GA018 Berlín, 1914 - Enigmas de la filosofía - La cosmovisión de la época medieval.

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ENIGMAS 
DE LA
FILOSOFIA

RUDOLF STEINER

 No es una "historia de la filosofía", aunque el enfoque sea histórico. Es una revisión de las concepciones históricas y actuales del mundo.

La cosmovisión de la época medieval.

En San Agustín (354-430) surge un anticipo de un nuevo elemento producido por la propia vida del pensar. Sin embargo, este elemento pronto desaparece de la superficie, para continuar imperceptiblemente bajo la cubierta de la concepción religiosa, volviéndose claramente discernible de nuevo sólo en la Baja Edad Media. En San Agustín, el nuevo elemento aparece como si fuera una reminiscencia de la vida del pensamiento griego. Él observa el mundo exterior y a sí mismo, y llega a la conclusión siguiente:. Puede que todo lo demás que el mundo revela no contenga más que incertidumbre y engaño, pero hay una cosa de la que no se puede dudar, a saber, la certeza de la propia experiencia del alma. Esta experiencia interior no se la debo a una percepción que pudiera engañarme; yo mismo estoy en ella; ella es, pues yo estoy presente cuando se le atribuye su ser.

Se advierte en estas concepciones un elemento nuevo frente a la vida del pensamiento griego, a pesar de que en un principio parecen una reminiscencia del mismo. El pensamiento griego apunta hacia el alma; en San Agustín, se nos dirige hacia el centro de la vida del alma. Los pensadores griegos contemplaban el alma en su relación con el mundo; en el planteamiento de San Agustín, algo en la vida del alma se enfrenta a esta vida del alma y la considera como un mundo especial y autónomo. Al centro de la vida anímica se le puede llamar el "yo" del hombre. Para los pensadores griegos, la relación del alma con el mundo se convierte en problemática, para los pensadores de la época moderna, la del "yo" con el alma. En San Agustín tenemos sólo el primer indicio de esta situación. Las corrientes filosóficas posteriores están todavía demasiado ocupadas con la tarea de armonizar la concepción del mundo y la religión como para darse cuenta claramente del nuevo elemento que no ha entrado en la vida espiritual. Pero la tendencia a contemplar los enigmas del mundo de acuerdo con la exigencia de este nuevo elemento vive más o menos inconscientemente en las almas de la época que ahora sigue. En pensadores como Anselmo de Canterbury (1033-1109) y Tomás de Aquino (1227-1274), esta tendencia se manifiesta todavía de tal manera que atribuyen al pensamiento autosuficiente la capacidad de investigar hasta cierto punto los procesos del mundo, pero limitan esta capacidad. Existe para ellos una realidad espiritual superior a la que el pensamiento, abandonado a sus propios recursos, nunca podrá llegar, sino que debe serle revelada de forma religiosa. El hombre está, según Tomás de Aquino, enraizado con su vida anímica en la realidad del mundo, pero esta vida anímica no puede conocer esta realidad en toda su extensión por sí sola. El hombre no podría saber cómo se sitúa su propio ser en el curso del mundo si el ser espiritual, hasta el cual no penetra su conocimiento, no se dignara revelarle lo que debe permanecer oculto a un conocimiento que confía sólo en su propio poder. Tomás de Aquino construye su imagen del mundo sobre este presupuesto. Ésta consta de dos partes, una de las cuales consiste en las verdades que se rinden a la propia experiencia del pensamiento del hombre sobre el curso natural de las cosas. Esto conduce a una segunda parte que contiene lo que ha llegado al alma del hombre a través de la Biblia y la revelación religiosa. Algo que el alma no puede alcanzar por sí misma, si quiere sentirse en toda su esencia, debe por tanto penetrar en el alma.

Tomás de Aquino se familiarizó a fondo con la concepción del mundo de Aristóteles, que se convierte, por así decirlo, en su maestro en la vida del pensamiento. A este respecto, Aquino es, sin duda, el más destacado, pero no obstante sólo una de las numerosas personalidades de la Edad Media que erigen su propia estructura de pensamiento enteramente sobre la de Aristóteles. Durante siglos, él es "il maestro di coloro che sanno", el maestro de aquellos que saben, como expresa Dante la veneración por Aristóteles en la Edad Media. Tomás de Aquino se esfuerza por comprender lo humanamente comprensible del método aristotélico. De este modo, la concepción del mundo de Aristóteles se convierte para él en la guía del límite hasta el que puede avanzar la vida anímica por su propia fuerza. Más allá de estos límites se encuentra el reino que la concepción griega del mundo, según Tomás, no podía alcanzar.
Por tanto, para Tomás de Aquino el pensamiento humano necesita otra luz que lo ilumine. Esta luz la encuentra en la revelación. Cualquiera que fuera la actitud de los pensadores posteriores respecto a esta revelación, ya no podían aceptar la vida del pensamiento a la manera de los griegos. No les basta con que el pensamiento comprenda el mundo; presuponen que debe ser posible encontrar un soporte básico para el propio pensamiento. Surge la tendencia a comprender la relación del hombre con su vida anímica. Así, el hombre se considera un ser que existe en su vida anímica. Si llamamos a esta entidad el yo, podemos decir que en los tiempos modernos la conciencia del yo se agita en la vida anímica del hombre de un modo similar a como nació el pensamiento en la vida filosófica de los griegos. Cualesquiera que sean las diferentes formas que adopten las corrientes filosóficas en esta época, todas giran en torno a la búsqueda de la entidad del yo. Este hecho, sin embargo, no siempre llega con claridad a la conciencia de los propios pensadores. La mayoría de las veces creen que se ocupan de cuestiones de otra naturaleza. Se podría decir que el enigma del yo aparece en una gran variedad de máscaras. A veces vive en la filosofía de los pensadores de un modo tan oculto que la afirmación de que este enigma está en el fondo de uno u otro punto de vista podría parecer una opinión arbitraria o forzada. En el siglo XIX esta lucha por el enigma del yo llega a su manifestación más intensa, y las concepciones del mundo de la época actual siguen profundamente comprometidas en esta lucha.

Este enigma del mundo ya vivió en el conflicto entre nominalistas y realistas en la Edad Media. Se puede llamar a Anselmo de Canterbury representante del realismo. Para él, las ideas generales que el hombre se forma al contemplar el mundo no son meras nomenclaturas que el alma produce para sí misma, sino que tienen sus raíces en una vida real. Si uno se forma la idea general "león" para designar con ella a todos los leones, es ciertamente correcto decir que, para la percepción sensorial, sólo los leones individuales tienen realidad. Sin embargo, el concepto general "león" no es sólo una designación sumaria con significado sólo para la mente humana. Tiene sus raíces en un mundo espiritual, y los leones individuales del mundo de la percepción sensorial son las diversas encarnaciones de la naturaleza única del león expresada en la "idea del león".

A tal "realidad de las ideas" se opusieron nominalistas como Roscellin (también en el siglo XI). Las "ideas generales" son para él sólo designaciones sumarias, nombres que la mente se forma para su propio uso orientativo, pero que no corresponden a ninguna realidad. Según este punto de vista, sólo las cosas individuales son reales. La disputa es característica de la mentalidad específica de sus participantes. Ambas partes sienten la necesidad de buscar la validez, el significado de los pensamientos que el alma debe producir. Su actitud hacia los pensamientos como tales es diferente de la que tenían Platón y Aristóteles hacia ellos. Esto es así porque algo ha sucedido entre el final del desarrollo de la filosofía griega y el comienzo del pensamiento moderno. Algo ha sucedido bajo la superficie de la evolución histórica que, sin embargo, puede observarse en la actitud que los pensadores individuales adoptan con respecto a su vida de pensamiento.
Para el pensador griego, el pensamiento surgía como una percepción. Surgía en el alma de la misma manera que aparece el color rojo cuando un hombre mira una rosa, y el pensador lo recibía como una percepción. Por consiguiente, el pensamiento tenía el poder inmediato de la convicción. El pensador griego tenía la sensación, cuando se colocaba con su alma receptiva ante el mundo espiritual, de que no podía entrar en el alma ningún pensamiento incorrecto procedente de este mundo, del mismo modo que desde el mundo de los sentidos tampoco podía llegar ninguna percepción de un caballo alado, siempre y cuando se utilizaran adecuadamente los órganos de los sentidos. Para los griegos, se trataba de poder recoger pensamientos del mundo. Eran entonces ellos mismos los testigos de su verdad. El hecho de esta actitud no es desmentido por los sofistas, ni negado por el escepticismo antiguo. Ambas corrientes tienen en la Antigüedad un matiz completamente distinto al de tendencias similares en los tiempos modernos. No son una prueba en contra del hecho de que el griego experimentaba el pensamiento de un modo mucho más elemental, saturado de contenido, vívido y real de lo que puede experimentarlo el hombre de los tiempos modernos. Esta vivacidad, que en la antigua Grecia daba el carácter de percepción al pensamiento, ya no se encuentra en la Edad Media.

Lo que ha sucedido es lo siguiente. Así como en la época griega el pensar penetraba en el alma humana, extinguiendo la antigua conciencia de la imagen, de modo similar, durante la Edad Media la conciencia del "yo" penetró en el alma humana, y esto amortiguó la vivacidad del pensamiento. La llegada de la conciencia del yo privó al pensamiento de la fuerza a través de la cual había aparecido como percepción. Sólo podemos comprender cómo avanza la vida filosófica cuando nos damos cuenta de cómo, para Platón y Aristóteles, el pensamiento, la idea, era algo completamente distinto de lo que era para las personalidades de la Edad Media y los tiempos modernos. El pensador de la antigüedad tenía la sensación de que el pensamiento le era dado; el pensador de la época posterior tenía la impresión de que él producía el pensamiento. Así, surge en él la pregunta de qué significado puede tener para la realidad lo que se ha producido en el alma. El griego se sentía un alma separada del mundo; intentaba unirse con el mundo espiritual en el pensamiento. El pensador posterior se siente solo con su vida de pensamiento. Así comienza la indagación sobre la naturaleza de las "ideas generales". El pensador se pregunta: "¿Qué es lo que realmente he producido con ellas? ¿Están sólo arraigadas en mí, o apuntan hacia una realidad?".

En el período que media entre la antigua corriente de la vida filosófica y la de la filosofía moderna, la fuente de la vida del pensamiento griego se agota poco a poco. Bajo la superficie, sin embargo, el alma humana experimenta la inminente conciencia del yo como un hecho. Desde finales de la primera mitad de la Edad Media, el hombre se enfrenta a este proceso como un hecho consumado, y bajo la influencia de esta confrontación surgen nuevos Enigmas de la Vida. Realismo y Nominalismo son síntomas de que el hombre se da cuenta de la situación. La manera en que tanto realistas como nominalistas hablan del pensamiento muestra que, en comparación con su existencia en el alma griega, se ha desvanecido, se ha amortiguado tanto como lo había hecho la antigua conciencia de la imagen en el alma del pensador griego.

Esto señala el elemento dominante que vive en las concepciones modernas del mundo. En ellas está activa una energía que lucha más allá del pensamiento hacia un nuevo factor de realidad. Esta tendencia de los tiempos modernos no puede sentirse como la misma que impulsó más allá del pensamiento en la antigüedad en Pitágoras y más tarde en Plotino. Estos pensadores también se esforzaron más allá del pensamiento pero, según su concepción, el alma en su desarrollo, en su perfección, tendría que conquistar la región que se encuentra más allá del pensamiento. En los tiempos modernos se presupone que el factor de la realidad que yace más allá del pensamiento debe acercarse al alma, debe serle dado desde fuera.

En los siglos que siguen a la época del Nominalismo y del Realismo, la evolución filosófica se convierte en una búsqueda del nuevo factor de realidad. Un camino entre los discernibles para el estudiante de esta búsqueda es el que los Místicos medievales - Meister Eckhardt (fallecido en 1327), Johannes Tauler (fallecido en 1361), Heinrich Suso (fallecido en 1366) - han elegido para sí mismos. Recibimos la idea más clara de este camino si inspeccionamos la llamada Teología Alemana (Theologia, deutsch), escrita por un autor históricamente desconocido. Los místicos quieren recibir algo en la conciencia del yo, quieren llenarla de algo. Por lo tanto, se esfuerzan por conseguir una vida interior que esté "completamente compuesta", entregada en tranquilidad, y que de este modo espere pacientemente experimentar que el alma se llene del "Ego Divino". En una época posterior, se puede observar un estado de ánimo anímico similar con un mayor impulso espiritual en Angelus Silesius (1624-1677).
Un camino diferente es el elegido por Nicolaus Cusanus (Nicolaus Chrypffs, nacido en Kues en el Mosela, 1401, fallecido en 1464). Él aspira, más allá del conocimiento intelectualmente alcanzable, a un estado del alma en el que cesa el conocimiento y en el que el alma encuentra a su dios en la "ignorancia conocedora", in docta ignorantia. Examinada superficialmente, esta aspiración es similar a la de Plotino, pero la constitución anímica de estas dos personalidades es diferente. Plotino está convencido de que el alma humana contiene algo más que el mundo de los pensamientos. Cuando desarrolla la energía que posee más allá del poder del pensamiento, el alma toma conciencia del estado en el que existe, y sobre el que es ignorante en la vida ordinaria.

Paracelso (1493-1541) ya tiene el sentimiento respecto a la naturaleza, que se hace cada vez más pronunciado en la concepción moderna del mundo, que es un efecto del sentimiento de desolación del alma en su conciencia del yo. Dirige su atención hacia los procesos de la naturaleza. Tal como se presentan no pueden ser aceptados por el alma, pero tampoco el pensamiento, que en Aristóteles se desarrollaba en pacífica comunicación con los acontecimientos de la naturaleza, puede ser aceptado ahora tal como aparece en el alma. No se percibe; se forma en el alma. Paracelso pensaba que no hay que dejar hablar al pensamiento mismo; hay que presuponer que hay algo detrás de los fenómenos de la naturaleza que se revelará si se encuentra la relación adecuada con estos fenómenos. Uno debe ser capaz de recibir algo de la naturaleza que uno mismo no crea como pensamiento durante el acto de observación. Uno debe estar conectado con su "yo" por medio de un factor de realidad distinto del pensamiento. Una naturaleza superior detrás de la naturaleza es lo que busca Paracelso. Su estado de ánimo está tan constituido que no quiere experimentar algo sólo en sí mismo, sino que quiere penetrar en los procesos de la naturaleza con su "yo" para que se le revele el espíritu de estos procesos que están bajo la superficie del mundo de los sentidos. Los místicos de la Antigüedad pretendían ahondar en las profundidades del alma; Paracelso se propuso dar pasos que condujeran a un contacto con las raíces de la naturaleza en el mundo exterior.

Jakob Boehme (1575-1624) que, como artesano solitario y perseguido, se formó una imagen del mundo como a partir de una iluminación interior, implanta sin embargo en esta imagen del mundo el carácter fundamental de los tiempos modernos. En la soledad de su vida anímica desarrolla este rasgo fundamental de la manera más impresionante, porque el dualismo interior de la vida del alma, el contraste entre el "yo" y las demás experiencias anímicas, se presenta claramente ante los ojos de su espíritu. Experimenta el "yo" cuando crea una contrapartida interior en su propia vida anímica, reflejándose en el espejo de su propia alma. Luego vuelve a encontrar esta experiencia interior en los procesos del mundo. "En tal contemplación uno encuentra dos cualidades, una buena y otra mala, que están entrelazadas en este mundo en todas las fuerzas, en las estrellas y en los elementos, así como en todas las criaturas". El mal en el mundo se opone al bien como su contrapartida; sólo en el mal el bien toma conciencia de sí mismo, como el "yo" toma conciencia de sí mismo en sus experiencias anímicas interiores.
Traducido por J.Luelmo may2023

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