RUDOLF STEINER
INTRODUCCIÓN A LOS FUNDAMENTOS DE LA TEOSOFÍA
INTRODUCCIÓN A LA TEOSOFÍA (1)
En general, la Teosofía sólo se conoce desde hace unas decenas de años y, sin embargo, siempre ha existido. Aquí hablaremos en particular de cómo responde a las necesidades de nuestro tiempo. La palabra «teosofía» proviene del apóstol Pablo. Él habla de dos conocimientos: uno en relación con la percepción del mundo y la humanidad a través de los órganos de los sentidos, y otro para contemplar el núcleo divino en el hombre. A través de ellos, el hombre asciende al mundo espiritual oculto. Pablo estaba llamado a trabajar a través de su poderosa palabra. En Atenas estableció una escuela esotérica, que más tarde continuó Dionisio el Areopagita, y desde allí se difundieron las enseñanzas secretas que ahora tenemos. Aunque no podemos seguir sus huellas en la historia, encontramos de vez en cuando «portadores» inspirados de estas enseñanzas secretas. Vemos cómo las impartían a unos pocos discípulos escogidos, dando lugar a hermandades como los Caballeros del Santo Grial y, más tarde, a las escuelas rosacruces. Esta última será el tema principal de debate aquí. Hoy hablaremos de la naturaleza del hombre tal como la enseña la tradición ocultista.
¿De dónde procede el conocimiento de los mundos espirituales? Siempre ha habido individuos que han sido iniciados, y en ellos se hacía vívidamente evidente lo que hay en los mundos espirituales. Nosotros no percibimos esos mundos, pero eso no nos autoriza a negarlos; del mismo modo que un ciego se equivocaría si negara lo que le decimos sobre lo que le rodea. En medio de nosotros viven mundos llenos de seres, y así como el ciego sólo puede ver lo que le rodea si es operado, así nosotros, para poder percibir esos mundos superiores, debemos someternos a lo que yo llamaría una operación espiritual, que es precisamente la iniciación. La ciencia espiritual es el resultado de la vida que los iniciados llevaron en estos mundos superiores a través de los órganos de percepción que se desarrollaron en ellos [...]. Veremos lo que es necesario para desarrollar estos órganos en nosotros.
¿Qué ve el iniciado? Para él, el mundo físico y lo que muestran la fisiología y la biología son sólo una parte de lo que ve. La parte física del hombre, que proviene del mundo mineral, también le parece muy diferente; en todas partes ve algo superior. Más adelante hablaremos con más detalle de este origen espiritual del mundo físico, que es el Logos, de quien se dice en el Evangelio de Juan: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios.»
El primer componente del ser humano es su cuerpo físico. Éste está impregnado por el cuerpo etérico o vital, que es el segundo miembro y es ya suprasensible. El hombre lo tiene al igual que todos los reinos de la naturaleza, a excepción del reino mineral, que también lo tiene pero no lo individualiza. En el Evangelio de Juan, el cuerpo etérico se llama «vida», vida universal. Veremos qué ocurre con él cuando una persona muere.
El tercer elemento es el cuerpo astral. En realidad, el ser humano no sólo ocupa un lugar espacialmente necesario para su cuerpo físico. Más allá de éste cuerpo físico, se extiende otro más grande, que es el portador del placer y del dolor y de las sensaciones que nos llegan en la vida cotidiana. Sólo los humanos y los animales lo poseen, cada uno para sí mismo, las plantas no. Éste cuerpo está formado por una sustancia especial llamada «astral». Por medio de nuestros ojos físicos percibimos la luz física, pero el clarividente percibe otra luz mediante su visión espiritual, de la cual la luz es sólo la envoltura física. Esta segunda luz es la luz espiritual o astral con la que se entreteje el cuerpo astral. Este cuerpo se asemeja a una nube en forma de huevo, en contraste con el cuerpo etérico, que tiene exactamente la misma forma que el cuerpo físico. El Evangelio de Juan dice: "Y la vida se convirtió en la luz del hombre. A partir de esta luz se forma el cuerpo astral. Ahora viene el cuarto miembro, que es exclusivo del hombre y lo convierte en la más elevada de todas las criaturas. Todas las cosas tienen su propio nombre, que las distingue de las demás; podemos llamarlas por su nombre porque son diferentes de nosotros. Pero el «yo» es único y el mismo en todas las personas. Por tanto, somos en realidad un solo «yo», y la diferencia entre “yo” y «tú» es posible en todos los casos menos en éste. Lo divino se anuncia en esta parte suprasensible del ser humano. Pero eso no convierte al hombre en un dios. El hombre es sólo lo mismo que una gota es respecto al mar; la gota es de la misma sustancia que el mar, pero por tanto no es el mar.
Era el Yo el que hablaba a través de Moisés: «Ejeh asher ejeh» - «Yo soy el Yo-soy». Era el mismo Yo que los sacerdotes llamaban «Yahweh-Ichbin», la proclamación de Dios a través del ser más íntimo del hombre. El clarividente puede observar cómo se difunde el Yo en el mundo entero, en las personas no autoconscientes, -como lo era el hombre primitivo de los tiempos de Lemuria-, es decir, en las tinieblas. Por eso dice el Evangelio de Juan: «La luz brilló en las tinieblas, pero las tinieblas no la comprendieron». Sólo gradualmente, a medida que el Yo descienda, las tinieblas, -es decir, cada ser humano individual-, la comprenderán. Esta comprensión de la luz coincide con las visiones de los Discípulos en la escuela de Dionisio Areopagita.
Ahora llegamos a un hecho muy ordinario de nuestras vidas que es muy importante y, sin embargo, se ignora, a saber, la vigilia y el dormir. En el estado de vigilia, el hombre muestra a la mirada clarividente todos sus cuerpos, incluido el yo, que emite sus rayos como una estrella. En el estado dormido, sin embargo, las relaciones cambian. Mientras el cuerpo físico y el cuerpo vital yacen en la cama, el cuerpo astral y el yo se alejan. La llamada inconsciencia se instala, la alegría y el dolor ya no tienen lugar. Por la mañana, el yo y el cuerpo astral vuelven a sumergirse en su herramienta física.
Puesto que cada cuerpo no es más que un medio de percepción en relación con los órganos de los sentidos, una persona puede percibir tantos mundos, -revelaciones del mundo-, como sentidos tenga. El clarividente, sin embargo, vive en varios mundos porque ha desarrollado los órganos pertinentes para ello. El mundo espiritual se convierte entonces en una realidad para él.
Entre la vida y la muerte existe la misma relación que entre la vigilia y el dormir, pero en mayor medida. Más adelante hablaremos con más detalle de la vida y la muerte. Hoy, sin embargo, queremos examinar más de cerca lo que ocurre en el momento de la muerte. Durante la vida, en circunstancias normales, el cuerpo físico y el cuerpo vital permanecen siempre juntos. En la muerte, sin embargo, sólo queda el cuerpo físico, el cuerpo vital, el cuerpo astral y el yo se van, y el cadáver físico se disuelve en sus elementos.
La primera sensación que tiene el muerto es la de expandirse, cada vez más, e introducirse en su entorno. Es una sensación de la mayor dicha sentirse tan unido a aquello de lo que antes se estaba separado. El clarividente puede experimentarlo ya en vida. Este sentimiento puede compararse a una disolución en la luz astral, similar a la nieve disuelta por el sol. En los Misterios se llamaba convertirse en Dionisio. El difunto tiene ahora ante sí su propia vida como en un panorama, porque el cuerpo vital, portador de la memoria, se libera ahora del cuerpo físico, que le oscurecía en la tierra y sólo le permitía percepciones inadecuadas. Este panorama forma una imagen única que el difunto contempla con total objetividad e indiferencia. Dependiendo de la individualidad, dura tanto como el tiempo que pudo permanecer despierto en vida. Durante treinta y seis a cuarenta y ocho horas, el muerto arrastra todavía consigo su cuerpo etérico, por lo que puede mostrarse fácilmente a nuestros órganos físicos [...] de percepción. Después el hombre se deshace de su segundo cadáver; la parte utilizable del cuerpo vital es absorbida por los miembros superiores, mientras que el resto cae como escoria. Este hecho explica la expresión frecuentemente utilizada en la Biblia: «Las escamas cayeron de sus ojos». El hombre se lleva consigo algo así como un extracto de su panorama, en el que se condensan todas sus experiencias. Se lleva esto consigo a un mundo superior; un clarividente también puede llegar a este mundo.
Traducido por J.Luelmo jul.2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario