GA114 Basilea 19 de sept. de 1909 -La confluencia de las grandes corrientes del budismo y de Zaratustra en Jesús de Nazaret. El Niño Jesús Nathanico y el Niño Jesús Salomónico. evangelio de S. Lucas 5ª conferencia

RUDOLF STEINER

BUDISMO Y ZOROASTRISMO CONFLUYEN
EN EL ACONTECIMIENTO DE PALESTINA


Basilea 19 de sept. de 1909

cuarta conferencia

Las grandes corrientes espirituales de la humanidad que en el mundo marcan su curso, tienen, cada una, su particular misión. No toman su curso aisladamente, sino que sólo durante ciertas épocas se desenvuelven separadas; luego se cruzan y se fecundan mutuamente de la manera más variada. En el acontecimiento de Palestina, vemos, en particular, una grandiosa confluencia de corrientes espirituales de la humanidad, y es nuestra tarea contemplar estos hechos cada vez más claramente. Pero las concepciones del mundo no toman su curso, como uno podría imaginárselo, abstractamente, como si fluyesen por el aire, por así decirlo, para confluir en un determinado punto, sino que se manifiestan a través de entidades, a través de individualidades. Para que una concepción del mundo surja por primera vez, tiene que haber una individualidad como exponente de ella y, donde corrientes espirituales confluyen y se fecundan mutuamente, tiene que suceder algo de singular importancia en los exponentes de ellas. Lo expuesto en la conferencia anterior acerca de cómo las dos grandes corrientes espirituales, el budismo y el zaratustrismo, confluyen concretamente en el acontecimiento de Palestina, podría parecer complicado. Abstractamente podríamos mostrar como se unen esas dos concepciones del mundo, mas como antropósofos es nuestro deber referirnos, tanto a las individualidades que fueron sus exponentes, como asimismo a su contenido, pues de lo abstracto, el antropósofo siempre debe pasar más a lo concreto. No hay que extrañarse de que un acontecimiento tan grandioso y sublime solo haya podido realizarse a través de hechos externos tan complicados y que el zaratustrismo y el budismo no hayan confluido sin prepararlo lenta y paulatinamente. Vemos que el budismo se vertió y obró en la entidad humana que nació de la línea natánica de la casa de David, como el niño que, como hijo de José y Maria, se describe en el Evangelio de Lucas. Aparte, tenemos los otros padres José y Maria con el otro niño, oriundos de Belén y descendientes de la línea salomónica de la estirpe de David, descriptos por el autor del Evangelio de Mateo. Este niño Jesús de la línea salomónica es el portador de la individualidad que como Zaratustra (o Zoroastro) había fundado la antigua cultura persa. Al principio de nuestra era, tenemos pues dos individualidades que representan las dos corrientes: por un lado, el budismo que se describe en el Evangelio de Lucas y, por el otro lado, el zaratustrismo como lo describe Mateo, en el Jesús de la línea salomónica de la estirpe de David. Los momentos de los nacimientos de los dos niños no coinciden exactamente.
Aquí tengo que referirme a hechos que no figuran en los Evangelios; pero éstos se comprenden mejor si de la Crónica del Akasha se llega a conocer lo que, a su tiempo, los Evangelios no pudieron relatar, de lo cual, sin embargo, muestran los efectos y las consecuencias. Hay que tener presente que las palabras con que termina el Evangelio de Juan son aplicables a todos los Evangelios: “en el mundo no cabrían los libros que se habrían de escribir para relatar todos los hechos que habría que describir.” Y las revelaciones que la humanidad ha obtenido por el cristianismo, no fueron dadas al mundo como algo concluido y depositado en libros formando un todo. La verdad está en las palabras: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Cristo está con nosotros ¡no como muerto, sino como vivo!. Los que tienen el ojo espiritual abierto, llegarán a saber, siempre de nuevo, lo que El ha de darnos. El cristianismo es una corriente espiritual viviente, y continuará en dar nuevas revelaciones, en tanto que los hombres sean capaces de recibirlas. En esta conferencia comunicaré algunos hechos cuyas consecuencias se hallan en los Evangelios, si bien no figuran directamente en ellos; pero quienquiera puede examinarlos a la luz de los hechos externos, y los encontrará confirmados.
Los dos niños Jesús nacieron con algunos meses de diferencia, uno de otro. Pero tanto el Jesús del Evangelio de Lucas como así también Juan Bautista nacieron lo suficiente más tarde que no fueron victimas del así llamado infanticidio de Belén. El que lee en la Biblia el infanticidio de Belén, tendría que preguntarse: ¿Cómo se explica entonces que Juan pudo sobrevivir?. Más resulta que, a pesar de todo, los hechos se confirman. Reflexiónese que, si el Jesús del Evangelio de Mateo es llevado por sus padres a Egipto y, si poco antes o al mismo tiempo nace Juan, quedando éste, naturalmente, en Palestina donde debería haberle tocado el homicidio por Herodes, es obvio que no habría sobrevivido. Pensándolo, hay que admitir que Juan tendría que haber muerto, si realmente fueron muertos todos los niños menores de dos años. En cambio, todo se explica si se consideran los hechos de la Crónica del Akasha, por los cuales se aclara que los sucesos de los Evangelios de Mateo y de Lucas no tienen lugar al mismo tiempo, de modo que el nacimiento del Jesús natánico cae fuera del tiempo del “infanticidio de Belén”. Lo mismo ocurre en cuanto a Juan. Si bien hay sólo algunos meses de diferencia, bastan para hacer posible tales hechos. Por los detalles más íntimos, también se comprenderá la naturaleza del Jesús del Evangelio de Mateo; en él renace la individualidad que hemos identificado como Zoroastro de la antigua cultura persa. Sabemos que en tiempos pasados él había dado a su pueblo persa la gran enseñanza del Ahura Mazdao, el gran Espíritu Solar. También sabemos que este Ser Solar es la parte espiritual-anímica del Sol que se nos presenta en su parte física. En virtud de ello, Zoroastro pudo decir: ¡No miréis solamente como brilla el sol físico, sino mirad la poderosa entidad que irradia sobre nosotros su benéfico obrar, tal como el sol físico nos dona sus efectos benéficos en la luz y el calor!”. Zoroastro anunció al pueblo persa el “Ahura Mazdao” que más tarde fue llamado Cristo. No lo anunció como un ser de existencia sobre la Tierra, sino que señaló al Sol, diciendo: “Allí vive; va acercándose a la Tierra y, en su tiempo, vivirá sobre ella en un cuerpo”.
Considerándolo, también se comprenderá la enorme diferencia entre el
zaratustrismo y el budismo. Mientras estaban separados, había una profunda diferencia entre ellos, mas las diferencias se armonizan desde el momento en que las dos corrientes confluyen y vuelven a rejuvenecerse por los acontecimientos de Palestina. Recordemos, una vez más, lo que el Buda ha dado al mundo. Hemos descrito la enseñanza del Buda como el “sendero de ocho etapas” en que se indica al alma humana lo que debe adquirir si quiere evitar los graves efectos del karma. El Buda ha dado al mundo lo que en el curso del tiempo los hombres, por su propia fuerza anímica y su moral, deben desarrollar como piedad y amor. Cuando el Bodisatva apareció como Buda, fue un momento de singular importancia. Si el Bodisatva, en aquel tiempo, no hubiera aparecido íntegramente en el cuerpo del gran Buda, el alma propia de todos los hombres no habría podido adquirir lo que llamamos “Darma”, que es el obrar según ley natural, el que el hombre por sí mismo sólo puede desarrollar si se libera de su contenido astral a fin de salvarse de todos los desafortunados efectos del karma. A esto se alude grandiosamente en una leyenda que relata que el Buda logra “hacer girar la rueda de la ley”, lo que significa que de la elevación del Bodisatva fluye verdaderamente una corriente que se vierte sobre toda la humanidad; y esto tuvo como resultado que, desde entonces, los hombres pudieron desarrollar Darma de la fuerza de su propia alma, y elevarse al sendero de ocho etapas, en toda su profundidad. Todo se origina en que el Buda empezó a desarrollar su enseñanza como fundamento del sentido moral de la humanidad, lo que fue la misión del Bodisatva. Comprenderemos cómo se reparten las distintas misiones entre las grandes individualidades, cuando en el budismo encontramos originariamente lo que el hombre puede experimentar en su propia alma como su gran ideal. La predicación del Buda contiene el ideal del alma humana, lo que el hombre es y será. Pero con esto debió contentarse esta individualidad. En el budismo todo es fuerza interior del alma, todo se refiere al hombre mismo y su desarrollo, y nada encontramos en el origen del verdadero budismo de lo que podemos llamar “ideas cosmológicas”, si bien éstas fueron introducidas más tarde. La verdadera misión del Bodisatva consiste en dar al hombre la enseñanza del ser interior del alma propiamente dicho. En ciertas prédicas, el Buda incluso se niega a hablar específicamente del ordenamiento cósmico. Todo se formula de tal manera que el desarrollo del alma humana va progresando, cada vez más, si sobre sí deja obrar las enseñanzas del Buda. Se considera al hombre como un ser en sí, prescindiendo del gran seno materno del universo en que él tiene su origen. Debido a que ésta fue la misión especial del Bodisatva, la enseñanza del Buda, si se la reconoce en su verdadero valor, habla tan profundamente al corazón y al alma humana y, por la misma razón, impresiona al alma con profundos sentimientos cuando, rejuvenecida, se presenta en el Evangelio de Lucas.
Una misión muy distinta tuvo la individualidad que, como Zoroastro, se había encarnado en el antiguo pueblo persa; él dio la comprensión espiritual del Dios en el Universo y del gran cosmos. Buda hizo dirigir la mirada hacia la interioridad, diciendo: Con el desarrollo del hombre, del no conocer surgen paulatinamente los “seis órganos” que hemos enumerado como los cinco órganos sensorios y el Manas. Pero todo lo que se halla en el hombre, tiene su origen en el universo; no tendríamos ojos con sensación de la luz, si la luz no los hubiera generado del organismo. Goethe dice: “El ojo fue creado por la fuerza de la luz y para la luz”. Esto es una profunda verdad. De órganos indiferenciados que antes existían en el cuerpo humano, la luz ha plasmado los ojos. Así también, todas las fuerzas espirituales del mundo obran sobre el hombre formativamente. Lo que él posee en su interior, ha sido primeramente organizado por las fuerzas divino-espirituales. A todo lo interno corresponde pues algo externo. Desde afuera fluyen en el hombre las fuerzas que después se hallan en él, y la misión de Zoroastro fue, señalar lo que existe en el externo, lo que “rodea” al hombre. Por ello habló de los “Amshaspands”, los grandes genios, enumerando, primero, seis, aunque en realidad son doce, pero los otros seis están ocultos. Ellos obran desde afuera como los forjadores y plasmadores de los órganos humanos. Zoroastro mostró que detrás de los órganos sensorios humanos se hallan los creadores del hombre, señalando a los grandes genios, las fuerzas que encontramos fuera de nosotros. El Buda, en cambio, habló de las fuerzas que obran y se hallan ocultas dentro del hombre. Zoroastro señaló, además, a las fuerzas y entidades que figuran debajo de los Amshaspands, a saber, los veintiocho “Izards” o “Izeds”, que también obran sobre el hombre desde afuera, para colaborar en la formación de su organización interior. Siempre se trata de lo espiritual en el cosmos, de las correlaciones externas. Y en tanto que el Buda señaló la sustancia del pensar que del alma humana hace surgir los pensamientos, Zoroastro se refirió a los “Farohars” o “Ferruers”, o también “Fravashars”, los “Pensamientos Creadores del Mundo” que se hallan en torno nuestro, dispersados por todas partes del mundo; pues lo que en el hombre vive como pensamientos, existe por doquier en el mundo circundante.
Es que Zoroastro tuvo que dar una concepción del mundo capaz de descifrar y analizar el mundo externo y destinada para un pueblo llamado a echar mano a la obra y a trabajar el suelo, todo de acuerdo con la característica particular del antiguo pueblo persa. También podemos decir que Zoroastro era llamado a educar al hombre para adquirir fuerzas y habilidad de actuar en el mundo externo, si bien esto se llevó a cabo incluso de una manera repugnante para el hombre de nuestros días. Fue la misión de Zoroastro engendrar fuerza, habilidad y firmeza para la actividad exterior, sabiendo que el hombre no sólo está guarecido en su propia interioridad, sino que se halla en el seno del mundo divino-espiritual. Así, el hombre pudo decirse: “Dondequiera te encuentres en el universo, no estás solo; te encuentras en un cosmos espiritual y perteneces a la esfera de los dioses y seres espirituales del universo; has nacido del espíritu y en él existes; con cada aliento respiras espíritu divino y, al expirar, te preparas para ofrecer un sacrificio al gran Espíritu,” De conformidad con su misión, la iniciación de Zoroastro también fue otra que la de los demás grandes misionarios de la humanidad.
Recordemos ahora lo que debió hacer la individualidad que se había encarnado en Zoroastro. Ella había llegado a tan alto grado de su evolución que fue capaz de predisponer lo necesario para la próxima corriente cultural, o sea, la cultura egipcia. Zoroastro tuvo dos discípulos, uno fue la individualidad que más tarde reapareció como el Hermes egipcio; el otro fue la que más tarde reapareció como Moisés. Cuando estas dos individualidades volvieron a encarnarse, el cuerpo astral de Zoroastro, que él había ofrecido en sacrificio, fue incorporado a Hermes. Hermes recibió el cuerpo astral de Zoroastro para que todo cuanto éste había conquistado como ciencia universal exterior, pudiera resurgir en el mundo externo. A Moisés, en cambio, fue transmitido el cuerpo etéreo de Zoroastro; y puesto que con el cuerpo etéreo se vincula lo que se desarrolla en el tiempo, a Moisés, al hacerse consciente de los misterios de su cuerpo etéreo, le fue posible recordar lo sucedido en el decurso del tiempo y reproducirlo en las grandiosas imágenes del Génesis. Así siguió obrando Zoroastro con la potencia de su individualidad, inaugurando e influyendo la cultura egipcia, y lo que de ella derivó como la antigua cultura hebrea.
Semejante individualidad está llamada a grandes obras, incluso por la importancia de su Yo. El Yo de Zoroastro volvió a encarnarse siempre de nuevo. Pues una individualidad tan evolucionada es capaz de volver a formar un nuevo cuerpo astral santificado y fortalecer un nuevo cuerpo etéreo, a pesar de haber cedido los que antes había poseído; de modo que Zoroastro volvió a encarnarse y apareció seiscientos años antes de nuestra era en la antigua Caldea, como Zaratas o Nazaratos, que fue el maestro de Pitágoras y de la escuela esotérica caldea; adquirió, también, una amplia y grandiosa visión del mundo externo. Si, con verdadera comprensión, nos compenetramos de la sabiduría de los caldeos, mediante lo que da, no la antropología sino la antroposofía, nos formaremos una idea de cuanto Zoroastro, como Zaratas, pudo enseñar en las escuelas esotéricas de los antiguos caldeos. Todo lo que Zoroastro pudo enseñar y dar al mundo, estuvo orientado, como queda dicho, hacia el mundo externo, a fin de introducir orden y armonía en este mundo. Por esto, el arte de crear y organizar imperios, con el correspondiente orden social, según el progreso de la humanidad, fue también parte de la misión de Zoroastro. En virtud de ello, se justifica llamar, no solo grandes “magos” e “iniciados”, sino también “reyes” a los conocedores del arte de crear la organización y el orden en lo social externo.
En las escuelas de los caldeos se había desarrollado un profundo afecto hacia la individualidad (no la personalidad) de Zoroastro. Los sabios de Oriente sentían honda afinidad con su gran ductor; veían en él al astro de la humanidad, pues Zoroastro significa “Estrella de Oro” o “Estrella de Esplendor”; veían en él un reflejo del Sol mismo. Gracias a su profunda sabiduría, no les quedaba oculto el hecho de que su maestro había reaparecido en Belén. Guiados por su “estrella”, fueron a llevarle los símbolos exteriores de lo mejor que él había dado a la humanidad: la sabiduría y el conocimiento del mundo exterior y de los misterios del cosmos, todo acogido en el cuerpo astral humano, en el pensar, sentir y querer; de modo que los discípulos de Zoroastro quisieron impregnar las fuerzas del alma, el pensar, el sentir y el querer, con la sabiduría que se puede extraer de la profundidad del mundo divino-espiritual. Para estos conocimientos que se adquieren por compenetrarse de los misterios exteriores, se tenía como símbolos el oro, el incienso y la mirra. El oro como símbolo del pensar, el incienso por la devoción en el sentir, la mirra por la fuerza de la voluntad. De esta manera, los sabios al presentarse ante él, evidenciaron su vínculo con el maestro reaparecido en Belén. El autor del Evangelio de Mateo nos relata, pues, correctamente que los sabios que ya antes habían sido discípulos de Zoroastro, supieron que él reapareció como hombre entre los hombres; nos relata, además, que ellos evidenciaron su parentesco espiritual mediante los tres símbolos: oro, incienso y mirra, por lo mejor que él les había dado.
Con el fin de dar nuevamente a la humanidad, pero en forma rejuvenecida, lo que ya antes le había dado, era necesario que Zoroastro, en la persona del Jesús de la línea salomónica de la estirpe de David, pudiese obrar con el desenvolvimiento de todo su poder. Para ello debió utilizar toda la fuerza que antes ya poseía y, es por esta razón que como primer paso no le correspondía nacer en un cuerpo de la línea sacerdotal, sino únicamente en un cuerpo de la línea real. Así, el Evangelio de Mateo alude al vínculo del título de rey en la antigua Persia con la descendencia del niño en que Zoroastro se encarnó. Los antiguos libros de sabiduría del Asia Occidental siempre se han referido a estos hechos; quienes los comprendan realmente, sabrán interpretarlos en tal sentido. En el Antiguo Testamento tenemos, por ejemplo, dos profecías: una en el libro apócrifo de Enoc que se refiere, ante todo, al Mesías natánico de la línea sacerdotal, la otra, en los Salmos que nos conduce al Mesías de la línea real. Todos los pormenores del sentido de las Escrituras concuerdan con los hechos que encontramos en la Crónica del Akasha. Pero ahora Zoroastro debió aunar todas sus fuerzas de antes: a la cultura egipcia y a la antigua hebrea, o sea, a Hermes y Moisés, había cedido lo que había tenido en su cuerpo astral y en su cuerpo etéreo; y con estas fuerzas debió volver a unirse. En cierto sentido, debió volver a traer de Egipto las fuerzas de su cuerpo etéreo. En esto se nos presenta un profundo misterio, pues el Jesús de la línea salomónica, es decir, Zoroastro reencarnado debe ser y es conducido a Egipto, pues allí se hallan las fuerzas emanadas de sus cuerpos etéreo y astral, las fuerzas que él había cedido a Moisés y a Hermes, respectivamente. Por haber influenciado la cultura egipcia debió, en cierto modo, ir a buscar las fuerzas cedidas y conducidas allí. Así se explica la “fuga a Egipto” y lo que espiritualmente sucedió: el compenetrarse de todas las fuerzas que él ahora necesitaba para volver a donar a la humanidad, eficazmente y rejuvenecido, lo que en tiempos pasados ya le había dado.
Así, vemos que el niño Jesús cuyos padres eran oriundos de Belén, es correctamente descrito por Mateo; sólo Lucas relata que los padres de Jesús (al que él se refiere) eran oriundos de Nazareth, que ellos se trasladaron a Belén para el censo, que dentro de tan breve lapso de tiempo este niño nació en Belén, y que después retornan a Nazareth. El Evangelio de Mateo solamente indica que Jesús nace en Belén, que tiene que ser llevado a Egipto y que, después de retornar de Egipto, sus padres se radican en Nazareth, para tener a Jesús, que es Zoroastro reencarnado, próximo a aquel que representa la otra corriente, la del budismo. Así, las dos concepciones del mundo se reúnen en la realidad concreta.
Donde los Evangelios son muy profundos, nos revelan con toda sabiduría de qué se trata. Lo que en el ser humano ante todo se vincula con la voluntad y con la fuerza, o sea, el elemento “real” (en sentido técnico) es heredado del elemento paterno, como bien lo sabían los que conocieron los secretos de la existencia. En cambio, lo que se relaciona con la interioridad, con la sabiduría y la íntima agilidad del espíritu, se transmite por el elemento materno. Goethe, profundo conocedor de los misterios de la existencia, alude a esta correlación con las palabras:

Del padre tengo la figura,
el firme modo de vivir,
de la madre la naturaleza alegre,
y las ganas de fantasear.

Es una verdad que en muchos casos se halla confirmada. El hombre hereda del elemento paterno la figura física, lo que ésta expresa directamente, como asimismo “el firme modo de vivir” que depende del carácter del Yo. Es por esta razón que el Jesús salomónico debía, ante todo, heredar la fuerza, porque siempre fue su misión: transmitir al mundo lo que de fuerzas divinas irradia en el espacio. Más grandiosamente de como lo hace, no podría expresarlo el autor del Evangelio de Mateo. Como acontecimiento de singular importancia se anuncia desde el mundo espiritual el que se encarnará una extraordinaria individualidad, y se lo anuncia no a la madre, sino a José, el padre. No hay que tomarlo como una casualidad, sino que detrás de todo ello se esconde la más profunda verdad. Al Jesús de la línea natánica fueron transmitidas las cualidades interiores que se heredan de la madre, por lo que el Jesús del Evangelio de Lucas debió anunciarse a la madre, como efectivamente lo relata este Evangelio. ¡Con tal profundidad se expresan los hechos en las Escrituras religiosas!. Pero veremos que es más aún, pues lo demás que se describe también es expresión de hechos importantes. Ante todo, ha de aparecer el precursor de Jesús de Nazareth: Juan el Bautista. Sólo en el curso del tiempo podremos ocuparnos más exactamente de la individualidad del Bautista. Tomemos por ahora la imagen que se nos presenta; esto es que él tiene que preanunciar lo que ha de venir en Jesús. Lo anuncia, sintetizando con inmensa fuerza lo que decía la ley exterior y la antigua revelación. El Bautista dice que el hombre debe atenerse a lo que está escrito en la Ley y se ha conservado en la cultura, pero ha quedado olvidado por los hombres; ahora ha llegado a su madurez, pero los hombres no lo tienen en cuenta. Para cumplir con su misión, ante todo necesita la fuerza que posee una individualidad que viene al mundo como alma madura, hasta más que madura. El nace de padres viejos; posee un cuerpo astral que desde el principio es purificado, libre de todas las fuerzas que al hombre hacen caer, porque en los padres de edad avanzada no influyen las pasiones, ni los deseos. Esta es otra profunda sabiduría en el Evangelio de Lucas. Para semejante individualidad también interviene la Gran Logia Madre de la humanidad. Donde el gran Manu dirige lo que sucede en lo espiritual, se encauzan las corrientes hacia donde son necesarias. Un Yo como lo posee Juan el Bautista ha de nacer en un cuerpo bajo la dirección directa de la Gran Logia Madre, que es el centro de la vida espiritual sobre la Tierra. El Yo de Juan proviene del mismo centro que el ser anímico del niño Jesús del Evangelio de Lucas, sólo que a Jesús, ante todo, se transmitieron las cualidades que aún no habían sido compenetradas del egoísmo del yo; esto quiere decir que un alma joven se encauza hacia donde ha de encarnarse el Adán renacido.
Podría parecer extraño que desde la Gran Logia Madre pudiese ser dirigida a ese lugar un alma sin un yo desarrollado, ya que el mismo Yo que de hecho no fue dado a este niño Jesús, fue, sin embargo, dado al cuerpo de Juan el Bautista. Entre ambos, es decir, entre el ser anímico de este Jesús y el Yo de Juan el Bautista, hubo, desde un principio, una íntima relación. Normalmente, cuando el germen humano se desenvuelve en el organismo de la madre, sucede que en la tercera semana el Yo se une con los demás vehículos de la organización humana; pero sólo en los últimos meses, antes del nacimiento, va ejerciendo su influencia. Sólo entonces el Yo es una fuerza interior impulsante. Por norma, es decir, cuando el Yo influye ordinariamente a fin de producir el movimiento del embrión, se trata de un Yo que proviene de encarnaciones anteriores. En cambio, en el caso de Juan se trata de un Yo vinculado al ser anímico del Jesús natánico. Por esta razón nos dice el Evangelio de Lucas que la madre de Jesús tiene que encontrarse con la madre de Juan el Bautista, estando ésta en el sexto mes de gravidez; y lo que comúnmente es estimulado por el propio Yo en el propio organismo, es, en este caso, influenciado por el otro embrión. La criatura de Elisabet empieza a moverse en el momento de acercarse la mujer que lleva en si el niño Jesús; pues es el Yo de éste que influye sobre la criatura en la otra madre. ¡Tan profundo es el vinculo entre aquel que debió contribuir a la confluencia de las dos corrientes espirituales y el que debió preanunciarlo!.
Vemos, pues, que al principio de nuestra era sucede efectivamente algo sumamente grandioso. Los hombres en general esperan que la verdad sea “simple”, lo que se debe a la comodidad que rehuye formarse ideas. A las grandes verdades sólo se llega mediante el máximo esfuerzo espiritual. Si ya la descripción de una máquina requiere los mayores esfuerzos, no se puede pretender que las verdades supremas sean, a la vez, las más simples. La Verdad es grande y por eso complicada, de modo que hemos de esforzarnos espiritualmente si queremos llegar a la comprensión de las verdades que se refieren al acontecimiento de Palestina. Tampoco cabe objetar que nuestra manera de presentar las cosas es demasiado complicada; las presentamos tal cual son, y son realmente así, porque se trata del hecho más importante de la evolución terrestre.
Hubo, efectivamente, dos niños-Jesús: uno de los padres natánicos, José y Maria, que fue hijo de una madre joven (en hebreo corresponde la palabra “Alma”); porque para actuar como “alma joven”, Jesús debió nacer de una madre muy joven. Después de volver de Belén, estos padres con su hijo siguieron viviendo en Nazareth. No tuvieron otros hijos, pues a esta mujer únicamente correspondía ser la madre de este niño Jesús. Por otra parte, tenemos al Jesús, hijo de José y María de la línea salomónica. Después de haber regresado de Egipto y haberse mudado a Nazareth, este matrimonio tuvo otros hijos, cuyos nombres se dan a conocer en el Evangelio de Mateo, a saber: Simón, Judas, José, Jacobo y dos mujeres. Los dos niños Jesús van creciendo; el que alberga la individualidad de Zoroastro, muy acelerado va desenvolviendo las fuerzas correspondientes a que en su cuerpo actuaba tan poderosa individualidad. En cambio, la que actuaba en el otro niño Jesús, fue de una naturaleza bien distinta. Lo más importante de ella fue el Nirmanakaya del Buda que se había unido con él; y es por eso que se nos dice que, al volver los padres de Jerusalén, el niño estuvo colmado de sabiduría - vale decir: en su cuerpo etéreo - compenetrado de sabiduría, “y la gracia de Dios era sobre él” (Lucas 2, 40). No obstante, se desarrolló de tal manera que las cualidades corrientes que tienen que ver con la comprensión y el conocimiento en el mundo externo, se desenvolvieron muy lentamente. Para el juicio trivial que sólo tomaría en cuenta las fuerzas que hacen a la comprensión del mundo externo, hubiera parecido “un niño relativamente retrasado”. Pero en vez de aquellas facultades se desarrolló en este niño lo que fluía del Nirmanakaya del Buda que le cubría de su sombra; desarrolló una profunda e incomparable vida interior, una profundidad de sentimientos que impresionó sobremanera a todo el mundo. De modo que en el Jesús natánico hubo una entidad de hondo sentimiento; el Jesús salomónico, en cambio, fue una individualidad de inmensa madurez y de profunda comprensión del mundo.
A la madre del Jesús natánico, niño de tan hondo sentimiento, se habían vaticinado cosas significativas. Simeón, al hallarse frente al recién nacido y viéndole iluminado por la entidad que anteriormente, allá en la India, no le fue dado a ver como Buda, predijo lo grandioso y prodigioso que hubo de acontecer; pero expresó, además, las grandes palabras significativas de la “espada que traspasará el alma de la madre”, las que hoy mismo aprenderemos a comprender.
En la más inmediata vecindad y en relaciones amistosas de sus padres, los dos niños crecieron y se desarrollaron hasta cerca de sus doce años de edad. Cuando el Jesús natánico llegaba a la edad de doce años, sus padres fueron a Jerusalén, “conforme a la costumbre”, según el relato, para tomar parte en la fiesta de Pascua; y al niño lo llevaron con ellos, como se acostumbraba hacerlo cuando los varones estuviesen maduros. Referente a ello, se encuentra en el Evangelio de Lucas un relato singularmente misterioso acerca del “Jesús adolescente en el Templo”. Se lee que los padres, al encaminarse después de la fiesta, de repente notaban la falta del niño y, como no pudieron encontrarle entre los parientes y conocidos, volvieron a Jerusalén y le encontraron en el Templo, sentado en medio de los grandes maestros que se pasmaban de su sabiduría.
¿Qué había sucedido?. Preguntemos, al respecto, a la eterna Crónica del
Akasha.
Ciertamente, los hechos del mundo no son tan sencillos como se podría creer. Lo que aquí había sucedido, fue algo que, de otra manera, también suele suceder por ahí en el mundo. Ocurre, por ejemplo, que, llegado a cierto grado de su evolución, una individualidad necesita condiciones distintas de las que le fueron dadas desde un principio. Puede suceder entonces que un hombre, al haber llegado a una determinada edad, repentinamente se desmaye y parezca muerto. En estos casos, se produce una transformación: el Yo abandona la corporalidad y otro Yo toma su lugar. Semejante cambio del “Yo” se produce también en otros casos; es un fenómeno conocido por todo ocultista. En el caso del adolescente Jesús había sucedido lo siguiente: La yoidad de Zoroastro que, hasta ese momento se había servido del cuerpo del Jesús de la línea real de la estirpe de David para desenvolverse hasta el nivel de su época, abandonó el cuerpo del Jesús salomónico y fue traspasado al Jesús natánico, el cual, por consiguiente, apareció totalmente cambiado; de manera que sus padres no le reconocen y no comprenden sus palabras. Pues ahora habla el Yo de Zoroastro traspasado al Jesús natánico. Este fue el momento en que el Nirmanakaya del Buda se unió con el desprendido cuerpo astral materno y en que el Yo de Zoroastro se unió con el Jesús natánico. Con este niño, cambiado a tal grado que no le pudieron comprender, los padres volvieron a su hogar.
No mucho tiempo después, la madre de este niño Jesús murió; así que éste, con el Yo de Zoroastro, quedó huérfano por el lado materno. Veremos que el hecho de que esta madre murió, dejando a este niño huérfano, tiene que ver con una concatenación particularmente profunda. El otro niño, después de haberlo abandonado el Yo de Zoroastro, tampoco pudo seguir viviendo en condiciones comunes. José, de la línea salomónica, había muerto antes, y la madre del Jesús salomónico, junto con sus hijos, Jacobo, José, Judas, Simón y las dos mujeres, fue acogida en el hogar del José natánico; de suerte que Zoroastro volvió a vivir en la familia en que se había encarnado, excepto el padre. De tal manera, de las dos familias se formó una sola, y la madre salomónica, con los hijos de ella y el Jesús natánico, vivió entonces en la casa del José natánico. En cuanto a su “Yo”, todos los hijos son “hermanos”, inclusive el Jesús natánico, aunque éste - por su cuerpo fuese oriundo de Nazareth.
Así vemos que en la realidad concreta confluyen el budismo y el zaratustrismo, ya que en el “Jesús de Nazareth” vive y se desarrolla una individualidad con la yoidad de Zoroastro, iluminada por la luz y el espíritu del rejuvenecido Nirmanakaya del Buda. Y como después de relativamente poco tiempo, José, de la línea natánica, también murió, el niño-Zoroastro quedó realmente huérfano, y así se siente; él no es lo que representa por su descendencia corpórea, ya que por su ser espiritual es Zoroastro reaparecido. Por la descendencia corpórea, su padre es José de la línea natánica y, según la apariencia exterior, el mundo hubo de considerarlo de tal manera. Así, lo relata Lucas, y sus palabras las hemos de tomar literalmente:
Y aconteció que, como todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y fue hecha una voz del cielo que decía: ¡Tú eres mi Hijo amado, hoy te he generado!”.
Y el mismo Jesús comenzaba a ser como de treinta años...”.
Y ahora no se dice simplemente que era el hijo de José, sino que se indica:
...hijo de José, como se creía”. (Lucas 3, 21-23).

Originariamente, su Yo se había encarnado en el Jesús salomónico, por lo que, en el fondo, nada tenía que ver con el José natánico.
Lo que ahora tenemos ante nosotros en el “Jesús de Nazareth”, es la entidad unificada con una grandiosa y sublime interioridad, en la cual se aunaron los frutos y beneficios del budismo y del zaratustrismo. Esta interioridad era llamada a algo grande y supremo, algo mucho más importante de lo que se hacía con los que Juan bautizaba en el Jordán. Veremos que, más tarde, esta interioridad debió acoger a la individualidad del Cristo, por el bautismo en el Jordán. Entonces, sucedió también que lo inmortal de la primitiva madre del Jesús natánico descendió de lo alto y transformó a aquella madre que había sido acogida en el hogar del José natánico, devolviéndole la virginidad; de manera que, en el bautismo realizado por Juan, se restituye a Jesús el alma de la madre que él había perdido. Y la madre que le ha quedado, alberga en si misma el alma de su madre primitiva que en la Biblia es llamada
María Bendita”.

Traducción de Julio Luelmo sept. 2018

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919