GA114 Basilea 24 de sept. de 1909 El desarrollo de la conciencia humana en el período post-atlante.-evangelio de S. Lucas

RUDOLF STEINER

EL DESARROLLO DE LA CONCIENCIA HUMANA EN EL PERÍODO POT-ATLANTE


Basilea 24 de sept. de 1909

octava conferencia

En las conferencias anteriores hemos tratado de formarnos una idea acerca del fundamento de los primeros capítulos del Evangelio de Lucas. Lo que el autor de este Evangelio nos da como una especie de “historia previa” del gran acontecimiento de Palestina, sólo puede descifrarse si se conocen los hechos que tuvieron lugar dentro de la evolución de la humanidad, de los cuales tuvimos que ocuparnos tan extensamente. Y esto nos permite saber quién fue la entidad que a los treinta años de su vida acogió en sí mismo aquel principio cósmico que también hemos caracterizado: el principio Cristo. Para mejor comprensión de lo que el autor del Evangelio de Lucas nos relata sobre la personalidad y el actuar del Cristo-Jesús, esto es de la individualidad que durante tres años, en un cuerpo humano, estuvo actuando en el mundo como el “Cristo”, es menester dibujar a grandes rasgos la evolución de la humanidad, tomando en consideración pormenores de esta evolución, de los cuales los hombres de nuestra época apenas pueden formarse un concepto adecuado. Referente a muchas cosas se juzga con miras estrechas y se cree que siempre haya habido lo que hoy o en el curso de los próximos dos o tres siglos sucede, como asimismo las leyes de la evolución humana. Principalmente se piensa que lo que hoy es considerado como desconocido, siempre haya sido “desconocido”. Es por esta razón que ahora se tiene tanta dificultad para comprender sin prejuicios los relatos que se refieren a los tiempos pasados como por ejemplo la época en que el Cristo vivió sobre la Tierra.
De lo que el Cristo Jesús realizó sobre la Tierra, el autor del Evangelio de Lucas nos habla de tal manera que, si concebimos el sentido de sus relatos, hemos de formarnos un concepto cada vez más claro de lo que fue, en aquel tiempo, la evolución de la humanidad. Para comprenderlo mejor, es preciso llamar nuevamente la atención sobre lo dicho en otras oportunidades; esto es que el origen de nuestra humanidad actual se remonta al tiempo de la catástrofe atlante, y que nuestros prístinos antecesores o sea nuestras propias almas, vivieron en la antigua Atlántida, aquel continente que hemos de situar entre Europa y África, por un lado, y América, por el otro. El gran cataclismo atlante originó la transformación de la faz de la Tierra. Los pobladores de la Atlántida emigraron hacia el Este y hacia el Oeste, estableciéndose en los distintos territorios de la manera que hemos descrito para los tiempos postatlantes. Así surgieron las civilizaciones que también hemos caracterizado: la cultura de la antigua India, la antigua cultura persa, la egipcio-caldea, la grecoromana y nuestra cultura actual.
Sería un concepto erróneo acerca de la evolución de la humanidad creer que durante todo el tiempo de la evolución post-atlante la naturaleza del ser humano siempre haya sido igual a la de ahora. Por el contrario, aquélla se ha modificado constantemente a tal grado que el ser humano ha sufrido enormes cambios. Los documentos históricos exteriores dan cuenta de pocos milenios solamente. Tan sólo el documento inaccesible a la investigación exterior que ya hemos caracterizado y al que hemos llamado la “Crónica del Akasha”, nos informa sobre la evolución transcurrida desde la catástrofe atlante. Nos enteramos pues que después de dicha catástrofe, primero se ha desarrollado la antigua cultura india durante la cual el hombre vivía aún más identificado con su cuerpo etéreo y no tan fuertemente unido con su cuerpo físico como más tarde sucedió. La gran mayoría de la población india ha sido nebulosamente clarividente, sin haber desarrollado la clara conciencia del Yo, como la que hoy conocemos. Su conciencia se parecía a la nuestra del ensueño, pero abarcó las profundidades de la existencia, con la visión del mundo espiritual. Para el hombre actual es de suma importancia tener conciencia - incluso para su futura evolución - de lo relacionado con el conocimiento y la forma del conocimiento. Siempre hacemos notar cómo nuestros antecesores de la antigua India veían el mundo, y que eran mucho más clarividentes que los hombres de tiempos posteriores. Pero si queremos comprender el Evangelio de Lucas, también hemos de hablar de otra particularidad de aquella época.
Debido al hecho de que el cuerpo etéreo sobresalía todo el cuerpo físico, encontrándose, a la vez, menos unido con éste que en nuestros tiempos, resultó que todas las fuerzas y cualidades anímicas del hombre tuvieron mayor poder sobre el cuerpo físico. Pero cuanto más el cuerpo etéreo penetraba en el físico, tanto menos poder ejercía sobre éste. En los antiguos atlantes, la parte del cuerpo etéreo que corresponde a la cabeza, aún sobresalía en mucho el cuerpo físico. En cierta medida, todavía fue así en los hombres de la antigua India. Esto les permitía, por una parte, desenvolver la conciencia clarividente y, por otra parte, ejercer un gran poder sobre los procesos del cuerpo físico. En la época actual, el cuerpo etéreo ha penetrado lo más profundamente en el cuerpo físico; y ya hemos llegado casi al extremo en que el cuerpo etéreo volverá a salir, para liberarse e independizarse del cuerpo físico. A medida que la evolución de la humanidad transcurre hacia el porvenir, el cuerpo etéreo irá separándose, cada vez más, del físico. Actualmente, la humanidad ya ha pasado un tanto el punto más bajo, el de la mayor conjunción de los cuerpos etéreo y físico. Si comparamos un cuerpo humano de la antigua India con el actual, podemos decir que en aquel tiempo el cuerpo etéreo se hallaba relativamente libre, y el alma desplegaba fuerzas que ejercían su efecto sobre el cuerpo físico. En tal caso, la organización etérea, por estar menos atada a lo físico, acoge las fuerzas del alma y, por su dominio sobre el cuerpo físico, resulta que todas las influencias que el alma recibe, influyen también en gran medida en el cuerpo. Así se explica que, si en la época de la antigua India alguien lanzaba una palabra de odio contra otra persona, fue como un “pinchazo” que se sintió hasta en la conformación física. Pues el alma influía en el cuerpo etéreo y éste en el cuerpo físico. Por otra parte, una palabra de amor producía en el prójimo amplitud, calor y le abría el corazón, efectos que se sentían también en el cuerpo físico. Tanto las palabras de amor como asimismo las de odio influían en los procesos del cuerpo. Estas influencias iban disminuyendo en la medida en que el cuerpo etéreo penetraba en el físico. Todo esto se presenta ahora en forma distinta. Las palabras que se emiten, influyen ante todo en el alma, y ya son pocas las personas que sienten una palabra de odio como algo que les oprimiese hasta en lo físico; ni tampoco que una palabra de amor ampliase y beneficiase todo su ser. Aquellos singulares efectos de las palabras de amor o de odio que hasta en nuestros días sentimos físicamente en nuestro corazón, fueron de enorme intensidad al comienzo de la evolución post-atlante, y ello también permitía hacer uso de ellos de un modo muy distinto del de hoy. Ahora, nada depende de cómo se emita una palabra, pues aunque sea con todo el amor y calidez, la actual organización del ser humano, hasta cierto grado la rechaza, no dejándola penetrar. Su efecto depende no solamente de cómo se emita sino también de cómo se acoja.
Resulta pues que hoy no es posible influir directamente en el alma humana de tal manera que ello penetre hasta en toda la organización física. No obstante, en cierto modo si será posible, puesto que nos aproximamos a un tiempo por venir en que lo espiritual volverá a tener la importancia que le corresponde. Ciertamente, en el actual ciclo evolutivo poco podemos hacer en este campo para que el amor, la benevolencia y la sabiduría se transmitan directamente de nuestra alma al alma del prójimo y que en ésta adquieran la fuerza de obrar hasta sobre el cuerpo físico. Hemos de resignar y decirnos que esto sólo se logrará paso a paso. Sin embargo, esta influencia espiritual vuelve a abrirse paso. Comenzará justamente sobre el terreno en que se arraigue la Ciencia Espiritual, puesto que la cosmovisión antroposófica es, a la vez, el comienzo del aumento de las influencias sobre el alma. Actualmente, raras veces será posible que de una palabra emanen efectos hasta en lo físico; pero es posible que, trabajando juntos, los hombres se dediquen a acoger en su alma una suma de verdades espirituales. Estas verdades espirituales van a ganar en vigor y adquirir poder en las almas, y con ello la fuerza para influir incluso en la organización física a fin de formarla conforme al contenido de esas verdades. De esta manera, lo anímico-espiritual volverá a ganar en el porvenir una fuerza poderosa sobre lo físico para formar éste cual una imagen refleja de aquél.
En los tiempos antiguos de la primitiva cultura india, lo que se llama “curar” también ha sido otra cosa que en los tiempos posteriores; pues todo esto se vincula con lo que acabamos de exponer. Con la influencia en el alma también se ejercía un enorme efecto sobre el cuerpo y, debido a ello fue posible, mediante la palabra compenetrada del adecuado impulso volitivo, influir en el alma de otra persona de tal manera que esta alma transmitía el efecto sobre el cuerpo etéreo y éste, a su vez, sobre el cuerpo físico. Así fue posible ejercer el efecto adecuado sobre el alma y, de la referida manera, sobre el cuerpo físico a fin de sanar la organización enferma. Si nos imaginamos que el médico de la antigua India poseía estas facultades en el más alto grado, comprenderemos que en aquel tiempo todo “curar” ha sido un proceso mucho más espiritual de lo que hoy puede ser, y subrayo: de lo que puede ser. Pero ya estamos acercándonos a la posibilidad de semejante manera de obrar. Lo que desde las alturas cósmicas espirituales traemos como una cosmovisión, como una suma de verdades que concuerdan con el contenido espiritual del mundo, se verterá en las almas humanas y, en el curso de la evolución de la humanidad, se convertirá en un medio de curación conforme a la más intima naturaleza del hombre. En la vida, desde ahora hacia el porvenir, la Ciencia Espiritual será el gran remedio terapéutico para las almas. Con todo, hemos de comprender que la humanidad se encontraba en un camino de evolución descendiente, porque las influencias espirituales estaban en decadencia; y que ahora estamos en el punto más bajo de la evolución, de modo que solo lentamente podremos volver a elevarnos a las alturas en que antaño estábamos.
Las influencias que en la antigua India existían tan extensamente, se perdieron lentamente. Algo parecido, un influjo anímico, existió aún en la antigua cultura egipcia. Cuando más nos remontamos dentro de los tiempos de la cultura egipcia, tanto más encontramos que hubo un influjo directo de un alma en otra, influencia que luego se transmitía sobre la organización física. Mucho menos existió tal influencia en el antiguo tiempo persa (anterior a la cultura egipcia) pues la cultura persa tenía otra misión; estaba llamada a dar el primer impulso para la penetración en el mundo físico. En lo relativo a las cualidades caracterizadas, la cultura egipcia ha tenido más afinidad con la antigua india que con la persa. En el pueblo persa, el alma comienza a encerrarse en si misma y a tener cada vez menos poder sobre la organización física, porque tenia la misión de ir desarrollando la autoconciencia. Es por esta razón que la cultura que se había conservado el dominio de lo espiritual sobre lo físico, debió confluir con otra corriente que principalmente estuvo destinada a engendrar la autoconciencia; y esas dos corrientes encuentran una especie de compensación en la cultura greco-romana la que fue el cuarto período dentro de las culturas post-atlantes. En esta última cultura la humanidad ya ha descendido tanto al mundo físico para producir una especie de equilibrio entre lo físico y lo anímico-espiritual. Se puede decir que en esta cuarta cultura el espíritu y el alma tuvieron aproximadamente el mismo dominio sobre el cuerpo que éste, a su vez, tuvo sobre el alma. Se ha producido algo así como un equilibrio entre ambas fuerzas.
Pero la humanidad debe pasar por una prueba ante el mundo a fin de capacitarse para volver a ascender a las alturas espirituales; y por esto sucedió que desde el tiempo greco-romano ella descendió aun más en la materialidad física. En nuestro tiempo de la quinta cultura post-atlante, el hombre tuvo que descender debajo de la línea del equilibrio; sólo pudo entonces elevarse en su interioridad y adquirir la conciencia del mundo espiritual, en forma más bien teórica. Debió fortalecerse interiormente.
Vemos pues que durante la cultura greco-romana hubo un estado de equilibrio, mientras que en nuestros tiempos lo físico predomina sobre lo espiritual-anímico, de modo que en cierto sentido lo espiritual-anímico ya no tiene poder, y sólo es posible acogerlo teóricamente. Durante siglos, la interioridad del hombre tuvo que limitarse a fortalecerse en sí misma de un modo que no abarcaba la conciencia exterior. Pero deberá volver a cobrar nuevas fuerzas y desarrollar una nueva conciencia. En la sexta cultura postatlante, esta conciencia habrá alcanzado cierto poder: el hombre habrá entonces adquirido una cierta suma de espiritualidad la que, en vez de lo meramente teórico, le dará sabiduría y verdad vivientes. Lo espiritual será entonces tan potente que ejercerá el dominio sobre el cuerpo físico; pero no desde afuera, sino desde su propio ser interior.
Desde tal punto de vista ¿Cómo podemos explicar la misión de la Ciencia Espiritual, la Antroposofía, para con la humanidad?. Si en nuestros tiempos la Ciencia Espiritual se hará en el alma humana cada vez más viviente, la capacitará no sólo de obrar sobre el intelecto, sino que irá dándole calor; y el alma adquirirá el dominio sobre lo físico. Naturalmente, esto sólo será posible a través de ciertas etapas y mediante pasos que incluso puedan parecer retrasos y hasta daños. Pero se tratará de formas transitorias que prepararán el camino hacia un estado en que el hombre acogerá lo espiritual en sus ideas, un estado que significará el dominio de lo anímico-espiritual sobre lo físico-material. Todo hombre que ahora no sólo se interese por la sabiduría de la Ciencia Espiritual porque ella satisface su intelecto, sino que pueda entusiasmarse de las verdades de dicha ciencia, porque éstas le dan una íntima y viviente satisfacción, será un precursor de una humanidad que habrá conquistado el adecuado dominio del alma sobre el cuerpo. En nuestros tiempos ya podemos exponer las grandes verdades, así como lo hemos hecho en las conferencias anteriores, a saber: los grandiosos acontecimientos del confluir del budismo con el zaratustrismo, los sucesos palestinenses al principio de nuestra era, y el hecho de que la sabiduría de la evolución del mundo ha creado las dos figuras del Jesús natánico y del Jesús salomónico.
Podría haber una doble manera de contemplar lo expuesto. Alguien podría decir: “Al principio, todo me parece algo fantástico para la ciencia actual; sin embargo, si considero los efectos exteriormente visibles, todo se me presenta bastante comprensible; y se aclara el contenido de los Evangelios si se presume que es correcto lo que se extrae de la Crónica del Akasha”. En cuanto a las figuras de los dos niños Jesús, se podría decir: “Ahora me explico mucho de lo que antes no pude comprender.” Otro más podría decir: “Si considero todo cuanto la investigación oculta me dice sobre el maravilloso actuar del Nirmanakaya del Buda que se vincula con el anunciamiento a los pastores, y si también contemplo la otra corriente en que el astro guió a los sabios de Zoroastro, cuando su jefe volvió a descender a la Tierra; todo este confluir me da la impresión de una indescriptible belleza dentro del devenir del mundo”. Efectivamente, se puede recibir la impresión de algo maravilloso, grandioso y poderoso que en verdad puede enardecer a nuestra alma y entusiasmarla por los procesos de la evolución del mundo.
Esto es lo mejor que de las grandes verdades podemos ganar. Las “pequeñas” verdades podrán satisfacer nuestra búsqueda de conocimientos; las “grandes” verdades, a su vez, darán calor a nuestro ánimo y diremos: lo que observamos en los procesos de la evolución del mundo, ¡Es de una belleza maravillosa!. Y lo maravilloso y grandioso echará raíz en nuestro ser y nos eleva sobre la mera comprensión teórica. Aquí citamos lo que dice el Cristo, según el Evangelio de Lucas.

El sembrador salió a sembrar su simiente; y sembrando, una
parte cayó junto al camino, y fue pisoteada; y las aves del cielo
la comieron. Y otra parte cayó sobre la roca; y nacida, se secó,
porque no tenía humedad. Y otra parte cayó entre las espinas: y
creciendo las espinas juntamente, la ahogaron. Y otra parte
cayó en buena tierra, y cuando fue nacida, llevó fruto
centuplicado. (Lucas, 8, 5-8).

Así también ocurre con la cosmovisión antroposófica; a ella podemos aplicar lo que el Cristo Jesús dijo a sus discípulos para explicarles esta parábola. La semilla representa el reino de los dioses, el reino del cielo y del espíritu. Este reino del espíritu es la semilla que debe verterse en las almas humanas para dar sus frutos sobre la Tierra. Pero hay hombres que con sus fuerzas del alma restringidas rechazan la cosmovisión espiritual, el reino de las entidades divino-espirituales. Los obstáculos del alma lo devoran. Esto es el caso de muchos respecto las palabras del Cristo-Jesús, y lo es también referente la actitud de muchos frente a lo que la Antroposofía quiere dar al mundo; es como si las aves lo comieran sin dejarlo penetrar en el suelo. Hay otras almas que solo comprenden que se trata de verdades plausibles, pero verdades que no compenetran su propia sustancia y naturaleza. Serán capaces de transmitir a otros la sabiduría, pero sin haberse identificado con ella. Estas almas se parecen a los granos que cayeron sobre la roca. Otros granos cayeron entre las espinas que no los dejan crecer. Esto significa que Cristo Jesús habla de personas las que, si bien son capaces de comprender la palabra de la verdad espiritual, sus preocupaciones e intereses habituales hacen las veces de las espinas que no les dejan compenetrarse de las verdades espirituales. Hoy en día hay muchísimas almas que gustosamente aceptarían las verdades de la ciencia espiritual, pero la vida exterior las absorbe de una manera que no pueden sobreponerse a ella. Muy pocos son los hombres capaces de desenvolver en si mismos dichas verdades con absoluta libertad; son los que se parecen a la semilla que cae en buena tierra. Sienten el elemento antroposófico como verdad viviente, lo acogen en el alma y viven enteramente con él. Ellos son a la vez los precursores del eficiente obrar de las verdades espirituales en el porvenir. Pero nadie podrá convencerse de la eficacia de las verdades espirituales, sin haber conquistado la debida confianza y la fuerza persuasiva a través de la propia fuerza interior del alma.
No es prueba en contra de la eficiencia de la verdad espiritual si en unas u otras personas aún no se nota su efecto sobre lo físico. Por el contrario, se puede decir que se debe considerar como una prueba de lo sano de la verdad espiritual el hecho de que frecuentemente ejerce un efecto negativo en poderosos cuerpos físicos. Así, por ejemplo, cuando un niño de débil salud física, porque desde muy temprano solo haya respirado el aire contaminado de una gran ciudad, no recupera la salud si de repente cambia a la atmósfera sana y fresca de las montañas, sino que podrá enfermarse aún más, justamente porque no resiste tal influjo. Así como esto no constituye un argumento contra lo sano del aire de montaña, así tampoco seria una prueba contra el efecto de los conocimientos espirituales si éstos, al penetrar en ciertas naturalezas humanas, pueden causar perjuicios temporales; pues esos conocimientos chocan con lo que desde siglos y milenios ha venido heredándose en los cuerpos humanos, y esto es algo que no concuerda con esas verdades.
En el mundo físico aún no podemos buscar las pruebas para estos hechos; debemos compenetrarnos de esos conocimientos, y así quedaremos convencidos de su verdad. Si bien puede haber pruebas de indicios en el mundo exterior, es preciso penetrar en las profundidades para ganar la convicción de que si los conocimientos antroposóficos parecen ser chocantes, es porque se enfrentan con condiciones malsanas dentro de la humanidad. La sabiduría espiritual es sana, lo que no siempre puede decirse de los hombres. Por esta razón es comprensible que ahora no se revele todo el contenido de esa sabiduría, ya que, de otro modo, haría demasiado daño; los hombres de cierta naturaleza quedarían con sus fuerzas quebrantadas, del mismo modo que la salud física por efecto del aire de montaña. Sólo paulatinamente pueden revelarse las grandes sabidurías, y esto conducirá a mejor salud de la humanidad.
Esta es la misión del “movimiento científico-espiritual”. Con él, los hombres volverán a conquistar lo que debieron perder; esto es, el dominio de lo espiritual-anímico sobre lo material. Lentamente, a partir de la cultura de la antigua India hubo aún hombres que, como herencia de tiempos antiguos, poseían el cuerpo etéreo parcialmente fuera del cuerpo físico siendo, por ello, susceptibles de influencias anímico-espirituales. Por esta misma razón, el Cristo debió venir justamente en esa época. Si hubiera venido en la nuestra, no habría podido obrar de la misma manera como en aquel tiempo, ni tampoco dar el gran ejemplo como lo hizo entonces. En nuestra era tropezaría con organismos humanos mucho más identificados con la materia física. El Cristo mismo tendría que incorporarse en una organización física que ya no permitiría ejercer como en su tiempo, el poderoso efecto de lo anímicoespiritual sobre lo físico.
No solamente el Cristo sino también otras entidades tendrían que contar con esas condiciones, y la evolución de la humanidad sólo es comprensible si se la considera desde tal punto de vista. Tomemos el ejemplo de la misión del Buda: él dio a la humanidad la suprema doctrina del amor y de la piedad, como asimismo lo que se describe como el sendero de ocho etapas. Pero no hay que pensar que el Buda, si apareciera hoy, lo podría hacer de la misma manera, pues en nuestro tiempo no seria posible ofrecerle al Buda una organización física como instrumento adecuado de su evolución. El organismo físico del ser humano cambia continuamente, por lo que fue necesario observar exactamente el momento en que el Buda pudiera encontrar esa organización modelo para realizar el grandioso hecho del sendero de ocho etapas, destinado a ejercer su influencia y hacerla comprensible espiritualmente. Podría parecer extraño, sin embargo es así: todo cuanto la humanidad ha podido realizar posteriormente en lo filosófico y en lo moral, representa tan sólo un débil comienzo por el camino de alcanzar lo que las enseñanzas del Buda contienen. Por más que la gente admire toda clase de filosofías, como el kantianismo y otros sistemas; todo esto no es más que un principio elemental, comparado con los amplios fundamentos del sendero de ocho etapas; y la humanidad tardará mucho en elevarse a la comprensión de todo su contenido. El Buda actuó en su tiempo y dio al mundo la doctrina del amor y de la piedad como un hito de orientación para las futuras generaciones que por sus propias fuerzas deberán llegar a la comprensión de las verdades del sendero de ocho etapas. En la sexta cultura habrá un apreciable número de personas capaces de comprenderlas. Ciertamente, hemos de recorrer un camino muy largo hasta que el hombre pueda decirse: “Por las fuerzas del alma propia hemos llegado a conquistar lo que el Buda ha expuesto del sexto al quinto siglo antes de nuestra era; ahora, en nuestra alma, nos parecemos al Buda”.
Lentamente, la humanidad ascenderá a la cúspide. Los primeros exponentes son los que juntos con la respectiva individualidad forman parte de una gran era y que traen a la humanidad los elementos para comprender la nueva enseñanza. Los demás ascienden lentamente, y mucho más tarde alcanzan lo que se les indica como la meta. Finalmente, cuando cierto número de personas habrá alcanzado el grado de desarrollo para emprender el sendero de ocho etapas, no como algo simplemente relatado en los libros del budismo, sino como algo propio, alcanzado por la cognición de su alma, esas mismas personas, también habrán llegado bastante lejos en cuanto a otro elemento de su desarrollo. En mi libro “¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?”, dícese cómo se relaciona el desenvolvimiento de la flor de loto de dieciséis pétalos con el sendero de ocho etapas. Por el sendero de ocho etapas el hombre desarrollará el loto de dieciséis pétalos; entre ambos hay una íntima relación. Para el que penetra en el sendero de la evolución de la humanidad existe un indicio para conocer el grado de esta evolución: concuerda con el grado de desarrollo de la flor de loto de dieciséis pétalos, la cual será uno de los primeros órganos del que el hombre podrá servirse en el tiempo por venir. Una vez desarrollado este órgano, habrá cierto dominio de lo anímico-espiritual sobre lo físico. Únicamente el que se decida a buscar el desarrollo en sentido esotérico, podrá decir que realmente ha tomado el camino que es el sendero de ocho etapas. Los demás lo “estudiar”, lo cual, naturalmente, es muy útil, y les ayudará a evolucionar.
Por lo que antecede, también comprenderemos que lo espiritual-anímico sólo puede ejercer su influencia en las personas que ya hayan comenzado a compenetrar orgánicamente su alma propia de lo que reciben como sabiduría espiritual. En la medida en que el sendero de ocho etapas llegue a convertirse en vivencia del alma, obrará, a su vez, sobre lo físico. Los muy inteligentes materialistas podrán objetar, por cierto, que hayan visto a un hombre que había comenzado un desarrollo espiritual y, a pesar de ello, murió a los cincuenta años. Esto demuestra, dirán ellos, que la sabiduría espiritual muy poco ha contribuido para prolongar la vida. Sin embargo, no se aporta el argumento contrario, esto es, cuánto tiempo ese hombre hubiera vivido sin haber pasado por el desarrollo espiritual; pues podría ser que en tal caso sólo habría llegado a la edad de cuarenta años. Lo esencial es que las cosas se consideren de esta manera, en vez de verificar solamente lo sucedido, sin prestar atención a lo que no esté a la vista.
Hemos visto que lentamente la humanidad perdió el dominio de lo espiritual-anímico sobre lo físico, evolución que duró hasta dentro de la cuarta cultura en que el Cristo vino a la Tierra y en que aún había bastante personas que evidenciaban la influencia de lo espiritual en lo físico. Aquel fue el momento en que el Cristo debió venir a la Tierra; pues en caso de haber venido más tarde, no hubiera sido posible evidenciar las cosas en la misma forma en que fueron realizadas. Todo debió hacerse en ese preciso momento.
¿Qué es lo que significa la venida del Cristo al mundo?.
Significa que el hombre, al comprender correctamente la naturaleza del Cristo, va aprendiendo a servirse de su autoconciencia, con todo el poder de la conciencia de su Yo, y que este Yo va ganando el absoluto dominio sobre todo su ser. Mediante este Yo, consciente de sí mismo, será posible recuperar todo cuanto la humanidad había perdido en el curso de los tiempos. Pero así como el Buda tuvo que traer por primera vez las verdades del sendero de ocho etapas, así también, antes de concluir los tiempos antiguos, fue necesario dar el ejemplo del dominio del principio del Yo sobre todo cuanto en el mundo pueda existir de procesos de la corporalidad. Si el principio del Cristo entrara ahora al mundo, ya no sería posible ejercer los grandiosos efectos terapéuticos como en aquel tiempo. Esto sólo se pudo hacer porque aún había hombres con su cuerpo etéreo suficientemente elevado sobre el cuerpo físico para que aquél, mediante la mera palabra, o el mero tocar, pudiese recibir tan poderosa influencia de la que hoy, en el mejor de los casos, sólo puede haber la más débil reminiscencia. La humanidad empezó a desarrollar el Yo para que ante todo pudiese comprender la naturaleza del Cristo, como punto de partida para reconquistar lo que en tiempos pasados había perdido. En los últimos hombres de la característica anterior debió evidenciarse cómo el Yo, que en su plenitud existió en el Cristo Jesús, tal como existirá en todos los hombres al final de la evolución terrestre, obró poderosamente sobre todo el ser humano de aquel tiempo. Esto lo describe el autor del Evangelio de Lucas a fin de mostrarnos: “El Cristo trae al mundo un Yo que penetra los cuerpos físico, etéreo y astral de manera tal que sus efectos se hacen sentir en toda la organización corpórea”. Con ello quiso mostrar lo que sigue. Cuando el hombre, en el curso de cientos de miles de años, se haya apropiado de toda la fuerza que puede emanar del Yo del Cristo, entonces del Yo de cada uno podrán emanar efectos como los que del Cristo irradiaron hacia la humanidad. Esto se mostró en todas las esferas para la humanidad de aquel tiempo.
Se mostró, por ejemplo, que hay enfermedades que tienen su origen en el cuerpo astral del hombre y que se manifiestan según la naturaleza de todo el organismo humano Hoy en día puede ser que las deficiencias morales de una persona queden limitadas al ámbito del alma misma. Puesto que, actualmente, el alma no posee el dominio sobre el cuerpo como en la era del Cristo, resulta que el pecado no ha de convertirse tan fácilmente, en enfermedad física. Pero, paso a paso vamos acercándonos nuevamente al estado en que el cuerpo etéreo sobrepasa el físico. En consecuencia, comienza una época en que habrá que poner sumo cuidado que los defectos anímicos en lo moral e intelectual, no se conviertan en enfermedades físicas. Ya estamos al comienzo de este nuevo tiempo; y muchas enfermedades que se consideran como en parte anímicas, en parte corpóreas, esto es, las enfermedades “neuróticas”, señalan el comienzo del nuevo tiempo. Debido a que en sus percepciones y en su pensar el hombre actual haya sufrido la influencia de lo discordante del mundo circundante, se manifiestan las consecuencias en forma de “histerismo” y cosas parecidas. Pero esto se vincula con las peculiaridades de nuestra evolución en lo espiritual la que se inicia y que tiene que ver con la separación del cuerpo etéreo. Cuando el Cristo vino a la Tierra, había muchos hombres en los cuales sus pecados, principalmente pecados caracterológicos originados en deficiencias del pasado, encontraban su expresión en enfermedades. Lo que en el Evangelio de Lucas se llama “endemoniado” es, en el fondo, un pecado arraigado en el cuerpo astral, manifestándose como enfermedad. Son estados en que el hombre atrae seres extraños a su cuerpo astral, en el cual, mediante sus buenas cualidades, él no domina a toda su naturaleza humana. En las personas en que el cuerpo etéreo estaba aún separado del cuerpo físico, sucedía en aquellos tiempos que las deficiencias morales ejercían una influencia como la que el autor del Evangelio de Lucas nos relata como una clase de enfermedades que se expresan como el hallarse endemoniado. Y el Evangelio nos dice que semejantes personas se curaron al acercarse al Cristo Jesús y por las palabras de Él, de manera que se echó fuera lo malo que en esas personas obraba. Esto se da como un preanuncio de que al final de la evolución terrestre las cualidades del Bien ejercerán su efecto saludable sobre todas las demás.
Generalmente no se descubre lo que es menos llamativo, lo que se esconde detrás de otros aspectos; pues se hace también referencia a otras enfermedades, como las que se mencionan en el capitulo sobre la “curación del paralítico”. En aquellos tiempos aún se sabía que semejante enfermedad tiene su origen en las propiedades del cuerpo etéreo. El relato de que el Cristo Jesús cura también a los paralíticos significa, pues, que las fuerzas de su individualidad ejercen su influencia no sólo en el cuerpo astral, sino incluso en el cuerpo etéreo, de modo que también las personas con deficiencias en el cuerpo etéreo pueden ser curadas por las influencias descriptas. Justamente cuando el Cristo habla del “pecado más hondo” arraigado en el cuerpo etéreo, emplea una expresión singular que nos evidencia que ante todo hay que eliminar la causa espiritual de la enfermedad. Pues al paralítico no le dice: “¡Levántate y anda!” sino que alude a la causa que influye hasta en lo etéreo, y le dice: “¡Tus pecados te son perdonados!”. Esto quiere decir que primero hay que eliminar lo que como un pecado había penetrado el cuerpo etéreo. Los exegetas de la Biblia generalmente no prestan atención a este discernimiento y no se dan cuenta de que aquí se evidencia que la influencia del Cristo se extendía no sólo a los enigmas del cuerpo astral sino también a los del cuerpo etéreo. Es más, se extendía hasta a los enigmas del cuerpo físico.
¿En qué sentido se hace referencia a los enigmas del cuerpo físico los que en cierto modo son los más profundos?.
En lo externo de la vida se manifiesta claramente la influencia que se ejerce de cuerpo astral a cuerpo astral: mediante una palabra llena de odio se puede herir a una persona; ella oye tal palabra y la siente en su cuerpo astral como un dolor. He aquí la correlación entre cuerpo astral y cuerpo astral. Más escondida se halla la correlación entre cuerpo etéreo y cuerpo etéreo, pues se trata de efectos sutiles de hombre a hombre que hoy día ni siquiera se tienen en cuenta. Pero las influencias más escondidas son las que afectan el cuerpo físico, porque éste, más que los otros, corre un velo ante la influencia de lo espiritual, debido a su densidad material. Para comprender cómo el Cristo ejerce el dominio sobre el cuerpo físico, hemos de referirnos a algo totalmente incomprensible para el pensamiento materialista de nuestros tiempos, pues ello presupone ciertos conocimientos de la Ciencia Espiritual.
El Cristo Jesús demuestra que le es posible mirar a través de la corporalidad física y ejercer su influencia hasta dentro de ella misma, y que de esta manera puede, con sus fuerzas, curar las enfermedades que tienen su origen en el cuerpo físico. Pero para ello es necesario conocer las influencias enigmáticas del cuerpo físico de una persona en el cuerpo físico de otra. Si se considera al ser humano como delimitado por la epidermis, no es posible actuar espiritualmente. Muchas veces hemos dicho que un dedo de nuestra mano es más inteligente que nosotros mismos, pues sabe que la sangre no podría circular en él, si no circulase ordenadamente por todo el cuerpo y que, separado del organismo, tendría que secarse. Del mismo modo, si el hombre tuviera conocimiento de las condiciones de su cuerpo, sabría que por su organización física pertenece a toda la humanidad y que constantemente se producen influencias de uno en el otro; además que la propia salud física no puede considerarse separada de la salud de toda la humanidad. Ciertamente lo reconocerá en lo superficial, no así en los efectos sutiles; pues ignora los hechos. Aquí en el Evangelio de Lucas se alude a estos efectos sutiles, como lo expresa el octavo capítulo:

Y aconteció que volviendo Jesús, recibióle la gente; porque todos
le esperaban. Y hubo un hombre, llamado Jairo que era príncipe
de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le rogaba que
entrase en su casa, porque tenía una hija única, como de doce
años que se estaba muriendo. Y yendo, le apretaba la multitud. Y
una mujer, que tenía flujo de sangre hacía ya doce años, la cual
había gastado en médicos toda su fortuna, y por ninguno había
podido ser curada, al acercarse por las espaldas, tocó el borde de
su vestimenta; y luego se estancó el flujo de su sangre.

Al Cristo se le ruega curar a la hijita de Jairo, de doce años. ¿Como será posible, estando ella por morir?. Sólo lo comprenderemos si tenemos presente que su enfermedad física hallase en relación con un fenómeno en otra persona, y que no es posible curarla sin tomar en cuenta aquel otro fenómeno. Pues, al nacer la que ahora tiene doce años, hubo un vínculo profundamente kármico con otra persona. Es por esta razón que se nos relata que por las espaldas se acercaba a Jesús una mujer que desde hacía ya doce años tenía cierta enfermedad y que ella tocaba el borde de su vestimenta. Había un vínculo kármico entre la niña de doce años y la mujer que desde doce años atrás estaba enferma. Es por ello que se nos presenta el enigma numeral: a Jesús se acerca una mujer con una enfermedad que ya duraba doce años; ella encuentra la salud - y sólo ahora entra Jesús a la casa de Jairo y puede curar a la niña de doce años que ya se había considerado muerta.
Para comprender el karma que obra de hombre a hombre, hay que contemplar lo profundo de tales vínculos, y así se comprenderá la tercera de las maneras de obrar del Cristo Jesús: la que abarca todo el organismo humano. Y con ello se proyecta una luz sobre el supremo obrar del Cristo, según el Evangelio de Lucas.
Así se nos enseña claramente cómo el Yo del Cristo con toda su esencia influyó en los distintos principios del ser humano. Esto es lo esencial; y el autor del Evangelio de Lucas que en los respectivos capítulos enfoca especialmente los efectos terapéuticos, quiso mostrar que éstos representan el desenvolvimiento de las fuerzas del Yo en el apogeo de la evolución de la humanidad. Se nos enseña, pues, que el Cristo debió influir en el cuerpo astral, el cuerpo etéreo y el cuerpo físico del organismo humano. En cierto modo, Lucas señala el gran ideal de la evolución de la humanidad, diciendo: “mirad vuestro porvenir. Vuestro Yo, tal como se ha desarrollado hasta ahora, aún está débil; poco dominio puede ejercer. Pero con el correr de los tiempos llegará a dominar y a transformar los cuerpos astral, etéreo y físico. El Cristo os ha enseñado el gran ideal de conquistar este dominio”.
Estas son las verdades en que se basan los Evangelios y que sólo pudieron transmitir los que no se apoyaban en documentos exteriores, sino en el testimonio de los que “lo vieron con sus ojos” y que fueron “ministros del Verbo”. Paso a paso, la humanidad alcanzará la comprensión del contenido de los Evangelios. Con ello se apropiará las verdades de los documentos religiosos con tal intensidad y con tanta fuerza que esas verdades influirán realmente en todos los principios de la organización humana.

No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919