GA114 Basilea 20 de sept. de 1909 La misión del pueblo hebreo. La enseñanza de Buda sobre el ennoblecimiento del ser humano interior y la enseñanza cósmica de Zaratustra. Elías y Juan el Bautista-evangelio de S. Lucas 6ª conferencia

RUDOLF STEINER

BUDA, MOISÉS, ELIAS Y JUAN


Basilea 20 de sept. de 1909

sexta conferencia
Será relativamente fácil comprender lo que nos relata el Evangelio de Lucas, si antes hemos llegado a una visión clara de las entidades e individualidades respectivas; por lo tanto, no hay que desalentarse si se requieren muchos estudios preliminares. Ante todo, debemos conocer la complicada naturaleza de la figura central de los Evangelios, como asimismo otras cosas sin las cuales no podríamos comprender lo que luego se nos presenta tan sencillamente en el Evangelio de Lucas.
Primero hemos de recordar lo tratado en las conferencias anteriores, o sea, la importancia de la singular entidad del Buda, el que entre el siglo VI y el V antes de nuestra era se elevó del Bodisatva al Buda. Hemos caracterizado la importancia de este hecho para la humanidad; y ahora volveremos a contemplarlo con toda precisión.
El contenido de la enseñanza del Buda debió darse a la humanidad como algo suyo propio. Si nos remontáramos a los tiempos anteriores a la época del Buda, tendríamos que decir que en todas las épocas anteriores no pudo haber sobre la Tierra hombre alguno que de sí mismo hubiese podido encontrar la doctrina de la piedad y del amor, como ésta se expresa en el “Sendero de ocho etapas”. La evolución de la humanidad aún no había progresado lo suficiente para que el alma de hombre alguno hubiera podido encontrar estas verdades por medio de sus propios sentimientos o reflexiones. Pues todo en el mundo está en vías de desarrollo, y nada puede producirse sin que previamente se preparen las causas. ¿De qué manera, los hombres de los tiempos antiguos podían, por ejemplo, observar los principios del sendero de ocho etapas?. Solo les ha sido posible hacerlo porque, en cierto modo, éstos les fueron infundidos en las escuelas esotéricas de los iniciados y de los videntes. El Bodisatva enseñaba en los Misterios y en las escuelas ocultas de los videntes, porque en semejantes escuelas fue posible elevarse a los mundos superiores para recibir lo que, en el mundo externo, no pudo darse al alma y al intelecto del hombre. Los que, en los tiempos antiguos, por la gracia de entidades superiores, tuvieron contacto directo con los maestros de las escuelas ocultas, debieron infundirlo al resto de la humanidad. La vida debió influenciarse en el sentido de esos principios, sin que los hombres mismos hubiesen sido capaces de encontrarlos. Los hombres que vivían fuera de los Misterios, observaban, en cierto modo, inconscientemente los principios que ellos recibían, de las escuelas ocultas, igualmente en forma inconsciente. Todo debía recibirse por revelación desde lo alto, a través de los conductos correspondientes. De lo que antecede resulta que, antes de la época del Buda, un ser como el Bodisatva no tenía la posibilidad de usar plenamente un cuerpo humano, porque sobre la Tierra no hubiera podido encontrar cuerpo alguno adaptado a las facultades necesarias como para ejercer su influencia sobre el ser humano. Semejante cuerpo no existía. ¿Qué debió entonces suceder?. ¿Cómo se incorporaba el Bodisatva?. Esta pregunta la hemos de contestar.
El Bodisatva se incorporaba no enteramente, con todo lo que fue como entidad espiritual. Si al cuerpo dotado del alma de un Bodisatva, se hubiera observado clarividentemente, se habría verificado que sólo en parte formaba una unidad con la entidad del Bodisatva la que, como cuerpo etéreo, sobresalía en mucho la envoltura humana, manteniendo así su vínculo con lo espiritual, sin dejarlo jamás totalmente. El Bodisatva nunca dejaba completamente el mundo espiritual: vivía al mismo tiempo en un cuerpo espiritual y en un cuerpo físico. El paso del Bodisatva al Buda tuvo lugar cuando, por primera vez, hubo un cuerpo en que el Bodisatva pudo incorporarse íntegramente para desarrollar en él sus facultades. Con ello evidenció la forma humana a la que el hombre debe aspirar de asemejarse, con el fin de encontrar por sí mismo la doctrina del sendero de ocho etapas, tal como antes el Bodisatva la encontró por sí mismo, bajo el Árbol Bodi. En sus encarnaciones anteriores, la entidad que más tarde se incorporó en el Buda, fue de tal naturaleza que parcialmente se quedaba en el mundo espiritual y que sólo parte de su entidad se encontraba en el cuerpo. Entre el sexto y el quinto siglo antes de nuestra era, existió la primera organización humana en que el Bodisatva pudo incorporarse íntegramente, dando el ejemplo de cómo la humanidad, por sí misma y por el sentido moral de su alma, pudiese encontrar el sendero de ocho etapas.
Todas las religiones y cosmovisiones conocieron este fenómeno de seres humanos que, con una parte de su entidad, están en el mundo espiritual, cuando la naturaleza humana es, en cierto modo, demasiado estrecha como para acoger la plena individualidad de tales entidades que obran sobre la Tierra. Dentro de la cosmovisión del Asia occidental, esta característica de vincularse las individualidades superiores con el cuerpo físico, se llamaba “estar compenetrado del Espíritu Santo”; un término técnico bien definido. En el modismo de las lenguas del Asia occidental, de semejante entidad, como lo es el Bodisatva incorporado sobre la Tierra, se hubiera dicho que “está compenetrada del Espíritu Santo”, lo que significa que las fuerzas que la constituyen no la penetran enteramente, y que lo espiritual ejerce cierta influencia desde afuera. Por consiguiente, bien se podría decir que en sus encarnaciones anteriores, el Buda estuvo compenetrado del Espíritu Santo.
Si comprendemos esto, podemos también familiarizarnos con lo que se dice al principio del Evangelio de Lucas y que ya hemos mencionado en la conferencia anterior. Sabemos que en el cuerpo etéreo del niño Jesús de la línea natánica de la casa de David, vivió la parte del cuerpo etéreo no influenciada por vidas terrenales, sustraída a la humanidad en el acontecimiento llamado el “pecado original”; vale decir, que la sustancia etérea tomada de Adán antes del pecado original y luego conservada, se incorporó en este niño. Esto fue necesario para que existiera una entidad espiritualmente joven, no influenciada por experiencia alguna de la evolución terrestre, a fin de poder acoger lo que debió recibir. Ningún otro hombre que desde la época de Lemuria habría pasado por sucesivas encarnaciones, hubiera sido capaz de unirse con el Nirmanakaya del Buda; menos aún hubiera podido acoger lo que más tarde habría de incorporarse en él. Un cuerpo humano tan perfeccionado, sólo ha podido formarse por el hecho de que la sustancia etérea de Adán, no influenciada por las experiencias terrenales, fue unida con el cuerpo etéreo de este niño Jesús. Gracias a ello, esta sustancia etérea estaba también dotada de todas las fuerzas que antes del pecado original habían ejercido su influencia sobre la evolución terrestre, las que ahora, en este niño, actuaban con tan inmenso poder. Esto también hacía posible lo ya indicado anteriormente, esto es, la extraña influencia de la madre del Jesús natánico en la madre de Juan el Bautista y además, en Juan mismo, antes de que naciera.
Debemos tener presente cuál fue la naturaleza de “Juan el Bautista”. Sólo podemos comprender esta entidad, si somos conscientes de la diferencia entre el singular anuncio dado por el Buda allá en la India (que para nuestro objeto ha sido suficientemente caracterizado) y aquel otro anuncio dado al antiguo pueblo hebreo, por Moisés y sus sucesores, los profetas.
El Buda ha dado a la humanidad lo que el alma puede encontrar como su propia ley, la que le ayudará a purificarse y a elevarse a la máxima altura moral alcanzable sobre la Tierra. El Buda anunció la ley del alma - “Darma”- y la dio de tal manera que el hombre, en el más alto grado de su evolución, la encontrará por la fuerza del alma propia; él ha sido el primero en revelarla. Pero la evolución de la humanidad no va en línea recta, sino que las corrientes culturales más diversas deben fecundarse mutuamente. Para que en el Asia occidental pudiese tener lugar el advenimiento del Cristo, fue necesario que, en cierto modo, la evolución en ese territorio quedara atrasada, frente a la evolución en la India, con el fin de recibir más tarde y con fuerzas más frescas, lo que, de otra manera, se había dado a la evolución indica. Esto quiere decir que en el territorio del Asia occidental debió formarse un pueblo con una evolución distinta, quedándose atrasado, frente a los pueblos orientales. Si en el sentido de la sabiduría del mundo, los pueblos orientales habían alcanzado la madurez para reconocer al Bodisatva como Buda, fue, en cambio, necesario retener a los pueblos del Asia occidental, principalmente al antiguo pueblo hebreo, en un grado juvenil, en un grado menor de su evolución. Dentro de la magnitud de la evolución de la humanidad, debió hacerse lo mismo que sería el caso de un hombre que, a los veinte años de edad, hubiese alcanzado una cierta madurez y que hubiera adquirido ciertas facultades. Empero, en cierto sentido, estas facultades constituyen a la vez una traba, un obstáculo, porque las facultades adquiridas a una determinada edad, tienen la peculiaridad de que tienden a retener al individuo en este mismo nivel, de modo que cuando tenga, digamos, treinta años, no le será fácil elevarse por encima del grado evolutivo que a los veinte años había alcanzado. En cambio, para otro hombre que se conservara las cualidades juveniles, de modo que a los veinte años sólo hubiera adquirido, por sí mismo, pocas facultades y que después las aprendiera del primero, le será más fácil elevarse a ese nivel de tal manera que, a los treinta años, podrá llegar a un grado de evolución más alto que el primero. Quien sea capaz de observarlo en la vida, encontrará que realmente es así. Facultades adquiridas como algo suyo propio, a veces constituyen una traba para el posterior desarrollo, en tanto que no forma tal obstáculo lo que se adquiere, no con toda la fuerza del alma, sino más bien exteriormente. Para el progreso de la humanidad es preciso que se produzcan dos corrientes de cultura: una que adquiera y profundice una suma de intimas facultades y, paralelamente, otra que en su evolución resulte más bien retenida. Tenemos, entonces, una corriente de cultura con facultades desarrolladas hasta cierto nivel; estas facultades se confunden con la intima esencia de esta corriente y de la naturaleza humana. La evolución prosigue y surge algo nuevo; pero dicha corriente no seria capaz de ascender, por sus propias fuerzas, a un grado más elevado de su evolución. Debido a ello, debe producirse otra corriente que va paralelamente y que, en cierto sentido, es retenida sin desarrollarse, sin alcanzar el nivel de la primera. La nueva corriente prosigue después su evolución, recibiendo de la primera lo que ésta ya ha conquistado y, por el hecho de haberse conservado las fuerzas juveniles, podrá, a su tiempo, ascender a niveles más elevados. De esta manera, una corriente llega a fecundar a la otra. En la evolución de la humanidad, las corrientes espirituales deben desarrollarse una al lado de la otra, y la dirección espiritual del mundo ha de velar por qué así suceda.
¿Cómo pudo la dirección espiritual del mundo procurar que al lado de la corriente que encontró su expresión en el gran Buda, se desarrollase la otra que sólo más tarde pudo acoger lo que el budismo ha dado a la humanidad?.
Esto sólo se logró de tal manera que a la corriente del antiguo pueblo hebreo se denegaba la posibilidad de producir por si misma hombres capaces de desarrollar Darma a fuerza de su propio sentido moral, o sea, por ejemplo, de emprender el sendero de ocho etapas. De modo que en ella no pudo haber una figura como el Buda. Esta corriente espiritual debió recibir desde afuera lo que el Buda, como interioridad, había traído a su corriente espiritual. Por esta razón - haciéndolo de una manera particularmente sabia - la “Ley” fue dada al pueblo hebreo, no como algo interior, sino exteriormente, mediante la revelación en el “Decálogo”, la Ley de los diez mandamientos, mucho tiempo antes de la aparición del Buda. Esta Ley fue dada al antiguo pueblo hebreo como un conjunto de leyes exteriores, como algo que se recibe desde afuera y que no ha quedado absorbido por el alma. Por su estado evolutivo juvenil, el pueblo hebreo recibió los mandamientos como algo que le fue dado desde las alturas celestes. Al pueblo índico se le había educado para reconocer que el hombre, por sí mismo, debe generar Darma, la ley del alma; el pueblo hebreo, en cambio, ha sido educado para obedecer a la ley que le fue dada desde afuera, de modo que este pueblo forma un maravilloso complemento a lo que Zoroastro ha realizado para su cultura y todas las demás que en ella tuvieron su origen.
Ya hemos dicho que Zoroastro había puesto su atención en el mundo exterior. Si el Buda ha dado profundas enseñanzas acerca del ennoblecimiento de la interioridad humana, encontramos, por otra parte, en Zoroastro la grandiosa enseñanza sobre el cosmos, sobre lo que nos da el conocimiento del mundo de nuestro origen. Si la mirada del Buda se ha dirigido al interior del ser humano, la del pueblo de Zoroastro había abarcado el mundo circundante, a fin de penetrarlo espiritualmente.
Tratemos de profundizar lo que Zoroastro ha dado a la humanidad desde su primera aparición cuando anunció el Ahura Mazdao, hasta la época sucesiva, en la cual apareció como Nazaratos. Ha dado enseñanzas cada vez más profundas acerca de las grandes leyes y entidades espirituales del cosmos. Zoroastro de la antigua cultura persa sólo había hablado en forma alusiva sobre el Espíritu Solar; más tarde lo amplió hasta lo que se nos presenta como la maravillosa, tan poco comprendida, enseñanza caldea sobre el cosmos y las causas espirituales de nuestro origen. Si examinamos estas enseñanzas sobre el cosmos, descubrimos una importante peculiaridad: Cuando, en tiempos pasados, Zoroastro hablaba al antiguo pueblo persa de las causas espirituales del mundo de los sentidos, caracterizó las dos potencias: Ormuzd y Arimán o “Angra Mainyus”, las que en todo el universo se oponen una a la otra. Empero, lo que no hubo en esa enseñanza, fue lo que podríamos llamar: ardor moral que penetra en el alma. Para el antiguo concepto persa, el hombre se halla, en cierto sentido, entretejido en todo el proceso cósmico; Ormuzd y Arimán se combaten dentro del alma humana, en la que, por el combate de las dos potencias, hierven las pasiones. La interioridad misma del alma humana no se conoció aún, sino que hubo una enseñanza cósmica. Al hablar del “Bien” y del “Mal”, se entendían los efectos favorables, positivos y los nocivos que en el cosmos se oponen y que también se manifiestan en el hombre. En esa enseñanza orientada hacia lo externo, aún no estaba incluida la “cosmovisión moral”. Se llegaba a conocer a todas las entidades que gobiernan el mundo sensible - todo lo que de excelente o de negro y nocivo reina en el mundo y en que el hombre se sentía entretejido; pero él aún no experimentaba lo realmente moral del que participa con su alma, como más tarde llegó a sentirlo -. Al encontrarse, por ejemplo, con un hombre “malo”, se sentía que a través de él fluían fuerzas de las entidades malas del mundo, pero no se podía decir que ese hombre fuese culpable de ello. El hombre se sentía entretejido en un sistema cósmico aún no impregnado de cualidades morales. Esta fue la peculiaridad de una enseñanza la que, espiritualmente, dirigía la mirada hacia afuera. La doctrina hebrea formaba un maravilloso complemento a dicha enseñanza cosmológica, precisamente porque introducía un elemento moral en la revelación recibida de afuera; y esto daba la posibilidad de hablar de “culpa”, de “culpabilidad humana”. Antes del elemento hebreo, de un hombre malo sólo se decía que estaba poseído de fuerzas malignas. Por el anunciamiento de la Ley de los diez mandamientos surgió la necesidad de distinguir entre los hombres que la observaban y otros que no la observaban; y debido a ello se formó el concepto de la culpabilidad humana. La manera como este concepto surgió en la evolución de la humanidad, es palpable si se contemplan, por ejemplo, las circunstancias en que se evidencia la incertidumbre de los hombres y hasta lo trágico que se vincula con el significado del concepto de culpabilidad. Si se profundiza el estudio del Libro de Job, se notará la incertidumbre acerca del concepto de culpa, de la duda sobre la actitud que ha de observarse al ser perseguido por la desgracia; pero también se verificará que ya se vislumbra el nuevo concepto de culpabilidad.
Resulta pues que al antiguo pueblo hebreo fue dado el elemento moral como una revelación desde afuera, al igual que otras revelaciones sobre los demás reinos de la Naturaleza. Esto sólo ha sido posible por el hecho de que Zoroastro había preparado la prosecución de su obra - como ya queda dicho - al ceder su cuerpo etéreo a Moisés y su cuerpo astral a Hermes. En virtud de ello, Moisés fue capaz, de la misma manera como antes lo había sido Zoroastro, de percibir lo que obra en el mundo externo, con la diferencia de que Moisés pudo sentir no sólo fuerzas indiferentes, sino que él experimentó lo que en el mundo reina en sentido moral, lo que llega a ser “mandamiento”. Por ello, la vida y la cultura del pueblo hebreo abarcaban lo que podemos llamar obediencia, sumisión a la Ley, en tanto que la corriente espiritual del Buda encerraba en si misma el ideal de encontrar la orientación de la vida humana en el “sendero de ocho etapas”. Además, al antiguo pueblo hebreo había que conservarlo intacto hasta el justo momento que estamos por caracterizar y que fue la aparición del principio representado por el Cristo. En cierto modo, había que hacerlo rebasar el tiempo de la revelación del Buda, reteniéndolo en un estado de cultura embrionaria. Era necesario que en el seno de este pueblo hubiese personalidades en las que no pudiesen incorporarse íntegramente entidades que, como personalidad, serían capaces de representar la “Ley”; ni tampoco podía este pueblo albergar una personalidad de las características del Buda. La Ley le fue dada por iluminación desde afuera, debido a que Moisés poseía el cuerpo etéreo de Zoroastro, el que le capacitaba de recibir lo que no nace en el alma propia. Al pueblo hebreo no le fue posible suscitar de su propio corazón la Ley. Pero la obra de Moisés debió proseguir, al igual que cualquiera otra obra debe hallar su continuación, a fin de dar, a su debido tiempo, el fruto esperado. Por esta razón, en el antiguo pueblo hebreo debieron aparecer las individualidades que conocemos como los profetas, y uno de los más importantes de ellos fue Elías.
¿Cómo hemos de representarnos a semejante personalidad?.
En el seno del pueblo hebreo, Elías debió ser uno de los continuadores de lo inaugurado por Moisés. Pero de la propia sustancia de aquel pueblo no pudo nacer hombre alguno que estuviese totalmente compenetrado del verdadero contenido de la Ley de Moisés la que sólo se recibió como revelación desde lo alto. Lo que hemos caracterizado como una necesidad para la época índica, y también como la naturaleza peculiar del Bodisatva, igualmente debió producirse en el pueblo hebreo, y volver a producirse siempre de nuevo: el que hubiese individualidades que no se incorporan enteramente en la personalidad humana, sino con sólo una parte de su entidad y que, con la otra parte, se mantienen en el mundo espiritual. Semejante entidad fue Elías. El Yo de Elías no penetró totalmente en el cuerpo físico; a él hemos de llamar una personalidad “compenetrada del Espíritu”. En base a las fuerzas normales del mundo, seria imposible hacer surgir semejante figura como el profeta Elías. En los casos normales, cuando un hombre está por nacer, el organismo humano, por los procesos físicos, se desenvuelve en el cuerpo materno de tal manera que, en un determinado momento, la individualidad que viene de encarnaciones anteriores, simplemente se une con la naturaleza física. En el hombre común, todo se desenvuelve en línea recta, por decirlo así, sin que mediasen fuerzas especiales, aparte del curso normal. Esto no fue posible en el caso de una individualidad como la de Elías, sino que debieron mediar fuerzas que obraban sobre aquella parte de la individualidad que se mantenía en el mundo espiritual; desde afuera debió ejercerse una influencia sobre el desarrollo del hombre. Por esta razón, al encarnarse en el mundo, semejantes individualidades aparecen como “inspiradas”, “impulsadas por el Espíritu”, como personalidades extáticas que trascienden en mucho lo que su inteligencia común podría intuir. Todos los profetas del Antiguo Testamento aparecen así, es el “Espíritu” que los hace obrar, en tanto que el Yo no puede siempre darse cuenta de lo que hace. El Espíritu vive en la personalidad y desde afuera recibe el sostén. Estas personalidades se retiran temporalmente a la soledad, pero se trata entonces de un retirarse de aquella parte del Yo de la que se sirve la personalidad común y de una inspiración por el Espíritu, desde afuera. En ciertos estados extáticos, inconscientes, semejante entidad escucha las inspiraciones desde lo alto. Esto sucedió principalmente en Elías. Lo que durante su vida fue “Elías”, lo que su boca pronunció, lo que su mano señaló, provenía no solamente de la parte que vivió en él, sino que eso fueron revelaciones de entidades divino-espirituales que le inspiraban.
Al reencarnarse, esta entidad debió unirse con el cuerpo del niño que naciera como hijo de Zacarías y Elisabet. Sabemos, por el Evangelio mismo, que en Juan el Bautista hemos de reconocer a Elías reencarnado. Pero se trata de una individualidad que por sus encarnaciones anteriores no estaba habituada a desarrollar todo cuanto por las fuerzas del curso normal de la vida puede aparecer. Normalmente, cuando el cuerpo físico se desenvuelve en el seno materno, actúa lo que vive en la íntima fuerza del Yo. Esto es algo que en tiempos pasados la individualidad de Elías aún no había experimentado, puesto que no había descendido hasta tal existencia; el Yo no había sido impulsado por sus propias fuerzas, como en condiciones normales, sino desde afuera. Ahora, esto tuvo que suceder nuevamente. Mas el Yo de esta individualidad ya se halla más próxima a la Tierra, más fuera del mundo espiritual; ella está mucho más unida con la Tierra que las entidades que anteriormente habían guiado a Elías. Ahora debió producirse la transición para llegar a la unión de las corrientes del Buda y de Zoroastro; todo debió rejuvenecerse. Ahora debió obrar desde afuera la entidad que se había vinculado con la Tierra y sus sucesos, tal como lo había hecho el Buda, cuyo Nirmanakaya estaba entonces unido con el Jesús natánico. Debió obrar desde afuera e impulsar la fuerza del Yo de Juan el Bautista, la entidad que, por un lado, se había unido con la Tierra, si bien, por otro lado, estaba alejada de ella, ya que sólo obraba en el Nirmanakaya y vivía más allá de la Tierra, porque había vuelto a elevarse y ahora apareció sobre la cabeza del Jesús natánico. De modo que fue el Nirmanakaya del Buda que influyó la fuerza del Yo de Juan, igual que en tiempos pasados las fuerzas espirituales habían obrado sobre Elías. En el pasado, la entidad Elías había quedado temporalmente extasiada, le hablaba entonces el Dios que penetraba su Yo con una fuerza real, la que él, después, pudo transmitir al mundo exterior. Ahora hubo otra entidad espiritual, la cual como el Nirmanakaya del Buda, apareció sobre el Jesús natánico y obró sobre Elisabet, antes del nacimiento de Juan; en el seno de Elisabet influyó el embrión de Juan, en el sexto mes de la gravidez, para despertar el Yo. Pero esta fuerza por hallarse ahora más próxima a la Tierra, produjo no sólo una inspiración, sino verdaderamente la conformación del Yo de Juan. Bajo la influencia de la visita de “Maria” empezó a actuar el Yo de Juan el Bautista. Así, el Nirmanakaya del Buda obró sobre el Yo del que había sido Elías y que es el Yo de Juan el Bautista, despertando y liberándolo, incluso en la substancia física.
¿Qué es lo que ahora podemos esperar?.
Como en el noveno siglo antes de nuestra era, Elías había pronunciado sus grandiosas palabras, las que en realidad fueron “palabras de Dios”, y como lo que su mano había señalado, fue “gesto de Dios”, algo similar debió manifestarse en Juan el Bautista, porque en él resurgió lo que antes existiera en Elías. El contenido del Nirmanakaya del Buda penetró como inspiración, en el Yo de Juan el Bautista; lo que se anunciaba a los pastores, lo que irradiaba sobre el Jesús natánico, extendió su fuerza en Juan el Bautista y la prédica de él es, ante todo, la prédica del Buda resurgida. Referente a ello, se nos presenta algo sumamente memorable que ha de impresionarnos profundamente si recordamos el sermón de Benarés en que Buda habló del sufrimiento de la vida y de la liberación del sufrimiento por medio del sendero de ocho etapas a que el alma debe aspirar. El Buda frecuentemente continuaba su prédica, diciendo: “Hasta ahora poseísteis la enseñanza de los brahmanes que pretenden tener su origen en Brahma mismo; afirman que son superiores a los demás hombres porque ellos tienen tan noble Origen. Dicen que el valor del hombre depende de su descendencia. Yo, en cambio, os digo: el valor del hombre depende, no de su descendencia sino de cuanto él hace de si mismo. El hombre es acreedor de la gran sabiduría del mundo por lo que él, como individuo, hace de si mismo.” El Buda provocaba la oposición del mundo de los Brahmanes al señalar las cualidades del individuo, diciendo: “¡De cierto, os digo, lo que importa no es que uno se llame 'Brahmán, sino que consigáis purificaros por vuestras fuerzas individuales!” Así fue - si bien no literalmente - el sentido de muchas prédicas del Buda y, generalmente proseguía su enseñanza, señalando que el hombre, cuando comprende el mundo del sufrimiento, sentirá piedad, sabrá aliviar el dolor y prestar ayuda, y compartirá el infortunio del prójimo, porque sabe que a él le toca sufrir la misma pena y el mismo dolor.
El Buda, hallándose en su Nirmanakaya, irradiaba sobre el niño Jesús natánico y proseguía su prédica, hablando de boca de Juan el Bautista. Juan hablaba bajo la inspiración del Buda; y realmente suena como una continuación de lo que otrora el Buda había predicado, si Juan dice, por ejemplo: “Vosotros que estáis orgullosos de descender de los que, al servicio de las potencias espirituales, se llaman Hijos de la Serpiente y que invocáis la sabiduría de la Serpiente, ¿Quién os ha enseñado esto?. Os imagináis dar frutos dignos de arrepentimiento, al decir: ¡Tenemos a Abraham por padre...!”. Pero Juan proseguía la prédica del Buda, diciendo: “No digáis que tenéis a Abraham por padre sino sed hombres de la verdad allí donde os encontráis en el mundo. Se podrá crear a un hombre veraz de la piedra misma que vuestros pies están pisando. ¡De cierto os digo que de estas piedras Dios puede dar vida a hijos de Abraham!”. Y luego, decía, continuando verdaderamente la prédica del Buda: “¡El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene!”. Y las gentes le preguntaban: “Maestro, ¿Qué debemos hacer?”... exactamente como otrora los monjes preguntaban al Buda: “¿Qué debemos hacer?”. Las palabras de Juan se parecen a las del Buda, o son cual una continuación de éstas.
Así, en el curso de los tiempos, aparecen estas entidades sobre el plano físico, y así comprendemos la conformidad de las religiones y de las revelaciones espirituales de la humanidad. No llegamos a saber lo que fue el Buda si sólo nos atenemos a lo tradicional, sino únicamente si nos enteramos de lo que él mismo; nos comunica. ¡Buda habló cinco a seis siglos antes de nuestra era; pero él no ha cesado de hablar!. Habla sin estar incorporado, cuando inspira por medio del Nirmanakaya; y a seis siglos después de haber vivido en el cuerpo físico, Juan el Bautista nos transmite lo que aquél comunicaba a la humanidad. Esta es la “conformidad de las religiones”, pero en cada religión tenemos que buscar, no lo muerto sino lo viviente, pues todo está en constante evolución. Lo que vive en el germen de una planta, a su tiempo llegará a florecer; y lo viviente del sermón de Benarés, llegó a florecer en la prédica de Juan el Bautista en el Jordán.
Lo que antecede nos ha dado a conocer la esencia de otra individualidad, la que se nos presenta en aquel tiempo y de la que nos habla el Evangelio de Lucas en forma tan impresionante. Sólo conoceremos los Evangelios si nos decidimos a tomar cada palabra en su verdadero sentido. Al principio, Lucas nos dice que nos transmite lo que le enseñaron “los que lo vieron por sus ojos”. Pero esos videntes vieron las verdaderas condiciones, tal como éstas se revelaban en el curso de los tiempos, no solamente lo ocurrido sobre el plano físico. Quien viera esto solamente, podría decir: cinco a seis siglos antes de nuestra era vivió en la India un hombre que fue el hijo del rey Suddodana y que fue llamado el “Buda”; y más tarde vivió un hombre llamado “Juan el Bautista”; pero no se daría cuenta de lo que vincula a éste con aquél, porque esto sólo se revela en el mundo espiritual. Lucas dice que su relato se basa en lo que han visto los “videntes”. Es necesario, no sólo leer las palabras de las Escrituras, sino aprender a interpretarlas en su justo sentido. Para ello es preciso tener una clara visión de las respectivas individualidades, con conocimiento de todo cuanto se ha volcado en ellas.
También hemos dicho que cualquier individualidad que descienda a la Tierra, deberá desarrollarse en el sentido de las facultades que el cuerpo en que se encarne le permite desenvolver; lo que tal entidad debe tener en cuenta. Si en nuestros días quisiera encarnarse una entidad superior, no podría contar sino con las condiciones inmanentes a un cuerpo de nuestra época. Sólo el vidente puede conocer lo que tal individualidad realmente es, porque él ve cómo en el interior de ellas se entretejen los hilos de su verdadero ser. Semejante entidad de un alto nivel de sabiduría, desde la niñez deberá madurar su cuerpo para que en determinado momento pueda evidenciarse lo que ella había sido en encarnaciones anteriores. Si ella ha de despertar en los hombres ciertos sentimientos, su encarnación terrenal deberá realizarse en un cuerpo capaz de soportar las exigencias de su misión. Si una entidad quiere proclamar la liberación del sufrimiento y de la pena, deberá ella misma experimentar toda la profundidad del sufrimiento para que pueda encontrar las palabras adecuadas al sentir humano. Lo que más tarde diría la entidad que hemos de imaginarnos detrás del cuerpo del Jesús natánico, es el anunciamiento a dirigirse a toda la humanidad de que ella debe superar todo el anterior parentesco consanguíneo; no hacerla desaparecer, no suprimir los vínculos entre padre e hijo, entre hermano y hermana, sino agregar el amor general hacia el prójimo al amor por consanguinidad, para que haya amor de alma a alma, amor que supera al amor por consanguinidad. La entidad que más tarde apareció en el Jesús natánico, debió enseñar el ahondamiento del amor el que nada tiene que ver con los vínculos por la sangre. Para cumplir con esta misión, la entidad que entonces vivió en el cuerpo del Jesús natánico, primero debió experimentar sobre la Tierra lo que significa no sentir ningún vínculo, no tener relaciones por consanguinidad, para poder sentir lo que sólo atañe a lo puramente humano, libre de los vínculos por la sangre y hasta de la posibilidad de tales vínculos. La individualidad del Jesús natánico debió aparecer en el mundo, no sólo “sin patria” como el Buda, que había emigrado de su país, sino separada de toda relación familiar, de todo vínculo sanguíneo. Debió sentir todo el profundo dolor del renunciamiento a todo cuanto comúnmente une a los hombres entre sí; debió hablar desde la absoluta soledad, desde el aislamiento de los vínculos familiares. ¿Quién fue esta entidad?.
Sabemos que fue la entidad que hasta los doce años de edad ha vivido en el Jesús salomónico, hijo de los padres de la línea salomónica. El padre había muerto temprano, de modo que el adolescente fue huérfano por parte de padre; tenía hermanos, varones y mujeres, en esta familia en la que vive mientras en su cuerpo alberga a Zoroastro. A los doce años, su alma abandona a esta familia; deja a la madre, deja a los hermanos, para pasar al cuerpo del Jesús natánico. La nueva madre también muere y, más tarde, también el padre. Cuando tuvo que empezar a obrar en el mundo, había dejado a todo cuanto tiene que ver con parentesco consanguíneo. No sólo había quedado huérfano y había dejado a todos sus hermanos, sino que como entidad-Zoroastro también había tenido que renunciar a ser padre de familia, ya que la entidad-Zoroastro no sólo había dejado a sus padres y hermanos, sino también el propio cuerpo, por haber pasado al cuerpo del Jesús natánico. Esta entidad pudo entonces prepararse para albergar en sí misma a otra entidad aún superior: la que en el cuerpo del Jesús natánico se preparó para su gran vocación, es decir, a predicar el “amor general a la humanidad”. Y cuando se le decía: “tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte”, pudo responder de todo corazón, sin lugar a mala interpretación, pronunciando las palabras ante la multitud y sin faltar a los sentimientos de respeto: “¡ellos no lo son!” Pues como entidad Zoroastro había dejado hasta el cuerpo vinculado con esta familia. Y señalando a aquellos con quienes estuvo unido en libre comunidad de almas, pudo decir: “¡Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la ejecutan!”.
¡Hasta tal grado, los documentos religiosos hay que tomarlos literalmente!. Para predicar el amor general hacia la humanidad, fue necesario encarnarse en un cuerpo que daba la posibilidad de experimentar el estar abandonado de todo cuanto sobre la base del parentesco consanguíneo puede fundarse.
Nuestros sentimientos se orientan hacia esa figura, acercándonos, como hombres, a la entidad que desciende desde grandes alturas espirituales, y da expresión a lo experimentado y sufrido como hombre terrenal. Es por ello que desde el fondo del alma, nos unimos a esta entidad, y cuanto más espiritualmente lleguemos a comprenderla, tanto más profunda será nuestra comprensión, y tanto más íntimamente nos sentiremos atraídos y nos uniremos a ella con todas las fuerzas de nuestro corazón.

traducción de Julio Luelmo sept. 2018

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919