GA062 Berlín, 14 de noviembre de 1912 -Las tareas de la investigación espiritual para el presente y para el futuro

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GA062 Rudolf Steiner


LAS TAREAS DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL PARA EL PRESENTE Y PARA EL FUTURO


tercera conferencia
Berlín, 14 de noviembre de 1912


La ciencia espiritual, tal como se entiende aquí en estas conferencias, no quiere ser algo que surja de la arbitrariedad de tal o cual persona, ni algo que se base en la imaginación subjetiva de uno o varios individuos, sino que quiere ser una cosmovisión espiritual que se sitúe con cierta necesidad en las exigencias y demandas de nuestro tiempo, en la medida en que este tiempo es un producto reconocible de la historia evolutiva de la humanidad. Sólo cuando una cosmovisión, es por así decirlo, exigida por su tiempo, puede reclamar para sí con cierta justificación aquellas palabras de confianza que se pronunciaron en la primera conferencia de este invierno. Sólo en tal condición puede decir: por más que se afirme desde uno u otro lado la oposición a ella: si contiene algo de verdad, puede confiar en el hecho de que la verdad siempre encontrará las grietas y hendiduras a través de las cuales ganará vigencia en la vida espiritual de la humanidad, por mucho que se la entierre.

Ahora trataremos de señalar, no con frases generales sino más bien con hechos concretos, cómo en el curso de los últimos siglos y especialmente en el último tiempo hasta el presente, el alma humana buscadora se ha desarrollado más y más en lo que la ciencia espiritual aquí significada quiere ser para esta alma humana buscadora.

¿Quién hoy, al sentirse forzado por su mente, por las exigencias de su alma, a obtener información sobre los misterios del mundo para la fortaleza y seguridad de su vida, no se sentiría tentado a hacer primero indagaciones sobre lo que puede ofrecer la ciencia natural, que ciertamente no es subestimada por la ciencia espiritual, sino plenamente reconocida en sus triunfos y logros? Numerosas personas creen hoy que dependerá de un desarrollo ulterior de las cuestiones científicas, de la investigación científica, el que se llegue también a una visión del mundo resumiendo estos hechos y leyes científicas, con el fin de abrir al hombre, una visión de lo que se encuentra más allá de las cosas que puede percibir con sus sentidos, que puede comprender con su intelecto y a las cuales se siente unido en su existencia, pero que se esfuerza por comprender para poder conocer  el destino del alma, más aún, el destino de su actividad en el mundo entero.

Sin embargo, frente a tal anhelo y tal esperanza, bien puede señalarse que en el curso del desarrollo humano ha cambiado por completo la relación del alma con lo que puede ser la ciencia externa, y precisamente el ejemplo que podemos citar aquí con respecto a las cuestiones del alma en relación con la ciencia, puede mostrarnos con toda razón que en cierto aspecto, nuestro tiempo no sólo puede ser descrito con la trivial y frecuentemente utilizada palabra de un "tiempo de transición", sino que es un  tiempo que exige una nueva época en un sentido eminente con respecto a la investigación espiritual. Sólo tenemos que recordar el ejemplo de una gran personalidad que, como muchos otros de su clase, contribuyó al avance de nuestra cultura intelectual, Kepler, que es el verdadero gran forjador de la cosmovisión copernicana, de la que surgen, sin embargo, muchas cuestiones de nuestra cosmovisión actual.

¿Quién no podría hoy, si carece de corazón y mente para la verdadera ciencia espiritual, tal vez incluso llegar a decir: A través de tales logros como los de Kepler, la humanidad ha logrado experimentar los movimientos de los cuerpos celestes con la pura ciencia natural objetiva y sus leyes? Y alguien podría añadir: ¿Cómo puede existir la creencia de que estos movimientos de los cuerpos celestes están de algún modo regulados por entidades espirituales hacia las cuales pretende señalar la ciencia espiritual, entidades espirituales que se hallan detrás de la materia y sus leyes, puesto que todo puede explicarse de un modo mecánico, físico? ¿Qué necesidad hay de fuerzas espirituales detrás de estas leyes físicas?

Tal afirmación parece extraordinariamente encantadora, y hay que señalar que fue precisamente la liberación de los antiguos prejuicios, de las antiguas cosmovisiones espirituales, la que propició que personas como Kepler explicaran los movimientos de los cuerpos celestes en el espacio, sobre la base de leyes puramente físicas. Pero si miramos al propio Kepler objetivamente, sin prejuicios temporales, si lo estudiamos en sus peculiaridades espirituales, encontramos lo notable de que todo lo que propició la mirada de Kepler hacia los espacios celestes, lo que propició los impulsos internos reales para encontrar sus grandes y poderosas leyes, fue la conciencia de saberse sumergido con su alma en los fundamentos primigenios espirituales de la existencia, en la efectividad de las entidades espirituales que llenan los  espacios y actúan a través del tiempo. 

Él se dio cuenta de que lo que él atribuía a los movimientos planetarios como «leyes» sólo podía serle dado por el hecho de que las leyes eran los pensamientos de entidades divino-espirituales. Si investigamos en qué se basaban los impulsos de Kepler, tenemos que decir que se basaban en el hecho de que todo el curso de la evolución humana siempre ha mantenido el alma humana en conexión con lo anímico-espiritual, y que lo que se daba por sentado como anímico-espiritual seguía estando ahí en la época de Kepler, estaba ahí en la tradición, en la creencia general, estaba ahí para encender el alma, para inspirarla y despertar pensamientos en ella.

Pero quién podría negar que lo que estaba tan claramente en el trasfondo de la obra de Kepler se ha ido desvaneciendo poco a poco en el transcurso de los últimos siglos, se ha desvanecido a consecuencia de lo que se ha creado a partir de ella, de modo que hoy el alma humana puede creer muy fácilmente que las leyes de Kepler y todo lo que ha surgido de este modo, podrían usarse como prueba contra la suposición de un mundo espiritual-divino. Cuando vamos desde Kepler a través de los siglos hasta nuestro tiempo, vemos cómo lo que todavía nace de la conciencia de que el hombre está relacionado  con lo divino-espiritual, esta misma conciencia es reemplazada cada vez más. Y cómo se acerca una época,  grande y poderosa por sus logros científicos, grande y poderosa por la creación de conocimientos significativos en el campo de la ciencia natural, una época en la que el alma humana es gradualmente incapaz de ascender realmente a lo espiritual, abrumada por la abundancia de este material científico, por la abundancia de lo que se reconoce en el campo material. Podríamos decir que esto caracteriza el curso de nuestro desarrollo espiritual en los últimos siglos, que la cuantía de lo que ha aportado es enorme, grande y admirable, pero que la posibilidad del alma humana de mirar a través de estos logros hacia algo espiritual se ha visto mermada, de hecho casi destruida, precisamente por la abundancia y la naturaleza de los logros científicos.

Esto se nos hace evidente, por ejemplo, cuando consideramos la forma en que Goethe, con su manera de investigar los procesos naturales, seguía inmerso en toda la cosmovisión de su época. Es interesante, por ejemplo, cómo Herman Grimm, este intelectual y al mismo tiempo profundo conocedor de Goethe, se siente obligado a caracterizar la implicación de Goethe en las corrientes científicas de su tiempo. Herman Grimm se pregunta: «¿Cómo concebían la relación del hombre con la naturaleza, en los siglos anteriores a la era goetheana?

Quien conozca estos siglos estará de acuerdo con Herman Grimm: se diferenciaban de los posteriores en que el hombre se erguía sobre la tierra y uno se creía autorizado, cuando observaba la naturaleza de los animales, las plantas y otras cosas, a ver en el hombre algo así como una especie de culminación de todo el resto de la creación terrestre, es más, de la creación del mundo; que uno se creía autorizado a decir:

Hay tal sentido en todo el desarrollo que uno puede reconocer, cuando mira la piedra, la planta y el animal, cómo se ha desarrollado gradualmente un ser interior que, teniendo ya al hombre en vista, se ha desarrollado hacia arriba para poner todo lo demás al servicio del hombre y de su meta. No importa hasta qué punto se quería seguir adhiriendo al viejo relato mosaico de la creación. Pero esta convicción estaba allí:

Ver algo como un impulso en todos los reinos del mundo, que ya incluye al hombre dentro de sí y hace de todo lo demás sólo una preparación para hacer del hombre, que está ahí espiritualmente desde el principio, la cumbre de toda esta creación.

¿Qué fue lo que más se extendió? En primer lugar, -opina también Herman Grimm-, comenzó la astronomía. La tierra pasó a ser considerada un cuerpo planetario insignificante en el universo y al hombre se lo puso sobre la tierra como si hubiera surgido finalmente como una necesidad natural, sin haber estado predispuesto en los otros reinos desde el principio, de modo que no tendría derecho a relacionar la razón de su existencia, con todo el curso de los acontecimientos. La geología presupone que transcurrieron inmensos períodos de tiempo antes de que el hombre apareciera sobre la tierra, y que en modo alguno mostrarían ya, desde el punto de vista de la ciencia natural, los vestigios de que todo lo demás estaba allí para preparar después al hombre. Goethe puede calificarse en cierto modo de científico natural radical. He mencionado a menudo aquí cómo, a través de sus propios descubrimientos científicos, se esforzó por eliminar de las opiniones sobre la estructura externa del hombre, aquello que podía separarlo de los demás organismos de la tierra, y se puede llamar a Goethe un teórico de la descendencia, un teórico de la evolución antes que Darwin y los demás teóricos de la evolución de nuestro tiempo. Pero Herman Grimm señala con razón cómo Goethe no dejó que le privasen de ver lo «espiritual», detrás de lo que el darwinismo no ve más que procesos materiales, eso que se desarrolla espiritualmente en todos los procesos materiales, de modo que el hombre se encuadra a pesar de todo en ellos.

Tenemos una frase curiosa de Goethe que realmente puede llamar nuestra atención sobre cómo se esforzaba, aunque tenía una mentalidad bastante científica, por presentar al hombre como la cumbre y la corona del ser espiritual. Él dice: «¿Qué sentido tienen todos los millones de estrellas del mundo si un ojo humano no puede finalmente ponerse frente a ellas para observarlas y absorberlas en su ser?  Y no sin razón. Por supuesto, si repasamos todos estos hechos y leyes científicas, necesitaríamos muchas pruebas para justificar la pregunta: ¿Dónde podemos encontrar algo fuera del hombre que pueda darnos una pista de que el espíritu está presente en todos los seres vivos y en todas las cosas inanimadas? ¿Dónde encontramos, si adoptamos una visión científica del propio hombre, una vez que nos hemos dado cuenta de que la vida del alma está ligada a los procesos del cerebro, dónde encontramos algún indicio que nos permita pensar en la existencia del alma fuera de los límites del nacimiento y de la muerte?

No hay más que abrir una de las filosofías más importantes y famosas de la actualidad, por ejemplo la del mundialmente famoso Wundt, y se encontrará en todas partes, cuando tales filósofos parten de la investigación científica, que de los hechos científicos se extraen ciertas conclusiones, ciertos resultados, y que los filósofos llegan en todas partes hasta lo espiritual, pero que se ven obligados a detenerse en el momento en que se trataría de captar lo espiritual. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que todo el modo de pensar, tal como se ha desarrollado en la línea de la investigación científica y sigue los hechos científicos pieza por pieza, no ofrece ninguna posibilidad de encontrar la salida de lo material ni de sus leyes hacia el acontecimiento espiritual real y su esencia dentro de estos hábitos de pensamiento, dentro de todo este modo de investigación, porque el hilo del pensamiento se rompe por todas partes. ¿Por qué Goethe no lo arrancó? Porque Goethe aún estaba imbuido de impulsos que habían surgido como antiguos en el desarrollo de la humanidad, porque algo de lo que había permanecido histórico, de las antiguas visiones espirituales aún vivía en él, -algo que aún llegaremos a conocer-, y porque su alma en cierto modo aún no se había vaciado de lo que había llegado al alma de forma espiritual directa en el transcurso de los milenios, cuando esta alma miraba hacia las cosas del acontecer material.

Pero nuestra época se ha desarrollado rápidamente y, por lo tanto, con su rápido desarrollo, apenas queda hoy en quienes han modelado sus hábitos de pensamiento sobre la investigación científica, nada de lo que aún estaba presente en Goethe. Por eso hemos visto que Darwin, aunque él explicó las interrelaciones de los seres vivos con más detalle y énfasis que Goethe, se ciñó sin embargo a todo el sentido y naturaleza de su investigación. Mientras que Goethe, sin embargo, en toda esta manera y sentido de investigar, seguía viendo el espíritu por todas partes detrás de los fenómenos, los darwinianos, -¡aunque no el propio Darwin!-, tuvieron que considerar que aquello que no impedía a Goethe llegar al espíritu, para ellos era como un obstáculo para llegar de algún modo a lo espiritual.

Por lo tanto, podemos comprender que aquellos que cifran sus verdaderas esperanzas de una visión del mundo en la ciencia contemporánea, a menudo vean frustradas estas esperanzas. Sin embargo, algo que estaba presente en la humanidad no se pierde tan fácilmente. Todavía podemos ver en los últimos tiempos que incluso investigadores serios que sólo quieren ciencia no son en absoluto de la opinión de que esta ciencia sólo debe representar hechos externos, sino que muy bien podría servir para probar el curso actual de una sabiduría del mundo que vive en las cosas. Es interesante que incluso un historiador de la escuela de Ranke, Lord Acton, fuera capaz de decir a su auditorio como profesor de historia en una importante conferencia universitaria en Cambridge en 1895: Espero que la descripción completamente objetiva de los hechos históricos revele el funcionamiento de una sabiduría divina del mundo. Sí, Lord Acton llegó a hablar entonces de la obra del «Resucitado» en la historia.

Vemos, pues, que desde los tiempos en que se daba por descontada la existencia de un mundo espiritual, todavía sobresale en nuestra época algo así como un arrastre de la investigación, como un arrastre de todo el pensamiento científico por tal actitud, como todavía sobresale en este arrastre desde los tiempos antiguos la impregnación del alma de tal modo que este arrastre todavía se siente impregnado por lo espiritual. Pero es igualmente cierto que aquel que hoy se aferra completamente a los hábitos científicos de pensamiento y sigue, por ejemplo, cómo las actividades individuales del alma tienen sus correspondientes expresiones en procesos cerebrales u otros procesos nerviosos, ese tal, con sólo seguir hecho tras hecho, puede fácilmente decirse a sí mismo: Sí, para lo que el hombre es capaz de pensar, sentir y percibir en la vida material, hay también por todas partes indicaciones del investigador; pero de lo que puede haber antes o después de esto para el alma, por ejemplo, la ciencia natural no me dice nada.

¡Cuán extendido está el error de que la ciencia natural, dado que no puede llegar a lo espiritual a partir de su consideración de los hechos y sus leyes, debe por ello rechazar también lo espiritual! Es cierto, y esto es una vez más característico de toda la cosmovisión de nuestro tiempo, que incluso aquellos que adoptan el punto de vista de que sólo podemos llegar a una cosmovisión resumiendo los hechos y las leyes de la ciencia natural, siempre advierten contra las conclusiones precipitadas, contra la formulación de hipótesis, que siempre quiere resumir unos pocos hechos para sacar conclusiones sobre cómo la vida del alma está ligada a esto o aquello, cómo es todo el contexto mundial o cosas por el estilo.

Una advertencia de este tipo fue emitida de nuevo recientemente en un lugar importante. En la reunión de científicos naturales de este año, el muy importante científico natural Wettstein pronunció un discurso sobre la biología, sobre la ciencia de la vida, en su utilidad para la visión del mundo, y advirtió contra sacar conclusiones generales para la visión del mundo a partir de los hechos tal como existen. Pero muchos siguen creyendo que por lo tanto hay que esperar con respecto a los enigmas relacionados con la vida del alma hasta que la ciencia natural haya llegado al final con sus hechos. Mientras que lo que aquí se plantea, -a saber, si se quisiera afirmar que el que quiere penetrar en los secretos del alma y del espíritu para llegar a conclusiones sobre el alma y el espíritu debe haber viajado por todas partes en el mundo de los hechos científicos naturales-, recuerda a un bello dicho goetheano: «Para comprender que el cielo es azul en todas partes, no es necesario viajar por todo el mundo.»

Quisiera mostrar concretamente, sin embargo, cómo el camino del alma humana hacia sus secretos en el reino espiritual es en cierto aspecto independiente de todo lo que las leyes individuales de la ciencia natural, lo que las leyes individuales de la erudición pueden dar a esta alma humana en general. Para corroborar esto, quisiera señalar el siguiente hecho: En el siglo XIX tuvimos en Munich un filósofo importante, Moriz Carriere. Fue uno de los que intentaron comprender el mundo y sus fenómenos no sólo desde la riqueza de pensamientos, sino desde la riqueza de una verdadera erudición científica. Después de todo, la gran obra de Carriere sobre el desarrollo cultural de la humanidad prueba cómo ha compilado dato tras dato partiendo de edades antiguas para comprender el curso del espíritu a través del desarrollo del mundo. A partir de todos estos procesos, Carriere se formó una visión del mundo, que menciono tanto más favorablemente cuanto que era todavía bastante anterior al desarrollo de una ciencia espiritual real, una visión del mundo que por sí misma llegó a la comprensión de la conexión del alma con un mundo espiritual que se extiende a través del espacio y del tiempo, del mismo modo que existe una conexión entre lo que yace físicamente en el cuerpo del hombre y las sustancias y fuerzas que se extienden en el espacio y que actúan en el tiempo.

Un día le mostraron a Moriz Carriere el manuscrito de un hombre sencillo, un hombre que no era en absoluto erudito, que no tenía nada de la riqueza de erudición a través de la cual Moriz Carriere había llegado a la comprensión de la conexión entre el alma y lo espiritual descrita anteriormente. Este hombre sencillo se llamaba Zeuner y había nacido en 1813. Debido a un curso de la vida, cuya descripción no es posible aquí por falta de tiempo, Zeuner se vio obligado a pasar muchísimos meses en soledad; se había dejado llevar por el movimiento revolucionario y esto le había llevado a la cárcel. Pero sin ser un erudito, era un alma muy culta. En el manuscrito que mostró a Morizn Garriere en los años setenta del siglo XIX, cuenta cómo cavilaba y cavilaba en su solitaria celda, lleno sólo, -como era el espíritu de su época y de la gente que le había rodeado hasta entonces-, de visiones materialistas, pero cómo su alma se había vuelto estéril en la soledad, cómo sufría del hambre de tener algo, pero en lo que no podía creer. A continuación cuenta cómo una vez oyó desde su celda una extraña canción que se elevaba hacia el exterior, que le recordó vivencias de su primera infancia y le puso en conexión con otras experiencias, cómo esto desencadenó de nuevo una chispa de alegría en su alma, y cómo este impulso que se le dio al alma como resultado, un impulso de frescura interior y de actividad del alma, desencadenó pensamientos en esta alma sencilla y sin pretensiones, pensamientos que Zeuner escribió ahora.  Y más tarde envió este manuscrito a Moriz Carriere. Si lo leen, - Moriz Carriere lo hizo imprimir más tarde-, tienen que estar de acuerdo con Carriere: Zeuner, abandonándose al alma abriéndose camino imperiosamente fuera de su pecho, encontró algo que representa la conexión entre el alma y el espíritu del mundo de la misma manera que Carriere fue capaz de representarlo después de una vida de erudición y una vida de ciencia.

No hace falta viajar alrededor de la Tierra para darse cuenta de que el cielo es azul en todas partes. El camino hacia lo espiritual debe encontrarse de un modo distinto que resumiendo las leyes científicas o extrayendo conclusiones de la investigación científica. La confrontación con la ciencia natural debe ser diferente. No puede existir hoy ninguna cosmovisión, y no puede existir ninguna, -porque las necesidades del alma humana la barrerían-, que contradiga a la ciencia natural. Por eso, en las dos primeras conferencias había que subrayar tan agudamente lo que puede decirse en contra de la investigación espiritual por parte de la ciencia natural y cómo debe comportarse la ciencia espiritual en oposición a ella. Y nunca se insistirá lo suficiente en que uno debe sentirse engañado con respecto a cualquier conocimiento de la Ciencia Espiritual si entra en conflicto con un resultado justificado de la ciencia natural actual. Pero si luego vuelven a mirar a esta ciencia natural y si tienen sentido y corazón para la necesaria autoridad que debe emanar de la ciencia natural, entonces tendrán que señalar tanto más lo que puede aturdir al alma, lo que debe aturdirla precisamente a causa de la plenitud de lo existente, si quiere tomar el camino hacia el espíritu. También quisiera fundamentar esto con ejemplos.

Cabe mencionar a dos investigadores que se situaron en el terreno de la historia evolutiva, en el terreno de la ciencia natural. Ambos investigadores, al igual que los darwinianos, adoptaron un punto de vista diferente sobre el desarrollo de cada uno de los organismos vivos, pero sólo excluyeron al hombre. Tenían claro que las leyes que debían aplicarse al mundo animal no debían aplicarse al hombre, sino que, al igual que lo físico debe derivarse de lo físico, lo anímico-espiritual debe derivarse de lo anímico-espiritual. Ambos lo tenían muy claro. Eran tan buenos científicos naturales como conocedores de lo espiritual, pero sus hábitos de pensamiento eran inferiores a los de la escuela científica. Pensaban como pensaría un verdadero científico natural. ¿Cómo pensaban el uno, Mivart, y el otro, Wallace, contemporáneo de Darwin, sobre los procesos reales en la evolución?

Wallace se dijo que el hombre no podía situarse sin más en la línea de los animales. Por la razón misma de que ya existe una diferencia considerable en la estructura externa del cerebro entre el hombre y el simio más desarrollado, incluso si sólo se considera al salvaje, y porque el cerebro del simio es demasiado imperfecto en comparación con el cerebro del salvaje, si el hombre ha de haberse desarrollado a partir del simio aunque sólo fuera en el recto transcurso de la evolución.

El otro investigador, Mivart, descubrió que el estadio cultural del hombre salvaje no difería en absoluto externamente del estadio de desarrollo del simio más desarrollado. Pero si consideramos las actividades mentales del salvaje y, por otro lado, las actividades del simio más desarrollado, debemos asumir que, puesto que los cerebros de ambos tienen tanto en común, el hombre no pertenece al orden animal. Si nos fijamos de nuevo en los cerebros, veremos con toda claridad que el cerebro humano no se ha desarrollado a partir del cerebro del simio mediante la adaptación a actividades externas, sino que ya ha desarrollado todas sus posibilidades mediante la civilización, de tal manera que sólo parece como si todo estuviera ya predispuesto para que un día pudiera convertirse en el instrumento de la civilización.

Así que como el cerebro de los simios y el de los humanos difieren tanto entre sí, uno de ellos, Wallace, cree que no hay relación entre los humanos y la línea animal. Y era precisamente la similitud de las características mentales de ambos lo que Wallace veía como prueba de lo que decía. Para Mivart, su contemporáneo, ocurría lo contrario; opinaba que si se comparaban las características mentales del hombre salvaje con las del simio superior, surgía una diferencia tan grande que, debido a ella, no se podía suponer ningún parentesco filogenético entre el hombre salvaje y el simio.

Así vemos a dos naturalistas, ambos acostumbrados al pensamiento científico, que aceptan lo que piensan por razones opuestas; uno porque las características del salvaje y del simio superior son muy parecidas, el otro porque son muy diferentes. Si dos científicos, inclinados ambos a deducir al hombre de lo espiritual, pueden estar tan extraviados en sus razonamientos por la abundancia de los hechos, ¡cómo no lo estará aquél que, aún más prejuiciado en los hábitos del pensamiento meramente materialista, es aún más incapaz, por la abundancia de los hechos, de llegar a lo espiritual a partir de estos mismos hechos y leyes!

La ciencia natural sólo nos lleva de hecho en hecho. Si tenemos ciencia espiritual, entonces precisamente a partir de esta ciencia espiritual es como las ciencias naturales pueden ser comprendidas y puestas en perspectiva. Sin embargo, las leyes de la ciencia espiritual no se pueden encontrar de ninguna manera desde la ciencia natural. Por eso si siguiera dependiendo de sólo aceptar «científicamente» lo que produce la ciencia natural, el alma humana se vería cada vez más privada de todo su alimento espiritual. La propia ciencia natural alcanzará su grandeza y significación precisamente manteniéndose dentro de sus límites.

Pero quien eche un pequeño vistazo a la vida del alma humana, pronto descubrirá que el alma necesita las respuestas a la pregunta del espíritu para su seguridad, para su fuerza y para su trabajo en la vida. Mientras que en la antigüedad, -como hemos visto en Kepler y Goethe, y podemos ver en otros-, estas respuestas ya estaban contenidas en toda la cosmovisión para el alma humana, hoy no lo están, y surge una nueva tarea que ya hemos podido caracterizar, y que aún caracterizaremos en su esencia: la tarea de la ciencia espiritual. Justo lo que ha desaparecido por la grandeza de la ciencia natural, debe ser encontrado de nuevo de forma independiente a través de la ciencia espiritual, mostrando los caminos mediante los cuales el alma humana puede alcanzar su hogar espiritual. Quien comprenda correctamente la época se dará cuenta de cómo, ahora que el curso de los acontecimientos ha sido como se ha descrito, existe una fuerte necesidad, un fuerte anhelo de comprender el mundo cada vez más desde el espíritu y de establecer una ciencia espiritual independiente junto a la ciencia natural.

Si entramos en detalles, incluso en la ley de las vidas terrenas repetidas, que quizás hoy en día es rechazada por muchos creyentes espirituales, la vemos surgir y asentarse lenta y gradualmente en la cultura moderna, por ejemplo en el tratado de Lessing sobre la «Educación del género humano». Una y otra vez vemos, aunque hoy sepamos poco de ello, cómo en el siglo XIX los investigadores del alma interiormente consecuentes son llevados a la ley de las vidas terrenas repetidas, que es la única apropiada para el alma humana.

Cuanto más celebra la ciencia natural sus grandes triunfos en el terreno de lo material, tanto más anhela el espíritu seguir su propio camino. Y, de nuevo, quisiera utilizar un ejemplo concreto para mostrar cómo todo el curso de la vida espiritual de nuestro tiempo está organizado de tal manera que discurre como por sí mismo hacia lo que la ciencia espiritual quiere ser hoy. Me gustaría llamar la atención sobre un pensador, un investigador, del que hablaré más en el transcurso de estas conferencias de invierno, que es de especial interés en relación con el anhelo de una ciencia espiritual, Herman Grimm, el historiador del arte. Un espíritu integral, él nos muestra precisamente como tal, la manera en que el alma en los tiempos modernos va mas allá de una concepción puramente científica de los acontecimientos, especialmente en la vida humana, y cómo el alma es retenida de nuevo por los impulsos y las fuerzas del tiempo antes del paso final de ir más allá, antes de ir hacia la ciencia espiritual.

Quien lea atentamente los escritos de Herman Grimm verá que éste busca un principio del mundo, pero no un principio del mundo muerto, sino una ley creadora a la que pueda atenerse, por ejemplo, el historiador práctico, y que debe ser algo distinto de las llamadas ideas históricas. Las ideas no pueden crear algo más de lo que, -según la imagen de la última conferencia-, un artista pintor puede pintar un cuadro. Las ideas son algo muerto. Sólo algo vivo puede ser efectivo. Herman Grimm buscó en la historia lo vivo que puede crear poderosamente de época en época, que una vez creó la forma del alma humana en la época primigenia de la humanidad por razones impersonales y luego suscitó los logros individuales de pueblo en pueblo, de época en época. Y él ¿Qué creía haber encontrado como tal? La imaginación creadora.

Un filósofo alemán, Frohschammer, también consideraba que la imaginación era la fuerza creadora no sólo del desarrollo histórico, sino también de la naturaleza. Herman Grimm no pudo llegar a demostrar, -como él quería-, que la imaginación es realmente una especie de deidad que vive en la voluntad y produce los hechos en la historia humana, del mismo modo que el ser humano individual produce los hechos de su alma a partir de sí mismo. Lo que él hizo, fue crear a la luz de este punto de vista, que detrás del devenir histórico está la imaginación creadora, que todo ha surgido de la imaginación creadora. ¿Pero qué es para él la imaginación? ¿No vemos en el afán de un investigador por poder comprender los hechos el acercamiento a algo espiritual, que al fin y al cabo no es un espíritu? Para la imaginación creadora sigue siendo sólo un concepto abstracto, que en verdad está más vivo que las ideas de la historia, pero para el pensador realista sigue siendo sólo un concepto abstracto.

Se podría decir que un investigador como Herman Grimm penetra hasta la puerta de la ciencia espiritual. No puede contentarse con los hechos materiales y los acontecimientos externos, sino que ve detrás de todos los acontecimientos externos lo que crea la imaginación y lo objetiva en los acontecimientos del mundo. Pero nadie puede reconocer en la imaginación algo real, algo realmente creador. Sigue siendo una abstracción, y sólo cuando se penetra tras ella en lo que ya no es una abstracción, en lo que es espiritual, en lo que es tan real como lo sensorial real, sólo cuando se penetra en los hechos espirituales, que no son ideas circunscritas, sino que son esenciales, se puede comprender cómo sucede realmente en el mundo lo que nos rodea. Por eso en un pensador tan profundo, vemos que el anhelo de nuestro tiempo se dirige hacia lo espiritual, y que los obstáculos creados por el tiempo son tan poderosos que la gente no puede atravesar la puerta hacia lo espiritual. ¿No vemos la urgencia de llegar a esta ciencia espiritual? ¿No vemos cómo esta ciencia espiritual tiene tareas para el presente y el futuro que corresponden al anhelo, al impulso, a las exigencias de la época?

¡Veamos más de cerca las razones de los impedimentos de las almas de hoy! En el anhelo de lo espiritual podemos reconocer tan claramente, que cuando las personas miran claramente las condiciones de la época, no pueden dejar de desear el espíritu y sus leyes, pero no pueden penetrar en lo espiritual y están ahora, por así decirlo, a la espera de algo espiritual. Dondequiera que se mire, se advierte el impulso por aquello que aún no se conoce. Pero por la propia naturaleza del impulso uno se da cuenta con toda claridad, de que algún día llegará un momento, que ya no es tan lejano, en que la gente comprenderá: la ciencia espiritual es la redención para el anhelo, para el impulso que tienen.

Hace poco, en las librerías de todas las estaciones de ferrocarril, se podía ver un libro que realmente no había sido escrito por un hombre que se entregara fácilmente a cualquier entusiasmo. Este libro no es la obra de un soñador solitario o de alguien que desconoce las necesidades espirituales de la época. Si la ciencia espiritual quiere mostrar su justificación, no debe apoyarse en los a menudo extraños entusiastas que, en su carácter sectario, quieren comprender lo que puede ayudar a la humanidad; sino que puede referirse a lo expresado en el libro ahora citado, «Zur Kritik der Zeit» de Walter Rathenau, que fue escrito por un hombre que está en medio de la vida industrial y comercial y que conoce los engranajes de nuestro tiempo.

No es que quiera estar de acuerdo con todo lo que contiene. Se podría objetar algo a cada página de este libro, pero precisamente en un libro así, se manifiesta sintomaticamente, lo que podría denominarse la urgencia de la época por el conocimiento espiritual. ¿Qué representa Walter Rathenau? Representa precisamente lo que intenté explicar un poco más profundamente del espíritu de la evolución de los tiempos en el siglo pasado. Con Rathenau es así: el progreso de la evolución científica ha dado lugar a una mecanización general de la vida. Mientras que antes el hombre intentaba explicar lo que se presentaba ante sus sentidos desde un enfoque espiritual, hoy lo explica desde un enfoque mecánico. Pero la relación entre los hombres también se ha mecanizado. La «mecanización» es lo que se ha producido como consecuencia de los grandes avances y logros significativos de la época. Y se puede sentir, -y Walter Rathenau así lo siente-, cómo el alma queda desolada dentro del mecanismo pensante y social, cómo se vacía poco a poco bajo tales metas, cómo se le puede quitar el alimento, pero no se puede erradicar su hambre mediante la mecanización.

Lo que han dicho muchos de los mejores conocedores de la época, se dice también aquí: Se hace retroceder lo que el alma exige espiritualmente, y se podrá ver, aunque el alma esté satisfecha con algo aparente, que el hambre en cuestión se mostrará tanto más. - Así vemos cómo escribe un hombre que está completamente inmerso en su tiempo:

«El tiempo no busca su sentido ni su Dios, lo que busca es su alma, que se ha oscurecido en la mezcla de sangres, en la agitación del pensamiento y del deseo mecanicistas.

Busca su alma y la encontrará; es cierto que contra la voluntad de la mecanización. Esta época no estaba interesada en desarrollar el alma en el hombre; su objetivo era hacer que el mundo fuera utilizable y, por tanto, racionalizable, desplazar los límites del asombro y ocultar lo sobrenatural. Sin embargo, estamos rodeados de misterio como nunca antes; emerge bajo cada superficie lisa del pensamiento, y desde cada experiencia cotidiana se da un solo paso para llegar al centro del mundo. Las tres emanaciones del alma: el amor a la criatura, a la naturaleza y a la divinidad no podrían ser arrebatadas al individuo por la mecanización; para la vida de la totalidad se evaporan hasta la insignificancia. El amor a la humanidad se ha hundido hasta el nivel de la fría compasión y del deber de cuidar a los demás y, sin embargo, representa la cumbre ética de toda la época; el amor a la naturaleza se ha convertido en un placer sentimental de domingo; el amor a Dios, recubierto por el régimen de rituales mitológico-dogmáticos, ha entrado al servicio de intereses de este y de otro mundo y, de este modo, se ha hecho sospechoso no sólo para las naturalezas innobles. Probablemente no haya un solo camino en el que no le sea posible al hombre encontrar su alma. Pero la humanidad no tomará ningún desvío. Ningún profeta vendrá y ningún fundador de religión, porque ninguna voz individual será escuchada en este tiempo demasiado anestesiado: si no, todavía podría escuchar a Cristo y a Pablo hoy.  Ninguna comunidad esotérica asumirá el liderazgo, porque una doctrina secreta ya es incomprendida por el primer discípulo, y no digamos por el segundo. Ningún arte unificado traerá al mundo su alma, porque el arte es un espejo y un juego del alma, no su autor.

Lo más grande y maravilloso es lo simple. Nada sucederá salvo que la humanidad, bajo la presión y el apremio de la mecanización, de la servidumbre, de la lucha infructuosa, echará a un lado los obstáculos que pesan sobre el crecimiento de su alma. Esto no sucederá a través de cavilaciones y pensamientos, sino a través de la libre comprensión y la experiencia. Lo que muchos hablan y algunos realizan hoy, muchos y finalmente todos realizarán más tarde: que ningún poder en la tierra puede oponerse al alma.»

En la medida en que tales palabras expresan anhelos, y en la medida en que nuestro tiempo exige el espíritu, uno puede ciertamente estar de acuerdo con ellas. Sólo hay que añadir: hay aquí un completo conocimiento de lo que el tiempo necesita, pero un completo desconocimiento de lo que puede satisfacer este impulso y estas necesidades. También hay un juicio claro de que el individualismo justificado de nuestro tiempo ya no es adecuado para acoger a un único fundador religioso o profeta, o para fundar escuelas secretas en algún bando sectario que quiera llamarse «esotérico».

La verdadera ciencia espiritual no querrá ni lo uno ni lo otro. La verdadera ciencia espiritual sabe que lo verdaderamente esotérico se justifica cuando no quiere convertirse en exotérico, sino que permanece en sí misma. Pues no dependerá de lo que quiera establecerse como esotérico, sino de lo que quiera establecerse en nuestro tiempo de tal manera que pueda ser absorbido por la mente sana. En este sentido, la autoridad de cualquier profeta no será suficiente para la época, sino sólo la verdad que es completamente independiente del hombre y de su individualidad subjetiva, a la que el alma humana puede dedicarse con sólo quererlo. En este sentido, las palabras de este practicante Rathenau son precisamente lo que aquí se entendía por ciencia espiritual.

Pero, ¿por qué es tan difícil para nuestra época volver a la ciencia espiritual? ¿Por qué se levanta algo así como un muro infranqueable entre el impulso de la época y la propia ciencia espiritual?

También esto puede mostrar dónde se encuentran los verdaderos obstáculos. Por ejemplo, ¿Qué diría alguien de una ciencia natural que quiere ser «ciencia» y quiere demostrar que satisface las necesidades del espíritu humano? Si la persona que quiere ser un científico natural sólo respondiera alguna vez a cada pregunta sobre la conexión entre el cuerpo humano físico y los hechos de la ciencia natural diciendo: En el cuerpo físico del hombre existe tal o cual organismo, que se corresponde con lo que también está fuera en la naturaleza. - Puede alguien imaginarse una ciencia natural seria que a todo aquello sobre lo que se le pregunta solo responda: Eso es la naturaleza. La naturaleza está detrás de los movimientos de las estrellas, la naturaleza está detrás de los procesos químicos, la naturaleza, la naturaleza, la naturaleza. - ¡Una sola palabra! ¿Se imaginan que alguien que hiciera algo así fuera tomado por un conocedor serio de la naturaleza?

Ahora se puede decir de nuevo: Los impulsos del alma humana para entrar en el mundo espiritual se han debilitado tanto en los últimos tiempos que el impulso tan vivo que se manifiesta en nuestro tiempo todavía no se expresa más que en lo que sería bastante parecido en la ciencia espiritual como en la ciencia natural, donde la gente sólo gritaría alguna vez: ¡Naturaleza, naturaleza, naturaleza! Sin embargo, vemos alzarse enérgicamente voces de peso en favor de que la observación científica de nuestro tiempo debe orientar al hombre hacia lo espiritual. Pero en la exigencia de esta dirección hacia lo espiritual no van más allá de subrayar: «El hombre tiene un alma, hay un alma», y así sucesivamente; «alma, alma, alma - espíritu, espíritu, espíritu», dicen, igual que diría el naturalista menos satisfactorio: ¡Naturaleza, naturaleza, naturaleza!

Aquí vemos, -y no son hechos insignificantes, sino todo lo contrario-, cómo un hombre importante de la actualidad pronunció un discurso en una celebración en la Universidad de Harvard en América sobre el hecho de que una visión general del mundo que conduzca a lo espiritual debe nacer de la ciencia natural, el Dr. Elliot, un hombre que se encuentra firmemente en el terreno de la ciencia natural, que es un exacto conocedor de la ciencia natural de la actualidad. Realmente me gustaría citar de nuevo un pasaje de un discurso pronunciado en un excelente lugar de la tierra. El Dr. Elliot dijo: 

"La humanidad siempre ha supuesto una diferencia entre el alma y el cuerpo, aunque éste sea inherente a ella. Nadie está dispuesto a fundirse en su cuerpo. Por el contrario, todos creen ahora, y todos los hombres han creído, que en el hombre hay un ser o espíritu animador, dominador, peculiar, que es él mismo. Esto es algo tan real como el cuerpo, y característico.... Este espíritu o alma es la parte más efectiva del ser humano, se le reconoce como tal, y así ha sido siempre».

Además, el Dr. Elliot no dice nada más que haga referencia al «alma», en analogía con alguien que sólo haría referencia a la «naturaleza, naturaleza, naturaleza». En nuestro tiempo aún no hemos llegado al punto en que nuestros hábitos de pensamiento, se sientan tan cómodos con el espíritu como con la naturaleza. En la ciencia natural distinguimos entre oxígeno e hidrógeno en el agua, y no decimos que el oxígeno y el hidrógeno pertenecen a la «naturaleza». Allí entramos en los detalles de la naturaleza. De la misma manera, la ciencia espiritual debe llegar a relacionar lo que vive en el alma como fuerzas y como actividades, no sólo con un «espiritual general», sino con un mundo espiritual, con un reino concreto del espíritu, que se distingue, que se describe detalladamente como los hechos individuales de la ciencia natural.

Sólo cuando la ciencia espiritual se sitúe ante la contemplación de los hechos individuales del alma humana, del mismo modo que la ciencia natural se sitúa ante la contemplación de los hechos individuales de la naturaleza, podrá dar al alma humana lo que el alma exige. La próxima conferencia pretende mostrar cuáles son estos caminos. Pero esto debe ser explicado sobre todo, que en nuestro tiempo está presente la necesidad de algo, sobre cuyo significado y esencia aún no se tiene claro, y que la ciencia espiritual en nuestro tiempo tiene la tarea de traer un conocimiento de lo espiritual, que la ciencia natural trae un conocimiento de los hechos naturales. Y del mismo modo que la ciencia natural considera como su tarea seguir una sustancia, que también se encuentra en el cuerpo humano, en su desarrollo fuera del mundo para reconocer toda la conexión, así la ciencia espiritual considerará como su tarea rastrear cualquier actividad del alma humana hasta las fuerzas espirituales y los principios espirituales de la creación fuera en el universo.

Pero a partir de ahí también sabrá reconocer cómo se relaciona lo que vive en el alma humana con el universo entero, con el espacio y el tiempo. Sólo así puede llegar a las respuestas a los enigmas de la inmortalidad y del destino del hombre entre la muerte y el próximo nacimiento. Las referencias abstractas al «espíritu» y al «alma» en general no pueden conducir a nada fructífero. Sólo conducirán a la duda sobre las verdaderas respuestas, por ejemplo sobre la cuestión de la inmortalidad. Estas cuestiones sólo pueden ser respondidas por la ciencia espiritual cuando vemos que están vinculadas a algo completamente diferente que no está sujeto a la transitoriedad en el devenir del tiempo.

Si consideramos esto, podemos decir que las tareas de la investigación espiritual para el presente y el futuro son similares a las tareas de la ciencia natural en los albores del desarrollo científico en tiempos más recientes. Así como en la época de Copérnico, Galileo, Kepler y demás se superaron las viejas tradiciones y el propio espíritu humano se dirigió hacia los hechos de la ciencia natural, y así como siguiendo este camino ha surgido una cierta abundancia de logros científicos hasta nuestros días, así también debe ser la tarea más seria de nuestro tiempo establecer una ciencia espiritual de manera detallada y mostrar los caminos que el alma tiene que tomar hacia las entidades espirituales individuales y los hechos espirituales individuales.

La ciencia natural no lo ha tenido fácil. También tuvo que luchar contra obstáculos, como los que volvemos a encontrar hoy en relación con la ciencia espiritual. A menudo me he referido a esos obstáculos. Galileo, por ejemplo, intentó explicar a la gente de su tiempo cómo durante toda la Edad Media existía la creencia de que los nervios humanos emanaban del corazón, y él deseaba demostrar que los nervios emanaban del cerebro. Un amigo le dijo: «Eso contradice todo lo que enseñó Aristóteles». Aparte de que Aristóteles no quería decir eso en absoluto, se seguía creyendo que los nervios del hombre emanaban del corazón. Toda la Edad Media no miraba a la naturaleza en sí, sino que se limitaba a perpetuar viejas tradiciones y prejuicios. Cuando Galileo mostró a su amigo sobre el cadáver que debía convencerse de que los nervios emanan del cerebro, éste replicó: Cuando lo miro, parece que los nervios del hombre parten del cerebro, pero eso contradice a Aristóteles, y si tengo que entrar en conflicto con Aristóteles, prefiero creer a Aristóteles y no a la naturaleza.

Así de fuertes pueden llegar a ser los prejuicios de la gente. Y cuando más tarde Francesco Redi, en el sentido galileano, derribó el prejuicio que aún prevalecía en su época de que los seres vivos podían desarrollarse a partir de algo inanimado, que los animales inferiores, los gusanos y similares podían desarrollarse a partir del lodo del río, pronunció la frase: «Los seres vivos sólo pueden surgir de seres vivos», y que creer que los gusanos podían surgir del lodo de un río en el que no había ningún germen no era más que una observación inexacta, se libró por los pelos del destino de Giordano Bruno.

Así de fuertes pueden llegar a ser los prejuicios de la gente. Y cuando más tarde Francesco Redi, en el sentido galileano, derribó el prejuicio que aún prevalecía en su época de que los seres vivos podían desarrollarse a partir de algo inanimado, que los animales inferiores, los gusanos y similares podían desarrollarse a partir del lodo del río, pronunció la frase: «Los seres vivos sólo pueden surgir de seres vivos», y que creer que los gusanos podían surgir del lodo de un río en el que no había ningún germen no era más que una observación inexacta, le faltó poco para sufrir el destino de Giordano Bruno.

Cuando el científico espiritual dice hoy:

Si creéis que en un niño en desarrollo todo lo que produce espiritualmente se debe sólo a la herencia de los padres y de los antepasados, estáis observando inexactamente; antes bien, procede de un germen espiritual que ya ha pasado por una vida terrena anterior, ha estado en la tierra y después ha pasado por una vida en lo espiritual - si la ciencia espiritual señala así un germen espiritual, del mismo modo que Francesco Redi señaló el germen material, entonces se le oponen de nuevo los prejuicios de la época. Aunque hoy ya no se queme, se dispone de otros medios para hacer inocuas o al menos ridículas tales afirmaciones heréticas. La forma en que el tiempo trata a su gente puede cambiar de una época a otra, pero la esencia de los prejuicios sigue siendo siempre la misma. De modo similar, el tiempo se opone hoy a la exploración de las necesidades espirituales, de la misma manera que se oponía en los albores del desarrollo científico a las necesidades científicas de aquella época. Y si la ciencia natural, a través de sus frutos, ha traído a la humanidad una elevación de la cultura externa, los frutos de la cultura espiritual serán muy diferentes. Serán sobre todo frutos para la vida del alma.

¡Cuántas personas sufren hoy prácticamente de prejuicios científicos! Allí está un hombre, y si es creyente en la ciencia natural y rechaza el espíritu, probablemente se dice a sí mismo: Tengo una cierta clase de individualidad en mí; miro a mis parientes consanguíneos y debo reconocer que soy el resultado de la herencia por parte de estos mis parientes consanguíneos. Entonces la depresión, la falta de energía y la incapacidad de luchar contra el destino desciende sobre muchas almas. Pues si fuera así que el hombre fuera sólo el resultado de la herencia, entonces sería tan imposible detener los efectos malignos de la herencia como es imposible detener el rayo que cayese sobre alguien. Pero si la ciencia espiritual no se queda en mera teoría, sino que se convierte en una fuerza del alma, de modo que sepamos que vive en nosotros un núcleo anímico que lleva lo que el linaje hereditario le ha proporcionado sólo como envoltura exterior, y que debe buscar dentro de sí fuerzas cada vez más profundas, entonces crece el valor, la esperanza, la energía para dominar y mejorar a través de lo espiritual lo que se muestra como debilidad en la existencia física exterior. Entonces ya no hay un momento en la vida humana en el que no se pueda adquirir la certeza de superar los obstáculos externos con respecto a los poderes espirituales en el hombre.

Este es el caso en muchos ámbitos. Por ello la mera creencia en lo material, en la cual se supone que está ligada la vida del alma, es capaz de deprimir nuestra felicidad, nuestra energía, y por otro lado, si la ciencia espiritual se convierte en la fuerza interna viva del alma, es capaz de darnos seguridad contra toda mecanización de la vida. Esta es otra tarea de la ciencia espiritual, la de crear las posibilidades en todos los ámbitos para afrontar la vida con seguridad y salud. El Dr. Elliot también promete una ciencia sana a su manera. Él, que también conoce el impulso del alma hacia el espíritu, pero se comporta como el conocedor de la naturaleza, que sólo hablaría siempre de «naturaleza, naturaleza, naturaleza» en todo, dice: Tal nueva ciencia no hablará de muerte y tristeza como la antigua, sino de vida y alegría.

Me gusta creer que el alma anhela mucho una cosmovisión que inste a «la vida y la alegría», que quiera rechazar y no dejarse atrapar por «la muerte y el luto», aspecto hacia el cual retrocedieron muchas cosmovisiones antiguas, que ante todo ponían ante la gente el enigma de la muerte. Me gusta creer que la gente quiere rechazar la muerte y el duelo. Pero la muerte y el duelo vienen por sí mismos. La gente puede resistirse todo lo que quiera y decir que quiere rechazar la muerte y el duelo en su visión del mundo, que quiere tener vida y alegría. Pero la muerte y la pena vienen por sí solas, y entonces tienes que lidiar con ellas.

Se podría decir: Lo que la verdad de la investigación espiritual, tal como se desprende no de la arbitrariedad de un individuo, sino de lo que el hombre puede reconocer hoy, si comprende correctamente el entorno a través de los caminos del alma hacia un conocimiento espiritual, lo que esta verdad puede significar en todo el contexto mundial, se puede mostrar en la comparación de cómo se comporta el investigador científico espiritual con el conocedor del mundo científico natural en los albores del tiempo más nuevo. Fijémonos en Giordano Bruno, ¡en quien se expresa de forma más sucinta la visión del mundo de Copérnico! ¿Dónde se sitúa él en su época? Él retoma las leyes del copernicanismo y mira hacia la inmensidad del espacio. Antes existía una visión del mundo que sólo se basaba en la percepción sensorial externa. Si hoy se oye decir que todo lo que no ha sido investigado por la ciencia convencional es incierto, se podría objetar: Al fin y al cabo, ¡la ciencia se remonta a la época de Copérnico y Giordano Bruno! Mientras la gente se basó en lo que el ojo podía ver del cielo estrellado, no tenía la visión correcta del sistema del mundo externo, pero sólo cuando fueron más allá de la visión sensorial externa y se entregaron al pensamiento encontraron, a través de la energía interior, lo que ahora se reconoce como verdadero.

Sólo cuando Copérnico y Giordano Bruno estuvieron tan avanzados que superaron el engaño de los sentidos pudieron señalar lo errónea que era la creencia anterior de los hombres de que la tierra era algo fijo en el espacio, que la luna, el sol y los planetas orbitaban a su alrededor, luego vino la «esfera de las estrellas fijas» y detrás de ella estaba la llamada octava esfera, por así decirlo, que lo limitaba todo. Giordano Bruno se levantó y dijo a la gente: Cuando miráis hacia el espacio celeste, no existe ninguna «octava esfera», os la hacéis vosotros mismos; sino que está el firmamento azul, y las extensiones del espacio están llenas de mundos como el nuestro, y vemos hacia un mar infinito, si tan sólo somos capaces de superar el límite que nos hemos puesto a nosotros mismos! - Esta superación del límite del espacio fue la grandeza de la cosmovisión copernicana y de Giordano Bruno, al reconocer que, como la visión del hombre no llegaba más lejos, se creía en una octava esfera, cuando en realidad las extensiones del espacio son ilimitadas.

Hoy en día, la humanidad se encuentra en el mismo terreno con respecto a la ciencia espiritual. Del mismo modo que Giordano Bruno mostró que la bóveda azul del cielo sólo está ahí porque la mirada del hombre no llega más lejos, la ciencia espiritual muestra que la vida humana está limitada entre el nacimiento y la muerte sólo porque la mirada del hombre ordinario sólo llega hasta ahí. Del mismo modo que el firmamento no es un límite para la contemplación del universo, el nacimiento y la muerte no son un límite para la contemplación del hombre, que sólo erigimos porque la mirada del hombre ordinario sólo llega hasta ahí. Del mismo modo que la ciencia natural abolió las limitaciones espaciales del mundo y abrió el espacio del mundo, hoy las limitaciones del nacimiento y de la muerte son abolidas para el hombre por la ciencia espiritual, que enseña a la mirada espiritual a mirar hacia la vida del alma en la duración eterna, del mismo modo que la ciencia natural en los albores de los tiempos modernos ha dirigido la mirada hacia la eternidad o, mejor dicho, hacia el infinito del espacio. Es lo mismo hoy que entonces, pero en un campo diferente.

Tan cierto como que la ciencia natural, que se ha dirigido a la vida humana externa y al conocimiento externo de la vida humana, ha aportado infinitas ventajas y logros, igual de cierto será que la visión del alma humana, extendida más allá del nacimiento y la muerte, más allá de lo temporal, aportará infinitos valores a lo que el alma necesita para su vida. Pues la investigación científico-espiritual, si se lleva a cabo adecuadamente, pasará al alma humana y se convertirá allí en vida, se convertirá en fuerza y confianza, nos situará en todo el contexto social y aportará al alma aquello que tanto anhelan las almas que comienzan a comprender sólo un poco.

Es muy cierto, no sólo en la teoría, sino en la vida y en el poder, la ciencia espiritual hará lo que ya he intentado resumir en pocas palabras, con las que también quiero concluir mi reflexión de hoy, que debe mostrar cuál es el espíritu y el sentido y la meta de la ciencia espiritual, y lo que debe ser esta ciencia espiritual del alma humana. El sentido y el objetivo de la ciencia espiritual pueden resumirse como sigue:

Las cosas en las extensiones del espacio 
hablan a los sentidos humanos; 
éstas cambian en el transcurso del tiempo. 
Con el conocimiento el alma humana, 
penetra en el reino del espíritu, 
que no está limitado por el espacio 
ni perturbado por el tiempo.

Traducido por J.Luelmo oct.2024

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