GA062 Berlín, 9 de enero de 1913 Jacob Böhme

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GA062 Rudolf Steiner


JACOB BÖHME


séptima conferencia
Berlín, 9 de enero de 1913
     
En el momento del desarrollo espiritual moderno en que vemos irrumpir la aurora de la nueva cosmovisión, en el momento en que tenemos que celebrar las grandes hazañas de Kepler y Galileo, en que Giordano Bruno, por así decirlo, esboza el gran problema de la cosmovisión moderna. En este momento nos encontramos con el pensador solitario al que dedicaremos la reflexión de hoy, el sencillo zapatero Jakob Böhme de Görlitz, que luchó con los problemas más elevados de la existencia de una manera que puede ocupar nuestros pensamientos y sentimientos de la manera más profunda hasta el día de hoy, y probablemente seguirá ocupando los pensamientos y sentimientos de la gente durante mucho tiempo.

Una figura peculiar, este Jakob Böhme, una figura que se esfuerza y lucha en soledad, mientras que por lo demás en la vida espiritual las corrientes individuales se funden, por así decirlo, en un gran retablo global. En cierto modo puede decirse que la lucha solitaria de Jakob Böhme, desde cierto punto de vista, aparece casi tan interesante como la confluencia de los diversos puntos de vista que encontramos en esa época. Y entonces vemos cómo muy extrañamente lo que Jakob Böhme encontraba aún en su propia alma solitaria, encontró en su siglo la más amplia difusión concebible, podemos decir la más amplia difusión concebible en vista de que se trata de un asunto espiritual profundamente significativo. A juzgar por las manifestaciones de sus oponentes, podemos ver hasta dónde llegó su influencia, tras haber transcurrido apenas unas décadas desde su muerte. Una y otra vez Jakob Böhme ha sido objeto de observaciones apreciativas, admirativas, o incluso negativas, burlonas, y cuando observamos a los partidarios y detractores que se han formado, tenemos la impresión de que tanto los partidarios como los detractores saben que están ante un fenómeno muy extraño.

Este fenómeno es particularmente notable para aquellos que quieren comprender cada personalidad que aparece en la vida espiritual de la humanidad, por así decirlo, a partir de las condiciones inmediatas de la época y del entorno. Vemos, por ejemplo, cómo se intenta comprender a Goethe reuniendo todos los detalles posibles, incluso los más pequeños, de su vida y creyendo que de la recopilación de estos detalles se puede sacar esto o aquello para la explicación de su correspondiente vida espiritual. En el caso de Jakob Böhme no es mucho lo que se puede conseguir de este modo, ya que las influencias externas son difíciles de determinar con la ciencia externa. Más difícil aún es comprender cómo surgió de la vida espiritual de su tiempo. Por eso, muchos han profesado la opinión de que en Jakob Böhme estamos ante una especie de meteoro espiritual. Todo lo que allí aparece, lo que esta personalidad tenía que dar, parece haber brotado de repente, revelándose desde las profundidades de su peculiar alma. Otros han tratado entonces de explicar cómo muchos giros de Jakob Böhme, muchas formas de expresar sus ideas en palabras y frases, muestran similitudes con las fórmulas de los alquimistas o de otras escuelas filosóficas o de otro tipo de pensamiento que aún estaban vivas en su época.

Sin embargo, cualquiera que profundice en toda la forma de pensar de Jakob Böhme comprobará que tal procedimiento apenas tiene más valor que si se quisiera examinar el lenguaje de un espíritu importante que siempre debe expresarse en un idioma; pues si Jakob Böhme utiliza fórmulas alquímicas o similares, se trata sólo de un aderezo lingüístico. Sin embargo, lo que causa una impresión tan poderosa en quienes tratan de comprenderlo, se presenta con una originalidad que sólo puede encontrarse en las mentes más grandes. Por otra parte, hay algunos puntos de referencia que no son del todo congeniales con el pensamiento moderno, con la visión moderna del mundo, pero que sin embargo arrojan luz sobre cómo Jakob Böhme fue capaz de elevarse a su elevado punto de vista espiritual para aquellos que son capaces de comprometerse con tales cosas. Sólo necesitamos citar algunas fechas de su vida para enlazarlas a su vida, en la medida en que esto sea relevante aquí.

Jakob Böhme era hijo de gente muy pobre y procedía de Alt-Seidenberg, cerca de Görlitz. Nació en 1575. En su juventud tuvo que arrear ganado con otros chicos del pueblo. Creció, como se desprende de esto, en la más absoluta pobreza, y dado que cuando uno crece así no dispone de medios especiales de educación, nos parecerá comprensible que Jakob Böhme apenas supiera leer cuando era un muchacho de doce o trece años y que sólo supiera escribir pobremente. Pero hay otra experiencia que encontramos durante su niñez, y que un fiel biógrafo oyó de sus propios labios. En primer lugar, conviene relatar este suceso. Como ya he dicho, no es una de esas cosas que realmente sean fáciles de entender para la conciencia moderna.

Cuando Jakob Böhme estaba una vez arreando ganado con otros pastores, dejó la compañía de los muchachos, subió a una montaña moderadamente alta cerca de su pueblo natal, el Landskrone, y afirma haber visto algo parecido a una puerta en la montaña en pleno mediodía. Entró y encontró una vasija, una especie de olla, llena de oro puro. Esto le causó una impresión tan estremecedora en su alma que huyó, conservando sólo el recuerdo de esta extraña experiencia. Por supuesto, se puede hablar de un sueño soñado estando despierto. Los que se conforman con tal explicación pueden tener razón. Pero lo esencial no es si uno llama a tal acontecimiento «sueño» o le da otro nombre, sino el efecto qué desencadena en el alma de la persona que lo «sueña», el efecto que tiene en el alma. Por la forma en que Jakob Böhme relató más tarde este suceso a su amigo, podemos ver que se había grabado profundamente en su alma, que había desencadenado fuerzas significativas en su alma, de modo que era de suma importancia para él espiritualmente.

Concedamos, pues, a los racionalistas el derecho a explicar tal experiencia, que en definitiva fue un proceso significativo en el alma de Jakob Böhme, del mismo modo que pretenden explicar el acontecimiento de la aparición de Cristo a Pablo ante Damasco. Pero tal explicación, que recurre a estas cosas, también debe admitir que una obra tan significativa como la de Pablo, que está tan estrechamente relacionada con el cristianismo, partió de un «sueño». Algo así como una sacudida más profunda de las fuerzas del alma que de otro modo no están activas en el alma, eso es lo que ya sintió el niño Jakob Böhme cuando tuvo esta experiencia. De eso dependió este desprendimiento interior de fuerzas más profundas del alma. Dependió del testimonio de tal suceso, que prueba que se trata de una persona que puede descender más profundamente que miles y miles de otros, en las honduras de su vida anímica.

Todavía hay que recordar otro acontecimiento de naturaleza muy similar, del cual, a su vez, debemos decir que permaneció en la memoria de Jakob Böhme de tal manera que el esplendor y la significación de este acontecimiento brillaron sobre toda su vida, en la medida en que esta vida era una vida interior.

Jakob Böhme fue aprendiz de zapatero a los catorce años y a menudo tenía que hacer guardia, por así decirlo, en la tienda de su amo; no se le permitía vender nada. En una ocasión, -de nuevo, esta historia procede de los labios de su fiel biógrafo Abraham von Frankenberg-, entró en la tienda un personaje que enseguida le pareció extraño a Jakob Böhme y quiso comprar zapatos. Pero como el muchacho tenía prohibido vender zapatos, se lo dijo al desconocido. El desconocido le ofreció un alto precio, y finalmente le vendió los zapatos. Pero entonces ocurrió lo siguiente, que se quedó grabado en la memoria de Jakob Böhme para el resto de su vida. Cuando el forastero se hubo marchado y transcurrido poco tiempo, Jakob Böhme oyó que lo llamaban por su nombre: «¡Jakob, Jakob!», y cuando salió, el forastero le pareció aún más extraño que al principio. Tenía algo soleado y brillante en los ojos y le decía palabras que sonaban bastante extrañas: Jacob, ahora todavía eres pequeño, pero un día te convertirás en una persona completamente diferente que asombrará al mundo.

Pero mantente humilde ante tu Dios y lee la Biblia con diligencia. Tendrás que soportar muchas persecuciones. Pero mantente fuerte, porque tu Dios te ama y será misericordioso contigo.

Jakob Böhme consideraba este acontecimiento mucho más importante que cualquier otra experiencia biográfica externa. Y su biógrafo relata lo que el propio Jakob Böhme le contó: Fue en el año 1593 cuando Jakob Böhme sintió como si hubiera sido transportado fuera de su cuerpo físico durante siete días, sintió como si estuviera en un mundo completamente diferente, sintió como si su alma hubiera renacido.

De este modo, si se quiere, se trata de un estado anormal permanente del alma. Pero Jakob Böhme también experimentó este «renacimiento» más o menos como algo que, en su opinión, podía conectar con un alma humana. No se convirtió por ello en un entusiasta ni en un falso idealista, ni tampoco en una persona altiva, sino que continuó con su oficio de zapatero con toda humildad, podría decirse que con toda sobriedad. Incluso la experiencia de 1593, el rapto a otro mundo, siguió siendo una aparición de la que se hablaba a sí mismo:
"Te has asomado a un reino de alegría, a un reino de realidad espiritual, pero eso es cosa del pasado". Y continuó viviendo su vida cotidiana de acuerdo con su negocio en su sobriedad.

Esta experiencia de renacimiento se repitió en los años 1600 y 1610. Comenzó entonces a registrar lo que había experimentado en sus estados de rapto porque creía que estaba llamado a hacerlo. En 1612 escribió su primera obra «El amanecer en la aurora», titulada más tarde «Aurora». Dice de ella que no la comparó con su yo ordinario, sino que se inspiraba en él palabra por palabra, que vivía en un ser opuesto a su yo ordinario que era un ser que todo lo abarcaba, que llegaba a todas partes del mundo y se sumergía en él.

Sin embargo, las revelaciones no le gustaron demasiado. Cuando algunas personas se dieron cuenta de lo que tenía que decir, de lo que había escrito, el manuscrito de la «Aurora» fue copiado y distribuido en unos pocos ejemplares. El resultado fue que el diácono de Görlitz, Gregorius Richter, donde entretanto Jakob Böhme se había establecido como zapatero, subió al púlpito contra Jakob Böhme y no sólo condenó su obra, sino que consiguió que fuera citado ante el consejo municipal de Görlitz. Ahora sólo repetiré lo que sabemos de él por su biógrafo. Nos dice: El consejo decidió prohibir a Jakob Böhme que siguiera escribiendo, ya que sólo se permitía escribir a los académicos, pero Jakob Böhme no era un académico, sino un idiota, ¡y por lo tanto tenía que abstenerse de escribir!

Así que Jakob Böhme fue tachado de idiota, y como en general era un hombre de buen carácter que no podía imaginarse, debido a la simpleza de su naturaleza, que se le considerara uno de los condenados sin motivo alguno, en realidad decidió no escribir nada más por el momento. Pero llegó el momento en que ya no pudo hacer otra cosa. Y en los años que van de 1620 a 1624, hasta su muerte, escribió un gran número de sus obras en rápida sucesión, como «El libro de la vida contemplativa», «De signatura rerum o del nacimiento y designación de todos los seres», o la «Explicación del primer libro de Moisés».

Pero el número de sus obras es bastante grande, y algunos lectores pueden encontrarlo extraño. Algunos han dicho que Jakob Böhme se repite una y otra vez. Es cierto, no se puede estar en desacuerdo, ciertas cosas aparecen una y otra vez en sus obras. Pero si de esto se saca la conclusión de que se conoce todo Jakob Böhme, si se conocen algunas de sus obras, porque siempre se repite -no es fácil estar en desacuerdo con quienes dicen esto-, entonces hay que decir: quien se detenga en la lectura de una de las obras de Jakob Böhme y no se anime a leer también las demás, no entenderá mucho de Jakob Böhme. Pero quien se empeñe en recorrer sus otras obras no descansará hasta haber leído la última, a pesar de todas las repeticiones.

Si tratamos, a partir de esta caracterización de su naturaleza, de penetrar más profundamente en su línea de pensamiento, en la naturaleza espiritual de Jakob Böhme, hay que decir que para el hombre moderno, que sólo vive en la vida educativa de nuestro tiempo, debe haber mucho de incomprensible no sólo en el contenido de las obras de Jakob Böhme, sino también en toda la forma en que las presenta. Al principio, la presentación parece bastante caótica. Se lee despacio, por supuesto. Pero para mucha gente sigue siendo un hueso duro de roer: que encontramos en él, explicaciones bastante incomprensibles para la mente moderna, explicaciones bastante peculiares de las palabras. Por eso encontramos en él que repetidamente usa palabras como «sal», «mercurio» y «azufre» para más explicaciones. Luego, cuando él quiere argumentar sobre lo que significa «sul», lo que significa «phur», y entonces encuentra todo tipo de cosas profundas, estas mentes modernas deben decirse a sí mismas: No se puede hacer nada con eso; pues ¿Qué significa hacer explicaciones sobre un principio del mundo si se explican las sílabas de una palabra individualmente, como «sul» y «phur»? Esto está lejos del alma moderna.

Sin embargo, si se profundiza en Jakob Böhme, se descubre que todo cuanto dice lo reviste con todo tipo de fórmulas alquímicas. Pero sólo cuando uno penetra en lo que vive como espíritu de Jakob Böhme en lo que encontró de esta manera, sólo entonces encuentra que en ello vive algo muy distinto de lo que hoy conocemos como pensamiento científico, como cosmovisión u otro pensamiento en generalizado.

Lo que vive en el alma de Jakob Böhme sigue siendo lo más parecido a lo que se ha caracterizado aquí en estas conferencias como la primera etapa a una vida espiritual superior como la etapa de la cognición imaginativa. Hemos subrayado que el que asciende de la vida ordinaria en los sentidos llega a percibir un nuevo mundo de imágenes, de imaginaciones, mediante un desarrollo especial de su alma. Y se ha subrayado, -les pido que recuerden las características de esta discusión-, que cuando una persona ha llegado al punto en que no sólo forma imaginaciones, sino que las imágenes, las representaciones imaginativas brotan de las profundidades desconocidas de la vida del alma, y experimenta un mundo nuevo, entonces el que quiere ascender a un nuevo conocimiento tiene que tomar la firme decisión de suprimir completamente esta primera iluminación de un mundo imaginativo en el alma y esperar hasta que surja por segunda vez de un mundo mucho más subterráneo.

Toda la constitución anímica, todo el estado de ánimo interior al que llega Jakob Böhme, es, por tanto, lo más comparable a lo que encuentra en su vida anímica una persona que asciende al conocimiento suprasensible. Es cierto que en ninguna parte es evidente que se pueda encontrar en Jakob Böhme algo parecido a lo que la ciencia espiritual moderna proclama como sus métodos. Pero aún así se equivocaría quien quisiera creer que todo esto aparece como por sí mismo en Jakob Böhme. Él mismo dice en un momento dado que luchó incesantemente por la ayuda del espíritu, por la ayuda de Dios, y que tras esta lucha incesante surgió un mundo imaginativo lleno de luz. Así pues, no podemos decir que sea simplemente un ingenuo cognoscente imaginativo, sino que debemos decir que recurre ingenuamente a los medios que conducen al hombre a las alturas de la cognición imaginativa. Tal poder imaginativo debe suponerse naturalmente en su alma. Llega así al conocimiento imaginativo de la misma manera, sólo que más rápidamente, más naturalmente, que uno puede llegar a él por esos métodos descritos en el libro «¿Cómo se llega al conocimiento de los mundos superiores?».

Así pues, Jakob Böhme se presenta ante nosotros como un conocedor imaginativo. Pero con fuerza elemental, como si fuera natural, esta cognición imaginativa pugna por salir a la superficie, como llevada por una fuerte voluntad interior. Así vemos en él esta fuerte voluntad interior, que no puede vivenciarse en hechos exteriores, -su modesta profesión se lo impide-, rodeando su alma como un torrente, de modo que el alma se sumerge en este torrente. Y de esta voluntad vemos nacer poderosas imágenes, a través de las cuales intenta resolver los enigmas del mundo. No son tanto los resultados individuales lo que importa a Jakob Böhme como este estado de ánimo y condición de su alma. Siente que en su esfuerzo es impulsado hacia algo que no es el yo humano cognoscente ordinario, sino que está conectado con las fuerzas que conectan al hombre desde el subconsciente de su alma, desde las profundidades de su alma con todo el cosmos, con aquello que teje y vive fuera en la naturaleza.

La persona que realmente tiene un serio impulso por el conocimiento siente que el conocimiento no es algo simplemente racional, sino algo que él adquiere por medio del sufrimiento y del dolor y superando el sufrimiento y el dolor. Y se hace consciente, de que cuando intenta penetrar en la naturaleza y en la existencia con los medios ordinarios actuales, en realidad se aleja de la naturaleza y de la existencia por todos esos medios. Pero cuando sacamos a la luz fuerzas de nuestra alma que de otro modo permanecerían dormidas en el subconsciente, entonces sentimos que éstas están conectadas con la naturaleza y la existencia en un sentido completamente distinto, más íntimo. Para explicar esto, me gustaría referirme a lo siguiente. 

Es bien sabido y a menudo relatado, que en regiones donde se aproxima un terremoto u otro acontecimiento elemental, ciertos animales huyen del lugar del seísmo o similar, o que al menos se inquietan, de modo que son como profetas anunciadores de lo que está a punto de suceder. Puede decirse que la vida instintiva del animal está más íntimamente relacionada con lo que ocurre fuera en la naturaleza que toda la constitución del alma humana. Pero en las profundidades del alma humana vive algo que no es lo mismo que el instinto de los animales, sino que es más profundo que este instinto animal, que también está íntimamente conectado con las fuerzas de la naturaleza. A medida que Jakob Böhme desciende ahora a las profundidades de su alma, se siente más íntimamente entrelazado con las fuerzas de la naturaleza.

Sin embargo, una cosa en particular llama la atención. Se ha subrayado: sólo cuando aquello que aparece como imaginaciones y mundo imaginativo se suprime, se apaga, y luego vuelve a encenderse como por sí mismo, sólo entonces este segundo mundo imaginativo tiene un valor. Resulta muy peculiar si comparamos el camino de Jakob Böhme con esto: En el año 1600 experimenta un renacimiento, se siente arrebatado a un mundo espiritual, a un reino de alegría. Después vive sobriamente. Durante diez años, aquello que había experimentado permaneció sumergido. Luego emerge por tercera vez en 1610. ¿Acaso el camino que describimos como el correcto no entró en el alma de Jakob Böhme como un fenómeno natural? Esto es lo que acerca tanto a Jakob Böhme a lo que nosotros mismos hemos previsto como el camino natural hacia los mundos suprasensibles. Si tenemos esto en cuenta, su experiencia ya no nos parecerá tan extraña como podría parecer a primera vista.

Para el conocimiento objetivo del que duda, sin embargo, no tendrá ningún valor hacer observaciones profundas sobre la composición de las sílabas «sul» y «phur» o sobre cualquier otra cosa. Pero les pido que recuerden lo que se ha dicho antes sobre el lenguaje humano, cómo se ha demostrado que en el curso del desarrollo humano el lenguaje precede en realidad al pensamiento abstracto, imaginativo, y cómo Jean Paul tiene mucha razón cuando subraya que el niño aprende a pensar a partir del lenguaje, y no que el habla se desarrolla a partir del pensamiento. El lenguaje es, pues, algo más elemental, más primario que el pensamiento. Cuando vemos cómo toda la naturaleza resurge en nuestros pensamientos, entonces sentimos cómo el pensamiento está separado de los hechos de la naturaleza por una brecha del mundo. Sin embargo, cuando el sonido como sonido más semejante a los sonidos de la naturaleza, -y el lenguaje se compone originalmente de tales sonidos-, cuando el sonido del habla se escapa del alma humana, entonces algo de toda la legitimidad del mundo se abre camino en las profundidades del alma, y entonces una especie de eco se escurre libre de la naturaleza de un modo completamente distinto que cuando algo se libera del pensamiento como eco.

El alma de hoy ya no siente la relación entre el lenguaje y los sonidos naturales. Nuestra alma hoy en día sólo se esfuerza lentamente por sentir que existe algo en todo lenguaje que se hace eco directo de las impresiones del mundo exterior. Con una personalidad como la de Jakob Böhme, que extrae de su alma fuerzas anímicas más profundas con una fuerza elemental, es natural que también en este aspecto vuelva, por así decirlo, a sentir aquella sensación sobre el lenguaje que antaño era característica de la humanidad y que en el niño se sigue desarrollando más o menos inconscientemente.

Si esto que acabo de decir lo extendemos ahora a los extraños argumentos sobre la composición de las sílabas en palabras, entonces podemos comprender que se trata sólo de que la naturaleza efectúa en el alma humana un sentir de los sonidos, cómo si a través del sonido, la naturaleza quisiera crear un lenguaje para sí misma. Esto se debe a que el alma de Jakob Böhme está más cerca de la naturaleza, vive aún más en el lenguaje que en el pensamiento, y toda su filosofía es más un sentimiento, una compasión por lo que vive y se teje fuera en la naturaleza que cualquier captación abstracta de las cosas. 

Podría decirse que si uno deja que un pensamiento de Jakob Böhme realmente surta efecto en uno mismo, daría la sensación como si el pensamiento estuviera tan relacionado con lo que observa Jakob Böhme; como la relación que uno siente al percibir cualquier sabor, en el cual también se siente un contacto con la naturaleza.

Así es como Jakob Böhme siente el contacto con la naturaleza. Él siente dentro lo que teje y trabaja y vive fuera, en la naturaleza. Él vivencia la naturaleza viviente, y en sus representaciones transmite su propia vivencia, de modo que en sus palabras uno siente lo que él contempla. Por lo tanto, las palabras son también algo que él siente particularmente como aquello que es el «cómo» en la naturaleza misma. Por lo tanto no hay que ponderar si tales disputas como la aludida sobre el «sul» y el «phur» en Jakob Böhme significan algo especial, sino intentar experimentar en esta alma cómo convierte la experiencia del mundo en experiencia anímica y lo que el alma puede experimentar como sus revelaciones.

No se entiende a Jakob Böhme si se parte de la opinión de que él sólo percibe los relámpagos y los truenos, las nubes o las transformaciones de las nubes o el crecimiento de la hierba de la misma manera que una persona moderna. Sólo se le puede comprender si se sabe que con el centelleo de los relámpagos, con el retumbar de los truenos, con el cambio de las nubes algo se transforma para su experiencia anímica, de modo que en su alma reproduce algo que está ahí como la solución del enigma correspondiente. Así, para Jakob Böhme, lo que sucede en el mundo se convierte en un enigma de su propia experiencia.

Ahora comprendemos cómo, si lo consideramos de este modo, él fue capaz de luchar con una tarea a la cual también nos enfrentamos en otros lugares de su época y que ha ocupado durante mucho tiempo a otras mentes, incluso a la mente más grande de los tiempos modernos. El mismo siglo XVI en el que nació Jakob Böhme dio a luz el enigma de Fausto, que sitúa al adversario del hombre junto al hombre esforzado y luchador, que arrastra la naturaleza esforzada del hombre hacia lo bajo, lo sensorial, hacia lo que la época de Jakob Böhme llamaba «lo diabólico». Poéticamente, Goethe seguía luchando con el problema de cómo encaja el «mal» en el contexto del mundo. ¿No debe el hombre preguntarse una y otra vez: cómo es que en el universo armonioso, en la sabia administración del mundo, lo irregular, lo que no tiene propósito, es inimputable? Y la cuestión del origen del mal está en el enigma de Fausto. En realidad ya está en el Libro de Job, pero surgió con especial fuerza en el siglo XVI.

¿Cómo pudo surgir esta pregunta en la mente de Jakob Böhme? Sólo tenemos que recurrir a unas pocas palabras del «Amanecer en el alba» y veremos inmediatamente cómo lo que de otro modo es un problema mundial se convierte primero en un problema anímico interior para Jakob Böhme. Allí dice algo así como las siguientes palabras: Cuando una persona inteligente y profunda aparece en cualquier parte del mundo, el diablo interfiere inmediatamente en su alma e intenta arrastrar su naturaleza hacia lo común, lo cotidiano, lo sensorial, intenta enredar a la persona en la arrogancia y la prepotencia. 

Inmediatamente vemos que Jakob Böhme ve el problema como un problema anímico, vemos que él busca el poder del mal en la propia alma, que interfiere con las fuerzas buenas del alma. Y le surge la pregunta: ¿Qué tiene que ver el alma con esas fuerzas anímicas que buscan el mal? De este modo, el problema del mal se convierte en última instancia para Jakob Böhme en una cuestión interna del alma. Pero puesto que para él «alma» y «mundo» se corresponden, el alma se expande inmediatamente en un mundo, y ahora es peculiar para él que la cuestión del mal se desarrolle en una cuestión completamente distinta, en la cuestión de la conciencia humana, sí, de la conciencia espiritual en general, de toda la peculiaridad de la vida de la conciencia.

Es difícil hoy en día iluminar la vida anímica de Jakob Böhme y lo que las cuestiones del mundo y sus soluciones llegaron a ser para él con las ideas que son practicables para nosotros, y si uno utiliza las propias palabras de Jakob Böhme, uno no llegará a ser del todo comprensible, porque ya no son una moneda practicable en nuestro tiempo. En consecuencia, en el espíritu de Jakob Böhme, pero con palabras algo diferentes, intentaré acercarme a lo que él quiere decir sobre la cuestión del mal, que para él se convierte en una cuestión sobre toda la naturaleza de la conciencia espiritual en general.

Intentemos pensar cómo actúa nuestra conciencia, cómo sería toda nuestra conciencia si no fuéramos capaces de retener en nuestra memoria en forma de pensamientos lo que alguna vez hemos experimentado en nuestra alma, en nuestra conciencia. Intentemos pensar cuán diferente tendría que ser nuestra conciencia si no pudiéramos recuperar de la memoria lo que experimentamos ayer, anteayer, hace años. Todo el contenido de la conciencia se basa en el hecho de que podemos recordarlo; y nuestra conciencia no va más allá del punto en el tiempo hasta el cual podemos recordar. Luego empezamos a captarnos como un yo, a tener el hilo coherente de nuestra conciencia, a conocernos en nuestra vida anímica.

¿En qué se basa pues toda la naturaleza de la conciencia? En el hecho de que sabemos: Ahora estamos experimentando algo en la conciencia. Cuando experimentamos algo, estamos directamente conectados con esta experiencia: en el momento en que experimentamos algo, no somos otra cosa que nuestra propia experiencia. Quien imagina un color rojo, él mismo es este color rojo, en el momento en que lo imagina, junto con la propia experiencia. Quien visualiza un ideal, en ese momento se hace uno con el ideal. Sólo después se diferencia de su experiencia, mientras que antes era uno con ella. Así pues, toda nuestra conciencia es algo que primero hemos experimentado y luego almacenado como un objetivo en nuestra vida anímica interior. Este almacenamiento en lo objetivo hace posible nuestra conciencia. No podríamos desarrollar la conciencia si todo lo que hemos experimentado fuera siempre inmediatamente olvidado, barrido.

Enfrentándonos a nuestra experiencia, como una «contraposición», como dice Jakob Böhme, enfrentándonos a ella como algo opuesto a nosotros, sólo así se enciende nuestra conciencia real. Esto tenemos que observarlo, por así decirlo, con el hecho más simple de nuestra conciencia. Jakob Böhme, en su visión clarividente, extiende esta experiencia, que toda conciencia puede tener, al mundo entero. Él dice: Si un ser divino en el mundo sólo hubiera tenido alguna vez la capacidad de vivir en sí mismo, pero no de enfrentarse a su experiencia - como contraposición, -entonces nunca habría llegado a la conciencia en un ser divino. Para el ser divino, sin embargo, la contraposición es el mundo. Del mismo modo que oponemos nuestras ideas a nosotros mismos, del mismo modo que tomamos conciencia del objeto, para la conciencia divina el mundo es la contraposición. Y todo lo que nos rodea, la conciencia divina lo ha colocado fuera de sí para tomar conciencia de sí misma, del mismo modo que nosotros desarrollamos primero nuestra conciencia presentando nuestras propias experiencias como contraposición.

Para Jakob Böhme, la formulación de este pensamiento no era una teoría, sino algo que le aportaba satisfacción por una cuestión que para él significaba el destino, por la gran cuestión de Fausto. Ahora podía decirse a sí mismo: Si me remito a la conciencia divina, por así decir, delante del mundo, pues bien, esta conciencia divina sólo podía llegar a sí misma, convertirse en conciencia real, oponiéndose al mundo, de modo que pudiera tomar conciencia de sí misma en su opuesto. Por tanto, todo lo que vive y teje y existe, ha brotado de lo divino-anímico, de una voluntad de lo divino-anímico, que como voluntad desarrolló el deseo de tomar conciencia de sí mismo. Y en el momento, -Jakob Böhme se dio cuenta ahora de ello-, en que la conciencia unificada se contra posicionó y quiso tomar conciencia de sí misma, duplicándose así, creando por así decirlo la imagen especular de sí misma, creó esta imagen especular en la diversidad, en la diversidad de los miembros individuales, del mismo modo que el alma humana individual no se vive meramente en miembros individuales, sino en miembros que tienen cierta independencia, mano y pie y cabeza y similares. Una persona no se acerca a la realidad de Jacob Boehme si lo describe como panteísta. Debe retomar el hilo de pensamiento de una manera similar, debe comprender cómo Jacob Boehme concibió todo lo que aparece ante nosotros como una "contraparte de la Divinidad".

También lo que es el hombre mismo pertenece a la contraparte de la Divinidad, que la Divinidad sacó de sí misma para hacerse consciente de sí misma en esa parte. Desde este punto de vista dice Jakob Böhme: La gente mira hacia arriba, ve las estrellas, las masas de nubes, las montañas y las plantas, y a menudo quiere suponer además una región especial de la Divinidad. Pero yo te digo a ti, ser humano incomprensible, que tú mismo perteneces precisamente a esa contraparte de Dios; pues ¿Cómo podrías sentir y realizar algo de esencia divina en ti mismo si no hubieras fluido de esta esencia divina? Tú procedes de esta esencia divina, ella te ha colocado frente a ella, como si hubieras nacido de ella, y estás enterrado en ella. ¿Y cómo podrías resucitar si te enfrentaras a una deidad ajena? ¡Cómo podrías llamarte hijo de Dios si no fueras uno con la sustancia y esencia de Dios!

Que Jakob Böhme no se refiere a un panteísmo ordinario, lo expresa diciendo: El mundo exterior no es Dios, tampoco se llama eternamente Dios, sino un ser en el que Dios se revela, Cuando se dice: Dios es todo, Dios es el cielo y la tierra y también el mundo exterior, entonces esto es verdad; porque todo se origina de él y en él. Pero, ¿Qué hacer con tal discurso, que no es religión? No se le puede llamar panteísta. Del mismo modo que para él la cuestión de la naturaleza del mundo no es algo buscado, tampoco lo es lo que se da a sí mismo como respuesta a ella, sino que para él es una experiencia. Él sintió las condiciones de su propia conciencia y la extendió a la conciencia divina porque se da cuenta de que su conciencia es un eco de los hechos del mundo. Al responder a la pregunta sobre el alma y la divinidad del alma, encuentra también la respuesta a la pregunta sobre el origen del mal. Esto es algo extraordinariamente característico de Jakob Böhme, que siempre ha despertado la admiración de los pensadores profundos. Por ejemplo, Schelling se conmovió muy significativamente al darse cuenta de la manera en que Jakob Böhme abordó la cuestión del sentido del mal en el mundo, y otros pensadores del siglo XIX también admiraron la profundidad con que Jakob Böhme abordó esta cuestión.

Se puede decir de muchas personas que han perseguido la cuestión del origen del mal: ellas buscaban la fuente del mal. Ahora bien, lo característico de Jacob Boehme es que fue más allá de ese punto que, según la opinión de mucha gente, es el único y exclusivo límite al que se puede llegar. ¿A dónde más se puede ir si no se quiere detener en esta causa original? Jacob Boehme va más allá de la causa original cuando quiere resolver la cuestión sobre el significado del mal. Va a lo que él llama, significativamente, no la causa original o el fundamento original ( Urgrund ), sino la falta de fundamento ( Ungrund ), y aquí estamos realmente ante una experiencia del alma humana en Jacob Boehme que puede ser admirada en el más alto grado si se posee el órgano necesario. Es cierto que el alma ordinaria, arraigada en la cosmovisión moderna, tal vez no tenga este órgano; pero se puede tener este órgano que siente admiración, donde Jakob Böhme hace la transición desde el fundamento originario hasta la falta de fundamento. En el fondo, es algo así como el «huevo de Colón», algo extremadamente sencillo. Pues en el momento en que Jakob Böhme hubo resuelto el enigma del mundo tal como acabamos de caracterizarlo, cuando le quedó claro que existe una relación entre Dios y el mundo al igual que entre el alma y los miembros del cuerpo, entonces también pudo decirse a sí mismo -él no utilizó estas palabras, pero nosotros queremos caracterizar en su espíritu, menos en sus palabras, pues así nos acercamos más a su comprensión-: Cuando el mundo surgió como contraparte de la Divinidad, apareció la «diferenciación» en la contraparte, las diferencias entre los miembros, como diríamos. Surgió la diferenciación de los miembros individuales del cuerpo en relación con el alma individual. ¿No es bueno cada miembro individual del cuerpo en relación con las actividades del alma? ¿No podemos decir: La mano derecha es buena, la mano izquierda es buena, todo es bueno en la medida en que sirve a los fines del alma? ¿Pero no puede la mano derecha, a causa de su relativa independencia, es más, precisamente a causa de su autonomía, perjudicar a la mano izquierda? Aquí tenemos la independencia de lo corpóreo, aquello que no necesita “ningún fundamento” (causa), contrapuesto a aquello que constituye la armonía. Vemos esto colocado en el fundamento primordial (causa), lo cual simplemente resulta del hecho de que desde el “fundamento primordial” pasamos a la “falta de fundamento”. Así como no necesitamos buscar en la luz la causa de la oscuridad, tampoco necesitamos buscar en el bien la causa del mal. Pero como para Jakob Böhme el mundo resulta ser la antítesis de la Divinidad, en este mundo de diversidad surge la posibilidad de que los miembros individuales trabajen unos contra otros, en el sentido de que, dado que deben tener su independencia para la finalidad del mundo, según la finalidad del mundo, también deben desarrollar esta independencia. Así pues, para Jakob Böhme el mal no radica en lo que se explica, sino en lo que surge como no fundamentado, sin necesidad de explicarlo. De este modo, sin embargo, este último aparece como por sí mismo como contraparte al bien; y ahora el mal, lo inapropiado, lo dañino en el mundo se convierte para el propio Jakob Böhme en la «contraparte» al bien, del mismo modo que tomamos conciencia de nosotros mismos en el objeto.

Nos movemos en el espacio, sin pensar en nosotros mismos. Pero empezamos a pensar en nosotros mismos inmediatamente si, por ejemplo, nos golpeamos la cabeza contra una ventana. Entonces tomamos conciencia de nosotros mismos a través de la contraparte, a través del objeto. De la misma manera que Jacob Boehme enfrenta la conciencia con la contraparte, de la misma manera que se experimenta a sí mismo a través de la contraparte, así también lo bueno, lo adecuado, lo ventajoso y útil se torna consciente de sí mismo, para Jacob Boehme, a través del hecho de que tiene que preservarse en presencia de lo dañino e inadecuado. Se toma conciencia de sí mismo en el sentido de que el “mal” se convierte en la contraparte del bien, como los objetos que se experimentan a través de la colisión con el mundo exterior.

Así, Jacob Boehme ve en el bien la fuerza que asimila su contraparte, de la misma manera que el hombre, en su memoria, asimila cada vez más lo que él mismo ha extraído de su conciencia. Así, encontramos una absorción constante del mal y, por lo tanto, un enriquecimiento del bien con el mal. Y así como la oscuridad se relaciona con la luz, en la medida en que la luz brilla en la oscuridad y, por lo tanto, se hace visible por primera vez, así también el bien se vuelve efectivo al actuar en el mal y relacionarse con el mal como la luz con la oscuridad. Así como la luz se gradúa en los diferentes colores a través de la oscuridad y no podría aparecer como luz si la oscuridad no se le opusiese, así también el bien puede cumplir su función en el mundo solo al experimentarse a sí mismo a través de su contraparte, a través del mal.

Así observa, Jacob Boehme el mundo. Él ve el bien actuando de tal manera que se enfrenta al mal, pero que lo lleva a su propio dominio, lo absorbe, por así decirlo. Así, para Jacob Boehme, se presenta un fenómeno preterrenal, de tal manera que se dice a sí mismo: La Deidad puso en otro tiempo otros seres espirituales frente a Sí mismo. Éstos eran, como nuestra naturaleza actual en un estadio posterior, una contraparte de la Deidad. Así, estos seres ya eran una contraparte de la Deidad, por lo que la Deidad alcanzó la conciencia de Sí misma. Pero se comportaban frente a la Deidad como los miembros que se vuelven contra su propio cuerpo. De este modo, el ser Lucifer llegó a existir para Jacob Boehme. ¿Qué es Lucifer para él? Es el ser que, después de la creación de la contraparte, utilizó la separación, la multiplicidad, para rebelarse contra su Creador como contraparte independiente. Así, Jacob Boehme encuentra en las fuerzas del mundo que difieren y luchan entre sí lo que debe ser, pero que contribuye a la evolución general, al ser absorbido en el curso del desarrollo. De la misma manera, también concibe que todas las acciones del oponente de los dioses, -para que las acciones de la propia Deidad puedan realizarse con mayor fuerza a través de la contraparte-, son absorbidas por la Deidad, y que la autorrealización de la Deidad se vuelve tanto más gloriosa a través de las fuerzas que desarrolla el oponente.

En las profundidades del mundo Jakob Böhme persigue el pensamiento que amplía la experiencia de la conciencia a la experiencia universal del origen y estado primordial del mal. Él pone en una fórmula simple, no se puede decir lo que ha dado teóricamente como la solución a los enigmas del mundo, pero lo que ha experimentado: Ningún sí sin un no, pues el sí debe experimentarse primero a sí mismo en su contrapartida, en el no. «Ningún sí sin un no» es la sencilla fórmula en la que Jakob Böhme introdujo todo el problema del mal.

No se trata de una fórmula teórica, sino que en esta filosofía subyace algo así como la experiencia más primigenia, más elemental. Pues saber que no hay un sí sin un no, que el mal es absorbido por el bien y contribuye al desarrollo del mundo, puede que eso aún no sea nada. Pero otra cosa es ser un alma luchadora, un alma que experimenta dolor y sufrimiento, tentaciones y seducciones, y decirse: Todo esto debe estar ahí, y sin embargo está ahí, puedo prepararme la certeza y el consuelo y la esperanza desde mi palabra filosófica, que no es teorizar sino vivir, de que lo mejor que hay en mí encontrará la posibilidad de superar lo que no es mas que la contraparte, el No, a través del impulso original, a través del «wurf», a través del Sí. Y por mucho que me enrede en el mal, y por pequeño que sea el rayo de luz que se extienda sobre él: puedo y debo esperar la liberación, que no triunfe el mal, sino el bien que hay en mí.

Cuando una filosofía de este tipo pasa a la certeza de la redención, entonces es algo que, de esta manera, está relacionado con la personalidad, por supuesto, pero que tiene al mismo tiempo, con este rasgo de la personalidad, un significado humano general. Cuando una persona permite que esto actúe sobre su alma, con gusto pasará de esta alma luchadora que se eleva a las frías abstracciones del "sí" y el "no" para adquirir de ellas el más cálido contenido y las más cálidas experiencias del alma; entonces con gusto pasará de esta alma, que mediante la lucha gana confianza en su cosmovisión, al hombre solitario de Goerlitz que no tuvo oportunidad de fundar una escuela, porque el tiempo que los hombres, en otras circunstancias, gastan en cosas espirituales, él tuvo que emplearlo en hacer zapatos. Él tuvo que sacar tiempo para sus numerosas obras. Una persona así irá con gusto al hombre cuyos libros revelan cómo luchó con el lenguaje debido a su escasa educación externa, pero cuyas enseñanzas, sin embargo, se extendieron después de su muerte; que se sentaba en su banco de zapatero y tenía sólo unos pocos amigos a los que podía abrir su corazón. Tenía amigos, es cierto, a los que escribía cartas, pero eran pocos. Así que uno lo ve en su soledad y tiene la sensación como si hubiera una conexión necesaria en ello: como uno sólo puede imaginarse a Giordano Bruno vagando por el mundo, viajando de país en país, para proclamar algo del mundo como con un sonido de trompeta, como uno siente con él, que entra en la diversidad de los fenómenos, que este vagar pertenecía a esta visión del mundo, en el otro caso, uno siente que este zapatero solitario experimentó algo que sólo podía experimentarse así, experiencia que tuvo lugar como en un diálogo solitario con los espíritus de la existencia, que tuvo lugar en esta videncia solitaria que caracterizamos al principio.

Cuando nos sentimos así, entonces crece en nosotros el sentimiento hacia lo que el hombre necesita para resolver cómodamente los enigmas del mundo: que lo más grande que el hombre puede experimentar en el mundo es independiente del lugar y del tiempo, sólo está ligado a la capacidad de profundización del alma humana, y que el alma puede emprender los más grandes vagabundeos por el mundo, los vagabundeos por los reinos espirituales, en todas partes y siempre. Entonces escuchamos del alma de Jakob Böhme lo que caracteriza su visión del mundo como palabra tan significativa cuando dice: 
Para quien el tiempo es como la eternidad 
y la eternidad como el tiempo, 
se libera de toda lucha.

Esto no describe su visión del mundo en términos teóricos, sino que describe lo que realmente fue su visión del mundo como resultado del hecho de que era una persona muy especial. Hemos podido subrayar que a través de todo su ser estaba más íntimamente conectado con la naturaleza que el ser humano normal, pues él experimentaba el tejer y conducir de la naturaleza en sus propias experiencias anímicas. Esto nos hace sentir cierta necesidad en un nombre que los amigos de Jakob Böhme le han dado. Le han dado un nombre feliz. Pues consideremos: Cuando en Oriente, en el Oriente, existe ya una ciencia ampliamente difundida, maravillosamente detallada, cuya sabiduría admiramos cuando llegamos a conocerla, encontramos en suelo centroeuropeo todavía la más sencilla cultura espiritual. De qué manera vive todavía en todas las almas de Europa Central, algo así como una íntima conexión entre las fuerzas de los entresijos del alma con las fuerzas de la naturaleza y los seres de la naturaleza, y cómo la gente tiraba las ramitas al suelo y veía todo tipo de acertijos a partir de las «runas» que allí se formaban y trataba de resolverlos. Estas personas eran «solucionadores de enigmas rúnicos». Y de todo lo que habla desde el alma de las gentes en los bosques de Germania, de lo que vive en la naturaleza, de lo que susurra entre los árboles o vive misteriosamente en las propias almas humanas, sentimos algo de todo ello como si estuviera activo en el alma de Jakob Böhme.

Allí, podemos comprender algo en Jakob Böhme que hoy nos resultaría muy difícil de entender. No es forzado que uno coloque junto al solucionador de enigmas rúnicos, que resuelve todo tipo de enigmas a partir de las ramitas arrojadas al suelo y que pretende reconocer las revelaciones de la deidad misma, si uno coloca junto a él la manera en que Jakob Böhme, a partir de su parentesco con el sentimiento por el lenguaje, por ejemplo, coloca las sílabas «sul» y «phur» como runas y quiere resolver enigmas del mundo a partir de ellas. Nos parece el último vástago de los bosques de Germania, y comprendemos por qué sus amigos le dieron el nombre de «Philosophus teutonicus». Sin embargo, eso incluye su significado para los tiempos venideros.

Nos fijamos en él, en cómo luchó con las cosas más excitantes que pueden entrar en el alma humana, cómo llegó a la paz en esta lucha, y cómo sus últimas palabras, «Ahora voy al paraíso», fueron el sello de la consecuencia del alma, de la práctica del alma. Eso es lo que le llevó a la paz de espíritu. Un hálito de fe vive en todos sus libros, y desde este punto de vista Jakob Böhme podrá tener significado para nosotros y para todos los tiempos. Este «Philosophus teutonicus» marcará siempre la pauta de lo que realmente puede ser para el alma, si ésta se sumerge en él, de las consecuencias prácticas vitales de una filosofía.

Sus oponentes son a veces bastante peculiares, empezando en 1684, cuando se publicó la primera y fuerte contra-escritura contra Jakob Böhme por Kallo, hasta el día de hoy, donde también tenemos una escritura contra Jakob Böhme por un erudito de Leipzig, el Dr. Harles, en el siglo pasado. Parece bastante extraño, como quiere demostrar Harles, que Jakob Böhme no hizo nada más que rescatar viejas cosas alquímicas, y luego dice: Después de haberse atormentado a menudo durante días y días para poner así a Jakob Böhme, él se alegraba a menudo cuando podía acercarse a Matthias Claudius por la noche, después de haber tenido que ocuparse de Jakob Böhme de esta manera durante el día, para encontrar descanso y edificación en sus palabras; y también él desea a sus lectores que no se dejen cautivar por las brillantes y relucientes fórmulas de Jakob Böhme, sino que también ellos se refugien en el sencillo e ingenuo Matthias Claudius, que da al alma tal que el alma no necesita buscar su salvación en el ascenso a las más altas cumbres de la vida espiritual. 

Puede ser que el Dr. Harles, adversario de Jakob Böhme, tuviera que refugiarse en Matthias Claudius para alejarse de las fórmulas rutilantes y altisonantes de Jakob Böhme, y que pudo encontrar la paz con Claudius en lugar de preocuparse por Jakob Böhme. Sólo causa una extraña impresión a quien sabe que el propio Matthias Claudius, después de haber logrado lo que el Dr. Harles encuentra en él, buscó refugio con alguien que no sólo conocía a Jakob Böhme, sino que incluso lo tradujo, -¡con San Martín, que era a su vez un fiel discípulo de Jakob Böhme! Así que es muy bueno saber no sólo donde el Dr. Harles, el oponente de Jakob Böhme, buscó edificación, ¡sino también donde Matthias Claudius buscó su edificación!

Pero la concepción del mundo de Jakob Böhme es tal que puede superar las contradicciones, siempre que no nos detengamos en ella. La naturaleza de las conferencias que se han dado aquí ha demostrado que, en la concepción del mundo que se presenta aquí, no debemos quedarnos en un solo fenómeno, sino que debemos comprender todo lo que del mundo espiritual puede ser comprendido directamente por las fuerzas de nuestra época. Es cierto que Jakob Böhme sigue siendo una personalidad importante, una estrella de primera magnitud en los cielos espirituales de la humanidad, pero nadie se detendrá ante él. Por eso, las representaciones de la ciencia espiritual que se dan hoy en día no se dan en absoluto desde el punto de vista de Jakob Böhme, sino desde el de nuestra época, y la próxima vez mostraremos, en contraste, lo que tiene que decir un espíritu completamente moderno.9

Pero Jakob Böhme resulta aún más interesante si nos trasladamos a su naturaleza espiritual, que se yergue en la sencillez y la soledad y emprende el vuelo con su alma hacia la región más elevada de la clarividencia, y si descubrimos cómo esta naturaleza espiritual pudo difundir la paz en el alma de Jakob Böhme, que luego puede ser percibida por todos los que se acercan a él con comprensión o, al menos, buscando comprensión. Por esta razón, las descripciones intelectuales no se acercarán a la realidad de Jakob Böhme, sino sólo aquellas descripciones que intenten sentir lo que un ser humano como Jakob Böhme sintió, lo que fluyó de él, como por ejemplo, en los tres versos que he citado.

Y sólo entonces las palabras con las que he intentado describir a Jakob Böhme pueden adquirir su significado si los presentes sienten que no fueron dichas para culminar en una teoría o descripción teórica de Jakob Böhme, sino para culminar en esto: que, cuando nos enfrentamos directamente a la personalidad de Jakob Böhme, algo fluye de ella -y fluye tanto más cálida e intensamente cuanto más aprendemos a conocerla-, que puede resumir lo que se ha dicho en palabras que designan su paz, su serenidad:

Para quien el tiempo es como la eternidad 
y la eternidad como el tiempo, 
se libera de toda lucha.

Traducido por J.Luelmo oct,2024
 


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