GA114 Basilea 25 de sept. de 1909 La Ley del Sinaí como preproclamación final del Yo. El Buda de la compasión y el amor.-evangelio de S. Lucas

RUDOLF STEINER

LA FUERZA DEL SINAÍ
LA FUERZA DEL AMOR


Basilea 25 de sept. de 1909

novena conferencia
Por la conferencia anterior resulta que un documento como el Evangelio de Lucas sólo puede comprenderse si se considera la evolución de la humanidad en un sentido superior, tal como lo provee la Ciencia Espiritual, esto es, si se toman en cuenta los cambios que en el curso de la evolución han tenido lugar en toda la organización del ser humano. Si queremos comprender el cambio fundamental que se ha producido con el advenimiento del Cristo (lo que es necesario para la comprensión del Evangelio de Lucas), conviene compararlo con el proceso que en nuestros tiempos visiblemente se realiza, aunque no tan rápidamente sino más bien paso a paso.
Para verlo claramente, debemos deshacernos del juicio que, por ser el más cómodo, frecuentemente se emite: se afirma que en la Naturaleza, o en la evolución, no se producen “saltos”, quiere decir que no sobrevienen cambios repentinos. ¡Nada más equivoco que esto!. En la Naturaleza continuamente se producen “saltos”, y lo esencial es precisamente que haya cambios repentinos. Obsérvese, por ejemplo, cómo se desenvuelve el germen de una planta: cuando nace la hojita cotiledónea, es un salto muy importante. Otro salto importante se produce cuando la planta va de la formación de hojas a la flor; y otro importantísimo se produce en el desarrollo del fruto. Continuamente se producen saltos, y quien no lo tome en cuenta, no podrá comprender la Naturaleza. Contemplando la evolución de la humanidad, se podría creer que si ella, en el curso de un siglo, va al paso de tortuga, tuviera que seguir al mismo ritmo en tiempos posteriores. No obstante, puede suceder que en determinada época la evolución prosiga lentamente, de igual manera que la planta va de la primera a la última hoja antes de pasar, por un salto, a echar la flor. Así también, en la evolución de la humanidad, se producen saltos; y uno de estos saltos importantes ocurrió cuando el Cristo vino a la Tierra. Sucedió entonces que, en relativamente breve tiempo, se transformaron la antigua clarividencia y el dominio de lo espiritual sobre lo físico, y luego restó muy poco de la fuerza clarividente y de la influencia de lo anímico-espiritual en lo físico. Antes de producirse este cambio, fue necesario reunir lo que, como herencia de tiempos antiguos, había quedado; y esto formó la base del obrar del Cristo Jesús. Luego pudo acogerse lo nuevo como punto de partida de una lenta y paulatina evolución.
En nuestro tiempo, y en otra esfera, también se produce un “salto”; si bien no tan repentino, pues se realiza dentro de un periodo relativamente largo, pero en forma concebible para quien trate de comprender nuestra época. Hay personas que ahora, partiendo de este o aquel ámbito espiritual, vienen a escuchar una conferencia de la ciencia espiritual. Por ejemplo, un representante de una comunidad religiosa escucha una disertación antroposófica sobre la naturaleza del cristianismo. Puede ocurrir que él diga: “Todo lo escuchado está muy bien y, en el fondo, no contradice lo que nosotros, desde el púlpito o la cátedra, también decimos; pero sin embargo, nosotros hablamos de tal manera que todo el mundo puede comprenderlo; en cambio, lo que aquí se expone, es de tal naturaleza que sólo uno que otro puede comprenderlo”. Quien hable así, o quien piense que del cristianismo tan sólo habría que hablar como él mismo lo concibe o lo predica, no toma en consideración que es obligación de cada uno no juzgar según su criterio personal sino de acuerdo con los hechos. En una oportunidad tuve que responder a semejante personalidad: “Usted cree acaso que predica las verdades cristianas para todos. Sin embargo, lo decisivo en este caso son los hechos, no la creencia. ¿Es que todos frecuentan la iglesia suya?. Pienso que los hechos prueban lo contrario; para los que en su iglesia encuentran lo adecuado, no se presta la Ciencia espiritual, sino que ella está para los que buscan algo distinto”. Generalmente, la gente tiene mucha dificultad para juzgar en concordancia con los hechos y para discernir entre su criterio personal y los hechos.
Ahora bien, si no fuere posible contrarrestar la opinión de esa gente de que ella está en lo cierto, por lo que recusa a todo aquel que tenga una opinión distinta y si, finalmente, la vida espiritual no pudiere sostenerse contra tal fuerza contraria: ¿Qué sucedería entonces?. Resultaría que a cada vez mayor número de personas quedaría cerrado el acceso a la difusión de las verdades de esta o aquella corriente espiritual. Serian cada vez menos los que acudirían a los lugares donde podrían escuchar semejantes cosas espirituales. Y de no existir ninguna corriente científica espiritual, los interesados no podrían satisfacer sus inquietudes espirituales, decaerían en fuerzas por falta de nutrición espiritual. Empero, no depende de la voluntad personal el modo de formarse el alimento espiritual sino del curso de la evolución. Hemos llegado al punto en que el hombre busca la satisfacción de sus inquietudes espirituales, la interpretación de los Evangelios, etc.; pero lo que importa no es como nosotros queremos dar la alimentación espiritual, sino como el alma humana la exija. En el alma humana ahora se ha suscitado el anhelo hacia la ciencia espiritual, y los que intenten enseñar algo distinto, encontrarán cada vez menos oyentes. Vivimos en una época en que el alma humana se aviene cada vez menos a tomar el contenido de la Biblia tal como en el curso de la evolución cultural europea de los últimos cuatro a cinco siglos ha sido tomado. O la humanidad acoge la ciencia espiritual y, por medio de ella, una nueva comprensión de la Biblia, o llegará a un punto en que perderá la aptitud de leerla, como ya está sucediendo en el caso de muchos que no conocen la Antroposofía. La humanidad perdería la Biblia, la que tendría que desaparecer, con lo cual se perderían inmensos tesoros espirituales: ¡los más importantes valores espirituales de nuestra evolución terrestre!. Es preciso comprenderlo. Ha llegado el momento de tal “salto” en el curso de la evolución: el corazón humano exige la interpretación antroposófica de la Biblia. Si la humanidad la obtiene, la Biblia subsistirá a su beneficio; de otro modo, la Biblia se perderá. Así podemos caracterizar el salto que ahora se está realizando en la evolución de la humanidad. Quien tenga presente estos hechos, se mantendrá firme en el cultivo de la corriente espiritual antroposófica, como una necesidad para dicha evolución.
Con todo, lo que ahora sucede es, considerado de un punto de vista más elevado, de relativamente poca envergadura, si lo comparamos con lo acontecido cuando el Cristo Jesús vino a la Tierra. En aquel tiempo, el estado de la evolución de la humanidad fue de tal característica que en cierto modo existieron aún los últimos signos de la evolución que ha tenido lugar desde los tiempos más remotos e incluso desde el anterior estado planetario de nuestra Tierra. Fue una evolución que esencialmente abarcaba los cuerpos físico, etéreo y astral del hombre. Ciertamente, él ya poseía su Yo; pero este Yo desempeñaba entonces un papel secundario: su plena autoconciencia estaba aún eclipsada por las tres envolturas, los cuerpos físico, etéreo y astral, estado que perduró hasta el advenimiento del Cristo Jesús.
Supongamos que el Cristo no hubiese venido a la Tierra. En tal caso, ¿Qué hubiera sucedido?. Con la prosecución de la evolución humana, el Yo del hombre se hubiera desenvuelto plenamente; pero en la medida en que el Yo se hubiera manifestado en su plenitud, todas las anteriores facultades significantes de los cuerpos astral, etéreo y físico, como asimismo la antigua clarividencia y el dominio del alma y del espíritu sobre el cuerpo, se hubieran desvanecido, por una necesidad de la evolución. El hombre se hubiera convertido en un Yo auto-consciente, pero, con el tiempo, éste le hubiera conducido al egoísmo y a la extinción del amor sobre la Tierra. Los hombres hubiesen sido “Yoes”, pero totalmente egoístas. Esto es lo esencial. La humanidad había llegado a la madurez de desenvolver su yoidad; pero con ello había dejado los tiempos de la antigua influencia en su ser. En la antigua cultura hebrea, la Ley del Sinaí pudo ejercer su influencia, porque el Yo aún no se había independizado, de modo que la influencia se ejercía en el cuerpo astral como principio más elevado al que se daba la orientación para el correcto actuar. La Ley del Sinaí fue, en tal sentido, una especie de preanuncio, pero un último preanuncio dentro del período previo a la total emancipación del Yo.
Dar a este Yo su contenido, impulsarlo a un desarrollo para hacer fluir la fuerza del amor desde el propio Yo, esto ha sido lo que el Cristo realizó sobre la Tierra. Sin la venida del Cristo, el Yo se hubiera convertido en un recipiente vacío; en cambio, por el advenimiento del Cristo tenemos el Yo como un receptáculo que más y más se llena de amor. Por esto, a los que le rodeaban, el Cristo pudo decir: “cuando veis la nube que sale del poniente, luego decís que vendrá la lluvia. Y cuando sopla el viento del sur, decís que habrá calor. Sabéis juzgar el tiempo según los indicios exteriores; mas no reconocéis los signos de la época. Pues si supierais juzgarlos, podríais saber que Dios debe penetrar en el Yo, y no diríais: podemos vivir con lo que se conserva de los tiempos pasados. Lo que se origina en los tiempos pasados, es lo que os dan los escribas y los fariseos con la intención de conservar lo anticuado, y para que no se agregue nada a lo que los hombres recibieron en el pasado; pero esto es un fermento que ya no surtirá ningún efecto que pudiese favorecer la evolución de la humanidad. Quien diga: yo quiero quedarme con lo que nos ha dado Moisés y los Profetas, no comprende los signos de la época; no se da cuenta de la transición por qué pasa la humanidad”. Con palabras significativas, el Cristo dijo a los que le rodeaban que tornarse hombre crístico no depende del afecto de cada uno sino de la necesidad de proseguir la evolución de la humanidad. Con lo relativo a los “signos de la época”, el Cristo quiso hacer comprender que ya no basta el fermento en manos de los escribas y fariseos que tratan de conservar lo antiguo, y que sólo niega este hecho quien juzgue según su afecto y no de acuerdo con las necesidades del tiempo. Sólo podrían creer que ese fermento sea útil, quienes no sepan juzgar según las necesidades del tiempo, en vez de hacerlo de acuerdo con sus inclinaciones personales. Por esta razón, el Cristo caracterizó de hipocresía, o más bien de “contrario a la verdad”, lo que decían los escribas y los fariseos.
Para comprender la fuerza del sentimiento de las palabras del Cristo, podemos compararlas con lo que en nuestros tiempos sucede. ¿No existe, acaso, ahora algo parecido a los “escribas?. Ciertamente, existe: son los que rehúyen la profunda interpretación de los Evangelios, los que se contentan con la explicación, sin tomar en cuenta los conocimientos con que la ciencia espiritual profundiza el estudio de las Escrituras. Sólo por medio de la ciencia espiritual será posible obtener la verdad acerca del contenido de los Evangelios. Así se explica lo desconsolador y la frialdad de la actual investigación, comparándola con la efectiva búsqueda de la verdad. Y hay algo más: aparte de los “escribas” y “fariseos” tenemos ahora una tercera categoría de personas, y éstas son los representantes de la ciencia natural; de modo que podemos hablar de tres categorías de hombres que excluyen todo cuanto pueda conducir a lo espiritual, a las facultades que pueden adquirirse para investigar los fundamentos espirituales de los fenómenos naturales. Pero son ellos quienes ocupan las cátedras y quienes dominan en cuanto a la explicación de los fenómenos naturales, denegando el criterio espiritual. Son ellos quienes entorpecen el progreso de la evolución de la humanidad, puesto que este progreso se detiene donde se deja de reconocer los signos de la época. En nuestros tiempos, para actuar en sentido de la imitación de Jesucristo, se requiere la valentía de enfrentarse a todos aquellos que, al oponerse a la interpretación antroposófica de las Escrituras y de los fenómenos naturales, entorpecen el progreso de la humanidad. Enfrentándose a los que sólo reconocían a Moisés y a los Profetas, el Cristo nos ha dado el ejemplo. Las palabras del Cristo, según el Evangelio de Lucas, tendrían que llegar al corazón de los que entorpecen el progreso de la evolución.
Una de las más hermosas y más profundas parábolas en dicho Evangelio, es la que comúnmente es llamada la del “mayordomo infiel” (Cap. 16). Allí se relata que un hombre rico tenía un mayordomo acusado de disipar los bienes de aquél, por lo que resolvió despedirle. Consternado de ello, el mayordomo dijo dentro de sí: ¿Qué haré para que mi señor no me quite el puesto?. Cavar, no puedo; mendigar, me daría vergüenza; y se le ocurrió una escapatoria, diciéndose: hasta ahora, siempre he salvaguardado los intereses de mi señor, sin cuidar los intereses de los deudores; tengo que hacer algo para que ellos me acepten en sus casas, a fin de no quedarme arruinado. Al primer deudor preguntó: ¿Cuánto debes a mi señor?. Y le rebajó la mitad de la deuda. Otro tanto hizo con cada uno de los demás. Así trató de ganar la simpatía de los deudores para que, en caso de ser despedido, éstos le dieren empleo y no tuviera que morir de hambre. El Evangelio continúa diciendo - de lo que muchos lectores podrían quedar sorprendidos - “...y alabó el Señor al mayordomo malo por haber hecho discretamente”. Entre los que hoy en día explican los Evangelios, hubo quienes se preguntaron a cuál señor se refiere esto, a pesar de que se dice claramente que Jesús mismo elogió al mayordomo por su sagacidad. El texto continúa: “porque los hijos de este mundo son, en su generación, más sagaces que los hijos de la luz.” Así figura en la Biblia desde hace siglos. ¿Nadie se habrá preguntado qué es lo que quiere decirse con esto: los hijos de este mundo - en su generación - son más sagaces que los hijos de la luz?. En todas las traducciones de la Biblia figura: “en su generación”. Si alguien, con solo cierto grado de conocimiento del griego, hiciera la traducción, tendría que llegar al sentido correcto: “¡Porque los hijos de este mundo, de su manera, son más sagaces que los hijos de la luz!”. De su manera, quiere decir, según su modo de comprenderlo, son más sagaces. Esto es el sentido de las palabras del Cristo. Los que desde hace siglos tradujeron este pasaje, confundieron el término “de su manera” con otro que en el idioma griego suena parecido, o sea, la palabra “generación” (parecido a género), puesto que, según las circunstancias, se empleaba tal palabra en lugar del otro término. Parece increíble, sin embargo es así que buenos traductores, como por ejemplo Weizsäcker siempre de nuevo cometieron el citado error. Parecía que tales personas se olvidasen de sus más primitivos conocimientos adquiridos en el colegio, cuando se empeñan en escudriñar la correcta conformación de los documentos bíblicos.
Es tarea primordial de la ciencia espiritual antroposófica procurar que el mundo reciba los documentos bíblicos en su forma correcta, pues en la forma actual es como si no la tuviera, y nadie tiene la posibilidad de representarse su verdadero contenido. Voy a explicarlo más exactamente.
¿Qué es lo que quiere decirnos esta parábola del “mayordomo infiel”?. Este hombre pensó: si me echan de mi puesto, tendré que ganar la simpatía de los demás, pues comprendió que no se puede servir a dos señores”. “Debéis comprender” - les dijo el Cristo a los circundantes - “que vosotros tampoco podéis servir a dos señores; a saber, al que como Dios ahora ha de vivir en vuestro corazón, y a ese otro al que se referían los escribas con su interpretación de los Libros de los Profetas. No podéis servir al Dios que como principio del Cristo deberá vivir en vuestras almas, el cual hará progresar la evolución de la humanidad y, al mismo tiempo, al dios que entorpecería esta evolución”. Es una verdad que todo lo bueno y justo de los tiempos acabados, se convierte en obstáculo para la futura evolución. En cierto modo, la evolución se basa en que lo adecuado para determinada época, se convierte en escollo si se lo traslada a un tiempo posterior. A las potencias que dirigen los “obstáculos”, se los llamaba entonces - con un término técnico - el Mammón. “No podéis servir al Dios que da el progreso y, al mismo tiempo, a Mammón que es el dios de los obstáculos. Mirad al mayordomo que como hijo de este mundo comprendió que ni con el Mammón común se puede servir a dos señores. Así también debéis comprender que, para convertiros en hijos de la luz, no podáis servir a dos señores”.
En nuestros tiempos, también hemos de comprender que no es posible conciliar la corriente del dios Mammón, representada por los escribas de nuestra época y los ilustres de la ciencia natural, con la ciencia que hoy tiene que dar a la humanidad el alimento adecuado. En esto reside el concepto del verdadero cristianismo; con otras palabras: así hemos de traducir lo que Cristo Jesús quiso decir mediante la parábola de que no se puede servir a “dos señores”.
La ciencia espiritual ha de dar vida a todo de que ella se ocupa, y el Evangelio tiene que ser algo que se convierte en nuestras facultades espirituales. No basta con que hablemos mucho de que en los tiempos del Cristo Jesús hubo que repudiar a los escribas y fariseos; antes bien, hemos de enterarnos cómo cobra vida y en qué consiste ahora lo que el Cristo, para su época, denominó el “dios Mammón”. En esto consiste la viviente comprensión, y esto es, a la vez, lo que en el Evangelio de Lucas es de singular importancia. Con la mencionada parábola; la que no figura sino en el Evangelio de Lucas, se vincula uno de los más importantes conceptos de todos los Evangelios. Para elucidarlo, hemos de referirnos, una vez más, pero en sentido algo distinto, a la relación del Buda y su aporte a la evolución de la humanidad, con el advenimiento del Cristo Jesús. Hemos dicho que el Buda ha dado a la humanidad la magna doctrina de la piedad y del amor. Este es uno de los casos en que lo expuesto por el ocultismo debe entenderse con toda exactitud, pues alguien podría objetar: “Una vez nos has dicho que el Cristo habría traído el amor a la Tierra, y en otra oportunidad se nos dice que el Buda ha traído la doctrina del amor”. ¿No es lo mismo en ambos casos?. Por el contrario, hay una gran diferencia, pues una vez digo que el Buda ha traído a la Tierra la doctrina del amor; en otra oportunidad, en cambio, se afirma que el Cristo haya traído a la Tierra el amor como fuerza viviente. Cuando se trata de lo más profundo que atañe a la humanidad, hay que fijarse con exactitud para que nadie nos diga: “se nos habla de dos entidades que nos habrían traído el amor, y así se trata de satisfacer a todos”. Sin embargo, estas importantes verdades se presentan bajo su verdadera luz, si logramos comprenderlas realmente.
Sabemos que el contenido de la gran doctrina de la piedad y del amor, como el Buda la dio, encuentra su expresión en el sendero de ocho etapas, y nos preguntamos ¿A qué meta nos conduce este sendero?. Dicho de otro modo: ¿A qué grado evolutivo llega el hombre que de lo hondo de su alma considera el sendero de ocho etapas como el ideal de su vida, diciéndose: “¿Cómo llego al desarrollo más perfecto?, ¿Cómo purifico mi Yo de la manera más perfecta, y qué debo hacer para que mi Yo actúe en el mundo de la manera más perfecta?”. La respuesta será: “Si observo todo lo que dicho sendero exige, mi Yo alcanzará la máxima perfección, pues todo tiende a la purificación y el ennoblecimiento del Yo, todo consiste en el trabajo de mi Yo para alcanzar su perfeccionamiento”. Por consiguiente, si la humanidad desarrolla todo lo que el Buda hizo rodar como la “Rueda de la Ley” - así es el término técnico -, llegaría a saber lo que es el Yo más perfecto. En sus pensamientos y como sabiduría la humanidad llegaría a tener los Yoes más perfectos. Con otra; palabras: Buda dio a la humanidad la sabiduría del amor y de la piedad, y si hacemos de nuestro cuerpo astral un producto del sendero de ocho etapas, sabremos en qué consisten las leyes de la doctrina de este sendero. Empero, existe una diferencia entre la sabiduría, el “pensamiento” y la activa fuerza viviente. Son dos cosas distintas: saber cómo el Yo debe ser, por un lado, y, por el otro, la fuerza viviente que fluye en el Yo y del Yo hacia el mundo, tal como la fuerza que emanaba del Cristo actuaba sobre los cuerpos astral, etéreo y físico de las personas en torno suyo. Lo que el Cristo dio al mundo, fue, ante todo, la fuerza viviente, no una “doctrina”; El mismo se ha dado al mundo, ha descendido a la Tierra, para fluir no solamente en el cuerpo astral sino en el Yo del hombre, para que este Yo tuviera la fuerza de irradiar la sustancia esencial del amor; el viviente contenido del amor, no solamente la “sabiduría” del amor.
Han pasado más de mil novecientos años y cinco siglos; aproximadamente, desde que el gran Buda vivió sobre la Tierra; y la sabiduría oculta nos revela que a partir de ahora transcurrirán otros tres mil años, hasta que un número apreciable de hombres serán capaces de desarrollar, por la fuerza de su propia moralidad, de su alma y corazón, el sendero de ocho etapas, la sabiduría del Buda. Del obrar del Buda sobre la Tierra emanó la fuerza que, con el tiempo, los hombres desarrollarán como sabiduría del sendero de ocho etapas y, finalmente, lo tendrán como algo propio - al cabo de tres mil años, a contar de ahora -. El hombre mismo podrá realizar este desarrollo, no solamente recibir su conocimiento desde afuera; éste fluirá de él mismo, como sabiduría de la piedad y del amor. Al final de su evolución, el hombre, lleno de sabiduría, sabrá qué es el contenido de la piedad y del amor; esto lo debe al Buda. Tendrá, al mismo tiempo, la facultad para derramar el amor, desde su Yo a la humanidad entera; esto lo debe al Cristo.
De esta manera, ambos debieron obrar conjuntamente, y así hemos de exponerlo con el fin de contribuir a la comprensión del Evangelio de Lucas. También lo vemos si logramos interpretar correctamente las palabras que nos da este Evangelio. Los pastores acuden para recibir la anunciación; en la Altura está la multitud de los ángeles, como expresión espiritual imaginativa del Nirmanakaya del Buda. ¿Qué es lo que se les anuncia?. Es “la revelación desde las Alturas de la sabiduría de Dios”. Esto lo anuncia el Nirmanakaya del Buda que como multitud de los ángeles se halla sobre el niño Jesús natánico. Pero se agrega algo más: “y paz a los hombres de la Tierra que estén compenetrados de buena voluntad”; esto quiere decir: a los hombres, en los cuales nace la verdadera fuerza viviente del amor. Esto es lo que, por el impulso del Cristo, ha de realizarse sobre la Tierra; El agregó la fuerza viviente a la “revelación desde las Alturas”. La vertió en todo corazón humano, pero no solo como doctrina que se acoge como pensamiento e idea, sino como fuerza que del alma humana fluye hacia el mundo; es la misma fuerza que en el Evangelio de Lucas, como asimismo en los demás, es denominada la fuerza de la fe. Esta es la fe en el sentido de los Evangelios. Tener fe significa acoger al Cristo en sí mismo, para que el Cristo viva en el hombre, y para que el Yo no sea simplemente cual un recipiente vacío, sino que tenga un contenido sobreabundante que fluye hacia afuera, contenido que no es sino el amor.
El Cristo fue el primero en “hacer rodar la rueda del amor” - no la rueda de la “Ley” - lo que significa que El pudo “curar por la fuerza de la palabra”, como libre facultad y fuerza del alma humana, por medio del amor supremo y sobreabundante que se derramó en los que venían para ser curados. La palabra que El pronunciaba, ya sea levántate y vete” o “los pecados te son perdonados”, o bien otra palabra, emanó del amor que de su interioridad se derramó. El Cristo llamó “creyentes” a los que fueron capaces de compenetrarse de este hecho. Es preciso que con el concepto “fe” no relacionemos otro pensamiento sino el que acabo de caracterizar, porque se trata de uno de los más importantes en el Nuevo Testamento. “Fe” es la capacidad de elevarse sobre sí mismo, lo que emana del Yo por sobreabundancia de las fuerzas que conducen a su perfeccionamiento. El Cristo que se incorporó en Jesús natánico, donde se reunió con la fuerza del Buda, no pregunta: “¿Como ha de perfeccionarse el Yo?” sino: “¿Cómo puede el Yo elevarse sobre sí mismo y derramar su sustancia?”. Muchas veces lo dice con palabras sencillas, y las palabras del Evangelio de Lucas, en general, hablan a los corazones sencillos; así por ejemplo: “No basta con que hagáis bien a los que a vosotros hacen bien, porque los pecadores hacen lo mismo. Si ellos saben que todo lo que han dado les será devuelto, no lo han dado por amor sobreabundante. Mas si prestáis, sabiendo que no os será devuelto, lo habréis dado por verdadero amor, por el amor que no está encerrado en el Yo sino que se derrama del Yo como fuerza sobreabundante, la que fluye del hombre”. De la más variada forma habla el Cristo de la fuerza rebosante del Yo con que el hombre debería obrar en el mundo. En el Evangelio de Lucas, las palabras que se refieren al “amor rebosante” son las que más hablan al corazón.
En el Evangelio de Mateo se encuentran en voz latina las palabras que representan una síntesis de la glorificación del amor del Evangelio de Lucas: Ex abundantia cordis os loquitur. “Desde el corazón rebosante habla la boca”. ¡Uno de los supremos ideales del cristianismo!. La boca habla desde el corazón rebosante, o sea, de lo que en el corazón no cabe. El corazón late, impulsado por la sangre, y la sangre es expresión del Yo. “En tus palabras vive la fuerza del Cristo, cuando tú hablas con la fuerza de la fe, que es la fuerza que irradia del Yo rebosante”. Desde el corazón rebosante habla la boca, esta es una sentencia fundamental acerca de la naturaleza del cristianismo.
Con lo que antecede comprenderemos cómo prosigue la evolución de la humanidad hacia el porvenir. La entidad que cinco a seis siglos antes de nuestra era del Bodisatva se elevó al Buda, ascendió al mundo espiritual de tal manera que desde entonces obra como Nirmanakaya; se elevó a un nivel más alto y ya no necesita volver a encarnarse en un cuerpo físico. Al ascender de Bodisatva a Buda transmitió la misión correspondiente a otra entidad la que fue su sucesor como nuevo Bodisatva. Hay una leyenda budista que lo expresa por algo que representa una profunda verdad del cristianismo. Se nos relata que, antes de descender a la Tierra a fin de convertirse en Buda, la individualidad del Bodisatva habríase quitado la tiara celeste y la habría puesto al Bodisatva sucesor. Este último sigue obrando con una misión algo distinta. El también está destinado para convertirse en “Buda”. Esto sucederá justamente cuando cierto número de hombres, por su propio poder, habrán desarrollado la doctrina del sendero de ocho etapas, es decir dentro de tres mil años, aproximadamente. Su misión le fue confiada cinco a seis siglos antes de nuestra era, y él se convertirá en Buda a los tres mil años, a contar de ahora. La doctrina oriental lo llama el Maitreya-Buda. Habrá entonces un número apreciable de hombres tan sabios que les será posible desarrollar, por la fuerza del propio corazón, la doctrina del sendero de ocho etapas; y el nuevo Bodisatva traerá entonces al mundo una fuerza nueva.
Si hasta entonces no se realizaran otros progresos, este Bodisatva encontraría, por cierto, hombres que, al reconcentrarse en sí mismos, podrían encontrar la doctrina del sendero de ocho etapas, pero que, en lo más íntimo de su alma, no estarían dotados de la fuerza del amor sobreabundante, del viviente amor. Esta fuerza viviente del amor deberá afluir, para que el Maitreya-Buda encuentre hombres que no solo comprendan lo que es el amor, sino que posean la fuerza del amor. Para que esto se haga posible, el Cristo tuvo que venir como entidad que solo tres años estuvo sobre la Tierra y que antes, nunca se había incorporado físicamente. En el obrar del Cristo sobre la Tierra, durante tres años, desde el bautismo en el Jordán hasta el Misterio del Gólgota, reside la causa de que, desde entonces en adelante, el amor pueda fluir en el corazón y en el alma, o sea, en el Yo humano; para que el hombre se compenetre, cada vez más, de la fuerza del Cristo, de modo que, al final de la evolución terrestre, se halle enteramente compenetrado del Cristo. Así como el Bodisatva primero tuvo que dar la doctrina de la piedad y del amor, así también, desde las alturas celestes, el Cristo tuvo que traer a la Tierra la esencia del amor, para que el propio Yo pudiese hacerse dueño de ella. No es que anteriormente el amor no haya existido; sin embargo, no hubo el amor como patrimonio del Yo humano, sino el amor inspirado que el Cristo hada fluir de las alturas cósmicas y que, inconscientemente, penetraba en el ser humano, del mismo modo que antes - el Bodisatva, también de manera inconsciente, hacia penetrar la doctrina del sendero de ocho etapas. Es un punto esencial que para el Cristo el incorporarse en un cuerpo humano significó un progreso. Los instruidos de la ciencia espiritual conocen muy bien al sucesor del Buda que ahora obra como Bodisatva y que más tarde será el Maitreya-Buda. Llegará el día en que será posible hablar de este hecho más extensamente y en que también se podrá revelar el nombre de este Bodisatva; por ahora hemos de contentarnos con los hechos ya señalados. Cuando finalmente el nuevo Bodisatva aparezca sobre la Tierra para convertirse en el Maitreya-Buda, encontrará el fruto de la siembra del Cristo, en los hombres que afirmarán: “No basta con que mi cabeza esté llena de la sabiduría del sendero de ocho etapas; poseo no solamente la doctrina y la sabiduría del amor; mi corazón está compenetrado de la substancia viviente del amor que se derrama y que irradia hacia el mundo”. Y el Maitreya-Buda asumirá entonces su misión ulterior para proseguir la evolución del mundo.
Así confluyen las distintas corrientes, y sólo así comprenderemos lo profundo del Evangelio de Lucas que nos habla no de una doctrina, sino de la entidad cuya sustancia penetró en los seres terrestres, en la organización humana. En el ocultismo se expresa este hecho con las palabras: Por medio de la sabiduría, los Bodisatvas que se convierten en Budas pueden redimir al hombre terrestre en cuanto a su espíritu; pero jamás pueden redimirlo en su totalidad, puesto que sólo es posible redimir al hombre entero, si toda su organización se compenetra no solamente de sabiduría sino del calor de la fuerza del amor. Dicho de otro modo: traer la “sabiduría del amor”, ha sido la misión de los Bodisatvas y del Buda; dar a la humanidad la “fuerza del amor”, ha sido la misión del Cristo. Hemos de distinguirlo claramente.

traducción de Julio Luelmo sept. 2018

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919