al ser humano, cuando éste atraviesa la puerta de la muerte, se desvanecen gradualmente a los vientos, por así decirlo, en la otra materia que nos rodea, y cómo tendríamos que buscar allí lo que el ser humano ha sido si buscáramos los átomos materiales donde se encuentran después de un tiempo, en las extensiones del mundo.

El hecho de que aquello en lo que se han convertido los átomos del gran César, ya no sea en absoluto la cuestión que realmente concierne al alma humana, ya no lo siente, por así decirlo, la observación científica externa. Que la pregunta es: ¿Dónde están las fuerzas anímicas que actuaban en César? ¿Qué ha sido de ellas? ¿Cómo siguen actuando en el mundo? Esta es la gran pregunta, que ni siquiera una ciencia externa puede ya sentir. Y luego está la cuestión que se encierra en la significativa palabra destino, la cuestión del destino, que realmente se nos presenta a cada paso en la vida, que nos muestra el gran enigma que se manifiesta ante nosotros en todas partes. Vemos a un hombre llegar a la existencia, nacido en la necesidad y la miseria, para que podamos predecir en su cuna que tendrá un destino poco favorable, o lo vemos llegar a la vida con talentos aparentemente insignificantes, para que podamos predecir de nuevo que será poco ventajoso para sí mismo y para otras personas. Con otra lo vemos entrar en la vida, nacido en la felicidad y la abundancia, rodeado de manos bondadosas desde la cuna, dotado de talentos que muestran desde el principio que podría llegar a ser un miembro del orden mundial útil para sí mismo y para sus semejantes. ¡Cuánto de todo lo que llamamos felicidad y sufrimiento, y de lo que nos aborda a diario, cada hora, está incluido en esta cuestión del destino! Podría decirse que las grandes cuestiones de la existencia sólo comienzan donde la ciencia tiene que detenerse, por así decirlo. Y quien hoy intente familiarizarse con tal visión del mundo, que se forma a partir de documentos puramente científicos, se dirá a sí mismo: Lo que allí se me ofrece como resumen, como compendio de verdades científicas, por muy hermoso que sea, sólo me muestra el comienzo de la pregunta, de esa pregunta, de cómo debo plantearme las grandes cuestiones enigmáticas de la existencia; aún no hay mucho que encontrar de respuestas.

Contra todo esto, sin embargo, hay que subrayar que en el ámbito más amplio de la educación de la época actual, no existe posibilidad alguna de entrar en las cuestiones vitales del alma humana, por la sencilla razón de que a través de los fenómenos y hechos que han tenido lugar en el transcurso de los últimos siglos -y de los que se hablará en las próximas conferencias-. Los hábitos humanos de pensar, las disposiciones enteras del pensar humano se han dirigido más hacia lo material externo y en realidad sólo se sienten tranquilos cuando pueden comenzar con el criterio, con la investigación de algo que se da a la vista o que es accesible a la mente ligada al cerebro. Estos hábitos de pensar se ven a menudo privados de la posibilidad de mirar sólo aquello que es vida espiritual, de mirar aquellos acontecimientos dentro de los cuales tiene lugar aquello que no se agota en lo físico, sino que es específicamente espiritual.

Es evidente, por las conferencias ya dadas este invierno, que la respuesta a estas preguntas no es tanto una cuestión de si el hombre puede ver a través de los caminos hacia la vida suprasensible, que fueron indicados aquí en la última conferencia, hacia aquellas áreas donde se pueden encontrar respuestas a las preguntas indicadas. Se ha subrayado varias veces que ciertas cosas deben ser investigadas de esta manera, pero que entonces la mente humana imparcial, el juicio imparcial, es muy capaz de ver lo que la investigación suprasensible puede dar. Si este es el caso, entonces también será comprensible que el camino del conocimiento suprasensible descrito en la última conferencia, siempre brinda la posibilidad de mirar de la manera correcta lo que de todos modos está ahí en la vida, lo que se presenta por todas partes en la vida, y a través de la visión correcta obtener respuestas a los grandes enigmas de la existencia.

Lo espiritual en el hombre está presente en todas partes, siempre está ahí, y que nos anuncie su inmortalidad no es tanto una visión directa del mundo suprasensible necesaria, como una visión correcta -que, sin embargo, puede ser extraída y purificada-, de los acontecimientos directos de nuestra propia vida anímica. Este debe ser el principal foco de atención en el juicio de lo que aquí se llama ciencia espiritual: el modo de ver la vida, el modo en que los fenómenos de la vida inmediata del alma se presentan a través del pensamiento peculiar que aporta la ciencia espiritual. Quien quiera mirar esto de cerca encontrará que la ciencia espiritual observa los fenómenos de la vida inmediata del alma en conexión con la vida exterior de lo material, de tal modo que la gran pregunta enigmática de la existencia que se ha indicado, se responde a partir de la observación inmediata de la vida.

Aquí ya se ha indicado varias veces que la ciencia espiritual se encuentra hoy en una posición similar a la de la ciencia natural en los albores de la educación moderna, cuando Francesco Redi, por ejemplo, expresó la gran verdad que ahora es generalmente aceptada y universalmente reconocida: "Lo vivo sólo puede proceder de lo vivo". Este fue el primer paso para combatir un poderoso prejuicio, el prejuicio que no se limitaba meramente a los círculos laicos de la época, sino que dominaba toda la ciencia de la época, -y esta época fue hace sólo unos siglos: hace tres siglos, por ejemplo, cuando apareció Francesco Redi, todavía se creía que los animales inferiores, como los peces, las lombrices de tierra y similares, podían surgir del lodo de los ríos por la mera combinación de materia externa. Francesco Redi demostró que se trataba de una observación inexacta. Demostró que nada de existencia viva puede surgir sin que un germen de vida originado por un ser vivo igual, se transfiera a la materia no organizada, y enunció la proposición: Las cosas vivas sólo pueden surgir de cosas vivas. Dentro de los límites en que se habla aquí de esta máxima, ha sido reconocida por todos, desde Haeckel hasta Du Bois-Reymond. No fue reconocida en la época de Francesco Redi. Este último tuvo primero que demostrar que sólo una observación inexacta subyace a la creencia de que la materia inanimada puede moldearse a sí misma en materia viva.

La ciencia espiritual se encuentra hoy frente a lo espiritual en la misma posición que Francesco Redi frente a lo vivo. La ciencia espiritual muestra hoy, por la forma en que es capaz de observar los fenómenos del alma, que corresponde a una observación inexacta el creer, que lo que llega a existir con una persona en la vida interior del alma podría por ejemplo, proceder de la herencia, de los padres o  abuelos, etc., o sólo podría proceder de lo que el alma del hombre toma en sí a través de la experiencia externa, a través de la experiencia externa del entorno. La ciencia espiritual tiene que demostrar que la creencia de que podría ser así se basa tanto en una observación inexacta como la creencia de que un ser vivo estructurado podría formarse a partir de una sustancia inanimada. Así como la materia inorgánica sólo puede ser cohesionada, por así decirlo, por un germen vivo, así también todo lo que el alma humana moldea en sí misma en cuanto a características y cualidades heredadas, todo lo que toma del mundo exterior a través de los sentidos y del intelecto, sólo puede ser cohesionado en lo que vive y teje en nosotros como un ser anímico directamente vivo, a condición de que exista un germen espiritual vivo, un germen espiritual que aglutine en sí mismo tanto las  características heredadas como todo lo que se toma del entorno exterior.

La ciencia espiritual se centra en este germen espiritual o anímico, y al hacerlo se enfrenta a un prejuicio muy, muy extendido en la actualidad. Cuando se habla hoy en día del carácter del alma humana, cuando se habla de todo lo que vive el ser humano, entonces se señalará, -y esto se ha hecho a través de la investigación más concienzuda, que ciertamente debe ser reconocida a su manera-, esto o aquello que se «hereda» de los antepasados. Siempre se tendrá la tentación de juntar, por así decirlo, lo que vive en el alma humana y lo que el ser humano moldea a través de estas o aquellas causas que se encuentran dentro de la línea de la herencia, que sólo se quiere dejar influir por lo que irrumpe en el ser humano desde fuera para la conformación global del alma humana.

En este ámbito, un día se logrará cierta armonía entre la ciencia natural y la ciencia espiritual, si cuando hablamos del núcleo del alma humana y las disposiciones heredadas, tenemos en cuenta una cuestión que siempre debe estar en la mente de la ciencia espiritual, la cuestión que está vinculada a la preservación de toda la especie humana. Dentro de la vida de la especie, dentro de lo que se transmite de abuelo y padre a hijo y así sucesivamente en el sistema generacional, vemos características que pasan de generación en generación. Pero cuando consideramos esta sucesión de la existencia humana en el curso de las generaciones se nos plantea un interrogante: que el hombre alcanza la virilidad, la madurez sexual, por así decirlo, en un tiempo determinado, y en el tiempo en que ha alcanzado esto, está en condiciones, por así decirlo, de traer de nuevo a la existencia un ser humano completo en cuanto al género. En otras palabras, el ser humano, habiendo alcanzado la madurez sexual, es capaz de producir su propia especie, es decir, tiene las capacidades que deben estar presentes para poder producir su propia especie.

Por lo tanto, el desarrollo humano procede hasta la madurez sexual de tal manera que el ser humano desarrolla en sí mismo todas las facultades que le hacen posible engendrar un ser de su propia especie. Pero después de la madurez sexual el ser humano continúa desarrollándose. También después de la madurez sexual aparecen nuevas formaciones, nuevos contenidos del alma, y es imposible relacionar lo que el alma experimenta en su desarrollo después de la madurez sexual, con todo el desarrollo de la especie humana del mismo modo que lo que el ser humano experimenta hasta la madurez sexual para producir la especie humana. Hay que hacer una distinción tajante en toda la posición del hombre en el mundo en relación con su desarrollo hasta la madurez sexual, y en relación con el tiempo posterior. Esta es una cuestión que, como veremos en breve, sólo puede ser considerada adecuadamente por la ciencia espiritual.

Esto plantea otra cuestión importante, pero que muestra cómo debe entenderse lo que se designa con el término «herencia» en contraste con lo que realmente tiene lugar en el alma humana y pertenece a la evolución humana. Lo que aparece en el hombre y se muestra claramente como producto de la herencia dentro de la especie humana, podemos captarlo en un caso radical en el que la herencia aparece en toda circunstancia, simplemente por el hecho de que el hombre es hombre y desciende de un ser semejante, un ser de su especie.  Una de esas cosas, por ejemplo, es el cambio de dientes hacia el séptimo año de vida. Esto es algo que depende de las fuerzas que el hombre ha heredado, que se producen en todas las circunstancias, aunque saquemos al hombre de la comunidad humana y lo coloquemos en una isla desierta donde crecería de forma salvaje.

Así sucede con todas las características que en realidad sólo se fundamentan dentro de la línea de la herencia. Pero tomemos algo que está tan íntimamente relacionado con el alma humana como el lenguaje, y allí encontramos inmediatamente que los conceptos de la herencia nos fallan. Donde esté justificado hablar de herencia, características heredadas tales como el cambio de dientes, aparecerán. Pero si llevamos a una persona a una isla desierta y la dejamos crecer salvaje para que no oiga un sonido humano, entonces el lenguaje no se desarrollará. Esto significa que tenemos algo que nos muestra que hay algo en el alma humana que no está ligado a la herencia de la misma manera que las fuerzas que tenemos que tratar como hereditarias en el sentido eminente.

Así que podríamos citar muchas cosas que nos mostrarían de cuan poco sirven las fuerzas de la herencia para que expliquen la naturaleza general del hombre. Pero desde el principio, ante la consideración de lo espiritual por parte de la ciencia espiritual, se cometen errores sobre errores, errores que simplemente resultan ser errores lógicos, allí donde se emiten criterios llenos de prejuicios. Por ejemplo, la gente cree repetidamente que la ciencia espiritual quiere rebelarse contra algo que la ciencia natural tiene que decir, cuando precisamente tiene en la más alta estima los logros de la ciencia natural.

Esto se cree, por ejemplo, cuando la ciencia espiritual afirma que lo que llamamos núcleo del alma humana no desciende simplemente de padres, abuelos y demás, sino que se remonta como núcleo anímico espiritual a una vida anterior del hombre muy lejana en el tiempo, de modo que la ciencia espiritual tiene que decir: La vida del hombre en la tierra no es algo puntual, sino que se repite. Cuando entramos en la existencia terrenal a través del nacimiento, surge un núcleo del alma que ha absorbido ciertas peculiaridades, ciertas fuerzas en vidas anteriores. Debido a esa absorción de fuerzas en vidas anteriores, concentrada en sí misma, por así decirlo, entra en un nuevo cuerpo, en un nuevo entorno físico en cierto sentido. Así como en la vida física el germen vivo se traslada a su entorno inorgánico y de allí absorbe las fuerzas y sustancias inorgánicas, así también este núcleo del alma humana procedente de vidas terrenas anteriores se acerca a las características heredadas, las une, las concentra, toma lo que el mundo exterior puede dar, y así moldea y da forma a la nueva vida, que entonces llevamos a término durante el tiempo que va desde el nacimiento hasta la muerte. La vida actual es, a su vez, la unión de parte de las características heredadas y parte de lo que nos ofrece la vida exterior. Y cuando atravesamos la puerta de la muerte, este núcleo del alma se encuentra en su máxima concentración. Luego, durante el tiempo que transcurre entre la muerte y el próximo nacimiento, pasa por una existencia puramente espiritual y, cuando ha madurado lo suficiente en ésta, entra en una nueva vida en la tierra a través de un nuevo nacimiento o concepción.

El hecho de que algo de lo que hoy en día son resultados científicos concienzudos y bien investigados, deba oponerse o de alguna manera incluso ser tocado por tales puntos de vista de la ciencia espiritual es, por desgracia, sólo un prejuicio común. La ciencia espiritual comprende plenamente, -como ya se ha mencionado-, cuando el científico natural viene y muestra cómo, a través de la mezcla del germen paterno y materno, tiene lugar, por así decirlo, una individualización especial del germen del niño en cada caso individual, y cómo las particularidades de los niños individuales pueden ser diferentes ya a través de esta mezcla de los elementos paternos y maternos. La ciencia espiritual en su profundidad no acepta la trivial afirmación de que ya es prueba de una especial individualidad humana el hecho de que los niños de una misma familia sean individuales y diferentes entre sí, pues esta individualización puede entenderse ciertamente a partir de la diferente mezcla de los elementos paterno y materno. Por el contrario, si el científico natural viene y señala que lo que el hombre vive en la vida podría indicar tal o cual constitución orgánica, tal o cual organización del cerebro y así sucesivamente, entonces la ciencia espiritual está completamente de acuerdo con esto, y sigue siendo diletantismo en la ciencia espiritual, el no querer entrar en esto. Sin embargo, cuando lo que la ciencia natural tiene todo el derecho a decir en este campo ha de ser una objeción a los resultados de la investigación espiritual, a saber, que a pesar de todos los resultados de la investigación científica natural el núcleo del alma humana recurre en primer lugar a las características heredadas para configurar una vida, entonces se comete un error lógico que se puede caracterizar de la siguiente manera.

Supongamos que una persona ve frente a sí a otra que respira saludablemente, y dice: «El hecho de que esta persona esté viva y ahora se encuentre ante mí como un ser vivo se debe al aire y a los pulmones que están presentes». ¡Quién podría negar que esto es una verdad completa! Así como esto no puede ser negado por ninguna ciencia espiritual, tampoco puede ser negado cuando el científico natural viene y toma en consideración las condiciones materiales de la línea de la herencia para explicar la forma individual de la vida del alma. Es cierto, tan cierto como cuando el científico natural dice: Hay un hombre de pie ante mí que está vivo en este momento porque hay aire fuera de él y pulmones dentro de él.

Por lo tanto, puede el científico natural considerar refutado al científico espiritual cuando la ciencia espiritual dice: A pesar de todo lo que se dice, lo que le sucede a tu alma está determinado, espiritual y anímicamente determinado de una manera puramente espiritual en función de lo que el alma ha experimentado en vidas anteriores. ¿A pesar de todo esto, todo el destino del hombre está determinado por el hecho de que el propio hombre ha preparado este destino en vidas anteriores? No, el científico natural no debe considerar refutado al científico espiritual que hace tal afirmación. El científico natural que dice: El hombre que está ante mí está vivo en este momento porque hay aire fuera de él y pulmones dentro de él, no puede considerar refutado al científico espiritual, como tampoco puede considerar refutado al que le dice: No, no es por eso por lo que está vivo, sino que está vivo en este momento por algo muy distinto; este hombre quiso ahorcarse una vez, y sin duda habría muerto en su intento de ahorcarse en aquel momento si el yo no hubiera aparecido. Pues el yo le cortó el paso, y por eso está vivo ahora.

De aquí se desprende que la verdad objetiva de que el otro está vivo sólo porque hay aire fuera de él y pulmones dentro de él no contradice el hecho de que esté vivo en este momento sólo porque el otro yo le cortó el paso. Del mismo modo que esta última verdad irrefutable no contradice la comprensión del científico natural de que el hombre está vivo porque hay aire y pulmones, tampoco lo que tiene que decir la ciencia natural contradice lo que tiene que decir la ciencia espiritual: que las razones últimas y espirituales de la existencia del hombre residen en sus repetidas vidas en la tierra.

Se trata de dirigir nuestra mirada de la manera correcta hacia lo correcto, y aquí podemos tomar el lenguaje como un buen ejemplo. Todo investigador espiritual que penetre en las profundidades de las cosas y comprenda la ciencia natural, puede comprender lo fácilmente que se puede caer en la tentación de decir: el hombre puede hablar porque tiene un centro  del lenguaje en el cerebro. Esto es cierto. Pero es igualmente cierto que este centro de lenguaje del cerebro sólo se convierte en un centro de lenguaje vivo por el hecho de que exista un lenguaje en el mundo. El lenguaje ha creado el centro del lenguaje. Así mismo, todo lo que existe en las formaciones del cerebro y en todo el aparato orgánico del ser humano ha sido creado por lo anímico-espiritual. Fue éste el que imprimió por primera vez lo que es la vida espiritual en la materia humana indeterminada. Por lo tanto, en el núcleo del alma humana, en lo anímico-espiritual es donde tenemos que buscar lo que es realmente creador. No debemos considerar lo anímico-espiritual como resultado del cerebro, sino al revés: el cerebro con su fina formación como resultado de lo anímico-espiritual.

Cuando observamos la vida humana, ésta se nos muestra incluso en cada punto de tal manera que sentimos que lo que acabamos de decir está corroborado por una visión sana de la vida. Consideremos aquello que podemos llamar desarrollo humano más allá de lo genérico, aquello que aún se desarrolla en el hombre incluso cuando las potencias dentro de la herencia están completamente formadas, por así decirlo, cuando se ha alcanzado la madurez sexual, para llevar dentro de sí las fuerzas que pueden engendrar un ser de su propia especie. Las fuerzas del alma que constituyen el desarrollo humano se nos muestran de un modo muy distinto cuando las consideramos en relación con aquellas fuerzas que están presentes a lo largo de toda la vida humana como las que, por ejemplo, se expresan en la conservación de la especie, en la procreación. Dentro de lo que incumbe a las fuerzas reproductoras, vemos cómo todo se desarrolla, por así decirlo, de dentro hacia fuera, cómo el hombre produce seres de su misma especie junto a él a través de las fuerzas que intervienen en este campo, es decir, cómo lo que está dentro de él se abre camino hacia el exterior. Las fuerzas que pertenecen al desarrollo humano interior toman exactamente el camino opuesto. Sólo hay que ser capaz de considerar lo espiritual como algo real. Entonces la observación que ahora se va a hacer será aceptada desde el principio como justificada.

¿Cómo vivimos nuestra vida cuando consideramos la interioridad del alma? La vivimos exactamente en sentido contrario cuando vivimos la vida dentro de la especie: en la especie todo el desarrollo tiene lugar hacia fuera, en la vida individual todo el desarrollo tiene lugar hacia dentro. Esto sucede de tal manera que absorbemos lo que nos llega de fuera, lo procesamos en nuestro interior y no lo empujamos hacia fuera como en la reproducción, sino que concentramos lo que experimentamos de este modo cada vez más intensa e intensamente en nuestro interior, despojándolo cada vez más intensamente, por así decirlo, de su carácter de mundo exterior y convirtiéndolo en el contenido de nuestro propio yo.

Quien observe la vida humana con imparcialidad comprobará cuán imposible sería para nuestra vida anímica, por ejemplo, llegar a recordar realmente en un momento todo lo que el alma ha vivido y puede recordar. Imaginemos que cualquiera de las personas aquí sentadas tuviera en este momento vivo en su alma todo lo que alguna vez ha vivenciado en el alma en cuanto a conceptos, ideas, sensaciones, afectos y demás. Eso sería una pura imposibilidad. ¿Pero lo que vivenciamos en el pasado, lo que absorbimos en nuestra alma, se ha perdido porque no podemos recordarlo en este momento? No se ha perdido. Si comparamos nuestra vida anímica en momentos sucesivos del tiempo, descubriremos que quizá más importante que lo que recordamos es aquello que aparentemente hemos olvidado, pero que ha obrado en nosotros y nos ha convertido en una persona diferente.

A lo largo de nuestra evolución siempre somos una persona diferente, siempre nos sentimos imbuidos de un contenido diferente. Si nos observamos tal como somos ahora y nos comparamos con lo que éramos hace unos diez años, no podremos negar que somos una persona diferente, y que lo que ha provocado esto son las experiencias procesadas que han fluido hacia nosotros, han sido absorbidas por nosotros y han tomado el camino opuesto a las fuerzas que sirven a la procreación. Destruimos, por así decirlo, con nuestra visión, con nuestro recordar imaginativo, aquello que experimentamos, pero en cambio lo llevamos a nuestro yo. Nuestro yo se convierte en algo continuamente diferente. Por eso podemos decir: Una observación precisa de la vida nos muestra cómo este yo cambia a lo largo de la vida, y cómo las experiencias que ha absorbido son las que lo han cambiado. Sentimos cómo el yo se va llenando más y más por dentro, cómo se va enriqueciendo más y más de lo que lo estaba cuando entramos en la vida en nuestra juventud. Esto se basa en un fenómeno muy significativo de la vida que no suele reconocerse lo suficiente.

Goethe, el profundo conocedor de la vida, que veía la vida sobre todo tal como se le presentaba en su propia personalidad, pronunció la frase: En la vejez nos convertimos en místicos. ¿Qué quiso decir con ello? ¿Qué significa «convertirse en místico» en el sentido goetheano? Debemos eliminar de esta frase todas las ideas inexplicables y nebulosas que se aferran a ella. Goethe quería decir que el hombre, a medida que se hace más y más maduro, tiene cada vez menos de lo que el mundo le ofrece externamente, sino que mas bien extrae las fuerzas de la experiencia de los entresijos de su propia alma, a los cuales él les ha permitido descender. «El hombre se convierte en místico» significa que su alma se ha vuelto cada vez más plena, ha establecido más y más poderes dentro de sí misma. Si observamos más de cerca lo que nuestro núcleo anímico ha unido en nosotros, si observamos cómo ha absorbido lo que ha experimentado y qué ha hecho de ello, entonces aquellos que se han convertido en místicos, independientemente de su edad, pueden darnos una pista de lo que realmente sucede en el alma humana. ¡Preguntemos a los místicos! ¿De qué hablan sobre todo los místicos? De un «segundo yo», de un «hombre superior» en el hombre, del hecho de que en este yo humano, que crece con nosotros desde nuestra juventud, puede afianzarse un segundo yo, que muchos místicos interpretan como «divino». 

Así pues, podemos afirmar que, al vivir su vida, el hombre moldea algo en su individualidad que toma la dirección opuesta a la de la reproducción. Él no da a luz nada fuera de sí mismo; mas bien concentra algo dentro de sí, no deja que surja algo de su yo, sino que imbuye algo dentro de sí, que el místico describe muy bien como un segundo ser humano, que se desarrolla, por así decirlo, dentro de la piel del primer ser humano y adquiere cada vez más determinación anímico-espiritual. Esto es más evidente en una persona, menos evidente en otra; pero el sentido del devenir ser humano se basa en el hecho de que experimentamos un proceso germinal opuesto, en el que no nos desplegamos, sino que, por el contrario, concentramos algo en nosotros mismos. Si llamamos evolución, desarrollo, a la vía de la reproducción, entonces, a lo que el yo atraviesa, podemos llamarlo involución, envoltura, moldeamiento interior de las experiencias. Y es evidente por sí mismo que el vigor interior que el yo, que ha crecido, lleva dentro de sí como un segundo yo, es mayor cuando nos encontramos al final de nuestra vida física, es decir, cuando atravesamos la puerta de la muerte.

Si examinamos esto y observamos más de cerca lo que ha tomado forma como segundo ser, entonces tenemos que decir que la gente no siempre se siente inclinada a observarlo más de cerca. La vida le ocupa y no presta suficiente atención al segundo ser que ha formado. Pero si le presta suficiente atención, descubrirá que este segundo ser tiene características muy específicas, sobre todo que lleva en sí una importante pulsión de independencia y libertad en relación con lo que podemos absorber en el resto de la vida. En la vida ulterior vivimos en un determinado contexto lingüístico. Por lo tanto, nuestros conceptos siempre tienen una cierta coloración a causa de este contexto lingüístico. Sin embargo, lo que hemos desarrollado interiormente pugna por liberarse de lo que sólo un determinado contexto lingüístico puede dar y por desarrollar una visión de la vida libre e independiente de cualquier contexto lingüístico. Deseamos superar lo que un determinado contexto lingüístico puede proporcionarnos, y al hacerlo también superamos aquello con lo que hemos crecido desde nuestra juventud. Desde pequeños, por ejemplo, tenemos que desarrollar un determinado moldeamiento del oído. Desde lo que desarrollamos en nuestro yo, nos damos cuenta de que es algo que quiere ser cada vez más libre de la corporalidad externa.

Cuando el ser humano ha alcanzado la madurez, formamos un nuevo germen humano que es independiente del que se ha ido desarrollando a partir de nuestro físico externo.

La ciencia espiritual pretende dirigir el alma hacia esto: hacia ese segundo yo que en el transcurso de la vida se desarrolla a partir del yo humano, un yo cuya esencia consiste precisamente en que se siente tanto más pleno, tanto más intenso, cuanto más independiente puede sentirse de aquello que ha crecido desde la juventud. Y si observamos más de cerca este segundo yo formado en nuestro yo, entonces veremos que está dotado en sí mismo de tales poderes, que podemos caracterizar toda su naturaleza diciendo: Este yo lleva en sí los poderes de formar una persona nueva, distinta de aquella a través de la cual él mismo se ha formado.

No se trata de una analogía, sino simplemente de una aclaración, cuando decimos: El yo que llevamos dentro puede compararse a la semilla de una planta que se ha desarrollado desde la raíz, pasando por el tallo y las hojas verdes, hasta la flor. Es entonces cuando está más dotado de vida y puede proporcionar la base para una nueva planta. Todo el ser de la planta se ha contraído en la semilla, y cuando la semilla está madura, lo que ha crecido en el tallo, las hojas verdes y la flor muere. Así es como madura en nosotros un núcleo espiritual. Al igual que la semilla de la planta crece más y más, a medida que las hojas se marchitan y la forma física exterior de la planta se acerca a la muerte, así el núcleo anímico-espiritual madura en el ser humano a medida que el exterior se marchita más y más, a medida que las envolturas de los órganos se marchitan gradualmente y se acercan a la muerte. Por lo tanto, ante una observación correcta del alma, tenemos ante nosotros el hecho peculiar de que las fuerzas de tensión internas de un nuevo yo son más fuertes cuando atravesamos la puerta de la muerte. Allí llevamos los sistemas de fuerzas, las conexiones de fuerzas a través de la puerta de la muerte a un mundo que no puede tener nada que ver con el mundo en nuestro cuerpo.

Aunque ahora no queramos seguir profundizando, -como se verá en las siguientes conferencias-, en cómo el investigador espiritual puede mostrarnos también lo que ocurre con este núcleo anímico espiritual formado en el yo en un mundo puramente espiritual, que el hombre vive en una vida que transcurre entre la muerte y el próximo nacimiento, podemos decir, sin embargo: De la misma manera que el científico naturalista se pone a trabajar cuando quiere comprender la planta, nosotros podemos ponernos  a trabajar cuando queremos comprender al ser humano. El naturalista observa la semilla de la planta y ve cómo la semilla puede permitir que florezca una nueva vida vegetal. Así que busca comprender la nueva planta a partir de la semilla, del mismo modo que la semilla resultante reaparece en una nueva planta. Del mismo modo, el investigador espiritual puede observar al ser humano cuando entra en la vida a través del nacimiento o la concepción. Allí vemos cómo el ser humano inicialmente no muestra nada exteriormente aparte de que sus órganos se desarrollan de cierta manera. A continuación surge esa vida espiritual que ya hemos caracterizado diciendo que cuando surge, llega para el ser humano el momento al que más tarde podrá recordar. Pues se dirá a sí mismo: 

Evidentemente el yo estaba ya allí antes de este punto en el tiempo, pero yo sólo puedo recordar hacia atrás hasta cierto punto en el tiempo. Ese punto en el tiempo es cuando el hombre llega a la posición de sentirse a sí mismo como un yo; pero muy indudablemente él ya está presente antes de eso como un ser anímico-espiritual. ¿Por qué, puede preguntarse la ciencia espiritual, la posibilidad de recordar hacia atrás sólo surge a partir de un determinado momento? ¿Acaso no existían antes las fuerzas interiores que provocan el recuerdo? Sería una forma de pensar completamente ilógica si quisiéramos que lo anímico-espiritual sólo comenzara en el momento en que la persona recuerda más tarde. El dormir cotidiano puede enseñarnos cómo viven en nosotros las fuerzas anímico-espirituales antes de que despierte el recuerdo.

Hoy en día, la gente tiene todo tipo de ideas extrañas sobre el dormir. Algunas de las ideas correctas al respecto ya han sido expuestas en las conferencias sobre estar despierto y dormir. Hoy, por ejemplo, existe la idea de que el dormir es sólo aquello que puede decirse que es provocado por la fatiga. Pido a los oyentes de las conferencias anteriores que tomen nota de que la ciencia espiritual quiere hablar con precisión. Si alguien quisiera decir que la propia ciencia espiritual ha dicho que el dormir es causado por la fatiga, esto no es del todo correcto, pues se ha dicho que el dormir está ahí para quitar la fatiga. En la ciencia espiritual siempre es importante comprender las cosas con mucha precisión, porque también debe esforzarse por representar las cosas con precisión.

¿Puede la fatiga ser la causa de la necesidad de dormir? Quien lo afirme queda refutado por la vida misma. Quien afirme que el hombre debe dormir sólo porque está cansado, queda refutado mirándose a sí mismo, o considerando cómo la persona de edad, se queda dormido en su silla por la tarde, aunque no esté cansado en absoluto. Y se le refuta especialmente al considerar cuándo duermen más las personas: no cuando están más cansadas, sino cuando son niños. Sólo hay que ver las cosas en su justa medida.

La ciencia espiritual muestra ahora que durante el estado dormido normal, así como durante el estado de conciencia embotada del niño, esas fuerzas que se utilizan para la experiencia consciente se envían al organismo y trabajan allí. Las fuerzas que utilizamos desde que nos despertamos hasta que nos dormimos para formar ideas, sensaciones y demás, son las mismas fuerzas que trabajan en nosotros durante nuestra vida dormida, pero de tal manera que las fuerzas del organismo que se han agotado son reemplazadas, restauradas. Allí nos regeneran, reparan lo que se ha desgastado y gastado, es decir, moldean, dan forma. Mientras que en la vida diurna de vigilia deforman, disuelven la forma, y mientras que la vida diurna de vigilia consiste precisamente en que disolvemos la forma, el dormir está ahí para restaurar la forma, es decir, para trabajar directamente sobre la estructura humana. Porque mientras dormimos a menudo utilizamos nuestros poderes de conciencia para regenerar determinadas fuerzas decaídas, en consecuencia estas fuerzas se alejan de nosotros y por ello nos hundimos en la inconsciencia. Porque al comienzo de la vida, -antes de que llegue el momento en el que más tarde podemos recordar-, utilizamos las mismas fuerzas que viven en nosotros y llenan nuestra conciencia en los primeros años de la infancia para el modelado y la sutil formación de la organización cerebral y la circulación sanguínea, por lo tanto se retiran del yo consciente. El yo está presente durante la infancia, y es algo extraño hoy en día cuando la forma en que el yo aparece por primera vez se toma como decisiva para la consideración del ser humano. ¡Otro maravilloso error lógico!

Se pueden recorrer hoy obras enteras en las que se dice: Vemos cómo surge la autoconciencia, cómo ésta se forma en el hombre. Es imposible imaginar algo más perverso, y en cualquier otro campo se rechazaría terminantemente tal observación, igual que se rechazaría, por ejemplo, en el caso de alguien que obtuviera conocimiento de un reloj sólo observando cómo se forma el reloj. Este no es el caso en ningún campo. Lo mismo habría que mostrar con referencia a la autoconciencia, si se quiere rastrear cómo avanzan las concepciones, cuán grandiosos errores se cometen al respecto. Esto sólo lo puede hacer el que mira más de cerca las cosas desde un punto de vista científico-espiritual. De lo contrario uno no se da cuenta. La conciencia del yo, la autoconciencia son tales que el conocimiento gradual del yo, a medida que se desarrolla, no tiene nada que ver con la realidad del propio yo. Más bien, puesto que el yo, la entidad humana, se desarrolla continuamente desde los momentos en que aún no es consciente en el niño, hasta los momentos en que después se experimenta conscientemente, no podemos decir: ¡Que no está ahí! Si está ahí, el es quien moldea al ser humano en su estructura más sutil. Es más, mucho más: el da forma al ser humano en su conexión con toda la vida humana, de la que sólo nos damos cuenta cuando entramos en la vida humana de un modo más o menos abnegado.

Según como una persona suele ver la vida, puede decirle a su destino: Uno u otro me afectará. Me gusta lo uno, me disgusta lo otro; considero lo uno como una buena fortuna, lo otro como una desgracia, lo uno como una aceleración, lo otro como una ralentización de mi vida. Pero esto es sólo una consideración superficial, pues el hombre podría convencerse de que en cada momento de su vida no es otra cosa que su destino concentrado. ¿Qué es lo que les estoy diciendo ahora? Es mi destino concentrado. Mis experiencias vitales les hablan, y yo no soy otra cosa que mis experiencias vitales, que mi destino, y si quisiera extraer mi destino, tendría que cortar un trozo de mí mismo. El hombre es lo que ha hecho de sí mismo, lo que es su destino, lo que es en un momento dado. No podemos separar nuestro yo de nosotros mismos, de nuestro destino, y considerar el yo como algo distinto en cuanto a contenido que el destino.

Ahora vemos, sin embargo, que como niños estamos situados en un determinado contexto de vida, que no solo estamos determinados por nuestras disposiciones, por nuestro yo, aunque todavía no seamos conscientes, en que nuestro yo trabaja sobre nuestra circulación sanguínea, y en que también desarrolla disposiciones muy específicas y así sucesivamente después, sino que también vemos que estamos situados en un determinado contexto nacional, que somos hijos de una determinada pareja de padres, crecemos en un determinado clima y tenemos que convivir con estas o aquellas personas. Así nos vemos a nosotros mismos como predestinados de por vida. Si examinamos lo que podemos rastrear y abordar conscientemente como nuestro destino, es evidente que debemos abordarlo como el destino relacionado con nuestro yo, ya que estamos colocados por nuestras circunstancias en una vida que o bien es penosa y agobiante o bien está rodeada de manos bondadosas. No sólo nuestro destino posterior está relacionado con lo que nosotros mismos hemos hecho, sino también con los golpes del destino que nos llegan desde el inconsciente y que no podemos rastrear con la mente consciente.

De este modo somos conducidos al núcleo anímico espiritual del ser humano, que contiene en sí todos los sistemas de fuerzas que formaron el cerebro, el sistema sanguíneo, etc. y que, por tanto, nos determinaron. Pero también estamos destinados por el propio yo que se sitúa en un determinado contexto vital. En el ámbito de la observación de la naturaleza, todo el mundo lo admite cuando dice, por ejemplo: «Cuando miro una planta alpina, sé que toda la naturaleza alpina forma parte de ella y, por tanto, la planta alpina no puede crecer en la llanura». Lo que todo el mundo admite en la observación de la naturaleza sólo necesita trasladarlo al núcleo espiritual del ser. Entonces se verá que el núcleo anímico espiritual del ser, que dota a su corporeidad de disposiciones muy específicas, por una parte se adapta a su corporeidad, busca esta corporeidad, entra en ella, pero por otra parte también busca su destino.

Cuando este destino es percibido como duro y entonces se le dice a la persona: Tú mismo te lo has creado, tú mismo te lo has buscado a través de tu esencia anímico-espiritual, cuando se atribuye así la culpa del duro destino al hombre en su conjunto, entonces este sentimiento se basa en una visión miope. Un principio más profundo juzga de otra manera, y podemos entender cómo juzga si tomamos un ejemplo de la vida para ilustrarlo. Imagínense a un joven que, por ser su padre rico, vivía tan bien que vivía del bolsillo de su padre y no tenía que preocuparse mucho. El padre pierde toda su fortuna por algo, y el hijo ya no puede vivir como antes. Quizá diga: «¡Qué duro destino me ha tocado! ¡Qué desgraciado soy! - Pero si ahora aprende algo, si la vida le ha jugado una mala pasada y se ha convertido en un buen hombre, ¿dirá lo mismo cuando tenga cincuenta años? No, pero ahora quizá diga: «Para mi vida personal, este giro del destino fue bastante bueno, porque de lo contrario podría haberme convertido en un inútil; la desgracia de mi padre contribuyó a mi felicidad».

Lo que puede decirse desde el punto de vista de los dieciocho años no es especialmente clarividente; a los cincuenta somos capaces de ver más allá. Aquello que es el principio más profundo de la vida en nosotros busca la desgracia, busca la penuria y la miseria, porque sólo superando los obstáculos de la penuria y la miseria nos hemos desarrollado en la felicidad y nos hemos convertido así en algo en lo que de otro modo no nos habríamos convertido. Visto desde un punto de vista más elevado, y tan pronto como admitimos que en una persona vive una esencia más profunda, que va de vida en vida y hace necesario que miremos la vida desde un punto de vista más elevado, muchas cosas se nos presentan inmediatamente como comprensibles.

Cuando podemos mirar al hombre de tal manera que, -acercándose a la vejez-, desarrolla para nosotros un sistema de fuerzas interior, que va hacia un hombre nuevo, que es prácticamente independiente de lo que el hombre ha ido desarrollando externamente a partir de su vida anterior o de las circunstancias de su vida actual, y cuando vemos cómo lleva una tensión interior de fuerzas a través de la puerta de la muerte, entonces podemos decir: Es imposible que este hombre vuelva a la existencia en un breve plazo después de morir. ¿Por qué no? ¿Qué pasaría si volviera a la existencia de inmediato? Encontraría un entorno exterior similar al que acaba de abandonar y del que ha querido liberarse desarrollando el núcleo interno del alma. Del mismo modo que el núcleo interno del alma no tiene una relación directa consigo mismo de tal modo que quiera volver a ser «él mismo» inmediatamente, tampoco el ser humano puede volver a encarnarse inmediatamente después de la muerte, pues crecería en sí mismo. Esto significa, sin embargo, que el núcleo interno del alma sólo puede volver a encarnarse después de cierto tiempo. Durante este tiempo vive en una atmósfera puramente espiritual, no en el mundo físico. Lo que se ha desarrollado como núcleo espiritual, se ha desarrollado de la misma manera que se ve desarrollarse a la semilla de la planta dentro del tallo, las hojas y la flor, dicho núcleo vive en un mundo espiritual y sólo se sentirá atraído de nuevo a encarnar exteriormente lo que ha desarrollado, cuando hayan surgido otras condiciones; es decir, cuando la tierra haya cambiado de tal manera que el hombre crezca en otras condiciones para poder seguir auto-moldeándose.

Por eso, entre la muerte y el próximo nacimiento pasará tanto tiempo, por ejemplo, que no volveremos a nacer en la misma zona lingüística y que las demás condiciones que nos rodean también habrán cambiado. Sabemos que las condiciones en la Tierra exterior cambian en el transcurso de siglos y milenios. Pero lo que ha sucedido mientras tanto, puramente externo en la cultura, lo aprendemos a través de la enseñanza, de la educación. Así que salimos de una época determinada con nuestro núcleo anímico-espiritual, con las fuerzas que queríamos liberar y esperamos a que se den nuevas condiciones en la superficie de la Tierra. Pero lo que no hemos podido hacer mientras tanto, debemos compensarlo mediante la educación y la enseñanza. Por lo tanto, la educación y la enseñanza deben complementar lo que tenemos en los talentos y habilidades especiales que traemos del fruto de vidas anteriores.

En un tiempo relativamente corto no he podido desarrollar otra cosa que lo que puede llamarse una forma de observar el alma humana de tal manera que, por un lado, esta observación es estrictamente científica, pero, por otro lado, se ve algo real en estas experiencias anímico-espirituales. Y que se vea cómo, en efecto, en el ser humano tal como vive ante nosotros, lo que emerge de nuevo en la próxima vida como un germen que se nutre de las fuerzas de la herencia así como de las fuerzas del entorno para seguir desarrollándose.

Tal visión del mundo como la que se desprende de la ciencia espiritual puede tener una influencia eminentemente saludable no sólo en las cuestiones teóricas de la vida, sino también en la fuerza y la seguridad y en el vigor de la vida. Por supuesto, quien no quiera familiarizarse con la ciencia espiritual no se dará cuenta de que una vida exterior sana está condicionada en muchos aspectos esenciales por una vida anímica sana, que la vida anímica sana irradia sus fuerzas a lo físico. Y que cuando el alma está desolada y no puede extraer de su propio interior lo que llena su conciencia de satisfacción, entonces la insatisfacción, la incoherencia, la flotación en enigmas de la vida anímica se imprimirán en nerviosismo y así sucesivamente como malsanos en lo físico. Quien no se da cuenta, tal vez lo experimente. La vida plantea los mayores enigmas, y en casos que tienen importancia para todos, lo que se puede expresar de tal manera que uno se pregunta: ¿De dónde más provienen ciertos síntomas de enfermedad de una vida que no está satisfecha consigo misma, sino del hecho de que la vida anímica no está sana, no está plenamente contenta y por eso no irradia saludablemente sobre el cuerpo? Pero quien considere la influencia saludable de una vida anímica sana sobre el cuerpo también podrá decir lo siguiente.

Cuando, en nuestro tiempo, nos referimos repetidamente a las características heredadas y seguimos diciendo esto o aquello, por ejemplo, con respecto a lo que sentimos como enfermedades en nuestro interior: Hemos heredado esto de nuestros antepasados, no podemos cambiarlo-, después ese pensamiento, significa algo que debe deprimirnos en lo más profundo de la vida interior del alma y significa una depresión de la vida anímica, que muy pronto debe ejercer una influencia desfavorable sobre la vida corporal exterior que es sentida por la persona afectada como algo degradante, que no se puede cambiar porque se encuentra en la línea puramente física de la herencia. Sin embargo, cualquiera que pueda obtener de la ciencia espiritual la convicción de que lo que vive en él no es una mera conexión de características heredadas y fuerzas heredadas, sino algo que va de vida en vida como un núcleo anímico espiritual. Cuando la ciencia espiritual no es para él una mera teoría, sino algo que impregna su vida, puede entonces recordar siempre que su núcleo anímico espiritual vive frente a todas las características y fuerzas heredadas, de donde puede extraer las fuerzas mediante las cuales puede llegar a ser victorioso, por mucho que la línea de herencia apunte hacia la decadencia.

La conciencia que puede obtenerse de la ciencia espiritual no sólo responde a los enigmas de la vida que son teóricos, sino que también responde a todas las preguntas que penetran en toda la mente como enigmas que debemos tener respondidos para poder vivir en nuestra alma. <Si no sabemos nada de ese núcleo anímico espiritual que corre de vida en vida, entonces nos sentimos doblegados bajo el yugo de la herencia, que nos oprime y nos hace débiles. Sólo nos sentimos fuertes y vigorosos y nos presentamos como personas anímico-espirituales cuando nos mantenemos erguidos en la constitución de nuestro núcleo anímico-espiritual del ser y podemos decirnos a nosotros mismos: Las fuerzas de nuestro núcleo anímico-espiritual del ser son invencibles, pues sólo ellas resumen lo que nos es dado en la línea de la herencia, y a través de ellas podemos hacer que lo que aparentemente está condenado a decaer salga del centro de nuestra alma para resurgir.  Aquí es donde las soluciones de la ciencia espiritual se inscriben en la vida misma. Sólo entonces la ciencia espiritual dará sus verdaderos frutos, si puede integrarse de este modo en el conjunto de la actitud y el estado de ánimo del alma, y si nos hacemos fuertes, no sólo inteligentes, a través de la ciencia espiritual. Pero también nos volvemos más capaces en nuestro pensamiento, especialmente con respecto a ciertas distinciones más finas de la vida, y adquirimos fuerza y juicio para una visión más fina de la vida.

Sólo un ejemplo. Cuando los que gustan de atribuir todo a la herencia examinan a alguna persona importante con respecto a su línea de antepasados, probablemente dicen: Ahí se puede ver que de lo que esta persona muestra en sí misma, en un antepasado se encuentra esta característica, en otro aquella característica. Y entonces dicen: Esto se ha sumado y se ha heredado, y las características heredadas han confluido entonces en una entidad anímica. Entonces se acuña la frase: Así vemos que el genio se encuentra al final de una línea de herencia y ha sido heredado de los antepasados.

Expresado de esta manera, se ha atravesado un pensamiento, por así decirlo. Pues ¿Quién habría demostrado algo con esta línea de pensamiento? Sólo se habría probado algo si se pudiera demostrar que el genio se encuentra al principio de una línea hereditaria, pero no si aparece al final de ella. Porque si aparece al final de una línea de antepasados, eso no prueba nada más que decir, con respeto, que si un hombre se ha caído al agua y sale, está mojado. Sólo prueba que ha pasado por un determinado elemento y ha tomado algo de él, igual que una persona está mojada cuando la sacan del agua. Si se quisiera demostrar algo mediante la línea de herencia, habría que demostrar que el genio se encuentra al principio y no al final de una línea de herencia. Pero lo dejaremos estar, porque el mundo habla en contra de ello.

Preguntar y responder correctamente a las preguntas en todas partes, eso es lo que se desprende de la ciencia espiritual. Entonces uno se dará cuenta de que la ciencia espiritual no contradice a la ciencia natural, pero también de que una respuesta científica a los grandes enigmas de la vida no es suficiente. La mayor sabiduría de la vida se extraerá probablemente de la ciencia espiritual cuando toda la educación humana pueda situarse a la luz de la ciencia espiritual, cuando el hombre crezca de tal manera que su crecimiento signifique una toma de conciencia del núcleo anímico-espiritual.

Entonces la esencia anímica-espiritual del ser crecerá con el ser humano entre el nacimiento y la muerte de tal manera que no sólo se produzca en la realidad el contenido completo del alma, del que hablábamos antes, sino que el alma también tome conciencia del segundo yo, ese germen que se concentra cada vez más. Entonces la conciencia pasará a otra forma de vida. Entonces el ser humano verá efectivamente acercarse el momento en que el cabello se decolora, el rostro se arruga y las potencias que albergan los órganos externos disminuyen. Pero entonces mirará lo que ha visto crecer desde su juventud, lo que le queda y ha heredado de una vida anterior, y sentirá lo que se siente con una semilla de planta cuando la caída de las hojas anuncia el fin de la forma de la planta, pero la semilla se hace cada vez más fuerte.  De este modo, el hombre se sentirá germen de una nueva vida y se dirá a sí mismo: Lo que se aleja de ti debe pasar por la muerte, pues no puedes permanecer en ella; debe ser otra cosa que pueda ser tu envoltura, otro cuerpo que debes construirte, pues ya lo has preparado dentro de ti. El hombre sentirá madurar la vida en su interior, que tendrá que volver a vivir después de largos tiempos.

Que las repeticiones de la vida no son sin principio y sin fin, y cómo se responderá a la pregunta de hasta qué punto estas encarnaciones de la esencia humana tienen un principio y un fin, se responderá más adelante.

Si el hombre considera así la vida como el germen de una vida posterior, entonces verá también cómo ésta forma de nuevo un germen. 

Entonces no se aferra a una doctrina de la inmortalidad, que examina filosóficamente, por así decirlo, sino que da vida a la vida, a la que ve florecer y florecer, y se impregna de la conciencia de la inmortalidad, porque sabe que de toda vida debe surgir otra vez un nuevo germen de vida. En el germen de vida anímico-espiritual, que crece cada vez más y hace nacer la esperanza, el hombre responde a sus preguntas sobre el enigma de la vida y la muerte. No se limita a responderlas teóricamente, sino que en su experiencia interior viva capta, comprende, experimenta la inmortalidad y no se limita a decir: He captado la inmortalidad pero capta el alma en su esencia como un ser que no puede ser otra cosa que inmortal, porque a partir de cada vida desarrolla una nueva semilla de vida, y el hombre ve interiormente la maduración de esta nueva semilla de vida. Por eso podemos decir: La ciencia espiritual no sólo responde teóricamente a la cuestión del enigma de la vida y la muerte, no sólo da una certeza teórica, sino que puede transformar interiormente nuestra vida de tal manera que con la concienciación de la inmortalidad cobramos fuerza y sentimos lo que va de vida en vida, y así atraviesa todas las vidas.

De este modo, la teoría se transforma en práctica vital, el enigma de la inmortalidad en una constatación de la propia cuestión de la inmortalidad. Este es siempre el mejor fruto de la ciencia espiritual, cuando se transforma de mera contemplación en algo que entonces vive en nosotros. Y se puede decir: Si la ciencia espiritual es captada por el hombre en este sentido, entonces no es sólo algo que sirva para hacerle comprensible algo, sino algo que se hunde en su propia alma como una fuerza vital y vive en él.

Por lo tanto, podemos resumir la reflexión de hoy diciendo al final: La ciencia espiritual nos enseña confirmando vívidamente para el alma humana, lo que nos enseña una mirada a todo el resto del mundo. La gran visión de la transformación sempiterna de la vida, pero al mismo tiempo también de la duración sempiterna en todo cambio; nos enseña lo eterno en todas las cosas temporales. La gran experiencia de la vida está inscrita en nuestras almas como planchas de bronce: todo lo que vive en el universo sólo vive creando en sí mismo la semilla de una nueva vida. Y el alma, ¡sólo se abandona al envejecimiento y a la muerte para madurar inmortalmente en una vida siempre nueva!

Traducido por J.Luelmo oct,2024

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