RUDOLF STEINER
La enseñanza de Cristo resucitado, reflexiones sobre el misterio del Gólgota
CONFERENCIA 8
La Haya, 13 de abril de 1922.
Hoy me gustaría hablar de cierto aspecto del Misterio del Gólgota, del que he hablado a menudo en reuniones antroposóficas más reducidas. Pero lo que hay que decir sobre este Misterio del Gólgota es algo tan amplio, pertenece a un campo tan importante y rico, que siempre habrá que iluminar nuevos y nuevos lados de este misterio más grande en el desarrollo humano sobre la tierra para acercarse a este mismo Misterio del Gólgota desde los lados más diversos.
El Misterio del Gólgota sólo será apreciado en su justa medida, si se pone ante la mirada del alma todo el desarrollo de la humanidad que precedió a este Misterio del Gólgota, y el desarrollo que le siguió o seguirá durante el resto del tiempo en la tierra.
Debemos tener muy claro que cuando hablamos del comienzo del mundo terrenal, es decir, de ese comienzo del que ya podemos hablar de tal manera que ya estaba presente un tipo de pensar, -aunque fuera un pensar onírico, un pensar onírico-imaginativo, pero no obstante un tipo de pensar-, que cuando hablamos de estos tiempos más antiguos de la evolución humana en la tierra, debemos tener muy claro el hecho de que los hombres de entonces, tenían capacidades mediante las cuales podían, si se me permite expresarme de esta manera, entrar en contacto con seres de un orden universal superior. Por mi «Ciencia Oculta» y por otras descripciones, ustedes ya conocen cual es la naturaleza de estos seres de las jerarquías superiores. Hoy en día, la conciencia ordinaria del hombre no sabe mucho acerca de estos seres de las jerarquías superiores. En cierto sentido, su comunicación con ellos está cortada. Este no era el caso en las épocas más antiguas de la evolución humana. Por supuesto, sería erróneo imaginar que el encuentro con tales seres de las jerarquías superiores en aquellos tiempos antiguos, fuera a ser como el de dos personas que se encuentran hoy encarnadas en el cuerpo físico. Por supuesto que no era así. Era un tipo de relación completamente diferente. Lo que estos seres comunicaban al hombre en el lenguaje terrenal primigenio, sólo podía comprenderse con los órganos espirituales. Y lo que estos seres eran capaces de comunicar al hombre eran tremendos misterios de la existencia. Eran misterios que fluían en la mente humana de aquel tiempo, haciendo que despertaran la conciencia en el hombre: Hacia arriba, por así decirlo, hacia ese punto en el que hoy sólo vemos nubes y estrellas, estaba conectada la existencia terrenal con los mundos de los dioses. Los miembros de estos mundos de los dioses, descendieron de forma espiritual a la gente de la tierra, y se revelaron a ellos de tal manera que la gente recibió lo que puede llamarse sabiduría primordial a través de la mediación de estos seres sobrenaturales. Dentro de estas revelaciones primordiales que procedían de estos seres, estaba contenida una cantidad infinita de sabiduría, algo que los hombres no habrían podido comprender por sí mismos en su vida terrenal. Al principio de la vida en la tierra, tal como yo lo expreso aquí, la gente por sí misma, podía comprender muy poco. Lo que se encendía en ellos era como una intuición, un conocimiento intuitivo, que recibían de sus maestros divinos.
Aquellas enseñanzas divinas contenían mucho, pero no contenían nada que no fuese necesario para la gente de aquel entonces, pero que para la humanidad de hoy es uno de los elementos de conocimiento más importantes. Los maestros divinos hablaban a los hombres de las más diversas verdades y conocimientos, pero nunca les hablaron de lo que realmente subyace a los dos hechos límite de la vida humana en la tierra, nunca les hablaron ni del nacimiento ni de la muerte.
Por supuesto, mi tarea hoy, en este breve tiempo, no puede consistir en hablar de todo, -mucho de lo cual ustedes conocen-, de lo que los maestros divinos dijeron a la humanidad en aquellos tiempos antiguos. Pero me gustaría enfatizar fuertemente que ninguna de estas enseñanzas contenía nada sobre el nacimiento ni la muerte, por la razón de que la gente de aquellos tiempos antiguos, -y durante mucho tiempo a lo largo de la evolución humana en la tierra-, no necesitaba conocer la sabiduría sobre el nacimiento y la muerte. En el transcurso de su evolución en la Tierra, la conciencia de toda la humanidad ha cambiado. Y aunque nunca debemos equiparar la conciencia animal de hoy, ni siquiera la conciencia animal superior de hoy, con la que era la conciencia humana en los tiempos primitivos de la antigüedad, tal vez podamos extraer algunos indicios de la vida animal de hoy, que está sólo un poco por debajo del nivel de lo humano, mientras que la vida del hombre primitivo estaba incluso en cierto modo por encima del nivel de lo humano de hoy, a pesar de que tenía una especie de forma animal en comparación con lo humano de hoy. Si observan ustedes al animal de hoy con un ojo imparcial, se dirán: El animal no se interesa por el nacimiento ni por la muerte porque se encuentra en el estado medio de la vida. Si prescindimos del nacimiento, aunque también es obvio en ese caso, basta pensar en la despreocupación, la falta de interés, el desinterés con que el animal vive hacia la muerte. El animal simplemente admite que le sobrevenga la muerte, acepta esta transformación de su existencia, es decir, el paso de la existencia individual a la existencia del alma grupal, sin darse cuenta de un corte tan profundo en su vida como en el caso del ser humano.
Ahora bien, como he dicho, en cierto sentido el hombre primitivo de la tierra, a pesar de su forma animal, estaba por encima del animal, poseía una clarividencia instintiva, y a través de esta clarividencia instintiva también era capaz de entrar en contacto con sus maestros divinos. Pero, al igual que los animales actuales, no le interesaba la proximidad de la muerte. Si se me permite decirlo así, no pensaba en la muerte en particular. ¿Y por qué iba a hacerlo? En su clarividencia instintiva aún tenía una clara experiencia dentro de sí, de lo que él había dejado atrás después de haber descendido del mundo espiritual al mundo físico a través del nacimiento. Él sabía que en su propio ser, que en su cuerpo físico contenía algo, y puesto que sabía esto, puesto que sabía exactamente, si puedo decirlo así-: algo eterno vive en mí, no le interesaba la transformación que tiene lugar con la muerte. Le parecía a lo sumo como la muda de piel de la serpiente, cuando tiene que sustituirla por una nueva. Aquello que está presente como una impresión del nacimiento y la muerte, era algo más natural y no tan vehementemente impactante en la vida humana. La gente seguía teniendo una fuerte visión anímica.
Hoy en día la gente no tiene ningún concepto del alma. Hoy apenas se percibe la transición que hay en los sueños, entre el dormir y el despertar. El sueño, con sus imágenes, está hoy definitivamente del lado del estado dormido, está todavía medio dormido, mientras que lo que el hombre primitivo recibía en imágenes oníricas lo hacía realmente en la vigilia, era una vigilia todavía no completamente formada. El hombre sabía que lo que recibía en estas imágenes oníricas era la realidad. Así sentía y experimentaba su alma. Y no podía plantearse las cuestiones del nacimiento y la muerte con el vigor con el que debe hacerse hoy.
Este estado era particularmente fuerte en los primeros tiempos de la evolución humana en la Tierra, pero fue disminuyendo gradualmente. Si se me permite decirlo así: la gente se fue dando cuenta cada vez más de que la muerte causa una fuerte incisión en la vida humana, también en la vida del alma. Y a partir de ahí tuvieron que dirigir su atención al nacer. Con respecto a esta diferencia, la vida en la tierra adquirió un carácter cada vez más importante y significativo para la gente, porque al mismo tiempo, la vida interior en la existencia espiritual se desvanecía cada vez más, porque mientras estaban en la tierra se sentían cada vez más apartados de la existencia anímico-espiritual. Y cuanto más se acercaba el hombre al Misterio del Gólgota, más fuerte se hacía este sentimiento. Entre los griegos ya era tan fuerte que percibían la vida fuera del cuerpo físico como una vida en la sombra para el hombre, que ellos miraban hacia la muerte con cierta tragedia. Pues entre lo que la gente tenía como enseñanzas de sus más antiguos maestros divinos, no se encontraba nada acerca de nacer y morir. Y antes del Misterio del Gólgota los hombres estaban expuestos al peligro de que entraran en su vida terrenal las experiencias, de que entraran en su conciencia terrenal, la concepción, la visión de experiencias tales, -el nacimiento y la muerte-, que no comprendían, que eran como algo totalmente desconocido para ellos .
Ahora imaginemos que aquellos antiguos y divinos maestros de la humanidad, hubiesen descendido en la época del Misterio del Gólgota, que ellos se hubiesen revelado a unos pocos discípulos o maestros de la humanidad especialmente preparados por los Misterios, que ellos hubieran comunicado el alcance de la antigua sabiduría divina, -que en verdad ha fluido hacia la sabiduría primordial-, a sacerdotes mistéricos preparados: Dentro de todo el amplio alcance de estas enseñanzas no habría habido nada sobre el nacimiento ni sobre la muerte. Dentro de esta sabiduría divina por revelar, el enigma de la muerte no se le habría impartido a la gente en absoluto, ni siquiera en los misterios, y ahí fuera en la vida terrenal habría habido algo observable para la gente, -el nacer y el morir-, que habría sido importante para ellos, de interés fundamental, ¡y los dioses no les habrían dicho nada al respecto! ¿Por qué no?
En efecto, hay que ver este asunto con cierta imparcialidad, hay que desechar algunas ideas que hoy se han convertido simplemente en religión tradicional, y hay que darse cuenta de cosas como las siguientes: Aquellos seres de las jerarquías superiores que eran los maestros divinos del hombre primitivo, nunca habían experimentado el nacimiento y la muerte en sus mundos. Pues el nacimiento y la muerte en la forma en que se experimentan en la tierra, sólo se experimentan aquí y sólo por el hombre en la tierra. La muerte del animal y la muerte de la planta son algo muy diferente de la muerte del ser humano. Y en aquellos mundos de los dioses, donde vivieron los primeros grandes maestros de la evolución humana, no existe el nacimiento ni la muerte, sino sólo la transformación, la metamorfosis de una existencia en otra. De modo que la comprensión íntima, -debemos caracterizarla de este modo-, de morir y nacer, no estaba presente en absoluto en estos maestros divinos. Y junto a estos maestros divinos se incluye toda la hueste de aquellos que estuvieron en conexión con la entidad Yahvé, en conexión con las entidades Bodhisattva, con todos los antiguos fundadores de las cosmovisiones humanas. Sólo tienen ustedes que observar cómo, por ejemplo, en el Antiguo Testamento en particular, el misterio de la muerte, se presenta cada vez más ante el hombre con una cierta tragedia, y cómo en realidad todo lo que todavía se transmite como enseñanza en el Antiguo Testamento no proporciona al hombre suficiente, a saber, ninguna información interior sobre la muerte. De modo que si en la época del Misterio del Gólgota no hubiera ocurrido nada más que lo que ocurrió en el ámbito de la tierra y de los mundos superiores relacionados con la tierra antes del Misterio del Gólgota, si éste no hubiera llegado, los hombres se habrían enfrentado a una situación terrible en su evolución terrenal: ellos habrían experimentado en la tierra las transiciones del nacimiento y la muerte, que ahora se presentaban de un modo distinto a una mera metamorfosis, que ahora se presentaban como una transición brusca en toda la vida de los hombres, y no habrían podido experimentar nada del significado de la muerte y el nacimiento en la vida terrenal humana.
A fin de que gradualmente se impartiera a la humanidad la enseñanza sobre el nacimiento y la muerte, era necesario que el Ser que llamamos el Cristo, entrara en el ámbito de la vida terrena, el Cristo que en verdad pertenece a esos mundos de donde también provenían los antiguos Maestros, pero que de acuerdo con una decisión tomada en estos mundos divinos, aceptó para sí mismo un destino diferente al de los demás seres de las jerarquías divinas conectados con la tierra. Se prestó al decreto divino de los mundos superiores para encarnar en un cuerpo terrenal y con su propia alma divina pasar por el nacimiento y la muerte en la tierra.
Por lo tanto, pueden ver que lo que sucedió en el Misterio del Gólgota no es un asunto meramente interno de los hombres o de la tierra, sino que es igualmente un asunto de los dioses. A través del Acontecimiento del Gólgota, los propios dioses adquirieron por primera vez un conocimiento interno del misterio de la muerte y del nacimiento en la tierra, ya que anteriormente no habían tenido parte en ninguno de los dos. Por lo tanto, tenemos ante nosotros este hecho trascendental: un Ser divino resuelto a pasar por el destino humano en la tierra para sufrir el mismo destino, las mismas experiencias en la existencia terrena, como son la suerte del hombre.
Bueno, sobre el misterio del Gólgota se han dado a conocer a la gente muchas cosas. Existe una tradición, existen los Evangelios, existe todo el Nuevo Testamento, y la humanidad actual se acerca al Misterio del Gólgota preferentemente a través del Nuevo Testamento y a través de la explicación del Nuevo Testamento que es posible hoy en día. Pero el modo en que se explica hoy el Nuevo Testamento nos da muy poca visión real del misterio del Gólgota. Es necesario que la humanidad de hoy pase por este conocimiento, que este conocimiento se puede obtener de manera externa, pero que no es más que un conocimiento externo. Hoy en día ni siquiera sabemos cuan diferente era la visión en retrospectiva, en los primeros siglos después del Misterio del Gólgota, cuan diferentemente miraban en retrospectiva hacia este Misterio del Gólgota, aquellos que fueron iniciados en este Misterio del Gólgota, respecto de lo que pudieron hacerlo las personas posteriores, porque precisamente en la época del Misterio del Gólgota, -aunque todo lo que he discutido hubiera sucedido-, todavía quedaban vestigios de una antigua clarividencia instintiva en individuos aislados; Sólo vestigios, pero estos vestigios estaban ahí, a través de los cuales se podía ver retrospectivamente , al siglo IV d.C., a este Misterio del Gólgota de una manera completamente diferente a la posterior. No en vano aquellos que entonces actuaban como maestros, -aunque esto sólo se puede afirmar un poco, a partir de las tradiciones históricas de los más antiguos llamados Padres de la Iglesia y maestros cristianos, aunque es muy insuficiente-, concedían más importancia a esto que a todas las tradiciones escritas. Quiero decir, que recibían la noticia del caminar de Cristo Jesús sobre la tierra, de maestros que lo habían visto cara a cara, maestros que a su vez eran discípulos de los discípulos de los apóstoles ya en los primeros tiempos, o discípulos de los discípulos de los discípulos de los apóstoles etc. El asunto llegó hasta el siglo IV después de Cristo, por lo que se afirmaba que en todas partes existía todavía una conexión viva entre los que seguían enseñando en el siglo IV después de Cristo. Como ya he dicho, los documentos históricos se han borrado en gran parte; sólo quienes los estudian con atención pueden ver aún de forma externa la importancia que se les concedía: yo tuve un maestro, él tuvo un maestro y así sucesivamente, y al final de la cadena se colocaba un apóstol que aún había visto cara a cara al Señor mismo.
De aquel saber se ha perdido ya una cantidad extraordinaria. Pero en los cuatro primeros siglos cristianos, se ha perdido aún más de la sabiduría esotérica real que aún existía, gracias a los restos de las antiguas percepciones clarividentes. Casi todo lo que se sabía entonces sobre el Cristo resucitado, sobre el Cristo que pasó por el Misterio del Gólgota, y luego enseñó a algunos de los discípulos elegidos después de su resurrección en un cuerpo espiritual, tal como lo habían hecho los antiguos maestros de la humanidad primitiva. A lo sumo, los Evangelios indican lo importantes que fueron las enseñanzas que el Cristo resucitado impartió a sus discípulos, pero incluso allí, en el encuentro de Cristo Jesús con los discípulos que fueron a Emaús y demás, se cita de manera improvisada. Y, por último, la experiencia de Pablo en Damasco también es significada por el propio Pablo como una enseñanza que le dio Cristo Resucitado, que luego convirtió a Saulo en Pablo. En aquellos tiempos antiguos existía la conciencia de que Jesucristo resucitado tenía misterios muy especiales que compartir con la gente. El hecho de que luego no pudieran disponer de ellas, de estas comunicaciones, se debió únicamente a la gente. La gente tuvo que desarrollar esas facultades del alma que luego se convirtieron en la utilización de la libertad humana y del intelecto humano. Esto se hizo especialmente acentuado a partir del siglo XV, pero ya estaba preparado desde el siglo IV de nuestra era.
Ahora cabe preguntarse: ¿Cuál era el contenido de las enseñanzas que Cristo resucitado pudo dar a sus discípulos elegidos? Cristo se les apareció de la misma manera en que se habían aparecido los maestros divinos de la humanidad primitiva. Pero ahora él podía decirles, si se me permite decirlo así, en el lenguaje de los dioses, lo que él había experimentado y que sus otros compañeros dioses no habían experimentado, él podía decirles algo desde su punto de vista divino sobre el misterio del nacimiento y de la muerte. Él pudo enseñarles, que en el futuro se produciría tal conciencia diurna para los hombres terrenales, que no pueden percibir directamente el alma eterna en la vida humana y que se extingue en el dormir, de modo que incluso en el dormir esta alma eterna no aparece ante la mirada de la propia alma, pero pudo llamar su atención sobre el hecho de que es posible incluir el Misterio del Gólgota en la visión humana. Él pudo explicarles lo que me gustaría poner en las siguientes palabras. Son palabras débiles y balbuceantes en las que puedo ponerlo, porque nuestros idiomas no dan para más, pero intentaré ponerlo en palabras débiles y balbuceantes.
El cuerpo humano se ha vuelto gradualmente tan denso, las fuerzas de la muerte se han hecho tan fuertes en él, que el hombre puede ahora desarrollar su intelecto y su libertad; pero esto sólo puede hacerse en una vida que pasa claramente a través de la muerte, una vida, en la cual la muerte forma una clara incisión, haciendo que durante la conciencia de vigilia, se extinga la visión del alma eterna. Pero ustedes pueden recibir cierta sabiduría en sus almas: Esta sabiduría es la de que a través del Misterio del Gólgota algo ha tenido lugar en mi propio ser, -así decía el divino Maestro, el Cristo a sus discípulos iniciados-, con la que podréis colmaros a vosotros mismos, si tan sólo podéis elevaros a la comprensión, de que el Cristo ha bajado de las esferas extraterrenas hasta los hombres terrenales, si tan sólo podéis elevaros a la comprensión de que en la tierra existe algo que no puede ser visto con medios terrenales, que sólo puede ser visto con medios más elevados que los medios terrenales; si podéis ver el Misterio del Gólgota como un acontecimiento de los Dioses, colocado en la vida terrenal, si podéis ver que un Dios ha pasado por el Misterio del Gólgota. Podéis alcanzar la sabiduría terrenal a través de todo lo que ocurre en la tierra. De nada les serviría comprender la muerte de una manera humana, sólo les serviría si ustedes, como las personas más ancianas, ya no pudieran interesarse intensamente por la muerte. Pero puesto que deben interesarse por ella, deben incluir en su discernimiento un poder que es más fuerte que todos los poderes terrenales de discernimiento, tan fuerte que puede decirse a sí mismo: Con el Misterio del Gólgota tuvo lugar algo que rompió todas las leyes naturales terrenales. Si solo pueden aceptar lo que son las leyes naturales terrenales mediante su fe, podrán efectivamente ver la muerte, pero nunca podrán captar su significado para la vida humana. Pero si pueden elevarse a la comprensión de que la tierra sólo ha adquirido un significado por el hecho de que en mitad de la evolución terrenal, algo divino ha tenido lugar con el Misterio del Gólgota, que no puede ser comprendido con los medios terrenales de discernimiento, entonces preparan un poder especial de sabiduría, -y el poder de la sabiduría es lo mismo que el poder de la fe-, un poder especial de Pistis Sophía, un poder de fe y sabiduría. Porque cuando uno dice: Creo, conozco a través de la fe lo que nunca podría creer y conocer con medios terrenales, es un poder fuerte del alma. Es un poder más fuerte que si sólo me atribuyo el conocimiento de lo que puede ser comprendido por medios terrenales. El hombre es débil, -aún cuando también recibiera toda la ciencia de la tierra-, si tan sólo sabe retener en su sabiduría lo que se puede retener con medios terrenales. Aquellas personas que pretenden admitir que lo sobrenatural vive en lo terrenal deben desarrollar una actividad mucho mayor.
Para desarrollar una actividad interior de este tipo, hay que fijarse en el Misterio del Gólgota. Y una y otra vez, con nuevas variantes, esta enseñanza de que un Dios había transitado por los destinos humanos, -porque en el pasado, los dioses nunca habían experimentado destinos humanos en su propia esfera-, y se vinculó a sí mismo con el destino terrenal a través de estos destinos humanos, como digo, esa enseñanza fue impartida por el Cristo resucitado una y otra vez a los discípulos originales. Y tal enseñanza ejerció un gran poder. Háganse cargo por una vez de qué clase de poder puede ejercer, háganse cargo de ello a partir de las circunstancias de hoy. A un hombre que puede comprender todo lo que ha extraído en su pensar de las condiciones terrenales y también de las ideas religiosas tradicionales, que suelen admitirse, se le exigen menos requisitos que a ese hombre del que se espera que se eleve con su discernimiento a la comprensión de que ciertas categorías de dioses no tenían ninguna sabiduría de la muerte ni del nacimiento, hasta que tuvo lugar el Misterio del Gólgota, sino que sólo a partir de entonces adquirieron esta sabiduría para la salvación de la humanidad. Hace falta cierta fuerza para, -digamos-, fundirse con la sabiduría divina. En realidad, para dejar que a uno le prediquen desde algún catecismo: Dios es omnisciente, omnipotente, omnipresente, etcétera, no hace falta ninguna fuerza especial. Basta con anteponer la palabra «omni =todo» delante y ya tenemos la definición de lo divino, pero en un estado lo más difuso posible. La gente de hoy no se atreve, si se me permite decirlo, a inmiscuirse en la sabiduría de los dioses. Pero esto debe hacerse. Y esa sabiduría de los dioses es precisamente la que los propios dioses se han apropiado, mediante el hecho de que uno de los suyos haya pasado por el nacimiento y la muerte humanos. Y el hecho de que esto fuera confiado a los primeros discípulos como un secreto fue enormemente importante. Y la otra cosa tremendamente importante tuvo como consecuencia, que a esos discípulos se les aclarase lo siguiente: Verdaderamente, una vez vivió en el hombre el poder de tener percepciones de la naturaleza eterna de su propia alma.
Estas percepciones, auténticas percepciones de lo eterno del alma humana, nunca pueden obtenerse mediante el conocimiento cerebral, es decir, mediante el conocimiento intelectual, mental, que utiliza el cerebro como instrumento; ni siquiera pueden obtenerse en realidad a menos que, como los ancianos, la naturaleza venga en ayuda de uno mediante el conocimiento que todavía se alcanza mediante un entrenamiento especial del sistema rítmico humano. El yoga consiguió mucho cuando la antigua clarividencia instintiva aún le ayudaba, cuando los últimos clarividentes instintivos aún practicaban el yoga. El oriental de hoy, el indio, tras el cual muchos occidentales se fijan de una manera tan fantasiosa, no alcanza, cuando hace sus ejercicios, lo que es una visión real del ser eterno del alma humana. Él en su mayor parte vive en ilusiones porque experimenta algo temporalmente, aunque sea algo elemental para la vida en la tierra, y porque en lo que experimenta él interpreta algo de sus libros sagrados. Un conocimiento real, un conocimiento profundo, un conocimiento fundamental de lo divino del alma humana sólo puede alcanzarse de dos maneras. Puede alcanzarse de la forma en que lo alcanzó la humanidad primitiva, o de la forma en que el hombre puede alcanzarlo de nuevo de una forma mucho más espiritual: a través del conocimiento intuitivo, a través de ese conocimiento que se basa en el conocimiento imaginativo, el conocimiento inspirativo y que luego alcanza el conocimiento intuitivo. ¿Por qué?
Ahora, la parte pensante del alma durante la vida en la tierra, se ha derramado en lo que constituye el sistema neuro-sensorial humano, ya no está ahí por sí misma, ha formado esta estructura plástica y ya no está ahí por sí misma. Y en el sistema rítmico está sólo a medias. Así que lo máximo que se podría obtener de esto son algunas pistas a partir de las cuales se podrían sacar más conclusiones. Sólo en el sistema metabólico, la parte más materialista de la vida en la Tierra, se esconde la verdadera parte eterna del alma humana. Lo que aquí en la tierra se considera como lo más material, lo que vive en el sistema metabólico, es en efecto exteriormente lo más material, pero por ser lo más material, lo espiritual se mantiene separado de ello. Lo espiritual es absorbido por otros elementos materiales, tales como el cerebro y el sistema rítmico, es decir, ya no está ahí de forma independiente. Está hundido en la burda materialidad. Pero con esta burda materia el hombre debe ser capaz de ver, percibir, mirar. Esto, que estaba presente en la humanidad primitiva, no es deseable hoy en día, pero a veces sigue estando presente en un estado patológico. Muy poca gente sabe, por ejemplo, que el secreto del estilo de Nietzsche en su obra «Zaratustra», se basa en el hecho de que ingirió ciertas sustancias, venenos, y que estos venenos produjeron en él el ritmo peculiar, el estilo peculiar de «Zaratustra». En la mente de Nietzsche había una materialidad muy concreta. Esto es, por supuesto, algo patológico, aunque sea, en cierto sentido, algo grandioso. Pero uno no debe hacerse ilusiones sobre estas cosas si quiere entenderlas, del mismo modo que no debe hacerse ilusiones sobre lo contrario, sobre la intuición, etcétera. Hay que tener claro lo que significa que Nietzsche ingiriera ciertos venenos, -que no hay que imitar-, que sencillamente actúan en el organismo humano de tal manera que conducen a una etereoidad, a un tipo de existencia etérea en el organismo humano, que pulverizan a través del sistema de pensamiento y con ello provocan lo que podemos rastrear en el «Zaratustra» de Nietzsche. La intuición nos permite percibir lo anímico-espiritual como tal, separado de lo material. Ya no hay nada material cuando se describe esta intuición, como en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?» o en «La Ciencia Oculta». Ambos son polos opuestos.
Pero en esos misterios en los que habló el Cristo resucitado, todavía se sabía que el hombre tuvo una vez un saber supremo de lo material, un saber metabólico. No de la misma manera que lo hizo la humanidad primitiva, ni de la manera degenerada en que lo hicieron los consumidores de hachís y otros, para obtener de los efectos de la materia un conocimiento que no se podía obtener sin ella, no querían revivir así el antiguo conocimiento material con un fin determinado, sino de otra manera:
Envolviéndolo en el ritual, envolviéndolo en ciertas fórmulas mántricas, sobre todo en toda la estructura del misterio del ofertorio, del sacrificio, de la transubstanciación, de la comunión, envolviendo en estas formas estructurales el misterio del Gólgota, dando la Cena del Señor al hombre como pan y vino. No dándole veneno, sino dándole la Comunión y sólo envolviendo esta Comunión en lo que emana de las fórmulas mántricas del Sacrificio de la Misa y de lo que reside en la cuádruple división de la Misa - Evangelio, Ofertorio, Consagración y Comunión. Pues después de la Comunión, una vez terminada la cuarta parte del Sacrificio de la Misa, debe tener lugar la Comunión propiamente dicha de los fieles, y se ha querido al menos dar a entender que debe recuperarse un conocimiento que conduzca a lo que el antiguo conocimiento metabólico conducía instintivamente. Sí, este conocimiento metabólico es difícil de captar para la gente de hoy, porque no tienen ni idea de cuánto más sabe un pájaro, por ejemplo, que un ser humano, -aunque no sea de forma intelectual, abstracta, racional-, o cuánto más sabe un camello que un ser humano, un animal que vive enteramente dentro del metabolismo. Este conocimiento sólo es un conocimiento opaco, un conocimiento onírico. La degeneración de lo que el hombre primitivo tenía en su metabolismo está presente hoy. Pero el sacramento del altar pretende ser una luz orientadora, desde las primeras enseñanzas cristianas como una luz orientadora hacia la recuperación de un conocimiento de lo eterno en el alma humana.
En aquel tiempo, cuando Cristo, que había pasado por la muerte, enseñaba a sus discípulos iniciados, la gente no podía llegar a tal conocimiento por sí misma. Pero él les enseñaba. Y en los cuatro primeros siglos cristianos, este conocimiento seguía vivo en cierto modo. Luego se osificó en la Iglesia Católica Romana, que conservó el sacrificio de la Misa, pero ya no tenía una interpretación sobre tal sacrificio. El sacrificio de la Misa, concebido como una continuación de la Cena del Señor, tal y como se describe la Cena del Señor en la Biblia, naturalmente no tiene sentido a menos que primero se le interprete un significado. El hecho de instituir el sacrificio de la Misa con su maravilloso ritual, su imitación de los cuatro capítulos mistéricos, se remonta al hecho de que Cristo resucitado, era también el maestro de aquellos que podían recibir estas enseñanzas en un sentido esotérico más elevado. Durante los siglos siguientes sólo pudo permanecer lo que era, por así decirlo, una especie de enseñanza infantil sobre el Misterio del Gólgota. Se desarrolló una habilidad que al principio ocultaba, encubría este conocimiento del Misterio del Gólgota. Se suponía que primero la gente se arraigaba plenamente en lo que estaba relacionado con la muerte. Esta es la primera civilización medieval. Las tradiciones se han conservado. En algunas sociedades secretas de la actualidad, todavía se reúnen personas que tienen fórmulas en sus escritos que, para aquellos que comprenden estas fórmulas, que primero vuelven a reconocer el asunto, recuerdan bastante a lo que fueron las enseñanzas del Cristo resucitado a sus discípulos iniciados. Pero esas personas que se unen hoy en todo tipo de sociedades masónicas y todo tipo de sociedades secretas, no entienden lo que vive en sus fórmulas, básicamente no tienen ni idea. Pero uno sería capaz de leer mucho de estas fórmulas, porque en ellas vive mucho en letras muertas, sólo que no sucede. Pero después de que la humanidad, en su evolución, haya pasado por un período que fue una especie de oscuridad en relación con el Misterio del Gólgota, ha llegado ahora el momento en que el anhelo humano exige que también obtengamos un conocimiento más profundo del Misterio del Gólgota. Y esto sólo puede suceder por la vía antroposófica. Sólo puede suceder mediante el surgimiento de un nuevo conocimiento que actúe de un modo puramente espiritual. Entonces volveremos a una comprensión plenamente humana del Misterio del Gólgota. Entonces uno aprenderá a comprender de nuevo, que las enseñanzas más importantes no fueron impartidas a la humanidad por el Cristo que vivió en el cuerpo físico hasta el Misterio del Gólgota, sino después del Misterio del Gólgota por el Cristo resucitado. Se comprenderán mejor las palabras de un iniciado como lo fue Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe». - Sabía, por la experiencia de Damasco, que todo dependía de la comprensión de Cristo resucitado, de la unión del poder de Cristo resucitado con el hombre, de tal manera que el hombre pudiera entonces decir: No yo, sino Cristo en mí.
Por el contrario, es demasiado característico que en el siglo XIX surgiera una teología que ya no quiere saber nada real de Cristo resucitado. Al fin y al cabo, es un síntoma significativo de la época que un profesor de teología de Basilea (Suiza), Overbeck, amigo de Nietzsche, escribiera como teólogo un libro sobre el cristianismo de la teología actual, en el que intenta demostrar que la teología actual ya no es cristiana. Puede que todavía haya algunas cosas que sean cristianas, -según uno de estos teólogos cristianos-, pero la teología que enseñan los teólogos cristianos ciertamente no es cristiana. Esto es, a grandes rasgos, lo que opina el teólogo cristiano Overbeck, y lo demuestra muy ingeniosamente en su libro Esta visión.
La humanidad ha llegado tan lejos en su comprensión del Misterio del Gólgota, que hoy en día las personas que menos saben decir sobre este Misterio del Gólgota, son las que están oficialmente empleadas por su iglesia para decir a la gente algo sobre el Misterio del Gólgota. De ahí surge el anhelo, el anhelo humano, de poder experimentar algo sobre lo que todo el mundo puede experimentar en su interior, la necesidad de Cristo. La Antroposofía, como se ha demostrado en las últimas conferencias, tiene hoy muchos servicios que ofrecer a la humanidad. Un servicio importante será el religioso. No se trata de fundar una nueva religión. Con el acontecimiento que consistió en que un Dios atravesara el destino humano del nacimiento y la muerte, la tierra ya ha recibido su significado de tal manera, que este acontecimiento nunca podrá ser superado. Después del cristianismo, -esto para quienes conocen los fundamentos del cristianismo está muy claro-, ya no se puede fundar una nueva religión. Se entendería mal el cristianismo si se creyera que se puede fundar una nueva religión. Pero a medida que la humanidad misma avance más y más en el conocimiento suprasensible, el misterio del Gólgota y, por tanto, la entidad de Cristo, serán comprendidos más y más profundamente. La Antroposofía quiere contribuir a esta comprensión de un modo que quizá sólo ella pueda hacerlo en la actualidad. Pues en casi ningún otro lugar se puede hablar así de la relación en la antigüedad de los divinos maestros originales de la humanidad, que hablaban de todo menos del nacimiento y la muerte, - porque ellos mismos no habían pasado por tal nacimiento ni muerte-, y de aquel maestro que todavía se aparecía a sus discípulos iniciados en la misma forma en que ellos habían aparecido, los divinos maestros originales de la humanidad, pero que tenía importantes instrucciones y enseñanzas, tal como un Dios presenció el destino humano del nacimiento y la muerte. A partir de esta comunicación de un Dios a la humanidad, los hombres deben adquirir la fuerza para mirar la muerte, en la que ahora deben interesarse, de tal manera que puedan decirse a sí mismos: La muerte esta ahí, pero no puede dañar el alma. El misterio del Gólgota estaba ahí para que la gente pudiera decirse esto a sí misma. San Pablo sabía que si no estuviera ahí, si Cristo no hubiera resucitado, el alma se vería enredada en el destino del cuerpo, osea, la disolución de los elementos del cuerpo en los elementos de la tierra. Si Cristo no hubiera resucitado, si no se hubiera unido con las fuerzas terrestres, entonces el alma humana, en el período que va entre el nacimiento y la muerte, se uniría con el cuerpo humano de tal manera, que esta alma también se uniría con todas las moléculas que se unen con el cuerpo humano, ya sea través del fuego, (incineración) o a través de la descomposición, con la tierra. Sucedería un día que al final de la vida terrestre las almas humanas seguirían el camino establecido por la materia de la tierra. Pero el Cristo, al pasar por el Misterio del Gólgota, arrebata a las almas humanas de este destino. La tierra seguirá su camino en el universo. Pero al igual que el alma humana puede emerger del cuerpo humano individual, la totalidad de las almas humanas también podrá desprenderse de la tierra y pasar a una nueva existencia universal.
Así de íntimamente, Cristo está ligado a la existencia terrenal. Pero esto sólo puede comprenderse si se aborda el misterio de este modo.
Tal vez en la mente de algunos se plantee la idea: ¿Qué pasa con los que no pueden creer en Cristo? Para tranquilizarles, quisiera decir al final: Cristo murió por todos, incluso por los que hoy no pueden conectar con Él. El misterio del Gólgota es un misterio objetivo, al cual el saberlo o no no aporta nada. Pero este saber humano fortalece las fuerzas internas del alma humana. Y todos los medios del conocer humano, del sentir humano, de la voluntad humana deben ser aplicados para que en el curso del ulterior desarrollo terrenal, la presencia de Cristo en la evolución terrenal pueda también estar presente en el hombre subjetivamente, a través del conocimiento directo.
Traducido por J.Luelmo nov.2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario