GA111 Roma, 28 de marzo de 1909 - Introducción a la Teosofía - 4 -

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RUDOLF STEINER

INTRODUCCIÓN A LOS FUNDAMENTOS DE LA TEOSOFÍA

INTRODUCCIÓN A LA TEOSOFÍA (4)

Roma, 28 de marzo de 1909

conferencia 29


Esta noche hablaremos del pecado, del pecado original, de la enfermedad, etc. Miremos primero hacia atrás, al pasado, y luego dejemos que el futuro pase ante los ojos de nuestra mente. Antes de nuestra época tenemos los tiempos de Roma y Atenas, precedidos por el período egipcio-caldeo; más atrás no hay documentos históricos reales. Para las épocas aún más antiguas, tenemos dos fuentes de las que podemos extraer información: Las antiguas enseñanzas religiosas, si uno sabe descifrarlas, y las imágenes retrospectivas que puede ver la conciencia clarividente. Queremos hablar de estas últimas. Todo en la Tierra está sujeto a las leyes de la evolución, y esto se aplica de manera muy especial a la vida del alma humana. En la antigüedad, la vida del alma era diferente de la vida del alma actual. En la prehistoria, los pueblos de Europa, Asia y África tenían una vida anímica muy diferente de la del alma humana actual. Si miramos miles de años atrás, descubriremos que aquellos precursores de la humanidad actual tenían una esfera de visión anímico-mental mucho más amplia que la que tenemos ahora. No tenían el intelecto que nos permite leer y calcular, pero poseían una clarividencia primordial y también una tremenda memoria de la que la nuestra apenas puede darnos una ligera idea. Veremos cómo fue posible. Para darles una idea de cómo se les aparecía el mundo, les diré, por ejemplo, que cuando despertaban en su conciencia diurna, lo veían todo como rodeado de un aura. Una flor, por ejemplo, se les aparecía rodeada de un halo de luz similar al que vemos alrededor de los faroles en la niebla del atardecer. Durante el tiempo que dormían, sin embargo, estas personas eran capaces de percibir entidades anímico-espirituales en la realidad. Poco a poco, las personas aprendieron a ver los contornos de las cosas con mayor claridad. Al mismo tiempo, sin embargo, el contacto consciente con el mundo espiritual y con los seres que lo habitan se fue reduciendo, y cuando finalmente el yo se individualizó en cada ser humano, tal precepción cesó por completo. Antes de esta individualización, las personas no estaban separadas unas de otras.

En aquellos tiempos también La Tierra tenía una configuración muy diferente a la actual. La humanidad vivía en otras zonas, -continentales-, y nuestros antepasados, en particular, vivían en una parte de la Tierra que hoy ocupa el océano Atlántico. La tradición llama a este continente Atlántida. Los mitos de todos los pueblos nos hablan de la desaparición de esta parte del mundo, y la leyenda del Diluvio universal hace referencia a ella. La civilización atlante fue grande, y con su desaparición la humanidad perdió muchos conocimientos importantes que ahora debe recuperar con esfuerzo. Del mismo modo que nosotros sabemos utilizar las fuerzas ocultas en las plantas fosilizadas, -como el carbón-, para el comercio y la industria, los atlantes sabían utilizar las fuerzas motrices de las semillas para mover, por ejemplo, sus dirigibles, que viajaban ligeramente por encima del suelo en un aire mucho más denso que el nuestro.

Veamos ahora el organismo físico de los atlantes. Mostraba una peculiaridad significativa, a saber, que el cuerpo etérico no era completamente similar al cuerpo físico y que la cabeza etérica sobresalía por encima de la cabeza física. Esta peculiaridad está relacionada con la capacidad de clarividencia de los atlantes, su extraordinaria memoria y sus poderes mágicos. La cabeza etérica tenía un punto de percepción especial [...]. En el curso de la evolución, esta cabeza etérica se replegó cada vez más en la cabeza física, cambiando su perfil. En este punto ahora se encuentra el órgano cuyo desarrollo devolverá la clarividencia a la humanidad: la glándula pineal. Así, el poder clarividente de los atlantes desapareció gradualmente, junto con su inmensa memoria y sus poderes mágicos, a la vez que se desarrollaba nuestra capacidad de pensar y matemática.

Si retrocedemos aún más atrás, encontramos otras catástrofes. Partes enteras de la Tierra fueron destruidas por el fuego. Los volcanes actuales son los últimos vestigios de aquella época. El continente que pereció entonces se llama «Lemuria» y era la zona que hoy ocupan en gran parte los Océanos Pacífico e Índico. Los habitantes de aquel continente tenían una forma muy diferente de la nuestra, que parecería grotesca incluso para nuestras concepciones. Sus cuerpos físico y astral se comportaban de manera diferente entre sí. La coronilla de la cabeza estaba abierta y los rayos de luz penetraban en esta abertura, de modo que la cabeza estaba rodeada de un aura radiante y las personas parecían tener un farol encima.

El cuerpo era enorme y estaba formado por una sustancia fina, casi gelatinosa. El último indicio de la estructura del vértice lemúrico puede verse en la cabeza de un niño recién nacido, a saber, la pequeña abertura en la parte superior, que permanece abierta hasta alrededor de un año o un poco más.

En aquella época el hombre no era en absoluto independiente; sólo podía hacer lo que le daban las fuerzas espirituales, en cuyo centro estaba, por así decirlo, incrustado. Todo lo recibía de ellas, y actuaba como impulsado por un instinto espiritual. Entonces se reveló el efecto de poder de los seres espirituales que no habían descendido a la encarnación física. Eran seres que no estaban bien dispuestos hacia la humanidad y que actuaban sobre ella de tal manera que ésta adquiría la independencia que le faltaba.

Según el plan divino, la humanidad debía alcanzar esta independencia algún día, pero estas entidades la hicieron realidad antes. Junto con las demás fuerzas, se introdujeron en el cuerpo astral del hombre, que aún no había entrado en estrecha conexión con su ser, y le dieron una especie de fuerza de voluntad que, por ser sólo astral y no estar guiada por la razón, le capacitaba para hacer el mal. Estos poderes se denominan poderes luciféricos. Como podemos ver, la influencia de estas fuerzas tiene un lado bueno y otro malo, porque por un lado sedujeron a la humanidad, pero por otro le dieron libertad.

Nuestra conciencia actual proviene de la conciencia clarividente, y encontramos que esta última se desarrolla cada vez más cuanto más retrocedemos en la evolución humana. Los lemúricos sólo podían percibir anímicamente. Por ejemplo, no percibían ni la forma ni el color de una flor, ni sus características externas. Se les mostraba una estructura astral luminosa, que percibían con una especie de órgano interior. De acuerdo con el plan divino, no fue hasta mediados del período atlante que la humanidad comenzó a percibir con sus órganos sensoriales externos. Pero las fuerzas luciféricas hicieron que esto sucediera antes, cuando aún los instintos humanos eran puros. Esta es la «caída del hombre». Los documentos religiosos dicen que la serpiente abrió los ojos del hombre. Sin la interferencia de la influencia de Lucifer, el cuerpo humano no habría llegado a ser tan sólido como lo es ahora, y la humanidad atlante habría visto el lado espiritual de todas las cosas. En cambio, el hombre cayó en el pecado, la ilusión y el error. Para empeorar las cosas, hacia la mitad del período atlante, se añadió la influencia de las fuerzas ahrimánicas. Las fuerzas luciféricas actuaban sobre el cuerpo astral, mientras que las fuerzas ahrimánicas actuaban sobre el cuerpo etérico, especialmente sobre la cabeza etérica. Como resultado, la gente cayó en el error de confundir el mundo físico exterior con el mundo verdadero. «Ahrimánico» viene de Ahriman, el nombre dado a este principio por los persas. Zoroastro hablaba de él a su pueblo y les decía que tuvieran cuidado con él y que lucharan por la unión con Ahura Mazdao - Ormuzd. Ahriman es lo mismo que Mefistófeles y no tiene nada que ver con Lucifer. Mefistófeles viene de la palabra hebrea: Me-phis-to-phel, que significa «el mentiroso», «el engañador». Satanás en la Biblia es también Ahriman y no Lucifer. 

La antigua Atlántida pereció gradualmente en el transcurso de los siglos debido a las inundaciones, y los habitantes que quedaron se retiraron a zonas que se salvaron de la catástrofe, en Asia, África y América. La primera zona en la que mas tarde se desarrolló la civilización post-atlante fue lo que más tarde se llamó «India». Allí la gente conservaba un claro recuerdo de la clarividencia anterior y de la visión del mundo espiritual. Por lo tanto, no era difícil para sus maestros, los rishis, dirigir su atención hacia el lado espiritual del mundo, y la iniciación era un asunto fácil. La clarividencia nunca se perdió del todo, y hasta la llegada de Cristo siempre hubo clarividentes. Encontramos un vestigio de esta clarividencia primitiva en la mitología, cuyo núcleo se refiere a seres que vivieron realmente, como Apolo, Zeus, etcétera. Aunque la influencia ahrimánica, como hemos dicho, comenzó en la época atlante, no se afirmó plenamente en la humanidad hasta más tarde. Los antiguos indios estaban suficientemente protegidos contra ella, y para ellos el mundo físico no era más que Maya, ilusión. Sólo en la época de Zaratustra, el persa primitivo, el mundo físico comenzó a tener valor para los hombres, que cayeron así bajo el poder de Ahrimán. De este modo se nos aclara la admonición de Zaratustra, de la que ya hemos hablado.

La evolución de la humanidad continuó de este modo hasta el período griego. Entonces otra fuerza se acercó al hombre, que comenzó a conducirlo de nuevo al mundo espiritual, del que había sido expulsado, por así decirlo, desde los tiempos de Lemuria. La nueva fuerza era el principio crístico, que penetró en Jesús de Nazaret, penetrando en sus tres cuerpos: físico, etérico y astral. Cuando el alma humana está completamente llena del principio crístico, las fuerzas ahrimánicas y luciféricas son derrotadas, y a través de este principio se produce una inversión en la evolución. Pero el Cristo no podría haber tenido efecto sobre las personas si su aparición no les hubiera sido anunciada con mucha antelación. Sin embargo, siempre los condujo hacia el interior; podemos verlo en las magníficas imágenes en las que se profetizó que vendría. ¿Quién si no les habría dado la fuerza para formarse imaginaciones tan poderosas?

Mediante la encarnación del Cristo se produjo un gran cambio en los cuerpos físico, etérico y astral de la humanidad, inmediatamente después de consumarse el Misterio del Gólgota, cuando la sangre manó de las cinco llagas y el Cristo penetró hasta los reinos más bajos. Sus cuerpos etérico y astral se manifestaron como una semilla, y el mundo espiritual se llenó de estas imágenes. De modo que, por ejemplo, en los siglos V y VI hasta el siglo X, aquellas personas que habían alcanzado un grado suficiente de desarrollo recibieron tal imagen de la encarnación crística de Jesús de Nazaret al nacer. La persona en la que tal participación en el cuerpo etérico de Cristo es más claramente evidente es San Agustín. La gran importancia de su vida puede atribuirse a este hecho. Desde el siglo X hasta aproximadamente el siglo XVI, se incorporó el cuerpo astral de Cristo. A ello se debe la aparición de hombres como San Francisco de Asís y los grandes dominicos, llenos de humildad y virtud, que reflejan las grandes cualidades astrales de Cristo. Por eso tenían una imagen tan clara de las grandes verdades que practicaban en su vida, a diferencia de San Agustín, que nunca estuvo libre de dudas y siempre estuvo en conflicto entre la teoría y la práctica. Entre los grandes dominicos, cabe citar especialmente a Santo Tomás, en quien se manifestó en gran medida la influencia del cuerpo astral de Cristo, como veremos más adelante. El siglo XVI marcó el comienzo del período en que las individualidades se aprestaban a entretejer en el Yo, las imágenes del Yo Crístico. Uno de ellos fue Christian Rosenkreutz, el primer rosacruz.

Precisamente gracias a este hecho, es como se hizo posible una conexión más íntima con el Cristo, tal y como nos revelan las enseñanzas esotéricas. El poder de Cristo hará al hombre cada vez más perfecto, lo espiritualizará y lo conducirá de nuevo al mundo espiritual. La humanidad había desarrollado su intelecto a expensas de la clarividencia; el poder-Cristo permitirá al hombre aprender aquí en la tierra y ascender de nuevo con lo que habrá adquirido. El hombre viene del Padre y el poder de Cristo le conduce de nuevo al Padre.

Traducido por J.Luelmo. jul,2025


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