GA148 Kristianía (Oslo) 2 de octubre de 1913 conferencia el quinto evangelio

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RUDOLF STEINER



Kristianía (Oslo) 2 de octubre de 1913
segunda conferencia

Empecemos por contemplar, -como lo hemos enunciado- el acontecimiento de Pentecostés. En la primera conferencia ya se ha aludido a que la mirada de la investigación clarividente, primero ha de dirigirse a dicho acontecer; pues éste se presenta a la visión retrospectiva cual un despertar que ha sido experimentado, en el día que por la fiesta de Pentecostés se conmemora, por las personalidades generalmente llamadas los apóstoles o discípulos de Cristo Jesús. No es fácil evocar una imagen exacta de los respectivos fenómenos, sin duda extraños; y, con el fin de obtener una idea exacta con relación al tema de este ciclo de conferencias, será necesario recordar, digamos, en la profundidad del alma, mucho de lo tratado en anteriores contemplaciones antroposóficas. En aquel momento, los apóstoles tuvieron la sensación de un despertar, la sensación de que durante mucho tiempo habían vivido en un inusitado estado de conciencia. Efectivamente, fue cual un despertar de un profundo sueño, pero un sueño extraño, un estado onírico, de tal manera -estoy hablando del estado de conciencia de los apóstoles mismos- que en todo momento, como hombre regularmente sano, se cumple con los quehaceres cotidianos, de modo que los demás ni se dan cuenta de que uno se halla en otro estado de conciencia. De todos modos, llegó el momento en que los apóstoles tuvieron la sensación de haber pasado varios días en un estado de ensoñación, del cual despertaron con el acontecimiento de Pentecostés. Este despertar lo experimentaron de un modo singular: tuvieron la sensación de que del universo hubiera bajado sobre ellos algo que sólo podría llamarse la substancia del amor cósmico. Los apóstoles sintiéronse como despertados del citado estado onírico y fecundados desde lo alto por el amor que impera en todo el universo. Tuvieron la sensación de haber sido despertados por todo aquello que como la prístina fuerza del amor compenetra y da calor al universo, como si la prístina fuerza del amor hubiera penetrado en el alma de cada uno de ellos. A los demás, al observarlos como entonces hablaban, les causaba una extraña, impresión; pues sabían que los apóstoles habían vivido, hasta entonces, de una manera sumamente sencilla, si bien en los últimos días algunos se habían comportado de un modo algo extraño, como sumergidos en la ensoñación. Pero ahora parecieron hombres transformados, que efectivamente habían adquirido un estado del alma totalmente nuevo; hombres que habían dejado atrás toda estrechez y todo egoísmo de la vida, y que habían ganado infinita amplitud del corazón y extensa tolerancia interior, junto con una profunda comprensión por todo lo humano sobre la tierra. Además, tuvieron la capacidad para expresarse de tal manera que cualquiera los entendía. En cierto modo dieron la impresión de que eran capaces de mirar en el corazón y el alma del prójimo para descubrir los profundos secretos del alma y poder confortar y decir lo que cada uno necesitaba. Naturalmente, causó asombro que semejante transformación pudiera producirse en unos cuantos hombres. Ellos mismos, que por el espíritu del amor cósmico habían sido despertados, sintieron en sí mismos una nueva comprensión; comprendieron lo que, por cierto, en íntima comunidad de las almas había tenido lugar, pero sin haberlo entendido antes. Ahora, en aquel instante, surgió ante el ojo del alma, la comprensión de lo realmente sucedido en Gólgota. Y si miramos en el alma del apóstol a quien en los otros Evangelios se llama Pedro, su interior anímico revela a la visión clarividente retrospectiva que, a partir del instante que en los otros Evangelios es llamado la negación, su conciencia terrenal en cierto sentido había quedado como totalmente cortada. Ahora, en cierto modo percibió aquella escena de la negación, cuando le habían preguntado si él había estado con el Galileo; ahora estuvo consciente de que en aquel momento lo había negado, porque su conciencia se había ofuscado y había entrado en un estado parecido a lo onírico, como alejado a un mundo totalmente distinto. Fue para él como cuando alguien, al despertar, recuerda lo sucedido el día anterior antes de haberse dormido. Así también recordó Pedro lo que comúnmente se llama la negación; el haber negado tres veces, antes que el gallo hubiera cantado dos. Y así como se va haciendo de noche, sobrevino ahora un estado intermedio de la conciencia de Pedro; pero no un estado lleno de imágenes de ensueño sino de visiones como de una conciencia superior, un participar de hechos puramente espirituales. Todo lo que desde aquel entonces había sucedido y que Pedro, en cierto modo, había presenciado durmiendo, surgió ahora ante su alma como de un ensueño clarividente. Ante todo llegó a percibir el acontecimiento, del que realmente puede decirse que lo había presenciado durmiendo, porque para su plena comprensión se requiere la fecundación por el amor cósmico universal. Ahora percibió las imágenes del Misterio de Gólgota al como con la conciencia clarividente retrospectiva podemos evocarlas, si establecemos las condiciones pertinentes. Francamente, no es fácil decidirse a expresar con palabras lo que se revela al penetrar con la mirada en la conciencia de Pedro y los demás que estuvieron reunidos en aquella fiesta de Pentecostés; sólo con el más hondo respeto es posible hablar de estas cosas. Diría que emociona sobremanera saber que se pone pie en suelo sagrado de la conciencia humana al expresar con palabras lo que aquí se abre a la visión del alma. A pesar de ello y a raíz de ciertas condiciones anímicas de nuestro tiempo, resulta necesario hablar de estas cosas; pero plenamente consciente de que vendrán tiempos distintos a los nuestros, tiempos que considerarán estas cosas con mayor comprensión que los nuestros. Pues para comprender mucho de lo que al respecto hemos de decir, será preciso que el alma humana se libre de diversos elementos que ella necesariamente contiene, debido a la civilización de la época. En primer lugar, la visión clarividente percibe algo que parece ofender a la actual conciencia científico-natural. No obstante, me veo precisado a expresar con palabras, lo mejor que pueda, lo que a la visión del alma se presenta. No tengo la culpa si lo que debo decir acaso penetre en almas no suficientemente preparadas y luego sea exagerado, de modo que no pueda sostenerse frente a conceptos de la ciencia actual. La visión clarividente es atraída por un cuadro que presenta una realidad, a la cual también en los otros Evangelios se alude, pero que de todos modos ofrece un singular aspecto dentro de la profusión de imágenes que la visión clarividente retrospectiva percibe. Esta visión es efectivamente atraída por un obscurecimiento terrestre. Se reproduce la sensación del singular instante en que durante horas, como en el caso de un intenso eclipse solar, el sol físico sobre Palestina, sobre el lugar de Gólgota, se había obscurecido. Da la impresión, la que incluso ahora la clara visión científico-espiritual es capaz de verificar cuando realmente sobreviene un eclipse solar; que en tal momento, para la visión del alma, todo lo que circunda al hombre se presenta de un modo totalmente distinto. Dejo aparte todo lo producido por el arte y la técnica humanas en cuanto al aspecto que ofrece el eclipse solar. Se requiere un ánimo fortalecido y la certeza de que todo eso debió producirse para resistir a las potencias demoníacas que durante un eclipse solar se alzan de la grosera técnica exterior. Mas no quiero extenderme sobre este asunto, sino llamar la atención sobre el hecho de que en tal momento se presenta lleno de luz lo que, de otro modo, sólo se alcanza por muy difíciles meditaciones: se percibe entonces de manera distinta todo lo vegetal y lo animal; cada mariposa presenta un aspecto distinto. Es algo que en profundo sentido conduce a la convicción de que en el cosmos existe una íntima relación entre la vida sobre la tierra y una vida espiritual que pertenece al sol y que en cierto modo tiene su cuerpo físico en lo que como sol se percibe. Y cuando la luz física forzadamente se obscurece porque se interpone la luna, no es lo mismo que cuando de noche simplemente no hay sol. Durante el eclipse solar el aspecto de lo terrestre que nos circunda es muy distinto del simplemente nocturno. Cuando hay eclipse solar, se nota un erigirse de las almas grupales de vegetales y animales; un debilitarse de la corporeidad física de vegetales y animales, y un esclarecer de todo lo que representa el modo de ser del alma grupal. Todo lo expuesto lo percibe la visión retrospectiva clarividente si se dirige hacia el instante que, dentro de la evolución terrestre, se denomina el Misterio de Gólgota. Entonces surge algo que podría describirse así: se aprende a descifrar lo que significa aquel singular signo de la naturaleza que a la visión clarividente retrospectiva se presenta en el cosmos. Repito que no es culpa mía si me veo precisado a leer, según la escritura oculta, un fenómeno de la naturaleza por lo demás común que tuvo lugar justamente en aquel punto de la evolución terrestre; a leerlo, tal como espontáneamente se presenta, en contradicción con todo conocimiento materialista actual. Es como cuando se abre un libro y se lee lo allí escrito; lo mismo ocurre al presentarse, aquel fenómeno cuyos mismos signos indican lo que debe leerse. Esos signos del cosmos nos obligan a leer lo que la humanidad debe llegar a conocer. Da la impresión de una palabra escrita en el cosmos, un signo cósmico. ¿Qué es lo que lee allí el alma que se abre? En la conferencia anterior he expuesto que al llegar la época de la cultura griega, la humanidad alcanzó un nivel evolutivo que en Platón y Aristóteles se elevó a un muy alto grado de desarrollo del alma humana y de la intelectualidad. En muchos respectos, en los tiempos posteriores, el saber alcanzado por Platón y Aristóteles no fue superado, pues en cierto modo la intelectualidad había llegado a un nivel supremo. Si se considera este saber intelectual que por el actuar de predicadores viandantes, precisamente en la época del Misterio de Gólgota, se había popularizado enormemente en las penínsulas griega e itálica, si se considera que dicho saber se había difundido de una manera que hoy no se comprende, se tiene la impresión comparable a un leer de aquel signo oculto que, escrito en el cosmos, apareció. Con la conciencia clarividente así desarrollada nos decimos entonces; todo este saber que la humanidad ha reunido, a que en el tiempo precristiano se ha elevado, tiene como signo la Luna, la cual, para el punto de vista terrenal, anda por el universo; ese signo es la Luna porque para la cognición superior de la humanidad este saber no ha actuado como para esclarecer, para dar solución a enigmas, sino para obscurecer, tal como por el eclipse solar, la luna obscurece al sol. He aquí lo que se lee. Todo el saber de aquel tiempo no esclareció, sino que obscureció el enigma del mundo; y el clarividente percibe el obscurecimiento por el saber del tiempo antiguo, de las regiones espirituales superiores del mundo, saber que se colocó ante el verdadero conocimiento, tal como la luna eclipsa al sol cuando se produce el eclipse solar. Y el acontecimiento exterior se convierte en expresión de que la humanidad había alcanzado un grado de desarrollo en que el saber adquirido dentro de la esfera de la humanidad misma, se colocó ante el conocimiento superior, como la luna ante el sol, en el eclipse solar. En aquel obscurecimiento del sol se percibe escrito en el cosmos, mediante un grandioso signo de la escritura oculta, el obscurecimiento solar de la humanidad, dentro de la evolución terrestre. He dicho que la conciencia humana del presente lo sentirá como una ofensa, porque ya no tiene capacidad para entender el obrar del espíritu en el universo. No quiero hablar de milagros en sentido corriente, o sea de un quebrantar las leyes de la naturaleza, pero no puedo menos de enunciar cómo aquel obscurecimiento del sol puede leerse, y que no hay otra alternativa que mirar con el alma y, en cierto modo, leer lo que aquel fenómeno de la naturaleza expresa: con el saber lunar se había producido un obscurecimiento, frente al mensaje solar superior. Entonces aparece ante la conciencia clarividente la imagen de la Cruz de Gólgota con el cuerpo de Jesús, entre los dos ladrones. Y luego otra imagen la que se mantiene tanto más firme cuanto más se trata de rehuirla la imagen del Descendimiento de la Cruz y de la Sepultura. Con ella se presenta otro grandioso signo, escrito en el cosmos, y que debe leerse para entenderlo como un símbolo de lo realmente sucedido dentro de la evolución de la humanidad: al contemplar con la mirada del alma, la imagen del Jesús descendido de la cruz y la de la Sepultura, se experimenta un sacudimiento, producido por un terremoto que tuvo lugar en aquella región. Es de esperar que a su tiempo la ciencia natural comprenderá mejor la relación entre este terremoto y el obscurecimiento del sol, pues ya existen, aunque en forma incoherente, ciertas teorías que señalan una relación entre eclipse solar y terremoto e incluso explosiones en minas. Aquel terremoto ocurrió a consecuencia del eclipse solar. Ese mismo terremoto sacudió el sepulcro en que se había puesto el cuerpo de Jesús y arrastró la piedra que allí se había colocado; se abrió una hendidura y ella acogió al cuerpo. Un nuevo sacudimiento volvió a cerrar la hendidura sobre el cuerpo. Cuando a la mañana siguiente acudió la gente al sepulcro, éste estaba vacío, porque la tierra había acogido al cuerpo de Jesús; mas la piedra se encontraba al lado de la tumba. Contemplemos una vez más la sucesión de las imágenes. En la cruz de Gólgota muere Jesús. Cae la obscuridad sobre la tierra. En el sepulcro abierto se pone el cuerpo de Jesús. Un temblor sacude el suelo, y la tierra acoge al cuerpo de Jesús. La hendidura producida por el temblor, vuelve a cerrarse; la piedra es arrastrada a un lado. Son sucesos que efectivamente ocurrieron y debo describirlos de esta manera. Por más argumentos en contra que los hombres de la ciencia natural aporten, la visión clarividente lo ve tal como acabo de relatarlo. Y si alguien quisiera sostener que no es posible que en el cosmos apareciese, como poderoso lenguaje en signos, un símbolo como expresión de que algo nuevo ha entrado en la evolución de la humanidad; si alguien quisiera decir que las potencias divinas no
escriben en la tierra, por medio de semejante lenguaje en señas, como, por ejemplo, un
obscurecimiento del sol y un terremoto, yo respondería: respeto vuestra creencia de que no puede ser; pero sin embargo, es verdad que sucedió. Me imagino que un Ernesto Renán; quien escribió aquel curioso libro Vida de Jesús, diría: semejantes cosas no merecen fe; sólo se cree lo que se puede reproducir experimentalmente. Pero esto es insostenible, pues Renán seguramente cree que existió el período glacial, aunque no es posible reproducirlo experimentalmente. Es absolutamente imposible retraer la época glacial; sin embargo, todo naturalista cree que existió. También es imposible que aquel signo cósmico vuelva a presentarse a la humanidad. No obstante, tuvo lugar. Únicamente por la visión clarividente podemos abrir el camino hacia esos acontecimientos, si ante todo ahondamos la mirada en el alma de Pedro u otro de los apóstoles que en la fiesta de Pentecostés se sintieron fecundados por el amor cósmico universal. Únicamente si con la visión penetramos en el alma de esos hombres para percibir lo que en ellos vivió, nos será posible - por este camino más largo - llegar a la visión de la Cruz de Gólgota, el obscurecimiento y el temblor que le siguió. No se niega, de modo alguno, que en sentido físico aquel obscurecimiento y el terremoto fueron fenómenos comunes a la naturaleza. Empero, para el que los examina a través de la clarividencia, aparecen tal como lo he expuesto; y esto lo afirma decididamente quien en su alma ha creado las condiciones pertinentes. En la conciencia de Pedro lo expuesto fue, efectivamente; algo que en el contorno del largo sueño se cristalizó. En la conciencia de Pedro, entre diversas imágenes, se destacaron claramente: la Cruz de Gólgota, el obscurecimiento y el temblor, como primeros frutos de la fecundación de Pentecostés, por el amor cósmico. Entonces supo, lo que antes, efectivamente, había ignorado: que el cuerpo en la cruz era el mismo con el cual muchas veces en la vida había caminado. Ahora fue consciente de que Jesús murió en la cruz, pero que en verdad esa muerte fue un nacimiento, el nacimiento del Espíritu que en la fiesta de Pentecostés, como amor universal se derramó en el alma de los apóstoles. Pedro lo sintió como un resplandor del amor eterno, el amor que reina por los siglos de los siglos. Lo sintió como aquello que nació, cuando Jesús murió en la cruz. Y en el alma de Pedro se suscitó la grandiosa verdad: es simplemente apariencia que en la cruz haya tenido lugar una muerte. En verdad, esa muerte, a la que había precedido infinito sufrimiento, fue el nacimiento del cual ahora un resplandor penetró en el alma de Pedro, con la muerte de Jesús nació para la Tierra aquello que antes, por todas partes, se había encontrado fuera de ella: el amor cósmico universal. En forma abstracta, parece fácil pronunciar semejantes palabras, sin embargo, hemos de tener presente que el alma de Pedro por primera vez lo sintió: para la Tierra nació lo que antes sólo había existido en el cosmos; nació en el instante en que Jesús de Nazareth murió en la cruz de Gólgota. La muerte de Jesús de Nazareth fue el nacimiento, dentro de la esfera de la tierra, del amor cósmico. He aquí, en cierto modo, la primera revelación que se nos da en lo que llamamos el Quinto Evangelio. Con lo que en el Nuevo Testamento se describe como la Venida, el derramar del Espíritu, comienza lo que acabo de relatar. Por todo el estado de su alma, los apóstoles únicamente habían sido capaces de presenciar con conciencia anormal el acontecimiento de la muerte de Jesús de Nazareth. Otro momento más de lo vivido debieron recordar Pedro, como asimismo Juan y Jacobo: aquella escena que sólo por el Quinto Evangelio se nos presenta en toda su grandeza. Aquel con quien allí habían caminado, los había conducido al monte y les había dicho: ¡velad! Pero ellos habían quedado dormidos. Ya había empezado aquel estado de sus almas que cada vez más se intensificaba: la conciencia normal se adormecía; ellos caían en un sueño que se mantenía durante el acontecimiento de Gólgota. De este sueño irradió lo que, balbuceando, acabo de relatar. Pedro, Juan y Jacobo recordaron que habían caído en ese estado, y ahora, para la mirada retrospectiva, aparecieron, al principio opacamente los grandes acontecimientos que habían tenido lugar en torno al cuerpo terrenal de Aquel con quien habían caminado. Lentamente, tal como ensueños olvidados vuelven a surgir, aparecieron en la conciencia y en el alma de los apóstoles aquellos sucesos. En esos días no los habían presenciado con conciencia normal. Ahora, todo apareció para la conciencia normal; apareció todo el tiempo vivido desde el acontecer de Gólgota hasta Pentecostés. Tuvieron la sensación de que ese tiempo lo habían pasado como sumergidos en un profundo sueño. Ahora, a la visión retrospectiva, les apareció, día por día, el tiempo pasado entre el Misterio de Gólgota y la así llamada Ascensión de Cristo Jesús. Lo habían vivido pero sólo ahora surgió de una manera muy singular. Pido perdón por insertar una observación personal: debo decir que me sorprendió sobremanera la visión de lo que surgió en el alma de los apóstoles, lo que ellos habían vivido en el tiempo entre el Misterio de Gólgota y la Ascensión. Es extraño cómo se suscitó la visión en el alma de los apóstoles.
Surgieron imágenes como esta: ciertamente, tú estuviste reunido, te encontraste con lo que nació en la cruz; como si al despertar a la mañana, se recordase cual un sueño: durante la noche estabas reunido con este o aquel. De un modo extraño surgieron los distintos acontecimientos en el alma de los apóstoles, y siempre se preguntaron: ¿pero quién es Aquel con quien estamos reunidos? Y siempre de nuevo fallaron en conocerle. Sabían: es seguro que con El habíamos caminado, pero no reconocieron la figura con la que habían estado y que ahora apareció en la imagen, al haber recibido la fecundación por el amor universal. Se vieron a sí mismos caminando, después del Misterio de Gólgota con el Cristo. También percibieron que entonces El les había dado enseñanzas acerca del reino del Espíritu. Aprendieron a comprender que durante cuarenta días habían caminado con ese Ser que nació en la cruz, y que ese Ser - el amor universal que del cosmos nació en la Tierra - había sido su maestro, pero que no habían llegado a la madurez para comprender su enseñanza; que con subconscientes fuerzas del alma le habían escuchado, y que como sonámbulos habían caminado al lado del Cristo, sin poder concebir con el intelecto común lo que ese ser les enseñaba. Durante esos cuarenta días le habían escuchado con la conciencia extraña, la que sólo ahora, al haber experimentado el acontecer de Pentecostés, despertó en ellos.
Como sonámbulos habían escuchado. El les había aparecido como el maestro espiritual, y les había revelado secretos que ellos sólo comprendían, porque Él los había puesto en otro estado de conciencia. Sólo ahora vieron claramente que habían caminado con el Cristo resucitado, y ahora comprendieron lo que había sucedido. ¿Cómo llegaron a comprender que realmente habían estado con Aquel con quien, en su cuerpo, antes del Misterio de Gólgota habían caminado? Lo comprendieron de la siguiente manera. Supongamos que, después de Pentecostés, ante el alma de uno de los apóstoles haya aparecido esta imagen: vio que había caminado con el Resucitado pero no le reconoció. Vio un ser celeste espiritual, sin conocerlo. Se añadió entonces, mezclándose con la imagen puramente espiritual, otra imagen, la que representaba un acontecer que los apóstoles realmente habían vivido, antes del Misterio de Gólgota, con Cristo Jesús: una escena donde el Cristo les había hablado del secreto del Espíritu; pero sin que ellos hubiesen reconocido al Cristo, sino encontrándose frente a un ser espiritual. Para conocer a éste, la imagen se transformó, manteniéndose ella misma, a la vez en la de la Ultima Cena que ellos habían celebrado con Cristo Jesús. Hay que imaginarse que tal apóstol tuvo la visión suprasensible de haber caminado con el Resucitado y, detrás de esta imagen, la de la Ultima Cena. De esta manera los apóstoles reconocieron que Aquel con quien en el pasado habían caminado fue el mismo que el que ahora, en la apariencia que El había adoptado después del Misterio de Gólgota, les enseñó. Fue un total confluir del recuerdo correspondiente al estado de conciencia que en cierto modo había sido un estado de sueño, con las imágenes de recuerdo del tiempo anterior. Como dos imágenes, una sobre la otra, lo experimentaron: la imagen tomada de lo vivido después del Misterio de Gólgota, y la otra, con su luz del tiempo anterior al ofuscamiento de su propia conciencia. Así reconocieron la unidad: la entidad del Resucitado y aquel con quien, breve tiempo atrás, en el cuerpo físico, habían caminado. Ahora pudieron decirse: antes de nuestro despertar en virtud de haber sido fecundados por el amor universal, habíamos estado como enajenados de nuestro estado de conciencia común. Y el Cristo resucitado estaba con nosotros; El nos acogía inconscientes en su reino, caminaba con nosotros revelándonos los secretos de su reino; secretos que ahora, después del Misterio de Pentecostés aparecen como un sueño. Causa realmente asombro este coincidir de las imágenes de los apóstoles: una de lo vivido con el Cristo después de Gólgota, y otra antes del Misterio de Gólgota, la de lo vivido conscientemente, en el cuerpo físico, con el Cristo Jesús. Con lo que precede hemos comenzado a comunicar lo que puede leerse en el así llamado Quinto Evangelio; y para terminar este primer anuncio, deseo agregar algunas palabras que también deben decirse, aparte de aquellos hechos. En cierto modo, siento el deber oculto de hablar, en nuestro tiempo, de estas cosas. Sé muy bien que vivimos en una época en que para el cercano porvenir de la humanidad, están preparándose diversos cambios, y que nosotros, dentro de la Sociedad Antroposófica, debemos concebir la idea de que hay algo que en el alma humana necesariamente debe prepararse para el futuro. Vendrán tiempos en que será posible hablar de estas cosas de una manera muy distinta de lo que nuestro tiempo permite. Todos pertenecemos a esta época; pero se acerca un tiempo en que será posible hablar de un modo más exacto, en que probablemente mucho de lo que ahora sólo puede conocerse en principio, se conocerá por la crónica espiritual del devenir de un modo mucho más exacto. Estos tiempos vendrán, por más que la humanidad actual lo considere fuera de lo previsible. Precisamente por esta razón es, en cierto sentido, una obligación hablar de ello. Si bien me cuesta mucho hablar de este tema, predomina, no obstante, el deber frente a lo que en nuestro tiempo tiene que prepararse; y esto me ha conducido a hablar sobre este tema, ahora por primera vez, en esta ciudad. Si digo que me cuesta mucho, hay que entenderlo tal cual lo expreso. Pido explícitamente tomar como una suerte de alusión lo que ahora expongo, como algo que ciertamente en tiempos venideros podrá decirse mejor y mucho más exactamente. Una observación personal explicará mejor el porqué vacilo en hablar sobre este tema. Sé muy bien que para la investigación espiritual a que me dedico, resulta a veces bastante difícil, precisamente cuando se trata de cosas de esta índole, descifrar la escritura espiritual del mundo; y no sería nada extraño si a la palabra "alusión" hubiera que darle un significado más amplio de lo que ahora podría parecer. De ningún modo quiero decir que ya ahora soy capaz de interpretar exactamente lo que figura en la escritura espiritual, pues siento cierta dificultad para leer las imágenes de la Crónica del Akasha que se refieren al Cristianismo. Sólo con cierto esfuerzo logro cristalizar y conservar las imágenes. Considero que según mi karma tengo el deber de expresar lo que acabo de decir. No cabe duda que todo lo haría con menos esfuerzo si en mi infancia hubiera recibido al igual que otros coetáneos una educación realmente cristiana, la que no se me ha dado, pues me he criado en un ambiente enteramente racionalista. He sido educado de un modo puramente científico; debido a ello no me es fácil encontrar las cosas, de las que tengo el deber de hablar. Por dos razones me permito hacer esta advertencia personal: primero, porque precisamente ahora, de mala fe, se ha difundido una disparatada difamación en cuanto a relaciones que yo haya tenido con ciertas corrientes católicas; de lo cual ni una sola palabra es verdad. Semejante imputación ha tenido su origen en círculos teosóficos; y esto hace ver a qué extremo ha llegado lo que a veces suele llamarse Teosofía. Las circunstancias nos obligan a no pasarlo por alto, sino a contraponerle la verdad. Por otra parte, debido a que, cuando joven, estuve ajeno al cristianismo, me siento tanto más libre frente a él y creo que sólo por el espíritu he sido conducido al cristianismo y al Cristo. Creo que precisamente en este campo
tengo el derecho de hablar imparcialmente y sin prejuicios. Quizás, en esta hora de la historia universal, se dará más crédito a la palabra de un hombre de cultura científica, el que, cuando joven, estuvo ajeno al cristianismo, que a uno que desde su infancia haya tenido contacto con él. Con estas palabras también se alude a lo que vive en mí mismo, si ahora tengo que hablar de los misterios del así llamado Quinto Evangelio.

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919