Rudolf
Steiner
EL
EVANGELIO SEGÚN
SAN
LUCAS
Diez
Conferencias Pronunciadas en Basilea (Suiza)
del
15 al 24 de Septiembre de 1909
NOTA
DEL TRADUCTOR
Entre
los años 1906 y 1912, Rudolf Steiner pronunció cerca de 150
conferencias sobre los cuatro Evangelios (Lucas, Mateo, Marcos y
Juan) en diversas ciudades de Alemania, Suiza y Noruega.
Según
el autor, el contenido de estas conferencias es el resultado de su
propia investigación espiritual, de modo que no se trata de
comentarios, ni interpretaciones o exégesis de estos documento
bíblicos. No obstante, el lector encontrará aquí revelaciones que
eventualmente le permitirán comprender mejor diversos pasajes de las
Escrituras; entre ellos los que tradicionalmente se consideran de
difícil acceso o en que incluso pareciesen contradecirse los
testimonios de los distintos Evangelistas.
Hacemos
notar que los textos de estas conferencias se basan en apuntes
taquigráficos que luego fueron dados a la publicación sin revisión
previa de parte del autor.
Además,
para formarse un juicio adecuado de su contenido, es preciso estar
familiarizado con los conocimientos básicos de la Antroposofía. No
obstante, se puede afirmar que aun sin tal requisito, el lector
exento de prejuicios se verá beneficiado con nuevos y profundos
conocimientos relativos al tema en particular.
LOS
DISTINTOS ASPECTOS DE LA INICIACIÓN
Basilea 15 de sept. de 1909
primera conferencia
En
conferencias pronunciadas en esta ciudad (Basilea) en el año 1907
hemos podido estudiar las profundas corrientes del cristianismo desde
el punto de vista del Evangelio de Juan, y hemos visto cuán
profundas se revelan en el estudio de este documento. Ahora se podría
preguntar: ¿Es posible ampliar lo expuesto en aquellas conferencias,
mediante el estudio de los demás documentos bíblicos, por ejemplo
de los otros tres Evangelios, de Lucas, de Mateo y de Marcos?. Podría
pensarse que después de haber tratado el Evangelio de Juan, en que
se presentan las más profundas verdades del cristianismo, no fuese
necesario ampliar su estudio desde el punto de vista de los otros
tres Evangelios, sobre todo con relación al aparentemente menos
profundo, es decir, al de Lucas.
Quien
sostuviera tal punto de vista, estaría en un error. Pues no sólo es
verdad que el cristianismo es, en su esencia, de inmensa profundidad,
y que se lo puede contemplar desde los más diversos puntos de vista,
sino que también es cierto - y lo demostrará este ciclo de
conferencias - que si bien el Evangelio de Juan es un documento
infinitamente profundo, hay muchas otras cosas que se pueden aprender
con el estudio del Evangelio de Lucas. Aparte de lo que, en las
conferencias sobre el Evangelio de Juan, hemos llamado las profundas
ideas del cristianismo, existe la posibilidad de penetrar en él
desde otro punto de partida, y éste consiste en contemplar el
contenido del Evangelio de Lucas bajo la luz de la ciencia espiritual
antroposófica.
Para
ellos hemos de partir del hecho, ya comprobado por el estudio del
Evangelio de Juan, de que los Evangelios son documentos concebidos
por hombres con la más profunda visión de la naturaleza de la vida
y de la existencia; pues ellos contemplaron las profundidades del
mundo como clarividentes, como iniciados. Hablando en forma general,
podemos emplear los términos “iniciado” y “clarividente”
como equivalentes. Pero si en el curso de nuestras contemplaciones
antroposóficas queremos penetrar más profundamente en la vida
espiritual, debemos distinguirlos como dos categorías de hombres que
han encontrado el camino a los dominios suprasensibles de la
existencia. En cierto sentido existe una diferencia entre un iniciado
y un clarividente, aunque también se puede decir que el iniciado es
a la vez un clarividente, y que éste es un iniciado de cierto grado.
Para discernir exactamente entre una y otra categoría de hombres -
el iniciado y el clarividente - debe recordarse lo expuesto en mi
libro “¿Como se adquiere el conocimiento de los mundos
superiores?”. Debe tenerse presente que hay esencialmente tres
grados por los cuales se llega más allá de la percepción común
del mundo. El conocimiento que es accesible al hombre en primer
lugar, puede caracterizarse diciendo que el hombre percibe el mundo
con los sentidos y que por medio del intelecto y las demás fuerzas
del alma se apropia de lo que ha percibido. Más allá existen tres
grados superiores del conocimiento del mundo: el primero es el
llamado conocimiento imaginativo, el segundo es el del conocimiento
inspirativo, y el tercer grado es el del conocimiento intuitivo, si
concebimos la palabra “intuitivo” en su verdadero significado,
según la ciencia espiritual.
¿Quién
posee el “conocimiento imaginativo”?. Lo posee aquel para cuyo
ojo espiritual se extiende en imágenes lo que está detrás del
mundo de los sentidos, como en un grandioso cuadro, el cual, sin
embargo, no se asemeja a lo que se llama “cuadro” en la vida
común. Para el conocimiento imaginativo no existen las leyes del
espacio tridimensional; además, hay otras peculiaridades de las
imágenes de este primer grado, que no pueden compararse con
propiedad alguna del mundo común de los sentidos.
Podemos
formarnos una idea del mundo imaginativo, suponiendo que ante
nosotros haya una planta, y que seamos capaces de extraer de ella
todo lo que el ojo percibe como “color”, de manera que éste
flote libremente en el aire. Si no hiciéramos otra cosa que extraer
así el color de la planta, haciéndolo flotar libremente, tendríamos
ante nosotros una forma muerta de color. Pero para el clarividente,
esta forma no permanece muerta como imagen de color; sino que al
extraer lo que en un objeto es color, esta imagen, gracias a la
preparación y los ejercicios que él ha practicado, empieza a ser
vivificada por el espíritu, de la misma manera como era vivificada
en el mundo de los sentidos por lo material de la planta. El hombre
tiene entonces, ante sí, no una forma de color sin vida, sino luz en
colores, flotando libremente, irisante y resplandeciente de la manera
más variada, pero con vida interior. De modo que cada color es la
expresión de la peculiaridad de una entidad espiritual-anímica no
perceptible en el mundo de los sentidos; vale decir que para el
clarividente el color de la planta física empieza a ser la expresión
de una entidad anímico-espiritual. Imagínense un mundo lleno de
semejantes formas de colores irisantes, cambiando y transformándose
incesantemente, pero no limiten la mirada a los colores como en el
caso de un cuadro de relucientes reflejos en colores, sino imagínenlo
como expresión de entidades espiritual-anímicas. Así podría
decirse: “Si aquí destella una imagen de color verde, será para
mí la expresión de un ser inteligente; o si destella una imagen de
color rojizo claro, será para mí la expresión de una entidad
pasional”. Represéntense ahora todo este mar de colores que se
confunden - (también podría decir: un mar de sensaciones de sonidos
que se confunden, o también de sensaciones de olores, de sabores,
porque todas ellas son expresiones de entidades espirituales-anímicas
que se hallan detrás de lo físico) -, entonces tienen ustedes lo
que se llama el mundo imaginativo. No es lo que se entiende
comúnmente por “imaginación”, o sea, lo que uno se imagina,
sino que es un mundo real. Es una percepción de índole diferente de
la sensorial.
En
este mundo imaginativo se presenta al hombre todo lo que hay detrás
del mundo de los sentidos y que él no percibe con sus “sentidos
sensorios”, si queremos emplear este término: por ejemplo, el
cuerpo etéreo y el cuerpo astral del hombre. Quien como clarividente
llegue a conocer el mundo por medio de este conocimiento imaginativo,
conocerá entidades superiores, en cierto modo en su aspecto
exterior; así como se observa el aspecto sensorio exterior de las
gentes al verlas pasar. Se llega a conocerlas mejor, si se presenta
la oportunidad de conversar con ellas, porque a través de sus
palabras los hombres nos revelan algo más de lo que se percibe al
verlos pasar simplemente. En este caso, no es posible ver, por
ejemplo, si la persona que pasa experimenta en su alma dolor o
alegría, si la agobia la tristeza o la inspira el encanto. Pero todo
esto puede saberse cuando se habla con ella. En el primer caso, esa
persona ostenta pasivamente su aspecto exterior; en el otro caso,
ella misma nos revela algo de su ser. Lo mismo ocurre con las
entidades del mundo suprasensible. Quien como clarividente llegue a
conocerlas por medio del conocimiento suprasensible, en cierto modo
va a conocerlas solamente en su aspecto espiritual-anímico exterior.
En cambio, si se eleva del conocimiento imaginativo al de la
inspiración, llegará a oír lo que ellas mismas le comunican. Habrá
entonces realmente un contacto directo con estas entidades. Ellas le
comunican desde su propia interioridad lo
que son y quienes son. Debido
a ello, la inspiración es un grado de conocimiento superior a la
simple imaginación; y cuando se asciende a la inspiración, se llega
a saber mucho más de lo concerniente a los seres del mundo
espiritual anímico, que lo alcanzable por medio del conocimiento
imaginativo. Un grado de conocimiento aún superior es la intuición,
no en el sentido habitual de la palabra con que suele llamarse
“intuición” a todo lo confuso que se le ocurra a una persona,
sino en su verdadero significado según la ciencia espiritual. Para
esta ciencia, la intuición es un grado de conocimiento para el cual
no es suficiente escuchar lo que las entidades comunican al hombre
por sí mismas, sino en que él llega a la unificación con estas
entidades, sumergiéndose en la propia naturaleza de ellas. Es un
grado muy elevado del conocimiento espiritual, pues requiere ante
todo que el hombre haya desarrollado en si mismo el amor hacia todos
los seres; y que no haga distinción entre él y las demás entidades
del ambiente espiritual, sino que haya derramado, por así decirlo,
su propio ser en todo el ambiente espiritual. De modo que
verdaderamente no se halle más fuera, sino dentro de las entidades
mismas con las que se relaciona espiritualmente. Y como esto sólo
puede ser en el caso de un mundo divino espiritual, se justifica
plenamente el término “intuición”, esto es, “estar en Dios”.
Así se nos presentan por ahora los tres grados de conocimiento del
mundo suprasensible: la imaginación, la inspiración y la intuición.
Naturalmente,
el hombre tiene la posibilidad de adquirir estos tres grados del
conocimiento suprasensible. Pero también puede ser, por ejemplo, que
en una determinada encarnación se alcance solamente el grado de la
imaginación, en cuyo caso permanecen ocultas las regiones del mundo
espiritual que sólo son accesibles a la inspiración y la intuición.
En estas condiciones, el hombre es un “clarividente”. En nuestros
tiempos no es usual que los hombres adquieran los grados superiores
del conocimiento suprasensible, sin antes haber pasado por el grado
de la imaginación; de modo que en las condiciones actuales
difícilmente puede suceder que alguien “omita”, en cierto modo,
el grado de la imaginación, para ser conducido directamente a la
inspiración o a la intuición. Más lo que actualmente no sería lo
correcto, pudo suceder en otras épocas de la evolución de la
humanidad, y efectivamente solía suceder.
Hubo
épocas en que los distintos grados de conocimiento estaban
repartidos, en cierto modo, entre varios individuos; o sea, la
imaginación por un lado, la inspiración e intuición por el otro.
Así existían Misterios donde había personalidades con el ojo
espiritual abierto; de tal manera, eran clarividentes para el ámbito
de la imaginación, es decir, tenían acceso al mundo simbólico de
las imágenes. Debido a que esos hombres, dotados de la clarividencia
señalada, se decían: “Para esta encarnación renuncio a los
grados superiores de la inspiración e intuición”, eran capaces de
percibir exacta y claramente dentro del mundo de la imaginación. Se
habían ejercitado particularmente para la percepción en ese mundo.
Pero para ello les hacia falta algo más. Quien se limita a la
percepción en el mundo de lo imaginativo y renuncia a penetrar en el
mundo de la inspiración y la intuición, vive, en cierto modo, en la
incertidumbre. Este mundo de lo imaginativo fluye y es, por decirlo
así, “sin orillas”, y si el hombre queda abandonado a sí mismo,
flota en él con su alma sin tener exacto conocimiento de una
dirección y de una finalidad. Por esta razón, en aquellos tiempos y
en los pueblos donde determinados hombres habían renunciado a los
grados superiores del conocimiento, fue necesario que esos hombres
clarividentes para la imaginación se vinculasen con absoluta
devoción a sus guías, a aquellos que habían desarrollado la
facultad de la visión espiritual de la inspiración y de la
intuición. Sólo la inspiración y la intuición dan la certidumbre
en el mundo espiritual, para saber exactamente: “Este es el camino
que conduce a la meta”. En cambio, si no se posee el conocimiento
inspirativo, no se puede saber: “Este es el camino que me conduce a
la meta”. Y si ello no puede saberse, uno debe confiarse al
conocedor que indica la dirección. Con toda razón, se ha insistido
en muchos lugares que quien ascienda al conocimiento imaginativo debe
vincularse íntimamente al “gurú”, quien lo guía y le indica la
dirección y la meta para sus experiencias. Por otra parte, ha sido
útil en cierta época (no más, en la actualidad), hacer “saltear”
el grado del conocimiento imaginativo a determinados hombres, para
conducirlos directamente al conocimiento inspirativo o bien, si era
posible, al conocimiento intuitivo. Ellos renunciaban a percibir los
aspectos imaginativos del mundo espiritual circundante, sólo se
entregaban a las impresiones del mundo espiritual que emanan de la
interioridad de las entidades espirituales. Con los oídos del
espíritu percibían lo que dicen las entidades del mundo espiritual.
Es como si se sintiera hablar a una persona detrás de una pared; no
se la ve, pero se oye lo que dice. Realmente existe la posibilidad de
que alguien renuncie, en cierto modo, a la visión en el mundo
espiritual, con el fin de ser conducido más rápidamente a escuchar
espiritualmente la palabra de las entidades superiores. No importa si
un hombre ve o no las imágenes del mundo imaginativo: si él es
capaz de percibir con el oído espiritual lo que dicen de si las
entidades del mundo suprasensible, puede decirse que ese hombre está
dotado del “Verbo interior”, en contraste con la palabra exterior
empleada entre los hombres en el mundo físico.
Así
se comprende que puede haber hombres que sin percibir el mundo
imaginativo poseen el verbo interior y pueden oír y transmitir lo
que dicen las entidades espirituales. Hubo tiempos en la evolución
de la humanidad en que ambos caminos de las experiencias
suprasensibles se practicaban en los Misterios. Debido a que cada uno
de aquellos hombres renunciaba a la facultad especifica del otro, era
capaz de desarrollar sus propias facultades más exactas y
marcadamente, y así hubo en determinada época una maravillosa
cooperación dentro de los Misterios. Se puede decir que existían
entonces clarividentes imaginativos que se habían preparado
especialmente para percibir el mundo de las imágenes, y había otros
que habían omitido el mundo de lo imaginativo y se habían preparado
para acoger en el alma el verbo interior que se recibe por la
inspiración. Así cada uno podía comunicar al otro lo que había
experimentado gracias a su preparación especial. Esto era posible en
los tiempos en que existió entre los hombres un alto grado de
confianza - que hoy no puede haber - simplemente debido al cambio
operado en el curso de la evolución. El hombre de hoy no le “cree”
al prójimo en forma tan absoluta como para escuchar sin reservas lo
que éste le describe en términos de imágenes del mundo espiritual,
para luego agregar sobre esa base lo que él mismo sabe por
inspiración. Hoy en día cada uno quiere ver por si mismo. Esta
forma se justifica para nuestros tiempos. Muy pocos se contentarían
actualmente con un desarrollo exclusivo de la imaginación como se
acostumbraba en otros tiempos. Por la misma razón es ahora necesario
que el hombre sea conducido a través de los tres grados del
conocimiento superior, sin omitir ninguno.
En
todos los grados del conocimiento suprasensible se nos presentan los
profundos misterios relacionados con el acontecimiento al que
llamamos el advenimiento de Cristo. Los tres grados del conocimiento
superior, el imaginativo, el inspirado y el intuitivo, nos pueden
revelar una infinidad de hechos relacionados con este acontecimiento.
Volviendo
entonces la mirada hacia los cuatro Evangelios, podemos decir que el
Evangelio de Juan fue escrito desde el punto de vista de un iniciado
en los misterios del mundo hasta el grado de la intuición, por lo
que describe el advenimiento de Cristo como se presenta precisamente
a la visión suprasensible que se eleva hasta la intuición. Pero
quien observe exactamente las peculiaridades del Evangelio de Juan,
debe reconocer (como lo veremos en este ciclo de conferencias) que
todo aquello que en este Evangelio se presenta con particular
precisión, está dicho desde el punto de vista de la inspiración y
la intuición, mientras que todo lo resultante de la visión
imaginativa, es pálido e indefinido. De modo que al autor del
Evangelio de Juan (prescindiendo de lo que él ha tomado de la
imaginación), lo podemos llamar el mensajero de todo aquello que con
relación al advenimiento de Cristo se presenta al iniciado que posee
el verbo interior en el grado de la intuición; él caracteriza los
misterios del Reino de Cristo, hondamente compenetrado del Verbo
interior o Logos. El Evangelio de Juan se basa en un conocimiento
inspirado-intuitivo.
Para
los otros tres Evangelios el caso es distinto. Nadie lo ha explicado
tan claramente como el autor del Evangelio de Lucas. Precede a este
Evangelio una breve y singular introducción, que dice
aproximadamente lo siguiente: “en el pasado, muchos habían tentado
a poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido
certísimas” sobre los acontecimientos de Palestina, y que, con el
fin de hacerla en forma más exacta y más ordenada, el autor del
Evangelio de Lucas se propone exponer - y aquí vienen palabras
significativas - lo que pueden comunicar aquellos que “desde el
principio lo vieron por sus ojos y que fueron ministros del Verbo”.
Vale decir que el autor de este Evangelio quiere transmitir lo que
pueden decir los que fueron testigos oculares - mejor sería emplear
la palabra “videntes” - y ministros del Verbo. En el sentido del
Evangelio de Lucas, los “videntes” son hombres que poseen el
conocimiento imaginativo, por lo que pueden penetrar en el mundo de
las imágenes para percibir el advenimiento de Cristo; son videntes
que perciben exacta y claramente y, al mismo tiempo, “ministros (o
servidores) del Verbo”. ¡Una palabra significativa!. No dice
“poseedores” del Verbo, pues en tal caso se trataría de personas
en poder del pleno conocimiento inspirado, sino “servidores” del
Verbo. Esto significa que no tienen inspiraciones en la misma medida
en que disponen de las imaginaciones en virtud de su propia visión,
sino que tienen a su disposición lo que se
les hace saber del
mundo de lo inspirado. A ellos, que son los servidores, se les
comunica lo que percibe el inspirado, de manera que lo pueden
transmitir porque sus maestros inspirados se lo han dicho. Ellos son
servidores, no poseedores del Verbo.
Así
se comprende que el Evangelio de Lucas se basa en las comunicaciones
de los que ven y experimentan por sí mismos los mundos imaginativos,
quienes han aprendido a expresar con los medios que posee el
inspirado lo que ellos mismos perciben en el mundo imaginativo,
constituyéndose así en servidores del Verbo.
Esto
es otro ejemplo que demuestra cuán exactos son los Evangelios; es
preciso tomar cada palabra literalmente. Todo es exacto y preciso en
estos documentos cuyo fundamento es la ciencia espiritual, y
frecuentemente el hombre moderno no tiene idea de la precisión y
exactitud con que en ellos se eligen las palabras.
Pero
una vez más, como siempre cuando hacemos semejantes contemplaciones
desde el punto de vista antroposófico, debemos recordar que para la
ciencia espiritual los Evangelios no son realmente la fuente del
conocimiento. El hecho de que algo figure en los Evangelios, no ha de
significar que se trate de una verdad absoluta para aquel que se
halla firmemente sobre el terreno de la ciencia espiritual. El
investigador espiritual no se inspira en documentos escritos, sino
que se basa en lo que a su tiempo le concede la propia investigación
en el campo de la ciencia espiritual. Lo que en nuestros tiempos las
entidades del mundo espiritual tienen que decir al iniciado y al
clarividente, es para ellos la fuente de la verdadera ciencia
espiritual. En cierto modo, esta fuente es actualmente la misma que
en los tiempos de los cuales acabo de hablar. Por esta razón, aún
hoy se puede llamar clarividentes a los hombres que tienen la visión
del mundo imaginativo, mientras que se reserva el término de
“iniciados” a los que pueden elevarse a los grados de la
inspiración y la intuición. De modo que, para nuestros tiempos, el
término “clarividente” no es necesariamente idéntico a
“iniciado”.
Lo
que encontramos en el Evangelio de Juan, sólo pudo fundarse en la
investigación del iniciado que fue capaz de elevarse al conocimiento
inspirado e intuitivo. El contenido de los demás Evangelios pudo
fundarse en lo que nos comunican hombres clarividentes poseedores del
conocimiento imaginativo que todavía no pudieron elevarse al mundo
inspirativo e intuitivo. Si nos atenemos estrictamente a la
diferencia antes indicada, resulta que el Evangelio de Juan se basa
en la iniciación; los otros tres, principalmente el de Lucas -
incluso según el propio testimonio de su autor - en la
clarividencia. Debido a que se basa principalmente en la
clarividencia, sirviéndose de todo lo que el más experto
clarividente puede percibir, el Evangelio de Lucas nos ofrece una
imagen exacta de lo que en el Evangelio de Juan sólo puede
expresarse en pálidas imágenes. Para destacar la diferencia más
claramente, quisiera agregar lo siguiente.
Supóngase
- lo que difícilmente podría ocurrir en nuestra época - que un
hombre fuese iniciado de manera que para él estuviera abierto el
mundo de la inspiración y la intuición, pero sin que fuera
clarividente, o sea conocedor del mundo imaginativo. Podría suceder
entonces que semejante hombre encontrase a otro que acaso no
estuviese iniciado, pero para quien, debido a ciertas circunstancias,
estuviese abierto el mundo imaginativo. Este último podría
comunicar al primero, mucho de lo que éste no ve, pero que él
podría quizás explicar por medio de la inspiración, sin poder
percibirlo, porque le falta la clarividencia. Hoy son numerosos los
hombres clarividentes, sin ser iniciados; en cambio, difícilmente
puede haber el caso contrario. A pesar de todo podría darse el caso
que un iniciado tuviera el don de la clarividencia, pero que por
cualquier razón en cierta circunstancia no pudiera alcanzar la
visión imaginativa; entonces un hombre clarividente podría
comunicarle ciertos hechos que el iniciado no ha podido conocer.
Una
vez más debemos destacar expresamente que la antroposofía o ciencia
espiritual se basa únicamente en la investigación de los iniciados,
por lo que ni el Evangelio de Juan, ni los demás son la fuente de su
conocimiento. Su única fuente consiste en lo que se puede investigar
sin apoyarse en ningún documento histórico. Pero después empleamos
los documentos y tratamos de comparar con ellos lo que hoy puede
encontrar la investigación espiritual. Lo que la investigación
espiritual puede encontrar hoy y en cualquier momento acerca de los
hechos en torno del Cristo, sin apoyarse en documento alguno, lo
reencontramos en el Evangelio de Juan de la manera más grandiosa. Lo
consideramos muy valioso porque nos muestra que ha sido creado por
alguien que escribió como hoy sabe escribir el que está iniciado en
el mundo espiritual. En cierto modo, la voz que hoy se puede escuchar
es la misma que nos llega desde las profundidades de los siglos.
Algo
similar se puede decir respecto a los otros Evangelios, incluso para
el Evangelio de Lucas. Las imágenes que describe su autor no son
para nosotros la fuente del conocimiento de los mundos superiores,
sino aquello que nos da el elevarse a los mundos suprasensibles
mismos. Y cuando hablamos de los hechos en torno del Cristo, nuestra
fuente es aquel grandioso cuadro de imaginaciones que se nos presenta
al dirigir la mirada espiritual sobre lo que sucedió al principio de
la era cristiana. Lo que se nos presenta de esta manera, lo
comparamos con los cuadros e imaginaciones que se describen en el
Evangelio de Lucas. Este ciclo de conferencias ha de mostrarnos cómo
se relacionan los cuadros imaginativos que obtiene el hombre actual,
frente a las descripciones del Evangelio de Lucas.
Es
cierto que para la investigación espiritual de lo sucedido en el
pasado, existe una
sola fuente,
la cual no reside en los documentos exteriores. Ni las piedras que
sacamos del suelo, ni los documentos que se guardan en los archivos,
ni las crónicas de los historiadores - inspirados o no - constituyen
la fuente de la ciencia espiritual.
La
fuente de nuestra investigación espiritual consiste en lo que somos
capaces de leer en la crónica eterna e imperecedera que es la
Crónica
del Akasha. Existe
pues la posibilidad de conocer lo que ha sucedido, sin recurrir a
ningún documento exterior. El hombre actual puede optar por dos
caminos con el fin de obtener noticias del pasado. Por un lado, puede
tomar los documentos históricos (si quiere conocer algo de los
acontecimientos exteriores), o bien, los documentos religiosos (si
quiere saber algo de las condiciones espirituales). Por el otro lado
puede preguntar: ¿Qué saben decirnos los hombres a cuyo ojo
espiritual es asequible esa crónica eterna que llamamos la crónica
del Akasha: el grandioso panorama en que está registrado con una
escritura indeleble todo lo que ha sucedido en el curso de la
evolución del universo, de la Tierra y de la humanidad?.
Quien
se eleva a los mundos suprasensibles, aprende a leer esta crónica
paso a paso. No se trata de una escritura común. Imagínense tener
ante el ojo espiritual el curso de los acontecimientos del pasado, en
forma de una imagen nebulosa, por ejemplo, hazañas y personalidad de
César Augusto. Así se presenta ante el investigador espiritual y en
cualquier momento puede volver a percibirlo. No necesita testimonios
exteriores; basta que él dirija su mirada espiritual hacia un punto
determinado del devenir cósmico o de la humanidad, y se le
presentarán los acontecimientos respectivos en una imagen
espiritual. La mirada espiritual puede recorrer el pasado, y lo que
así percibe, se registra como resultado de la investigación
espiritual.
¿Qué
sucedió en los tiempos en que se inició la era cristiana?.
Lo
que sucedió en esa época se percibe mediante la vista espiritual y
puede compararse con lo que se relata, por ejemplo, en el Evangelio
de Lucas. El investigador espiritual verifica que hubo entonces
hombres que también veían lo sucedido en el pasado, a través de la
visión espiritual; y podemos confrontar lo que ellos describen como
su mundo contemporáneo, con lo que la mirada retrospectiva puede
revelarnos acerca de aquellos tiempos a través de la Crónica del
Akasha. Siempre hay que tener presente que no nos atenemos a los
documentos, sino que nos inspiramos en la investigación espiritual,
para después buscar en los documentos lo que nos dice la propia
investigación espiritual. Debido a ello, las Escrituras adquieren
mayor valor, porque podemos verificar su contenido a través de
nuestra propia investigación. Crece su valor como expresión de la
verdad, porque nosotros mismos podemos escudriñarla. Al referirnos a
estos hechos, debemos señalar al mismo tiempo, que “leer en la
Crónica del Akasha” no es tan fácil como la observación de los
hechos del mundo físico. Tomemos un ejemplo para explicar en qué
consisten ciertas dificultades de la lectura en la Crónica del
Akasha. Lo voy a poner en evidencia refiriéndome al hombre mismo.
Sabemos
que una de las verdades elementales de la antroposofía es que el ser
humano está constituido por el cuerpo físico, el cuerpo etéreo, el
cuerpo astral y el Yo. Las dificultades se presentan desde el momento
en que se observe al hombre no solamente en el plano físico, sino en
la elevación al mundo espiritual. Al observar al hombre en su estado
de vigilia, tenemos ante nosotros la unidad de cuerpo físico, cuerpo
etéreo, cuerpo astral y Yo. Las dificultades comienzan cuando es
necesario elevarse a los mundos superiores para observar al ser
humano. Si por ejemplo nos elevamos en la noche al mundo de la
imaginación para ver el cuerpo astral que se halla fuera del cuerpo
físico, tenemos el ser humano dividido en dos organizaciones
separadas entre si.
Imagínense
lo siguiente. Alguien entra en un ambiente donde duermen varias
personas. Verá acostados los cuerpos físicos con sus cuerpos
etéreos; estos últimos los verá si posee la clarividencia;
después, si intensifica su facultad clarividente, verá los cuerpos
astrales. Pero el mundo astral es un mundo donde todo se penetra, de
modo que los cuerpos astrales se interpenetran entre sí. Y podría
acontecer (aunque difícilmente sucederá al clarividente de
experiencia) que observando a un grupo de personas durmientes, él no
sepa distinguir qué cuerpo astral pertenece a un determinado cuerpo
físico. Es algo que no sucede fácilmente, porque esta visión
pertenece más bien a los grados inferiores y el hombre que la posee
estará bien preparado para saber distinguir en un caso de esa
índole. Pero las dificultades crecen enormemente cuando en los
mundos superiores se observan, en vez del ser humano, a otras
entidades espirituales. Las dificultades son ya muy grandes con
respecto al ser humano, cuando no se lo contempla como hombre actual,
sino como entidad que pasa por encarnaciones sucesivas. Si para un
hombre que vive ahora, se pregunta: “¿Dónde estuvo su Yo en la
encarnación precedente?”, hay que pasar por la región espiritual
superior para dar con su encarnación anterior, y es preciso poder
verificar cuál Yo había pertenecido a ese hombre en cada
encarnación. De un modo bastante complicado es necesario entonces,
poder abarcar con la visión espiritual la continuidad del Yo junto
con sus diversas etapas terrestres. Cuando se busca la morada de un
Yo en cuerpos del pasado, es muy fácil equivocarse. Al elevarse a
los mundos superiores, no es tan fácil establecer la relación de
todo aquello que pertenece a una personalidad con lo que está
registrado en la Crónica del Akasha como sus encarnaciones
anteriores.
Supóngase
que un clarividente o iniciado se propusiera averiguar cuáles fueron
los antepasados físicos de un tal José Pérez. Puede darse el caso
que todos los documentos exteriores se hayan perdido, de modo que
sólo se pudiera recurrir a la Crónica del Akasha para identificar
sus antepasados físicos: padre, madre, abuelo, etc. Así se tendría
una idea de cómo se había formado el cuerpo físico en la línea de
la descendencia física. Luego podría preguntarse: ¿Cuáles fueron
las encarnaciones
anteriores
de este José Pérez?. Para responder a esta pregunta hay que tomar
otro camino que para establecer los antepasados físicos. Quizás uno
deba remontarse a un pasado muy lejano, si se quiere llegar a las
encarnaciones precedentes del Yo
de
este hombre. Resulta pues que tenemos dos corrientes, porque el
cuerpo físico tal como es ahora, no es una creación nueva; ha
descendido de los antepasados por la línea hereditaria. Pero el Yo
tampoco es una creación nueva, puesto que se retrotrae a las
encarnaciones anteriores. Y lo que vale para el cuerpo físico y para
el Yo, vale también para el cuerpo etéreo y para el cuerpo astral,
pues el cuerpo etéreo tampoco es una creación totalmente nueva,
sino que de algún modo puede haber evolucionado a través de las
formas más diversas. En otra oportunidad les he dicho que el cuerpo
etéreo de Zaratustra (o Zoroastro) reapareció en el cuerpo etéreo
de Moisés. En los antepasados físicos de Moisés tenemos entonces
una de las dos corrientes, mientras que los antepasados de su cuerpo
etéreo nos dan la otra. Esta nos conduciría al cuerpo etéreo de
Zoroastro y a otros cuerpos etéreos. Así como distintas corrientes
corresponden a los cuerpos físico y etéreo, así sucede con el
cuerpo astral. Cada uno de los vehículos de la naturaleza humana
puede seguir el curso de las más diversas corrientes. Se puede
decir: el cuerpo etéreo es la reencarnación etérea de un cuerpo
etéreo que estaba en otra individualidad, no en la misma en que se
encontraba el Yo. Lo mismo se puede decir para el cuerpo astral.
Cuando
nos elevemos a los mundos superiores para averiguar lo concerniente a
los vehículos anteriores de un hombre, veremos que las distintas
corrientes toman distintas direcciones. Una conduce a ésta, la otra
a aquella dirección, de modo que se nos presentan procesos muy
complicados en el mundo espiritual. Por lo tanto, para comprender a
un hombre desde el punto de vista de la investigación espiritual, no
basta con describirlo como descendiente de sus antepasados, ni el
hecho de que su cuerpo etéreo o su cuerpo astral provienen de esta o
aquella personalidad, sino que se debe dar una descripción completa
del camino de cada uno de los cuatro vehículos hasta su unión en el
ser humano actual. No se puede hacer todo de una vez. Uno puede, por
ejemplo, estudiar el camino recorrido por el cuerpo etéreo y quizá
llegar a datos instructivos. Otro puede estudiar el camino del cuerpo
astral, de modo que ambos darán a conocer los resultados
correspondientes. Para el que no sea capaz de observar lo que los
clarividentes pueden decir de una individualidad, será totalmente
indistinto lo que diga este o aquel; le parecerá que se describe
siempre lo mismo. La descripción de la personalidad física le dará
la misma impresión que la del cuerpo etéreo, siempre pensará que
se trata simplemente de la descripción de José Pérez.
Todo
esto les permitirá comprender lo complicado de las condiciones que
se nos presentan, si desde el punto de vista de la investigación
espiritual queremos referirnos a la naturaleza de cualquier hecho del
mundo - sea del hombre o de otras entidades - y también comprenderán
que solo la investigación más amplia y extensa en la Crónica del
Akasha hará ver claramente la naturaleza de un ser mediante el ojo
espiritual.
La
entidad del Cristo Jesús, incluso si la consideramos en el sentido
como la describe el Evangelio de Juan, ya sea antes o después del
bautismo en el Jordán, quiere decir si la consideramos como Jesús
de Nazareth antes del bautismo, o como Cristo después del bautismo,
se nos presenta con su Yo, su cuerpo astral, su cuerpo etéreo y su
cuerpo físico. Para describirla íntegramente desde el punto de
vista de la Crónica del Akasha, debemos investigar los caminos que
habían recorrido estos cuatro vehículos de la entidad de Cristo
Jesús, tal como fue en aquel entonces. Solo así la podemos
comprender correctamente. Se trata de comprender lo que se nos
comunica sobre los hechos en torno del Cristo, desde el punto de
vista de la investigación espiritual; ésta puede proyectar una luz
sobre aparentes contradicciones en los cuatro Evangelios.
Frecuentemente
he señalado por qué la investigación actual, puramente
materialista, no puede comprender el gran valor de las verdades del
Evangelio de Juan. Esta ciencia no puede comprender que un iniciado
de grados más elevados tiene una penetración más profunda que los
demás. Los que objetan el contenido del Evangelio de Juan, tratan de
establecer una especie de armonía en los otros tres, los Evangelios
sinópticos; esto es, sin embargo, muy difícil, si tal armonía se
busca solamente en base a los sucesos exteriores. Pues sobre la vida
de Jesús de Nazareth antes del bautismo en el Jordán (a que nos
referiremos en la próxima conferencia) nos hablan dos evangelistas,
el del Evangelio de Mateo y el del Evangelio de Lucas. Para la
consideración materialista hay entre las dos descripciones
diferencias tan grandes que en nada son inferiores a la discrepancia
que supuestamente existe entre los tres Evangelios sinópticos y el
de Juan.
Tomemos
por ahora los siguientes hechos: El autor del Evangelio de Mateo
relata que se preanuncia el nacimiento del fundador del cristianismo,
que este nacimiento tiene lugar, y que del Oriente llegan los Magos
que habían visto la estrella y que ésta los ha guiado al lugar
donde nace el Redentor. Esto llama la atención de Herodes que ordena
la muerte de los niños de Belén. Para salvarse, los padres del
Redentor huyen con el niño a Egipto. Después de la muerte de
Herodes, se hace saber a José, padre de Jesús, que ya puede volver,
pero por temor al sucesor de Herodes, José no vuelve a Belén, sino
que se va a Nazareth.
Por
ahora prescindo de la anunciación del Bautista, pero quiero llamar
la atención sobre el hecho siguiente: si comparamos el Evangelio de
Lucas con el de Mateo, notamos que en ellos el preanuncio del
nacimiento de Jesús se hace de distintas maneras; en un caso a José,
en el otro a Maria. El Evangelio de Lucas nos relata que los padres
de Jesús son oriundos de Nazareth y que para cumplir con el censo se
trasladan a Belén, donde nace Jesús. A los ocho días se practica
la circuncisión - nada se dice de una fuga a Egipto -. Al cabo de
poco tiempo, el niño es presentado en el Templo y se cumple el
sacrificio habitual del rito, después de lo cual los padres vuelven
con el niño a Nazareth, y siguen viviendo allí. Luego se relata un
rasgo muy notable: el hecho de que, a la edad de doce años, en
oportunidad de la visita de sus padres a Jerusalén, Jesús se queda
en el Templo. Los padres lo buscan y lo encuentran en el Templo en
medio de los que explican la Escritura. Aparece ante ellos como
versado y sabio entre los doctores. Después se agrega que los padres
vuelven con el niño a Nazareth y que éste va creciendo, sin que se
llegue a saber nada en particular hasta el bautismo en el Jordán.
Tenemos
pues dos relatos distintos con relación a Jesús de Nazareth antes
de
la incorporación del Cristo. Quien trate de unificarlos, partiendo
de los conceptos materialistas corrientes, tendrá que preguntarse
ante todo como se puede conciliar el relato de que los padres, José
y María, son inducidos a huir a Egipto inmediatamente después del
nacimiento de Jesús - para volver más tarde - con el relato de la
presentación en el Templo, según Lucas.
Veremos
que la absoluta contradicción que se da para la concepción física,
se presentará como verdad a la luz de la investigación espiritual.
¡Ambos
relatos son verídicos!. Precisamente
los tres Evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas debieran
obligarnos a una concepción espiritual de los acontecimientos de la
evolución. Debiérase admitir que frente a estos documentos no se
llega a nada, si no se reflexiona sobre las aparentes
contradicciones, o si se habla de “relatos poéticos”, cuando no
se llega a ver las realidades.
En
las conferencias sobre el Evangelio de Juan, no hubo motivo para
hablar sobre lo sucedido antes del bautismo en el Jordán. En este
ciclo de conferencias, en cambio, se ofrece la oportunidad de
hacerla; y si por la investigación en la Crónica del Akasha vemos
cómo fue la naturaleza de Jesús de Nazareth antes de incorporarse
el Cristo en sus tres envolturas, será posible solucionar ciertos
enigmas concernientes al cristianismo.
En
la próxima conferencia empezaremos a examinar la naturaleza y la
vida de Jesús de Nazareth, según la Crónica del Akasha, para poder
preguntar si lo que esta fuente nos revela sobre el verdadero ser de
Jesús de Nazareth coincide con lo que describe el Evangelio de
Lucas, como narración hecha por los que a la sazón fueron los
“videntes” o ministros del Verbo que es el Logos.
traducción de Julio Luelmo sept. 2018