Acerca de la muerte. (el significado de la inmortalidad del alma humana.)
Después de haberme permitido en las tres primeras conferencias de esta serie hablar sobre la naturaleza y la actitud de la ciencia espiritual en general, quisiera ahora tratar temas específicos del campo de esta ciencia espiritual en los siguientes argumentos; y señalo desde el principio que esta conferencia de hoy y la de la semana próxima, «El significado de la inmortalidad del alma humana», que en cierta medida forman juntas un todo, tratarán de las cuestiones de la vida del alma humana que están relacionadas con la muerte y con lo que sigue para el hombre a partir de la muerte, y que quisiera designar con la expresión: el significado de la inmortalidad del hombre.
Por lo general, hay que señalar de antemano que no es fácil hablar sobre el tema de esta noche en nuestro tiempo actual, ya que hay muchos obstáculos externos e internos en la formación actual de los tiempos para la consideración de lo que está relacionado con la palabra «muerte». Sobre todo, para que las reflexiones de esta tarde no nos empujen a malentendidos, hay que señalar que la ciencia espiritual no está, en cierto sentido, tan bien situada como muchos otros campos científicos actuales. La ciencia espiritual depende del análisis de las áreas de las que habla en el sentido más estricto, en el sentido más estricto lógicamente diferenciado de las áreas vecinas. Hay que decir esto porque las discusiones que van a tener lugar hoy y la próxima vez sólo tienen importancia para la experiencia humana, y porque una ciencia más naturalista de la época actual se sentirá muy inclinada a extender lo que se entiende por muerte a todo lo que vive. Ahora bien, es precisamente la ciencia espiritual la que muestra que lo que exteriormente es lo mismo para las diferentes especies de seres puede ser muy diferente interiormente, y en el curso de las conferencias de este invierno probablemente habrá también ocasión de llamar la atención sobre lo que significa la muerte en el reino vegetal y lo que significa en el reino animal. En esta consideración, en primer lugar sólo se pretende hablar de la muerte en relación con lo humano. - Pero hay también muchos otros obstáculos cuando se trata de una especie de discusión de nuestro tema desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Sin entrar en una descripción general, nos gustaría mostrar cómo se constituyen estos obstáculos desde el punto de vista de la ciencia espiritual, utilizando hechos individuales.
Estos obstáculos residen en un miedo, podríamos decir, al problema de la muerte que no emerge claramente en la conciencia humana. No hay más que ver cómo se manifiesta ese miedo en los espíritus más esclarecidos de la actualidad. Se podría señalar a muchas, muchas de las personalidades más esclarecidas de la actualidad: se encontraría lo mismo. Lo haré hoy con respecto al gran investigador religioso y orientalista Max Müller. Si ustedes revisan sus escritos para ver lo que dijo aquí y allá sobre la muerte, les llamará la atención sobre todo lo que encontramos en muchas personalidades contemporáneas: la renuencia a pensar siquiera en la posibilidad de investigar algo sobre la muerte. El verdaderamente grande Max Müller pudo decir: todos los pensamientos humanos que vagan más allá de la vida del hombre, que se encuentra entre el nacimiento y la muerte, aunque fueran expresados por un poeta como Dante en la «Divina Comedia», todos esos pensamientos son sólo poesía infantil. En efecto, dice Max Müller, si un ángel descendiera a la tierra desde las alturas del cielo y quisiera decir algo al hombre sobre las condiciones de la vida humana dentro del mundo después de la muerte, el hombre entendería estas afirmaciones del ángel tan poco como un niño que acaba de nacer entendería algo si se le diera un sermón sobre las condiciones de la vida presente en cualquier lenguaje humano. Por eso, incluso los espíritus más esclarecidos de la actualidad se muestran algo reacios a hablar de estas cosas en absoluto. Max Müller no es un espíritu negativo respecto a la inmortalidad humana; está imbuido de una cierta certeza de fe en la vida después de la muerte. Simplemente no quiere reconocer la posibilidad de que el hombre adquiera ningún conocimiento sobre lo que hay más allá de la muerte. En cierto sentido, quiere subrayar una y otra vez que el hombre no sólo no puede saber nada de los reinos que hay más allá de la muerte, sino que tampoco debe saber nada.
En las tres conferencias anteriores hemos hablado tan favorablemente de este modo de pensar científico y tan favorablemente de lo que ha sacado a la luz, -si tan sólo se mantiene dentro de sus límites-, que no se me malinterpretará hoy si ahora introduzco brevemente por qué es difícil con el modo de pensar científico admitir que existe la posibilidad de penetrar en el reino más allá de la muerte. ¿En qué se basa esta forma de pensar científica? ¿Cómo surgió? Por eso ha llegado a ser tan grande que ha establecido el principio de la observación sensorial humana y la aplicación de la actividad intelectual a esta observación sensorial en el sentido más estricto de la palabra.
Ahora una cosa es fácil de comprender. Si uno hace del principio de la observación sensorial, del principio de investigar todo lo que el intelecto puede obtener a través de esta observación sensorial, el principio exclusivo de la investigación, entonces uno indudablemente quiere investigar a través de aquello que el hombre recibe con su formación corporal desarrollada a través de su nacimiento en la vida física. Lo que uno podría abordar como algo «inmortal», que tiene una vida espiritual más allá del nacimiento, o de la concepción, y de la muerte, no puede, evidentemente, incluirse en el campo de la observación de los sentidos y de la investigación intelectual, que está ligada a los sentidos. En su cuerpo, el hombre recibe sin duda lo que organiza sus sentidos y lo que organiza el intelecto ligado a los sentidos.
Lo que investiga, lo hace en el sentido más eminente a la manera científica de nuestro tiempo, el hombre lo adquiere indudablemente en el ámbito de la temporalidad; esto pertenece al ámbito en el que se disuelve nuestro ser cuando atravesamos la puerta de la muerte. La ciencia natural en el sentido actual trabaja pues, indudablemente con instrumentos que, así como nacen con el nacimiento, desaparecen con la muerte. Y si del trabajo con estas herramientas, se hace el principio exclusivo de la investigación, cómo no va a ser fácil reconocer que no se puede investigar aquello a lo que estas herramientas ciertamente no pueden llegar. Por lo tanto, nada parece más insensato que suponer que los medios de la investigación científica puedan penetrar jamás en los misteriosos reinos que yacen más allá de la muerte.
Por eso es cierto que no fueron las peores mentes del siglo XIX las que llegaron a negar la vida más allá de la muerte precisamente desde el punto de vista científico. ¡Verdaderamente, no fueron los peores pensadores! Porque entre los muchos elogios extraordinarios que hay que conceder al modo de pensar científico, tal como se ha desarrollado en los últimos tres o cuatro siglos y tal como domina hoy la educación general y el pensamiento general en mucha mayor medida de lo que algunos quisieran admitir, entre todos los elogios que hay que conceder a este modo de pensar y a esta investigación científica, sin duda también está el que se justifica al decir: Esta forma científica de pensar ha educado a las personas para que superen sus prejuicios, sus deseos y anhelos, -aquello que vive en su subjetividad-, no tienen voz cuando se trata de identificar científicamente algo. Es precisamente ese gran respeto que se puede tener por el modo de pensar científico cuando uno ve realmente sus esfuerzos y los experimenta: proceder de forma estrictamente objetiva en la observación, de tal manera que todo lo que el hombre quisiera que fuera, lo que fluye del sujeto humano, no desempeña realmente ningún papel en la investigación. Y ¡cómo no iba a ser así con la cuestión de la muerte! Pero, ¿no ha ocurrido siempre que las emociones del hombre, sus deseos y anhelos desempeñan el papel más importante en las respuestas que se da a sí mismo sobre lo que hay más allá de la muerte? Al no permitir que estas cosas desempeñaran un papel en la investigación científica, las personalidades más éticas del siglo XIX llegaron a rechazar la vida después de la muerte.
Cuando se buscan las razones por las que estos espíritus llegaron a tal rechazo de la vida después de la muerte, se encuentra que eran motivos básicamente nobles. Esto hay que concederlo sin más. Hubo incluso algunos entre los pensadores materialistas del siglo pasado que dijeron que era parte del egoísmo humano, parte de los impulsos del egoísmo humano, desear que el pequeño ego de uno, todo lo que uno experimenta y es como ser humano entre el nacimiento y la muerte, llegara más allá de la muerte; Sería más noble, según muchos y sobre todo éticamente valiosos espíritus materialistas, que el hombre permitiera que lo que trabaja, lo que adquiere entre el nacimiento y la muerte, fuera absorbido por la vida humana general, por la corriente del devenir histórico, que se entregara al todo; Depositar en la tumba aquello que el propio ego le ha aportado a uno, pero dejar que lo que uno ha experimentado espiritual y emocionalmente fluya en la vida humana general y saber: este ego no se conserva a sí mismo, sino que se sacrifica en el altar de la humanidad general. En tal sacrificio, en tal disolución de lo que uno ha adquirido en la vida, algunas personas que no son realmente moralmente profundas y científicamente formadas veían lo que se puede decir sobre la muerte del hombre.
Ahora bien, ciertamente hay mucho dentro de la vida humana del afecto, dentro de la vida humana del deseo, que se rebela contra tal flujo hacia la corriente general de la humanidad. En una respuesta verdaderamente epistemológica a nuestra pregunta, nada de esto debería desempeñar un papel. Pero hay algo que puede conducir al hombre, si no a una respuesta, al menos inicialmente a una pregunta correcta en relación con la muerte y el paso del ser humano por esta muerte. Incluso si se prescinde de todos los deseos, de todos los temores que el hombre tiene hacia la muerte, si se prescinde de todo lo que le gustaría tener como respuesta sobre el más allá de la muerte, y si en realidad sólo se mira lo que está justificado mirar: la economía en el universo, entonces la respuesta, -sólo quiero plantear primero una pregunta-, es algo así: Si consideramos lo que el hombre adquiere interiormente en la vida lo más valioso, lo más significativo, lo que cobra vida en el alma como nuestro bien más íntimo y como un bien en relación con lo que podemos hacer por nosotros mismos y nuestro entorno por amor, devoción y otros impulsos, y nos preguntamos: ¿Qué es lo más valioso? Es algo tan íntimo, tan individual para cada alma humana que, por su carácter íntimo, no puede entregarse a la corriente de la existencia general. Verdaderamente: tanto como podamos dar, tanto como podamos dar para que lo que tenemos que dar siga procesándose en la corriente general de la existencia, -lo más valioso está tan estrechamente unido a nuestra alma que no lo regalaríamos, que necesariamente tendría que hundirse en la tumba general de la nada si no atravesáramos la puerta de la muerte como un algo. Pues no cabe duda de que lo que el alma humana gana y obtiene como lo más valioso se perdería para la economía del mundo si la vida humana terminara con la muerte. Pero eso contradiría lo que realizamos en todas partes del universo. En ninguna parte del universo nos damos cuenta de que las fuerzas se desarrollan hasta una altura, hasta la altura máxima, hasta la que primero pueden desarrollarse, y luego desembocar en la nada; pero en todas partes las fuerzas sólo se producen de tal manera que se transforman, que siguen actuando en el mundo. ¿Debería el ser humano por sí solo ser llamado a elaborar algo que no seguiría procesándose en el universo, sino que tendría que disolverse en la nada?
Esto no es ni remotamente una respuesta, sino la formulación de una pregunta desde un punto de vista bastante independiente de lo que al hombre le gustaría y de lo que son los deseos humanos:
¿Cómo sería posible, en el sentido de una economía general del mundo, que tan claramente se nos presenta en todas partes como ejemplo de una observación general de la naturaleza, que lo que el hombre elabora en su alma en su vida entre el nacimiento y la muerte se hunda en la nada? Pero más allá de la formulación de esta pregunta, no es realmente posible con los medios externos de investigación. Pues no cabe duda de que lo que puede llamarse inmortal en el hombre debe buscarse
Ya hemos hablado en las conferencias introductorias del hecho de que el hombre es capaz de desarrollar su alma por medio de métodos científico-espirituales de tal manera que ésta se desprende de la experiencia corporal como a través de una química espiritual, de modo que realmente lucha hasta un punto en la vida en el que puede expresarse no meramente como una frase, sino como una experiencia interior directa: Sé lo que significa desarrollar en mí una actividad anímico-espiritual que no tiene el cuerpo como instrumento. ¿Podemos esperar, -lo que tendría que ser el caso si investigáramos la muerte-, que se pueda decir algo sobre la muerte a través de algo distinto de la investigación con los medios de la experiencia externa, a saber, a través de tales poderes de cognición despertados del modo descrito? Especialmente si uno piensa en términos científicos, uno debe decir: lo que debe ser investigado debe ser experimentado. Pero la muerte no puede experimentarse con ninguna herramienta externa, que es precisamente lo que nos quita nuestras herramientas externas.
Así pues, sólo puede haber una exploración de la muerte con la única condición de que dicha exploración sea posible con herramientas que no se encuentren dentro de la vida corporal.
Se ha señalado que, por medio de ciertos ejercicios íntimos del alma, el hombre puede lograr tal fortalecimiento, tal vigorización de su vida anímica, que en realidad se produce en él algo así como un desprendimiento de lo anímico-espiritual de lo corporal, semejante al modo en que el oxígeno se desprende del hidrógeno al descomponerse el agua. Así, por medio de los ejercicios indicados en las conferencias anteriores, lo anímico-espiritual del hombre se desprende de lo físico y el hombre es llevado a experimentar interiormente en lo anímico-espiritual. Cuando el hombre experimenta interiormente de esta manera en lo anímico-espiritual, cuando todavía tiene una vida libre del cuerpo y ha llegado a tener su propio cuerpo como un objeto fuera de sí como un objeto externo, entonces se da cuenta de lo que ha significado para los investigadores espirituales de todos los tiempos que han acercado dos experiencias: la experiencia de la llamada iniciación y la experiencia de la muerte.
Sólo debemos señalar que en todos los tiempos ha existido lo que se llama investigación espiritual. La investigación espiritual ya se realizaba en los tiempos más antiguos de la humanidad, del desarrollo histórico humano sobre la tierra en los llamados misterios. Si quieren saber más sobre esto, pueden leer lo que allí se dice sobre los misterios de la antigüedad en mi libro «El cristianismo como hecho místico». Sólo en aquella época la investigación espiritual no podía llevarse a cabo en el sentido de nuestro tiempo. Los hombres cambian bastante en el curso del desarrollo histórico; y antes de seguir hablando de esto, quisiera señalar que en los tiempos antiguos del desarrollo humano había que llevar a desarrollar en el alma potencias muy diferentes, de modo que el hombre debía ser llevado a lugares que eran, por así decirlo, una cosa intermedia entre el arte, la ciencia y la religión, para que a través del desarrollo de sus potencias anímicas el mundo espiritual se presentara esencialmente ante él.
En nuestros tiempos deben desarrollarse en las almas fuerzas diferentes a las del pasado, después de que las almas han sido educadas en las ciencias naturales en los últimos siglos. Y así la ciencia espiritual en nuestro tiempo, -la cual debe ser una continuación de la ciencia natural-, también debe ser algo diferente de lo que fue en la antigüedad. Pero siempre ha aportado dos experiencias a las almas: el desarrollo de las facultades del alma, que permiten experimentar el mundo espiritual independientemente del físico, y la experiencia de la muerte. Una y otra vez encontramos expresado en los diversos escritos que el ser humano que ha sido llevado a experimentar el mundo espiritual, sus procesos y entidades en los Misterios, se ha acercado a la «puerta de la muerte»; es decir, que experimenta algo en sus vivencias de lo que sabe directamente que es similar a la experiencia de la muerte, o que es algo de lo que también se puede saber, si se reconoce, cuál es la naturaleza de la muerte. La persona que pasaba por la iniciación sabía que tenía que ir al borde de la muerte. Eso se decía siempre. Y en mi libro «Ein Weg zur Selbststerkenntnis des Menschen» (Un camino hacia el autoconocimiento del hombre) tuve que citar una experiencia, que ya he mencionado aquí, a la que llega el hombre cuando deja que lo que se llama meditación, concentración y demás trabaje en él a través de años de práctica. Allí afirmaba que: Cuando el hombre emprende ese desarrollo de su alma a través del cual crece fuera del cuerpo por un corto tiempo en una experiencia y vivencia sin cuerpo, entonces el hombre llega a un momento infinitamente significativo, a un momento que luego se vuelve estremecedor para el alma cuando ocurre por primera vez. Luego debe repetirse varias veces para el investigador espiritual; pero cuando ocurre por primera vez, es una experiencia que tiene un profundo efecto en la vida del alma. Si esa actividad del alma que en la vida ordinaria se denomina atención, devoción, se incrementa hasta un grado ilimitado, entonces las fuerzas anímicas independientes del cuerpo se fortalecen de tal manera que se produce un momento muy definido en la vida del alma. Puede ocurrir en medio del ajetreo de la vida cotidiana; ni siquiera es necesario que perturbe si uno se eleva a tal experiencia mediante un desarrollo correcto, tal como se describe en el libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?», y la experiencia ordinaria del día puede continuar por lo demás. O este momento puede ocurrir en las profundidades de la experiencia nocturna, durante el sueño. Entonces uno se siente de repente a sí mismo, o siente una inspiración o intuición que fluye en su vida general durante el día. Me gustaría describir una experiencia típica. Puede ser cientos y cientos de cosas diferentes en las personas, pero siempre tendrá algo de lo que quiero describir ahora. Intentaré ponerlo en palabras; pero al hacerlo soy consciente de que sólo puede expresarse imperfectamente con palabras tomadas desde lo sensorial.
Tienen la sensación de que le han despertado en mitad del sueño y tiene la sensación de que le están diciendo algo:
¿Qué me ocurre? Es como si un relámpago irrumpiera en el espacio en el que me encuentro y destrozara el recipiente de mi corporalidad exterior. En un momento así de comprensión exaltada, uno no sólo siente que algo se arrastra sobre uno que lo destruye en relación con la corporeidad exterior, sino que uno se siente virtualmente penetrado y pulsado por esta destrucción de la corporeidad exterior. Uno siente que sólo puede mantenerse en esta experiencia a través de las fortalecidas fuerzas interiores del alma, y se dice a sí mismo: «Ahora sé lo que puede estar presente en el mundo exterior para desprender de mí la corporalidad en la que estoy atrapado». A partir de este momento, uno sabe a través de lo que ha experimentado de esta manera que hay un alma-espiritual en el hombre que es en toda circunstancia independiente de la corporalidad del hombre, para quien esta corporalidad se revela como un recipiente y una herramienta externa.
A partir de este momento, uno sabe en la imagen lo que es la muerte. Ciertamente, al principio es un conocimiento indeterminado, una experiencia indeterminada; pero confiere al alma ese estado de ánimo interior, ese tono de sentimiento, esa captación interior de una realidad espiritual a través de la cual se hace capaz de entrar en aquello que le permite penetrar en los reinos de la vida espiritual. Es una experiencia íntima de la que he hablado; pero es una experiencia de un tipo humanamente bastante general, -por eso es de un tipo humanamente bastante general-, porque es tan seria que nos separa de lo que está conectado en el sentido más estrecho con los deseos y la volición personales, y nos hace conocer lo que en realidad está siempre meramente detrás de la vida. Pero esto muestra algo más muy claramente: la diferencia en el logro del verdadero conocimiento científico-espiritual y la comprensión científico-espiritual - y todo otro conocimiento externo y comprensión externa. La ciencia exterior, el conocimiento exterior se alcanza aprendiendo esto o aquello, dedicándose a este o aquel empeño; entonces uno acaba de alcanzar lo que desea aprender. Trabajando uno adquiere lo que debe saber. Este no es el caso del conocimiento científico-espiritual. Ahora no es para que alguien crea: Sí, el conocimiento espiritual-científico se alcanza de tal manera que una vez que la iluminación viene sobre el alma; entonces ve en todo el reino del espíritu. Así es en verdad como algunas personas lo imaginan: que el conocimiento científico-espiritual se alcanza sin ningún esfuerzo. Pero no es el caso. Y si alguien dijera: Por parte de la investigación espiritual se dicen muchas cosas que el historiador sólo puede sacar a la luz a partir de los documentos y las fuentes con toda la labor de años de trabajo, y entonces el investigador científico-espiritual viene y dice algo sin sospechar cómo tal cosa sólo es posible decirla a través de años de investigación; eso es presunción, -entonces, sin embargo, hay que replicar: No es sólo el trabajo requerido para tales años de investigación documental y años de experimentación lo que el científico espiritual debe emplear; sino todo el trabajo necesario que debe hacer sobre sí mismo durante años. Pero en cierto modo este trabajo tiene un objetivo diferente, un carácter diferente. Lo que se puede hacer como investigador científico-espiritual no es en realidad lo que lleva al conocimiento, sino que es sólo la preparación para ello. Y todo lo que se dice en mi escrito «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?» es sólo una descripción de lo que el alma tiene que hacer para prepararse para el momento en que se le revele el mundo espiritual. La preparación, no la elaboración como en la ciencia exterior, es lo que tiene que hacer primero el investigador espiritual. Sin embargo, uno también aprende a reconocer esto cuando puede conectar un significado con las palabras: Me experimento a mí mismo como un ser anímico-espiritual dentro del mundo espiritual.
Entonces uno conecta un significado con otra cosa, a saber, con aquello que no parece tan importante como la cuestión de la muerte, porque la conciencia ordinaria está acostumbrada a ello: con aquello que irrumpe en la vida cada día como el dormir. Uno aprende a reconocer lo que es el dormir, y cómo cada vez que el hombre se va a dormir deja la entidad corporal-física en relación con su entidad anímica-espiritual, igual que en la descomposición química del agua el hidrógeno deja el oxígeno - con la salvedad de que cuando el hombre está fuera del cuerpo mientras duerme no está lo suficientemente fortalecido para que la vida normal del alma mantenga la conciencia. En la vida normal el hombre sólo es capaz de mantener su conciencia cuando está inmerso con el ser anímico-espiritual en el cuerpo físico y éste le refleja, como en un espejo, su experiencia espiritual. Él sólo puede tener esta experiencia como una imagen refleja en su conciencia espiritual. Es como si el hombre sólo pudiera tener su conciencia caminando entre espejos, por así decirlo, y al mirarse en los espejos llegara a sentir, a sentirse a sí mismo. Pero cuando el hombre se ve en un espejo en la vida ordinaria, sabe que no es el espejo la causa de la imagen, sino la persona que está frente a él. Lo mismo sucede cuando el hombre experimenta un desarrollo espiritual en su alma: entonces comienza a saber que lo que imagina, siente y percibe en la vida ordinaria es como una imagen especular, y que en la experiencia espiritual es una entidad que se percibe a sí misma como en la imagen especular cuando está inmersa en la corporeidad. El cuerpo dota al alma de la fuerza suficiente para que pueda percibirse a sí misma; pero si está fuera del cuerpo, entonces no tiene la fuerza suficiente para saber de sí misma. Cuando el hombre llega, por así decirlo, a sentir, a sentir y a experimentar su experiencia de lo anímico-espiritual independiente, entonces sabe que detrás del espejo de la conciencia ordinaria está lo que realmente es; entonces empieza a saber, no sólo como una frase, sino por experiencia directa, que desde que se duerme hasta que se despierta está dentro de su entidad anímico-espiritual real y experimenta en ella aquello de lo que no puede ser consciente en la experiencia humana normal.
El investigador espiritual aprende a experimentar de la misma manera que uno experimenta en el dormir, pero sólo con la enorme diferencia de que uno está inconsciente en la vida normal del dormir, mientras que el investigador espiritual se experimenta a sí mismo conscientemente en su ser interior preparando y fortaleciendo el alma en relación con la experiencia corporal-física. Entonces el investigador espiritual efectúa sus vivencias con referencia a esta experiencia independiente del núcleo anímico-espiritual del ser. Una experiencia es de particular importancia aquí. Podría llamarse la «experiencia de la transformación con el Yo». Después de todo, es el yo lo que debemos llevar a través de la vida para que ésta fluya con normalidad. A menudo se ha mencionado que el yo se enciende a partir de un determinado punto de la experiencia infantil. Este es el punto hasta el cual recordamos en la vida. Y si podemos retroceder en el recuerdo, entonces sabemos que todo lo que hemos experimentado puede estar conectado con el yo. Nos sentamos junto a nuestro yo, por así decirlo, y sabemos que estamos conectados con todas nuestras experiencias conscientes. Sólo así está garantizada nuestra yoidad, pues nos sentimos conectados al yo con todas nuestras experiencias espirituales. Cuando el investigador espiritual alcanza realmente el punto en el que su núcleo anímico-espiritual se separa fuera del cuerpo físico, entonces tiene lugar una gran transformación con su experiencia del yo, una transformación para la que uno debe estar preparado de modo que no se sienta consternado por ella. Buena parte de lo que se describe en mi escrito «Cómo Alcanzar el Conocimiento de los Mundos Superiores» tiene por objeto preparar al alma para esta experiencia.
¿Qué sucede en un momento determinado cuando el alma se libera del cuerpo? Lo que sucede allí, lo que se convierte en una experiencia directa, puede aproximarse de la siguiente manera, y me gustaría adoptar el siguiente enfoque.
Si tomamos el cuerpo humano tal como la ciencia externa lo investiga con sus instrumentos externos, ya debería estar claro por razones lógicas externas que este cuerpo humano debe estar impregnado de algo para que no siga sus propias leyes y su propia necesidad interior. ¿Cuáles son estas leyes y necesidades? Bueno, se muestran en la muerte, cuando el cuerpo humano físico se aproxima a la descomposición. Entonces es abandonado a sus propias leyes. Por una cierta lógica, que ya he explicado aquí, se puede deducir de lo que aquí se ha dicho que en el hombre debe haber algo superior a este cuerpo físico; pero siempre debe quedar un cierto residuo en tales consideraciones lógicas, que posibilita objeciones si no existe desde el principio un sano sentido de la verdad para lo que la ciencia espiritual es capaz de investigar desde los fundamentos primigenios de la existencia. ¿En qué consiste, sin embargo, cuando se produce realmente ese acontecimiento que puede llamarse iniciación, mediante el cual el investigador espiritual se experimenta interiormente independiente de su ser físico-corporal? Entonces tiene realmente su corporeidad fuera de sí, se conoce a sí mismo fuera de esta corporeidad, no la tiene a su alrededor; ¿y cómo se le aparece? No vayan a creer que es tan bonito y lindo que estén flotando fuera de su corporalidad y tengan su cuerpo tendido en la cama, intacto y tranquilizador. No es así. Pero lo que uno percibe cuando se ha preparado de la manera adecuada es algo muy extraño. Es tal que no se llega a conocer el cuerpo en las fuerzas en las que vive, sino que se llega a conocerlo en las fuerzas que ya están presentes a lo largo de la vida como factor desintegrador, como fuerzas de la muerte, se llega a conocer aquello que trabaja sobre el cuerpo a lo largo de la vida para destruirlo. Si se quiere uno expresar científicamente, eruditamente, se puede decir: se llega a conocer la muerte latente en el cuerpo. En todas partes se llega a conocer las tendencias del cuerpo a dividirse, a incorporarse a los elementos de la tierra; se llega a conocer el cuerpo tal como quiere disolverse. Uno puede expresar lo que experimenta con respecto a su cuerpo mediante una comparación; sin embargo, ésta no pretende ser una mera imagen, sino que se utiliza para expresar experiencias interiores que es necesario tener.
Contemplen la llama de una vela. La vela se quema. El combustible se consume. Mientras el combustible siga ahí, la llama puede estar ahí. Pero, ¿Cuál es la única razón de la llama, la única razón por la que existe? Sólo por el hecho de que el combustible se quema gradualmente, de que se disuelve. Si se quisiera impedir que el combustible se disolviera, habría que apagar la llama. No se puede exigir que la vela permanezca intacta y que la llama siga ahí. Sólo se puede tener la visión y el beneficio de la llama si se consume el combustible. Al igual que tal llama ardiente, en comparación, en la visión suprasensible el propio cuerpo físico se le aparece a uno consumiéndose. El cuerpo aparece como el combustible que se consume; y la llama también se le aparece. A través de esta misma presencia sabemos lo que ocurre en el cuerpo, que siempre hay una tendencia en el cuerpo a consumirse. Así como en una vela la llama surge gracias a que se consume el combustible, así en el hombre lo que en la vida ordinaria se llama su conciencia del yo surge de sus poderes de muerte. Uno nunca podría experimentar este yo si no llevara la muerte en su cuerpo. Así es para el hombre. Supongamos hipotéticamente la idea de un cuerpo humano que estuviera tan integrado en el mundo que no pudiera morir, que además de las fuerzas que lo hacen crecer y engrandecerse, no tuviera también las fuerzas que lo consumen con la misma certeza que la llama consume la vela: ¡su yo se apagaría, el yo dejaría de estar allí! Esta es la impresionante toma de conciencia que uno adquiere como investigador espiritual, la impresionante toma de conciencia que hay que resumir en las palabras: No sólo llevamos las fuerzas del crecimiento, llevamos las fuerzas de la muerte dentro de nosotros; y el hecho de que las llevemos dentro, de que tengamos la tendencia de la muerte dentro de nosotros, nos da la posibilidad de la conciencia del yo para la vida entre el nacimiento y la muerte. Esto se nota en un proceso interior muy definido, en el proceso de que realmente se siente una transformación que tiene lugar en el yo cuando ahora estás fuera del cuerpo físico como investigador espiritual. El yo se convierte en algo que a uno no le gustaría que se convirtiera. A partir de un pensamiento que por lo demás siempre le acompaña a uno en la vida, sin el cual uno no está allí despierto en absoluto, el yo, este yo que por lo demás uno tiene en la vida normal, se convierte en algo que entonces uno no tiene en sí mismo, sino que lo ve frente a sí mismo, realmente como si flameara a partir de la imagen de la muerte física: el yo se convierte en un recuerdo. Esta es la transición significativa que va de la cognición espiritual externa a la cognición espiritual, que uno tiene el yo en sí mismo como un mero recuerdo, del cual uno sabe: Está ahí, uno puede mirarlo como a un recuerdo, pero ahora no puede uno tenerlo en sí mismo. De esta manera uno aprende espiritualmente a conocer la muerte y su conexión con el yo tal como es en la vida humana normal.
Ahora puede continuar la exploración espiritual. Lo que experimentamos en el alma puede dividirse en tres grupos de experiencia espiritual. De esta experiencia espiritual hay que destacar primero dos grupos como especialmente importantes y significativos: el pensar imaginativo y la volición, la voluntad. Cuando estamos en la vida cotidiana, tenemos que acompañar esta vida cotidiana con nuestros pensamientos. ¿Qué seríamos como seres humanos si no fuéramos por el mundo pensando, si no pudiéramos pensar sobre las cosas? ¿Qué seríamos como seres humanos si no tuviéramos los impulsos de hacer esto o aquello, de realizar esto o aquello? La voluntad y el pensar son las fuerzas en la vida del alma que siempre acompañan a las personas a través de su vida cotidiana.
Si se avanza en la investigación espiritual hasta la experiencia sin cuerpo en el alma, entonces se hace el descubrimiento adicional de que no se puede llevar a la experiencia sin cuerpo, aquello mediante lo que uno se
La otra parte, cómo se llega a conocer el pensar, es ahora algo que a su vez resulta tal en la investigación espiritual que es imposible, si no se está bien preparado para ello, simpatizar desde el principio con lo que se llega a saber. Se llega a conocer la elaboración interior, el sentimiento interior, la vivencia interior del alma. Se llega a conocer el alma como algo interiormente móvil; se llega a conocer una actividad del alma de la que se puede decir: ¿Qué pretende esta actividad? Quiere formar pensamientos. Pero tal como aparece, no puede formarlos. Se llega a conocer una parte de la actividad del alma que sirve para reparar el cerebro cansado mientras se duerme; se puede estar satisfecho con eso. Se aprende otra parte de la actividad del alma, con la cual uno se encuentra con toda la parte física del cerebro como desde dentro, del que uno puede decirse a sí mismo: Ya lo tienes. Y adentrándose en ello, examinando más de cerca: ¿Por medio de qué lo tienes? ahora se da uno cuenta: Lo tengo por medio de lo que he experimentado desde el nacimiento y he procesado en mi alma; pero se ha convertido así en algo que, tal como eres, impulsa tu cerebro; y ese algo no permite que surja lo que quiere surgir como pensamientos ordinarios de la vida cotidiana. Así que el investigador espiritual vive él mismo en un estado en el que se siente encerrado en el cuerpo, que para él es la admirable herramienta espiritual del pensar, como en una cámara, como en una prisión. Y se siente tan tocado por esto que se dice a sí mismo: ahora podrías formar pensamientos a partir de tu actividad interior si tu cerebro no yaciera allí como una sustancia pesada y no quisiera ser sacudido hacia lo que el alma quiere.
Suele decirse que los métodos a los que tiene que someterse el investigador espiritual conllevan un cierto sufrimiento. El sufrimiento consiste siempre en que se impide algo que uno quisiera practicar en el alma. Incluso el dolor físico consiste en esto; pero esto se puede discutir más tarde. El sufrimiento es lo que el investigador espiritual capta en su devenir y lo que quiere convertirse en pensamiento pero no puede convertirse en pensamiento; porque el cerebro sólo es apto para los pensamientos que se alcanzan en la vida normal. Quizá se comprenda precisamente en este punto que la investigación del problema de la muerte se convierte en un martirio interior del alma, que sólo se puede emprender porque el hombre tiene en sí mismo el impulso necesario de conocimiento para llegar tras los secretos de la vida. Quizás también habrán comprendido que esta investigación no se emprende tan a menudo, porque de hecho, al instalarse en los ámbitos de la vida en los que uno se enfrenta a algo de este misterio, uno sólo puede progresar sobre todo, si puede ir más allá de todo lo que de otro modo sólo le apetece en la vida, de lo que le es connatural en la vida. Por tanto, no será fácil hablar con otra cosa que no sea un cierto tono de melancolía y profunda seriedad sobre lo que se acaba de señalar. Y entonces se adquiere cada vez más la posibilidad no sólo de ver la falta en la experiencia anímico-espiritual sino que se aprende a abstenerse de querer formar pensamientos a través del cuerpo a partir de lo que se experimenta de este modo. Este «abstenerse» es fácil de decir; pero esta renuncia pertenece a los asuntos serios y profundos de la vida. Es una renuncia que uno sólo alcanza a través de cierta amargura, que sólo se justifica por el hecho de que conduce al conocimiento. Una vez que se ha experimentado esto: no poder encontrar expresión en el pensamiento con respecto a lo que se ha logrado, entonces se experimenta interiormente. ¿Y qué experimenta uno entonces? Se experimenta aquello que no es apto para intervenir en el cuerpo ahora, porque el cuerpo lo impide, pero que forma una semilla para una nueva corporalidad, que construimos para una próxima vida en la tierra, cuando hayamos pasado por una vida en un mundo puramente espiritual después de la muerte. Lo que se experimenta en el tiempo entre la muerte y el próximo nacimiento se tratará más adelante.
A través de las experiencias interiores que el investigador espiritual tiene con su pensar, he intentado mostrar cómo experimenta su núcleo interior, anímico-espiritual del ser, que a través de sus propias peculiaridades debe surgir en una próxima vida terrenal tan verdaderamente como una semilla de planta que se desarrolla debe surgir en una nueva planta. Pues no es especulando sobre ello como se llega a saber lo que crece del hombre más allá de la muerte, sino reconociendo lo que se está preparando en vida para una vida más allá de la muerte y, con ello, para una nueva vida en la tierra; cuando se busca lo que no se puede ver con ningún sentido ni se puede pensar con ningún intelecto ligado a los sentidos. La ciencia espiritual no quiere especular ni filosofar sobre la inmortalidad; más bien quiere preparar el alma humana de tal modo que el núcleo inmortal del ser se encuentre realmente en ella, se podría decir «espiritualmente preparada», del mismo modo que se examina algo en la ciencia natural preparándolo fuera del entorno en el que no se puede investigar en su peculiaridad. De igual manera en relación con el pensar.
Las cosas son incluso diferentes cuando se trata de la voluntad. Aquí también se experimenta un cambio. Entonces uno se da cuenta de hasta qué punto la voluntad que uno expresa en el mundo exterior depende de la constitución del cuerpo, de cómo lo que se llama una voluntad fuerte en la vida ordinaria está tremendamente conectado con toda la constitución de nuestro cuerpo. Con cada impulso de voluntad ponemos nuestro cuerpo en el juego, por así decirlo. Pero ahora, en el terreno de la investigación espiritual, debemos tener la voluntad sin tener el cuerpo con nosotros. Allí la voluntad se afirma inmediatamente mostrándose: ahora está allí de una manera a la que no estamos acostumbrados. De lo contrario, cuando tenemos un impulso de voluntad, estamos acostumbrados a poner el cuerpo en acción; cuando el cuerpo yace ocioso en la cama, no surge ningún impulso de voluntad. Siempre sentimos impulsos de voluntad en relación con el cuerpo. Pero ahora el alma, que quiere penetrar en el mundo espiritual, está más allá del cuerpo; allí el cuerpo coopera en el impulso de la voluntad. Esto provoca una cierta tensión interior, como si la voluntad estuviera limitada por todos lados, como si estuviera encerrada en un caparazón impenetrable, como si a uno se le impidiera pensar, imaginar, sentir y percibir, caminar, estar de pie, todo. Uno siente la voluntad en su autocontención, pero como si por todas partes colindara con muros a través de los cuales no puede pasar. Y a su vez se deben impulsar los ejercicios espirituales interiores hasta tal punto que no sólo se note esa negatividad en la voluntad, sino que se pueda experimentar lo interior como impulsado ahora en la voluntad. Entonces uno se da cuenta: que otra vez pretende algo, de lo cual hay que decir que no le gusta experimentarlo. Cuando uno aplica la voluntad en el mundo exterior, tiene los impulsos de la voluntad por un lado y el orden moral-social por otro. Uno se impone deberes en la vida, o tiene deberes que le impone el orden moral-social. Uno distingue entre una voluntad buena y una mala, entre lo que está bien y lo que está mal; uno distingue en el mundo exterior las reglas morales de los impulsos de la voluntad. Esto es muy correcto. Ahora que uno se ha retirado del mundo exterior, la voluntad permanece con uno de un modo muy similar a como lo hacía el yo antes,(como un recuerdo): aquello que se ha pretendido permanece con uno como un recuerdo. Estoy describiéndoles cómo tienen lugar las experiencias. En este caso uno debe describir la visión imaginativa; esto puede parecer fantasioso, pero las cosas deben ser representadas de esta manera. Entonces se experimenta imprimido en su voluntad algo así como una moral inherente a esta voluntad misma. Una acción que debe ser considerada como mala por la conciencia sensorial exterior se experimenta en esta voluntad de tal modo que pertenece a aquello que uno mismo tiene que equilibrar. De manera que en el recuerdo se experimenta la voluntad de tal modo que el poder de compensación, que debe suceder porque el acto inmoral lo exige, está dentro de ella. Uno no puede sino decir: Lo que has hecho mal debe permanecer a tu lado como un enemigo fantasmal, que permanece a tu lado hasta que lo hayas eliminado mediante acciones compensatorias. Quien experimenta la voluntad en sí mismo y experimenta en su memoria lo que él mismo ha querido, se le presentarán con absoluta certeza sus errores, que seguirán teniendo efecto hasta que los haya eliminado mediante equilibradores impulsos de la voluntad. De este modo uno experimenta lo que a menudo se denomina con un nombre oriental como el funcionamiento interno del karma. Entonces sabes muy bien que cuando experimentas un acto de voluntad que has querido, lo experimentas de tal manera que ves: que se ha realizado; porque todo acto de voluntad, como el pensar, pertenece a la memoria. Uno sabe entonces: se ha cumplido, ha contribuido al mismo tiempo a nuestro avance en nuestro desarrollo; algo se derrama también sobre nuestra conciencia que puede describirse como una aclaración llena de luz en relación con lo que se ha hecho. Pero todo lo que se ha hecho obra de tal modo que uno ve cómo lo moral y lo mecánico, que están separados en la vida física, se mantienen unidos, y cómo una injusticia o una inmoralidad es efectiva hasta que uno se esfuerza por extinguirla hasta cierto punto en la vida exterior, hasta que hemos encontrado el poder de extinguir la injusticia, es decir, de reparar. Cuando experimentamos la voluntad en la cognición sin cuerpo, sabemos que internamente tiene sus impulsos morales en todas las circunstancias; sabemos que lo que se llama karma es una fuerza continua en el mundo. ¡Y ahí es cuando se produce lo doloroso: que debemos reconocer que hay muchas, demasiadas, por supuesto demasiadas acciones en nuestra vida presente para las cuales carecemos de posibilidades de compensación! De ellos sabemos ahora, puesto que los vemos en su realidad, que irán con nosotros a nuestra siguiente vida en la tierra y allí contribuirán a nuestro destino.
Lo que he tratado de indicarles con esto puede llamarse investigación de la muerte, porque significa experimentar como algo inmortal en el hombre, aquello que atraviesa la puerta de la muerte. De todo esto se desprende que la verdadera investigación de la muerte es una investigación íntima, interna, pero que es tanto más generalmente humana cuanto que reflexiona sobre lo que se encuentra en todos los seres humanos. Pues verdaderamente: aquello por lo que somos este ser humano personal particular en la vida entre el nacimiento y la muerte, que tenemos a través de nuestra corporeidad exterior y del mundo exterior; eso no va con nosotros a través de la puerta de la muerte. Con nosotros pasa a través de la puerta de la muerte, eso que está detrás de lo físico-sensorial, que evoca lo físico-sensorial y lo trae a lo exterior y a nuestra propia apariencia para la experiencia entre el nacimiento y la muerte.
Ahora hagámonos la pregunta: ¿Por qué no sabemos nada de nuestra alma inmortal en la vida ordinaria? ¿Por qué lo que puede revelarnos el misterio de la muerte está envuelto en tanta oscuridad?
La inmortalidad está envuelta en tal oscuridad, porqué la vida ordinaria del alma entre el nacimiento y la muerte la vivimos a partir de esta oscuridad. Tenemos que extinguir lo inmortal en nuestra conciencia para la vida diaria ordinaria, para que podamos vivir en el cuerpo, vivir con el mundo sensorial físico exterior, encariñarnos con este mundo sensorial exterior y llevar a cabo nuestra misión en él. En el momento en que queremos penetrar en lo inmortal, debemos extinguir nuestra experiencia físico- sensorial, nuestra vida cotidiana. Así pues, si tenemos que extinguir lo inmortal en nuestra conciencia ordinaria para tener la vida cotidiana físico- sensorial ordinaria, y puesto que sólo tenemos la vida físico- sensorial ordinaria extinguiendo lo inmortal durante un tiempo, no tenemos por qué sorprendernos de que no encontremos lo que puede iluminarnos sobre la muerte dentro de la vida cotidiana, para lo cual hay que encubrir el misterio de la muerte. El investigador espiritual también puede mostrar por qué el misterio de la muerte no se puede descubrir en la vida ordinaria. Porque con nuestra parte anímico-espiritual desde las alturas espirituales nos inclinamos hacia lo que nos es dado en la línea de herencia del padre y de la madre, y al hacerlo nos conectamos con las sustancias físico-corporales y nos sumergimos en ellas, por consiguiente la conciencia finita debe extinguir la conciencia infinita. Y con la muerte, cuando la conciencia infinita se ilumina de nuevo, la conciencia finita se extingue, y lo que puede quedar de ella permanece como un recuerdo. Pero la vida que sobreviene cuando el hombre ha traspasado la puerta de la muerte está garantizada por el desarrollo espiritual-científico del alma humana, cuando ésta aplica aquellos métodos por los que ya penetra en el mundo espiritual en la vida ordinaria y traspasa con plena conciencia la puerta de la muerte y desarrolla una vida de la que incluso daremos una descripción especial cuando lleguemos a la conferencia correspondiente, sin que la timidez reinante hoy en día a este respecto se lo impida.
La próxima vez, sin embargo, describiremos lo que, como si dijéramos, es la consecuencia directa de lo que hemos tratado de discutir hoy en términos de ciencia espiritual como el misterio de la muerte, que ya está ahí durante la vida, y al que debemos lo que la conciencia ordinaria hace posible. De hecho, existe una aversión a estas cosas en la actualidad; a la gente no le gusta investigarlas. E incluso buenos y brillantes pensadores rehúyen penetrar en esas áreas que se han señalado hoy en relación con el problema de la muerte. Pues resulta que un hombre tan excelente como Maurice Maeterlinck, en su librito «Sobre la muerte», de reciente publicación, -que hay que leer precisamente porque se sitúa brillantemente al lado de todo lo que importa-, expone los puntos de vista más erróneos sobre todo lo que se refiere al problema de la muerte. Él, que es capaz de hablar de todos los demás ámbitos de la vida de una manera muy espiritual, tuvo que fracasar en este asunto porque, como se puede ver en todas partes, tiene una manera especial de enfocar las cosas; la manera de describir la muerte con los mismos medios de cognición que las cosas externas. No es un científico espiritual. Por tanto, no se da cuenta de que hay que abandonar estos medios si se quieren explorar los ámbitos que se cuestionan en relación con el problema de la muerte. Maeterlinck se encuentra en la misma posición en que se encontraban antaño los matemáticos con respecto al problema que se denominaba la «cuadratura del círculo». Hubo un tiempo en que la gente de los círculos matemáticos solía enviar soluciones al problema de cómo convertir un círculo en un cuadrado. Pero las soluciones eran todas insatisfactorias, y hoy en día cualquiera que todavía se ocupe de este problema es un diletante, porque hoy en día se ha demostrado estrictamente que el problema no se puede resolver de esta manera. Mientras que en el pasado aún tenías la perspectiva de ser considerado un genio si querías resolver la «cuadratura del círculo», hoy cualquiera que aún quiera intentarlo es un diletante. Con respecto a la cuestión de la inmortalidad, las opiniones de la gente también cambiarán, al igual que han cambiado las opiniones de aquellos matemáticos. Porque hoy alguien sigue intentando resolver la «cuadratura del círculo» en el campo espiritual; pero habría que decirle: Estás pretendiendo que se demuestre por los medios de la vida ordinaria cuáles son los secretos de la muerte. Pero con las pruebas es sobre todo importante que se reconozcan. Y así también hay que reconocer que las pruebas que pretenden demostrar el misterio de la muerte y de la inmortalidad por los medios de la vida ordinaria son imposibles, porque nosotros mismos hemos ocultado los poderes de lo inmortal en nuestra vida cotidiana, para convertirnos en hombres conscientes de nosotros mismos en lo mortal.
Pero Maurice Maeterlinck tiene otra característica especial. Después de haber hablado de cosas pasadas por todas partes, -a veces de forma muy ingeniosa-, llega a la conclusión, -de forma algo más brillante, más ficticia que Max Müller, mientras que éste lo hizo de forma algo más profesoral-, de que el alma debe acostumbrarse al hecho de que nunca podrá explorar realmente los secretos de la existencia ni en esta vida ni en la siguiente. A continuación dice: Probablemente es bueno que no se puedan explorar. Y añade: no desea que su peor enemigo pueda investigar los verdaderos misterios. Porque teme que el mundo se quedaría «sin misterio» si se exploraran, que perdería todo el glamour del misterio si se penetrara en el misterio de la muerte. Él considera valioso que el misterio siga siendo «misterio», para que no se desate el asombro en el alma cuando se descubre tal secreto. Por eso Maeterlinck dice que no desea que su peor enemigo descubra los verdaderos secretos, aunque tuviera una mente mucho más grande y poderosa que la suya. Ya he mencionado en otro contexto que los misterios no disminuyen por tenerlos ante nosotros en la forma en que la ciencia espiritual puede hablar de ellos. Porque precisamente los misterios que exploramos no hacen la vida más superficial, sino cada vez más profunda. Es cierto que cuando indagamos en algo de nuestra vida anterior en la tierra, esto no nos resuelve el enigma de la vida de un modo superficial y en verdad no despoja al misterio de la vida de su esplendor, sino que sólo lo hace aún más grande, aún más espléndido. La investigación espiritual no penetra en las cosas de tal modo que los misterios de la existencia queden despojados de su carácter maravilloso, sino de tal modo que la admiración pueda aumentar al poder indagar el porqué de las cosas. Por eso hay que responder a quien, como Maeterlinck, habla de la muerte y dice que no desea que su peor enemigo explore sus misterios, que lo misterioso no se le quita a la vida por pretender explorarla. Con una palabra trivial, -pero no es trivial, sino que va muy en serio-, se podría expresar lo que a uno le gustaría decirle a una persona que quiere preservar la vida de tal manera que desea que se la considere «inescrutable». Habría que preguntarle: Si usted está seguro de que alguien nació ciego, ¿Le aconsejaría que todo cuanto le rodea permaneciera en secreto, que mejor no se operase y que el mundo no ilumine su interior en todo su esplendor? ¿Mantendría entonces la afirmación de que no desearías ni siquiera que tu peor enemigo despojara al misterio del mundo de su maravilla operándole de su ceguera? Quien quisiera que se respondiera afirmativamente a esta pregunta de que el mundo perdería su esplendor para el ciego de nacimiento si se le operara, podría también responder afirmativamente a la pregunta que Maeterlinck expresa al final de su libro: que el mundo perdería su esplendor si se investigara su misterio, La investigación científico-espiritual mostrará cómo no es así si se investigan los misterios del mundo. Y es precisamente investigando la muerte como nuestra vida emocional llegará a darse cuenta de que la muerte es un elemento necesario en el conjunto de la vida, y que no sólo es cierto el dicho de Goethe de que la naturaleza inventó la muerte para tener mucha vida, sino que para la vida humana es cierto el dicho: la naturaleza necesita la muerte para hacer brotar siempre nuevas y nuevas glorias del germen de la vida.
Traducido por J.Luelmo ene 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario