RUDOLF STEINER
La vida del alma humana, despierta, dormida y soñando
CONFERENCIA 1
Berna, 21 de marzo de 1922.
Como seres humanos, sólo podemos conocer los verdaderos misterios más profundos del alma si consideramos la experiencia total del ser humano. En el tiempo en que el hombre atraviesa su vida terrenal, esta vida total del hombre se divide entre estar despierto y dormido, es decir, en el estado de vigilia ordinario del día y la vida que va desde que se duerme hasta que despierta, esa vida que el hombre pasa en un estado oscuro de conciencia, del que al principio sólo emergen, para la conciencia ordinaria, las oleadas de la vida onírica. Ahora de lo que se trata, es de considerar realmente este estado alternante de dormir y despertar, desde los diversos puntos de vista desde los cuales se puede contemplar. Si partimos de la visión ordinaria de la vida, podemos decir que en el estado de sueño hay una transición desde el estar despierto al dormido. Y si examinamos el curso de la vida onírica, debemos hacer una distinción significativa entre el contenido de la imagen, el contenido imaginativo del soñar, por así decirlo, y el transcurrir del soñar. A menudo también he llamado la atención sobre esto.
Podemos soñar esto o aquello según el contenido. Pero también debemos ver que el curso interno del sueño consiste, digamos, en que transcurre con un cierto dramatismo, que inicialmente tenemos una especie de estado de tensión en el sueño, por así decirlo, que se hace cada vez mayor o más fuerte, y que luego llega una cierta solución, o que tal solución finalmente no surge, sino que tiene lugar el despertar a partir de la tensión. Debemos distinguir este proceso dramático del contenido real del sueño. Pongamos, por ejemplo, que soñamos que recorremos un camino.
Llegamos a una cueva de montaña. Entramos en la cueva de la montaña. Cada vez da más miedo porque se vuelve más y más oscura. Finalmente, nos invade un verdadero estado de miedo, y entonces llegamos a algún obstáculo, aunque sabemos que tenemos que seguir adelante. El estado de ansiedad se hace cada vez mayor. Vemos cómo se acumula la tensión.
Pero el contenido, el contenido imaginario del sueño es algo completamente distinto. Por ejemplo, también podemos soñar lo siguiente: vemos acercarse algo en la distancia que nos amenaza. Se acerca cada vez más, los detalles individuales se nos hacen cada vez más claros, y así crece nuestra ansiedad, que finalmente se descarga en un poderoso estado de miedo. En cuanto al drama del sueño, en ambos casos está presente lo mismo: lo que se acumula interiormente como tensión. Las imágenes de las que se reviste imaginariamente el sueño son algo distinto.
Ahora bien, si vamos más allá, descubriremos a menudo, al menos durante la mayor parte de la vida onírica, que este aspecto imaginativo del sueño está sacado en cierto modo de las experiencias de nuestra existencia terrenal. Ciertamente, algunas cosas pueden transformarse, éstas pueden aparecer en una forma muy enmascarada, pero aún así seremos capaces de comprender de alguna manera, cómo entran las condiciones terrenales que hemos vivido, en el sueño como imágenes.
¿Qué ocurre realmente en un sueño así, digamos, si se trata de un sueño de vigilia? Bueno, en el tiempo que transcurre desde que nos dormimos hasta que nos despertamos tenemos nuestra parte anímico-espiritual, -también la llamamos cuerpo astral y yo-, aparte de nuestros cuerpos físico y etérico. Con nuestro yo y nuestro cuerpo astral moramos en este mundo, en el que al principio no podemos percibir, tal como es nuestra conciencia en la existencia terrena, porque el cuerpo astral y el yo en el que estamos es precisamente algo indeterminado y no ha desarrollado sus órganos de percepción. Pero es justo por que está constantemente sucediendo algo, en esa parte de nosotros que está fuera del cuerpo físico mientras dormimos.
Durante todo el tiempo que transcurre entre que nos dormimos y nos despertamos, en realidad transcurre una vida más rica en el cuerpo astral y en el yo que durante la vigilia diurna. Sólo que no podemos darnos cuenta de ello. Y eso que puede expresarse en sueños como estados de tensión, como estados de descarga, como miedo, quizá también como ira, rabia y demás, -todo lo cual puede intervenir en el sueño-, puede revestirse de las imágenes más diversas, eso es lo que nos sucede desde que nos dormimos hasta que nos despertamos.
Durante estos estados extracorpóreos, vivimos en un mundo en cuyos movimientos participamos, del mismo modo que participamos en los procesos del mundo físico exterior a través de nuestros sentidos durante la vigilia diurna. Cuando volvemos después a nuestro cuerpo físico, con nuestra alma y espíritu, es decir, con el cuerpo astral y el yo, nos adueñamos de los órganos de nuestro cuerpo físico. Nos introducimos en dichos órganos.
A partir de ese momento volvemos a ser capaces de percibir un mundo exterior, el mundo exterior de los reinos de la naturaleza, mineral, vegetal, animal, hasta el ser humano físico. Estos órganos, que el cuerpo físico contiene en sí mismo, los impregnamos con nuestra alma. Así es como nos relacionamos con este mundo exterior. Sin embargo, si no nos sumergimos inmediatamente por completo en nuestro cuerpo físico, sino que penetramos un momento en el cuerpo etérico antes de apoderarnos de todo el cuerpo físico, entonces las fuerzas que forman las imágenes del sueño vienen a nosotros desde este cuerpo etérico.
Dependiendo de las fuerzas, el cuerpo etérico lleva estas imágenes dentro de sí. Son reminiscencias de la vida, recuerdos de la vida. Cuando soñamos mientras nos dormimos, es posible que abandonemos nuestro cuerpo físico y debido a alguna anomalía no abandonemos inmediatamente el cuerpo etérico. Entonces, antes de entrar en la inconsciencia completa, también vivimos en las imágenes del «cuerpo etérico». Pero ya comienza la agitación del cuerpo astral y del yo, que tiene lugar durante el estado entre el dormirse y el despertar.
Debemos, pues, distinguir claramente entre las imágenes contenidas en el sueño y la dinámica, la fuerza del sueño, el drama del sueño. Debemos separar estrictamente los dos el uno del otro. Y si somos capaces de llevar a cabo esta separación, como les acabo de describir en teoría, en la práctica a través de ejercicios del alma, si somos capaces de fortalecer tanto nuestro cuerpo astral y nuestro yo a través de ejercicios que no nos deslizamos pasivamente hacia abajo en el cuerpo etérico y luego en el cuerpo físico, sino que si aprendemos a hacer uso del éter general del mundo fuera del cuerpo, entonces llegamos a percepciones que de otra manera no podríamos tener.
El éter, que está separado y forma nuestro cuerpo etérico, es sólo una parte del éter general del mundo. Hay éter en todas partes. De ese éter general, algún tiempo antes de nuestro nacimiento, separamos aquello que se convertirá en nuestro cuerpo etérico; luego lo llevamos dentro de nosotros entre el nacimiento y la muerte. El éter general del mundo permanece imperceptible. Sólo se hace perceptible cuando somos capaces de fortalecer nuestro cuerpo astral y nuestro yo de tal modo que podemos mantenerlos fuera del cuerpo físico, incluso cuando no estamos dormidos, pero que no recibimos meramente tales impresiones oníricas como las que tenemos al dormirnos y de otro modo para la conciencia ordinaria, sino que podemos percibir en el éter externo.
Entonces tenemos lo siguiente: El mundo físico se extiende a nuestro alrededor. Al principio no nos distrae. El sigue presente para nosotros cuando hacemos los ejercicios adecuados, igual que permanecen presentes los recuerdos. Lo pasamos por alto, no salimos de él como el alucinado, pero al principio no nos incumbe. Hemos fortalecido nuestro cuerpo astral y nuestro yo. Es así como percibimos lo que ocurre en el mundo etérico, no en el mundo físico.
Y lo que ahora tiene lugar en el mundo etérico, es decir, lo que ahora se hace perceptible para nosotros, no es en realidad otra cosa que lo que encontramos, por supuesto siempre sólo parcialmente, al menos en la forma en que se presenta, en mi libro «La Ciencia Oculta». Esto se ve de tal manera que uno lo ve con el cuerpo astral y yo fortalecidos, pero que ahora, en vez de usar los ojos y oídos para percibir físicamente aparte del cuerpo, perciben etéricamente.
Este mundo etérico se presenta en tales imágenes, que entonces pueden ser descritas de la misma manera como lo he descrito en mi «Ciencia Oculta». Por lo tanto quiero decir: Si uno es capaz de llevar el cuerpo astral y el yo al estado libre de cuerpo, tal como están por otra parte cada noche mientras se duerme, pero si uno los ha fortalecido por medio de ejercicios de modo que uno percibe en el mundo etérico, entonces uno tiene primero el mundo ante sí en imaginaciones, en imágenes. Lo que de otro modo uno sólo ve como una pequeña parte del mundo en lo físico se expande de tal manera que uno puede visualizar la existencia de Saturno, el sol, la luna y así sucesivamente además de la existencia terrenal.
Esto es lo primero que es posible percibir del mundo de lo suprasensible. Pero en él, se halla todo lo que puede convertirse en contenido del mundo imaginativo. Nos salimos ya del mundo etérico cuando, a través de lo que yo describo como conciencia vacía, ya no vivimos meramente en las imaginaciones que nos vienen, sino cuando aprendemos a expulsar a su vez las imaginaciones, cuando somos capaces, digamos, tanto de tomar una imaginación en el alma como de dejarla ir. Esto crea un estado mental que puede controlarse completamente a voluntad, un estado mental que vive en la imagen, luego vuelve a suprimir la imagen, vuelve a vivir en la imagen, suprime la imagen. Este es el estado de la experiencia inspirada del mundo.
Allí, sin embargo, se experimenta un mundo que no es del todo distante para el hombre. Lo vive cada noche en el dormir sin sueños. Sólo que no es capaz de captar con su conciencia lo que tiene lugar en él. Ahora en este mundo uno no percibe meramente imágenes, sino que a medida que las imágenes entran, salen, surgen, desaparecen, a medida que se vuelve quieto incluso en la imagen que fluye, y en la imagen que fluye una especie de interioridad, de modo que el mundo también se vuelve múltiple en relación con nuestras percepciones, percibimos en este mundo inspirado, si se me permite decirlo así, las acciones y hechos de seres espirituales reales. En la descripción que he dado en la Ciencia Oculta, estos hechos de seres espirituales ya están implícitos, aunque esencialmente allí se dan las imágenes de la evolución del mundo. Pero se llama la atención sobre los seres de las jerarquías superiores, ángeles, arcángeles, etc., que aparecen en esta oleada del mundo, de imaginaciones que surgen y pasan. Me gustaría decir que en las oleadas que uno experimenta en la vida inspirada, esos seres que son los seres de las jerarquías superiores se tejen al mismo tiempo.
Ahora uno se da cuenta de cómo la propia existencia, pero esa parte de la existencia que sólo se libera realmente en el tiempo que transcurre entre el momento de dormirse y el de despertar durante la vida física en la Tierra, cómo esta parte esencial del ser humano se integra en un mundo de entidades suprasensibles. De hecho, entre el momento de dormirse y el de despertar, somos en verdad miembros de este mundo. Como almas, nos movemos entre los seres.
En la conciencia imaginativa, en realidad sólo tenemos una idea de lo que hacen estos seres. Me gustaría decir que el primer estadio de la conciencia suprasensible se presenta de tal manera que estos seres, por así decirlo, nos esbozan sus imágenes. Éstas son las imaginaciones. Luego llegamos al punto en que no sólo nos enfrentamos a imágenes, sino que éstas surgen y fluyen, y en este surgir y fluir es donde tienen lugar las acciones de los seres. Pero nosotros mismos estamos ahora en este mundo de acontecimientos espirituales. Cuando la conciencia se abre paso, nos encontramos en un estado en el que estamos tan libres del cuerpo como lo estamos, por otra parte para la conciencia ordinaria, en el dormir sin sueños; en realidad pertenecemos a un mundo en el que se producen acciones espirituales . Este mundo, en el que tienen lugar acciones espirituales, y en el que nosotros mismos estamos entrelazados, nos muestra claramente de dónde salimos cuando nos apresuramos a nacer en la Tierra para comenzar otra existencia terrenal, después de haber vivido durante algún tiempo en el mundo anímico-espiritual.
En esencia, el comienzo de la vida en la tierra al nacer es la extinción de este mundo. El ser humano vuelve a este mundo cada vez que se duerme, pero en el transcurso de la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, la actividad interior del astral y del yo en él, se ha debilitado tanto que se ve obligado a tener el más profundo deseo, el más profundo anhelo de que algo venga en su ayuda, pues tendría que morir en la ociosidad espiritual si al acercarse de nuevo el momento de nacer, algo no viniera en su ayuda.
Por lo tanto, supongamos que el ser humano, a partir de la muerte, ha evolucionado a través de los acontecimientos espirituales. Al principio su conciencia es muy viva, incluso recuerda a la conciencia terrestre de los primeros tiempos. Luego se eleva cada vez más, a medida que su conciencia participa en los hechos espirituales. Pero esta conciencia más tarde se debilita. Cuando se acerca de nuevo el momento de un nacimiento terrenal, el hombre entra en un estado como ser espiritual que sólo puede compararse, si queremos caracterizarlo por algo que hay en la tierra, con alguien que empieza a sufrir amnesia, que por tanto, por así decirlo, se arrebuja en sus recuerdos y no puede encontrarlos. De este modo, cuando la vida en la tierra se acerca de nuevo, el ser humano anhela por la realidad, por llenarse de realidad.
Porque en este momento su vida emocional y volitiva es fuerte, pero sus representaciones son opacas, no tienen contenido interno. En cierto sentido, arrebata las representaciones, que se vuelven cada vez más apagadas, mientras que la voluntad se vuelve cada vez más poderosa. Y este deseo le impulsa ahora hacia la encarnación terrenal, hacia un organismo terrenal que le es dado a través de la corriente hereditaria. Ahora puede utilizarlo como una herramienta, le da la oportunidad de pensar de nuevo, aunque ahora sólo para pensar en un mundo exterior físico, pero sin embargo para desplegar de nuevo la vida de la representación, que se ha apagado. Mediante este deseo de poder pensar de nuevo, el hombre entra en la encarnación física terrenal. Y allí pasa por el estado dormido, en el que se desarrolla lentamente para poder volver a vivir como ser anímico-espiritual cuando atraviese la puerta de la muerte y comenzar de nuevo el ciclo. Lo que se experimenta ahora, al elevarse en un estado libre de cuerpo a esta percepción del mundo que surge en la inspiración, ése es todo el secreto de cómo vive el hombre en un mundo suprasensible entre la muerte y un nuevo nacimiento: cómo es realmente este mundo suprasensible.
En el Ciclo de Viena de 1914, «El Ser Interior del Hombre y la Vida entre la Muerte y el Nuevo Nacimiento», ya describí algunas de las formas en que el ser humano llega de nuevo a una encarnación terrena. Si ahora ascendemos aún más, nos hacemos conscientes de aquello de lo cual, en realidad, las personas no son conscientes en su conciencia ordinaria. En el estado de vigilia tenemos tres estados del alma claramente diferenciados: pensar, sentir, querer. También tenemos tres estados similares en el sueño. Pero normalmente sólo se hace una distinción entre los dos, aquel en el que el dormir se vuelve tan ligero, me gustaría decir, que podemos soñar, que son el dormir más tranquilo, y el dormir sin soñar. Pero muy poca gente se da cuenta de que si se puede comparar el dormir tranquilo de los sueños con el pensar de la vigilia, y el dormir sin soñar con el sentir de la vigilia, entonces sigue habiendo un dormir profundo. Esta diferencia entre el estado semidormido y ese dormir profundo, que entonces puede ser comparado con la volición del estado de vigilia, es sólo un dormir excesivo. Pero este estado de dormir profundo también existe. Sin duda, algunas personas llegan a notar cierta diferencia al menos cuando se despiertan. Sucede que una persona pasa por tales noches en las que sólo experimenta los dos estados de dormir, en las que sólo experimenta el dormir onírico y el dormir sin sueños, pero no el dormir más profundo que es claramente diferente del mero dormir sin sueños. Como les decía, al despertar, algunas personas ya notarán, cuando a veces emergen del dormir, sintiendo como si volvieran a surgir, que ya están surgiendo de regiones más profundas del ser de lo que suele ser el caso. Es necesario señalar esta diferencia, que, como decía, no se reconoce en la conciencia ordinaria. Eso se debe a que: Cuando estamos en el dormir onírico, en realidad vivimos en un mundo, - estamos, después de todo, fuera de nuestro cuerpo físico y de nuestro cuerpo etérico-, que ciertamente puede compararse con ese mundo que, por lo demás, tiene lugar de forma invisible en el entorno terrenal, donde las flores de las plantas se despliegan e interactúan con la luz del sol. Este tejer y vivir de las plantas en flor escapa a la conciencia ordinaria. Pero el hombre se sumerge primero en este mundo, que es el más cercano al mundo diurno ordinario. También está en todas partes, y al sumergirse en este mundo vive en el dormir onírico. El dormir más profundo, sin sueños, es entonces aquel en el que el ser humano se sumerge en un mundo que estaría a nuestro alrededor en el interior de las plantas.
Estamos definitivamente en ese mundo cuando dormimos sin sueños, como lo estaríamos si pudiéramos arrastrarnos al interior de las plantas como espíritus. Pero cuando estamos en ese dormir más profundo, que es un tercer estado de dormir, entonces estamos completamente inmersos en el reino mineral. Entonces los procesos minerales, -la alquimia anterior los llamaba procesos de salinización-, tienen lugar con más fuerza en el organismo humano. Entonces el ser humano está, por así decirlo, no sólo consagrado al ser vegetal, sino también al ser mineral. Quien puede entrar conscientemente en este mundo, en el que el hombre se encuentra por lo demás en este estado de profundo dormir, se da cuenta realmente de lo que vive en el interior de los minerales. Y cuando el hombre vive en un mundo como el que se encuentra en el interior de los minerales, es como si ahora lo mirara desde dentro, mientras que por lo demás siempre mira un mineral desde fuera,. Sentirán que esto es lo que quise decir en cierta descripción de la tierra de los espíritus en mi «Teosofía» . En esta descripción del país de los espíritus encontrarán ciertamente esta inversión. Y viviendo en esta inversión, el hombre vive en ese mundo en el que puede participar no sólo en los actos de las jerarquías superiores, sino dentro de ellos, donde puede llegar a conocer a los seres de las jerarquías superiores de la misma manera que percibe a las personas aquí en el mundo físico según sus características anímicas.
Allí ya no estamos en el mundo de la inspiración, estamos en el mundo de la intuición. Allí no sólo nos entregamos a las acciones, las acciones espirituales de los seres espirituales, sino al propio ser de estos seres. Pero entonces también estamos en el mundo en el que el karma se convierte en una realidad para nosotros. Si el ser humano de repente pudiera volverse consciente, percibiría su karma cada vez que entra en este tercer estado de sueño. Percibiría cómo intervienen las vidas terrestres pasadas, en la vida terrestre actual. El hombre experimenta su karma en el dormir profundo, y también lleva los resultados de esta experiencia al cuerpo físico. Pero el cuerpo físico no es adecuado para percibir tales cosas. Inicialmente no tiene órganos para ello. Del mismo modo que desarrolla los ojos para mirar hacia fuera, los oídos para oír hacia fuera, tendría que desarrollar órganos de percepción hacia dentro. Pero si desarrollara esos órganos de percepción hacia dentro, si tuviera que mirar físicamente hacia dentro, le matarían porque el organismo humano no puede vivir si envía hacia dentro las fuerzas que conducen a la formación de los órganos de los sentidos. Si las enviara hacia dentro, podría ver su karma con los órganos físicos, por así decirlo. Sólo puede verlo con los órganos espirituales, a través de la cognición intuitiva. Ahí se puede ver, que durante su vida en la tierra el hombre vive tanto en esas fuerzas que, en el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, forman su entorno, que obran en él para luego incorporarlo a un cuerpo físico terrenal, al igual que también vive en ese mundo en el que su destino tiene lugar de una vida terrenal a otra. Para la conciencia ordinaria este destino nos está velado, porque si el hombre percibiera su destino sin estar preparado, entraría en un estado muy especial. Si el hombre pudiera percibir su destino sin hacer ejercicios, -no puede suceder, pero supongámoslo hipotéticamente-, entonces de esta perceptibilidad surgiría inmediatamente en él el deseo de formar, por así decirlo, órganos de percepción interior.
Hasta cierto punto, querría desarrollar ojos y oídos que viesen y oyesen hacia dentro. Pero eso significaría fuerzas para su organismo. No sólo se despertaría como se está despertando ahora, sino que traería consigo del sueño las fuerzas para remodelar su organismo hacia dentro. En otras palabras, mataría a su organismo. El organismo humano está dispuesto de tal manera que lo anímico-espiritual, el cuerpo astral y el yo sólo pueden sumergirse en el cuerpo etérico por un momento; luego deben sumergirse inmediatamente en el cuerpo físico después de que las imágenes oníricas hayan surgido a través de la inmersión en el cuerpo etérico. Pero incluso entonces el cuerpo etérico debe abandonar inmediatamente lo que es el contenido de las imágenes. Allí el ser humano no puede asimilar lo que de otro modo experimenta fuera. Después debe sumergirse en su cuerpo físico, que debe dejarlo tal como es el cuerpo físico, al que debe entregarse por haber decidido utilizarlo cuando descendió del mundo anímico-espiritual, precisamente para servirse de un cuerpo físico y de sus órganos. Lo que se encuentra más allá del umbral, lo que es imperceptible pero sin embargo se vive, es en cierto sentido un reflejo de lo que atravesamos entre la muerte y un nuevo nacimiento. A través de tal observación, surge la imagen del ser humano completo. Y al mismo tiempo surge que el hombre es un ser tan débil espiritualmente, -tal como está despierto en la vida física en la tierra-, que si no utilizara su cuerpo físico para percibir, fluiría por el mundo en un adormecimiento, si puedo decirlo así, sin percibir nada.
El ser humano entre el nacimiento y la muerte en realidad sólo puede considerarse que vive en un estado anímico embotado y sólo se ilumina interiormente cuando hace uso del cuerpo físico. Esta es la justificación relativa del materialismo, que se justifica bastante relativamente para la vida en la tierra, pues para la vida en la tierra, lo que en realidad es anímico-espiritual permanece ensombrecido. Ahora podemos preguntar: acaso cabe la posibilidad de mirar un poco más detenidamente aquello que vive allí como anímico-espiritual, participando en el mundo tal como se lo he descrito, en un mundo de imágenes que se desbordan, de imágenes que brillan y se apagan, de imágenes que se desvanecen y vuelven a brillar, pero en el que, -ustedes lo saben por mi descripción en «La ciencia Oculta»-, también se mezcla lo que puede compararse con las percepciones gustativas y demás en el mundo físico.
Desde que se duerme hasta que se despierta, el hombre vive en este mundo. De este mundo también puede aprender, -si su conciencia está fortalecida-, cómo es su karma, cómo es su destino, cómo se desarrolla de vida en vida. Pero el modo en que uno puede mirar más de cerca en este mundo, puede hacerse cuando se observa primero a aquellos seres que esencialmente tienen el cuerpo astral en la vida terrenal, no un yo pronunciado en la vida terrenal. Estos seres son los animales. Estos animales también tienen sueño y vigilia. Si nos fijamos en el dormir en los animales, vemos lo siguiente. Tomemos un animal que se está durmiendo. El cuerpo astral sale. Este cuerpo astral, al salir del animal, es ocupado inmediatamente por un mundo que se presenta entonces a las percepciones como este mundo inundado de imaginaciones que se acercan y desaparecen, de tonalidades. Después, al despertar, el cuerpo astral se repliega de nuevo en el animal. Pero si miramos más de cerca, mientras el animal duerme, esta vida imaginativa fluctúa con las tonalidades en el aire terrenal. Desde el momento en que el animal se despierta, el alma se mueve sobre las oleadas del proceso respiratorio, a través de los órganos respiratorios en el sentido más amplio de vuelta al cuerpo animal. Entonces estimula los sentidos para participar en esta vida. Pero al despertar se trata esencialmente de una inundación del alma en la que naturalmente hay que tener en cuenta la respiración cutánea, pero se tiene la salida a través de los procesos respiratorios, y luego la entrada de nuevo a través de los órganos respiratorios. Una vez que se ha visto esto, entonces también se empieza a comprender cómo el cuerpo astral, cuando el animal nace por primera vez, se une con el animal en la vida embrionaria. Se une de tal manera que se diría: Es la inversión del proceso en el que el cuerpo astral se mueve hacia fuera sobre las bocanadas de la respiración. Va hacia adentro y primero construye el cuerpo plásticamente hacia adentro. Si ustedes observan esto, que el animal realmente recibe su forma de su órgano respiratorio, aprenderán a comprender mucho sobre las formaciones del animal. Observen a los animales como son el resultado de sus órganos respiratorios en sentido amplio.
Pero es sólo la forma en que el alma del animal vive en él. Comparen, por ejemplo, un animal proboscídeo con cualquier animal cuyos órganos de la cabeza tengan más bien forma de boca y no de trompa. El resto de la forma del animal se forma en consecuencia, y la manera en que el animal puede respirar es decisiva para su forma. El alma vive en las oleadas del aire que toma el animal. Cuando miramos al ser humano, ocurre algo más. El ser humano, aunque de niño todavía no pueda hablar, tiene la capacidad de hablar. Así pues, sus órganos respiratorios ya están preparados. Son diferentes de los órganos respiratorios de los animales. A través de esta forma de los órganos respiratorios el aire puede entrar de tal manera que ahora no sólo un cuerpo astral, sino un yo puede revestir al ser humano, puede tomar posesión del ser humano. Sin embargo, quien ve a través de esto, aprende la verdad: El animal se forma a través de sus órganos respiratorios en el sentido más amplio, pero el hombre se forma a través de la respiración modificada en lenguaje, en palabras. En el hombre la palabra se hace carne en sentido literal, su forma es resultado de la palabra. Ya he descrito cómo las almas humanas se mueven entre los seres de los mundos suprasensibles. Las almas humanas pertenecen a los mismos mundos que los seres espirituales superiores entre la muerte y un nuevo nacimiento, entre dormirse y despertarse.
Cuando miramos a estas almas humanas, es cierto que se mueven de una manera que luego puede pasar a las ondas del aire, y lo mismo que el hombre despliega cuando habla, este tipo de movimiento de aire que despliega cuando habla, también se despliega en su inhalación, le da forma cuando entra en él. Uno puede realmente contemplar las almas humanas de esta manera, como si flotaran en las olas del aire. Esto se debe al hecho de que el yo no se limita a captar el aire. En el animal es el cuerpo astral, el que se apodera del aire y lo capta con sus estados de calor. El cuerpo astral humano capta el aire, es capaz de moverse sobre las ondas del aire, pero específicamente capta el calor, el éter calórico. Así, a medida que el yo fluye por el mundo en las ondas del éter calórico, colorea la respiración, convirtiéndola en lenguaje de dentro hacia fuera, y en forma humana de fuera hacia dentro. Si uno capta la concreción de la vida del lenguaje, entonces aprende a reconocer en la vida del lenguaje, en la formación cósmica de las palabras, aquello que entra en el ser humano de manera formadora, aquello que actúa plásticamente, especialmente en el embrión y luego en el niño, en que el ser humano se da a sí mismo su forma a través de fuerzas internas, que actúan plásticamente. Y esta conexión entre la palabra y la forma humana es algo de lo que se puede hablar como algo muy real, porque uno lo ve de la manera en que ahora se lo he descrito. También puede observarse lo siguiente. Si tomamos a una persona dormida, su cuerpo astral se mueve sobre las ondas del aire y permanece dentro del espacio aéreo; su yo se aleja hacia lo indefinido, desaparece, por así decirlo, en los estados de calor del mundo exterior. El alma ya es capaz de vivir en el éter calórico y el aire durante el tiempo en que el ser humano está entre dormirse y despertarse. Y así tenemos el cuerpo físico del hombre, que en realidad pertenece enteramente a la tierra, el cuerpo etérico del hombre, que pertenece a lo acuoso, al elemento líquido de la tierra, que tiene una relación especial con ella, el cuerpo astral, que pertenece al elemento aéreo, y el yo, que pertenece al elemento calor, al elemento fuego. Y esto es lo que se percibe cuando la palabra del mundo penetra en el ser humano y reúne las fuerzas del aire y del calor, conectándolas con las fuerzas del agua y de la tierra.
Todo esto es un juego de fuerzas que luego es desplegado por el alma interior cuando el ser humano desciende del mundo anímico espiritual a una existencia terrenal. Estas cosas, naturalmente, sólo pueden mirarse interiormente, pero realmente pueden mirarse interiormente. Y uno quisiera decir: En efecto, es difícil expresarse con las palabras de los idiomas actuales, porque el lenguaje de hoy en día está realmente formado enteramente para el materialismo y para una visión materialista del mundo, pero logrando cada vez más poner realmente en palabras lo que se ve allí de tal manera que los pensamientos claros puedan vivir en el alma humana, se hará comprensible para todos lo que se puede decir sobre los mundos superiores con la ciencia iniciática. Es cierto que estas cosas sólo pueden encontrarse mediante la investigación suprasensible, pero para comprenderlas no es necesaria la investigación suprasensible. A menudo he comparado esto con decir que se puede juzgar estéticamente un cuadro sin ser uno mismo pintor. De esta manera también se puede juzgar la ciencia espiritual, la antroposofía, sin ser uno mismo un investigador, aunque hoy en día esto puede llegar a ser posible hasta cierto punto a través de las instrucciones de «Cómo obtener conocimiento de los mundos superiores» y demás, de modo que ya puede llegar a comprobar los resultados de la investigación científica espiritual. Pero el contenido de las verdades espirituales no adquiere su valor real para la vida investigando las cosas, sino comprendiéndolas, absorbiéndolas. Quien realmente absorbe esas ideas de las que está revestida la verdadera investigación espiritual, puede decirse que tiene la posibilidad de absorber esas cosas, aunque sólo tenga el sentido común ordinario, igual que quien no ha aprendido la composición química del azúcar tiene el sabor del azúcar. Lo que se supone que tienes del azúcar, lo tienes independientemente de si conoces la composición química o no. Igual pasa con las verdades suprasensibles.
Lo que se supone que deberían obtener de ellas, lo obtienen al estar revestido del mundo de las ideas, ahí es donde las absorben. Lo otro es algo que debe suceder para alcanzarlas, pero que ayudan tan poco como si yo le dijera a un niño: No quiero darte azúcar, sino darte instrucciones para que puedas comprender la composición química del azúcar. El niño no quedaría satisfecho. Las personas tampoco pueden contentarse con la mera investigación de los mundos espirituales, sino que deben experimentar la plasmación de los resultados espirituales en ideas formulables. Porque éstas son las que pueden vitalizar nuestro ser espiritual de tal manera que los resultados de la Antroposofía nos den realmente un propósito en la vida. Si una persona absorbe entonces lo que se le da a través de la Antroposofía, -puede absorber inicialmente, digamos, lo que se describe en la imaginación-, entonces ya está haciendo un gran favor a su sentido común, pues su personalidad se vuelve más libre, más independiente interiormente. Esto les proporciona algo que será muy necesario para el presente y el futuro próximo. La gente hoy en día es realmente muy, muy dependiente de ideas incontrolables y demás que absorben. Sólo quiero recordarles cómo las personas que asisten a reuniones de carácter político o de otro tipo hoy en día son realmente un rebaño de ovejas que caen en las consignas que les lanzan los oradores y luego corren tras ellas. En este sentido, la humanidad actual es terriblemente dependiente. También es dependiente porque acepta lo que ya está establecido. En consecuencia, la gente llega poco a poco a no poder pensar en realidad en absoluto, sino sólo a pensar aparentemente, porque su pensamiento ya no puede verse, me gustaría decir, en la luz espiritual. Allí se experimentan cosas extrañas.
A raíz de una representación de euritmia en Berlín, por ejemplo, un crítico ingenioso hizo recientemente el siguiente comentario: «Primero dieron piezas serias y después piezas humorísticas. Se puede ver la imposibilidad de la euritmia por el hecho de que las piezas humorísticas se dan con las mismas formas de movimiento que las piezas serias. Ahora se había subrayado primero que la euritmia es un lenguaje visible, que por tanto es realmente importante entender el contenido que la euritmia proporciona simplemente como lenguaje. ¿Cuál sería la consecuencia de lo que dice un crítico tan ingenioso? La consecuencia sería que tendría que decir: Si, por ejemplo, un declamador utiliza la lengua hablada ordinaria, no debe recitar los poemas serios en ninguna lengua, por ejemplo el alemán, con los mismos sonidos con los que recita los poemas cómicos. Tendría que encontrar una contradicción en esto, igual que si los mismos movimientos se produjeran en la lengua visible para lo cómico y para lo serio, para los poemas serios. Por lo tanto, es un absoluto disparate. La gente lee esto, pero ni siquiera se da cuenta de que ya no son pensamientos en absoluto, sino que es sólo un encadenamiento de procesos cerebrales que se reflejan como pensamientos, pero que ya no son pensamientos, es la insensatez más absoluta. Esto muestra cómo la gente ha perdido su actividad interna. La vida real en los pensamientos debe venir precisamente por el hecho de que la gente vive en la vida imaginativa y persigue lo que viene de la vida imaginativa con sentido común. A través de esto el ser humano se vuelve más activo, se convierte a su vez en una personalidad en el sentido más pleno de la palabra. Sin embargo, es de especial importancia comprometerse con lo que se revela desde la conciencia inspirada.
Si uno vive así con sentido común lo que se describe como inspiración, entonces gradualmente, -como ya he indicado en varios otros contextos-, lo verdadero y lo falso se transforman en juicio sano y juicio enfermo. Uno tiene la sensación de que algo que es falso es un juicio patológico. Con lo que es verdadero, se tiene la sensación de que es algo sano. La lógica de lo verdadero y lo falso sólo tiene sentido para el mundo físico. En cuanto vivimos en el mundo espiritual, percibimos lo verdadero como algo sano y lo falso, el error, como algo enfermo. Pero al adquirir el sentido del juicio sano y enfermo mediante el estudio de las verdades de la inspiración, nos preparamos el camino para comprender el acontecimiento Crístico. Porque el acontecimiento Crístico entró en el mundo porque el desarrollo de la humanidad amenazaba con enfermar. Del acontecimiento Crístico, del Misterio del Gólgota, emana el poder de que el hombre pueda volver de nuevo a la verdad, a la recuperación.
A través de las verdades inspiradas realmente adquirimos de nuevo la posibilidad de dar sentido a las verdades religiosas, especialmente a las verdades del cristianismo, aprendemos de nuevo a comprender por qué el ser de Cristo fue celebrado como un Salvador, como alguien que realmente sana, curó y sigue curando a la humanidad. La palabra realmente se originó en este contexto. Porque en la época del Misterio del Gólgota todavía existían las antiguas cualidades clarividentes, que luego se desvanecieron en el siglo IV después del Misterio del Gólgota, y luego sólo existían en concepto, por eso la gente de aquella época todavía se daba cuenta de lo que significaba el Misterio del Gólgota. Hoy tenemos que volver a darnos cuenta de ello. Hasta el Misterio del Gólgota, Cristo vivía en el mundo que observamos en el dormir onírico, de modo que antes del Misterio del Gólgota el Cristo era perceptible para todo ser humano en el dormir onírico. Pero a ningún hombre se le permitía pensar, - esto fue algo que se aclaró definitivamente a los hombres desde las Escuelas de Misterios-, que el Ser que vive en el Cristo podía ser alcanzado con pensamientos terrenales, que también podía ser encontrado en el estado de vigilia. Esto sólo fue posible a través del Misterio del Gólgota, a través del paso de Cristo por la muerte. Desde entonces se puede pensar en él como una entidad que pertenece a la vida terrenal misma. Para la vida terrenal se hizo realidad la concepción del Dios que salió del país de los sueños y entró en la tierra física.
Este es un proceso real: el Dios que ha aprendido a conocer lo que por contra los dioses no conocen, que ha aprendido a morir, que ha incorporado el hecho de la muerte en sí mismo, ese es el Cristo, el Dios que entra en el mundo donde hay nacimiento y muerte, el descenso de Dios a la naturaleza humana. Dios se hace hombre. Esta es precisamente la fórmula en la que podemos expresar en qué se ha convertido el Cristo: para la tierra el arquetipo de la humanidad, para la tierra aquello a través de lo cual la humanidad adquiere sentido. Y si hubiera tenido lugar lo otro, si al mismo tiempo que el dios se hubiera convertido en hombre, un hombre también hubiera tenido el impulso de convertirse en dios, es decir, de ya no morir, de ya no estar sujeto a las leyes de la vida terrenal, entonces, por supuesto, se habría convertido en el hombre más perfecto, mientras que el dios se convertía en el hombre más perfecto, al descender, se habría convertido en el dios más miserable. ¡Tienen este polo opuesto! No en vano, junto al Cristo que asciende al Gólgota está Ahasver, el hombre que se convierte en Dios, pero el Dios torpe que pierde la posibilidad de morir, que ahora camina por el mundo, que no puede morir, el Dios que permanece en el plano físico, pero que desarrolla en el plano físico las mismas peculiaridades que en realidad sólo podía desarrollar en el país de los sueños.
Es algo tremendo, espiritual, que se pone ante nuestras almas, que el hombre, que se ha convertido en Dios, se añade a Dios, pero, como es natural, de una manera que le hace desgraciado. El hombre que se ha convertido en Dios también mantiene el principio dentro del desarrollo terrenal de que la Divinidad no debe descender al plano físico: el judaísmo, la cosmovisión del Antiguo Testamento.
Aquí ya se presenta un misterio. Aquellos que saben estas cosas saben que Ahasver es una entidad real y las leyendas de Ahasver se basan en impresiones reales de percepciones de Ahasver, que han ocurrido aquí y allá, porque Ahasver existe y es el custodio del judaísmo después de que ha ocurrido el Misterio del Gólgota. Él es el hombre que se ha convertido en Dios. Debemos tener muy claro que sólo podemos llegar a un conocimiento completo de la historia incluyendo lo espiritual. Por un lado, buscamos la encarnación de Dios en el acontecimiento del Gólgota, buscamos el devenir Dios del hombre en el Ahasver. Y el iniciado puede saber que el Ahasver realmente anda por ahí. Por supuesto, no puede ser visto como un ser humano. Se ha convertido en un dios. Pero anda por ahí. Está presente en la existencia terrenal.
Ahazver |
Y las verdaderas representaciones de la historia, que captan toda la realidad, hacen necesario contemplar lo que también atraviesa el desarrollo histórico de la humanidad como una realidad espiritual. Ciertamente, muchas cosas sólo están presentes en imágenes. Sólo es importante darse cuenta de que esas imágenes corresponden a realidades. Es una tontería decir que uno no debe expresarse en tales imágenes. Cuando hablamos, siempre nos expresamos en imágenes. Tomemos la palabra sánscrita «manas». Quien comprende «Manas» tiene ante sí el cuenco, la luna, llevando el sol, porque al pronunciar «Manas» en sánscrito primitivo, uno sentía al ser humano según su voluntad siendo como el cuenco, que entonces llevaba al ser pensante. Todas las palabras también se reducen a imágenes, son sólo imágenes elementales, simples. Lo que se expresa con palabras no está contenido en las palabras. Cuando hay seres más complejos que no se pueden expresar con palabras, hay que formar imágenes. Cuando se habla de Ahasver y de las leyendas de Ahasver, como se habla de imágenes, éstas son sólo formas de expresión más complejas que apuntan al lado espiritual.
Pues se trata del mismo proceso de visualización en el lenguaje ordinario que en la visualización superior, cuando se presenta algo así como el Ahazver, que atraviesa el desarrollo del mundo como un ser, pero precisamente como un ser espiritual, e impide continuamente que el hombre regrese a través del Cristo al mundo espiritual, del que salió cuando perdió su clarividencia atávica, en la forma que se encuentra en su desarrollo. Quería decir esto hoy para señalar, por una parte, la existencia real del hombre en el mundo espiritual, mediante una correcta caracterización del estado de sueño y de dormir, y, por otra parte, que en la historia viven seres espirituales que sólo hacen comprensible el curso completo de la historia.
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