NOTA
DEL TRADUCTOR
A
la pregunta: ¿Quién es el autor del Quinto Evangelio?, habrá que
responder: He aquí otro
resultado
de la investigación espiritual de Rudolf Steiner, fundador de la
ciencia espiritual de orientación antroposófica. La eterna Crónica
del Akasha, la "Memoria del Universo", es la fuente de lo
que en estas conferencias se expone como conocimiento que confirma y
amplía, a la vez, el contenido de los cuatro Evangelios del Nuevo
Testamento. Estas conferencias fueron pronunciadas (en 1913) para un
auditorio exclusivo de miembros de la Sociedad Antroposófica.
Pero
se expresa, en la primera de ellas, que el contenido de este "Quinto
Evangelio" es de singular importancia para el tiempo presente,
por lo que se justifica e incluso debe considerarse necesario darle
amplia difusión, haciéndolo conocer a la humanidad en general. A
este Evangelio, Rudolf Steiner también lo llamó EL EVANGELIO DEL
CONOCIMIENTO. Todo el texto se basa en apuntes taquigráficos que
luego fueron publicados sin revisión previa por parte del autor.
RUDOLF STEINER
Kristianía (Oslo) 1
de octubre de 1913
primera conferencia
Creo
que, con respecto al tiempo en que vivimos, es de peculiar
importancia el tema sobre el cual voy a hablar en este ciclo de
conferencias. Ante todo, deseo poner en claro que el haber elegido
semejante tema no se debe, en absoluto, al afán de producir
sensación, ni cosa parecida. Pues espero poder mostrar que, en un
sentido de singular importancia para el tiempo presente, se justifica
hablar de un quinto Evangelio, y que para lo que ello significa, la
denominación "El Quinto Evangelio", es, efectivamente, la
más apropiada. Este Evangelio aún no existe -como se explicará-
como documento escrito; pero en tiempos venideros de la humanidad,
seguramente existirá en bien definida forma escrita. Mas en cierto
sentido también se podría decir que el quinto Evangelio es tan
antiguo como los otros cuatro Evangelios. Para poder hablar sobre
este tema es preciso contemplar, a modo de introducción, algunos
puntos que son tan importantes como necesarios para la plena
comprensión de lo que ahora queremos llamar el Quinto Evangelio. Al
respecto, quisiera partir de que con toda seguridad acerca el tiempo
en que desde la enseñanza primaria y en el marco de la más simple
instrucción, la ciencia que comúnmente se llama historia,
se
enseñará de un modo algo distinto de como hasta ahora se había
enseñado. En cierto sentido, este ciclo de conferencias nos dará la
prueba de que en la historiografía del futuro e incluso en la
historia más elemental, el concepto y la idea acerca del Cristo
serán de mucho más importancia que hasta ahora. Sé que, en
realidad, con este aserto digo algo totalmente paradójico. Tengamos
presente que en tiempos pasados, no muy lejanos, un sinnúmero de
hombres, incluso de los más cultos de los países occidentales,
dirigían hacia el Cristo el corazón y el sentimiento, de una manera
mucho más intensa que ahora. Quien pase revista a la literatura
actual, quien reflexione sobre lo que principalmente interesa al
hombre de nuestra época y lo que más hondamente le habla al
corazón, tendrá la impresión de que van disminuyendo el entusiasmo
y la emoción por las ideas acerca del Cristo, principalmente en las
personas que pretenden pertenecer a los que poseen cierta cultura
conforme a nuestra época. A pesar de ello, y según lo que acabo de
expresar, hemos de esperar que nuestro tiempo esté en camino para
dar en el futuro mucha más importancia que hasta ahora, a las ideas
sobre el Cristo, dentro de la historiografía universal. ¿No hay en
ello, aparentemente, una absoluta contradicción? Acerquémonos ahora
desde otro punto de vista a este problema. En muchas conferencias del
pasado, incluso en esta ciudad, he hablado sobre el significado y el
contenido de las ideas concernientes al Cristo; y en muchos libros,
como resultado de la ciencia espiritual, se ha publicado lo expuesto
sobre los secretos de la entidad del Cristo. Quien estudie el
contenido de esos libros llegará a decirse que para la plena
comprensión de la entidad de Cristo hace falta un vasto
conocimiento, y que se debe partir de los más profundos conceptos e
ideas para elevarse a la verdadera comprensión de la naturaleza de
Cristo, como asimismo del impulso de Cristo que obró a través de
los siglos. En cierto modo podría pensarse que primero hay que
conocer toda la antroposofía para ascender a la correcta idea de la
naturaleza del Cristo. Empero, si examinamos la evolución espiritual
en el curso de los siglos, senos presenta, de siglo en siglo, la
extensa y honda ciencia dedicada a comprender la venida y la obra de
Cristo. A través de los siglos, la humanidad recurrió a las más
altas y más importantes ideas con el fin de comprender al Cristo.
Por eso podría parecer que sólo las más importantes actividades
espirituales podrían conducir a la comprensión de la naturaleza del
Cristo. ¿Pero, es efectivamente así? Una muy sencilla reflexión
puede darnos la prueba de que no es así. Coloquemos, por decirlo
así, sobre una balanza espiritual todo aquello de erudición y
ciencia e incluso la antroposofía; todo lo que hasta ahora ha
contribuido a la comprensión del concepto y la naturaleza del
Cristo. Coloquémoslo sobre uno de los platillos de la balanza
espiritual; y sobre el otro platillo todos los sentimientos
profundos, todos los impulsos en el alma de los hombres que a través
de los siglos se dirigieron hacia la entidad que llamamos el Cristo;
y se verificará que todo cuanto la ciencia, la erudición y hasta la
antroposofía pueden contribuir a la explicación de la naturaleza
del Cristo, bruscamente hace subir el platillo; y que los profundos
sentimientos e impulsos que la humanidad dirigió hacia la entidad y
el mundo de Cristo, hacen bajar hondamente el otro platillo. Sin
exagerar, podemos afirmar que la esfera del Cristo influyó
enormemente sobre la humanidad, y que el mero saber de lo que es el
Cristo ha ejercido el menor efecto en tal sentido. Verdaderamente, la
posición del cristianismo hubiera quedado muy poco favorable si las
gentes, para apegarse al Cristo, hubieran tenido que basarse en las
doctas disquisiciones de la Edad Media, de los escolásticos y de los
eruditos eclesiásticos, o también en lo que la antroposofía
contribuye al conocimiento acerca del Cristo. Muy poco podría
alcanzarse con todo ello. Estimo que quien considere objetivamente el
devenir del cristianismo en el curso de los siglos, nada podrá
objetar a estos pensamientos. Pero acerquémonos, además, a ellos
desde otro punto de vista. Remontémonos a los tiempos precristianos.
Basta recordar lo que es de pleno conocimiento de la mayoría de los
aquí presentes: que la antigua tragedia griega, principalmente en
sus formas primitivas, al caracterizar al héroe divino, o bien al
hombre en cuya alma vivía la lucha del Dios, en cierto modo
expresaba, desde el escenario, una clara e inmediata visión del
divino obrar y tejer. Basta señalar que en la gran obra poética de
Homero teje el obrar de lo espiritual; basta nombrar las grandes
figuras de Sócrates, Platón, Aristóteles. Con estos nombres se
presenta a nuestra alma una suprema vida espiritual en un determinado
campo. Si únicamente alzamos la vista hacia la figura de Aristóteles
que vivió y obró unos siglos antes de la fundación del
cristianismo, se nos presenta lo que en cierto sentido hasta en
nuestro tiempo no ha sido superado ni ulteriormente desarrollado. El
pensamiento y el procedimiento científico de Aristóteles son de tan
inmensa categoría que podemos afirmar que se había alcanzado un
nivel supremo del pensar humano de manera tal que hasta ahora no se
ha producido un acrecentamiento, al respecto. Por un instante, vamos
ahora a establecer una singular hipótesis que es necesaria para la
prosecución de nuestras conferencias. Representémonos que no
existiesen los Evangelios como fuente de información sobre la figura
de Cristo. Supongamos que no existiesen los primitivos documentos que
como Nuevo Testamento tomamos en la mano. Vamos a hacer caso omiso de
lo que se ha escrito o dicho sobre la fundación del cristianismo;
sólo tomaremos en consideración el devenir del cristianismo como
hecho histórico, lo que sucedió en la humanidad en el transcurso de
los siglos poscristianos. Vamos a considerar lo que realmente
sucedió, sin recurrir a los Evangelios, a Los Hechos de los
Apóstoles, ni a las Epístolas de San Pablo, ¿Qué es lo que
sucedió? Si empezamos por fijar la vista en el Sur de Europa,
tenemos una época de la más alta cultura espiritual humana, cuyo
representante fue Aristóteles, a quien acabamos de nombrar; vida
espiritual altamente desarrollada que en los siglos subsiguientes
tuvo un singular cultivo. En la época en que el cristianismo comenzó
a tomar su camino por el mundo, hubo en el Sur de Europa muchos
hombres, de cultura griega; hombres que habían adherido a la vida
cultural griega. Si examinamos el desarrollo del cristianismo hasta
Celso, célebre por sus ataques contra, el cristianismo, y, más
tarde, en el segundo y tercer siglo poscristianos, hay en el Sur de
Europa, en las penínsulas greca e itálica, hombres de la más alta
cultura espiritual, numerosos hombres que habían acogido las
sublimes ideas de Platón; hombres cuya sagacidad fue como la
continuación de la de Aristóteles; espíritus finos y fuertes de la
cultura griega; romanos de cultura griega, que a la sutileza del
espíritu helénico añadieron lo agresivo y personal del romanismo.
En este mundo penetra el impulso del cristianismo, al que para aquel
tiempo puede caracterizarse como sigue: en cuanto a la
intelectualidad y al tesoro del saber, los representantes del impulso
cristiano de aquel tiempo, comparados con la cultura de numerosos
hombres romano – griegos, aparecen verdaderamente como gente
inculta. En el mundo de madura intelectualidad, se introducen hombres
sin cultura. Y allí se nos presenta un singular espectáculo: esas
gentes de naturaleza sencilla, los portadores del primitivo
cristianismo, extienden este cristianismo en el Sur de Europa, con
relativamente gran rapidez. Si ahora, con lo que por la antroposofía
nos es posible comprender, consideramos a esos hombres de natural
sencillo que en aquel tiempo difundieron el cristianismo, podemos
decirnos: esas gentes sencillas no comprendían nada de la naturaleza
de Cristo: -no hace falta pensar en la gran idea cósmica de Cristo;
podemos pensar en ideas mucho más simples- aquellos portadores del
impulso cristiano, colocados en la altamente desarrollada cultura
griega, no comprendían absolutamente nada de todo aquello. Nada
poseían para contribuir al escenario de la vida grecorromana, sino
únicamente su interioridad personal, la que habían desarrollado en
sí mismos como su afecto personal al Cristo amado; pues le tenían
este afecto como si se tratara de un miembro de una familia amada.
Los que dentro del helenismo y el romanismo enraizaron el
cristianismo, que hasta nuestro tiempo ha seguido desenvolviéndose,
no eran teósofos cultos, ni intelectuales en general. Los teósofos
cultos de aquel tiempo, los gnósticos, se habían elevado, por
cierto, a sublimes ideas sobre el Cristo, pero no pudieron dar otra
cosa que aquello que debemos poner sobre el platillo que sube
bruscamente. Si todo hubiese dependido de los gnósticos, es seguro
que el cristianismo no hubiera tomado su camino por el mundo. No fue
una intelectualidad particularmente desarrollada lo que desde el Este
penetró y con cierta rapidez causó el hundimiento del helenismo y
romanismo antiguos. He aquí el aspecto que se presenta por un lado.
Considerado por el otro, tenemos los hombres de alto nivel
intelectual; empezando con Celso, el enemigo del cristianismo, quien
ya en aquel tiempo exponía todo lo que hasta hoy se suele aducir;
hasta el filósofo en el trono, Marco Aurelio. Fijemos la mirada en
los neoplatónicos de fina cultura quienes entonces expresaban ideas,
al lado de las cuales la filosofía actual es de muy poca substancia.
En su nivel y amplitud de horizonte eran ideas muy superiores a las
de nuestro tiempo. Pero si miramos lo que esos filósofos sostenían
contra el cristianismo, y lo mismo lo que en espíritu griego y
romano aquellos hombres de alto nivel intelectual aducían desde el
punto de vista de la filosofía griega, se nos da la impresión de
que todos ellos no comprendían el impulso de Cristo. Vemos que el
cristianismo va extendiéndose debido a portadores que no entienden
nada de la naturaleza del cristianismo, y es combatido por una alta
cultura que no es capaz de comprender la significación del impulso
de Cristo. Curiosamente, el cristianismo viene al mundo de manera tal
que ni adictos, ni adversarios llegan a comprender su verdadero
espíritu. Y sin embargo, hubo hombres dotados de la fuerza del alma
para hacer triunfar en el mundo el impulso de Cristo. Si pasamos a
los que, como Tertuliano, con cierta grandeza se consagraban a
defender al cristianismo, vemos en él a un romano quien, si nos
fijamos en su modo de hablar, es el cuasi-creador de una nueva lengua
romana; un hombre que por su acierto en el uso vivo de las palabras,
se nos presenta como una personalidad importante. No obstante, si nos
preguntamos ¿qué hay detrás de las ideas de Tertuliano?, resulta
que todo cambia. Descubrimos que en verdad posee bien poco de
intelectualidad y nivel espiritual: los que defienden al cristianismo
tampoco contribuyen mucho. Pero semejantes personajes como lo fue
Tertuliano, a cuyos argumentos los griegos cultos no daban mucho
crédito, de todos modos, por su actuar, ejercían influencia. Por
algo Tertuliano influía en forma irresistible; pero ¿debido a qué?
He aquí lo importante. Seamos conscientes de que aquí realmente
surge una pregunta. ¿A qué se debe que van influyendo sobre la
evolución, los portadores del impulso de Cristo, si ellos mismos
entienden poco de la naturaleza del impulso de Cristo? ¿A qué se
debe que van influyendo los Santos Padres, incluso Orígenes, quienes
dan la impresión de que les falta habilidad? ¿Qué es lo que de la
naturaleza del impulso de Cristo ni la cultura grecorromana es capaz
de comprender? Pero demos otro paso más. El referido fenómeno se
nos presenta en forma más acentuada si consideramos la historia.
Vemos llegar los siglos en que el cristianismo va extendiéndose
dentro del mundo europeo, entre pueblos como, por ejemplo, los
germánicos, que habían tenido cultos religiosos muy distintos;
pueblos aparentemente unificados por sus ideas religiosas, los
cuales, no obstante acogían con plena fuerza el impulso de Cristo,
como si hubiera sido su verdadera vida. Si miramos los mensajeros
germánicos más activos, vemos que no eran, de modo alguno, hombres
de preparación escolástico teológica. Por el contrario, eran
aquellos que de alma más bien sencilla actuaban entre las gentes y
les hablaban con ideas sencillísimas, pero directamente al corazón,
Sabían expresarse en forma tal que sus palabras llegaban a lo más
hondo del alma de quienes los escuchaban. Eran hombres sencillos que
se dirigían a todas partes y que actuaban de la manera más eficaz.
Por un lado tenemos la expansión, del cristianismo a través de los
siglos; por otro lado admiramos que este mismo cristianismo es motivo
de importante erudición, ciencia y filosofía. No tenemos en poco
esta filosofía, pero ahora vamos a dirigir la mirada sobre el
singular fenómeno que hasta la Edad Media, el cristianismo se
difundía y se arraigaba en el alma de pueblos que hasta entonces
habían albergado ideas totalmente distintas; y en un futuro no muy
lejano, al hablar de la expansión del cristianismo, se expondrán
otras cosas más. Cuando se habla del efecto del impulso cristiano,
el que lo oye comprenderá fácilmente que los frutos de la expansión
del cristianismo se evidenciaron en el entusiasmo que tal expansión
ha producido. Empero, si llegamos a los tiempos modernos, parece
menguar lo que a través de la Edad Media se observa como el
cristianismo en expansión. Consideremos a Copérnico y toda la
ciencia natural moderna, hasta el siglo XIX. Podría parecer que la
ciencia natural, lo que desde Copérnico se ha infundido en la
cultura espiritual de Occidente, hubiese contrariado al cristianismo;
y hechos exteriores podrían corroborarlo. Por ejemplo, hasta la
segunda década del siglo XIX, la Iglesia Católica había puesto en
el lndex a Copérnico. Pero esto es cosa exterior que no impidió que
Copérnico fuera canónigo. Lo mismo ocurre con Giordano Bruno que
fue quemado por hereje. Ambos habían llegado a sus ideas, basándose
en el cristianismo, y actuaban por el impulso cristiano. Mal lo
comprende quien, ateniéndose a lo que dice la Iglesia, pensase que
aquello no haya sido fruto del cristianismo. Los hechos que acabo de
exponer, dan prueba de que la Iglesia no ha comprendido bien lo que
son frutos del cristianismo. Quien considere las cosas más
profundamente reconocerá que todo lo que los pueblos hicieron, hasta
en los siglos recientes, fue resultado del cristianismo, y que por el
cristianismo el hombre llegó a mirar desde la Tierra hacia las
vastedades celestes, como lo muestran las leyes copernicanas. Esto
sólo fue posible dentro de la cultura y por el impulso del
cristianismo. Para el que considere la vida espiritual no en la
superficie sino en sus profundidades, resultará algo que, si lo
enuncio, parecerá paradójico; no obstante, es cierto. Para la
profunda contemplación resulta que sin el cristianismo hubiera sido
imposible el surgimiento de un Haeckel, tal como él se nos presenta,
con toda su oposición al Cristo. Sin la existencia de la cultura
cristiana, no hubiera sido posible el fenómeno de Ernst Haeckel. Y
toda la evolución de la moderna ciencia natural, por más que se
esfuerce en desarrollar oposición al cristianismo, es realmente
fruto de este mismo cristianismo, una continuación inmediata del
impulso cristiano. Cuando la moderna ciencia natural haya superado
los defectos de su primitivo desarrollo, la humanidad llegará a
comprender lo que significa que el punto de partida de dicha ciencia,
en su consecuente prosecución, realmente conduce a la ciencia
espiritual; se comprenderá que existe un camino que
consiguientemente conduce de Haeckel a la ciencia espiritual. Esto
también hará comprender que Haeckel, si bien él mismo no lo sabe,
es un genio enteramente cristiano. Los impulsos cristianos no sólo
han producido lo que se llama, o se llamaba, cristiano, sino también
aquello que se tiene por opuesto al cristianismo. Examinando las
cosas no solamente por los conceptos sino por la realidad, se llegará
a tal convicción. En mi opúsculo Reencarnación y Karma se expone
que un camino directo conduce del darwinismo a la idea de las vidas
terrenales repetidas. Para juzgarlo correctamente, es preciso
contemplar sin prejuicios el obrar de los impulsos cristianos. El que
comprende el haeckelismo y el darwinismo y conoce un poco lo que
Haeckel no alcanzó a conocer - Darwin, en cambio, sabía ciertas
cosas - comprenderá que el darwinismo sólo fue posible como
movimiento cristiano y que consiguientemente conduce a la idea de la
reencarnación. Quien, además, posee cierta fuerza clarividente,
llegará, por este camino, al origen espiritual del género humano.
Ciertamente, es un camino más largo pero, con la ayuda de la
clarividencia, un correcto camino que del haeckelismo conduce a la
concepción espiritual del origen de la evolución terrestre. Pero
también puede suceder que, sin compenetrarse del principio vital del
darwinismo, se lo tome tal como hoy se presenta; dicho de otro modo:
si se toma al darwinismo como impulso, sin poseer la viviente
comprensión del cristianismo que le es inherente, se llegará a algo
extraño. Con semejante disposición anímica no se comprenderá ni
el cristianismo, ni el darwinismo; pues se estará lejos del
verdadero espíritu, tanto del cristianismo como del darwinismo. En
cambio quien se compenetre del genuino espíritu del darwinismo, por
materialista que fuere, será capaz de remontarse en la evolución
terrestre, al punto de reconocer que jamás el ser humano puede
haberse desenvuelto de formas animales inferiores, sino que
necesariamente debe de ser de origen espiritual. Remontándose, se
llega al punto en que se percibe al hombre como ser espiritual,
apareciendo en lo alto sobre el mundo terrenal. Empero, quien se
aleje de ese buen espíritu puede creer, si es adepto a la idea de
reencarnación, que en alguna encarnación pasada él mismo puede
haber vivido como mono. El verdadero darwinismo jamás puede conducir
a semejante creencia. Si al darwinismo no se le quita lo cristiano,
se verificará que hasta en nuestro tiempo los impulsos darwinianos
surgieron del impulso de Cristo, y que los impulsos cristianos
ejercen su influencia, incluso donde se los niega. Resulta pues que
tenemos no solamente el fenómeno que en los primeros siglos el
cristianismo se difunde aisladamente de la erudición y el saber de
los adeptos; que en la Edad Media los doctos escolásticos
contribuyen muy poco a su difusión, sino que también tenemos el
fenómeno paradójico que el cristianismo, como contra-imagen,
aparece en el darwinismo. Toda la grandeza de la idea del darwinismo
recibió de los impulsos cristianos su energía; y estos impulsos que
le son inmanentes, conducirán de por sí a que esta ciencia supere
al materialismo. ¡Hay algo curioso en los impulsos cristianos!
Parece que nada contribuyen a su difusión, la intelectualidad, el
saber, la erudición y el conocimiento. Diríamos que el cristianismo
se extiende, no importa el pensar en su favor o en su contra; más
aun, que en el moderno materialismo aparece, en cierto modo, como
convertido en lo contrario. ¿Qué es lo que se extiende? No son las
ideas del cristianismo, no es la ciencia cristiana, lo que se
extiende. Se podría afirmar: lo que se extiende es el sentimiento
moral que el cristianismo infundió a la humanidad. Pero si se
considera la moralidad que en aquel tiempo imperaba, se verá
justificado mucho de cuanto se describe como enfurecimiento de los
adeptos al cristianismo contra sus adversarios efectivos o supuestos.
Ni tampoco puede impresionarnos la moralidad que reinaba en las almas
de alta cultura intelectual, incluso en su pensar realmente
cristiano. ¿Qué es lo singular que se difunde? ¿Qué es lo que
triunfalmente se expande en el mundo? Preguntemos lo que al respecto
nos dice la ciencia espiritual, el conocimiento clarividente. ¿Qué
es lo que impera y obra en los hombres incultos que desde el Este
penetran en el helenismo y romanismo altamente cultos? ¿Qué impera
en aquellos que llevan el cristianismo al ajeno mundo germánico?
¿Qué es lo que impera en la moderna ciencia natural materialista en
que, en cierto modo, la doctrina todavía cubre su rostro con un
velo? En fin, ¿qué es lo que reina en todas esas almas, si no son
impulsos intelectuales, ni siquiera morales? Es el Cristo mismo quien
va de corazón a corazón, de alma a alma; quien pasa por el mundo,
poco importa que en el correr de los siglos las almas le comprendan o
no. Debemos prescindir de nuestros conceptos, de toda Ciencia;
señalar lo que es la realidad y hacer ver que el Cristo mismo,
misteriosamente, obra en millares de impulsos, tomando forma en las
almas, compenetrando y estando presente en miles y miles de hombres.
En los hombres sencillos es el Cristo mismo quien anda por el mundo
griego e itálico; más tarde, es el Cristo mismo quien anda junto a
los maestros que llevan el cristianismo a los pueblos germánicos; es
El mismo, el verdadero Cristo quien realmente va de lugar a lugar, de
alma a alma; quien penetra en ellas; no importa lo que ellas mismas
piensen acerca del Cristo. Lo voy a comparar con algo trivial:
cuántos hombres hay que nada entienden de la composición de los
alimentos y que, no obstante, se nutren primorosamente. Nutrirse,
nada tiene que ver con entender algo de las substancias alimenticias.
Lo característico es que la penetración del cristianismo en el
mundo, de ninguna manera dependía de la comprensión de parte de los
hombres. He aquí un secreto que sólo se puede esclarecer si se
contesta la pregunta: ¿Cómo obra el Cristo mismo en el ánimo del
hombre? Con respecto a esta pregunta la atención de la ciencia
espiritual es atraída por un acontecer cuyo significado, en el
fondo, sólo puede revelarse por la visión clarividente, un
acontecimiento que concuerda plenamente con lo que acabo de exponer.
Además, veremos que ya pasó el tiempo en que de la manera
caracterizada el Cristo influyó en la evolución; ahora ha llegado
el tiempo en que es necesario que los hombres lleguen a conocer, a
comprender al Cristo. Por la misma razón también es preciso
contestar la pregunta por qué a nuestra época había precedido la
otra en que el impulso de Cristo pudo extenderse sin haber sido
comprendido. El acontecimiento a que la conciencia clarividente es
conducida, es el de Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo. La
visión clarividente, suscitada por la realidad del impulso de
Cristo, en sentido antroposófico; primero fue dirigida al
acontecimiento de Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo. ¿Qué
sucedió en aquel instante de la evolución terrestre, el cual, al
principio bastante incomprensible, se nos describe como el descenso
del Espíritu Santo sobre los apóstoles? Si se investiga con la
vista clarividente lo que allí sucedió, la ciencia espiritual
obtiene una respuesta, una explicación de lo que se relata: que
hombres sencillos, como también lo eran los apóstoles, súbitamente
comienzan a hablar en otras lenguas, diciendo lo que desde las
profundidades del espíritu debían expresar, y que de ellos no se
esperaba. Realmente, en aquel momento el cristianismo, los impulsos
cristianos, comenzaron a difundirse de una manera independiente de la
comprensión de parte de los hombres entre los que se propagaba.
Partiendo del acontecer de Pentecostés fluye la corriente que hemos
caracterizado. ¿Qué fue, en realidad, ese acontecimiento de
Pentecostés? Para la ciencia espiritual surgió esta pregunta; y el
Quinto Evangelio comienza con la respuesta que la misma ciencia
espiritual puede dar a esta pregunta.
traducida por Julio Luelmo sep.2018
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