RUDOLF STEINER
La naturaleza del hombre y su expresión en el arte griego
CONFERENCIA 5
Dornach, 31 de marzo de 1922.
Con el fin de comprender algunos aspectos cosmológicos, hoy visualizaremos las fuerzas que mantienen unido al ser humano durante su vida en la Tierra. Sabemos que el ser humano está constituido, -considerando lo que aquí en la vida terrena lo forman-, por el cuerpo físico, el cuerpo de fuerzas formativas, que también puede llamarse cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo. Imaginemos cómo podemos describir estos cuatro miembros del ser humano. El cuerpo físico es, después de todo, lo que le viene al ser humano como resultado de las fuerzas terrestres que actúan para él, por así decirlo. En el tiempo que el hombre pasa entre la muerte y un nuevo nacimiento, él no tiene que ver con este cuerpo físico. Por las observaciones que hice en las conferencias inmediatamente anteriores vimos que la entidad humana, cuando desciende de los reinos anímico-espirituales a una encarnación física, está hasta cierto punto espiritualmente muerta y debe recobrar su fuerza interior mediante la inmersión en el cuerpo físico. Sin embargo, esta misma corporeidad física nace hasta cierto punto, de las fuerzas de la tierra y se une con lo que desciende del mundo anímico-espiritual. Pero poco antes de que el ser humano llegue a la encarnación física en la tierra, aún no dispone de las fuerzas formativas o cuerpo etérico. El cual, al igual que el cuerpo físico, también está inicialmente conectado con el ser humano para la existencia terrenal. Sólo que todas estas fuerzas formativas o cuerpo etérico tienen una relación diferente con el universo que el cuerpo físico.
Si buscamos en el cuerpo físico del ser humano con respecto a sus fuerzas, encontramos en él las fuerzas del propio planeta Tierra. Pero cuando nos acercamos al cuerpo etérico o formativo del ser humano, encontramos en él más bien las fuerzas del cosmos, las fuerzas de todo el universo. Por otra parte, el cuerpo astral y el yo humanos contienen fuerzas, que no se encuentran realmente en el espacio exterior del universo, que, si se nos permite la expresión, no son del mundo al que pertenece la tierra. En realidad, la Tierra se esfuerza continuamente por reclamar para sí el cuerpo físico del hombre, por incorporarlo a su propio ser sustancial. El universo, por el contrario, tiene una tendencia constante a dispersar el cuerpo etérico del hombre por todo el universo. Cuando el ser humano está en el estado comprendido entre dormirse y despertarse, las fuerzas que actúan en lo que queda en la cama, en el cuerpo físico y en el cuerpo de fuerzas formativas, son en realidad tales que el cuerpo físico quiere constantemente conectar con la tierra, si puedo decirlo así. Quiere asemejarse a la tierra, quiere volverse completamente térreo. Las fuerzas formativas o cuerpo etérico quiere dispersarse en el universo. Y cuando nos despertamos por la mañana y nos encontramos de nuevo con nuestros cuerpos físico y etérico, ocurre que cuando entramos en el cuerpo físico, éste nos dice: «La tierra me ha sujetado durante toda la noche, la tierra quería moldearme hasta convertirme en polvo. Sólo porque me mantuviste unido ayer y los días anteriores en la tierra a través de tu yo y tu cuerpo astral, seguí siendo un cuerpo físico; las fuerzas de sujeción siguieron actuando en mí. Del mismo modo, las fuerzas formativas o cuerpo etérico dicen: «Precisamente porque he adoptado el hábito de ser como tú, (como el cuerpo físico), he mantenido la forma humana. En realidad, las fuerzas del universo quisieron dispersarme a los cuatro vientos durante la noche mientras dormías, mientras estabas lejos de mí.
Cada vez que nos despertamos, básicamente tenemos que hacer un esfuerzo para volver a tomar posesión de nuestro cuerpo físico. En realidad, desde el momento en que nos dormimos hasta que nos despertamos, él quiere estar perdido para nosotros. Esta toma de posesión la llevamos a cabo a través del yo. Si se le entrena para ello, el yo puede sentir realmente como si quisiera tomar posesión del cuerpo físico de nuevo cada mañana. El cuerpo astral puede sentir al despertar, que debe parecerse al cuerpo etérico. El cual ya tendía a adoptar una forma no humana. El cuerpo astral debe a su vez forzarlo a volver a la forma humana. Es como si dijéramos: Durante el sueño el cuerpo físico pierde la tendencia a dejarse poseer por el yo, y el cuerpo etérico pierde la tendencia a tener una forma parecida a la humana. Revolotea. De modo que, en realidad, la forma que tiene nuestro cuerpo físico no es más que el resultado del trabajo del yo en nuestra entidad humana. En el estado actual del alma, la gente no se conmueve mucho por algo así, que puede expresarse con las palabras: Cuando YO vuelva a mi cuerpo físico en el estado de vigilia, primero debo volver a tomar posesión de él. Él quería perderse, y el cuerpo etérico quería revolotear.
Supongamos, sin embargo, que hubiera habido una época en la que las personas todavía tenían una clara sensación de esta batalla que tiene lugar entre el yo y el cuerpo astral, por un lado, y el cuerpo físico y el cuerpo etérico, por otro, cada vez que se despiertan. Entonces, precisamente porque tenían esta sensación clara, también habrían tenido la sensación de que debe ser algo muy especial si el ser humano tuviera que abandonar sus cuerpos físico y etérico de forma bastante repentina como consecuencia de algo.
Cuando, en condiciones terrenales normales, una persona abandona sus cuerpos físico y etérico, esto sucede porque el cuerpo físico, ya sea por enfermedad o por vejez, se ha vuelto terrestre en un alto grado, de modo que quiere unirse con la tierra, o la persona ha llevado su cuerpo físico hasta el punto en que el yo ya no puede poseerlo, etcétera. Pero supongamos que ocurriera de repente que el yo y el cuerpo astral tuvieran que abandonar el cuerpo físico y el cuerpo etérico completamente sanos y sin lesiones, de modo que en el sentido más elevado tuvieran todavía la tendencia a ser poseídos por el yo y a ser semejantes al cuerpo astral, ¿Qué tendría que ocurrir entonces?
En una persona de edad avanzada podría haber surgido el siguiente pensamiento: Bien, entonces este cuerpo físico no podría descomponerse fácilmente. Sólo puede descomponerse si ya tiene la tendencia a descomponerse en sí mismo, como por enfermedad o envejecimiento o cosas por el estilo. Pero si el cuerpo astral y el yo tuvieran que abandonar repentinamente el organismo humano plenamente sano, en el que está presente el cuerpo formativo, entonces la forma humana tendría que permanecer, porque la tendencia a ser poseído por el yo y el cuerpo astral sigue estando plenamente presente. La forma humana tendría que permanecer. El ser humano tendría que volverse como una estatua. El cuerpo físico no podría desintegrarse, el cuerpo etérico no podría desdibujarse, porque la separación habría sido demasiado rápida. El hombre tendría que convertirse en una estatua.
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Niobe |
Tal sentimiento parece haber existido realmente alguna vez. Todos conocen la leyenda griega de Niobe, que tuvo siete hijos y siete hijas sanos y que una vez, por abundancia de salud, se burló de la madre de Apolo y Artemisa porque a pesar de ser una diosa sólo tenía dos hijos: Apolo y Artemisa. Ella, Niobe, se negó a sacrificarse, y la venganza del dios o de los dioses cayó sobre ella. Vio morir repentinamente a sus siete hijas y siete hijos, muertos por las flechas de Apolo y Artemisa. Ella vio todo el campo de cadáveres de sus catorce retoños ante ella, y su yo y su cuerpo astral se unieron en el dolor con lo que veía a su alrededor. Ustedes ya conocen la doble vertiente de Niobe, que se convierte en estatua, a su alrededor los siete hijos, las siete hijas, a medida que van llegando a la muerte. Ella misma se convierte en una estatua. Sus cuerpos físico, y etérico deben separarse del yo y del cuerpo astral. Pero debido a que estaban tan llenos de vida desbordante que la propia Niobe llegó al punto de burlarse de la diosa con sus dos retoños, no podían perder la inclinación hacia el yo, ni el cuerpo etérico podía separarse del cuerpo astral. Niobe se convirtió en una estatua. Una obra de arte así surgió sin duda a raíz de un profundo sentido de la cosmovisión, de algo que se percibía como una verdad desde la cosmovisión de la época. Simplemente se sentía: Si Niobe no hubiera estado tan llena de vida que hubiera podido acudir a la redención de la diosa Latona, (madre de Apolo y Artemisa), entonces podría haber muerto de tal manera que su cuerpo físico se hubiera desintegrado. Pero estaba tan llena de vida que se rebeló contra los dioses, de modo que vivió plenamente dentro de este cuerpo físico. Y así vemos qué siente el genio griego: Debido a la rápida salida del yo y del cuerpo astral del cuerpo físico y etérico, Niobe se convierte en una estatua.
Si echamos la vista atrás en la evolución de la humanidad, el arte siempre está estrechamente vinculado a los sentimientos asociados a la cosmovisión de una época determinada. Pero también podemos ver esto de muchas otras maneras. Volvamos una vez más nuestra atención a cómo el hombre debe tomar posesión de su cuerpo físico cuando despierta, ya que este cuerpo físico quiere asemejarse a la tierra. Si Niobe hubiera podido dormir siquiera una noche después de su dolorosa experiencia, entonces ya no podría haberse convertido en una estatua, pues entonces el cuerpo físico ya habría absorbido las fuerzas para asemejarse a la tierra, es decir, para desintegrarse. Es por eso, que la entidad humana debe volver a tomar posesión del cuerpo físico todas las mañanas, y el cuerpo astral debe, de manera similar, moldear el cuerpo etérico todas las mañanas, modelarlo plásticamente de nuevo para que adopte una forma semejante a la humana.
Durante el desarrollo griego, hubo una época en la que se percibía claramente que el hombre debía desarrollar fuerzas cada mañana para tomar posesión de su cuerpo físico. El griego tenía cierta satisfacción en la posesión de su cuerpo físico, y puesto que sabía que cada mañana debía volver a tomar posesión de él, sentía la necesidad de fortalecer las fuerzas que podían tomar posesión del cuerpo físico, y también las que hacen fuerte al cuerpo astral, a fin de que el cuerpo etérico volviera a ser semejante a él cada mañana.
Si una persona estuviera despierta y siguiera conscientemente todo el proceso que tiene lugar cuando se despierta, se diría cada mañana al despertarse: «¡Que no pierda mi cuerpo físico, que vuelva a entrar correctamente en este cuerpo físico!». El hombre tendría miedo de no poder entrar en el cuerpo físico correctamente. El griego de los tiempos antiguos sabía mucho acerca de este miedo, y sabía también que, el cuerpo etérico tiene una tendencia peculiar cada noche a revolotear en cuatro formas diferentes, a convertirse en algo que es como un ángel, que es como un león, que es como un águila y que es como un buey. Cada mañana, desde el cuerpo astral, hay que esforzarse de nuevo por sintetizar estos cuatro miembros del cuerpo etérico, si se me permite la expresión, de tal manera que se conviertan en un verdadero ser humano. Pero a los griegos les gustaba la vida en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico. A menudo les he citado el dicho que nos llega de Grecia: «Mejor un mendigo en la tierra que un rey en el reino de las sombras», en el inframundo. El griego amaba esta existencia física. Por eso también quería fortalecerse en la posesión de su cuerpo físico, en la semejanza del cuerpo etérico con el ser humano. Y como ven, de esta tendencia surgió la tragedia. Y Aristóteles todavía da una definición de la tragedia, que indica claramente que básicamente los griegos no concebían la tragedia de la forma en que la concibe el hombre moderno. No sé si alguien tiene otra experiencia, pero la mayoría de las veces he comprobado que la gente de hoy cree que las tragedias existen por la razón de que cuando uno se ha pasado todo el día haciendo lo que conlleva el día, le gusta sentarse unas horas por la noche para experimentar de una forma más o menos emocionante algo que no es una experiencia real, sino sólo una imagen.
Los griegos no pensaban así en la época en que la cultura griega estaba surgiendo gradualmente. Para los griegos, la vida era una cosa, y todo lo que ponían en la vida era algo que realmente pertenecía a la totalidad de esta vida. Y para él, la tragedia era el medio a través del cual el hombre podía poseer adecuadamente su cuerpo físico y moldear su cuerpo etérico. Y la tragedia se desarrollaba de tal manera que, al contemplarla, el hombre debería sentir miedo y piedad. ¿Por qué habría de sentir miedo el hombre ante la tragedia? Él debía experimentar miedo porque al experimentar este miedo se fortalece su poder para tomar posesión del cuerpo físico de la manera correcta cada mañana. Y debe sentir compasión, porque a través de esto su cuerpo astral se fortalece cada mañana para moldear el cuerpo etérico de la manera correcta. ¡Ponme tragedias delante!, decía el griego, entonces podré tomar posesión de mi cuerpo físico adecuadamente, construir mi cuerpo etérico adecuadamente, entonces podré ser un verdadero ser humano en el sentido más completo de la palabra. El griego quería ser un hombre de verdad en su existencia terrenal. Además de las otras cosas que introdujo en su cultura, la tragedia también debía servir a este propósito. Por supuesto, esto presupone que en aquellos tiempos más antiguos se sabía que lo anímico-espiritual, el yo y el cuerpo astral del hombre están conectados con lo físico y lo etérico del hombre.
Aristóteles da una definición de la tragedia. Dice: La tragedia es la imitación de una acción mediante la cual se despiertan el miedo y la piedad, de modo que el hombre experimenta la catarsis, la crisis del miedo y la piedad, mediante la excitación del miedo y la piedad. Crisis, catarsis, son expresiones tomadas de la antigua medicina griega, el arte de curar, e incluso entonces, cuando Aristóteles ya había desarrollado el helenismo hasta la pedantería, la tragedia seguía siendo percibida por él como algo curativo, algo fortalecedor para el hombre.
Intentemos visualizar, en la vida ordinaria este término «catarsis», que también procede de los Misterios, -y a menudo hemos explicado lo que significa en los Misterios-.
Cuando una persona se enferma internamente, ¿Qué ocurre en realidad? En la persona se produce un sufrimiento y un dolor que normalmente no están presentes. Empieza a sentir su organismo, a sentirlo de alguna manera, a sentirlo de una forma que no siente en la vida normal, la digamos llamada vida sana. Inicialmente en la vida sana, no se percibe ningún dolor. Cuando se enferma, algo empieza a doler, a causar dolor. Pero esto no significa otra cosa que el yo y el cuerpo astral no están unidos al cuerpo físico y al cuerpo etérico de la manera correcta, -perdonen la expresión un tanto burda. Si ahora la persona es conducida de nuevo a la curación, a la recuperación, entonces el yo y el cuerpo astral reciben la fuerza para volver a unirse de la manera correcta. El yo y el cuerpo astral reciben mayor poder sobre el cuerpo físico en el proceso de curación que el que tenían antes de la curación.
Supongamos que una persona enferma de pulmón. Su yo y su cuerpo astral no están correctamente conectados con las partes etérica y física de los pulmones. Lo que tiene lugar durante el proceso de curación es de nuevo la conexión correcta. Y la crisis consiste precisamente en que fuera de la conexión correcta, el yo y el cuerpo astral reciben la fuerza para volver a conectarse correctamente después. Lo que ocurre de forma externa en la enfermedad, los griegos lo veían ocurrir continuamente de forma interna en el ser humano.
El griego pensaba así: Si el hombre no hace nada por sí mismo, su yo y su cuerpo astral se vuelven cada vez más ajenos al cuerpo físico y etérico. Son cada vez menos capaces de tomar posesión del cuerpo físico y cada vez menos capaces de moldear el cuerpo etérico a su antojo. Hay que sacarlos para que puedan volver a entrar de la manera correcta. Hay que impregnar el cuerpo astral de sufrimiento, de compasión. Y el yo debe inundarse de miedo. Cuando el yo experimenta miedo, se fortalece. Y el yo sobrevive a este miedo porque sólo se presenta a través de la imagen. Así que el yo no perece bajo el miedo, sobrevive al miedo, atraviesa la crisis, la catarsis, y así tiene más fuerza para volver a tomar posesión del cuerpo físico cada mañana. Del mismo modo, mediante la compasión, mediante la contemplación del sufrimiento, el cuerpo astral se fortalece para parecerse cada vez más al cuerpo etérico.
Así que esto puede mostrarles, que en Grecia, se percibía en el arte algo que, por un lado, está totalmente relacionado con el ser humano, como muestra la figura de Niobe, o lo que se supone que actúa en el proceso de convertirse en humano y en el proceso de la educación humana. La mirada griega siempre estuvo centrada en el ser humano concreto y se puede decir que desde la época griega se ha perdido realmente la propia esencia del hombre.
Esto es especialmente evidente cuando se observa al joven Goethe. Goethe en sus primeros años, aprendió mucho sobre el mundo, sobre el mundo que le rodeaba, sobre la forma de pensar y de sentir de la gente. E incluso aprendió mucho sobre la forma en que las personas, aparte de las de gran importancia y genio, intentan hacerse una idea del mundo. Pero para Goethe supone una lucha, -ya lo he comentado aquí-, crecer en su entorno cultural. Porque sabemos que en los últimos cuatro o cinco siglos, el mundo cultural se había intelectualizado y Goethe sentía ese intelectualismo que se había derramado sobre todo. Él lo expresó así en «Fausto»: La filosofía se ha intelectualizado, el derecho se ha intelectualizado, la medicina se ha intelectualizado, incluso la teología se ha intelectualizado. Fausto estudió todo esto. Pero el mero pensamiento que vive en todo esto es para él algo ajeno a la realidad. Quiere relacionar los fundamentos espirituales de la existencia consigo mismo. Ese es básicamente el sentimiento de Goethe. Esta intelectualización del hombre moderno, Goethe naturalmente tuvo que admitirla, porque ese era el desarrollo de los tiempos. El desarrollo de la humanidad acababa de llegar a este punto. Pero para él era una lucha, porque después de todo, el pensar no abarca intensamente todo lo humano. Él se sentía ajeno al mundo porque veía que el mundo que le rodeaba se desarrollaba como un mundo mental-intelectual.
Una de esas personas que, cuando Goethe era joven, tendía con cierta naturalidad y vigor hacia el intelectualismo, era Lessing. Goethe podría haber conocido a Lessing en Leipzig. Lo evitó porque Lessing era demasiado intelectualista para él. Herder, más tarde en Estrasburgo, no lo era. A pesar de su intelectualismo, Herder estaba lleno de sentimientos y emociones y había llegado a una visión global del mundo. Goethe podía acercarse a él. Lessing era algo inquietantemente inteligible para él. Lo evitaba.
A partir de este estado de ánimo, también se puede entender cómo Goethe, a cierta edad, ya no podía evitar salir de este mundo en el que se quiere pensar en todo. En cierta época de Weimar, a Goethe le habría encantado salirse de su pellejo, aunque le iba extraordinariamente bien; aunque era idolatrado en la corte de Weimar, no podía soportarlo. No podía soportar toda aquella situación. Tampoco podía soportar eso: Este Herder, estudiaba a Spinoza. Pero Spinoza es básicamente toda una maquinaria de pensamiento, maravillosa, pero cuando te enroscas en esta maquinaria de pensamiento te alejas del mundo.
Y por eso tuvo que irse a Italia, porque quería descubrir al hombre. Quería descubrir al ser humano en el sentimiento del arte griego, del arte antiguo, que se había vuelto ajeno al hombre moderno. Goethe tenía sed de descubrimiento, de la experiencia del hombre. Y en el fondo, toda la antroposofía no es otra cosa que una visión del mundo que surge del anhelo de encontrar al hombre en todo su ser, de responder a la pregunta: ¿Qué es este ser humano? ¿Cuál es su posición en la vida?
Por esto, sin embargo, las cosas que han sido colocadas en el desarrollo de la civilización a partir del sentimiento pleno del ser humano, como la tragedia, o una obra de arte como el grupo Niobe, gradualmente se vuelven más y más vívidas. Tomemos este grupo de Niobe. Niobe, en su alma, es decir, en su yo, en su cuerpo astral, vive completamente fuera; se proyectan completamente en la esfera de donde procede su dolor. El alma es arrancada por el dolor. El cuerpo sigue impregnado por las fuerzas del yo y del astral. La forma permanece, la forma se mantiene firmemente unida. Se convierte en estatua, la Niobe.
Tomemos el caso contrario: no hay razón alguna para que el yo y el cuerpo astral sean expulsados del cuerpo físico y del cuerpo etérico, y sin embargo son expulsados porque el cuerpo físico y el cuerpo etérico son destruidos desde afuera, debido a que son sacados del yo y del cuerpo astral. Así que este yo y el cuerpo astral tienen que salir. Pero como el cuerpo físico y el cuerpo etérico son destruidos desde fuera, se les da una forma que, por un lado, sigue al poder destructor y, por otro, hace literalmente visible cómo son expulsados el yo y el cuerpo astral. Este no tiene por qué ser el caso de Niobe; allí es repentino. Pero supongamos que Niobe no se precipitara fuera de su cuerpo físico y etérico mirando el campo cadavérico de su vástago, sino que le sucediera algo a sus cuerpos físico y etérico, haciendo que el alma fuera expulsada. Entonces no se vería en el cuerpo físico y etérico cómo se convierten en una estatua, ni cómo se congelan, por así decirlo, en la materia, en la materia moldeada, sino que se vería que el yo sigue trabajando ahí dentro, que el cuerpo astral sigue esforzándose por formar el cuerpo etérico. Esto también se formó en Grecia: Ese es el Laocoonte. Se puede entender el Laocoonte si se penetra en el conocimiento de que es lo contrario de Niobe, de que el cuerpo físico y el cuerpo etérico son destruidos desde el exterior y de que el conjunto lucha con el Yo y con el cuerpo astral, que son forzados a salir. De modo que en cada moldeado, en el moldeado de la boca, en el moldeado de la cara, en la sujeción de los brazos, en las formas que asumen los dedos, ven ustedes en Laocoonte que se reproduce la situación de la que estoy hablando ahora. ![]() |
Laocoonte |
Debemos llegar de nuevo a tales conocimientos, pues de lo contrario el intelectualismo, que en verdad está profundamente justificado para los tiempos modernos, alejará al hombre de una verdadera visión, de un verdadero conocimiento de la naturaleza, de la realidad.
Basta pensar en cómo Lessing se esforzó por explicar el grupo del Laocoonte. Básicamente lo explicó de forma bastante externa. Por supuesto, digo esto con el debido respeto por el gran Lessing. Pero si ustedes leen su explicación, dice: Cuando un poeta habla de Laocoonte, a Laocoonte se le permite gritar, porque no se ve cómo abre la boca cuando grita. Pero cuando el escultor lo esculpe, se le ve abrir la boca, lo que no está permitido. Eso es bastante externo: ¡el poeta debe hacerlo así, el escultor debe hacerlo de otra manera! Por supuesto, lo que Lessing consiguió es algo extraordinariamente significativo. Se puede decir que estas cosas hay que tratarlas con el debido respeto, pero hay que darse cuenta de que el tratamiento que Lessing hace del grupo de Laocoonte no contiene nada que explique toda la figura de Laocoonte aparte de la situación. Para ello es necesario, como dije en la introducción a estas reflexiones, tener una visión adecuada de las fuerzas que mantienen unido al hombre en sus cuatro miembros.
En la era del intelectualismo se ha perdido por completo esta visión de conjunto. Esta era del intelectualismo básicamente ya no sabía qué hacer con lo que el hombre es. Y fue precisamente en la era del intelectualismo cuando perdimos la apreciación de todas las cosas. Eso es lo que Goethe sentía tan decididamente y lo que le llevó al punto de no soportar realmente que el intelectualismo se extendiera incluso al arte. El joven Goethe no podía soportar todo el tipo de arte de Corneille-Racine, porque allí el intelectualismo moldea lo dramático de un modo intelectualista.
Goethe, en cambio, recurre a Shakespeare, que partiendo de todas las contradicciones de la naturaleza, él crea. Goethe encuentra así que Shakespeare es algo así como el intérprete del espíritu del propio mundo. Goethe siente esto muy profundamente porque percibe esta irrupción del intelectualismo. No es cierto, he señalado a menudo que Hamlet puede ser visto como un discípulo de Fausto. Que Hamlet, -el Hamlet de Shakespeare, por supuesto, no el Hamlet de Saxo Grammatikus-, pudo haberse sentado como discípulo a los pies de Fausto en Wittenberg durante los diez años que Fausto llevó a sus alumnos de la mano, le quedó claro de inmediato a Goethe. Él por supuesto, no mencionó los detalles; pero la persona que ahora dijera: Ahora, gracias a Dios, he estudiado filosofía, jurisprudencia, medicina y, para mi salvación, teología, - naturalmente no podría sentir un íntimo placer cuando encuentra, digamos, al príncipe danés artísticamente formado ante él, pronunciando el monólogo: Ser o no ser-, y que habla de esa tierra de la que aún no ha regresado ningún viajero, aunque justo antes haya hablado el fantasma del mismísimo anciano Hamlet, ¡que por tanto debe de tener una memoria terriblemente corta si no puede recordar en el momento en que pronuncia el soliloquio que acaba de hablar con su padre, que ha regresado de esa tierra desconocida!
Un intelectualista no haría eso, por supuesto. Y ya he conocido a intelectuales así. Han dicho: sí, Hamlet no fue escrito por un solo poeta, el soliloquio lo escribió otra persona, y luego se mezcló. ¡Eso es lo que hicieron con Homero!
Es muy fácil demostrar que toda una serie de personas podrían haber escrito «Hamlet», porque esas contradicciones existen en todas partes, porque esas contradicciones existen en la realidad. Y Goethe sintió el lado más rico de la realidad frente al lado más pobre del intelectualismo. Y así es como hay que entenderle.
Si quieren divertirse con todo lo que es espantoso en «Hamlet» y que demuestra que Shakespeare puede caer en una contradicción en cualquier momento, sólo tienen que leer al profesor Rümelin, el famoso Rümelin de Heidelberg, que ya señalaba todas estas cosas en detalle en su ensayo sobre Shakespeare . Pero hay una diferencia entre lo que Goethe consideraba arte, en cuanto llamaba al artista parlante intérprete del espíritu del mundo, y lo que -incluso en Heidelberg- se transmite como ciencia.
Y si comparan lo que Lessing dijo sobre el Laocoonte y las bellas observaciones de Goethe al respecto, por supuesto que no encontrarán aún en las observaciones de Goethe lo que conduce a una verdadera comprensión, porque Goethe no tenía aún la antroposofía, pero encontrarán un avance significativo sobre los argumentos de Lessing.
En Goethe encontrarán por todas partes referencias a lo que acabo de decir. De modo que se puede decir, por ejemplo: «De lo que Goethe comentó sobre el grupo del Laocoonte, salta ya todo lo que he dicho sobre él». Y por eso ya se puede decir que el goetheanismo, en su correcta continuación, conduce absolutamente a la antroposofía, hasta en los detalles.
Traducido por J.Luelmo nov.2024
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