GA062 Rudolf Steiner
CIENCIAS NATURALES E INVESTIGACIONES ESPIRITUALES
sexta conferencia
Berlín, 12 de diciembre de 1912
Entre las acusaciones lanzadas contra la ciencia espiritual y la investigación espiritual en la actualidad, una de las más significativas es probablemente la de que esta ciencia espiritual o investigación espiritual se opone a los resultados bien establecidos de la ciencia natural, esa ciencia natural que es virtualmente, y con toda razón, llamada el orgullo de nuestra vida espiritual actual, de hecho, de toda nuestra vida cultural actual. Si esta acusación estuviera justificada, de que la ciencia espiritual y la investigación espiritual pretenden oponerse a estos resultados bien fundados de la ciencia natural, entonces sería verdaderamente malo para esta investigación espiritual. Esto no sólo pondría en peligro su capacidad de acceder al entendimiento y al corazón del hombre contemporáneo, sino que también sería perjudicial para su justificación en general. Por lo tanto, a todo lo que se ha dicho en las conferencias anteriores sobre la relación entre la investigación espiritual y la ciencia natural, cabe añadir hoy esta reflexión episódica especial sobre la relación entre la investigación espiritual y la ciencia natural, antes de considerar a continuación una figura que sólo es accesible a la ciencia espiritual en un sentido eminente: la figura de Jakob Böhme.
La investigación espiritual, tal como se entiende aquí en estas reflexiones, se presenta sin duda como algo que, comparado con los hábitos de pensamiento y los afanes espirituales de nuestro tiempo actual, aparece a menudo como algo nuevo, como algo que se sale de estos modos habituales de pensar, de los modos de pensar de la vida espiritual contemporánea. Y la pregunta es obvia: ¿Cómo es que precisamente en una época en la que la persona culta, que se interesa por las cuestiones espirituales en general, deposita toda su esperanza en lo que puede dar de sí la ciencia natural? ¿Cómo es que se sitúa en mitad del cortejo triunfal del pensamiento científico? Época tal en la que esta ciencia espiritual quiere afirmarse.
Quizás sea más fácil responder a esta pregunta si echamos un vistazo a la vida intelectual del último tercio o quizás de la segunda mitad del siglo XIX. Esta es la época en la que la investigación científica no sólo se elevó gloriosamente, experimentando victoria tras victoria, hasta su apogeo, sino que es también la época en la que crecieron cada vez más las esperanzas de que toda la información posible sobre el significado de lo que puede llamarse espíritu y vida espiritual tendría que venir también del lado de la ciencia. Quien experimentara la vida espiritual del último tercio del siglo XIX con plena conciencia, o digamos, quien estuviera en condiciones de dejar que las grandes esperanzas de esta vida espiritual del siglo XIX surtieran efecto en él, por ejemplo en los años ochenta del siglo XIX, podría advertir cómo en aquella época, llegaban desde todos los ámbitos de la investigación científica las preguntas que parecían tener que situar todo el pensamiento humano sobre una base nueva que rompiera con lo antiguo.
Sólo hay que señalar una cosa. En los años setenta y ochenta, los interesados en la vida espiritual pudieron familiarizarse con lo que en aquel momento era más o menos nuevo en el campo de las ciencias naturales, por ejemplo con la teoría mecánica del calor. En aquella época, quienes ya estaban familiarizados con el conocimiento científico veían algo como la teoría mecánica del calor como un tremendo logro del espíritu humano. Pero quizá nos interese menos el punto de vista de una persona así que el de alguien que se ocupaba principalmente de la cuestión espiritual de la cognición. ¿Qué veía una persona así?
Tal persona puede haber notado que entre las diversas impresiones sensoriales que asaltan al hombre en el uso de sus sentidos está la sensación de lo que se llama calor o, digamos, calor y frío. Al igual que el color, la luz y el sonido, el calor es inicialmente una impresión sensorial. El hombre siente a través de sus sentidos cómo el mundo que le rodea se encuentra en un cierto estado de calor, y percibe primero este calor como una impresión en sus sentidos. En aquella época, de la que acabamos de hablar, se consideraba como un hecho, probado por las investigaciones de la época, que lo que el hombre llama calor, que cree que se extiende en el espacio de la manera que él lo percibe, impregna los cuerpos y afecta a los seres, no era objetivamente otra cosa que el movimiento de las partes más pequeñas del cuerpo fuera en la naturaleza. Así que podrías decirte uno a sí mismo: Si pones tu mano en agua tibia y percibes un cierto estado de calor, entonces esta sensación de un estado de calor es sólo una apariencia. Lo que te aparece allí como la impresión inmediata es sólo una apariencia, es sólo un efecto en tu organismo que es causado por algo que está fuera. Es sólo una especie de movimiento a pequeña escala; tú no percibes el movimiento. Las partes más pequeñas del agua están en movimiento, pero no es el movimiento lo que percibes; más bien, dado que el movimiento es tan rápido, no lo percibes como tal, pero te da la impresión de calor. Cuando en aquella época aparecieron libros como «El calor, considerado como un tipo de movimiento», se consideró un gran logro de la época, y los más jóvenes tuvimos que estudiar cómo las partes moleculares más pequeñas se mueven en un líquido, en un gas, chocan contra las paredes en su agitación, chocan entre sí en su interior, y quedó claro que lo que es agitación interior da la apariencia de lo que en percepción se llama calor.
De allí emanó un cierto hábito de pensamiento, una cierta manera de ver los fenómenos naturales, y yo mismo aún recuerdo cómo, cuando era pequeño, mi director, entusiasmado con este logro científico de su tiempo, consideraba todas las fuerzas naturales como tales, desde la gravedad hasta el calor y las fuerzas químicas y magnéticas, etcétera, como una mera apariencia y veía lo real en esos movimientos, en esos sutiles estados de movimiento en el interior de los cuerpos. Por ejemplo, aquel director, -Heinrich Schramm era su nombre-, veía la gravedad, la fuerza de gravedad, la gravitación, sólo como un movimiento de las partes más pequeñas de los cuerpos. Dentro de tal visión de la naturaleza, había realmente algo que podía llevar a decir: ¡Así que todo lo «real» es sólo, digamos, el espacio extendido hasta el infinito, la materia situada en este espacio, dividida en las partes más pequeñas, y los movimientos de esta materia! Y bien podría surgir la esperanza de que, al igual que el calor, la electricidad, el magnetismo y la luz, por ejemplo, podrían explicarse como una reactividad sutil de las partículas más pequeñas de la materia, también sería posible un día explicar la actividad del pensamiento, la actividad del alma, como una reactividad sutil de esa materia que compone el cuerpo humano o animal.
Después vinieron varias fases en el desarrollo del pensamiento científico-teórico. Mientras que en los años ochenta del siglo XIX, por ejemplo, la luz y todo el mundo del color, si uno era físico, debían entenderse como una especie de apariencia y debían estudiarse movimientos y movimientos infinitamente complicados y sutiles dentro de la materia y el éter, luego se vio en el transcurso de los años ochenta que uno se confundía con estos movimientos sutiles y se limitaba más a visualizar los fenómenos, los hechos tal como se presentan, a expresarlos mediante el cálculo, a describirlos, y no tanto a especular sobre aquello que se supone que no es perceptible después de todo, sino que sólo se supone que subyace a todo: sobre las más sutiles reactividades de la materia y el éter. Eso pertenecía más bien al campo de la física.
En dicho ámbito físico, cuando se consideraban estas sutiles reactividades de la materia, era de tal modo que no se veía ninguna posibilidad real de salir del hábito de pensar que surgía con respecto a algo que debería permitir captar lo espiritual en su inmediatez. El considerar lo espiritual de la manera que se ha expuesto aquí en las últimas conferencias, hacía retroceder, por así decirlo, a la ciencia natural. A esto hay que añadirle también otras cosas. Quienquiera que estuviera implicado en el desarrollo de la ciencia natural en aquella época, no sólo se enfrentaba a lo que se acaba de describir, sino también al desencadenamiento de todo cuanto, por ejemplo, habían revelado los grandes descubrimientos de Schleiden y Schwann en la primera mitad del siglo XIX, gracias a los cuales se encontraron las partes más pequeñas, las células, dentro del organismo vegetal y animal. Esto no sirvió para demostrar la realidad de los átomos y las moléculas, pero contribuyó a que las formas orgánicas se remontaran a los bloques de construcción más pequeños, a las células, que en sus formas sólo eran accesibles al microscopio. Después se desencadenó lo que va vinculado al nombre de Darwin, y la gran obra de Ernst Haeckel, que había extendido la teoría de Darwin a los seres humanos en los años sesenta, siguió causando impresión.
De este modo se tenía ante sí una forma científica de ver las cosas, que empezaba por lo más simple en el mundo vegetal y animal y observaba cómo se iban perfeccionando, desde los seres imperfectos a los más perfectos y hasta el hombre, los propios órganos individuales de tal manera que se podía determinar el desarrollo de los órganos individuales que eran más complejos, a partir de los más simples por comparación, por así decirlo. Se compiló una enorme cantidad de perspectivas de conocimientos. La amplitud y extensión de este material era realmente tan grande que en los años setenta del siglo XIX, por ejemplo, uno de los expertos en Anatomía Comparada más importantes de la actualidad, Carl Gegenbaur, pudo decir en su «Anatomía Comparada» (1878) que en las últimas décadas se había reunido una enorme cantidad de hallazgos individuales que mostraban lo emparentados que están los seres vivos en relación con sus órganos, y que cabía esperar la posibilidad, -pensaba Gegenbaur-, de elevar los hallazgos a «conocimientos»; y se prometía a sí mismo que a través del método darwiniano sería posible demostrar lo que la comparación de los órganos de los seres vivos más elevados con los de los seres menos perfectos mostraría irrefutablemente, que también había una descendencia de los seres vivos perfectos a partir de los imperfectos en el sentido físico. Así pues, la cadena se veía cerrarse, por así decirlo, en la evolución desde los seres vivos imperfectos hasta los perfectos, por supuesto, hasta el hombre, y uno podía decirse a sí mismo que mediante una suma oficial de aquellas fuerzas y actividades que ya prevalecen abajo en los seres vivos más simples, sí, incluso mediante una suma de las fuerzas y actividades en la naturaleza sin vida misma, surgiría finalmente el ser más complejo que conocemos, el físico humano.
Se depositaron inmensas esperanzas en este ideal científico. En aquella época era difícil distinguir entre lo que eran hechos científicos y lo que se añadía a los hechos, se especulaba sobre ellos, porque para cualquiera que pensara detenidamente había una diferencia entre los hechos y las teorías. La diferencia consistía en que podía uno decirse a sí mismo: Si uno trabajara tan cuidadosamente, tan sutilmente como lo hizo el propio Darwin, especialmente en sus primeros años, entonces encontraría una enorme cantidad de relaciones mutuas, de puntos de comparación mutuos entre los seres vivos concretos, desde los imperfectos reinos animal y vegetal hasta el hombre. Pero había, podríamos decir, una diferencia entre lo que surgía como un hecho de la semejanza de la estructura externa, o de la semejanza de los procesos internos, y lo que sólo se podía imaginar: la hipótesis, la suposición de la descendencia de los seres vivos perfectos a partir de los imperfectos, porque esta descendencia no se podía rastrear según los hechos conocidos hasta el momento. Teníamos ante nosotros la suma total de los seres vivos, los más perfectos y los menos perfectos. La descendencia como tal, sin embargo, seguía siendo sólo una hipótesis para aquellos que podían pensar a fondo, si querían permanecer en terreno científico. Pero el material era impresionante.
Lo que surgía de la investigación científica penetraba profundamente en el alma de las personas, a veces destrozándolas con los grandes conocimientos que se podían obtener. También había muchas otras cosas. Hay que hacer algunos puntos individuales en la conferencia orientadora de hoy. Por ejemplo, Helmholtz hizo un tremendo descubrimiento en el campo de los fenómenos de la luz y los efectos de la luz en el órgano humano del ojo, como Helmholtz también lo hizo con respecto a los fenómenos del sonido y el tono y el efecto del sonido y el tono en el oído humano, en el órgano humano de la audición. Esto nos familiarizó con el proceso visual, que antes seguía siendo un misterio. También se aprendió a reconocer lo que ocurría en el oído, por ejemplo, qué complicada estructura milagrosa, se podría decir que en el oído se encuentra un aparato parecido a un piano. Muchas cosas que antes parecían meramente imaginarias eran ahora reemplazadas por una comprensión más precisa de la estructura de los órganos humanos. Uno podía decirse a sí mismo: Lo que afuera es sólo movimiento, actividad, se transforma, -tal transformación resultaba, como acabamos de ver, muy esencialmente de la teoría mecánica del calor-, a través de las cosas maravillosas que ahora se dilucidaban en los órganos en relación con las percepciones que viven en las almas. Y la vida interior del alma se construye finalmente a partir de lo que nuestros órganos forman de los efectos de la materia y del espacio.
Se puede describir realmente de muchas maneras, todo el proceso espiritual que tuvo lugar en las almas en aquel tiempo, de tal manera que se puede decir: Las almas se quedaron atónitas por todo lo que se encontró allí a gran escala y en detalle. Uno tenía que decirse a sí mismo: Una época anterior no sabía nada de todo esto. Algunas de las tradiciones que existían sobre la vida del alma humana parecían ahora obsoletas cuando se empezó a estudiar por primera vez el efecto de la materia y sus movimientos sobre el organismo humano, a estudiarlo científicamente en el verdadero sentido de la palabra.
Para el científico espiritual todo el asunto era, digamos, menos importante por los detalles que porque uno tenía que admitirse a sí mismo que para entrar en las amplias perspectivas que se abren en un mundo puramente de hechos, se necesita algo que inicialmente uno no cree que esté presente en las antiguas observaciones de la vida del alma o de la vida del espíritu. En muchas almas que vivieron todo esto en el último tercio del siglo XIX, surgió el siguiente sentimiento. Las almas podían decirse a sí mismas: «Ciertamente, la antigüedad se atrevió a pensar muchas cosas sobre las grandes cuestiones, por ejemplo, sobre la alternancia de la vigilia y del dormir, sobre la cuestión de la inmortalidad del alma humana, sobre las cuestiones de la muerte y la vida, sobre el entorno de la existencia, etcétera. Pero si se tiene en cuenta todo el proceder metódico de pensar, todo el modo en que se llevaba a cabo la investigación espiritual en aquellos tiempos antiguos, de los cuales surgen tales tradiciones de investigación del alma, y se compara con el modo estricto y concienzudo de la investigación científica moderna, entonces lo que nos ha llegado de aquellos tiempos antiguos simplemente queda por detrás del método estricto y concienzudo de la investigación científica actual. Aunque el investigador espiritual no se viera afectado por los resultados de la investigación natural, aunque tal vez no se dejara llevar por los resultados, una cosa también tenía un poderoso efecto sobre el investigador espiritual: la cantidad de pensamiento científico natural, la concienciación, el tremendo sentido de la verdad del pensamiento científico natural.
Ante tal hecho, tuvo que desarrollarse en quienes querían tener algo que ver con la ciencia, ya fuera ciencia natural o ciencia espiritual, un impulso que puede caracterizarse así: La ciencia en el sentido más serio de la palabra, que puede dar el tono a la vida espiritual del presente, sólo puede buscar su salvación en ese pensamiento riguroso, en esa investigación verdaderamente concienzuda, como la que puede aprenderse de la ciencia natural. Tal instinto se transforma gradualmente, y debe transformarse también en el investigador científico-espiritual, en una especie de conciencia científica. Se podría decir: Ciertamente, como en todos los tiempos, también en los tiempos modernos el alma tiene la urgencia y el impulso de conocer su propia naturaleza y su propio ser, de conocer sobre todo los procesos que van más allá del nacimiento y de la muerte. Pero, para quienes miran con claridad e imparcialidad, lo único que puede dejar huella en la cultura de nuestro tiempo es lo que se adelanta al tiempo según el patrón del pensamiento científico. Sin duda hemos visto aparecer en el mercado espiritual muchas cosas sobre todo tipo de cuestiones espirituales, -uno quisiera decir hoy-. Hemos visto mucho que estaba y sigue estando verdaderamente alejado del concienzudo método de pensamiento formado en la ciencia natural; pero podríamos decirnos: Tales cosas pueden a veces causar una impresión aquí o allá por un tiempo a causa de la frivolidad, a causa del convencionalismo del pensamiento contemporáneo, pero tal impresión no puede durar mucho tiempo, porque incluso los más cómodos se preguntarán en última instancia: ¿Qué puede decir el pensamiento concienzudo formado en la ciencia natural sobre lo que supuestamente se ha investigado acerca del mundo espiritual?
Así surgió la necesidad de que los investigadores del alma llevaran a cabo investigaciones totalmente según el modelo de la ciencia natural. Se podría decir que la psicología, la teoría del alma de Franz Brentano, que ya se ha mencionado aquí, es una especie de ideal que no se ha completado. De todos estos volúmenes, sin embargo, sólo se publicó uno, el primero, en la primavera de 1874, y aunque se prometió que el siguiente volumen aparecería en el otoño del mismo año, aún no ha aparecido.
Brentano no procedía según el patrón de aquellos investigadores del alma de los cuales se dijo la última vez que excluyen por completo las grandes cuestiones, por ejemplo, sobre la naturaleza de la alternancia del dormir y la vigilia, la cuestión de la inmortalidad del alma humana y similares, sino que quería tratar todas estas cuestiones enteramente según el patrón de la estricta metodología científica. Él fracasó. ¿Y por qué fracasó? Franz Brentano nunca pudo decidirse a tomar el camino que se ha mostrado necesario para el presente, ¿Por qué un espíritu como el de Brentano fracasó? Pues precisamente porque no quiso tomarlo. Este camino ha sido caracterizado en las conferencias pasadas y especialmente la última vez. De este camino se mostró que él es el único apto para conducirnos a los reinos superiores, a los reinos espirituales de la existencia, a aquello que también va más allá del nacimiento y de la muerte. Franz Brentano no pudo decidirse por este camino. Demostró formalmente de manera negativa que hay que ir por este camino si se quiere llegar a un fin, a una meta, por el hecho de que su teoría del alma se quedó en el primer volumen, que todavía no tiene nada que ver con todas las grandes cuestiones que se acaban de mencionar, que todavía no podía llegar a las grandes cuestiones como él pretendía.
He intentado ofrecerles una imagen de la vida espiritual de los años ochenta del siglo XIX, en la que estaban inmersos quienes buscaban entonces su camino en los reinos espirituales. Si ustedes dejaran que todo lo que ahora se ha mencionado calara hondo, no podrían seguir fácilmente los productos inicialmente esporádicos de la floreciente ciencia espiritual que surgió en aquella época. En primer lugar, me gustaría llamar la atención sobre el hecho de que no sólo en medio de la propia investigación científica, sino también en medio de la educación científica de la época, apareciera una obra como el «Budismo esotérico» de A. P. Sinnett.
No discutiré ahora la cuestión del título, que el budismo aquí no tiene nada que ver con el Buda y el budismo tal y como se entiende como credo religioso, sino que señalaré que este libro, que se dio a conocer en las regiones alemanas en los años ochenta del siglo XIX, ofrecía en primer lugar una visión general de los fenómenos mundiales, del gran curso de los acontecimientos cósmicos y también de las cuestiones que tienen que ver con la naturaleza del hombre, así como con las relaciones de una vida que va más allá del nacimiento y la muerte. Lo que se comunicaba en este libro podía parecer sorprendente al principio. Porque cualquiera que dirigiera su mirada a las cosas espirituales podría, como tal, estar de acuerdo hasta cierto punto con gran parte de lo escrito en el «Budismo Esotérico» de Sinnett. Algunas cosas no contradecían lo que uno podía y estaba autorizado a pensar, incluso si uno se mantenía estrictamente en terreno científico. Pero había una cosa que contradecía la educación científica de la época, una cosa que hacía imposible aceptar este libro como un fenómeno contemporáneo interesante, pero imposible estar de acuerdo con él tan fácilmente: Por ejemplo, que este libro, en toda su forma de presentación, en el resumen de las cosas y en la manera en que estas cosas se sacaban de sus fuentes, no se justificaba de ninguna manera ante la estricta educación científica y la veracidad, y que una persona educada científicamente, por mucho que estuviera de acuerdo con los resultados individuales y los mensajes de este libro, tenía que sentirse repelida por toda la forma de presentación.
Lo mismo pasaba con muchas otras obras que aparecían en este campo. Pasó incluso en el caso del libro de la justamente famosa H. P. Blavatsky, aparecido a finales de los ochenta y principios de los noventa: «La Doctrina Secreta». Quien tenía que tratar con estas cosas podía decirse a sí mismo: En este libro se puede encontrar un profundo conocimiento y comprensión de las cosas espirituales, pero toda la forma de presentación es tan caótica, tan mezclada con diletantismo natural-científico, que es particularmente evidente en la lucha contra las teorías e hipótesis natural-científicas, que el instruido en las ciencias naturales no puede seguir con este libro en absoluto.
De ahí que surgieran dos cosas, por así decirlo: para alguien que tuviera corazón y mente para la existencia de un mundo espiritual, existía por un lado el modo de pensar científico, todo el modo de pensar científico. Podía entrenar su conciencia científica en ello, podía liberarse de todo diletantismo si se comprometía seriamente con ello. Pero también podría aprender de él cómo llevar a cabo una investigación rigurosa de los hechos y cómo, a través de esa investigación de los hechos, llegar a resultados fiables que tengan un impacto real en la vida, que sean fundamentos no sólo para una teoría, sino para los hechos de la vida. Por otra parte, sin embargo, tal persona podría decirse a sí misma: Pero allí donde se pretende obtener algo de la propia ciencia natural para una interpretación espiritual de los fenómenos de la vida, allí donde la ciencia natural lo intenta precisamente a través de sí misma, poco se puede exprimir de ella para lo espiritual, tanto menos cuanto más estrictamente proceda en el terreno de lo fáctico. Por lo tanto, probablemente había razón para que tal persona, que estaba tan interesada en el asunto, mirara un poco hacia atrás en la historia del desarrollo de la humanidad. Allí pudo aprender que, aun prescindiendo de la investigación científica espiritual, algo se ha recogido en los diversos documentos espirituales de pueblos y épocas, algo yace allí en una forma documental puramente externa, que incluye un grandioso núcleo espiritual de conocimiento, que, si uno lo mira más de cerca, no es fácil de asimilar. Pero cuanto más se profundiza en este material recopilado, más ofrece una visión de la vida espiritual, aunque uno no pueda acercarse a la forma en que está representado, o a la forma en que debe haberse encontrado según este oficio de representación.
Sólo para aquellos que lo miran superficialmente lo que contiene la antigua sabiduría egipcia o caldea puede ser sólo una suma de sueños humanos. Pero quien la examine más profundamente no encontrará ensueños, sino que verá de hecho cuánta información perspicaz sobre la naturaleza del espíritu y su eficacia está contenida en estas cosas en muchas formas que parecen grotescas al día de hoy. Y al igual que con la sabiduría egipcia o caldea, esto es particularmente válido para la antigua sabiduría india, en las proporciones en que ha sido transmitida. Por supuesto, algo como la sabiduría india, con la grandiosa y significativa impresión que debe causar en todo el mundo, no debe verse con el ojo de un filósofo moderno, como Deußen, por ejemplo, sino que habrá que empatizar imparcialmente con aquello que sea internamente plausible respecto a ciertas conexiones espirituales. Pero se puede notar una cosa: por la manera en que se presenta el conjunto, es evidente que un conocimiento espiritual del tipo al que nos enfrentamos no se obtiene de la misma manera y menos aún con un método como el de nuestros métodos actuales de investigación, gracias a los cuales la ciencia natural avanza de triunfo en triunfo. Cuando se tiene precisamente la suficiente imparcialidad para reconocer con certeza la ciencia natural por un lado, y por otro abrirse a la forma en que resuenan desde la antigüedad un logro espiritual y una obra espiritual, entonces ya podrá dejar que las abrumadoras percepciones llenas de luz de la vida espiritual surtan efecto en uno mismo y también verá al mismo tiempo lo completamente diferentes que debieron ser los métodos con los que se obtuvieron esas percepciones científico-espirituales en la antigüedad.
Ahora bien, la propia investigación espiritual nos muestra de qué manera tan diferente se adquiere lo que podemos llamar con razón la antigua sabiduría india, por ejemplo, que nos muestra percepciones que penetran profundamente en la esencia de las cosas. Allí encontramos que esta sabiduría no se obtiene a través de la observación externa, ni a través del tipo de pensamiento que hoy llamamos científico, sino de un modo similar de autoconocimiento espiritual, como podríamos caracterizarlo aquí para los tiempos modernos. Se aplicaban métodos de yoga, métodos de autoeducación del alma.Éstos llevaban al alma a no limitarse ya a ver, percibir y reconocer del mismo modo que se percibe y reconoce en la vida cotidiana ordinaria, sino a sentir surgir en su interior facultades superiores de conocimiento, que pueden ver los mundos espirituales que se abren a nuestro alrededor, si tan sólo abrimos los órganos para ellos en nuestro interior. Pero para la existencia dentro de la vida física, todo lo que se nos presenta como actividad del alma está, sin embargo, ligado en cierto modo al instrumento del cuerpo físico. Y ahora una investigación espiritual nos muestra cómo la antigua investigación india estaba a su vez ligada al instrumento del cuerpo físico de una manera diferente a nuestra investigación actual, como es común en la ciencia natural. La ciencia natural actual investiga a través de los sentidos y a través de la mente, que está ligada al instrumento del cerebro. ¿A qué llevaba al hombre el método del yoga? Lo que le aportaba sólo puede indicarse brevemente aquí, porque sólo queremos orientarnos en la relación entre la ciencia natural y la ciencia espiritual.
Con los métodos del yoga, la gente desconectaba inicialmente el instrumento pensante del cerebro hasta cierto punto, e incluso desconectaba todo lo que interviene el resto del sistema nervioso superior. El instrumento de esta visión estrictamente interior en los métodos del yoga era precisamente esa parte del sistema nervioso humano que hoy nos aparece en la ciencia natural como una parte subordinada, pero que está en el sentido más estrechamente ligado a las funciones del propio organismo humano, lo que llamamos el plexo solar y el sistema nervioso simpático. Del mismo modo que nuestra investigación científica actual está ligada al sistema nervioso superior, los antiguos métodos de iluminación estaban ligados a ese sistema nervioso que hoy consideramos en cierto sentido como inferior. Pero dado que este sistema nervioso subordinado está ligado a las fuerzas de la existencia y a las fuerzas de la vida y está íntimamente conectado con aquello a través de lo cual el hombre mismo está inmerso en la existencia divino-espiritual, dado que por lo tanto está conectado con las fuentes de la existencia humana, con la ayuda de este instrumento uno no sólo reconoce el resplandor de lo espiritual en el organismo humano; sino que, al igual que se mira en los mundos de la luz con sus ojos, también se miraba en los mundos espirituales con el instrumento del sistema nervioso simpático y se veían en ellos hechos y entidades concretas.
Quien sea capaz de comprender a alguien que está tan inmerso en sus propias profundidades, incluso según el instrumento, en cómo es capaz de relacionarse con el universo, comprende también cómo ha llegado hasta nosotros esa antigua sabiduría oriental. Si seguimos las antiguas sabidurías, las encontramos mostrándose por todas partes, saliendo a la superficie del pensamiento humano a través de antiguos métodos de investigación, a través de antiguos métodos de yoga. Entre los pueblos más diversos encontramos las más diversas sabidurías, y si sólo nos ocupamos de ellas, penetramos cada vez más en sus profundidades y reconocemos cómo la humanidad llegó a ellas en aquellos tiempos en que sabía relativamente poco de la astronomía física, la anatomía, la fisiología, etc. actuales. En la antigua sabiduría india no se sabía cómo era realmente el cuerpo físico del hombre, tal como se conoce hoy; pero era posible ponerse en el lugar de una actividad del organismo sirviéndose del sistema nervioso más profundo. Y lo mismo ocurría con otros pueblos.
Ahora bien, dejando vagar la mirada, por así decirlo, sobre todo lo que fue efectivo como tal sabiduría antigua hasta el siglo VI de la era precristiana, se puede penetrar hasta, por ejemplo, los antiguos tiempos griegos. Allí encontramos, aparte de todo lo demás, un pensador excepcional, un pensador que ha sido tan a menudo malinterpretado en términos de bien como de mal: Aristóteles, que estuvo activo apenas unos siglos antes de la fundación del cristianismo. Hoy nos sigue pareciendo extraño. Si lo analizamos de este modo, en primer lugar encontramos en él algo de lo que hoy llamamos ciencia natural en muchos ámbitos. Porque en la sabiduría antigua no existe la ciencia natural en el sentido moderno. Incluso en el siglo XIX, las personas que querían situarse estrictamente en el terreno y sólo en el terreno de la ciencia natural hablaban en los términos más elogiosos de lo que Aristóteles transmitió sobre la ciencia natural. Así pues, en Aristóteles encontramos los puntos de partida de lo que aún hoy puede llamarse investigación científica. Además, encontramos en él una doctrina desarrollada del alma humana.
No entraremos en los detalles de su doctrina del alma, sino que sólo llamaremos la atención sobre cómo se relaciona la doctrina de Aristóteles sobre el alma humana con lo que resplandece desde la antigüedad sobre el alma humana y su conexión con los grandes mundos espirituales. Sólo se puede comprender lo que Aristóteles escribió sobre el alma si uno se da cuenta de que todo esto es relatado por él como una tradición del viejo y antiguo pensamiento, tradición adquirida de la manera que acabamos de describir. Aristóteles ya no está familiarizado con los métodos de investigación de la antigüedad; le son más lejanos. Pero lo que él pudo decir sobre la organización, sobre la división del alma humana, sobre la diferencia entre la parte del alma humana que está ligada sólo al cuerpo físico y por lo tanto también a la muerte, sobre lo que después de pasar por la muerte participa de una vida espiritual en la eternidad, lo que Aristóteles es capaz de decir sobre todo esto es como una tradición de la antigüedad, que él conoce en su contenido, que él recibió de tal manera que pudo decir: tiene sentido para mi mente. Pero sólo conoce los miembros individuales, lo que él llama, por ejemplo, el alma vegetativa, el alma espiritual, etcétera. Ya no sabe cómo están conectados los miembros individuales con el mundo espiritual.
Él puede enumerar las partes individuales, describirlas y clasificarlas de acuerdo con la razón, y también puede hacerlas plausibles para la mente, pero ya no puede mostrar cómo se conectan estas partes del alma humana con el mundo espiritual.
La corriente aristotélica pasó luego a épocas posteriores. La ciencia natural se fue desarrollando cada vez más. Hubo, por supuesto, la baja época medieval y el nuevo amanecer de la ciencia natural al comienzo de la nueva era, pero si uno hace caso omiso de esto, se puede decir que la ciencia natural se desarrolló cada vez más.
¿Cuál es la base de la relación del hombre con la ciencia y los objetos de la ciencia natural? Pensemos para nosotros mismos, si el hombre estuviera solo con sus sentidos, si no pudiera abrir sus sentidos, para conectarlos, por así decirlo, a los reinos de la naturaleza que se despliegan a nuestro alrededor, ¿Qué sería de la vida humana individual sin la integración en la naturaleza? Examinemos la cuestión de forma elemental. Si no pudiéramos conectar nuestros ojos con la naturaleza, « quizás podríamos apretarlos y así tener algo que sería como un resplandor de luz interior. Pero comparemos la miserable vida interior en todo el mundo físico, que el hombre sólo podría tener a través de sí mismo si no pudiera conectarse con los reinos de la naturaleza. Compárese con la rica vida que se abre cuando el hombre abre sus ojos y otros órganos sensoriales a los reinos de la naturaleza y sus impresiones. Somos seres humanos en el sentido de que no sólo vivimos en nuestro interior, sino que abrimos nuestros órganos a los reinos de la naturaleza que se despliegan a nuestro alrededor, y en el sentido de que interactuamos con estos reinos.
Si sólo pudiésemos saber lo que el ojo, lo que los otros órganos de los sentidos pueden producir por sí mismos, ¡qué pobres de contenido seríamos como seres humanos aquí en el mundo físico! Esto hay que compararlo con lo que la vida del alma llegó a ser gradualmente en los tiempos en que la ciencia natural estaba apenas emergiendo y yendo de triunfo en triunfo.
En cuanto a la vida del alma, se continuó, por así decirlo, lo que había proporcionado Aristóteles. Uno sólo se ocupaba de la contemplación de los fenómenos del alma en sí mismos. Pero eso es como permitir que los sentidos sólo actúen en sí mismos, y hasta el día de hoy la ciencia oficial del alma lo ha hecho así. Hasta nuestros días, el contenido de la ciencia oficial del alma no es más que lo que puede compararse con la mera actividad interior de nuestros órganos de los sentidos o de nuestro cerebro, cuando los pensamientos del cerebro no se dirigen hacia el mundo. Pero ya hemos visto en las conferencias anteriores cómo a través de los métodos de la ciencia espiritual, y éste era también el caso de la antigua ciencia espiritual, el alma se vincula hacia arriba con reinos espirituales que son tan concretos e interiormente formados como los reinos que nos rodean en el mundo físico a los que están vinculados los órganos de los sentidos.
Durante cierto tiempo no se tuvo acceso a estos reinos espirituales, a estos hechos y entidades espirituales muy concretos, lo que permitió que madurara la investigación científica externa, y así el conocimiento de la vida del alma se empobreció cada vez más porque faltaba la perspectiva espiritual tras las confirmaciones concretas de la aflicción espiritual. En el mejor de los casos, todavía se exploraba el alma en su vida interior, como hizo Franz Brentano en los años setenta del siglo XIX, como puede verse en su «Psicología».
Pero su investigación es como si uno fuera a investigar el ojo sólo en relación con lo que puede hacer a través de sí mismo, y no en relación con lo que puede hacer cuando se dirige hacia el exterior a los hechos de la naturaleza.
Ahora bien, puede decirse que precisamente debido a la atención cada vez mayor que se presta a los procesos físicos del ser humano, se ha desviado la atención de los mundos espirituales con los que el alma está conectada. Por un lado, el alma está conectada con estos mundos espirituales, que la acogen cuando ha atravesado la puerta de la muerte, o cuando entra en otro mundo mediante el dormir. Pero el alma, a través de sus órganos, de todo el sistema nervioso y de toda la circulación sanguínea, se halla vinculada con el mundo físico. A medida que la ciencia natural ha ido adquiriendo más y más importancia en sus métodos, la atención del hombre se ha visto atraída hacia esa conexión del alma que surge entre el alma y las conexiones físicas. Los resultados de la ciencia natural fueron tan grandiosos en este sentido que llenaron por completo a la gente, por ejemplo, de cómo el alma se vive a sí misma en sus vínculos con la circulación sanguínea, etcétera. Cada nuevo triunfo de la ciencia natural fue en cierto modo perjudicial para dirigir la mirada del alma a la vinculación con el mundo espiritual.
Hay algo más incluso. Quien quiera conocer un reloj, lo conocerá mal en todo su organismo si dice: «Veo cómo las manecillas del reloj se mueven hacia delante, tal vez haya un pequeño demonio en su interior que mueve las manecillas hacia delante». Si quien dijera tal cosa se sintiera superior a quien se limita a estudiar el mecanismo del reloj, se reirían de él, pues el reloj sólo puede ser conocido por quien realmente estudia su mecanismo. Y otra es aprender sobre el mecanismo del reloj y la vida intelectual del relojero o de la persona que inventó el reloj. Se puede ir en ambas direcciones: examinar el movimiento mecánico del mecanismo del reloj y aprender sobre el proceso de pensamiento humano que llevó a la invención del reloj. Sin embargo, no tendría sentido que alguien quisiera deducir algún tipo de demonio que puso en marcha todo el movimiento.
Esto, (aprender sobre el proceso de pensamiento humano que llevó a la invención del reloj), se fue perdiendo poco a poco para la humanidad a causa de la investigación humana, que en el caso del reloj correspondería a seguir el mecanismo espiritual hasta los pensamientos del inventor. Pues correspondería al alma humana seguir los pensamientos hasta las entidades del mundo espiritual. Por lo tanto, en la ciencia natural se pasó triunfalmente de hecho en hecho, es decir, a lo que corresponde al «mecanismo del reloj». Y se puede hacer una observación interesante: al mismo tiempo, los conocimientos que se transmitieron desde la antigüedad suelen perderse para la humanidad en aquellas épocas en las que un determinado conocimiento puede analizarse científicamente con precisión. Muy notablemente, a finales del siglo XVI y principios del XVII, vemos como el filósofo Descartes sigue teniendo cierta idea de que un ser semejante a un espíritu actúa en el hombre desde el corazón hasta la cabeza del hombre. Descartes todavía menciona ciertos espíritus de vida que no son de naturaleza física, pero cuyos poderes actúan entre el corazón y la cabeza. Después vemos cómo tal conocimiento desaparece cada vez más en la vida espiritual de la humanidad.
Quien se pregunte por qué esto es así puede recibir la siguiente respuesta. Aquí se constata históricamente, que simultáneamente a esta desaparición de la sabiduria de los procesos espirituales relativos al corazón, surgieron los conocimientos del organismo físico del corazón y de la circulación de la sangre. A principios del siglo XVII vemos por primera vez como el médico inglés Harvey publica su descubrimiento de la circulación de la sangre, y como Mamcello Malpighi en Bolonia muestra por primera vez como anatomista sobre la circulación sanguínea de la rana lo hábil que es toda la circulación de la sangre. De modo que la vista se fue orientando hacia el proceso sensorial. La sabiduria de los hechos espirituales fue, por así decirlo, desplazada hacia abajo por el conocimiento exacto del proceso sensorial. Si bien supuso un triunfo para la ciencia natural que Francesco Redi, nacido en 1624, propusiera la frase, que contradecía muchas afirmaciones anteriores, de que «todos los seres vivos proceden de seres vivos», si bien esta frase es un triunfo, podemos decir: al llegar a reducir lo orgánico como tal al germen, a lo físicamente indeterminado del germen orgánico, la humanidad se "olvidó" de cómo interviene en el desarrollo lo espiritual mismo, independientemente del germen orgánico,. La humanidad perdió el saber acerca del germen espiritual. Así fue poco a poco. Cuanto más conquistaba la ciencia natural, más se perdía la visión del mundo espiritual .
Estas cosas no son meras coincidencias, ni algo que se pueda culpar o criticar, sino que son procesos evolutivos necesarios en la modelación de la humanidad en su conjunto. Así debe ser. A menudo, mientras una cosa asciende y se desarrolla hacia arriba, la otra desciende. Lo que hoy admiramos de la ciencia natural, es más, lo que reconocemos como necesario, se nos presenta, si somos verdaderos conocedores del desarrollo de la ciencia natural, de tal manera que decimos: la ciencia espiritual no tiene la menor razón para combatir en modo alguno a la ciencia natural, siempre y cuando ésta se mantenga dentro de sus límites, ni tampoco tiene motivos para quejarse de la unilateralidad de la ciencia natural. Porque sólo no interfiriendo con todo tipo de especulaciones en la investigación científica, sino centrándose serenamente en los procesos físico-sensoriales, han llegado hasta nuestros días los grandes logros de la ciencia natural. De hecho, es precisamente en los albores de la vida intelectual moderna donde se puede rastrear cómo sólo mediante la resistencia al aristotelismo, y a su vez a lo que el aristotelismo justificaba en términos de contenido, espíritus como Galileo o Giordano Bruno lograron sus éxitos al negarse a interferir con nada que no fuera lo que se extendía ante sus sentidos y era suficientemente instructivo.
Hoy en día el investigador científico-espiritual debe enfrentarse al investigador en ciencias naturales de tal manera que diga: Cuanto más se mantenga la propia investigación científica pura de toda especulación y de todo filosofar, cuanto más se vuelva la mirada puramente a los hechos y no se invente todo tipo de esencias espirituales, sino que sólo se tome lo que realmente se puede investigar, mejor será para las ciencias naturales. El investigador científico-espiritual en particular quisiera defender la pureza de los hechos científicos de toda especulación científica natural o científico-espiritual. Por eso hoy se puede ser investigador científico-espiritual por un lado y por otro defender la autenticidad y justificación de la investigación científica natural. Y creer que el investigador espiritual tiene que ponerse en contra de la ciencia natural, no es mas que un prejuicio.
Otra cosa es cuando se trata de numerosas teorías que ya se acercan a la Ciencia Espiritual y que se quieren derivar de las teorías científicas. En este caso, el propio investigador de ciencias naturales se entromete en el terreno de la Ciencia Espiritual, en el cual, la mayoría de las veces está muy poco familiarizado. Pero del conocimiento científico natural, hay algo que permanece, incluso para la ciencia espiritual y la investigación espiritual: es la metodología concienzuda ya descrita anteriormente, el sentido concienzudo de la verdad, del que hemos hablado a menudo y que también hemos descrito en las conferencias anteriores, el atenerse a los hechos.
¿Cómo se producen estos hechos? Ya lo hemos visto:
Por el hecho de que en el alma humana se despliegan ciertas capacidades, que desde esta alma dan lugar a la conexión con las dimensiones superiores, del mismo modo que los sentidos dan lugar a la conexión con el mundo físico. Del mismo modo que los sentidos deben captar los hechos del mundo físico y mantenerlos intactos, sin estropearlos con especulaciones, así tampoco se trata de filosofar ni especular sobre los resultados de la observación clarividente, sino de adoptar aquí también el punto de vista estricto de los hechos. Entonces uno se sitúa estrictamente en el punto de vista de la ciencia espiritual, pero de manera muy similar en su campo, como uno se sitúa con seguridad en su terreno con respecto a la ciencia natural. Este es el tipo de ciencia espiritual que se representa aquí.
Únicamente esto es lo que puede ser la investigación espiritual, que se sienta responsable frente a las necesidades espirituales de nuestro tiempo. Y esto también surge inmediatamente en una investigación científica estricta, cuando la ciencia natural, comprendiéndose a sí misma, llega a sus límites en relación con los hechos de que dispone la ciencia espiritual.
Aquí nuevamente, los hechos me llevan a resultados bastante extraños. Sólo quiero recordarles lo que resulta si tomamos los puntos de vista del gran científico natural Du Bois-Reymond tal como los expresaba en sus conferencias. La conferencia más importante fue quizá la que pronunció sobre los «Límites del conocimiento natural», en la cuadragésima quinta reunión de científicos naturales y médicos alemanes, celebrada en Leipzig el 14 de agosto de 1872. Hay un pasaje en él, -y aún recuerdo la profunda impresión que me causó este pasaje cuando era muy joven y escuché por primera vez este discurso-, un pasaje que dice algo así como: «Cuando tenemos al hombre ante nosotros en su vida de vigilia, la ciencia natural no puede decir nada acerca de cómo la sensación, la imaginación, el deseo, la pasión o el afecto surgen de la actividad de las partes más pequeñas de su cerebro. "Qué conexión existe entre ciertos movimientos de ciertos átomos en mi cerebro, por una parte, y, por otra, los hechos que son originales para mí, no puede definirse más, no puede negarse: siento dolor, siento placer; pruebo la dulzura, huelo el aroma de las rosas, oigo el sonido de un órgano, veo el rojo, y la certeza que fluye igual de directamente de esto: Es absolutamente y para siempre incomprensible que un número de átomos de carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, etc. Los átomos no deben ser indiferentes a cómo reposan y se mueven, ni cómo reposarán y se moverán.»
Du Bois-Reymond consideraba imposible comprender científicamente la vida del alma en estado de vigilia de una persona. Por ello dijo: Si tenemos ante nosotros al ser humano dormido, en el que se extingue la vida de sensaciones, ideas, deseos, afectos, pasiones, entonces podemos explicar científicamente al ser humano dormido; entonces tenemos ante nosotros algo que podemos llamar una actividad, una actividad orgánica interior. Pero tan pronto como la vida entra en este organismo al despertar, -sensación, deseo, imaginación, etc.-, las cosas cambian. Entonces esta vida, este contenido anímico, no puede explicarse científicamente a partir de lo que el científico natural puede reconocer. El ser humano dormido, dice Du Bois-Reymond, es científicamente comprensible, el despierto no.
Eso por un lado. Por otro lado, lean los tratados más recientes sobre la naturaleza del dormir: encontrarán por todas partes admitido que la ciencia natural no sabe nada, por así decirlo, sobre las causas del dormir, que no sabe nada sobre el ser humano dormido, que, según Du Bois-Reymond, debería ser insondable. Por un lado, vemos la prueba del brillante progreso de la ciencia natural, que entonces admite sus límites en el hecho de que el ser humano despierto, con su vida anímica, no es científicamente comprensible. Por otro lado, sin embargo, tenemos, como en nuestros días, la admisión de que el dormir del hombre no puede ser explicado hasta el día de hoy. ¿Por qué no? No se debe a que el dormir pertenezca a esos ámbitos en los que el espíritu interviene en la vida ordinaria, el hecho de que no podamos explicar el dormir se debe a que no podemos explicar la vigilia.
En una de las primeras conferencias de este semestre de invierno, ya expuse cómo, en el mejor de los casos, se puede concebir en la ciencia natural un mecanismo que automáticamente, al cabo de cierto tiempo, produce el impulso de desconectar la conciencia y la actividad sensorial para eliminar el cansancio. Pero, como dije, si queremos limitarnos a la idea de que el dormir se produce por una especie de proceso independiente del organismo que procede como automáticamente, entonces no tenemos explicación para el retirado que ya no trabaja y, sin embargo, se echa la siesta por la tarde, y tampoco la tenemos para el dormir del niño pequeño que duerme más. Por otra parte, yo señalaba entonces que el dormir sólo puede explicarse si suponemos que en el ser humano dormido sólo tenemos el cuerpo físico y el cuerpo etérico tendidos en la cama, y que al dormirse un ser espiritual real, a saber, el cuerpo astral y el yo, se desplaza fuera de la entidad del ser humano. ¿Qué sucede como resultado del hecho de que durante el dormir el alma real del ser humano está, por así decirlo, fuera del cuerpo físico y del cuerpo etérico? Hablaremos de estas cosas con más detalle. Hoy sólo indicaremos lo siguiente.
Cuando el alma verdadera abandona el cuerpo físico y su vivificador, (cuerpo etérico o cuerpo vital), se produce algo que es lo contrario de la actividad de vigilia del alma. En la actividad de vigilia el alma está activa. Ningún miembro se mueve sin que el alma lo sepa. Mucho menos se evocan ideas sin que el alma haga uso del instrumento del cerebro. El alma debe estar activa en el estado de vigilia. Lo contrario ocurre mientras dormimos. Ahí podemos decir: El alma goza de su propia corporeidad en la vida dormida. Cuando procedemos según la investigación espiritual, hemos, de diferenciar, la actividad del alma y el goce del alma en el estado de vigilia y en el estado dormido, y comprendemos la interrelación entre el trabajo del alma y la actividad del alma y el goce del alma, que debe verterse en la actividad del alma si quiere continuar de manera correspondiente. Ahora ya no nos refuta el retirado que se echa la siesta por la tarde aunque no esté cansado en absoluto, sino que sabemos que el alma, cuando disfruta de su cuerpo, puede exagerar, y que se puede dormir cuando no se está cansado en absoluto. Esto lo comprendemos cuando sabemos cómo en ciertas constituciones el goce del cuerpo puede experimentarse en grado exagerado.
Todo esto puede entenderse si sabemos explicar el dormir desde el punto de vista de la ciencia espiritual. En otras palabras, hay una zona en la que la ciencia natural cree tener un dominio ilimitado y en la que la ciencia espiritual sólo puede interferir en la medida en que el espíritu lo impregna todo, incluidos los procesos naturales. Pero entonces comienza una zona donde ya no hay nada que pueda ser investigado por la ciencia natural, donde hay hechos, pero hechos que sólo pueden ser vistos si el ver no es un ver sensorial, sino un ver suprasensible. Si la ciencia espiritual procede con la misma conciencia y se acostumbra a pensar tan estrictamente en su campo como la ciencia natural lo hace en el suyo, no puede entrar en colisión con la ciencia natural. Sin embargo, de este modo, la ciencia espiritual se sitúa en un terreno que en muchos aspectos contradice lo que se ha desarrollado gradualmente en el curso de la vida espiritual de la humanidad.
Así vemos cómo aquellos que pueden considerarse precursores de la auténtica investigación espiritual, Goethe por ejemplo, tuvieron que luchar contra aquello que surgía en contra de la actividad investigadora espiritual. Lo vemos más claramente cuando observamos cómo se defendió Goethe una vez contra Kant. Después de todo, fue Kant el primero que trató de establecer cómo está ligado el conocimiento que ha surgido en los tiempos modernos, al instrumento del cerebro, el cual debe limitarse a la experiencia externa y no puede penetrar en los fundamentos del mundo con el que está conectada nuestra vida anímico-espiritual. De ahí la estricta frontera de Kant entre «ciencia» y lo que él llama «fe»; y para Kant, los reinos superiores sólo son accesibles a la fe. Por eso, en lugar del conocimiento de un mundo de eternidad o de lo divino-espiritual, coloca una fe que ha de insistir en el «imperativo categórico». Es por eso que decreta lo que debe ser el conocimiento en la ciencia espiritual como una mera creencia. Pero Goethe dice en su bello ensayo sobre «Anschauende Urteilskraft» con referencia a Kant: Si ya se puede tantear el camino hacia una región espiritual en la que arraiga lo divino-espiritual, de la cuál brota lo moral, ¿Por qué el espíritu humano, cuando se eleva hacia esta región espiritual, no ha de subsistir también realmente la aventura de la razón? Pues Kant llamaba «atrevida aventura de la razón» al hecho de que el hombre pretenda penetrar en zonas en las que, -según Kant-, no puede haber conocimiento.
Para el pensamiento occidental, la pregunta es: ¿Cómo se pasa de la ciencia natural a la ciencia espiritual? Se empieza no necesitando luchar contra la ciencia natural, sino reconociéndola plenamente, efectivamente, se puede ser un fiel reconocedor de sus éxitos, sin embargo la Ciencia Espiritual, siguiendo el patrón de la investigación científico-natural, extiende el conocimiento humano, completamente hacia aquellas áreas, con las que el alma en sus fundamentos espirituales está conectada, en aquellos impulsos que le dan vida, incluso cuando ha dejado el cuerpo físico y se prepara de nuevo para la formación de una nueva corporeidad posterior.
Será tarea de la verdadera investigación espiritual alejarse cada vez más de una ridiculización injustificada o del deseo de menospreciar las pretensiones justificadas de la ciencia natural de nuestro tiempo. Esto dependerá, naturalmente, del hecho de que la investigación espiritual sólo puede ser reconocida como justificada si conoce el estado de la investigación científica en el presente y si, por tanto, no va diletantemente en contra de lo que puede exigirse legítimamente a la educación científica del presente. Así como el científico natural no puede quedarse meramente en el examen de la naturaleza interna del ojo, del oído, del sentido del calor, etc., sino que al igual que el hombre tiene que dirigir lo que los sentidos son capaces de experimentar dentro de sí hacia el rico entorno concreto de lo físico, así también lo anímico debe ser reconocido, mediante la autoeducación, -a través de un nuevo tipo de entrenamiento de yoga, como se describió la última vez, pero de un nuevo tipo que difiere esencialmente de todos los tipos antiguos-, ella vive junto con aquello con lo que está conectada en lo espiritual, y que justo comienza allá donde la investigación científico-natural tiene su límite.
He aquí precisamente la relación, la relación entre la ciencia natural y la ciencia espiritual, pero también tenemos la posibilidad de una existencia real y de paz y comprensión mutua entre la ciencia natural y la investigación científico-espiritual. Si lo que ya se ha dicho en las conferencias pasadas a este respecto se mantiene junto con lo que se me ha permitido decir hoy de nuevo a grandes rasgos sobre la relación entre la ciencia natural y la investigación de la ciencia espiritual, entonces también se podrá obtener comprensión para la justificación de la investigación de la ciencia espiritual, y también comprensión para la posibilidad de que la investigación espiritual se sitúe en pie de igualdad con la ciencia natural en nuestro tiempo actual. Y cabe esperar que las justificadas objeciones, los justificados recelos que todavía hoy existen por parte de los científicos naturales vayan desapareciendo cuando éstos vean cómo en el campo de la investigación espiritual no sólo figuran todo tipo de cosas confusas, ni afirmaciones arbitrarias y supersticiones, sino cómo la investigación espiritual conoce bien lo que exige la educación científica del presente.
Si esto sucede, entonces la investigación espiritual aparecerá cada vez más justificada ante la conciencia científica actual, y entonces también se podrá comprender gradualmente, -partiendo de lo que surgirá dentro de los hechos de la vida espiritual-, que la investigación espiritual es realmente posible y está realmente justificada, y que las objeciones a la investigación espiritual pertenecen en realidad a un ámbito del que se puede decir algo parecido, que Goethe dijo una vez en relación con otro ámbito, a saber en relación con el aumento de la certidumbre por encima de toda incomprensión y de toda ilógica.
Al resumir la relación del investigador espiritual con quienes aparecen como enemigos de la investigación científico-espiritual, me gustaría concluir con unas palabras para recordarles algo que Goethe dijo una vez en relación con algo muy diferente. Goethe estaba pensando en una antigua doctrina y constatación griega sobre el movimiento, que, sin embargo, en muchos casos seguía desempeñando un papel en la filosofía más reciente, una doctrina que dice: si cualquier objeto está en movimiento, puede ser observado en cualquier momento, y en cualquier momento, incluso en el punto de tiempo más corto, está en reposo. Está en reposo, aunque sólo sea por un instante. Entonces no podría haber «movimiento» en absoluto, porque en cada instante de tiempo un cuerpo en movimiento está en reposo y, por tanto, no tiene movimiento. Esta es la conclusión Zenoniana del movimiento, y así es como el Helenismo ha perseguido hasta los tiempos modernos.
A Goethe le pareció muy extraña esta objeción al movimiento, y en una ocasión pronunció las hermosas palabras:
La hostilidad puede aparecer,
Mantén la calma, permanece en silencio;
Y si te niegan el movimiento,
Camina delante de sus narices.
Yo debo tener presente este dicho cuando en tiempos más recientes algunos dicen: Lo espiritual, lo que ustedes llaman «espíritu», es el resultado de mi actividad material, de procesos y movimientos materiales; lo espiritual surge de la materia. Así como el movimiento, -en el sentido de lo que se acaba de decir-, surge sólo del reposo y no es nada real, así también el espíritu no es nada real aparte de la materia.
Si uno trata de obtener conocimiento de lo espiritual en el sentido en que estamos tratando de penetrar en el mundo espiritual en estas reflexiones, y así familiarizarse realmente con la esencia de lo que es lo espiritual, entonces, tal vez pueda describirse lo que la investigación científico-espiritual revela sobre el espíritu en su relación con los adversarios y enemigos de la ciencia espiritual, con una ligera modificación de las palabras de Goethe que acabamos de citar -y con esto quisiera resumir hoy lo que tengo que decir sobre la relación entre la ciencia natural y la ciencia espiritual-, que la actitud correcta del verdadero investigador espiritual en relación con sus enemigos puede caracterizarse de la siguiente manera:
Pueden ocurrir cosas hostiles,
¡Pero mantén la calma, mantén la alegría!
Aunque nieguen el espíritu,
no les des más vueltas,
Y finalmente dales la razón:
¡Algo en sus mentes está mal!
Traducido por J.Luelmo oct,2024
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