GA211 Dornach, 26 de marzo de 1922. Cambios del proceso respiratorio, a lo largo de la historia -( Sofia - Ciencia)

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RUDOLF STEINER


Cambios del proceso respiratorio, a lo largo de la historia

CONFERENCIA 4 

Dornach, 26 de marzo de 1922.

En nuestra época se habla mucho de la diferencia entre fe y conocimiento y, en particular, a menudo se afirma que la Antroposofía, según lo que dice, no debería describirse como ciencia, sino como contenido de la fe, como convicción de fe. En el fondo, sin embargo, todas las distinciones que se hacen de este estilo provienen del hecho de que la gente tiene muy poca idea de lo que ha surgido como fe en el curso del desarrollo humano, y que en realidad no tiene mucha idea de lo que es el conocimiento. Toda la fe, todo lo que está relacionado con la palabra fe, se remonta en realidad a tiempos muy antiguos en la evolución de la humanidad. Se remonta a aquellos tiempos en los que el proceso de respiración desempeñaba un papel mucho más importante en la vida del hombre que en la actualidad. Una persona con su actual condición anímica en realidad no presta atención a su proceso de respiración. Inspira y espira, pero no percibe ninguna experiencia particular. Las creencias de épocas más antiguas siempre han hecho hincapié en la importancia de la respiración. Baste recordar, -como ya he señalado estos días-, que en el Antiguo Testamento la creación del hombre está relacionada con la inhalación del aliento, y baste recordar lo que he dicho sobre el empeño que existía en la antigua India, por ejemplo, por alcanzar un conocimiento superior regulando el proceso respiratorio de una determinada manera. Este empeño tenía sentido en la época en que el hombre prestaba más atención a su respiración. Les decía que este empeño tuvo lugar en la época en que el hombre no sólo percibía a su alrededor la naturaleza muerta que hoy percibimos, sino que el hombre veía la actividad de lo anímico-espiritual en todas las cosas naturales y actos de la naturaleza, cuando percibía la actividad de lo anímico-espiritual en cada manantial, en cada nube, en el río y en el viento. Durante este tiempo, el objetivo era hacer la respiración más y mas consciente: regular la inhalación, la retención del aliento y la exhalación.
Y a través de esta regulación del proceso respiratorio se creó lo que puede llamarse autoconciencia, la experiencia del yo, del «yo soy». Pero era una época en la que la percepción, la experiencia de la respiración desempeñaba un cierto papel en la vida humana. El ser humano del presente, desde su conciencia ordinaria, no puede formarse una idea de cómo era aquello. Me gustaría ofrecerles esa idea. Es cierto que el proceso respiratorio se divide en inhalar, contener la respiración y volver a exhalar. Este proceso respiratorio está regulado inicialmente por la naturaleza humana. Los estudiosos del yoga de los que he hablado lo regulaban de otra manera. Al igual que los que estudian hoy en día desarrollan una forma de pensar que no es la de la vida cotidiana, en los tiempos en que la respiración desempeñaba un papel especial en la vida, la gente también desarrollaba una forma de respirar diferente a la de la vida ordinaria. 
Pero no nos fijemos en la respiración del yoga, en la respiración desarrollada, sino en la respiración ordinaria. Puedo ilustrarlo mejor esquemáticamente. Si suponemos que se trata del organismo torácico humano, podemos decir que distinguimos entre el proceso de inhalación, el proceso de contención de la respiración, -que no describiré en detalle-, y el proceso de exhalación. Cuando el hombre inhalaba en tiempos antiguos, lo experimentaba como si con la inhalación, es decir, con el aire inhalado del mundo exterior, entrara lo que había de espiritual en los seres y hechos del mundo exterior. Así pues, en lo que aquí he calificado de corriente de inhalación rojiza, el hombre experimentaba, digamos, gnomos, ninfas, todo lo que había de espiritual en la naturaleza circundante. 

Y al exhalar (azul), es decir, al enviar el aire que respiraba hacia el exterior, estas entidades volvían a ser invisibles al exhalarlas. En cierto sentido, se perdían en la naturaleza circundante. Uno respiraba y sabía: lo anímico-espiritual existe afuera en la naturaleza, porque en la inhalación uno sentía el efecto de lo anímico-espiritual. Se sentían conectados con los aspectos espirituales y anímicos de la naturaleza externa. En aquellos tiempos antiguos, esto tenía un efecto embriagador sobre el hombre, -pero sólo comparativamente hablando-, en cierto modo. Se embriagaba con lo anímico-espiritual del entorno. Y al exhalar de nuevo, recuperaba la sobriedad. Así que vivía en una embriaguez y una sobriedad. Y en esta embriaguez y sobriedad había una interacción con lo anímico-espiritual del mundo exterior. Pero había algo más. Al inhalar, al embriagarse, por así decirlo, con lo anímico-espiritual, el hombre sentía cómo ascendían silenciosamente los seres anímicos-espirituales desde la corriente de aliento hasta su cabeza, cómo lo llenaban interiormente, cómo se unían con su propio ser corporal. De modo que lo que el hombre sentía allí puede expresarse más o menos así: Inhalo lo anímico-espiritual del entorno. Me llena la cabeza. Lo siento, lo percibo. Luego se retiene la respiración. Y al exhalar, la persona diría: Devuelvo mi sensación de lo anímico-espiritual. Pero esto tenía una conexión íntima con la vida. Fijémonos en una cosa muy sencilla: aquí hay una tiza. Si hoy cogen esta tiza, la miran, extienden la mano y la cogen. Así no se hacía antiguamente. Nosotros tenemos la idea de mirar la tiza y luego cogerla. Ese no era el caso del hombre antiguo, sino que la miraba, inspiraba lo que emanaba espiritualmente de la tiza, espiraba, y sólo cuando espiraba agarraba la tiza, de modo que para él inspirar era lo mismo que observar, espirar era lo mismo que estar activo. 
Era una época en la que el hombre vivía en una especie de interacción rítmica con su entorno. Esta interacción rítmica se ha conservado para épocas posteriores, pero sin la conciencia viva y contemplativa de antaño. Imaginemos cómo se trillaba todavía a mano en el campo en nuestra juventud: mirar, golpear, mirar, golpear, en una actividad rítmica. Esta actividad rítmica correspondía a un determinado proceso respiratorio. Inspirar = observar, espirar = hacer. Para un desarrollo posterior de la humanidad podemos decir: esta experiencia de la inhalación cesó en la percepción humana, y el hombre percibió o percibe sólo lo que sube a su cabeza por la respiración. En la antigüedad, pues, el hombre percibía cómo lo que inhalaba, que para él era una embriaguez, continuaba hasta su cabeza y allí se conectaba con las impresiones sensoriales. Más tarde ya no fue así. Más tarde, el hombre pierde la conciencia de lo que ocurre en su organismo torácico.
Él ya no percibe este flujo ascendente de la respiración porque las impresiones sensoriales se hacen más fuertes. Extinguen lo que surge en la respiración. Cuando hoy vemos u oímos, el proceso de ver y también el de oír contienen el proceso de la respiración. En el hombre antiguo, la respiración era una parte muy importante de la visión y la audición; en el hombre actual, la visión y la audición son tan fuertes que la respiración está completamente apagada. De modo que podemos decir que lo que era percibido por el hombre antiguo en el proceso de respiración en su ser interior, embriagadoramente fluyendo a través de su cabeza, ya no está vivo, de modo que se decía: ¡Ah, las ninfas! ¡Ah, los gnomos! ¡Las ninfas, así giran en su cabeza, los gnomos, así martillean en su cabeza, las ondinas, así ondulan en su cabeza! Hoy en día, este martilleo, ondulación, torbellino es ahogado por lo que proviene de la visión, de la audición y es de lo que se llena la cabeza hoy en día. Así que hubo un tiempo en el que el hombre percibía este flujo ascendente de la respiración en su cabeza con más fuerza. Esto sucedía en la época en la que el hombre todavía percibía confusamente, en la que todavía percibía algo de las secuelas del martilleo gnómico, del ondular ondino, del girar ninfa, en la que todavía percibía algo de la conexión de estas secuelas con las percepciones del sonido, la luz y el color. Pero después todo lo que todavía percibía del proceso respiratorio desaparecía. Y las personas que aún conservaban un vestigio de la conciencia de que la respiración había introducido en el ser humano los aspectos anímico-espirituales del mundo, llamaban «Sophía» a lo que quedaba, a lo que se establecía a partir de la percepción sensorial en relación con la respiración. 
Pero la respiración ya no se percibía. Así, el contenido espiritual de la respiración quedaba aniquilado, o más bien paralizado por la percepción sensorial. Esto lo sintieron especialmente los griegos. Los griegos no tenían una idea de la ciencia como la que tenemos hoy en día. Si a los griegos se les hubiera hablado de la ciencia tal y como se enseña hoy en nuestras universidades, les habría parecido como si alguien les hubiera estado perforando constantemente el cerebro con pequeños alfileres. No se habrían dado cuenta de que esto podía proporcionar satisfacción a una persona. Si hubieran tenido que absorber el tipo de ciencia que tenemos hoy en día, habrían dicho: Hace daño al cerebro, hiere al cerebro, escuece. Pues aún querían percibir algo de esa agradable propagación del aliento embriagador en el que se vertían lo que oían y veían. Había, pues, una percepción de una vida interior en la cabeza de algunos griegos, una vida interior como la que ahora les estoy describiendo. Y llamaban a esta vida interior Sophía. Y aquéllos otros que amaban desarrollar esta Sophía dentro de sí mismos, que tenían una inclinación especial a entregarse a esta Sophía, se llamaban a sí mismos filósofos. La palabra filosofía apunta ciertamente a una experiencia interior. Esa aceptación horriblemente pedante de la filosofía, por la que uno simplemente, -como se dice en la vida estudiantil-, se familiariza con esta ciencia, eso no se conocía en Grecia. Sino que lo que se expresa en la palabra filosofía, es  la experiencia interior de «amo a Sophía» Pero al igual que el proceso respiratorio que entra en el cuerpo es absorbido por las percepciones sensoriales de la cabeza, el resto del cuerpo absorbe lo que sale como aire exhalado. Al igual que las percepciones sensoriales fluyen hacia la cabeza a través de lo que se oye, y de lo que se ve, fluyen hacia la embriaguez del aire inhalado, en el organismo metabólico de los miembros, junto con el aire exhalado también fluyen las sensaciones físicas, las experiencias. El efecto aleccionador del aire exhalado, el efecto de extinción de la percepción, fluía junto con las sensaciones físicas que se despertaban al caminar y trabajar. El estar activo, el hacer, estaba ligado al espirar. Y al estar activo, al hacer algo, el ser humano sentía, por así decirlo, cómo lo anímico-espiritual fluía fuera de él. De modo que cuando hacía algo, trabajando en algo, sentía como si dejara fluir lo anímico-espiritual en las cosas. Al asimilar lo anímico-espiritual, embriago mi cabeza, me conecto con lo que veo, con lo que oigo. Hago algo, espiro. Lo anímico-espiritual desaparece. Se va en lo que martilleo, se va en lo que agarro, se va en todo lo que trabajo. Libero de mí mismo lo anímico-espiritual. Lo transfiero, por ejemplo hirviendo leche, haciendo algo externamente, dejo que lo anímico-espiritual fluya en las cosas.
Ese era el sentimiento, esa era la sensación. Así era en la antigüedad. Pero esta percepción del proceso de exhalación, esta percepción de desencanto, simplemente cesó, y sólo quedó un rastro de ella en la época griega. En la época griega, la gente todavía sentía algo, como si todavía estuvieran entregando algo agradable a las cosas al estar activas. Pero después todo lo que había en el proceso de respiración se paralizaba por la sensación del cuerpo, por la sensación de esfuerzo, de fatiga al trabajar. Así como el proceso de inhalación estaba paralizado hacia la cabeza, el proceso de exhalación estaba paralizado hacia el resto del organismo. Este proceso espiritual de exhalación estaba paralizado por la sensación del cuerpo, es decir, por la sensación de esfuerzo, de calentarse, etc., por aquello que vivía en el hombre, de modo que éste sentía su propia fuerza, que utilizaba esforzándose, haciendo algo. Ahora no sentía el proceso de exhalación como fatiga, sentía un efecto de poder en su interior, sentía el cuerpo imbuido de energía, de poder. Este poder que vivía dentro del ser humano era pistis, la fe, el sentimiento de lo divino, el poder divino que hace que uno trabaje:  
Sophía = contenido espiritual de la respiración, paralizado por la percepción sensorial 
 Pistis (fe) =  el proceso espiritual de exhalación, paralizado por la sensación corporal           
Así, la sabiduría y la fe confluían en el hombre. La sabiduría fluía hacia la cabeza, la fe vivía en todo el ser humano. La sabiduría era sólo el contenido de las ideas. Y la fe era el poder de este contenido de ideas. Ambas cosas confluían. Por eso también este único escrito gnóstico que se ha conservado de la antigüedad, el escrito Pistis Sophía. De modo que en la Sophía se tenía una dilución de la inhalación, en la fe una condensación de la exhalación. Después, la sabiduría se diluyó aún más. Y en la dilución ulterior, la sabiduría se convirtió en ciencia. Y luego la fuerza interior se concentró más. El hombre sólo sentía su cuerpo: la conciencia de lo que es realmente la fe, la pistis, desapareció de él. Y entonces sucedió que, debido a que ya no podían sentir la conexión, los hombres separaron lo que debía surgir subjetivamente, por así decirlo, del ser interior como mero contenido de la fe, y lo que estaba conectado con la percepción sensorial exterior. Primero fue Sophía, luego Scientia, la ciencia ordinaria, que es una Sophía diluida. También se podría decir que originalmente Sophía era un ser espiritual real que el hombre sentía como habitante de su cabeza. Hoy sólo tiene el fantasma de este ser espiritual. Porque la ciencia es el fantasma de la sabiduría. Esto es algo que en realidad debería recorrer el alma del hombre de hoy como una especie de meditación, que la ciencia es el fantasma de la sabiduría. Y del mismo modo, por otra parte, la fe, -que hoy suele llamarse así; aquí no hemos captado realmente una diferencia particular en las palabras-, la fe que vive hoy no es la fe interiormente experimentada de la antigüedad, Pistis, más bien es lo subjetivo lo que está estrechamente relacionado con el egoísmo. Es la fe condensada de la antigüedad. En la fe que aún no estaba condensada, aún se sentía lo divino objetivo en el hombre. Hoy la fe se encuentra sólo subjetivamente, por así decirlo, saliendo como humo del cuerpo. De modo que podría decirse que, al igual que la ciencia es el fantasma de la sabiduría, la fe actual es el peso de la fe anterior, el lastre de la fe anterior.
Estas cosas deben mantenerse unidas de esta manera, entonces ya no se harán juicios tan superficiales como los que hacen muchas personas hoy en día, que dicen que la antroposofía es sólo un contenido de la fe. Esa gente no sabe de lo que habla porque nunca se ha dado cuenta de toda la conexión entre fe y sabiduría, de esta unidad interior de fe y sabiduría, de la historia real de la humanidad. ¿Dónde se habla hoy de la historia en la forma en que tenemos que presentarla aquí? ¿Dónde se habla hoy de lo que antaño fue para el hombre el proceso de la respiración, de cómo representaba una experiencia completamente distinta de lo que es hoy? ¿Dónde se evidencia lo abstracto, por un lado, y lo sólidamente material, por otro, en que se ha convertido lo que antaño era, por un lado, lo anímico-espiritual real y, por otro, lo anímico-corporal real? 
Cuando el desarrollo de la fe llegó a cierto punto, se hizo necesario que la humanidad incluyera algo bastante definido en este contenido de la fe. En la antigüedad, el hombre tenía lo divino dentro del contenido de su fe. Experimentaba lo divino en el proceso de exhalación. Pero el proceso de exhalación se perdió para su conciencia. Ya no tenía la conciencia de que lo divino pasa a las cosas. El hombre necesitaba una revitalización de lo divino para su conciencia, y recibió esta revitalización a través del hecho de que ahora recibió en sí mismo un concepto que no tiene realidad externa en la tierra. 
En la tierra no tiene realidad externa que los muertos se levanten de sus tumbas. Pero el misterio del Gólgota no tiene ningún contenido real para el hombre cuando describe el curso de la vida de Jesús, hasta que muere. Al fin y al cabo, eso no tiene nada de especial. Por eso Jesús tampoco es ya nada especial para la teología moderna. Porque el hecho de que una persona pase por algún tipo de experiencia y luego muera, tal como la teología moderna retrata la vida de Jesús, no es nada especial. El misterio sólo comienza con la resurrección, con la vida viva del ser de Cristo después de que el cuerpo físico haya pasado por la muerte. Y cualquiera que, -y esto también está en consonancia con las palabras de San Pablo-, no acepte esta idea de la resurrección en su conciencia, no ha aceptado nada del cristianismo, razón por la cual la teología moderna sólo es en realidad una Jesús-logía, no realmente cristianismo en absoluto. 
El cristianismo necesita una idea así, que se refiera a una realidad que no tiene lugar en esta tierra como percepción inmediata de los sentidos, sino que como idea eleva ya al hombre a lo suprasensible. Por medio de una experiencia interior, el hombre de la antigüedad era elevado a lo suprasensible. En estos días les he mostrado, cómo el estudiante de yoga era conducido a la experiencia interior de ser un bebé. Se experimentaban las primeras impresiones de ser un bebé, aquello que se forma vívidamente en el ser humano. A través de los ejercicios de yoga de los que les he hablado, uno se volvía consciente de aquello de lo que de otro modo no sabe nada, pero al mismo tiempo de todo lo prenatal, o más bien de la vida que yace antes de la concepción, donde el alma del ser humano estaba arriba en el mundo espiritual antes de descender y tomar un cuerpo físico. 
De esto sólo quedó una imagen descriptiva. Esta imagen también está contenida en los Evangelios: Si no os hacéis como niños, no podréis entrar en los reinos de los cielos. -Esta frase se refiere a eso, sólo que en ese momento ya no tenía vida inmediata. En cierto modo, esta frase era un recordatorio de que algún día se podía volver a la infancia y experimentar los reinos del cielo, de los que se descendía a través del nacimiento, a la existencia física. Difícilmente la gente de hoy, cuando oye hablar de los reinos del cielo en los Evangelios o en cualquier otra lengua antigua, se imagina algo significativo al respecto. Entonces probablemente piensa: Bueno, he visto que aquí en la tierra - Francia, Inglaterra y demás, que se dividen en reinos. Lo que hay en la tierra en términos de reinos también está arriba, también están los reinos del cielo. - De lo contrario, el hombre no puede realmente hacerse una idea concreta de los reinos del cielo si no puede visualizar lo que hay allá arriba. Creo que incluso se dice en inglés, si no me equivoco: the kingdoms of heaven. Sí, no se hace una idea de lo que hay en la expresión modernizada «los reinos del cielo». El Evangelio incluso suele decirlo de tal manera que es aún más difícil ver lo que significa en realidad, incluso dice: el reino de Dios. Y, sin embargo, el hombre apenas piensa en nada, sino que simplemente pronuncia una frase.
Pero en la antigüedad los cielos eran precisamente lo que, -si la tierra está aquí (centro)-, se extendía como una esfera del mundo (blanco, azul). Y «esfera», ¿Qué era eso? Prescindamos de toda filología y utilicemos la observación que puede dar el propio método antroposófico. "Reich" = Lo que se extiende, lo que abarca, lo rodea, es el alcanzar, el sonar, el hablar, de modo que uno debe elevarse a la imaginación: A través de estos cielos, para el que aprende a percibir, el alma espiritual suena a través de ellos. Él percibe no sólo los cielos, sino la palabra del mundo que resuena y llega a través de los cielos.
Quien no puede llegar a ser como los niños pequeños no puede percibir la palabra de los cielos, la palabra que habla en todas partes desde los cielos. Si uno llama a los reinos terrenales «reinos» y a los gobernantes terrenales «gobernantes de estos reinos», habría que tener la idea secreta de que estos gobernantes pueden hablar o cantar tan alto que su voz resuena en todo su reino. En las ideas más antiguas y legendarias existe también algo así como una resonancia del imperio. Y simbólicamente esto se expresaba por el hecho de que se daban leyes que se proclamaban con trompetas a las regiones celestiales, con lo que el reino se hacía realidad. El reino no era la zona en la que vivía la gente, sino que el reino era lo que los ángeles de las trompetas llevaban a la inmensidad como contenido de las leyes. Pero era un recuerdo. Tenía que venir otra concepción que se relacionara más con la voluntad, -la anterior se relacionaba con la idea, con el pensamiento-, con aquello que acompaña al hombre cuando atraviesa la puerta de la muerte. Queda la voluntad como su desarrollo energético. Se va con él a través de la puerta de la muerte con el contenido del pensamiento del mundo. La voluntad humana, llena de pensamientos del mundo, entra con él en los mundos espirituales cuando el hombre muere. Y es a esta voluntad a la que se dirige el nuevo concepto del Cristo resucitado, del que vive, aunque haya muerto en la tierra.

Esa era la poderosa, la formidable idea que no sólo recordaba la infancia, sino que apuntaba a la muerte, y que apelaba en el hombre a lo que él lleva consigo a través de la puerta de la muerte. Así encontramos en el desarrollo de la propia humanidad la razón misma de la irrupción del concepto de Cristo, de todo el impulso Crístico. Ahora, sin embargo, se puede decir que incluso hoy en día todavía hay muchas personas en la tierra que no saben nada de Cristo. Las personas que hoy saben de él, en su mayoría lo saben mal, pero aprenden algo del Cristo, aunque, según el sentido del materialismo actual, no tengan realmente el concepto del Cristo, el sentimiento del Cristo, que tienen dentro de sí. Pero hay muchas personas en la tierra que viven otras formas de religión más antiguas. Y aquí es donde surge la gran pregunta que ya insinué ayer. Decía que el misterio del Gólgota es un hecho. El Cristo murió por todos los hombres. El impulso crístico se ha convertido en una fuerza para toda la tierra. En este sentido objetivo, separado de la conciencia, el Cristo está ahí para judíos, gentiles, cristianos, hindúes, budistas, etcétera. Él está ahí. Desde el Misterio del Gólgota vive en las fuerzas del desarrollo de la humanidad en la tierra. Pero no es lo mismo vivir en un ámbito cristiano que en un ámbito no cristiano. 

La diferencia que existe aquí sólo puede estudiarse si se ve la conexión entre la vida que el hombre desarrolla entre la muerte y un nuevo nacimiento y la vida en la tierra. Si un hombre ha pasado por la muerte y fue, digamos, budista o hindú en vida, si por lo tanto no ha recibido ninguna concepción, ninguna sensación del Cristo, se lleva consigo para el universo más allá de la muerte lo que el hombre puede experimentar aquí en la tierra del entorno exterior, de la naturaleza. En los cielos no se sabría nada de la naturaleza, si el hombre, al entrar por la muerte en los reinos celestes, no llevara allí el conocimiento de la tierra. El hombre lleva lo que toma aquí en la tierra al reino de lo suprasensible al pasar por la muerte, pues es a través de ésta que los mundos suprasensibles tienen algún conocimiento de lo mineral, lo vegetal, lo animal en la tierra. Pero el que conoce algo de Cristo, el que puede tener la idea de que Cristo vive en él, el que experimenta la palabra paulina: «No yo, sino el Cristo en mí», ahora no sólo lleva el conocimiento de la tierra a los mundos suprasensibles, sino también el conocimiento del hombre terrenal. De este modo, ambos son llevados también por el hombre de hoy. Los cristianos llevan al mundo suprasensible las noticias del hombre terreno, de la formación corporal terrenal del hombre. Los hindúes, los budistas, etc. llevan a los cielos el mensaje de lo que rodea al hombre. Incluso hoy en día los hombres se complementan en lo que aportan a los mundos suprasensibles al pasar por la muerte. 

Por supuesto, cada vez es más necesario que todos los secretos que el hombre puede experimentar en sí mismo, a través de sí mismo, sean llevados a los cielos, que el hombre sea así canalizado cada vez más a fondo. Pero sobre todo es importante que lo que el hombre experimenta sólo como tal respecto a los demás hombres aquí en la tierra, sea llevado a través de la muerte por medio del cristianismo. Téngase en cuenta que ésta es una verdad extraordinariamente importante, una verdad muy esencial. Tomemos, por ejemplo, al hindú o al budista. Lo que experimenta al mirar el mundo, al sentir el mundo, al percibir el mundo, lo que experimenta en pensamientos sobre minerales, en sensaciones sobre plantas, en sentimientos sobre animales, todo esto lo lleva a través de la puerta de la muerte y enriquece el conocimiento de los dioses en el mundo suprasensible con lo que él experimenta. Lo que el cristiano experimenta al entrar en relación social con sus semejantes, al desarrollar vínculos sociales, es decir, lo que sólo puede experimentarse como ser humano entre seres humanos, lo que se experimenta en la fraternidad humana en la tierra, lo lleva el cristiano a través de la puerta de la muerte. 

Podría decirse: el budista lleva la belleza del mundo a través de la puerta de la muerte, el cristiano lleva la bondad a través de la puerta de la muerte. Ambos se complementan. Pero el progreso del cristianismo consiste en que precisamente las condiciones sociales terrenales adquieren un significado para los mundos celestiales. No importaba cuántas personas fueran decapitadas por los tiranos de Oriente, poco importaba para los mundos del más allá. Sólo los conmovía en la medida en que el hombre recibía impresiones externas: las impresiones externas de repugnancia, etc., eran llevadas a través de la puerta de la muerte. Lo que se despliega hoy a través de las miserables condiciones sociales de desamor entre los hombres, lo que se propaga en la tierra como falso socialismo a través de la mala apreciación de las relaciones sociales, tiene también una gran importancia para los mundos suprasensibles en los que el hombre entra a través de la puerta de la muerte. Y si hoy, bajo la bandera de la implantación del socialismo, se está desarrollando una violencia terrible y destructiva en el este de Europa, entonces lo que se está experimentando allí también se llevará a los mundos del más allá como un resultado terrible. Y cuando en la era del materialismo se desarrollan relaciones sin amor entre las personas, esto se lleva a través de la puerta de la muerte a los mundos suprasensibles como resultado del aborrecimiento de los mundos divino-espirituales. A través del cristianismo, el hombre debe llevar los resultados de su desarrollo terrenal a los mundos suprasensibles. 

Lo que el hombre mismo desarrolla en la tierra, llega a ser capaz de llevarlo a los mundos espirituales a través del pensamiento del Cristo resucitado, el pensamiento de un ser vivo que pasó por la muerte y, sin embargo, vive. Por eso las personas que hoy no quieren que sus actos sociales pasen por la muerte tienen tanto horror a reconocer al Cristo resucitado. El mundo sensual-físico está definitivamente conectado con el mundo suprasensible, y no se entiende lo uno si no se entiende en conexión con lo otro. Una vez más, debemos llegar a comprender lo que sucede en la tierra comprendiendo los acontecimientos espirituales del universo. Debemos aprender a no hablar abstractamente de espíritu y materia, sino que debemos aprender a mirar al hombre tal y como una vez sintió una conexión en el proceso de respiración con el alma divino-espiritual del mundo, y así debemos llegar a experimentar lo anímico-espiritual del mundo de la forma en que podemos experimentarlo en nuestro tiempo. De ninguna otra manera pueden curarse las condiciones sociales de la Tierra. La gente clamará por una mejora social, pero no conseguirá nada; al contrario, todo se irá arruinando cada vez más si esta tranquilidad no se apodera de la gente, pero debe centrarse en lo real, no en la mera pronunciación de frases sin sentido en las que la gente se embriaga. A los antiguos se les permitía embriagarse con el aliento. Los nuevos no deben embriagarse con las frases. Las frases no deben embriagarles, sino algo que se mantiene en el espíritu de Sophía, algo que penetra sabiamente en el ser humano. Estas son las cosas a través de las cuales la antroposofía señala también lo que es importante en las relaciones sociales de hoy. Y quiere expresar algo de esto en su propio nombre, esta antroposofía, anthroposophía, que también es sabiduría. En la época griega, el ser humano era algo evidente por sí mismo. Sophía era ya una sabiduría humana, porque el hombre estaba todavía lleno de luz y de sabiduría. Hoy, cuando se dice: Sophía, la gente sólo piensa en el fantasma de Sophía, de la ciencia. Por tanto, debemos apelar a la persona a la que apelamos, al Anthropos: Anthroposophía. Hay que llamar la atención sobre el hecho de que se trata de algo que sale del ser humano, que brilla en el ser humano, que florece a partir de las mejores facultades del ser humano. Debemos señalar esto. Pero esto también hace de la Antroposofía algo que vivifica la existencia humana en la tierra. Porque es algo que sólo es experimentado por el hombre de un modo más espiritual, pero no menos concreto, de lo que era experimentada la antigua Sophía, y que al mismo tiempo pretende contribuir a lo que había entonces en el hombre como un todo, el contenido de la fe, Pistis. La Antroposofía no es en modo alguno un contenido de la fe, sino un verdadero contenido del conocimiento, pero que otorga al hombre un poder que sólo la fe contenía en épocas más antiguas. 

Traducido por J.Luelmo nov.2024

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