GA062 Berlín, 3 de abril de 1913 La moral a la luz de la ciencia espiritual

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GA062 Rudolf Steiner


LA MORAL A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL


décimo tercera conferencia
Berlín, 3 de abril de 1913
     
Cuando Platón, el gran filósofo griego, quiso definir o caracterizar hasta cierto punto lo divino, lo describió como el «bien». Y Schopenhauer, que en muchos aspectos tomó como modelo a Platón, dijo una vez en sus escritos que a su visión filosófica él podía llamarla «ética», con mayor motivo de lo que se le atribuía a Spinoza, por la razón de que él, Schopenhauer, había basado toda su visión del mundo en la fuerza elemental de la voluntad, y así, de algo que está simultáneamente conectado con los impulsos morales más íntimos del alma humana, él había hecho la fuerza fundamental del universo; mientras que Spinoza -según Schopenhauer- había construido su sistema de tal manera que lo moral, lo ético como tal no estaba aún contenido en los principios más elevados del mundo.

Schopenhauer, al igual que Platón, quiso dar a entender, -y muchas cosmovisiones filosóficas han hecho lo mismo-, que todo lo que llamamos moral en la evolución de la humanidad, está tan íntima y profundamente basado en esta evolución, que en definitiva es impensable, que el ámbito de lo moral no abarque todos los acontecimientos meramente naturales, que no esté en la raíz de todo cuanto el hombre puede desentrañar en el mundo natural o espiritual, como principio y naturaleza básica de las cosas. Así pues, en opinión de tales filósofos, la moral en el hombre sería un captar y resplandecer de la moral divina que ilumina el mundo entero. De modo que se daría ya por supuesto, que naturalmente toda elevación, -en el sentido de una cosmovisión-, hacia los fundamentos primigenios de la existencia, tendría también que llevar al hombre cada vez más cerca de las fuentes de los impulsos morales de largo alcance.

Si bien no es en absoluto necesario estar completamente de acuerdo con tales cosmovisiones filosóficas, se puede decir no obstante, que tales cosmovisiones llegan a tal opinión, tal perspectiva, como la esbozada por Platón y Schopenhauer, precisamente porque sienten la plena dignidad y significación de lo moral en el desarrollo de la humanidad y, por tanto, no quieren pasar por alto los impulsos morales en los fundamentos primigenios de la existencia del mundo. Aunque no se esté en completo acuerdo teórico con tales cosmovisiones, se podrá, no obstante, aprender de ellas y encontrar justificación para el hecho de que cualquier cosmovisión que haya de intervenir en la vida y en la acción humanas, debe aparecer hasta cierto punto justificada ante el juicio moral, debe aparecer de tal modo que la moral pueda decirle un sí incondicional. Por lo tanto, es necesario que toda cosmovisión se comprometa con los impulsos morales de la existencia. Por este motivo se ha elegido el tema de la reflexión de hoy, que consiste en tratar la relación de lo que aquí se entiende por ciencia espiritual con los principios e impulsos morales del alma humana.

Ahora bien, cuando se abordan cuestiones morales, es necesaria desde el principio una cierta, podríamos decir santa timidez respecto al ámbito en el que uno se adentra, para tener una visión razonablemente sensata de las cosas. Después de todo, cuando uno se adentra en el terreno que mira hacia juicios que quieren decidir en el sentido más intensivo sobre el valor y la indignidad del alma humana, uno sospecha inmediatamente, que está llegando a profundidades insondables del alma humana, a profundidades tan insondables que no quiere tomarse a la ligera ningún juicio determinante en este terreno. También a este respecto Schopenhauer hizo una significativa afirmación, a menudo citada: «Predicar la moral es fácil, justificar la moral es difícil». ¿Qué quiere decir Schopenhauer con esta afirmación?

En cuanto se adentra uno un poco en la vida humana, se da cuenta de que predicar la moralidad es fácil. Pues casi nada se predica tanto en esta vida humana como la moralidad. Nada se juzga tanto como el valor moral o el desprecio moral del alma. Y si se considera a fondo esta vida humana, hay que decir de nuevo: ¡De qué poco sirven los sermones morales actuales para llegar realmente a las almas, a fin de captar estas almas de tal manera que los principios morales que uno u otro piensa, aunque sean claramente comprendidos, puedan ser también verdaderos impulsos morales en las almas! Ciertamente, qué fácil es para algunos predicarse la moral a sí mismos, ante los cuales se hace bastante difícil seguir impulsos verdaderamente morales. Schopenhauer cree que todo lo que uno pueda predicar en términos de principios, fórmulas morales o reglas morales no tiene realmente sentido. Para él, sólo tiene sentido si se puede demostrar una fuerza anímica, un impulso anímico en el alma humana, que es una realidad en el alma y a partir de la cual surge la acción moral. Entonces se podría decir que en el alma humana se descubre algo que, si se la deja a sí misma, impulsa a la acción moral; en ese caso se ha encontrado la razón de la acción moral en el alma. La moralidad ha sido establecida porque ha sido encontrado en el alma el impulso real. En cuyo caso uno no se ha limitado a predicar la moralidad.

Con semejante exigencia, que sea lo más justificada posible, ahora uno se da cuenta precisamente, de lo difícil que es penetrar en esas profundidades del alma humana, donde realmente yacen dormidos los impulsos morales, donde se encuentran esos impulsos a partir de los cuales surgen las cosas morales o inmorales. Es difícil penetrar en esas profundidades con nuestro juicio. Tomemos un caso particular, un caso que puede enseñarnos cuán difícil es para un alma consciente, formarse un juicio acerca del valor o desprecio moral de una acción humana. Supongamos que alguna persona eminente se sube a un caballo y sale cabalgando. En el camino, esta importante personalidad encuentra a una pobre mujer agachada en el camino. Este personaje, que galopa a caballo, ve a la mujer, mete la mano en el bolsillo, saca la cartera llena y se la arroja a esta mujer.

Ahora tenemos una acción ante nosotros. La pregunta ahora es: ¿Cómo queremos juzgar tal acción a la luz de la moralidad? Herman Grimm, de quien ya he hablado, dice sobre esta acción que realmente sucedió una vez en el mundo. -Sucedió lo siguiente: Supongamos que la mujer era supersticiosa y que había planeado cometer un robo en un futuro próximo para sus hijos, que se encuentran en extrema necesidad. Gracias al hecho de que este hombre le dio la billetera, ella quedó liberada de cometer el robo y causar aún mayor miseria a la miseria de su familia. Pero ella es supersticiosa, dice Herman Grimm. ¿Por qué no debería decir la mujer: Por medio de este hombre se me apareció un ángel de los mundos superiores y por medio de él fui salvada del abismo?

He ahí pues una especie de tratamiento moral de las cosas, que bien pueden ocurrir en el alma de esta mujer. Pero supongamos, dice Herman Grimm, que este personaje, que ha arrojado la bolsa llena a esta mujer, llega después a la compañía de varias personas. La primera de las personas que oye decir a esta persona misma que ha hecho esto, piensa: ¡Bueno, siempre he oído decir que esta persona es extraordinariamente avara; ahora veo lo insignificantes que son tales juicios en todas partes! Y tal personalidad podría ahora, además, salir en defensa de este hombre, -dice Herman Grimm-, y podría, por así decirlo, contribuir en todas partes a rectificar el rumor sobre la tacañería de esta personalidad de alto rango, difundiendo la «magnanimidad» de esta personalidad. Pero supongamos, dice Herman Grimm, que un segundo personaje oyera la misma historia y se sintiera peculiarmente conmovido por ella; pues este personaje, supongamos, hacía poco tiempo que había querido pedir prestada a aquel hombre una suma mucho menor que la que había en el monedero, y el hombre no le había prestado la suma. ¿No haría esta persona un juicio completamente diferente? O podría estar presente un tercer personaje, -piensa Herman Grimm-, que, en cuanto oye esto, se ve impulsado a decir: Sí, me da vergüenza; ¿No puedo yo mismo conseguir algo? Tal personalidad podría ahora llegar a un juicio que sería muy diferente tanto del de la mujer como del de las otras personalidades. Una cuarta personalidad podría tal vez saber, cuando se cuenta este incidente, que el hombre en cuestión tenía enormes deudas en aquel preciso momento, y esta personalidad vería ahora a su vez la acción bajo una luz moral completamente diferente. Ella podría decir que es una gran injusticia tirar la cartera con tanta facilidad cuando uno está obligado a pagar sus deudas, que los acreedores esperan por todas partes. Otra persona podría saber, -dice Herman Grimm-, que la cartera no pertenecía al propio hombre, sino a su mujer, y que el hombre tiró la cartera a su mujer por descuido, y la mujer podría quejarse del descuido del hombre. Y cabría la posibilidad de otros puntos de vista.

Así vemos cómo personas que parten de puntos de vista diferentes podrían juzgar una acción semejante de forma muy distinta y no tendrían por qué hacer de lo que vivía en el alma el verdadero impulso. Herman Grimm trata este caso en particular porque quiere mostrar hasta qué punto los juicios morales han de tomarse con cierta reserva cuando los encontramos sobre una personalidad tan importante, por ejemplo en las memorias. Todos esos juicios podrían hacerse en las memorias, pues todo el asunto que he estado tratando aquí tuvo lugar realmente en una situación similar, a saber, con el gran poeta Lord Byron. Y al hablar de uno de sus escritores de memorias que conoció a Byron, Herman Grimm se refiere al caso. La razón por la que se le cita aquí es que ilustra con bastante claridad todos los juicios vitales que hemos emitido de muy diversas maneras cuando nos disponemos a juzgar las acciones morales de alguien. Así que hay que decir, en efecto, que si ya es difícil en general, en el sentido de Schopenhauer, justificar la moralidad, entonces se hace francamente imposible abordar la vida anímica de una persona, con un juicio moral concluyente en un caso individual, de tal manera que este juicio moral concluyente acierte realmente con los hechos.

Pero uno no debe juzgarse a sí mismo a partir de estos supuestos como si tuviera que ser indiferente a la moral. Al contrario. Quien capte la vida en su totalidad considerará, sin embargo, la moral como lo más sagrado de la vida humana y llegará a la opinión de que a lo más sagrado de la vida humana también hay que acercarse con una sagrada timidez. Pues en muchos aspectos enfrentarse a otra persona con un juicio moral, es algo osado, en vista de lo mucho que separa un alma de otra.

Después de estas premisas, presentemos ahora lo que se ha dicho aquí sobre el carácter de la ciencia espiritual en estas diversas conferencias. La ciencia espiritual, por una parte, nos conduce más profundamente a los fundamentos espirituales de las cosas. Pero al mismo tiempo hemos visto cómo es capaz de hacer esto: es posible exponiendo las fuerzas más profundas de nuestra vida anímica, de modo que sólo podemos captar los fundamentos espirituales del mundo, haciendo surgir las fuerzas adormecidas en las profundidades del alma humana. Por tanto, estamos utilizando los métodos de la investigación espiritual para acercarnos a las profundidades más hondas del alma humana, esas profundidades a partir de las cuales surgen los impulsos morales a menudo de forma tan misteriosa. Y la pregunta debe ser: ¿Qué ocurre cuando esas investigaciones en las profundidades del alma, que quieren sacar a la luz, se encuentran con los impulsos morales? Después de todo, es en la vida cotidiana ordinaria del mundo físico, donde los impulsos morales pueden hablar con plena certeza desde lo más profundo al alma humana más simple, al alma humana más inculta. Y muchos hombres muy instruidos, hombres que tal vez se cuentan entre los filósofos o son científicos, pueden quedar avergonzados en el campo moral por una personalidad sencilla que no se precie de tener muchos conocimientos y que, sin embargo, desde lo más profundo de su alma es capaz en los casos más difíciles de realizar los actos más abnegados de auténtico amor humano. El conocimiento ordinario, el conocimiento físico externo, no tiene por qué conducir a las profundidades de las que brotan los impulsos morales, los impulsos en los que se ha de basar la moralidad.

De inmediato se ve que si la ciencia espiritual quiere ascender a las fuentes espirituales primigenias de la existencia, es necesario que el alma humana desarrolle en cierto modo tres cosas si quiere llegar a ser un investigador espiritual. En el curso de estas conferencias de invierno se han definido estas tres cosas como las tres etapas del conocimiento suprasensible. En primer lugar, lo que llamamos cognición imaginativa, es decir, la cognición que aparece ante el alma humana cuando ésta se ha liberado completamente de toda observación de los sentidos y de toda actividad intelectual ligada al instrumento del cerebro. Una vez que el alma ha alcanzado el punto en el que siente surgir de sus profundidades un mundo de imágenes, con un mayor entrenamiento del investigador espiritual, éstas se convertirán, en imágenes de las verdaderas realidades espirituales que existen tras el mundo sensorial exterior. El conocimiento imaginativo es el primero. Estas etapas del conocimiento suprasensible también se describen en el libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?».

La segunda cosa a la que tiene que llegar el alma humana, que sólo se puede expresar más o menos pictóricamente y de la cual ya se ha hablado, pero que hoy conviene mencionar brevemente para evitar malentendidos, consiste en que lo que primero ha aparecido pictóricamente, pero que no se puede comparar con las imágenes de un único significado, surge como si surgiera de sí mismo a través de un «lenguaje universal» como conocimiento inspirado. Esto significa que cuando la capacidad de inspiración del investigador espiritual se ha despertado, los seres y hechos espirituales que se encuentran más allá del mundo de los sentidos le hablan.

La tercera etapa, por la que el investigador espiritual penetra realmente en la esencia de los hechos y entidades espirituales, se llama intuición. No se trata de la intuición que a veces se designa con esta palabra en un lenguaje trivial, sino de algo que es un verdadero trascender de la propia vida anímica hacia otros seres, por lo cual el hombre, al conectar su ser con otros seres, llega a ser capaz de penetrar en el interior de seres espirituales fuera de sí mismo. La imaginación, la inspiración y la intuición se oponen, pues, en otros niveles de la cognición a lo que es la cognición de los sentidos y la cognición intelectual.

Por medio de estos tres niveles de conocimiento, el alma humana penetra en el mundo espiritual. Las facultades de la imaginación, o sea, de ver imágenes del mundo suprasensible, así como las facultades de la inspiración, o sea, de oír lo que los hechos espirituales y los seres espirituales de lo suprasensible tienen que revelarnos, y las facultades de la intuición, están latentes en toda alma humana. Las hacemos surgir a través de los métodos que también se han descrito aquí. Por consiguiente, el alma humana debe penetrar en sus profundidades como investigador espiritual para llegar a los fundamentos primigenios de la existencia.

Ya se ha llamado la atención sobre la importancia del punto de partida desde el que el alma alcanza los estadios de su existencia en los que puede ver el mundo espiritual, especialmente cuando expusimos los "errores de la investigación espiritual". Allí se hizo especial hincapié en que aquella alma que no parte de la capacidad moral, de la disposición moral, sufre una especie de impotencia respecto al conocimiento del mundo espiritual. Tal alma mostrará una cierta anestesia para los mundos superiores y sólo podrá revelar de estos mundos superiores lo que se ve a través de una especie de anestesia, que por lo tanto está distorsionada. Ya se ha señalado la conexión entre la disposición moral del alma en el punto de partida y lo que el alma puede alcanzar cuando entra realmente en los mundos espirituales por medio de la imaginación, la inspiración y la intuición. Pero podemos caracterizar de forma aún más precisa el significado de la disposición moral del alma para los niveles superiores de cognición.

En el investigador espiritual la imaginación se produce de tal modo que previamente surgen, como en el horizonte de su conciencia, imágenes de su vida anímica y luego de la esencia de la vida espiritual general. Estas imágenes, que surgen de este modo, y cuyo significado ya hemos descrito, deben ser diferentes según que la persona parta de tal o cual disposición anímica, que ya posea aquí en el mundo físico. Tal alma, que aquí en el mundo físico desarrolla el sentido para la conexión correcta y verdadera de los hechos, cuando asciende a la imaginación mediante los métodos descritos, llevará a los mundos superiores la constitución interior para la conexión verdadera de las cosas para consigo misma. Por consiguiente, podemos decir que un alma que sabe vivir verdaderamente dentro de los hechos del mundo físico sensorial, lleva su veracidad hasta los mundos espirituales. Mientras que un alma que se caracteriza por la inexactitud, -y de la inexactitud, como ya se ha dicho, al error, incluso a la falsedad, sólo hay un pequeño paso-, que se caracteriza por la falta de veracidad aquí en relación con los hechos sensoriales del mundo físico, tal alma lleva la condición interior de la falta de veracidad al mundo en el que han de surgir las imaginaciones, las imágenes del mundo espiritual. Y la consecuencia de esto es que a partir de su falsedad, que no se corresponde con el mundo, sino que brota sólo de su propio ser interior, se construye tal mundo de imágenes que en sí mismo no es más que un desbordamiento de la personalidad en cuestión.

La falsedad, por consiguiente, allí donde el alma asciende a las imaginaciones, hará que tal alma no pueda revelar otra cosa de los mundos espirituales que lo que sólo es el reflejo de su propia falsedad. Por consiguiente, con todo adiestramiento hacia el mundo espiritual, el alma, antes de entrar en el mundo imaginativo, tiene que consolidarse ya aquí en el mundo físico, como preparación para el conocimiento imaginativo por medio de lo que se puede llamar ser fiel a los hechos. Y hay que subrayar, enfáticamente, que todo lo que se aleja de ese ser fiel a los hechos no puede proporcionar una preparación adecuada para la contemplación del mundo espiritual. Para el que quiera convertirse en investigador espiritual será una buena preparación abstenerse en lo posible de toda crítica meramente personal y subjetiva, de todo juicio de las cosas «desde su punto de vista», de toda afirmación: «Creo que esto está bien», «Creo que esto está mal». Por el contrario, una buena preparación para el conocimiento espiritual, es cuando uno intenta lo mejor que puede y tanto como puede aquí en el mundo físico, abstenerse de todo juicio desde el propio punto de vista personal, de toda afirmación del propio punto de vista subjetivo personal; si uno se esfuerza por dejar que los hechos de la vida hablen sólo por sí mismos. Por lo tanto, encontraremos a aquel que está en el camino correcto hacia el mundo espiritual esforzándose, en todo lo que cuenta o describe, no en exponer lo que él opina sobre las cosas, sino en dejar que las cosas hablen por sí mismas esforzándose en reunir más justamente los hechos.

Por tanto, si nos enfrentamos a una persona que dice en cada oportunidad: Esto o aquello ha sucedido aquí o allá, lo encuentro desagradable; algo ha sucedido aquí o allá, no lo encuentro bueno; algo ha sucedido aquí o allá, lo encuentro feo, lo encuentro bello, -y cualesquiera que sean las gradaciones, tal persona no está en el camino correcto para penetrar en los mundos espirituales. Está más bien en un buen camino si se esfuerza por suprimir tal juicio y simplemente cuenta los hechos, si mira los hechos y los deja hablar por sí mismos y los convierte en su principio: Cuando impongo mi criterio a alguien, es mi criterio, - entonces no sólo se le insta a creerme que lo que digo es verdad, sino también que tengo un criterio. Pero si me propongo contarle a la persona lo que he encontrado aquí y allá, ella puede formarse su propio juicio. Cuanto más se fuerza uno a esta última forma de ver el mundo y de contar las cosas, más se equipa con ser fiel a los hechos y se prepara para la cognición imaginativa. Quien quiera prepararse para la cognición imaginativa debe abandonar el hábito de decir con cada experiencia: encuentro las cosas de esta o aquella manera. Debería considerar insignificante lo que pueda encontrar sobre las cosas y esforzarse por ser sólo la herramienta a través de la cual hablan las cosas o los hechos.

Cuando se tiene esto en cuenta, se percata de que una virtud muy esencial, la veracidad, ha de formar parte desde el principio de los medios preparatorios adecuados para un adiestramiento metódico para el conocimiento de los mundos superiores. Uno no puede avergonzarse dudando de que un correcto entrenamiento para el conocimiento de los mundos superiores es, o al menos debe ser, moralmente propicio. Sí, aquí el asunto se presentará desde otra perspectiva. Se puede argumentar que alguien no se está preparando para los mundos superiores mediante la veracidad que se acaba de describir. Después, basta con que se someta al adiestramiento anímico adecuado, a los ejercicios apropiados, para que, en efecto, pueda despertar los poderes dormidos de su alma y, por fin, se encuentre ante un mundo imaginativo. ¿Pero qué es entonces? Este mundo no es entonces otra cosa que la imagen especular de su propio ser. Y debido a que en el momento en que uno prescinde del mundo de los sentidos, cuando prescinde también del intelecto, que está ligado al cerebro, tiene ante sí este mundo imaginativo como algo real, independientemente de que exprese algo real o de que sólo sea el reflejo de su propio ser, quien lo tiene, quien no está debidamente preparado por la veracidad también tendrá ante sí un «mundo imaginativo», porque le engaña haciéndole creer que es real y, sin embargo, no es más que el reflejo de su propia alma, de su propio ser interior. Este mundo es entonces una tentación constante a la falsedad. Por lo tanto, se puede decir que aquel que no penetra en el mundo espiritual practicando la veracidad se pone en una posición en la que las tentaciones de la falsedad y la mentira están constantemente presentes en su entorno cuando percibe en el mundo suprasensible. De esto debe deducirse por sí mismo que todo ascenso al mundo suprasensible debe estar relacionado con el fomento de la virtud de la veracidad, con el fomento sobre todo la fidelidad a los hechos. Pues sólo si guardamos fidelidad a los hechos, una fidelidad para el contexto de los hechos en el mundo físico fuera de nosotros mismos, podemos educarnos para ser veraces.

Lo mismo ocurre de forma similar con la inspiración, sólo que en este ámbito se vuelve aún más vívida, aún más significativa. A través de la inspiración las cosas que están espiritualmente presentes en nuestro entorno comienzan, por así decirlo, a hablarnos; se nos revelan, nos revelan su naturaleza. No las oímos a través de voces y sonidos similares a los externos, sino que las oímos espiritualmente.

Para que el ser humano no se limite a escuchar lo que su propio ser le revela, sino que conozca un mundo objetivo y real, es necesaria otra preparación. Esto requiere la elevación de una virtud muy especial del alma. Tales cosas sólo pueden comprobarse a través de la experiencia. Quien desee alcanzar la inspiración debe desarrollar en sí mismo la virtud del valor moral, la firmeza y la fortaleza en un grado superior al necesario para el mundo ordinario. Porque sólo aquellos que tienen coraje moral, que no se arredran ante nada que pueda poner en peligro su propia personalidad, podrán soportar lo que se les dice a través de la inspiración de las realidades espirituales. Y quien no haya desarrollado suficientemente la fortaleza y el coraje moral antes de entrar en los mundos espirituales, muy pronto se dará cuenta, -o más bien no se dará cuenta tan fácilmente, pero los demás que entienden algo del asunto se darán cuenta-, de que ciertas cosas le hablan efectivamente desde el mundo espiritual, pero que todo lo que le habla de este modo no es más que un eco de su propio ser. Porque cuando su alma no es lo suficientemente fuerte, debido a que no tiene pleno apoyo en sí misma, no puede retener dentro de sí lo que es, sino que lo irradia, y por eso vuelve a ella lo que ella misma es. Un alma que no está preparada para la inspiración mediante el valor moral, muy pronto se presentará como alguien que oye algo así como «voces espirituales», solo que estas voces espirituales no serán otra cosa que lo que ella lleva dentro de sí, que no es más que un eco de su propio ser. Cuando tal alma se dé cuenta entonces de que éste es el caso, tanto más le sobrevendrá el desaliento por lo que le llega del mundo espiritual.

Así pues, nuevamente vemos que una cualidad esencial del alma, una cualidad a la que no se le puede negar su carácter moral, debe ser fortalecida y fortificada si esta alma quiere penetrar hacia arriba en el mundo suprasensible, esa cualidad no es otra que el valor moral, la fortaleza moral. Esto es indispensable como preparación para la verdadera inspiración. De ello se deduce fácilmente que ante todo hay que fortalecer el valor moral ya en el mundo físico antes de querer convertirse en investigador espiritual, para que el alma pueda percibir realmente las revelaciones de lo que se da a través de las imaginaciones también a través de las inspiraciones.

Muchas personas que no entendieron el asunto lo suficientemente a fondo creyeron que podían confiar en el valor moral de tal o cual alma, luego le dieron a ésta los medios para ascender al mundo suprasensible, después de algún tiempo pudieron encontrarse con el alma, -y ésta no reveló otra cosa que sólo el reflejo de su propio ser, que ella interpretaba como «sonidos», como «palabras».

Por lo tanto, el entrenamiento espiritual está íntimamente relacionado con el aumento de la fuerza moral y, por lo tanto, todo entrenamiento espiritual correctamente comunicado trabajará sobre todo para el fortalecimiento y la consolidación de la fuerza moral. Por lo tanto, dondequiera que ustedes encuentren la descripción de los métodos por medio de los cuales se penetra en los mundos superiores, por ejemplo en mi escrito «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?», encontrarán también referencias a la necesidad de fortalecer la fuerza moral. Pues la fuerza moral no debe permanecer meramente tal como es en la vida ordinaria del mundo físico, sino que debe ser aumentada y fortalecida.

Pero cuando pasamos a la intuición, por medio de la cual el alma, convertida en investigadora espiritual, es casi capaz de ponerse en el interior de otro ser espiritual o de otro hecho espiritual, nos encontramos especialmente ante lo que es necesario a este respecto. Aquí nos encontraremos con que resulta casi imposible empatizar realmente con otros seres después del entrenamiento espiritual si no nos hemos ocupado ya aquí, en el mundo físico, de aumentar lo que puede llamarse interés abierto por todo lo que nos rodea, interés libre, abierto. Toda la estrechez de miras del alma, todo el repliegue del alma sobre sí misma, todo lo que sea evitar dirigir la atención del alma hacia la compasión y la alegría de los semejantes, mas todo cuanto ya nos rodea en el mundo sensorial, todo esto impide al alma, cuando ha ascendido al mundo espiritual, llegar a la verdadera intuición, al verdadero conocimiento de los seres superiores. Y aquí nos encontramos en el terreno en el que nuestras consideraciones tocan lo que Schopenhauer llama su «justificación de la moral».

Schopenhauer no era en absoluto un científico espiritual en el sentido en que aquí se entiende la ciencia espiritual. Por eso, también para él, el alma que desciende a sus profundidades no se separa de tal modo que desarrolle una trinidad de fuerzas correspondientes a los tres estadios de la cognición, -imaginación, inspiración, intuición-, sino que para él todo se funde. El «alma» es una nebulosa de todas las fuerzas que viven en sus profundidades. Así, Schopenhauer tampoco puede separar las virtudes morales, cuya formación debe ser la preparación para la educación espiritual: Para la Imaginación: el atenerse a los hechos como base de la virtud de la veracidad, la fortaleza como base de la que conduce a la inspiración, y la tercera, -que Schopenhauer discute a fondo-, la que yace latente en las profundidades del alma y que en general puede llamarse interés por el entorno y los seres circundantes. Pero Schopenhauer llama la atención sobre algo más, y aquí se muestra en cierto sentido profundamente ingenioso. El llama la atención sobre, -algo que de hecho es una de las pocas características anímicas e impulsos anímicos que ya muestran en el mundo físico-, que entre alma y alma existe una conexión subterránea, por así decirlo, directa. Schopenhauer llama la atención sobre la compasión, mejor dicho, sobre la simpatía. Basta con mencionar la palabra piedad, compasión, de la que Schopenhauer dice que debe estar presente en toda alma que pueda llamarse moral, y se sentirá, en primer lugar, que con esta compasión se toca algo que está realmente conectado con el impulso moral más íntimo, con aquello que realmente puede establecer la moralidad. Por otra parte, hemos de admitir que con la palabra compasión estamos tocando algo que es una intuición ya presente en el mundo físico, una transferencia de la propia alma al alma del otro. Una prueba de que existe una conexión sub física entre alma y alma, una prueba de que el espíritu con sus poderes está presente entre alma y alma, una prueba de ello para todo aquel que pueda mirar el mundo con sensatez, es lo que se puede describir con la palabra compasión.

Schopenhauer, -y muchos otros que han indagado en estas cosas-, llama con razón compasión, simpatía, al verdadero misterio del alma humana, que ya puede observarse aquí en el mundo físico. Pues hay algo infinitamente profundo cuando un alma encerrada en un cuerpo siente algo por lo que la otra alma se alegra, o por lo que la otra alma sufre, de modo que en el traspaso una y otra vez de las potencias de un alma a la otra hay realmente una especie de misterio espiritual ya aquí en el mundo físico. Por eso Schopenhauer dice: Por mucho que se predique la moralidad: La moralidad se basa en este vivir de un alma en la otra alma, la moralidad sólo se basa en la compasión, o en la piedad. Por lo tanto, se puede decir muy bien que, en el sentido de Schopenhauer, hay tanta moralidad en el mundo como compasión. Schopenhauer tenía razón al señalar que sería insoportable escuchar la frase: «Este hombre es virtuoso, pero no conoce la compasión». Schopenhauer dice: Todo el mundo sentirá la imposibilidad de que pueda pronunciarse tal frase, de que la virtud y la falta de compasión puedan combinarse en una misma alma. Por eso Schopenhauer piensa que es insoportable oír la frase: «Es un hombre injusto y malvado y, sin embargo, es muy compasivo», aunque se puede decir, en efecto, que las razones internas del alma humana son a veces tan confusas que también se puede experimentar esto, cómo alguien puede, sin duda, hacer actos bastante malos, poco virtuosos y, sin embargo, desarrollar un cierto sentimiento, por ejemplo, hacia las palomas y animales similares. En conjunto, sin embargo, puede decirse que Schopenhauer toca aquí las profundidades del razonamiento moral, cuando habla de la compasión.

Si se habla en el sentido de la ciencia espiritual, entonces hay que extender el principio de la compasión un poco más, y entonces se presenta ante nuestra alma, lo que se puede describir como el interés participativo, como la atención participativa por todo lo que sucede en el entorno que nos rodea. Porque una persona no tiene un interés verdadero e interior en una alegría que se experimenta si no puede experimentar esta alegría, y una persona no tiene un interés verdadero y profundo en el sufrimiento de otro ser si no puede sufrir el sufrimiento dentro de sí misma. En muchos aspectos la piedad, la compasión y el interés coinciden. Tener verdadero y real interés es tener amor. Pues no se puede tener interés sin tener amor en el verdadero sentido de la palabra, sin compasión.

Ahora bien, la preparación correcta para un conocimiento intuitivo aquí, en el mundo físico, es la que tiene por objeto, en la medida de lo posible, fortalecer el alma, vigorizarla, de modo que el alma se acostumbre a interesarse por todo lo que vive, respira y es, a ser capaz de prestar atención a todo lo que la rodea. Cuanto más profundo pueda ser nuestro interés, mejor nos prepararemos como investigadores espirituales para la intuición de los mundos superiores. Por lo tanto, puede decirse que para la ciencia espiritual en particular, el fulgor de la compasión en el mundo físico aparece como un reflejo del hecho de que esos poderes profundos del alma que conducen a la intuición sólo pueden desarrollarse verdadera y correctamente si el alma se prepara para ello interesándose realmente por el entorno, es decir, amando, teniendo compasión.

Por eso, dondequiera que se hable del camino recto hacia la preparación espiritual, vemos que este camino recto es inseparable de aquello que es, al mismo tiempo, la virtud moral más importante del hombre. Pues las virtudes morales más significativas, es más, las más fundamentales radican, por así decirlo, en el amor interesado, en la mirada atenta a todo sufrimiento y a toda alegría, a toda existencia en general, en la firmeza de carácter del alma y en la veracidad. Quien quiera comprender cualquier virtud, por ejemplo una virtud como es la lealtad sin duda, podrá reconocerla fácilmente como una forma especial de firmeza. La persona que es firme también sabrá ser fiel de la forma adecuada. Todas las virtudes, podría decirse el ámbito de las virtudes, se resumirán en cierto modo a estas tres cualidades del alma.

Ahora bien, si se ha de describir la relación de la ciencia espiritual con la moral, también hay que llamar la atención sobre el modo en que el hombre, cuando llega realmente a contemplar el mundo espiritual, ya sea mediante el adiestramiento espiritual o simplemente aceptando con mente imparcial lo que la investigación espiritual le ofrece, se enfrenta a un mundo que le plantea exigencias muy especiales, exigencias que sin duda incluirán lo que el alma necesita en términos de confianza, esperanza, fortaleza, etcétera. Pero el hombre también llega a un punto en el que se enfrenta a sí mismo, en el que hasta cierto punto ha salido de su esfera personal en pleno conocimiento de sí mismo, en el que ha entrado en un mundo que ya no es sólo portador de sus intereses personales, de sus intenciones personales. En el camino de la investigación espiritual, nuestra alma llega a este punto, en el que se enfrenta a sí misma, en el que se enfrenta a su personalidad, en el que se enfrenta al ser que ha sido hasta ahora. Ya se ha señalado que en la investigación espiritual esta confrontación con el ser que uno ha sido hasta ahora se describe como el encuentro con el guardián del umbral, ese umbral que separa el mundo suprasensible del mundo físico ordinario. Con este guardián del umbral se da uno cuenta por primera vez de lo que uno es, de lo que antes llamaba su personalidad, de sus intereses, de lo que deseaba, de lo que sentía como algo relacionado con simpatía o antipatía. Todo esto se presenta ante uno, como un ser ajeno que sale de uno mismo. Lo ve uno como un ser extraño y aprendes a decir: Todo esto lo has dicho hasta ahora. Ahora lo tiene uno ante sí y se le muestra como otro ser; está uno fuera de sí. Lo mismo sucede con el sentimiento, y con la voluntad del hombre en el momento del encuentro con el Guardián del Umbral. Cuando se experimenta esto, uno se da cuenta también de lo fuertes que son todas las fuerzas magnéticas que le atraen hacia la personalidad que era y que, en realidad, debe abandonar.

Esta es la experiencia significativa, mencionada aquí antes como demoledora, donde uno se da cuenta: Sí, uno debe deshacerse de sí mismo, pero este ser que uno era, al que uno se enfrenta, no quiere soltarlo, tira de uno con cien y cien fuerzas. - Y si uno es presa de estas fuerzas, si uno no puede liberarse de lo que antes llamaba «uno mismo», entonces no puede entrar en el mundo espiritual. Al conocerse a sí mismo, uno llega a conocer el vínculo entre el mundo superior, entre los poderes superiores de cognición que siempre están latentes en el hombre, y lo que uno es en el mundo físico. sino que la intensidad de las fuerzas vinculantes también crecen al alejarse de uno mismo, de modo que uno siente que todo lo que quiere tirar de uno hacia atrás se hace más fuerte cuanto más se aleja de uno mismo. Cada vez es uno más consciente de lo que le atrae de la personalidad ordinaria, y también es cada vez más consciente de lo necesario que es haber adquirido previamente fuerzas para resistir a estas fuerzas magnéticas. Esto significa que la entrada real en el mundo espiritual debe ir precedida, en realidad, de un fortalecimiento tal de las fuerzas anímicas en lo bueno, en lo moral, de una inclinación tal hacia lo que el espíritu exige de nosotros, que uno pueda resistir las tentaciones de la personalidad inferior con una fuerza mayor que la necesaria en el mundo físico.

Por eso, sólo cuando uno se encuentra ante el acontecimiento estremecedor descrito, se da cuenta de cómo todo acercamiento al espíritu es al mismo tiempo un acercamiento a exigencias morales. Por tanto, a través de la experiencia, volvemos a tener algo de lo que Platón, el gran filósofo griego, justifica cuando llama a lo divino «el bien». Cuanto mas nos abstengamos de juicios morales al enfrentamos a fenómenos naturales, tanto más correcto será nuestro juicio sobre ellos. ¿Quién juzgaría moralmente un cristal de sal o una planta atrofiada en su desarrollo? En el mundo físico ordinario el orden natural y el orden moral del mundo convergen, de modo que uno sólo siente la profundidad del orden moral del mundo, cuando se da cuenta de que sólo se es realmente admitido en el mundo espiritual con fuerza moral. Por eso se considera un principio del mundo espiritual, y esto es de nuevo una experiencia: Cualquiera puede llegar hasta el Guardián del Umbral; sólo quien lo supera mediante su fuerza moral puede superarlo. Pero aquel que sólo llega hasta él y luego tiene que retroceder, entonces tiene ante sí un mundo espiritual que sólo es el reflejo de su propio mundo interior. Pues quien puede creer que tiene todo un mundo espiritual ante sí, también puede fingir ante otras personas lo que cree tener como mundo espiritual ante sí.  Y otras personas pueden creer que es un mundo espiritual que corresponde a la verdad. Si él no ha podido traspasar el guardián del umbral a través de su fuerza moral y a través de la condición moral de su alma, entonces su mundo espiritual no está impregnado de verdad, ni de objetividad. Por lo tanto, será evidente que todo conocimiento real del mundo espiritual ofrecerá tal representación de las condiciones espirituales que, por la naturaleza de su representación en el alma, no sólo predica la moralidad, sino que también la establece.

Esto resulta especialmente claro cuando se considera lo que aquí se ha presentado a menudo como un conocimiento necesario de la ciencia espiritual desde los más diversos puntos de vista: la vida del alma humana a través de repetidas vidas terrenas. Todo lo que somos en una vida forma las causas de las cualidades que tenemos en la vida siguiente. Y al igual que somos del modo que somos en una vida, también las cualidades que llevamos dentro son los efectos de vidas terrenas anteriores. Un alma que no desarrolla el atenerse a los hechos, por causa de no ajustarse a los hechos, preparará en su siguiente vida terrenal tales circunstancias que formarán las disposiciones para un alma que desde el principio muestra falsedad en su disposición. La falsedad, por así decirlo, practicada a través de tal vida anímica, produce disposiciones de falsedad para la siguiente vida terrenal. Sólo la veracidad, practicada en una vida anímica, produce veracidad para la siguiente vida terrena ya en la disposición, en el talento exterior, de modo que si se muestra la veracidad como preparación necesaria para la formación espiritual, al mismo tiempo se apunta a algo que, más allá de la muerte, moldea el alma para la siguiente vida terrena con mayor moral de lo que estaba antes.

Si en lugar de fortaleza, de coraje moral, en el alma se desarrolla una cierta indiferencia, una cierta ligereza interior, un cierto alejamiento en el alma de la fidelidad a uno mismo, de llevar a cabo lo que uno ha reconocido como verdadero y correcto, entonces, puesto que esto tiene un efecto sobre la inspiración, tal vida anímica, en la que se prescinde de esta educación para la fortaleza, asentará, por así decirlo, tales causas que, como por inspiración, actúan en la vida siguiente y allí hacen al alma egoísta, engreída. El egoísmo en una vida es, por así decirlo, inspirado a partir de la vida precedente por el hecho de que en esta última no prevaleció en el alma el valor moral. Y practicar la indiferencia hacia todo el mundo exterior, el desinterés, la falta de atención, la cerrazón egoísta, obra de tal modo que, como una intuición por así decirlo, envía a este ser presente a la siguiente encarnación, a la siguiente vida en la tierra, y lo intuye de tal modo que esta siguiente vida también da los frutos de ello, es decir, que entonces ya produce en sus disposiciones una alienación con el entorno, una falta de cohesión con el entorno.

¿Pero qué significa estar «alienado del entorno» en el alma humana? Oh, significa mucho. Quien está alienado del entorno, quien no está adaptado al entorno, le afecta de tal manera que le enferma constantemente, y por consiguiente esto no sólo afecta al alma, sino que también afecta al cuerpo. Las predisposiciones enfermizas, malsanas, son enviadas como una intuición de una vida anterior en la tierra a una vida posterior por el hecho de que esta alma vaga por la vida sin interés, sin prestar atención. Lo que es más espiritual en una encarnación, -falta de interés, falta de compasión por el mundo que nos rodea-, se profundiza en la siguiente encarnación, en el ser físico, y aparece como enfermedad. A menudo se dice que cuando la ciencia espiritual habla de vidas terrenas repetidas en el sentido de que el karma equilibrará en una vida posterior lo que una persona ha experimentado en alegría o sufrimiento, esto justifica un cierto egoísmo. Pero si uno no polemiza sobre las palabras, sino que mira lo que es importante, si uno no quiere hablar meramente de prédica moral, sino de razones morales, entonces hay que decir: <Para ser cada vez más y más moral, el alma debe ser cada vez más y más perfecta, es decir, deben demostrarse los impulsos interiores para que sea cada vez más perfecta. Hay que mostrar, pues, cómo se relacionan los impulsos morales con la perfección o imperfección del alma. Cuando se trata de mostrar la relación de la ciencia espiritual con la moral, entonces podemos decir: Esta ciencia espiritual se justifica ciertamente ante las legítimas exigencias de la moral, pues entre sus requisitos más importantes debe incluir al mismo tiempo las exigencias morales. Hasta cierto punto, justifica ciertamente, aquellos impulsos que prevalecían en un pensador como Platón, por ejemplo, que describía lo divino-espiritual como el «bien», mostrando que lo espiritual sólo puede tolerar el bien, es decir, que debe estar íntimamente relacionado con el bien.

Por tanto, la ciencia espiritual puede considerarse como algo que ya contiene en sí los principios que establecen la moralidad, no de un modo externo, sino interno. Y además de muchas otras cosas, de las que tendremos que hablar en la próxima conferencia, que la ciencia espiritual debe dar al hombre para el apoyo interior de su alma, para la salud de su alma, para todo lo que necesita en fuerza para trabajar, en seguridad para sostenerse en la vida exterior y para penetrar en lo que es su tarea, a todo esto la ciencia espiritual puede darnos algo más, que es un importante añadido a la concepción de la vida humana, que debe satisfacer al alma humana. Al principio de esta conferencia llamamos la atención sobre cómo la moral y el juicio moral apuntan a aquellas profundidades del alma humana en las que el alma calla ante la otra alma con santa timidez porque es consciente de la dificultad de penetrar hasta donde residen los impulsos morales en el alma. Habiendo visto pues, que quien habla de principios morales en la vida toca esas profundidades desconocidas del alma humana, ante las cuales debemos detenernos con el mayor respeto, de tal manera que debemos decirnos a nosotros mismos que toda intervención injustificada en esta alma humana, es en sí misma una cosa inmoral; la moral hace que nos posicionemos ante cada uno de nuestros semejantes de tal manera que inmediatamente sospechamos: -al vez estamos allí con el juicio moral ante las profundidades de su alma-, de modo que la ciencia espiritual nos muestra que estas profundidades del alma humana, cuando están fortalecidas, cuando están vigorizadas y consolidadas, conducen efectivamente al mundo espiritual objetivo, sólo entonces hacen del alma un conciudadano de los mundos espirituales.

Habiendo visto pues, que quien habla de principios morales en la vida toca esas profundidades desconocidas del alma humana, ante las cuales debemos detenernos con el mayor respeto, de tal manera que debemos decirnos a nosotros mismos que toda intervención injustificada en esta alma humana, es en sí misma una cosa inmoral; la moral hace que nos posicionemos ante cada uno de nuestros semejantes de tal manera que inmediatamente sospechamos: -tal vez estamos allí con el juicio moral ante las profundidades de su alma-, de modo que la ciencia espiritual nos muestra que estas profundidades del alma humana, cuando están fortalecidas, cuando están vigorizadas y consolidadas, conducen efectivamente al mundo espiritual objetivo, sólo entonces hacen del alma un conciudadano de los mundos espirituales. 

De este modo, la concepción científico-espiritual de la moral nos reconcilia con lo que podemos llamar el verdadero valor del alma humana. Pone en nuestra boca las palabras que, frente a mucho de lo que necesitamos, -en fuerza de alegría y abundancia, en fuerza de espíritu y alma, en consuelo para muchos de los sufrimientos de la vida-, nos permiten suponer que en cada situación del alma humana, aunque esta alma no sea consciente de esto o de aquello, hay mucho en lo que el alma puede decir de sí misma: ¡Aunque esté muy escondido, hay algo en mí que profesa ser bueno! Y eso contribuye más, cuando el alma necesita fuerza para mantenerse, contribuye más a la fuerza de la vida y a la fuerza del trabajo, cuando el alma humana, a pesar de muchas aberraciones en la esfera moral, puede sin embargo decirse a sí misma, -y puede decírselo a sí misma gracias al conocimiento de la ciencia espiritual- lo que dice Theone en el drama "Helena" del poeta griego Eurípides:

Quiero el bien por naturaleza, y lo amo,
¡porque debo respetarme a mí misma!

Traducido por J.Luelmo oct.2024



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