GA175 Berlín, 12 de abril de 1917 - La fisicalidad y la moralidad- El valor de la palabra

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LA FÍSICALIDAD Y LA MORALIDAD

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 12 de abril de 1917



Conferencia XI

Si uno continúa estudiando el Misterio del Gólgota en la ciencia espiritual según los principios con los que ustedes están familiarizados, uno llega a reconocer que los tiempos futuros tendrán que penetrar más y más profundamente en este Misterio del Gólgota; como en un curso natural de los acontecimientos tendrán que penetrar más y más profundamente. Y con respecto a muchas cosas uno se dará cuenta de que lo que se ha podido captar hasta ahora del Misterio del Gólgota, sí, incluso lo que se puede captar hoy, es sólo una especie de preparación para lo que debe ser captado a través de este Misterio del Gólgota, y sobre todo, lo que tendrá que ser vivido por la humanidad terrena a través del Misterio del Gólgota. Sin duda es cierto que lo que todavía hoy nos vemos obligados a explicar dentro del movimiento espiritual-científico de forma enrevesada, como dirían algunos «difícil de entender» sacando a colación todo tipo de cosas, algún día podrá ser transmitido a la humanidad de forma sencilla, como dirían algunos «simplona», en un reducido número de palabras. Hay que suponer que podrá ser así. Pero resulta que en el curso de la vida espiritual, las grandes verdades sencillas que pueden resumirse en pocas palabras, primero deberán alcanzarse, primero deberán elaborarse; que no siempre pueden expresarse las verdades más profundas en las fórmulas más sencillas. Y por tanto, debemos considerar como un karma de nuestro tiempo el hecho de que todavía hoy tengamos que recopilar muchas cosas para llevar a nuestras almas toda la gravedad y todo el peso del Misterio del Gólgota. 

Ahora quisiera comenzar hoy en esta conferencia, que vuelve a ser de tipo aforístico, partiendo de la base de que es necesario tomarse muy en serio el punto de vista, la idea de «confianza», de «fe» como algo cargado de poder, como acabamos de discutir.

Debemos darnos cuenta de que la visión materialista externa del mundo, si podemos llamarla así, está en camino de sacar la visión moral fuera de la visión de las cosas del mundo. He subrayado repetidamente cuán ansioso está no sólo el pensamiento erudito, sino también el popular, el más simple de nuestro tiempo, de desechar la moral de su visión del desarrollo del mundo. Hoy en día se imagina de tal manera que sólo se tienen en cuenta las leyes físicas y químicas, gracias a las cuales pudo formarse la existencia terrestre a partir de una nebulosa universal al principio de la Tierra, y se intenta comprender el modo en que estas leyes físicas provocarán un día una especie de fin de la Tierra. Junto a estos conceptos físicos, por así decirlo, adquirimos nuestros conceptos morales. Y ya he indicado que no son lo suficientemente fuertes como para tener realidad por sí mismos. Hasta cierto punto estamos condenados a esto en el presente. Y este desarrollo dentro de tales ideas seguirá y seguirá. Imaginar que al final de nuestra existencia terrenal habrá un acto o un acontecimiento que debe ser juzgado moralmente, es para la gente de hoy, que pretende mantenerse firme en el terreno de la visión científica, por supuesto algo casi fantástico, supersticioso, como es el caso en la historia bíblica de la Caída del Hombre. Y el concepto de la humanidad que se tiene hoy, no es suficiente para considerar un desarrollo moral al final de nuestra existencia terrena, de modo que lo que ocurre física y químicamente en nuestra existencia terrena vaya a ser elevado, por así decirlo, mediante un elemento moral, a otra existencia planetaria, a una existencia en Júpiter. Las ideas de la ciencia natural sobre lo físico y las ideas sobre lo moral coexisten; no pueden, por así decirlo, apoyarse mutuamente. La ciencia natural se esfuerza por eliminar por completo la moral de su modo de ver las cosas, y la moral comienza, me gustaría decir, a aceptar el hecho de que no tiene fuerzas físicas inherentes que la sostengan. Incluso el dogmatismo de ciertas confesiones religiosas trata de promover tales ideas, suscribiendo una especie de compromiso con la ciencia natural, en la medida en que el científico natural señala que la moral debe mantenerse totalmente separada de lo que sucede física, química, geológicamente, etc.

Ahora bien, hoy tomaré como punto de partida algo que aparentemente no tiene nada que ver con nuestra manera de ver las cosas, pero que justamente nos llevará a ello. En primer lugar, quisiera señalar que no todas las personas que se han dedicado a la observación del mundo estaban tan inclinadas a excluir todo juicio moral, por así decirlo, cuando se dirigían a la naturaleza exterior y a los acontecimientos naturales. Esto es algo extraordinariamente interesante. Al botánico de hoy ni se le ocurriría aplicar conceptos morales cuando quiere estudiar las leyes según las cuales crecen las plantas. De hecho, consideraría infantil aplicar normas morales a la vegetación de las plantas, pedirles su moralidad, por así decirlo. Piensen en cómo se consideraría a alguien que pretendiera reivindicar algo así. Pero no todas las personas fueron siempre así. Y me gustaría darles un ejemplo característico de una persona que no era así, alguien a quien muchos no consideran cristiano, pero que en su visión del mundo era mejor cristiano que muchos otros. Pueden buscar, si lo desean, las reflexiones católicas sobre Goethe en particular, y encontrarán que Goethe, -bueno, a veces se le trata con indulgencia porque después de todo tenía cierta grandeza-, no se tomaba en serio el cristianismo. Esto se subraya con bastante fuerza, especialmente en las reflexiones católicas sobre Goethe. En Goethe, sin embargo, según toda su disposición, había algo profundamente cristiano, algo mucho más profundamente cristiano que en muchos de esos cristianos que, según un conocido dicho, tienen el «Señor, Señor» en la punta de la lengua en cada oportunidad. Goethe no siempre tuvo este «Señor, Señor» en la punta de la lengua, pero su forma de ver el mundo tiene un toque de profundo cristianismo. Y aquí me gustaría llamar la atención sobre algo que no se destaca muy a menudo en Goethe.

Como ustedes saben, Goethe intentó obtener ideas sobre el crecimiento de las plantas en su teoría de la metamorfosis. Como saben, a menudo he llamado la atención sobre el hecho de que una vez mantuvo un diálogo con Schiller acerca de esta teoría de la metamorfosis, cuando ambos habían escuchado una conferencia del profesor Batsch, de Jenens. A Schiller no le gustó mucho la forma en que Batsch hablaba de las plantas y dijo que no era necesario descomponerlo todo de esa manera, que se podía pensar en una forma completamente distinta de ver las cosas. Goethe esbozó entonces la idea de su metamorfosis de las plantas con unos pocos trazos para mostrar lo que podría pensarse como el vínculo espiritual de los fenómenos vegetales concretos. Y Schiller dijo: «Esto no es una experiencia, es una idea. No una realidad experimental externa, sino una idea. Goethe no entendió muy bien esta objeción, pero dijo: «Puedo tener ideas sin saberlo, e incluso verlas con mis ojos». - Por eso no entendía cómo eso podía significar una idea, que está tomada de la realidad, del mismo modo que un sonido o un color. Él afirmaba que veía sus ideas con los ojos. Esto ya revela que Goethe intentaba ver lo espiritual, dentro del crecimiento de las plantas, por ejemplo.

Bueno verán, Goethe siempre fue consciente de que sólo podía enseñar lo que realmente tenía que decir hasta cierto punto a sus congéneres del mundo; que el tiempo no estaba lo suficientemente maduro para ciertas cosas. Y luego resultó que otros, que ahora eran naturalistas especializados, también se inspiraron. Por ejemplo, Schelver, el botánico, Henschel, se inspiraron en la teoría de la metamorfosis de Goethe. Y Schelver y Henschel escribieron cosas extrañas sobre el crecimiento de las plantas, cosas muy extrañas, pero Goethe los veía con muy buenos ojos. Para el botánico actual, toda esta historia, que fue negociada entre Goethe, Schelver y Henschel, es una auténtica locura. Pero en tales ocasiones siempre hay que recordar las palabras de San Pablo de que la necedad de los hombres puede ser la mayor sabiduría ante Dios. Y Goethe también escribió entonces algunas cosas aforísticas sobre lo que le pareció la forma de presentación de Schelver. 

Ahora debo explicar en pocas palabras lo que realmente quería este Schelver. Este Schelver estaba disgustado por toda la forma en que la gente, los botánicos, veían las plantas. Y dijo algo así: Verán, la gente se imagina que plantas crecen de tal manera que desarrollan el ovario en la flor por un lado y los estambres por otro. Y según la visión de la gente, el ovario es fecundado por los estambres, y así nace una nueva planta. Esto no le pareció nada bien a Schelver, pero dijo: Esto no es realmente una idea que se tenga en el sentido del reino vegetal, sino que la realidad es que cada planta también puede producir su propia especie por el mero hecho de ser una planta. Y que la fecundación deba tener lugar, lo consideraba como un fenómeno más secundario, un fenómeno que Schelver en realidad, incluso se podría decir, consideraba como algo erróneo, como un error de la naturaleza. Schelver habría visto lo correcto de la naturaleza en el hecho de que cada planta engendre otra planta a partir de sí misma sin más fecundación, y no en que el polvillo de la antera sólo tenga que ser arrojado por el viento al ovario y todo el mundo vegetal prosiga así su desarrollo.

Goethe, que siempre centró su atención en esos fenómenos en los que la planta se transforma, la hoja en flor, quiso considerar como algo natural que toda la planta pueda producir una nueva planta en metamorfosis. Esta idea schelveriana le atraía. Y con toda seriedad, Goethe escribió un aforismo que es extraordinariamente interesante, que él decía muy en serio, pero que para un botánico de hoy es, por supuesto, la locura más brillante. Goethe escribió, por ejemplo, en el ensayo que escribió sobre Schelver: 

  • «Esta nueva “doctrina de la pulverización” sería ahora muy bienvenida y apropiada al dar conferencias a los jóvenes y a las mujeres; pues antes la persona que enseñaba en persona se encontraba en un gran aprieto. Aunque tales almas inocentes tomaran entonces en sus manos libros de texto de botánica para progresar en sus propios estudios, no podrían ocultar que sus sentimientos morales se sentían ofendidos; los eternos matrimonios de los que uno no puede librarse, en virtud de los cuales la monogamia, en la que se basan la costumbre, la ley y la religión, se disuelve completamente en una vaga lujuria, siguen siendo completamente insoportables para el puro sentido humano.»

Piénsese que Goethe contempla el mundo vegetal y le parece intolerable que en él se celebren matrimonios eternos, que se produzca una fecundación eterna, o le parece, -como lo expresa con gracia-, más adecuado que ya no se tenga que hablar de ello, sino que se pueda decir que la planta engendra su propia especie por su propia fuerza. Y luego profundiza en ello. Dice:

  • «A los hombres de letras se les ha reprochado a menudo, y no del todo injustamente, el hecho de que, para compensarse en cierta medida de la desagradable sequedad de sus esfuerzos, les gusta gastar más esfuerzo del barato en pasajes capciosos y frívolos de autores antiguos. Y así, también los naturalistas se permiten a veces ofenderse por encontrar en ella diversiones muy ambiguas, como en el viejo Baubo. En efecto, recordamos haber visto arabescos dentro de los cálices en los que se representaban de la manera más vívida las relaciones sexuales en la antigüedad.»

En consecuencia, Goethe consideraba una idea muy deseable que esta visión sexual pudiera eliminarse con referencia al mundo vegetal. Esta ya era una idea descabellada en su época, por supuesto; hoy, en la era del psicoanálisis, cuando uno se esfuerza por explicarlo todo posiblemente desde la sexualidad, es una locura aún mayor cuando alguien dice qué hermosa visión de la naturaleza sería si no se tuviera esta inmoral interferencia del principio sexual. Goethe dice expresamente: «Del mismo modo que ahora uno tiene ultras por todos lados, tanto liberales como reales, así Schelver fue un ultra en la doctrina de la metamorfosis; aún rompió el último dique que la mantenía cautiva dentro del círculo trazado anteriormente»; pero no dice que tal ultra le resultara de algún modo desagradable, sino que, por el contrario, acoge la aparición con gran alegría.


Pues ahora hay que mirar un poco más profundamente en el alma de Goethe, me gustaría decir, en el alma cristiana de Goethe, para saber lo que realmente subyace en ella. Piénsenlo: la persona que observa la naturaleza tal como es, con la actitud que tiene la ciencia natural actual, no puede, por supuesto, hacer nada en absoluto con tales ideas, porque para tales ideas son necesarias ciertas condiciones previas. El prerrequisito es que la forma en que las plantas son ahora contradice realmente su constitución, su constitución original, que es realmente necesario que cualquiera que realmente profundice en el mundo de las plantas diga: Sí, si miro la primera constitución del crecimiento de las plantas, entonces la forma en que el polen vuela alrededor y fertiliza no corresponde a la constitución original de las plantas. ¡Eso debería ser diferente! -No hay más remedio que familiarizarse con el hecho de que todo el reino vegetal, tal como se extiende a nuestro alrededor, ha descendido de una forma originalmente distinta a la que tiene ahora, y que una observación de la naturaleza como la de Goethe, en lo que las plantas son hoy, todavía se hizo una idea de cómo era el reino vegetal, digamos, antes de la Caída, por utilizar esta expresión simbólica. Y, en efecto, no se comprende la teoría de la metamorfosis de Goethe si no se comprende su inocencia, su infantilismo, si no se comprende que Goethe ya quería decir con la teoría de la metamorfosis: Mirad, lo que sucede en el reino vegetal no estaba predeterminado originalmente para él, sólo se llegó a esto después de que el desarrollo de la tierra se hubiera hundido desde una determinada esfera hasta la actual.

Partiendo de ahí, ustedes también podrán formarse la idea, -que ahora no puedo detallar más, pero todas estas cosas podrían ser y serán explicadas por nosotros algún día-, de que lo mismo ocurre con el reino mineral, que tampoco es como era originariamente. Y el que ahora mira realmente estas cosas científicamente también se da cuenta de que en lo que se refiere al reino animal, lo que he dicho ahora es correcto «en la medida en que» se trata de los llamados de sangre fría, también llamados «de transición hacia la sangre caliente", es decir, no de animales de sangre caliente. Así que el reino mineral, el reino vegetal y el reino de los animales de sangre fría, que no tienen un calor corporal interior que supere constantemente al calor exterior, estos reinos no son como fueron diseñados originariamente. Estos han descendido de una esfera a otra y sólo se han convertido en aquello que hoy hace necesario que prevalezca en ellos el principio de sexualidad. Se puede decir que estos reinos no llegan al desarrollo completo de las disposiciones que tienen en sí mismos, sino que deben ser ayudados. La planta tiene en sí misma la disposición original, tal como es en sí misma, no sólo para metamorfosearse de hoja en flor, sino también para dar lugar a una planta completamente nueva. Pero carece del poder para hacerlo; esto requiere un estímulo externo porque la región en la que se encontraba el reino vegetal ha sido abandonada. También sería diferente con el reino mineral, y con el reino de los animales de sangre fría. Estos seres están condenados a quedarse a medio camino, por así decirlo.

Y veamos el otro extremo de la naturaleza: el reino de los animales de sangre caliente, el reino de las plantas que lo llevan a la lignificación, los árboles, -pues aquellos de los que he hablado, que tienen metamorfosis regularmente, son plantas que producen hojas y tallos verdes, no las plantas leñosas-, y veamos los animales de sangre caliente y el género humano físico. Ya he señalado en la antepenúltima conferencia que el ser humano físico, tal como es, no corresponde a su constitución, que en realidad tiene la constitución para la inmortalidad de su cuerpo. Pero este conocimiento va mucho más allá. No sólo el ser humano físico, creado así para la inmortalidad, no lleva en sí su disposición, sino que también los demás seres, las plantas leñosas y los animales de sangre caliente llevan ya en sí la muerte. No son como eran originalmente; no son como si hubieran sido creados inmortales: ellos han descendido. Pero como resultado les ha sucedido algo más. Les decía que: Los seres del reino mineral, del reino vegetal y del reino animal de sangre fría no han llegado al final de su desarrollo, necesitan una influencia externa. Los seres del reino animal de sangre caliente, las plantas leñosas, es decir, las plantas que forman la corteza y la madera, y el reino humano, son tales que en la forma en que viven ahora, no revelan su origen, no revelan su principio. Por lo tanto, los seres anteriores no llegan al final de su desarrollo; necesitan otra influencia. En cuanto a los seres que he mencionado como el segundo grupo, las plantas leñosas, los animales de sangre caliente y los seres humanos, esconden su origen de la manera en que son ahora; no revelan su origen. Aquellos otros no llegan a su fin, mientras que estos seres se muestran hoy de tal manera que no se puede reconocer inmediatamente su origen por la forma en que son.

Si toman ustedes esto, entonces tienen aproximadamente lo que es una predicción de una cierta dirección que la observación de la naturaleza deberá tomar en el futuro. Ciertamente tendrá que diferenciar entre cómo están predispuestos los seres y cómo son ahora.

Ahora surge la pregunta: ¿A qué se debe todo esto? A nuestro alrededor tenemos más o menos toda la naturaleza, la cual, incluso desde un punto de vista científico, no es como debería ser. ¿A qué se debe realmente? ¿Qué hay en su raíz? ¿Cual es la causa de todo esto? Y sin embargo se obtiene la respuesta: ¡El hombre es el causante de todo esto! Y la causa consiste precisamente en que el hombre sucumbió a la tentación luciférica, tal como yo siempre la he descrito, en aquello que figura en el inicio del relato bíblico, como el pecado original, la deuda hereditaria. Para la ciencia espiritual esto constituye un hecho real, genuino, pero un hecho tal que no sólo ha tenido lugar en el hombre, sino que inicialmente tuvo lugar en el hombre, pero en aquel tiempo el hombre era todavía tan poderoso, tan fuerte, que arrastró a todo el resto de la naturaleza consigo. El hombre arrastró consigo el desarrollo de las plantas, de modo que éstas no podían llegar al final de su desarrollo, que necesitaban un impulso externo. El hombre lo arrastró hasta el punto de que, además de los animales de sangre fría, también están los de sangre caliente, es decir, los que pueden sufrir el mismo dolor que él. Así que el hombre ha arrastrado consigo a los animales de sangre caliente a la esfera a la que él mismo se ha arrastrado al caer presa de la tentación luciférica.

Hoy se tiende a imaginar que el hombre ha estado siempre en una relación respecto al mundo tal como lo está hoy, que no puede, por así decirlo, hacer nada respecto al resto de la naturaleza, que los animales se desarrollan junto a él, las plantas se desarrollan junto a él, aparentemente al margen de su influencia. Pero no siempre fue así, sino que antes de que surgiera el orden natural, que es el actual orden, el hombre era un ser poderoso, que en cada acto suyo, lo que se llama la tentación luciférica, no sólo actuaba sobre si mismo, sino que realmente atraía a todo el resto de la naturaleza sobre la tierra y hacía aquello que finalmente culminó en que el orden moral fuera completamente arrancado del orden natural.

Si ustedes lo expresasen hoy de la forma en que yo lo hago ahora, estarían por supuesto, diciendo algo que no es en absoluto comprensible para quienes piensan científicamente. Y, sin embargo, ¡tendrá que hacerse comprensible! ¡Deberá hacerse comprensible! La ciencia natural actual no es más que un episodio. A pesar de todos sus méritos, a pesar de todos sus grandes logros: es un episodio mas en el curso del tiempo. Será sustituida por otra, que primero volverá a reconocer que existe una visión superior del mundo, dentro de la cual lo natural y lo moral son dos aspectos de un mismo ser. Pero no se puede llegar a tal observación con tal vaguedad panteísta; hay que mirar concretamente cómo la existencia externa muestra realmente que ha sido dispuesta de manera diferente a como se muestra hoy en el orden natural general. Hay que tener el valor de aplicar normas morales a la existencia externa de la naturaleza. Esa visión del mundo que hoy se llama a sí misma monista, y que ve su gloria en excluir lo moral en todas partes, lo hace por cobardía, por cobardía de conocimiento, porque no quiere penetrar lo suficientemente profundo hasta donde realmente, como era el caso de Goethe, -dentro de tales límites como los que he descrito-, surge la necesidad de aplicar normas morales, del mismo modo que surge la necesidad de que una visión externa aplique normas científico-naturales puramente externas.

Pero lo que estoy diciendo ahora, la posibilidad de volver a pensar el mundo de un modo completamente moralizado, esta posibilidad se habría perdido para el hombre si el Misterio del Gólgota no se hubiera producido al comienzo de nuestra era. Pues ahora hemos visto que, en el fondo, todo lo que es orden meramente natural está en cierto modo corrompido, que no ha hecho más que descender de otra región a la actual, que se encuentra en una altitud de cosmovisión de la cual debe elevarse de nuevo. Lo mismo ocurre con nuestra cosmovisión, que se encuentra a una altura de la que debe volver a elevarse. Nuestro pensar también pertenece a este estado natural. Y cuando los Du Bois Reymonds de hoy y otros hablan de que nuestro pensar no puede entrar en la realidad, que se establece el ignorabimus, que no podemos conocer, esto es verdadero en cierto sentido, pero ¿Por qué es verdadero? Sí, porque nuestro pensar también ha abandonado su región original y debe primero encontrar el camino de regreso. Todo está bajo la influencia del descenso del propio pensar. De modo que se puede decir: Ciertamente, vosotros que afirmáis que el pensar no puede penetrar en la realidad, tenéis razón hasta cierto punto; pero es porque este pensar mismo está corrompido con las otras entidades, primero debe elevarse de nuevo. El propio impulso para la elevación de este pensar reside en el Misterio del Gólgota, es decir, en aquello que entró en la humanidad como impulso a través del Misterio del Gólgota. Incluso nuestro pensar está hasta cierto punto sujeto al pecado original y debe ser redimido de él para poder penetrar de nuevo en la realidad. Y nuestra ciencia natural, tal como es hoy con su necesidad sin moral, no es más que el producto de un pensar que se ha corrompido, que ha descendido. Si no tenemos el valor de admitirlo, no estamos en absoluto dentro de la realidad, sino fuera de ella.

Lo que hay en el Misterio del Gólgota que ha de hacer subir de nuevo lo que descendió de una región superior a una inferior, se hace para uno particularmente claro, cuando considera cosas concretas individuales, cuando considera la pregunta: ¿Qué sucedería entonces con el desarrollo terrestre que se vio arrastrado a descender al orden natural por el hombre -no digo esto por una especie de giro, sino que lo digo como un resultado científico-espiritual tal como son los hechos científicos-naturales: ¿Qué sucedería con el desarrollo de la tierra después de que se haya hundido debido a los seres humanos, si el Misterio del Gólgota no hubiera dado un nuevo impulso? Del mismo modo que una planta no puede desarrollarse si se le arranca el ovario, la tierra no habría podido encontrar su desarrollo si no hubiera existido el Misterio del Gólgota.

Ahora estamos sólo en el quinto período post-atlante. En el cuarto, en su primer tercio, tuvo lugar el Misterio del Gólgota. La única corriente, la descendente, está ciertamente ahí, y quien no está ciego también puede juzgar que está ahí. ¡Oh, el pensar que penetra en las profundidades de la esencia de las cosas ha tomado un descenso muy, muy brusco! Hay un declive muy notable en el pensar, en el sentir sobre la esencia de las cosas que se adentra en las profundidades. La visión copernicana del mundo y cosas similares son ciertamente grandes fenómenos con respecto al conocimiento superficial de las cosas, pero no penetran en las profundidades, han surgido precisamente porque no se ha penetrado en las profundidades durante un tiempo. Esta no penetración en las profundidades seguiría y seguiría. Y ya hoy se pueden indicar cosas concretas individuales, -por mucho que a uno se le considere un fantasioso si las indica-, a las que habría que llegar si se continuara en la misma dirección, que hasta cierto punto ya está predispuesta, que debe ser abandonada por el hecho de que el impulso del Misterio del Gólgota se hace cada vez más poderoso y más potente.

Les pido que durante unos instantes miren conmigo como a través de una ventana a las posibilidades del desarrollo, y al dejarles mirar a través de una ventana, olviden lo que he dicho para el mundo exterior, para que no se burlen demasiado de ustedes al describir un hecho. Porque, por supuesto, incluso hoy en día hay un aullido de burla infernal cuando uno pronuncia tal cosa. Si la actitud que hoy prevalece en el terreno de la pura ciencia natural universitaria, por ejemplo, continuara de este modo, si se extendiera, sobre todo si se hiciera cada vez más intensa, -vivimos en el quinto período postatlante, y sólo al principio, habrá un sexto, un séptimo-, ciertas cosas tomarían formas bastante extrañas si no se diera una comprensión más profunda al Misterio del Gólgota. Ahora bien, si alguien hablara hoy de una nueva visión científica de la caída del hombre en la forma en que se ha hecho aquí, y lo hiciera fuera de un círculo preparado, fuera de un círculo que a lo largo de los años ha adquirido ideas que le demuestran que las cosas pueden demostrarse de manera bastante científica, sería, al principio de este quinto período postatlante, tomado por loco, por supuesto; se reirían de él, lo ridiculizarían. Si tan sólo se supiera que uno tiene tales puntos de vista, ciertamente ahí fuera, en el mundo materialista, en el mundo que está fuera del cristianismo, no se le tendría mucha confianza. Pero en el sexto período postatlante sería muy diferente, y también lo será para una parte de la humanidad; habrá duras luchas para llevar a cabo el impulso crístico.

Hoy en día se piensa que debe usarse la vara del escarnio, la vara del ridículo o, como suele llamarse, la vara de la crítica, contra aquellos que intentan decir la verdad desde el conocimiento científico-espiritual. En el sexto período se comenzará a curar a estas personas, ¡a curarlas! Es decir, para entonces se habrán inventado remedios que se administrarán por la fuerza a los que hablan de que existe una norma del bien y del mal, de que el bien y el mal son algo mas que una simple opinión humana. Llegará un tiempo en que se dirá a la gente: ¿Cómo hablas del bien y del mal? El bien y el mal, es propio del Estado. Lo que está escrito en las leyes que es bueno, eso es bueno; lo que está escrito en las leyes que no se debe hacer, eso es malo. Si hablas de que hay un bien y un mal morales, ¡estás enfermo! - Y si se les da la medicina, la gente se curará. Esa es la tendencia. No es una exageración, es sólo la ventana por la que quiero que miren. Hacia ahí se encamina el curso de los tiempos. Y lo que seguiría en el séptimo periodo postatlante... por el momento no les dejaré mirar a través de esta ventana. Pero es cierto. Llegará un tiempo, pues lo que hay en la naturaleza humana no puede ser reducido, encontrará gradualmente expresión de tal manera que, según los conceptos de la visión científica del mundo, las personas serán consideradas enfermas y se intentará la curación necesaria. Esto no es una fantasía. Es precisamente la consideración más sobria de la realidad la que da lo que se dice. Y el que sólo tiene ojos para ver y oídos para oír ve más allá de todos los inicios.

Se trata de darse cuenta en profundidad y gradualmente de que la disposición del cuerpo etérico humano no es, -y de eso se trata en realidad, porque todo lo demás se basa en él-, no es inicialmente como estaba previsto originalmente para el hombre. Pues este cuerpo etérico humano, entre las diversas sustancias etéricas que originalmente contenía, -y originalmente contenía toda clase de éter en completa vitalidad-, hoy contiene calor. Por eso el hombre tiene sangre caliente con los animales que ha arrastrado a su "caída". El ser humano tiene la oportunidad de procesar el éter de calor de una manera especial. Pero no ocurre lo mismo con el éter de luz. Aunque el ser humano absorbe el éter de luz, lo irradia de tal manera que sólo un cierto nivel bajo de clarividencia es capaz de ver los colores etéricos en el aura del ser humano. Están ahí. Pero además, el hombre también ha estado predispuesto a su propio tono, en toda la armonía de las esferas con su propio tono y con una vida original, de modo que el cuerpo etérico siempre habría tenido la posibilidad de mantener inmortal al cuerpo físico si este cuerpo etérico hubiera conservado su vitalidad original. Otras cosas no habrían sucedido. Porque si este cuerpo etérico hubiera permanecido en su forma original, el hombre habría permanecido en la región superior de la que descendió a la región inferior. Entonces no habría caído presa de la tentación Luciférica. Las condiciones en esta región superior habrían sido completamente diferentes. Pero lo fueron una vez. Y espíritus como Saint-Martin aún tenían cierta conciencia de que tales condiciones existieron una vez. Por eso hablan de esas condiciones como de una realidad anterior. 

Dejemos que una sola de estas condiciones se presente ante nuestras almas. El hombre no podría haber hablado como lo hace hoy, porque nunca habría moldeado sus palabras de tal manera que el lenguaje se hubiera diferenciado en distintas lenguas. Pues el hecho de que el lenguaje se haya diferenciado en diferentes lenguas sólo se debe a que el lenguaje se ha convertido en algo permanente. Pero en aquella época, la lengua no estaba predispuesta a ser algo permanente, sino a algo muy distinto. Basta con imaginar vívidamente a qué estaba predispuesto el hombre. Una vez que haya realmente una chispa de la cosmovisión de Goethe, -no me refiero sólo en teoría, sino en espíritu-, en la humanidad, nos daremos cuenta de lo que significa esa frase, incluso desde la cosmovisión de Goethe. Imagínense que el hombre tuviera las disposiciones originales que le fueron dadas. Él habría mirado lo que puede causar impresiones en él desde el exterior. Pero no sólo le llegarían los colores y los sonidos, no sólo las impresiones del exterior, sino que el espíritu fluiría de las cosas por todas partes: con el color rojo el espíritu del rojo, con el color verde el espíritu del verde, y así sucesivamente. En todas partes se le acercaba el espíritu, del que Goethe sólo tenía un presentimiento, diciendo: «Sí, si esta planta ha de ser sólo una idea, entonces veo mis ideas, están fuera como los colores. - Es una idea premonitoria. Les pido que imaginen esto en la realidad concreta, plenamente sustancial: que el espíritu realmente cobra vida. Pero si las impresiones exteriores llegaran tan vívidamente, entonces lo que entra por nuestra cabeza, por nuestros sentidos, lo que vive en nuestra respiración - el proceso de respiración siempre se encontraría con cada impresión exterior. Un rojo: la impresión llega desde el exterior; se encuentra desde el interior con la respiración, que sería entonces sonido. Con cada impresión individual, el sonido emergería de la persona. No habría lenguaje que permanezca, sino que cada cosa, cada impresión sería siempre respondida inmediatamente con un gesto sonoro desde el interior. Uno estaría con la palabra completamente dentro del ser exterior. De este lenguaje fluido y vivo, lo que luego se desarrolló como lenguaje es sólo la proyección terrenal, lo que ha caído, lo que se ha desvanecido. Y la expresión que tan poco se comprende hoy en día, la expresión de la «palabra perdida», es una reminiscencia de esta lengua original que se habla a todo el mundo. Pero este espíritu original, donde el hombre no sólo tenía ojos para ver, sino que tenía ojos para percibir el espíritu, y donde respondía a la percepción del ojo con el gesto sonoro dentro de su proceso respiratorio, -esta comunión viva con el espíritu se recuerda en las palabras: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y un Dios era el Verbo.» El comienzo del Evangelio de Juan habla de esta vida en lo divino.

Sí, eso es una cosa. Pero la otra es ésta: en el proceso respiratorio, en la medida en que continúa hacia arriba hasta la cabeza, cuando inhalamos y exhalamos, no sólo ocurre algo en nuestra interacción con el mundo exterior, sino que tiene lugar una pulsación de todo nuestro organismo. El proceso respiratorio en la cabeza se encuentra con las impresiones que tenemos del exterior. Pero también en el organismo inferior el proceso respiratorio se encuentra con el proceso metabólico. Si el hombre todavía poseyera la vitalización original de su cuerpo etérico, entonces el proceso respiratorio estaría relacionado con algo muy diferente a lo que está relacionado con él en la actualidad. Pues lo que es el proceso metabólico no es totalmente independiente del proceso respiratorio, sólo que la dependencia reside, diría yo, entre bastidores de la existencia, en lo oculto. Pero si el hombre hubiera conservado su cuerpo etérico originalmente animado, se encontraría en un plano completamente diferente si no hubiera sido amortiguado hasta cierto punto en su vida, lo que también causa la muerte desde dentro, no sólo a través del cuerpo físico exterior, sino desde dentro. Si el hombre hubiera conservado su disposición original, entonces tendría un metabolismo tal que algo sustancial sería producido por el hombre. Y esta sustancialidad sería el polo único. El hombre no produciría meras secreciones, sino algo sustancial a través del metabolismo. Ese sería uno de los polos. El otro polo sería el aire exhalado por el hombre, que, sin embargo, tendría fuerzas formativas en su interior. Lo sustancial que el hombre desarrolla se apoderaría de las fuerzas de forma de su aire exhalado. Esto haría surgir en su entorno, a través de él, lo que el mundo animal estaba destinado a ser en un principio. Pues el mundo animal es una separación del hombre, estaba destinado a ser una separación, para que el hombre pudiera, por así decirlo, extender el dominio de su existencia más allá de sí mismo. Los animales deben ser considerados ciertamente de esta manera. Eso se desprende claramente de todas las consideraciones que les he expuesto.

Por cierto, la ciencia natural ya ha llegado a la conclusión de que los animales estaban originalmente mucho más relacionados con el hombre, como ya he mencionado; en otras palabras, no de la forma en que el crudo darwinismo materialista imagina que el hombre ha ascendido, sino que los animales han descendido. Hoy en día ya no se puede reconocer el espíritu original en toda la conexión entre el hombre y el mundo animal. Del mismo modo que el mundo vegetal no llega al final de su desarrollo, el mundo animal no revela su origen. Los animales están ahí junto a los humanos. Los naturalistas se preguntan cómo han podido evolucionar. Las razones por las que están ahí junto al hombre se encuentran sólo en la región a partir de la cual el hombre ha descendido. Por tanto, no se encuentran donde Darwin y sus intérpretes materialistas las buscan. Se encuentran en los grandes acontecimientos prehistóricos.

Y tomen el hecho, que les dije el otro día, que para aquellos que ven a través de las cosas espiritual y científicamente, se vuelve claro que en el sexto, séptimo milenio, la humanidad en su sentido actual comenzará a volverse infértil. Las mujeres, dije, se volverán infértiles. La humanidad no podrá reproducirse de la manera actual. Deberá sufrir una metamorfosis, deberá reconectarse con un mundo superior. Para que esto no suceda, para que el mundo no sólo entre en decadencia, donde todo sentimiento hacia el bien y el mal sea «sanado», para que el bien y el mal, toda declaración del bien y del mal, no sean considerados meramente como una disposición estatal, como una constitución humana, para que esto no suceda en el tiempo en que cesa necesariamente el actual orden natural dentro de la raza humana. Para preservar la raza humana, -pues con la misma necesidad con la que la fertilidad de una mujer cesa a una determinada edad, así en un determinado momento del desarrollo terrenal, cesa la posibilidad de que los seres humanos se reproduzcan de la manera actual-, para que esto no ocurra, para eso vino el impulso de Cristo. 

Ahí se ha situado el impulso crístico en la totalidad de la evolución de la Tierra. Y me gustaría saber quién puede creer que el Impulso Crístico pierde algo de su majestad, de su sublimidad, si es colocado en todo el orden terrestre de esta manera, si, en otras palabras, a este Impulso Crístico se le devuelve realmente su rango cósmico, si se piensa realmente: al principio de la evolución terrestre y al final de la evolución terrestre se encuentra un orden diferente de lo que es hoy el orden natural y el orden moral, que no contiene nada físico en él. Sino que al final de la evolución terrestre se encuentra lo que es digno del comienzo de la evolución terrestre, para esto tuvo que venir el impulso crístico. Así es como el impulso de Cristo se sitúa en nuestro desarrollo terrenal. Pero también así debe reconocerse. Y aquel que no toma las palabras de los Evangelios exteriormente, sino que realmente lleva a cabo la fe genuina exigida por Cristo, ya puede encontrar en los Evangelios todas las disposiciones, todas las disposiciones para llevar a cabo gradualmente cada vez más tal comprensión del impulso de Cristo, que entonces también es igual a la contemplación exterior, que puede vincular de nuevo el impulso de Cristo a todo el orden mundial cósmico. Sólo se comprenden ciertas cosas de la Biblia cuando se abordan con la investigación científico-espiritual subyacente.

Allí está escrito: Ni una jota ni una tilde se cambiará en la ley. - Algunos intérpretes explican esto como si significara que Cristo dejó todo como estaba en el judaísmo y sólo quiso añadirle algo. Ese sería el sentido real de este pasaje, que en realidad no se rebeló contra el judaísmo, sino que sólo quiso añadirle algo. Eso no es lo que quiere decir este pasaje, y ningún pasaje del Evangelio debe ser arrancado de su contexto, sino que el contexto más intenso se encuentra en el Evangelio. Quien estudie este contexto, -en este momento yo no puedo entrar en todos los detalles que nos obligan a reconocer lo que voy a decir-, quien estudie este contexto encontrará lo siguiente. El Cristo quiere decir en este momento, donde habla de jota y tilde: En aquel tiempo, en tiempos más antiguos, cuando surgió la ley, la humanidad todavía estaba dotada de la antigua herencia de aquella sabiduría terrenal, todavía no había degenerado tanto como ahora, que está cerca el reino de Dios, que debe producirse una conversión, un cambio de corazón. En aquel tiempo, en la antigüedad, existían todavía los hombres proféticos, las personalidades proféticas, que podían encontrar la ley fuera del espíritu. Pero ustedes que ahora viven aquí en el reino del mundo, ya no pueden añadir o cambiar nada a la ley. Ni un ápice ni una tilde puede cambiarse si la ley ha de seguir siendo auténtica. Porque ahora ya no es el momento de cambiar la ley de estas maneras; debe permanecer tal como es. Por el contrario, debemos intentar reconocer el antiguo significado con lo que se ha establecido de nuevo. Ustedes son los escribas, pero no son capaces de reconocer nada de las Escrituras. Porque tendrían que llegar al espíritu en el que fueron escritas originalmente. Ustedes están fuera en el reino del mundo; allí no surgen nuevas leyes. Pero a los que están dentro del reino se les concede el impulso de esa Fuerza viviente", la cual, como dije recientemente, tenía que ser transmitida oralmente, porque no fue registrada por escrito por Cristo. "No se puede codificar, no se puede escribir en la ley. Es algo que es totalmente diferente de la ley mosaica, algo que debe ser captado espiritualmente. Vosotros, los Escribas, debéis acercaros al mundo bajo una nueva luz, como algo más que un mundo puramente fenoménico."

Este fue el primer gran impulso para juzgar el mundo de forma diferente a como se ve como un mundo sensorial externo. Esto sólo puede asentarse lenta y gradualmente. A veces, me gustaría decir, una persona tiene tal aptitud para hablar en el sentido cristiano; entonces se ríen de ella. Schelling y Hegel a veces se dejan tentar, -aunque no sean considerados verdaderos cristianos, especialmente por los católicos-, se dejan tentar para decir algo genuinamente cristiano. Pero es precisamente esto lo que se puede criticar en los términos más enérgicos posibles. La gente les puso objeciones tales como: ¡Sí, pero eso no está en la naturaleza como usted dice! - A lo cual Schelling y Hegel se sintieron tentados en su día a responder: ¡Tanto peor para la naturaleza! - Puede que esto no sea científico en el sentido moderno, pero es cristiano, como también es cristiano cuando el propio Cristo Jesús dice: «Por mucho que los escribas mencionen las leyes, eso no es la ley. No es sólo una pizca y una tilde, hay mucho cambiado de la ley; porque ellos hablan desde el mundo exterior, no desde el reino de Dios. Quien habla desde el reino de Dios habla de un orden universal del que el orden natural es sólo una parte subordinada. - A esto hay que responder: ¡Tanto peor para la naturaleza! Pues Goethe también habría dicho, si alguien le hubiera objetado: Dices que la sexualidad no subyace en el mundo vegetal, pero mira la planta; la ciencia natural te muestra que en todas partes el viento debe conducir el polvo de las anteras a los ovarios, él les habría contestado, si hubiera expresado sus sentimientos más íntimos: ¡Tanto peor para el mundo vegetal que se haya llegado a esto dentro del orden natural

Pero, por otra parte, esos espíritus siempre harán hincapié: Debe proceder de la concepción humana, debe asentarse en el sentimiento humano de tal manera que la gente pueda pensarlo, sentirlo, experimentarlo, debe poder convertirse de nuevo en realidad, -debe poder convertirse en realidad en el sexto, séptimo milenio-, para que lo que el hombre pronuncie, la palabra, pueda tener de nuevo tal poder en el mundo exterior como lo tiene hoy la semilla. La palabra debe volver a ganar poder; la palabra que hoy es abstracta debe ganar poder creador, la palabra que fue en el principio primigenio. Y quien no se atreva a añadir hoy a las palabras del Evangelio de Juan sobre la base de la ciencia espiritual no sólo diciendo: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y un Dios era el Verbo», sino añadiendo: «¡Un día el Verbo volverá a ser! «¡Un día el Verbo volverá a ser!» No está hablando en el sentido que Cristo Jesús quiso decir. Porque Cristo Jesús ya ha colocado sus palabras de tal manera que contradicen el mundo exterior. Pero por supuesto: Él dio el impulso. Me gustaría decir que entretanto el plano inclinado hacia abajo ha ido aún más lejos, y cada vez se debe gastar más y más fuerza en el impulso de Cristo para que la tierra entre en el movimiento ascendente. En ciertos aspectos desde el Misterio del Gólgota, hemos hecho ciertamente algunos progresos pero en su mayor parte han ocurrido sin la conciencia pensante. Pero las personas también deben aprender a cooperar conscientemente en el proceso del mundo. Deben aprender no sólo a creer: Cuando pienso, algo sucede en mi cerebro, sino aprender a conocer: Cuando pienso, ¡algo está ocurriendo en el cosmos! - Y deben aprender a pensar de tal manera que el pensar se confíe al cosmos, que el propio ser humano esté a su vez conectado con el cosmos en el mismo grado.

Lo que tendrá que suceder en la vida exterior para que el impulso crístico pueda vivir realmente también en la vida social exterior es algo de lo que no dirán nada hoy las personas que ya saben algo al respecto, porque hay ciertas razones que lo frenan. Sólo podemos hablar de ello bajo ciertas condiciones. Me gustaría decir que sólo podemos caracterizarlo. Pero tomemos el punto en el tiempo que quería que ustedes vieran a través de una ventana, en el que las personas que reconocen algo distinto a las disposiciones estatales serán tratadas médicamente. Tomen este punto en el tiempo. Para entonces, sin embargo, también se habrá producido un efecto contrario. En efecto, esto ocurrirá con una parte de la humanidad, pero otra parte de la humanidad llevará el impulso crístico hacia el futuro, y se producirá un efecto contrario. Tendrá lugar una batalla entre los reinos descendentes y ascendentes. Y el impulso crístico seguirá vivo. Cuando el Cristo etérico llegue en nuestro siglo, el impulso crístico cobrará vida de tal manera que será capaz de generar tales impulsos en el alma humana que gradualmente será imposible gobernar de tal manera que la ambición o la vanidad e incluso el prejuicio o el error subyazcan al gobierno. Existe la posibilidad de encontrar tales principios de gobierno que excluirán la vanidad, la vanagloria, el prejuicio e incluso la falta de juicio y el error. 

Pero esto sólo puede lograrse captando correcta y concretamente el impulso de Cristo. Los parlamentos no decidirán sobre estos impulsos, llegarán al mundo de otras maneras. Pero hacia allí se dirige la corriente. Esta es la dirección de lo que podríamos llamar el anhelo de integrar a Cristo en el desarrollo social de la humanidad, junto con el establecimiento de Cristo en el desarrollo del mundo. Pero esto requiere un replanteamiento en muchos aspectos. Y eso incluirá un fortalecimiento que realmente pueda tomar en serio algo como lo que les he presentado acerca de Cristo. Cuando él dijo lo que realmente tenía que decir, los demás se enfadaron tanto que quisieron arrojarle montaña abajo. No hay que imaginarse la evolución del mundo con demasiada facilidad. Sólo hay que darse cuenta de que la persona que tiene algo que decir sobre algunas cosas puede haberse encontrado ya con un estado de ánimo como el que se encontró Cristo Jesús cuando estuvo a punto de ser arrojado montaña abajo. 

En un tiempo, sin embargo, cuando la gente piensa así: ¡Sólo no vayas mucho más allá de esto o aquello! ¡No te ofendas! Simplemente no te metas en el fragor de rebelarte contra una cosa u otra! En tal época esto se está preparando, y tal vez justificadamente. Se está preparando en el subsuelo de la conciencia; pero hay poco que ver de ello en la superficie. En la superficie prevalece el principio anticristiano de la conveniencia, el principio anticristiano que en ninguna parte puede levantar la acusación cristiana: ¡Pero para vosotros, escribas y fariseos, no es el reino de Dios! Pero primero hay que entender lo que está escrito hoy en el pasaje que Cristo interpretó cuando habló de los escribas y fariseos. Hay muchas palabras para disculpar lo que dijo Cristo Jesús. Y un predicador moderno, aunque no pertenezca a una comunidad eclesial positiva, ha dicho muchas cosas hermosas sobre Cristo Jesús, pero no ha podido evitar decir: No era realmente un hombre práctico, porque aconsejaba, por ejemplo, vivir como las aves del cielo: ni siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y eso no te llevaría muy lejos en el mundo de hoy. Este predicador, simplemente no se esforzó mucho por entender realmente el impulso que hay en los Evangelios. A veces es difícil escuchar la palabra, leer la palabra de esta manera: Si alguien te abofetea en una mejilla, vuélvele la otra. Si alguien te quita el abrigo, dáselo también a él. Si alguien quiere algo de ti, dáselo. Si alguien te quita algo, no le pidas que te lo devuelva. 

Pues bien, si se lee todo lo que se ha propuesto a favor de una visión suave de este pasaje no muy popular, hay que decir que la humanidad moderna ha avanzado un poco en el perdón a Cristo Jesús por haber pronunciado a veces palabras tan extrañas. Muchas cosas ya han sido perdonadas para que sólo el Evangelio pueda ser conservado, conservado según su forma. Pero todas estas cosas tienen que ver mucho más con la comprensión de las cosas. Ahora eso es difícil porque todas estas cosas están totalmente contextualizadas. Pero si se continúa leyendo después de lo que dice, al menos se puede adivinar el contexto: Si alguien se apodera de tu propiedad, no la reclames, y a continuación viene la frase en el Evangelio de Lucas, en el Evangelio de Mateo es aún más clara: «Tratad a los demás como queráis ser tratados vosotros". - Esto, por supuesto, se aplica a lo anterior. El Cristo exige el poder de la fe, la confianza en las cosas.

Si Cristo hubiera compartido sólo las ideas superficiales del momento, nunca habría podido decir: "Si alguno te quita la túnica, tenga también tu manto". Está hablando aquí de las leyes que gobiernan la vida social y la conducta, tales son para los escribas y sumos sacerdotes, está hablando del Reino de los Cielos. En este pasaje desea enfatizar que en el Reino de los Cielos prevalecen otras leyes que las del mundo externo. Y si comparamos el pasaje del Evangelio de San Lucas con el de San Mateo, y mucho depende de la traducción correcta, nos daremos cuenta de que Él quiso decir que debía despertarse en el hombre una fe que dispensara de las leyes y estatutos concernientes al robo de la túnica y el manto de otro. Cristo quiso mostrar que no tenía sentido enseñar simplemente: "No robarás". Recordarán que Él dijo: "una jota no pasará de la ley". Pero tal como se entendieron originalmente, esas palabras ya no proporcionan ningún impulso para la época actual. Debemos desarrollar realmente dentro de nosotros el poder, bajo las circunstancias actuales, de ofrecer nuestro manto a quienquiera que haya tomado nuestro abrigo. Si seguimos el precepto de que "todo lo que queráis que los hombres os hagan, así también haced vosotros con ellos", y especialmente si este principio puede ser adoptado por todos, sería imposible que alguien robara el manto de otro. Nadie robará el manto de otro si la víctima tiene la fuerza de ánimo para decir: al que tome mi túnica, le daré también mi manto.

Este debe ser el orden social. Si esto es orden social, entonces no habrá robo. Esto es lo que Cristo quiere decir, porque éste es el reino de Dios en contraposición al reino del mundo. En un mundo donde prevalece el principio: doy el abrigo al que me quita el abrigo, en este mundo no hay robo. Pero hay que desarrollar el poder de la fe, es decir, la moral debe basarse en este poder interior de la fe, es decir, debe ser un milagro. Todo acto moral debe ser un milagro; no debe ser un mero hecho de la naturaleza, debe ser un milagro. El hombre debe ser capaz de milagros. Puesto que el orden mundial original ha sido derribado de su altura a una región inferior, el mero orden natural debe ser contrarrestado a su vez por un orden moral sobrenatural que haga algo más que obedecer meramente al orden natural. No basta con que ustedes se limiten a guardar los antiguos mandamientos, que fueron dados en condiciones diferentes, ni que los cambien, sino que se adapten al otro orden, que no es el orden natural: que si alguien me quita el abrigo, yo tenga el talante de darle también mi abrigo, y no arrastrarlo a los tribunales. El Evangelio de Mateo afirma que Cristo Jesús quiere eliminar los tribunales. Pero no tendría ningún sentido seguir inmediatamente al lugar de la capa y el manto con «Como queráis ser tratados por los demás, tratadlos de la misma manera» si el asunto no se dirigiera a otro ámbito, al ámbito en el que tienen lugar los milagros. Porque Cristo Jesús realizó los signos y prodigios por su gran poder sobrenatural de fe. Nadie que considere al hombre meramente como un ser natural, que no tenga la fuerza de considerarlo como algo distinto de un ser natural, puede hacer lo que hizo el Cristo. Ahora bien, el Cristo, como visión, exige que, al menos en la esfera moral, se viva más en la imaginación que en la realidad exterior. En la realidad exterior se dice: ¡Si alguien te quita el abrigo, devuélveselo! Pero este principio no establece un orden social en el sentido del impulso de Cristo. Hay que tener en la imaginación algo más que lo que corresponde meramente al mundo exterior. De lo contrario habría una extraña conexión entre estas frases individuales. Porque piénsenlo así: «Si alguien te pega en una mejilla, preséntale la otra. Si alguien te quita el abrigo, déjale también la falda. Si alguien quiere algo de ti, dáselo. Si alguien toma tu propiedad, no le pidas que te la devuelva». Y: «¡Trata a los demás como quieras que te traten!»:  «Si golpeas a alguien en la mejilla, asegúrate de que te ofrece también la otra, para que puedas satisfacer tu deseo por la segunda; si le quitas el abrigo a alguien, no te detengas ahí, sino quítale también la falda; si quieres algo de alguien, asegúrate de que te lo da" y así sucesivamente, -esa sería la inversión de la frase, bajo la influencia de la sentencia "¡Como desees ser tratado por los demás, así trátalos!".

Como ven, en términos terrenales, todo esto no tiene sentido. Esta sucesión de frases simplemente no tiene sentido. Sólo tiene sentido si se parte del supuesto de que quien quiera participar en la salvación del mundo, que ha de ser iniciada por el impulso crístico, mediante el cual el mundo ha de ser llevado de nuevo a las regiones superiores, debe proceder más que el mundo exterior a partir de principios que no coincidan meramente con el mundo exterior; entonces sucederá lo que a su vez puede dar fuerza física a las ideas morales, a las concepciones morales. 

Comprender el Evangelio en el sentido del Misterio del Gólgota requiere, sobre todo, una valentía interior del alma, que los hombres de hoy deben adquirir. Esto incluye tomar en serio aquellas cosas en las que el reino de los cielos es añadido al reino del mundo por Cristo Jesús en contraste con el reino que había surgido gradualmente bajo la corriente descendente. Sí, para quien vive la Pascua en tiempos como éstos, queridos amigos, puede existir el anhelo de comprender con valentía el misterio del Gólgota, de unirse con valentía al impulso del Gólgota. Porque el Evangelio habla en cada una de sus partes: ¡Ánimo! contiene en cada una de sus partes la llamada a no seguir otra cosa que aquel impulso que Cristo Jesús imprime realmente en el desarrollo terreno. 

Con esta descripción he querido hoy poner un poco más cerca de ustedes el Misterio del Gólgota, para subrayar más profundamente precisamente este aspecto, que muestra cómo el Misterio del Gólgota debe situarse en todo el orden cósmico, y sólo puede comprenderse si se toma también el Evangelio como si hablara a través de él una forma superior de lenguaje, no el lenguaje de los hombres. En su desarrollo teológico, el siglo XIX, donde reina la teología erudita, intentó precisamente bajar el Evangelio a la palabra del hombre. La siguiente tarea es volver a leer el Evangelio desde el punto de vista de la Palabra de Dios. En este sentido, la ciencia espiritual servirá a la comprensión del Evangelio.

Traducido por J.Luelmo abr.2025

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