GA063 Berlín 4 de diciembre de 1913 Significado de la inmortalidad del alma humana.-segunda parte

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RUDOLF STEINER

 Significado de la inmortalidad del alma humana.-segunda parte

Berlín 4 de diciembre de 1913

Como continuación de las consideraciones de la conferencia anterior, tengo que hablarles hoy sobre el significado de la inmortalidad del alma humana. No está en la naturaleza de la contemplación científica espiritual hablar de un tema como el significado de la inmortalidad humana en definiciones conceptuales o argumentos teóricos. En la conferencia de hoy daré, más bien, una serie de pistas procedentes del campo de la investigación científica espiritual que pueden arrojar luz sobre lo que puede llamarse el sentido de la inmortalidad humana.

De las observaciones realizadas aquí el jueves pasado se desprende que la investigación espiritual se ocupa esencialmente de penetrar con precisión en aquello que, dentro de la naturaleza humana, puede llamarse la esencia inmortal en la vida del hombre. Encontrar este núcleo inmortal del ser es de lo que se ocupa inicialmente la ciencia espiritual. Y se ha dicho que en la región del conocimiento humano, donde se encuentra esta esencia inmortal del hombre, puede penetrar aquella investigación que resulta del desarrollo de la propia alma humana, el alma humana, el único instrumento a través del cual podemos penetrar realmente en el mundo espiritual. A menudo se ha indicado que todo en la investigación espiritual depende de que las personalidades humanas individuales logren, -mediante los ejercicios del alma, que ya se han insinuado en este invierno-, llevar esta alma tan lejos que sea capaz de ejercer una actividad anímico-espiritual verdaderamente interior, que se practique, por así decirlo, desvinculada del cuerpo físico, desvinculada del instrumento a través del cual se ejerce toda la demás actividad anímica humana en el curso de la vida cotidiana. Que este desprenderse del alma humana del cuerpo es posible, es posible a través de procesos íntimos de desarrollo del alma, el cual intenté señalarlo especialmente en la última conferencia. Y traté de señalar además que para el investigador espiritual, que ha aprendido a conectar realmente un significado con las palabras «experimentar fuera del cuerpo», esta alma humana también resulta con sus cualidades, con aquellas cualidades que demuestran por sí mismas cómo la vida de esta alma llega más allá del nacimiento y la muerte.

Ahora, en el curso de las consideraciones de hoy, veremos cómo tal contemplación del alma humana, que se alcanza mediante la iniciación, da sentido a la palabra inmortalidad. Pero a modo de introducción quisiera subrayar de antemano que, en efecto, vivimos en una época en la que, por así decirlo, el pensamiento humano más profundo y la contemplación más seria de la vida humana nos conducen gradualmente por el camino que la ciencia espiritual indica para el problema de la vida inmortal del alma humana. A este respecto podrían señalarse muchas cosas; desde este punto de vista particular sólo debe señalarse una: a saber, adquirir el sentido de la inmortalidad humana. Deberíamos señalar a la mente que se considera una de las principales luces de la cosmovisión moderna de la Ilustración, es decir, Lessing, quien intentó dar sentido a la idea de la inmortalidad.

En ese escrito, en el que Lessing dio su testamento espiritual a la humanidad, por así decirlo, llegó, según le pareció, a la renovación de la antigua idea humana de vidas repetidas en la tierra; y llegó a esto porque se vio obligado a entender toda la vida histórica en la tierra dentro del desarrollo de la humanidad como una educación de la humanidad. Es fácil descartar el testamento de Lessing, que él mismo dio como conclusión a sus pensamientos y esfuerzos, diciendo, -como a muchos en nuestro tiempo les gustaría sin duda hacer-, que incluso las grandes mentes envejecen y luego descienden a diversas fantasías. Sin embargo, quien haya aprendido a respetar la vida espiritual y la lucha espiritual, no estará en condiciones de rechazar de tal manera la «Educación del género humano» de Lessing, su obra más madura. No puedo entrar aquí en los detalles de su escrito; sólo puedo señalar cómo, para Lessing, la historia se muestra de tal manera que la humanidad se eleva desde formas más primitivas de vida y percepción humanas a otras cada vez más desarrolladas y evolucionadas; y Lessing ve este desarrollo ulterior de la raza humana como una educación misteriosa que le es otorgada desde el mundo espiritual. Distingue épocas individuales en el progreso de la humanidad, y de estas consideraciones surge la pregunta para él, quien, por supuesto, aún no podía situarse en el terreno de nuestra moderna ciencia espiritual: ¿Cómo puede situarse la vida individual del alma humana en el conjunto de este desarrollo histórico humano? Y llega a decirse a sí mismo: únicamente si se piensa en repetidas vidas terrenas del alma humana, puede entonces situarse la vida anímica individual en el curso del desarrollo histórico. Si uno se imagina que el alma, que vive hoy, ha vivido repetidamente, si uno se la imagina viva en épocas anteriores del desarrollo histórico, en las que ha absorbido lo que las épocas anteriores pudieron verter en las almas, si uno por tanto se imagina el alma de tal manera que se lleva consigo de las épocas anteriores los frutos que pudo llevarse de estas épocas, después de haber pasado por una existencia puramente espiritual entre la muerte y el próximo nacimiento. De este modo Lessing resuelve satisfactoriamente la pregunta: ¿Qué pasa entonces con las almas que vivieron en épocas antiguas y no participaron de los poderes superiores de desarrollo ofrecidos a las almas en el progreso de la humanidad? Para Lessing, la respuesta es que se trata de las mismas almas que vivieron antes, que trasladaron los frutos de épocas pasadas a su existencia actual, que ahora conquistan para sí lo que el presente puede dar además de lo que incorporaron a sí mismas entonces, -y que ahora atraviesan una vida puramente espiritual después de la muerte con lo que extraen como frutos de la existencia presente y trasladan estos frutos de nuevo a épocas futuras de la humanidad para participar en ellas de lo que el progreso de la humanidad puede darles entonces.  Así, para Lessing, todo el sentido del desarrollo histórico de la tierra está simultáneamente iluminado por el sentido de la inmortalidad del alma humana. Así surge para él este significado, y así surge inmediatamente para él la posibilidad de pensar en el hecho de que la vida del ser humano individual, en lo que contiene interiormente, es mayor y más abarcadora que lo que puede expresarse en una vida entre el nacimiento y la muerte. Y del mismo modo que se considera la vida individual de tal manera que esta alma humana individual vive desde el nacimiento hasta la muerte, integrando y organizando lo que esta vida puede dar, luego atraviesa la puerta de la muerte, abandona el cuerpo físico, penetra en un mundo espiritual para buscar su ulterior desarrollo. Así, también, puede imaginarse todo el desarrollo histórico de la humanidad en el sentido de Lessing, sí, incluso todo el desarrollo de la tierra misma, en el sentido de que lo que la humanidad vive en la tierra es el «alma» de la tierra, y todo lo que la geología, la biología y las demás ciencias investigan es el «cuerpo físico» de la tierra, el cual, como ya puede comprobarse hoy en el sentido de la física moderna, se desprende de la confluencia de todas las almas humanas del mismo modo que el cuerpo humano individual se desprende del alma humana individual con la muerte. Pero entonces la tierra, después de que su propio cuerpo se haya desprendido de ella, procede a una encarnación futura en el cosmos para ascender a futuras alturas espirituales y materiales.

Pueden ver cómo de este pensamiento de Lessing se desprende no sólo el sentido de toda la existencia humana, sino también el sentido de la propia evolución de la tierra. Lessing no se dejó disuadir de estos pensamientos por el hecho de que se pueda objetar que éste era un pensamiento que la humanidad tenía en los estados más primitivos del desarrollo del alma; pero que luego desapareció con el desarrollo de la cultura. Por el contrario: Lessing dice al final de su tratado sobre la «Educación del género humano»: ¿Debería este pensamiento tener menos valor cuando brilló por primera vez en el alma, que ahora, cuando este pensamiento ha sido paralizado y debilitado por los sofismas de la escuela? Y Lessing piensa sin duda que un futuro desarrollo espiritual humano devolverá a las almas lo que entretanto se ha perdido para ellas.

Así se alcanzan poderes reales, que trasladan los resultados de los tiempos antiguos al presente y a los tiempos modernos. Esta es la manera de superar ese punto de vista imposible en el que, a pesar de nuestro aparente deseo de ser realistas, hablamos de «ideas» que actúan en la historia de la humanidad, ¡como si las «ideas» pudieran ser realidades! Pero las ideas no pueden surtir efecto en la historia, porque las meras ideas son abstracciones, no son nada real. Lessing, sin embargo, imagina que la vida real de la humanidad en la tierra tiene lugar en que son las realidades de las almas humanas las que llevan de una época a otra lo que se elabora en una época. Aquí nos encontramos en el terreno de las realidades espirituales que mantienen unidas las épocas históricas de la humanidad.

Ahora la pregunta es: ¿Qué tiene que decir la investigación espiritual en sentido estricto, tal como se entiende aquí, a este pensamiento adquirido por Lessing a través de ciertas necesidades históricas?

La investigación espiritual viene a mirar eso, a tenerlo realmente ante el ojo espiritual o ante los demás órganos espirituales de percepción, a los que puede dirigirse como pasando por encima del nacimiento y la muerte del hombre. Para probar esto, hay que señalar una vez más en pocas palabras lo que se presenta al investigador espiritual en la experiencia espiritual real. Si él deja que los ejercicios indicados en la conferencia anterior actúen realmente sobre su alma y así llega a experimentar anímicamente después de que el alma se ha desprendido del cuerpo físico y ha llegado a una experiencia en lo espiritual, entonces esta alma, que el investigador espiritual ha independizado del cuerpo físico, tiene esta corporeidad física al lado o frente a ella, experimenta esta corporeidad de tal manera que está sujeta a la muerte como algo exterior; mientras que, por lo demás, la vida cotidiana fluye de tal manera que el hombre sólo desarrolla una conciencia cuando está, por así decirlo, dentro de su corporeidad física y la utiliza como instrumento para hacer objeto de su conciencia lo que entonces está a su alrededor, es decir, el mundo físico-sensorial.

Imaginemos vívidamente cuál es la experiencia real del investigador espiritual:que él se eleva fuera de su cuerpo con lo que es el alma realmente, que intensifica los poderes internos del alma de tal manera, los hace tan intensos, que no depende de percibir sólo con la ayuda de herramientas corporales, sino que puede dirigirlos dentro de sí mismo sin los poderes corporales. El investigador espiritual llega entonces a un conocimiento muy concreto: de dónde procede realmente que uno tenga conciencia en la vida sensorial cotidiana. Entonces, cuando el investigador espiritual ha liberado realmente su experiencia anímica de lo físico-corporal, y esta corporalidad física está junto o frente a él, entonces aprende a reconocer cómo se produce realmente toda esta vida cotidiana del alma. Me gustaría utilizar una comparación para visualizar cómo se produce la vida cotidiana del alma. El investigador espiritual hace que la vida del alma no sea otra cosa de lo que ya es. Lo único que logra es que puede observar espiritualmente, ver, lo que de otro modo sucede en la vida cotidiana. Aquí se hace evidente para el investigador espiritual que la actividad de lo anímico espiritual, -ahora captado puramente anímico espiritual-, trabaja en el cuerpo de tal manera que primero, llamémoslo así, los órganos nerviosos del hombre son trabajados, son trabajados de tal manera que se puede comparar este trabajo con la escritura de letras en una hoja de papel. Les ruego que observen que lo que el investigador espiritual reconoce primero como actividad anímica espiritual no es el pensar, ni el sentir, ni la voluntad, ni siquiera lo que se reconoce como actividad anímica en la vida cotidiana; más bien es lo que primero trabaja en sus órganos corporales y, quisiera decir, los trabaja tan plásticamente que primero entran en esos movimientos de los que habla la cosmovisión materialista. Estos movimientos en el cerebro, en el sistema nervioso y demás están realmente ahí, y en este sentido hay que aceptar completamente la visión materialista del mundo. Estos movimientos, estas vibraciones en el cerebro están tan presentes como las letras que escribo en el papel cuando estoy escribiendo. Pero del mismo modo que mi actividad es la de escribir, la primera actividad del hombre que desarrolla es la de inscribir en su sistema nervioso lo que luego, en sus movimientos, en sus vibraciones, en toda la actividad que realiza, vuelve a ser observado por el alma de tal modo que es comparable a la contemplación de mis propias letras que he escrito. La única diferencia es que cuando escribo, escribo conscientemente las letras en el papel y también puedo volver a leerlas conscientemente; mientras que cuando estoy en relación con el mundo exterior, inscribo inconscientemente con lo anímico-espiritual las actividades físicas que han de realizarse en el sistema nervioso. Cuando las he inscrito, éstas tienen lugar y las observo, y esta observación es la vida consciente del alma.

Así vemos que lo que debe llamarse anímico-espiritual en el verdadero sentido de la palabra se encuentra detrás de lo anímico-espiritual que se desarrolla en la vida cotidiana, y que entre la verdadera alma espiritual, aquella en la que vive el investigador espiritual cuando ha aprendido a experimentar sin cuerpo, y entre el alma espiritual en la vida cotidiana del alma se encuentra toda la experiencia corporal. Entre nuestro verdadero espíritu, entre nuestra verdadera alma y la vida cotidiana de la conciencia se encuentra nuestro cuerpo. Pero lo que este cuerpo presenta, el modo en que este cuerpo se pone en continua actividad orgánica para que la conciencia pueda arrojarse sobre nosotros como un espejo o como la imagen de un espejo, lo que este cuerpo lleva a cabo, eso es el resultado de la vida anímico-spiritual. Detrás de nuestro cuerpo está nuestra alma espiritual, y en esta alma espiritual, que está detrás del cuerpo, reside la esencia inmortal del hombre.

Cuando se nota esta diferencia de esta manera, ya no buscará el sentido de la inmortalidad del alma humana, en la supervivencia de esos contenidos anímicos que se viven entre el nacimiento y la muerte; sino que tendrá que buscar la verdadera fuente básica de la inmortalidad en aquello que está detrás de la vida cotidiana. Ahora se trata de adquirir un concepto de lo que hay detrás de esta vida cotidiana. Pero esto sólo puede hacerse echando un vistazo a la esencia real de la exploración espiritual del alma.

Por lo que acabo de exponer, está claro que la conciencia cotidiana, la conciencia que desarrollamos en nuestra vida espiritual, depende de reflejarse desde el cuerpo, del mismo modo que nuestra propia imagen se refleja en un espejo. Quien no busque lo anímico-espiritual tras la imagen, sino que crea que lo anímico-espiritual surge del cuerpo como si se tratara de una función mas, de un efecto del cuerpo, quien, por tanto, piense materialistamente a este respecto, es como una persona que, para alguien que conoce las cosas y las ha investigado realmente a través de la investigación espiritual, dijera: Veo un espejo frente a mí; extrañamente, este espejo deja que mi imagen surja de su sustancia. Pero no es que la deje surgir de su sustancia en absoluto, y es sencillamente una tontería creer que el espejo produce la imagen; más bien, la imagen se refleja en el espejo. Así que nuestra propia actividad anímico-espiritual es devuelta por el cuerpo. 

Nuestro cuerpo puede compararse muy correctamente con un espejo que refleja nuestra actividad anímica-espiritual, sólo con la diferencia de que nos enfrentamos al espejo de forma completamente pasiva, pero al cuerpo lo hacemos de tal manera que sólo trabajamos en él con la actividad anímica-espiritual, sólo inscribimos en él esta actividad, que luego da como resultado la conciencia. La comparación, el reflejo que veo en el espejo, sólo sería correcta si yo llevara a cabo una actividad desde mi cuerpo que provocara un proceso en el cristal, que luego hiciera surgir el reflejo, si yo me pusiera activamente ante el espejo y dejara salir ciertas radiaciones y demás, que crearan intersecciones y similares, para luego hacer surgir el contenido de la conciencia cotidiana y hacer así posible que el hombre se presente ante sí mismo. Pero de esto se deduce que el hombre, entre el nacimiento y la muerte, necesita una contrapartida para la vida, algo en lo que pueda reflejar su actividad anímico-espiritual. En el momento en que uno tuviera que desarrollar tal contenido de conciencia, como es en la vida cotidiana, sin el cuerpo, no podría hacerlo durante el transcuso de su vida entre el nacimiento y la muerte. Si el cuerpo fallara en su servicio como herramienta, uno no tendría resistencia; uno no tendría nada con lo cual la actividad anímico-espiritual pudiera reflejarse.

Cuando el investigador espiritual, a través de los ejercicios indicados, es capaz de elevar lo anímico-espiritual fuera del cuerpo físico, también se hace evidente que la visión anímico-espiritual no puede ser dirigida hacia el mundo físico exterior. Este mundo físico-sensorial exterior desaparece del horizonte de la conciencia en el mismo momento en que el investigador espiritual eleva realmente lo anímico-espiritual fuera de lo físico. Sólo me gustaría comentar esto de pasada para aquellos que creen que a través de la investigación espiritual uno podría alejarse de la visión gozosa y devocional de lo físico-sensual, que es tan ricamente abundante en el mundo físico que nos rodea. Oh no, no es así en absoluto. Sólo aquel que se ha convertido en un investigador espiritual descubre que en el momento en que vive en su alma-espiritual, la vista de lo físico-sensorial se desvanece de él; pero en su belleza, en su valor real, entonces lo aprecia tanto más. Él vuelve una y otra vez mientras se le conceda volver, fortalecido y vigorizado por su estancia en el mundo espiritual; desarrolla un interés aún mayor por todo lo bello en el mundo físico, -y además aún conquista un apoyo especial para sí mismo para reconocer las bellezas y sublimidades y grandezas en el mundo físico en sus tareas, que se le escapaban antes, sin el entrenamiento, que proviene de la investigación espiritual. Sólo los que todavía no se han acercado a la investigación espiritual hacen objeciones como la que se acaba de indicar.

Ahora bien, si realmente es cierto que el mundo físico desaparece cuando no tenemos el apoyo del cuerpo para la percepción, -y el investigador espiritual tiene este cuerpo a su lado, lo utiliza como herramienta-, entonces surge la pregunta: ¿Cómo surge entonces la conciencia espiritual real? ¿La conciencia espiritual no necesita ningún apoyo? ¿No necesita el alma algo contra lo que reflejarse si quiere entrar en la conciencia espiritual?

A esta pregunta responde la investigación iniciática de tal manera que el ser humano, en el momento en que sale del cuerpo físico con su ser anímico-espiritual y vive solo en lo anímico-espiritual, también necesita un apoyo, algo que ahora sea un espejo para él. Y el espejo se convierte en algo que, en cierto sentido, sólo se puede soportar con sufrimiento como tal espejo dentro de la vida incluso antes de la muerte, cuando se experimenta en la investigación espiritual. Aquí nos encontramos de nuevo en uno de los puntos en los que hay que señalar que la investigación espiritual no sólo conduce a la dicha, sino también a estados de ánimo trágicos, a lo que, se puede decir, sólo se puede soportar con un gran dolor interior. Pero para el investigador real, este dolor es el precio que debe pagar por el conocimiento superior. Lo que entonces se presenta como contrapartida es nuestra propia experiencia individual, por la que hemos pasado desde el punto de la infancia hasta el cual por otra parte podemos recordar, que por otra parte también guardamos en las imágenes de nuestra memoria. Pero esas imágenes de la memoria en la vida cotidiana, las guardamos de tal manera que estamos, por así decirlo, atrapados en ella, que estamos unidos a ella. Nuestros pensamientos, nuestras experiencias, nuestros dolores, todo lo que recordamos es básicamente nosotros mismos; estamos en ello, somos uno con ello. Pero en el caso del investigador espiritual, aquello que de otro modo uno tiene en la memoria sale de él como de una cáscara. Aquello con lo que de otra manera uno es uno, y de lo que uno se dice a sí mismo: Tú lo has experimentado, y ahora te sientes unido en tus pensamientos, sensaciones y sentimientos con lo que has experimentado, -ahora lo sientes como una imagen onírica externa, como un espejismo colocado ante ti. Sientes como si lo que refleja tu ser anímico-espiritual emergiera de ti en una forma ampliada. Entonces uno se da cuenta de que en la experiencia de lo anímico espiritual, en la iniciación, -no por haber atravesado la puerta de la muerte-, uno debe soportar tener la propia vida como base material o como base sustancial de la experiencia en lugar de las impresiones físicas externas, en lugar de lo que nos dan los sentidos. Sobre esto, como sobre una lámina de espejo, resalta lo que se puede percibir espiritualmente. 

Ahí llega uno a conocerse a si mismo, viendo hasta qué punto se ha convertido en un buen o mal espejo para el mundo espiritual. Sobre todo, se llega a saber lo que significa tener realmente delante lo que se ha vivido. Porque esto es ahora la superficie reflectante de la que sobresale todo lo demás que se presenta en el mundo espiritual. En lugar de tener su cuerpo como herramienta de percepción, ahora tiene su propio yo, la memoria de su yo, sus propias experiencias como herramienta. Según la conciencia, nuestras propias experiencias deben fundirse con lo que experimentamos espiritualmente; deben reflejar lo que experimentamos espiritualmente. Y ahora se presenta para esta investigación que uno ahora se da cuenta de cómo en el momento en que uno ya no experimenta su propio ser interior, como en la vida cotidiana, dentro de su cuerpo, sino que lo tiene de la manera que se acaba de describir como un espejismo exteriormente ante uno mismo, -cómo en este momento este ser interior se presenta como una entidad etérica, que se hace más y más grande porque está interiormente relacionada con todo el cosmos espiritual. Uno se siente como si estuviera siendo absorbido por el cosmos espiritual. Así, cuando uno ha pasado por las experiencias indicadas, se siente como si, entre el nacimiento y la muerte, algo estuviera presente en la vida del ser humano, como acurrucado en las fuerzas del cuerpo físico. Con la iniciación, en el momento en que uno ha dejado el cuerpo físico, aquello que se mantiene unido debido a las fuerzas del cuerpo físico se libera como cuerpo etérico. Pero eso que se ha liberado se esfuerza entonces por extenderse en el mundo espiritual, volviéndose así cada vez más y mas imperceptible, y uno siempre se enfrenta al peligro, si percibe espiritualmente de esta manera, de que su propio ser, el ser de los pensamientos, se disuelva en el cosmos espiritual, y que uno pierda así la vista, porque después de la disolución la imagen especular deja de estar allí.

El cuerpo físico contrarresta esto mientras dura lo físico. Pues en el momento en que uno se viera amenazado por el peligro de que se perdiera lo etéreo más sutil de un cuerpo más espiritual, el cuerpo físico hace valer sus poderes reforzados, -y uno debe volver de nuevo al cuerpo físico. Esto es entonces como si uno fuera forzado a volver a la percepción cotidiana, a la visión ordinaria y a la manera física por el poder del cuerpo físico. Pero como pueden ver a partir de ejemplo, a través de la investigación espiritual uno aprende a reconocer el momento que debe ocurrir en el momento en que las fuerzas físicas y químicas se apoderan del cuerpo físico exterior y se lo llevan, cuando se produce la muerte. Uno aprende a descubrir que la conciencia puede seguir viviendo después de la muerte, pero puede seguir viviendo debido a que ahora el cuerpo físico, que apenas se acerca a su disolución, ya no retiene al cuerpo etérico más fino que acabamos de describir-, puede seguir viviendo sólo al principio en esta forma según la cual nuestra propia experiencia se presenta ante nosotros como una imagen de recuerdo, sólo hasta que las fuerzas del cosmos espiritual afirman su modo de acción innato y lo que existe como cuerpo más sutil se disuelve en el cosmos.

Así vemos cómo el investigador espiritual, a través de sus experiencias, evoca ese estado que debe tener lugar con el ser humano cuando atraviesa la puerta de la muerte. En primer lugar, al experimentar el proceso elemental de la muerte, uno aprende a reconocer lo que tiene lugar inmediatamente después de la muerte. Pero también se aprende a reconocer que sólo se han captado los primeros tiempos después de la muerte. He señalado en mi «Ciencia Oculta en Bosquejo» cuánto duran estos primeros tiempos después de la muerte. Duran de manera diferente, según el carácter de una persona, pero sólo en días. El recuerdo de la vida pasada en la tierra, por la que uno ha pasado entre el nacimiento y la muerte, dura días. Dura tanto como pueden durar los poderes del cuerpo interior más sutil, que llevamos dentro y que sale a la luz a través de la investigación iniciática.

Si se observan las condiciones de la manera descrita, uno llega a preguntarse: ¿Qué es lo que determina la duración del período de tiempo en el que puede tener lugar este recuerdo? Si se compara este recuerdo con el tiempo que tal o cual persona puede vivir en la vida ordinaria, y en el que puede mantenerse despierta, es decir, en el que no se duerme, entonces se tiene aproximadamente el período de tiempo, que sólo dura días, en el que tiene lugar este recuerdo de la vida pasada en la tierra. Por lo tanto, se puede decir: Según la posibilidad que tenga el hombre en su cuerpo etérico de dejar que la vida se desarrolle sin tener que recurrir a las fuerzas del dormir, sin tener que convocar al dormir como compensación, se tarda más o menos tiempo, ya que después de la muerte la vida terrena pasada, desde el nacimiento hasta la muerte, se presenta como un retablo de recuerdos, como un espejismo viviente.

En el campo de la investigación espiritual se aprende a hablar de tal período de tiempo, de éste y también de los siguientes, de los que hablaré dentro de un momento, a través de la contemplación interior, no a través de la medición exterior. Lo que uno experimenta allí a través de la retrospección en la iniciación se presenta de tal manera que uno sabe: contiene las fuerzas que el hombre tiene que mantener despiertas antes de que el sueño lo venza. Lo que uno experimenta allí se presenta de tal manera que uno debe decir: uno experimenta esta revisión de la vida pasada en la tierra a través de días. Pero lo que viene a continuación también resulta de la visión del investigador espiritual. No sólo se muestra, por así decirlo, en pensamientos indiferentes lo que uno ha experimentado en su vida entre el nacimiento y el momento presente, sino también lo que uno ha experimentado moralmente o de otro modo en el ámbito de su capacidad, de su aptitud para la vida. Pero esto se muestra de una manera muy especial, y aquí de nuevo nos encontramos en un punto en el que hay que decir que a un investigador espiritual se le presenta una vida que a uno no le gusta tener según los deseos y experiencias de la vida cotidiana. Permítanme ilustrar esto con un ejemplo concreto. 

Miramos hacia atrás en nuestras vidas, miramos hacia atrás a un tiempo en el que hicimos algo que estaba mal. Y esta injusticia se nos aparece ahora en el espejismo recién mencionado de nuestra vida pasada en la tierra. Sólo hay que decir que la impresión para la investigación espiritual es tal que al principio esta vida terrenal se le aparece a uno como en un cuadro indiferente, como en un retablo, por así decirlo mentalmente, y poco a poco va saliendo de él, -pero así la vista del investigador espiritual se ve envuelta en conflictos cada vez más trágicos y trágicos-, algo de lo que se podría decir: todo el valor personal surge de lo que uno ha hecho y experimentado. Si uno ha cometido una injusticia, esta injusticia emerge del retablo de la vida terrenal pasada, pero al principio sólo de tal manera que se sigue la imagen: tú has hecho esto. Entonces esta imagen se impregna de un elemento emocional, de fuerzas emocionales, que surgen del propio ser anímico-espiritual, y uno sólo puede decirle: No puedes ser la persona que deberías ser si siempre tienes que mirar lo que has hecho; sólo puedes ser lo que deberías ser cuando hayas borrado esta injusticia de la percepción de tu destino interior, del karma. Cuanto más tiempo consigas permanecer con lo que se presenta como una lámina de espejo espiritual, y cuanto más tiempo te mires en él, más intensas serán las experiencias puramente emocionales que dicen:

Debes considerar que lo que has hecho está mal hasta que lo hayas borrado.

Esto es, en efecto, por lo que debe pasar el investigador espiritual. Después de haber visto extenderse ante sus ojos el espejismo de su vida pasada, que puede dejarle indiferente, debe entonces contemplar aquello que sobresale de ella y se convierte en una suma de innumerables autorreproches, que le muestra muy vivamente su valía, lo lejos que está y lo que tiene que hacer después de lo que ha realizado para convertirse en un verdadero hombre. El conocimiento de sí mismo tiene la particularidad de que se hace más y más difícil, más y más trágico cuanto más se avanza en él, y que uno tiene ante sí especialmente todo lo que no debería haber hecho como autorreproches, de modo que uno queda hechizado por ello, de modo que no puede volver a apartar de él su mirada espiritual antes de que se extinga. 

Hasta aquí, el antiguo filósofo griego Aristóteles ya reconocía la visión de la vida espiritual humana desde la mirada espiritual, y también reconocía lo que debe seguir a este espejismo. Aristóteles ya sabía en la antigua Grecia que el hombre, cuando ha traspasado la puerta de la muerte, vive realmente en su propio ser, en su auto-ser, -y lo hace de tal manera que ahora, mirando retrospectivamente, tiene la experiencia de sus propios hechos y fechorías, en los que se detiene su mirada-; sólo que Aristóteles no era todavía un científico espiritual lo suficiente avanzado como para que hubiera ido más allá de esta retrospección en su visión. Según él, esta retrospección se extiende hasta una eternidad. Aristóteles no ve ninguna posibilidad de que el hombre pueda salir de ella; de modo que el hombre, cuando ha tenido la corta retrospección, que sólo cuenta por días, tendría entonces la otra, que se presentaría figuradamente ante él hasta toda la eternidad. Esto es algo de lo sombrío de la filosofía aristotélica, si realmente se la comprende. Aristóteles cree que la corta vida en la tierra está ahí para preparar una experiencia en el reino espiritual en la que el hombre, mirando hacia atrás, estaría hechizado por la visión de la existencia imperfecta entre el nacimiento y la muerte; y su vida después de la muerte consistiría en estar hechizado por esta visión. Su mundo consistiría en verse a sí mismo tal como era en la vida entre el nacimiento y la muerte; y así como aquí vemos un mundo de animales, plantas, piedras, montañas, mares, etc., en el tiempo después de la muerte estaríamos encerrados en la visión de la experiencia de nuestros propios actos. El excelente estudioso de Aristóteles Franz Brentano lo ha señalado claramente en su hermoso libro «Aristóteles y su visión del mundo». Lo que acabo de mencionar -aunque las palabras de Aristóteles son a veces tales que se puede discutir sobre lo que quería decir- está bastante claro para Aristóteles. Todavía no se daba cuenta de que lo que la investigación espiritual actual puede mostrarnos es también sólo un pasaje, que se presenta al hombre, cuando ha atravesado la puerta de la muerte, como tal retrospección impregnada de experiencias emocionales interiores.

¿A qué se enfrenta el investigador espiritual cuando penetra en la región en la que entra el hombre cuando atraviesa la puerta de la muerte?

Cuando el investigador espiritual haya llevado su mirada tan lejos que su cuerpo, por así decirlo, no la reclama demasiado deprisa, entonces lo que sigue a la experiencia después de la muerte, que se cuenta por días, es el recuerdo indiferente del espejismo como retrospectiva. Pues el investigador espiritual puede ascender en su camino de tal manera que al principio sólo vea realmente, como un espejismo, el reflejo de los acontecimientos de su vida y algunas experiencias espirituales cercanas; entonces su cuerpo puede reclamar ese fino cuerpo etérico a su ser interior, y vuelve a entrar en la realidad cotidiana como si saliera de un sueño iniciático. Pero si continúa los ejercicios, el aumento de la atención y la devoción, cada vez más, entonces llega a ver realmente incluso aquello que sobresale de este espejismo, pero ahora sobresale de tal manera que a la vista se muestra aquello que todavía no somos, aquello en lo que debemos convertirnos, -en el sentido de que todavía no somos, que hemos hecho un mal que debemos mirar. Todavía no somos el que ha eliminado esta injusticia del mundo; pero debemos convertirnos en el que elimina la injusticia del mundo.

Y esto es de nuevo lo apremiante, lo interiormente opresivo de la mirada del investigador espiritual, que a través de la contemplación auto despierta de la experiencia interior uno siente suscitarse las fuerzas despiertas que quieren igualar fatalmente toda injusticia; uno mira las imperfecciones que se aferran a uno. Esto es lo que uno ve. Pero uno también se da cuenta cada vez más de cómo debe hacerlo para que desaparezca la imperfección, para que se erradique la injusticia. Uno se da cuenta de lo que debe llegar a ser. Este es el auto-conocimiento, que uno siente dentro de sí las fuerzas germinales que ya presionan más allá de la muerte, que uno debe decirse a sí mismo: Estas fuerzas viven en nosotros después de la muerte; cuando nos liberamos del cuerpo hacemos lo que ellas exigen. Ahora debo dejar la injusticia, debo conservar estas imperfecciones; pero siento estas fuerzas: como una fuerza germinativa en la planta, siento la fuerza que puede erradicar la injusticia. Ahora uno sabe por la vista interior que se necesitan años para que aquello que se presenta a través de la propia experiencia vaya elaborando poco a poco las fuerzas que realmente pueden compensar la injusticia. Pero no pueden compensarla ahora. Primero deben pasar por un mundo espiritual, por un mundo de experiencias espirituales. Así como la conciencia física, cuando ve ponerse el sol, se dice a sí misma: ahora debes experimentar la noche, después el sol que se ha puesto en el oeste puede aparecérsete de nuevo en el este, así de cierto sabe el investigador espiritual cuando experimenta las fuerzas que se desarrollan como fuerzas germinales en el alma: Después de que hayas desarrollado gradualmente estas fuerzas, después de que te hayas dado cuenta interiormente después de la muerte, -o hayas aprendido a darte cuenta a través de los años cómo deben ser las fuerzas que pueden lograr la compensación, debes sumergirte en un mundo espiritual para encontrar en él las fuerzas lo más verdaderas posibles. Fuerzas que ahora son como recogidas de este mundo espiritual, uno quisiera decir espiritualmente insufladas, para que el hombre, después de haber pasado por este mundo espiritual entre la muerte y el nuevo nacimiento, se vuelva maduro de nuevo para entrar en una nueva vida en la tierra con estos poderes trabajados interiormente de la manera descrita. 

Pero sobre esto también se puede obtener una impresión por medio de la investigación espiritual, de lo que el alma tiene que vivir, después que haya adquirido espiritualmente por primera vez esos poderes después de la muerte a la vista de la vida pasada, después que se haya dado cuenta de qué poderes debe tener, cuando se prepara para una nueva vida terrenal al pasar por el mundo espiritual. Pues el investigador espiritual, si puede mantener su mirada espiritual el tiempo suficiente a través de ejercicios continuados mientras esté en la vida terrenal, no puede transformar estos poderes por sí mismo. Pero él contempla el mundo espiritual; él ve el material para esta transformación. Ve, por así decirlo, cómo estas fuerzas anhelan una nueva vida. Así como uno puede ver un pulmón en un germen humano que todavía no ha salido a la luz del día, pero que uno puede ver: cuando llegue a respirar aire, respirará - así uno ve, cuando el alma se libera del cuerpo, los órganos espirituales en el mundo espiritual respirando en el aire espiritual, pero que sólo se forman espiritualmente cuando se acercan a una nueva vida terrenal. Esta auto formación espiritual se aprende en la visión inmediata, se aprende lo que significa: apoderarse de la sustancia espiritual con órganos espirituales. Si uno quiere usar una expresión para lo que allí tiene lugar con el alma, entonces no se ofrece otra expresión en el lenguaje habitual que decir: Es una experiencia dichosa en cierto sentido, porque es una vida en actividad, una continua llamada y adquisición de sustancia espiritual en la existencia entre la muerte y el nuevo nacimiento, una creación, una aportación de las condiciones previas para una nueva vida terrenal. En esta existencia el alma se siente a sí misma como parte de un mundo espiritual, y por ello la siente como una bienaventuranza celestial, -después de haber sentido lo que debe encontrar trágico en la vida pasada y a la vista de ella-, lo que debe desarrollarse como las fuerzas germinales sobre la base de la vida pasada.

Así tenemos conjuntamente lo que podemos llamar el sentido de supervivencia cuando el hombre ha atravesado la puerta de la muerte: Primero una revisión espiritual, tipo fatamorgana, (retablo en imágenes) de la vida pasada en la tierra, que dura días, seguida de una revivificación emocional; pues esta última vivencia emocional no es sólo una revisión, sino una revivificación de la vida pasada en la tierra, por la que uno experimenta todas las imperfecciones, los errores que ha cometido, lo que debería haber hecho de otra manera para poder lograr lo que debe lograr en la vida siguiente, y una elaboración de las fuerzas que uno necesita para que la vida siguiente pueda ser diferente. Mientras uno todavía tenga una visión retrospectiva de la vida pasada, es sólo una elaboración mental de esas fuerzas, que procede de tal manera que uno se da cuenta: debes tener estas o aquellas fuerzas en la próxima vida en la tierra. Sin embargo, si uno ha revivido completamente su vida, si uno ha pasado una vez más por su vida terrenal en lo espiritual después de la muerte, entonces uno llega a una región puramente espiritual, y allí uno respira espiritualmente en sí mismo, por así decirlo, todas esas fuerzas que luego descienden para unirse con lo que el padre y la madre pueden dar en la sustancia física y formar una nueva vida terrenal.

Podría parecer ahora como si lo que acabo de describir como el paso del hombre por la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento hiciera necesario que las vidas sucesivas en la tierra fueran cada vez más perfectas. Este, sin embargo, no es prácticamente el caso. No es el caso por la razón siguiente: -y esto otra vez muestra la investigación espiritual real, si uno sólo tiene la visión desde el alma que se ha hecho libre del cuerpo-, porque es realmente verdad lo que un espíritu realmente grande del último tiempo ya dijo desde una mente casi enferma: que el mundo es profundo y realmente más profundo de lo que el día pensó, que sólo podemos llegar lenta y gradualmente a lo que está dispuesto en nosotros, y que nuestros poderes humanos son bastante imperfectos en relación con lo que un día deben llegar a ser, y lo que puede presentarse ante nosotros como un ideal de la verdadera humanidad. Entonces se hace evidente que no siempre estamos en condiciones de darnos cuenta después de la muerte de las fuerzas que tenemos que adquirir para poder compensar las faltas cometidas. Y hay muchas fuerzas implicadas, de modo que puede suceder que creamos que podemos compensar lo que cometimos por egoísmo en la vida antes de la muerte con un egoísmo aún mayor, y lo que hicimos como estupidez queremos compensarlo con una estupidez aún mayor. Así puede suceder que la siguiente encarnación terrenal se presente como una aún más incompleta, como un entrenamiento aún más duro de lo que fue la última. Pero en general, el paso del hombre por las repetidas vidas terrenales es un ascenso. Es muy posible que una persona, cuando mira retrospectivamente su vida pasada en la tierra, se equivoque sobre la forma en que algo puede ser compensado, y que como consecuencia de ello se produzcan descensos aparentes o reales. Pero, en general, las profundas «caídas» del hombre suelen ir seguidas de fuertes ascensos, en el sentido de que, después de la muerte, sucede lo terrible de que volvamos la vista atrás y veamos lo que hemos cometido como una profunda injusticia, o lo que se nos ha pegado como una gran imperfección, y que experimentemos así un gran ascenso después de la profunda caída.

Muchas cosas se hacen evidentes cuando el investigador espiritual sigue la vida con mirada atenta; porque una cosa no sucede sola. Cuando uno tiene como trasfondo la propia vida después de la muerte, entonces se funde con el mundo espiritual, entonces se une con el mundo espiritual; de modo que cuando uno encuentra con la experiencia anímica-espiritual una injusticia que ha cometido en vida, también encuentra al mismo tiempo el alma contra la que ha cometido esta injusticia, y experimenta entonces la injusticia cometida con esta alma. En general, extender la mirada a un ser espiritual nos lleva no sólo a nuestra propia alma en primer lugar, sino a la otra alma humana en sí. Uno aprende a observar la otra alma humana, de modo que uno, aunque sea difícil de creer para la conciencia de hoy, llega a una observación de la otra alma humana y realmente llega a seguir un alma que ya está desencarnada, que ya ha atravesado la puerta de la muerte.  Sin embargo, hay que llamar la atención sobre esto: Si el investigador espiritual se esfuerza en prolongar su propia vida de tal modo que penetre en el espacio de experiencia, -«espacio» se entiende aquí, naturalmente, de modo simbólico-, donde se encuentra cualquier alma, entonces puede experimentar los destinos de esta alma después de la muerte. Sólo hay que decir que uno experimenta primero los destinos de aquellas almas con las que uno estuvo conectado en la vida pasada; pero en la experiencia espiritual posterior también se presentan los destinos de tales almas con las que uno estuvo conectado en vidas terrenales anteriores. Para el investigador espiritual resulta que desarrolla relaciones con casi todas las almas de la tierra; sólo que el reconocimiento es entonces a menudo extraordinariamente difícil y sólo puede tener éxito con ciertas ayudas.

Cuando se discute de este modo el significado de la inmortalidad del alma humana pueden surgir algunas preguntas para el individuo. Si juntamos lo que se dijo en la conferencia anterior con lo que se ha expuesto hoy, podemos decir: Podemos comprender que la conciencia cotidiana sólo puede desarrollarse extendiéndose como un velo sobre lo eterno del alma humana, y que, por consiguiente, desarrollamos la conciencia sensorial porque entre el nacimiento y la muerte oscurecemos lo que se despliega después de la muerte. Debemos, -según lo dicho en la última conferencia-, llevar la muerte dentro de nosotros para poder tener la conciencia presente. En la medida en que desarrollemos las fuerzas que nos llevan a la muerte natural, podremos desarrollar la conciencia cotidiana. El hecho de que podamos morir hace posible que tengamos el mundo de los sentidos a nuestro alrededor.

Así se puede comprender que el hombre deba morir, por así decirlo, cuando ha experimentado toda su vida. Pero por parte de aquellos que oyen hablar del significado de la inmortalidad de esta manera, siempre debe plantearse la pregunta: ¿Qué pasa con aquellas vidas que finalizan sin haberse completado, ya sea por enfermedad interna o debilidad interior o desgracia, tal vez en la flor de la vida física en la tierra? ¿Qué puede decir el investigador espiritual sobre tales muertes? ¿Cómo encajan en el curso completo de la vida terrenal? y ¿Qué son en lo que el hombre lleva a través de la puerta de la muerte cuando entra en el mundo espiritual?

No quiero hablar en abstracto aquí. He estado dando estas conferencias aquí durante muchos años. Por lo tanto, es muy natural que ahora, después de que un ciclo así se haya celebrado tantas y tantas veces, pueda creerse por parte de algunos que descripciones como las que aquí se dan se presentan como meras afirmaciones. Una y otra vez veremos que quienes oigan estas cosas por primera vez y no se hayan familiarizado con la bibliografía plantearán objeciones que hace tiempo que han quedado descartadas. Pero uno no podría avanzar en las consideraciones si tuviera que decir siempre lo mismo cada año. Por lo tanto, debo señalar que hay que decirlo frente a las objeciones plenamente justificadas que puedan surgir: Traten de penetrar en la literatura y tengan en cuenta que tales objeciones ya han sido descartadas en el curso de muchas conferencias.

Tomemos el caso de que una vida humana floreciente es arrebatada por un accidente. Entonces al investigador espiritual se le presentará lo siguiente. Si rastrea a esta alma más allá de la muerte, se pone de manifiesto que, al sufrir este accidente, ha absorbido facultades aptas para preparar facultades intelectuales más elevadas para la siguiente vida terrenal que las que podría haber preparado si no se hubiera producido este infortunio. Aunque sólo se mal interpretaría al investigador espiritual si se albergara el más remoto pensamiento: así sería muy fácil hacerse más intelectual para la próxima vida terrena si ahora fuera atropellado por una máquina.  Pero no es así. Sino que resulta que lo necesario en el destino humano más allá de la muerte no lo puede decidir la conciencia que tenemos entre el nacimiento y la muerte, sino esa conciencia superior que entra antes del nacimiento o después de la muerte, en el mundo puramente espiritual. Con la conciencia que podemos desarrollar en el cuerpo físico, nunca podemos prever si una desgracia nos afectaría de tal o cual manera. Pero para el investigador espiritual resulta evidente en numerosos casos que, efectivamente, durante una vida que precedió a nuestro nacimiento actual como experiencia espiritual, nuestra alma ya ha provocado tal destino en una conciencia puramente espiritual, lo que ha desembocado en esta desgracia con cierta necesidad. No nos corresponde a nosotros decidir esto después del nacimiento. Antes del nacimiento dirigimos nuestra existencia hacia la desgracia, de modo que nuestra alma pasa, por así decirlo, por la posibilidad de los modos de actividad físicos exteriores, para destrozar el cuerpo físico, y así tiene la experiencia, por así decirlo, en el momento de la transición: ¿Cómo actúa nuestra humanidad en la destrucción, si este cuerpo no va a seguir desarrollándose de un modo natural? Tiene mucho sentido, -pero no ante nuestra conciencia cotidiana, sino ante nuestra supraconciencia-, que las vidas humanas también tengan que perecer a causa de la desgracia antes de llegar a la vejez normal, por así decirlo. Por atrevido que sea decir tales cosas en el presente, también deben ser señaladas. Y en muchas almas que el investigador espiritual encuentra, y en las que halla estos o aquellos talentos en su disposición básica, puede remontarse a vidas anteriores en la tierra y ver cómo se han desarrollado, a causa de la desgracia, a cierta edad poderes de invención, poderes de penetración en el gran mundo, que son aptos para prestar grandes servicios a la humanidad. Sólo hay que considerar de manera razonable cómo para que se produzcan estos o aquellos hechos que son de tipo original es necesaria una determinada edad humana. Los grandes inventores consiguen descubrir determinadas fuerzas de las profundidades de la vida en una determinada edad, exigiendo al máximo sus capacidades. No tiene por qué ser necesariamente una invención que haga época, sino también algo que sirva por completo a la vida cotidiana habitual. Esto puede deberse a que esta alma tuvo que pasar por condiciones de vida que destruyeron el cuerpo en ese momento. De este modo, el alma obtiene fuerzas inventivas que controlan, dirigen y penetran en el mundo físico. No se puede «probar» con la lógica exterior habitual que se puedan investigar tales cosas. Sin embargo, esto sólo se puede hacer de la manera que se ha demostrado tantas veces en estas charlas, de modo que el investigador espiritual se pone a observar con una metodología estrictamente regulada de su vida anímica lo que sucede cuando un alma experimenta una desgracia que conduce a esto o aquello, o incluso a la muerte.

O tomemos otro caso: si una joven vida humana es llevada relativamente pronto por una enfermedad, entonces se hace evidente para el investigador espiritual que no es tanto la vida intelectual en la siguiente encarnación la que es influenciada por ella; sino que en tal caso es esencialmente la vida volitiva la que es influenciada. Una vez más, no debemos provocar tal fortalecimiento de la vida volitiva, que deseamos en la conciencia ordinaria, dejando que nosotros mismos la enfermemos. Sin embargo, si en todo el contexto de la existencia, que está dominado por el mundo espiritual, una vida humana es llevada en la flor de su existencia por una enfermedad pulmonar o de otro tipo, el investigador espiritual encuentra muy a menudo que éste es el caso, que tal alma, habiendo pasado por tal enfermedad, no pudo desarrollar esa fuerza de voluntad interior que ya le era en cierto modo inherente. La corporeidad exterior ofrecía resistencia. Pero al pasar por la enfermedad, y al experimentar la resistencia de la corporeidad, el alma espiritual encontró, al pasar luego por la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento, en esta resistencia lo que entonces da esa fuerza de voluntad. Y es precisamente a través de tal contemplación como se hace evidente que la vida adquiere sentido por todos lados.

Ciertamente, hay que decirlo: todo el sufrimiento que sentimos en nuestra vida física en la tierra, que sentimos justificadamente cuando nos enfrentamos a las desgracias de la vida o a nuestro propio destino, este sufrimiento siempre estará ahí. No puede anularse por completo, pero tal vez pueda aliviarse si uno se da cuenta de que, visto desde una perspectiva más elevada, la sabiduría late y teje, no obstante, a través de nuestras vidas. Desde un punto de vista superior, todo el sufrimiento que se entreteje en la vida parece pertenecer al desarrollo, y el investigador espiritual asume que: Para presuponer y encontrar sabiduría en el mundo desde el principio. Contempla la vida con todas sus fortunas y desventuras; y al igual que el resultado de un cálculo no está ahí hasta que el cálculo se ha llevado a cabo, así tampoco hay sabiduría en la vida humana hasta que se ha convencido admirado en tantos casos de que la sabiduría subyace, no obstante, a toda la vida. Puesto que estamos en una experiencia que debe pasar por el cuerpo, las desgracias tendrán un efecto correspondiente, nos llevarán con ellas como seres humanos, y la vida en el cuerpo, si no pudiera sentir dolor en las desgracias, tendría que parecernos inhumana. Pero así como la percepción sensorial en la vida nos encubre lo que es anímico- espiritual en su significado eterno, así la experiencia en el cuerpo encubre ese punto de vista superior desde el cual toda experiencia consciente del hombre aparece impregnada de sabiduría. El investigador espiritual no se vuelve como un cultivo agostado porque pueda ver la sabiduría incluso en la desgracia. No, precisamente porque puede elevarse a un punto de vista superior, desde este punto de vista la visión general de la vida le parece impregnada de sabiduría, razonable. Pero entonces, cuando entra de nuevo en la vida terrenal y la experimenta en su cuerpo, es naturalmente tan hombre de sentimientos como cualquier otro. Al igual que la persona que sube a la cima de una montaña y disfruta de la hermosa vista desde la cima no debe dejar de tener un ojo puesto en lo que ocurre en el valle de abajo, así el verdadero investigador espiritual no puede perder toda compasión y simpatía por toda la felicidad y el sufrimiento humanos cuando se enfrenta a la felicidad y el sufrimiento en la vida entre el nacimiento y la muerte.  Pero es precisamente esta investigación espiritual la que muestra que el hombre no ha nacido para desesperar ante la eternidad, sino que toda mirada al reino del espíritu le muestra el mundo con sabiduría, con sentido, y que el conocimiento de la verdadera inmortalidad es al mismo tiempo el conocimiento del sentido de la inmortalidad.

Sólo he podido hacer alusiones a la inmortalidad humana y a su naturaleza, y el significado de esta inmortalidad humana en sí debe surgir de ello. Son precisamente esas cosas las que el investigador espiritual debe expresar con palabras que se encuentran, por así decirlo, fuera de la vida ordinaria, si quiere señalar lo que el hombre experimenta después de haber traspasado la puerta de la muerte. Nada de lo que se experimenta en la vida ordinaria ofrece pistas para caracterizar la vida después de la muerte, si se la quiere identificar en su sustancialidad espiritual. Así pues, hay que comprender que el hombre en su paso por la puerta de la muerte no podrá llevar consigo la imagen de un solo león o de una sola montaña, pero sí podrá llevar consigo esa actividad interior anímico-espiritual mediante la cual somos capaces de tener una montaña como imagen, de tenerla en nuestra conciencia, o de imaginarnos un león. Esto es lo que llevamos a través de la puerta de la muerte. Precisamente lo que más llevamos a través de la puerta de la muerte no es «real» en la vida. Cuando vemos diferentes leones, nos formamos el concepto de un león. Por supuesto, es un juego de niños demostrar que el concepto de león no existe en la realidad sensorial, sino sólo el león individual; del mismo modo, tampoco el concepto de montaña, sino sólo la montaña individual. Pero lo que nos permite reconocer y comprender montañas y leones, comprender lo anímico-espiritual, reconocer la justicia, la libertad, etc., lo que nos hace capaces de vivir con un alma humana como con los de nuestra especie, lo que nos permite penetrar en el alma humana a través de misteriosas simpatías, ese misterioso tejido de alma a alma, eso es lo que nos llevamos con nosotros a través de la puerta de la muerte. Y cuando se plantea la pregunta: ¿Volveremos a estar junto a nuestros allegados después de la muerte? podemos decir: ¡Volveremos a estar junto a ellos! Hay un reencuentro con aquellos que estuvieron cerca de nosotros en vida. <Incluso entre el nacimiento y la muerte hay lazos entre las almas que pertenecen a lo extraterrenal, -que sólo no se ve todavía porque la mirada del alma está atada por la visión física. 

Al mismo tiempo, explorar lo espiritual significa necesariamente, si uno llega realmente a lo espiritual, reconocer la eternidad de lo espiritual. Reconocer al ser humano como espíritu significa reconocer la eternidad del espíritu humano. Y en realidad, como investigador espiritual, por extraño que parezca, hay que decir lo siguiente: quien considera que el espíritu es mortal no puede reconocerlo en realidad. Los filósofos que no creen en la inmortalidad del alma humana son como los botánicos que niegan la existencia de las plantas. Es la manera particular de mirar el mundo del espíritu, tal como lo revela la mirada del investigador espiritual, de tal manera que se puede decir: El alma aprende a reconocer lo espiritual como algo evidente, así como el botánico reconoce la planta por lo que es. Por lo tanto, podemos decir que lo más valioso para toda la vida humana con respecto a lo anímico-espiritual con respecto al comportamiento del alma humana después de la muerte, es lo que está oculto por la visión externa en la experiencia físico- sensorial, lo que no se percibe en esta experiencia. Quien quiera llevar conceptos a la vida que transcurre después de la muerte, quien no quiera padecer «hambre de conceptos», -si se me permite la expresión-, después de la muerte, debe adquirir conceptos que ya aquí en la vida terrena no se limiten meramente a lo sensiblemente perceptible, sino que van más allá de ello, En la vida después de la muerte podemos alimentarnos, de eso que sabemos por la ciencia espiritual, lo mismo que de los conceptos. Si alguien creyera que el hambre de conceptos lo mataría después de la muerte, entonces hay que decir que un alma, por ser inmortal, puede efectivamente sufrir del hambre de conceptos, pero no puede, como el cuerpo físico, morir del hambre de conceptos.

Por lo tanto, sólo podría darte algunos indicios sobre el significado de la inmortalidad del alma humana. Por supuesto, la persona que da tales indicios sabe mejor que nadie lo que pueden, o a menudo deben, objetar a tales indicios quienes están tan completamente inmersos en la conciencia de hoy. Vivimos en una época que, por un lado, no quiere reconocer en absoluto que el desarrollo del alma, del que hemos hablado aquí, conduce realmente a una experiencia puramente espiritual, en la que se presenta lo que aquí se ha apartado; pero al mismo tiempo vivimos en una época en la que, en las profundidades subconscientes del alma humana, existe el anhelo de ir más allá del conocimiento del intelecto y de lo que está ligado al intelecto. También puede haber gente que diga: ¿Por qué el hombre no puede conformarse con lo que la naturaleza le ha dado, con el intelecto y los sentidos que le son dados por naturaleza? Pero eso sería como si alguien dijera que un niño debería conformarse con lo que tiene de niño y no aprender lo que tendría que hacer de hombre. La persona que dijera que el alma debe quedarse con las capacidades que ya le son dadas estaría exactamente en la misma posición.

Vemos en todas partes, donde sólo se puede uno desprender de los prejuicios más groseros que el siglo ha producido, que se llega a la naturaleza real de lo que es la esencia del hombre. Se ve cómo los filósofos contemporáneos se desprenden de la experiencia puramente física y de la interpretación de la experiencia puramente física. Sigue siendo interesante, por mucho que se yerre, que el filósofo francés Bergson vea en la memoria algo que conduce a lo espiritual. Pero de este ejemplo se desprende lo difícil que es para los filósofos actuales reconocer el mundo espiritual. Y en otros puntos se puede ver cómo la vida anímica sana, cuando se desarrolla de forma saludable, llega a la puerta de la ciencia espiritual. Es muy interesante que lo que en la vida ordinaria se llama atención, cuando se aumenta hasta lo ilimitado, da la posibilidad de hacer otra cosa del hombre, y donde se ve entonces, después de todo, cómo un filósofo muy importante del presente, que sin embargo permanece atascado en los conceptos del presente, Mc Gilvary, sale de lo sano de la naturaleza americana justo hasta el punto en que se dice a sí mismo: Si uno quiere llegar a conocer el ser anímico real, si uno quiere llegar a saber qué es el alma, qué es la inmortalidad, sólo puede hacerlo en el desarrollo de la atención. Y Mc Gilvary llega a la conclusión de que el hombre puede conocer a través de un esfuerzo, a través de un aumento de las facultades de la atención, que a través de este esfuerzo se llega a captar un ser anímico espiritual, que se tiene como una actividad interior. Esto muestra cómo tales esfuerzos conducen a la puerta de la ciencia espiritual.

U otro ejemplo: Me sentí sumamente satisfecho cuando llegó a mis manos un tratado escrito por un director de escuela secundaria de gran talento: Deinhardt en Bromberg. En él se puede ver cómo un hombre muy culto de la actualidad, que aún no podía saber nada de la ciencia espiritual especial, lucha con las cuestiones más elevadas de la vida humana. Otros también han hecho lo mismo. Pero es interesante ver cómo, durante la conferencia en la que ese director de escuela de gramática expuso sus ideas sobre la inmortalidad del alma humana, el redactor llama la atención sobre una carta que recibió de ese director de escuela de gramática, en la que éste escribe: si aún se le concediera continuar sus esfuerzos por este lado, todavía quería mostrar cómo el alma sigue trabajando en un cuerpo sutil en la vida entre el nacimiento y la muerte, que luego pasa por la puerta de la muerte. Es reconfortante, en medio de la época del materialismo floreciente, ver a alguien luchando con el problema que se acaba de tratar en estas dos últimas conferencias, en las que se ha intentado mostrar que a través de la investigación espiritual se capta la esencia inmortal del hombre, que se desarrolla y sigue desarrollándose, que atraviesa la puerta de la muerte para prepararse para una nueva vida en la tierra a su paso por el mundo espiritual. Lo que aquí se ha llamado el «núcleo anímico-espiritual del ser» en su crecimiento, a eso se refiere el director de la escuela de gramática como un «cuerpo sutil», que el alma organiza para llevarla a través de la muerte, y en el que pueden acumularse las fuerzas más sutiles, que el alma necesita después para continuar su desarrollo en la vida como un todo.

Aunque hoy en día, debido a los grandes logros admirables de la ciencia externa, la mirada se aleja de lo anímico-espiritual, y por lo tanto la inmortalidad del alma humana todavía no se reconoce y tampoco se comprende, por otro lado se puede ver la lucha por los conceptos, que de nuevo dan al hombre una imagen de lo que está presente después de la muerte, y que, porque no sólo está ahí después de la muerte, sino que con un dicho de Hegel «también está ahí en la vida», sólo aporta fuerza y certeza a la vida y sólo hace al hombre plenamente humano. Y para aquellos que pueden vivir sin estas «cosas metafísicas», puede decirse que la vida no puede tener lugar de otro modo que haciendo surgir de sus profundidades aquello que libera la vista autoevidente hacia los dominios de lo eterno, de lo inmortal, aunque la vista del alma pueda oscurecerse a lo largo de épocas enteras.

Así pues, puede decirse que llegará el momento en que lo que hoy parece paradójico se comprenda, de la misma manera que siempre se han comprendido los logros de la ciencia, que han hecho avanzar a la humanidad. Ya he señalado que la ciencia espiritual está en armonía con la ciencia contemporánea, con todas las personalidades del desarrollo humano que penetran en el espíritu y en su vida. Por eso, al final de estas reflexiones, a través de las cuales he tratado de interpretar el significado de la inmortalidad del alma humana, quisiera señalar algo que brotó del filósofo griego Heráclito, quien desde el punto de vista de su época echó una mirada profunda a la experiencia del cosmos; lo que brotaba del alma de este filósofo, que sentía su propia alma arrastrada por la «corriente del devenir», como la que se dirigía a todo el universo. Heráclito veía la característica real del cosmos en el devenir, en el devenir que nunca descansa. Para él, el «ser» era una ilusión. Lo que es, en realidad sólo existe aparentemente.

Todo está dentro de la corriente del devenir, en sutil actividad, y el alma está entretejida en esta actividad que fluye eternamente. Para Heráclito, el fuego era el símbolo del devenir, y sentía que su propia alma estaba inmersa en el fuego del devenir del cosmos. Viviendo en su alma, sentía el impulso de la inmortalidad como una experiencia interior, como una observación interior directa. Y así lo expresó de tal modo que sus palabras, sólo ligeramente alteradas, quisieran formar la conclusión de las reflexiones sobre la inmortalidad humana que hoy he intentado expresar. Es verdad, la mirada entrenada del investigador espiritual lo demuestra:

Cuando el alma, liberada del cuerpo, se eleva hacia el éter libre, ¡se muestra ante sí misma como un espíritu inmortal, liberado de la muerte!

Traducido por J.Luelmo ago, 2024

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