GA211 Dornach, 25 de marzo de 1922. De la anterior percepción directa de lo anímico-espiritual, a la percepción actual del cadáver de la naturaleza,

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RUDOLF STEINER


De la anterior percepción directa de lo anímico-espiritual, a la percepción actual del cadáver de la naturaleza,

CONFERENCIA 3 

Dornach, 25 de marzo de 1922.

A menudo hemos vuelto la mirada hacia los puntos de vista de épocas más antiguas, hoy queremos hacer lo mismo en cierto sentido, es decir, con el objetivo de obtener algunos puntos de vista para la comprensión histórica de la humanidad y de su desarrollo. Si retrocedemos miles de años en ese desarrollo, por ejemplo, a los tiempos a los cuales nos referimos en nuestra terminología, con el nombre de período cultural de la antigua India, allí descubrimos, que la forma de ver las cosas de la gente en aquella época era muy diferente, -comparado con un período muy alejado de éste-, de la forma de ver las cosas en nuestro tiempo. Cuando retrocedemos a aquellos tiempos más antiguos, descubrimos que la gente simplemente no veía la naturaleza como la vemos hoy en día. La gente la veía de tal manera que todavía percibía directamente entidades espirituales en todo, en los elementos individuales de la superficie terrestre, en las montañas y los ríos, pero también en todo lo que rodea inicialmente a la tierra, en las nubes, en la luz, etcétera. Para una persona de tiempos tan antiguos, habría sido impensable hablar de la naturaleza como lo hacemos nosotros. Porque se habría sentido como nos sentiríamos nosotros si pudiéramos sentarnos frente a una colección de cadáveres, -la imagen es un tanto grotesca, pero sin duda se corresponde con los hechos-, y luego decir que estábamos entre seres humanos. 
Lo que hoy se presenta al hombre como naturaleza, miles de años antes de nuestra época, el hombre lo habría percibido sólo como el cadáver de la naturaleza. Pues en todo lo que le rodeaba él percibía espiritualidad. Sabemos que cuando la humanidad de hoy oye en la poesía o en los relatos de mitos y leyendas de antaño, que muestran que aquellas gentes creían que había espiritualidad en el manantial, en el río que fluye, en el interior de la montaña, etc., se hacen la idea de que ellos dejaban trabajar su imaginación, que escribían poesía. Pues bien, ése es un punto de vista ingenuo. Los antiguos no escribían poesía en absoluto, sino que percibían lo anímico-espiritual como se perciben los colores, como se perciben los movimientos de las hojas de los árboles, etcétera. Ellos percibían directamente lo anímico-espiritual, y habrían considerado que lo que hoy llamamos naturaleza no es mas que el cadáver de la naturaleza. Pero en cierto sentido, algunos individuos de entre estas gentes antiguas se esforzaban por obtener una visión diferente de la que era la visión general. Saben, hoy en día, cuando las personas se esfuerzan por obtener un punto de vista diferente del común, y si son capaces de hacerlo en absoluto, entonces se convierten en «personas estudiadas», entonces reciben conceptos sobre lo que de otro modo sólo ven externamente. Luego absorben la ciencia, como se la denomina. Esta ciencia no existía en los tiempos de los que hablamos ahora. Sin embargo, los individuos también se esforzaban por ir más allá de la visión general, más allá de lo que se conocía en la vida cotidiana. Pero no estudiaban de la misma manera que se estudia hoy en día. Ellos hacían ciertos ejercicios. Estos ejercicios no eran como aquellos de los que hablamos hoy en la antroposofía, sino que eran ejercicios que estaban más estrechamente ligados al organismo humano, especialmente en aquellos tiempos más antiguos. Por ejemplo, eran ejercicios mediante los cuales el proceso respiratorio se desarrollaba en algo distinto de lo que es por naturaleza. Así que no se sentaban en laboratorios, ni se realizaban experimentos, pero sí se llevaban a cabo experimentos sobre uno mismo, por así decirlo. Se regulaba la respiración. Por ejemplo, se aspira, se contiene la respiración y se intenta experimentar lo que ocurre dentro del organismo cuando la respiración cambia de esta manera. Tales ejercicios respiratorios no deberían repetirse hoy en día. Pero ciertamente fueron una vez un medio por el cual la gente creía que podía llegar a conocimientos mayores que los que podían alcanzar cuando miraban la naturaleza con sus puntos de vista habituales, cuando veían las cosas externas de la naturaleza como las vemos nosotros, pero también veían lo anímico-espiritual en todas las cosas naturales. Cuando la gente se dedicaba a tales ejercicios, cuya esencia, aunque debilitada, se ha conservado en lo que hoy se describe desde Oriente como ejercicios de yoga, cuando cambiaban su respiración en comparación con la respiración ordinaria, entonces lo anímico-espiritual desaparecía de la vista del entorno, y era precisamente a través de tal respiración como la naturaleza se convertía para esta gente en lo que hoy vemos. 
Así pues, para ver la naturaleza como la vemos hoy, esas personas tenían que hacer primero ejercicios en aquellos tiempos antiguos. De lo contrario, las entidades anímico-espirituales les saltaban encima desde todos los seres de su entorno. Hasta cierto punto, expulsaban estas entidades cambiando su proceso respiratorio. De este modo, se esforzaban, -si se me permite utilizar la expresión que es de uso común hoy en día para aquellos que se esfuerzan por ir más allá de la visión general-, por dejar de tener la naturaleza a su alrededor de forma espiritualizada, para tenerla a su alrededor de tal manera que la sentían como una especie de cadáver. También se podría decir que estas personas, mirando a la naturaleza, se sentían como si estuvieran en un universo anímico-espiritual arqueado, ondulante, pero se sentían en él como se sentiría una persona del presente si estuviera soñando con imágenes vívidas y apenas pudiera despertar de estos sueños. Así es como se sentían. ¿Pero qué conseguían estos individuos, -los llamaremos los eruditos de aquella época antigua-, cuando, mediante ejercicios tan especiales, se elevaban fuera de esta vida viva y pujante y la amortiguaban en su percepción, de modo que realmente tenían la sensación de que ahora tenían un cuerpo muerto y cadavérico a su alrededor? ¿Por qué se esforzaban? Estaban esforzándose por tener una mayor sensación de sí mismos. Se esforzaban por conseguir algo a través de lo cual se experimentaban a sí mismos, a través de lo cual se sentían a sí mismos. La gente de hoy dice «yo soy» a cada momento. Para ellos, «yo» es una palabra que pronuncia muy a menudo, de la mañana a la noche, porque le resulta natural, le sale de forma natural. Para aquellos antiguos, decir «yo» o incluso «yo soy» no formaba parte natural de la vida cotidiana. Tuvieron que adquirirlo. Primero tuvieron que hacer ejercicios como éste. Y haciendo estos ejercicios, llegaron a tal experiencia interior que pudieron decir con cierta verdad: «Yo soy». Primero tomaron conciencia de su propio ser. Así que aquello que para nosotros es algo evidente por sí mismo, para estas personas sólo se convirtió en experiencia cuando se esforzaron en un proceso de respiración interior. Primero tuvieron que mitigar su entorno, por así decirlo, en aras de la contemplación, para despertarse a sí mismos. A través de esto llegaron a la convicción de que son ellos mismos, de que podían decirse a sí mismos «Yo soy».
Pero con este «yo soy» se les otorgó algo que hoy en día volvemos a dar por sentado. Se les otorgó el desarrollo interno de su intelecto. Desarrollaron así la posibilidad de tener un modo de pensar interior, separado. Cuando nos remontamos a los tiempos en que las antiguas visiones orientales marcaban la pauta de la civilización, por aquel entonces precisamente se daba el caso de que las personas sentían una naturaleza animada en la vida cotidiana, pero tenían un sentido del yo muy débil, casi nulo, no resumían en absoluto este sentido del yo en la convicción "yo soy", sino que solo un reducido grupo de personas formadas a través de los centros de Misterios, eran llevadas a experimentar este "yo soy". Pero incluso en tales circunstancias, no experimentaban este «yo soy» de la forma en que hoy lo damos por supuesto, sino que en el momento en que su proceso respiratorio les permitía poder decirlo por convicción interior, por experiencia interior, experimentaban algo que incluso las personas de hoy no experimentan realmente en un primer momento. Piensen ustedes en su infancia: pueden llegar hasta cierto punto, luego se detiene. Una vez fueron también un bebé, y no obstante desconocen cómo vivían interiormente cuando eran bebés. Llega un día en que su memoria se detiene. Seguro que ustedes ya estaban allí, gateando por la tierra, siendo acariciados por su madre o su padre. Puede que retozaran allí, que movieran las manos, pero para su conciencia ordinaria, ignoran por completo lo que experimentaban interiormente. Pero era una vida anímica más activa, más intensa que la posterior. Porque esta vida anímica más intensa, por ejemplo, moldeaba su cerebro de un modo plástico, penetraba en el resto de su cuerpo y lo moldeaba de un modo plástico. Había una intensa vida anímica presente, y el antiguo indio se sentía transportado a esta vida anímica en el mismo momento en que se decía a sí mismo: «Yo soy». Imagínense vívidamente cómo era eso. 
Él no se sentía en el tiempo presente cuando se decía a sí mismo "yo soy", se sentía transportado a su infancia, se sentía como se había sentido en su infancia, y desde allí se decía "yo soy" a toda su vida posterior. No tenía la sensación de poder decirse «yo soy» a sí mismo ahora, sino que tenía que volver a su primera infancia para hacerlo. Entonces, por así decirlo, el poder que dice «Yo soy» fluía desde esa primera infancia hacia todos los años posteriores. 
Esta regresión era algo bastante natural. Pero relacionado con ello había algo más. Cuando la gente se ponía de nuevo en este camino, decían en cierto modo, -ahora lo estoy expresando de forma un tanto grotesca, pero es una verdad-: ahora estoy volviendo a la cabecita que tenía cuando era un bebé, porque dentro hay una vida anímica, que ahora se me hace transparente, que dice «yo soy». Este es todavía el caso de la gente hoy en día, sólo que ellos no saben nada al respecto, pero en la antigüedad adquirieron un conocimiento de ello. Pero a través de esto él estaba dentro de esta vida anímica del bebé, y sabía que esta vida anímica del bebé no es de este mundo. Eso lo trajo consigo de la época en que aún no tenía cuerpo. Lo tenía en el mundo espiritual. Fue allí donde sentía, percibía y experimentó mi «yo soy» más intensamente, lo trajo consigo, y cuando dispuso de un cuerpo, fluyó hacia fuera, externamente, por así decirlo, en la forma corporal . Y entonces, después de fluir hacia la forma del cuerpo, su propia vida anímica volvió a el desde dentro. Pero sólo fue atraída a este ser interior después de haber vivido previamente en el mundo anímico-espiritual. En otras palabras, al retrotraerse primero a sus días de bebé a través de su proceso de respiración, este antiguo Yogui indio tomaba conciencia del tiempo anterior a su existencia terrenal. Eso le parecía como un recuerdo. Igual que cuando una persona recuerda hoy algo que experimentó hace diez años, así era como la aparición de un recuerdo en el momento en que el «yo soy» se proyectaba a través del alma, cuando en este período de la antigua India el hombre se fortaleció interiormente mediante ejercicios de respiración y mitigaba el mundo exterior que le rodeaba, pero en cambio dio vida a lo que no era su mundo exterior ahora, sino lo que era el mundo exterior antes de que el hombre hubiera descendido al mundo físico terrestre.
En aquella época se era realmente, -si quiero describirlo de nuevo con una expresión moderna, pero que por supuesto suena infinitamente filistea cuando la uso para aquellos antiguos tiempos-, elevado fuera de la existencia terrenal presente y hacia la existencia anímico-espiritual a través de los estudios del Yoga. Por lo tanto, debíamos nuestra elevación a los mundos anímico-espirituales al estudio en aquella época. Ellos tenían una conciencia algo diferente a la que tenemos hoy en día. Pero justo cuando alguien era un estudioso del yoga en el sentido de aquel tiempo, uno era capaz de pensar, -las otras personas no podían pensar, las otras personas sólo podían soñar-, pero se pensaba en el mundo suprasensible desde el que había descendido a la existencia terrenal. 
Esto es al mismo tiempo una peculiaridad de aquella época de la evolución de la Tierra que, caracterizándola un poco a grandes rasgos, precedió, por ejemplo, a los puntos de vista grecorromanos en el cuarto período post-atlante. En aquel entonces el «yo soy» ya había penetrado más en el ser humano en la conciencia cotidiana ordinaria. El lenguaje todavía tenía el yo dentro del verbo, todavía no estaba tan separado como lo está con nosotros, pero ya había una clara experiencia del yo. Esta clara vivencia del yo era ahora un hecho natural y evidente de la vida interior. Pero la naturaleza exterior ya estaba más o menos desolada. El griego aún tenía la capacidad de experimentar los dos puntos de vista lado a lado, sin ningún entrenamiento especial. El griego todavía experimentaba lo anímico-espiritual en la primavera, en el río, en la montaña, en el árbol, aunque más débilmente que la gente de épocas más antiguas. Pero al mismo tiempo era capaz de dejar de lado lo anímico-espiritual, de experimentar lo muerto en la naturaleza y de tener un sentido de sí mismo. Esto, en particular, confiere al helenismo su carácter especial.
Los griegos aún no tenían la misma visión del mundo que nosotros. Ellos eran capaces de desarrollar conceptos e ideas del mundo al igual que nosotros, pero al mismo tiempo eran capaces de tener en cuenta seriamente aquellos puntos de vista que aún se daban en imágenes. Ellos vivían de forma diferente a como lo hacemos hoy en día. Por ejemplo, nosotros vamos al teatro para entretenernos. En Grecia, la gente sólo iba al teatro para entretenerse, -si se me permite la expresión- en tiempos de Eurípides, difícilmente en tiempos de Sófocles, y desde luego no en tiempos de Esquilo, ni siquiera en épocas más antiguas. Entonces la gente acudía a las representaciones dramáticas con otros fines. Tenían la clara sensación de que en todo, en árbol y arbusto, en manantial y río, viven entidades anímico-espirituales. Cuando uno experimenta estas entidades anímico-espirituales, tiene momentos de la vida en los que no tiene un fuerte sentido de sí mismo. 
Pero cuando se desarrolla este fuerte sentido del yo, que los antiguos todavía tenían que buscar a través del entrenamiento del yoga, y que los griegos ya no tenían que buscar a través de tal entrenamiento, entonces todo lo que nos rodea se vuelve muerto, entonces uno no ve mas que el cadáver de la naturaleza, por así decirlo. Pero esto le devoraba. Se decían a sí mismos: la vida consume al hombre. Los griegos sentían que era una especie de enfermedad anímica y física contemplar sólo a la naturaleza muerta. En la Grecia antigua se sentía vívidamente que la vida cotidiana le enferma a uno, que uno necesita algo que te recupere: y ése algo era la tragedia. 

Para curarse, porque uno sentía que se estaba consumiendo a sí mismo, que se estaba enfermando en cierto sentido, necesitaba una cura si quería seguir siendo completamente humano, era por eso que acudía a la tragedia. Y la tragedia todavía se representaba en tiempos de Esquilo de tal manera que la persona que creaba la tragedia, que la moldeaba, era percibida como el médico que, en cierto sentido, hacía que la persona agotada volviera a estar sana. Los sentimientos que despertaban el miedo, la piedad por los héroes que aparecían, actuaban como una medicina. Penetraban en la persona, y al superarlos, estos sentimientos de miedo y lástima formaban una crisis en ella, igual que se forma una crisis en la neumonía, por ejemplo. Y al superar la crisis, uno se cura. Así que las obras se representaban para curar a las personas que se sentían agotadas como seres humanos. Este era el sentimiento que la gente tenía hacia la tragedia y el drama en la antigua época griega. Y eso era porque la gente se decía a sí misma: si sientes tu yo, entonces el mundo se des-diosiza. La obra vuelve a presentar al dios, porque era esencialmente una presentación del mundo divino y del destino que incluso los dioses tienen que soportar, es decir, una presentación de lo que se afirma tras el mundo como lo espiritual. Esto era lo que se presentaba en la tragedia. Así que para los griegos, el arte seguía siendo una especie de proceso curativo. Y al revivir lo que se dio en la encarnación del Cristo en Jesús y sobre lo que se puede reflexionar y empatizar en los Evangelios: el acercamiento del Cristo Jesús al sufrimiento y la muerte en la cruz, a la resurrección, a la ascensión, experimentaron una tragedia interior, por así decirlo. Por eso llamaban a Cristo cada vez más el médico, el salvador, el gran médico del mundo. En los tiempos antiguos, los griegos sentían este poder curativo en su tragedia. La humanidad iba a llegar gradualmente a experimentar y sentir lo histórico, lo históricamente curativo en la visión, en la experiencia emocional del Misterio del Gólgota, la gran tragedia del Gólgota. En la antigua Grecia, especialmente en la época anterior a Esquilo, cuando lo que antes sólo se celebraba en la oscuridad de los misterios ya se había hecho más público, la gente acudía a la tragedia. ¿Qué veía la gente en esta tragedia más antigua? El dios Dioniso aparecía, era el dios Dioniso quien se abría camino desde las fuerzas de la tierra, desde la tierra espiritual. El dios Dionisio, porque se abrió camino desde las fuerzas espirituales y penetraba en la superficie de la tierra, compartiendo el sufrimiento de la tierra. Él sintió, por así decirlo, como Dios espiritualmente, -no como en el caso del Misterio del Gólgota, también físicamente-, lo que significaba vivir entre seres que pasan por la muerte. No aprendió a experimentar la muerte en sí mismo, sino que aprendió a mirarla. Se sintió el dios Dionisio, que sufre profundamente entre los hombres porque tuvo que ver todo lo que sufren los hombres. Al principio sólo había un ser en el escenario, el dios Dioniso, el sufriente Dioniso, y a su alrededor un coro que hablaba recitando para que la gente pudiera oír lo que pasaba en el dios Dioniso. Porque ésta fue la primera forma de la obra, de la tragedia, que la única persona que realmente actuaba era el dios Dioniso, y a su alrededor el coro, que recitaba lo que ocurría en el alma de Dioniso. Poco a poco, la única persona que representaba al dios Dioniso en los tiempos antiguos se convirtió en varias personas, y luego la única obra se convirtió en el drama posterior. Así el dios Dioniso fue experimentado en la imagen. Y más tarde en la realidad, como hecho histórico del desarrollo de la humanidad, se experimentó al Dios sufriente y moribundo, el Cristo. Una vez como hecho histórico esto debía tener lugar ante la humanidad, para que todos los hombres pudieran sentir lo que de otro modo se había experimentado en Grecia en la obra de teatro. 
Pero a medida que la humanidad vivía hacia este gran drama histórico, el drama, que era tan sagrado en la antigua época griega que se percibía como el salvador, la medicina milagrosa de la humanidad, fue cada vez más, me gustaría decir, desposeído de su significado y se convirtió en materia de entretenimiento, como ya es el caso de Eurípides. La humanidad vivió a contracorriente de la época en que necesitaba algo más que que le mostraran el mundo anímico-espiritual en imágenes, después de que la naturaleza hubiera sido profanada para su contemplación. La humanidad necesitaba el misterio histórico del Gólgota. El estudiante de yoga de los tiempos de la antigua india había tomado el aliento, retenido el aliento en su propio cuerpo, por así decirlo, para sentir en esta respiración: El divino impulso yo vive en ti. Como estudiante de yoga, el hombre experimentaba al Dios dentro de sí mismo a través del proceso de la respiración. Llegaron tiempos posteriores. El hombre ya no experimentaba el impulso divino en sí mismo a través del proceso respiratorio. Pero había aprendido a pensar, y decía: A través de la respiración el alma entró en el ser humano. 
El antiguo discípulo de yoga pasó por esto. El hombre posterior dijo: «él se ha convertido en un alma». El antiguo discípulo de yoga experimentó esto, el hombre posterior lo expresó diciéndolo. Y al decirlo en la antigüedad hebrea, ya se experimentaba en cierto sentido abstractamente lo que antes se había experimentado concretamente. Pero uno no buscaba en la antigüedad hebrea, sino en la griega. Una cosa siempre tenía lugar en una parte de la tierra, la otra en otra parte de la tierra. Ya no experimentaban al Dios en sí mismos como el antiguo estudiante de yoga, sino que experimentaban la existencia del Dios a imagen en el hombre. Y esta experiencia en la imagen de la existencia de Dios en el hombre estaba ciertamente presente en el antiguo drama griego. Pero este drama se convirtió ahora en un acontecimiento histórico-mundial. 
Este drama se convirtió en el Misterio del Gólgota. Pero ahora la imagen también fue dejada de lado. La imagen se convirtió en una mera imagen, al igual que el proceso de la respiración seguía representándose meramente en el pensamiento. El estado completo del alma humana se volvió diferente. El hombre vio el mundo exterior muerto, y eso fue para él lo elemental, lo natural, que viera el mundo exterior muerto. Divinizado lo vio. Se vio a sí mismo como el mundo exterior, como el mundo exterior corporal, desdivinizado. Pero tenía el consuelo de que una vez el Dios real había bajado a este mundo desdivinizado, el Cristo, y había vivido en un ser humano, y a través de la resurrección había pasado a todo el desarrollo terrenal como el impulso Crístico. Y así el hombre podía ahora desarrollar una cierta visión de la siguiente manera. Podría decirse a sí mismo: Veo el mundo, pero es un cadáver. No se lo decía a sí mismo, por supuesto, porque permanecía en el inconsciente, el hombre no sabe que ve el mundo como un cadáver. Pero poco a poco el cadáver en la cruz, el Cristo Jesús muerto, se formó en su mente. Y si miran al crucifijo, al Cristo Jesús muerto, entonces tienen la naturaleza. Tienen la imagen de la naturaleza, la naturaleza en la que el hombre está crucificado. Y si miran al que resucitó de la tumba, que entonces fue experimentado por los discípulos y por Pablo como el Cristo que vive en el mundo, entonces tienen lo que se veía en toda la naturaleza en tiempos más antiguos. Ciertamente, en una multiplicidad, en muchos seres espirituales, en gnomos y ninfas, en sílfides y salamandras, en toda clase de otros seres de las jerarquías terrenales, se veía lo divino-espiritual; se veía la naturaleza espiritualizada y animada. Sin embargo, pronto surgió la necesidad de resumir lo que estaba disperso en la naturaleza a través del ya floreciente intelectualismo. Tal resumen se plasmó en el Cristo Jesús muerto en la cruz. Ya se ve en Cristo Jesús todo lo que se ha perdido en la naturaleza exterior. Mirando al hecho de que el Cristo, el Espíritu de Dios, que superó la muerte, ha resucitado de este cuerpo y toda alma humana puede ahora participar de su ser, en tal hecho se ve toda la espiritualidad. Hemos perdido la capacidad de ver lo divino-espiritual en el entorno de la naturaleza. Se ha ganado en cuanto a la capacidad de volver a encontrar lo Divino-Espiritual en Cristo en vista del Misterio del Gólgota. Así es el desarrollo. Lo que la humanidad ha perdido le ha sido devuelto en Cristo. En lo que ha perdido, ha ganado egoísmo, la posibilidad de un sentimiento del yo. 
Si la naturaleza no se hubiera vuelto muerta para la percepción humana, el hombre nunca habría llegado a la experiencia de «yo soy». Él llegó a la experiencia del «yo soy», podía sentirse a sí mismo, experimentarse interiormente, pero necesitaba un mundo exterior espiritual. Esto se convirtió en el Cristo. Pero el «yo soy», la yoidad, está construida sobre el cadáver de la naturaleza. Esto es lo que sintió Pablo. Construyamos este sentimiento de Pablo. Alrededor del cadáver de lo que la gente había visto en la antigüedad. La gente veía la naturaleza como el cuerpo de lo divino, lo anímico-espiritual. Así como hoy vemos nuestros dedos, así esta gente veía las montañas. 
fig. a

No se les ocurría pensar en las montañas como naturaleza sin vida, igual que nosotros no pensamos en el dedo como un miembro sin vida; sino que ellos decían: Hay una cosa anímica-espiritual, que es la tierra; tiene miembros, y uno de esos miembros es la montaña. Pero la naturaleza se volvió muerta. El hombre la experimentaba desde fuera, para que permaneciera externa, ahora debía llevarla al yo. Debe ser capaz de decir, levantándose del cotidiano «yo soy»: No yo, sino el Cristo en mí. Si representamos esquemáticamente lo que había, podríamos decir: El hombre sintió una vez la naturaleza a su alrededor (verde), pero esta naturaleza en todas partes se impregnó y espiritualizó (rojo). Esto fue en una época más antigua de la humanidad. En épocas posteriores, el hombre también sintió la naturaleza, pero sintió la posibilidad de percibir su propio «yo soy» (amarillo) frente a la naturaleza, que ahora había sido vaciada de sus almas. Para ello, sin embargo, necesitaba la imagen del dios presente en el hombre, y la percibió en el dios Dioniso, que se le presentó en el drama griego.
fig. b

En épocas aún más tardías, el hombre volvió a sentir la naturaleza animada (verde), en sí mismo el «yo soy» (amarillo). Pero el drama se convierte en un hecho. La cruz se alza en el Gólgota. Pero al mismo tiempo, lo que el hombre había perdido en un principio surge en él e irradia (rojo) desde su interior: No yo, sino el Cristo en mí. ¿Qué decía el hombre de antaño? No podía decirlo, pero lo experimentaba: No yo, sino lo divino-espiritual a mi alrededor, en mí, en todas partes. - El hombre ha perdido esto; lo ha encontrado de nuevo en sí mismo y en un sentido consciente dice ahora lo mismo que originalmente experimentaba inconscientemente: No yo, sino el Cristo en mí» 
El “hecho primigenio” que se experimentaba inconscientemente en la época anterior a que el hombre experimentara su yo, se convierte en un hecho consciente, en una experiencia del Cristo en el interior humano, en el corazón humano, en el alma humana. ¿No ven ahí, cuando se registra un esquema tan trivial, formalmente lo que luego hay que representar en ideas? ¿No ven el mundo entero lleno del espíritu de Cristo que surge dentro del hombre, que primero entra en el hombre desde el cosmos? Y si se dan cuenta del significado que tiene la luz del sol para el hombre, de cómo el hombre físicamente no puede vivir sin la luz del sol, de cómo la luz nos rodea por todas partes, entonces también podrán comprender cuando les digo que en aquellos tiempos más antiguos de los que he hablado hoy, el hombre ciertamente se sentía luz en la luz. Sentía que pertenecía a la luz. No decía «yo soy», percibía los rayos del sol que caían sobre la tierra y él no era diferente de los rayos del sol. Donde percibía la luz, también se percibía a sí mismo, porque se sentía allí. Cuando llegó la luz, se sintió en las ondas de la luz, en las ondas solares, del sol. Con el Cristo, esto se hizo efectivo en su propio interior. Es el sol que entra en el propio ser interior y se hace efectivo en el propio ser interior. Esta comparación del Cristo con la luz se encuentra por supuesto a menudo en la Biblia, pero si la antroposofía quiere hoy llamar la atención sobre el hecho de que se trata de una realidad, entonces aquellas personas cuya facultad figura en los directorios universitarios como «conocimiento de Dios» son las que más se rebelan. 
Realmente rechazan el conocimiento de estas cosas. Y es un hecho profundamente significativo que había una vez tal erudito de Dios en Basilea, que también era amigo de Nietzsche: Overbeck, que escribió el libro sobre el cristianismo de la teología actual. Con este libro quiso en realidad afirmar como teólogo que aún tenemos cristianismo, que en aquella época, en los años setenta del siglo XIX, este cristianismo aún existía, pero que en gran parte ya se había vuelto anticristiano, y que en cualquier caso la teología ya no era cristiana. Esto es lo que Overbeck, profesor de teología en la facultad de teología de Basilea, quiso demostrar con su libro sobre el cristianismo de la teología actual.  Y lo ha conseguido con creces. Y cualquiera que se tome el libro en serio llegará a la conclusión: Todavía puede haber algunas cosas cristianas hoy en día, pero la teología moderna se ha vuelto ciertamente anticristiana. Y puede que todavía hoy haya algunas cosas cristianas, pero cuando los teólogos empiezan a hablar de Cristo, sus palabras ciertamente ya no son cristianas. Estas cosas no suelen tomarse suficientemente en serio. Pero deberían tomarse en serio, porque si se tomaran en serio, entonces uno no sólo se daría cuenta de la necesidad del trabajo antroposófico hoy en día, sino que también se daría cuenta de todo el significado de la Antroposofía. Y sobre todo, uno se daría cuenta de la responsabilidad que tiene hoy ante la humanidad actual con respecto a algo así como el conocimiento antroposófico. Porque este conocimiento antroposófico debería en realidad subyacer a todo el conocimiento actual. Todo conocimiento, especialmente el conocimiento social, debería extraerse de este conocimiento antroposófico. Porque al aprender que la luz de Cristo vive en ellos, -Cristo en mí-, al experimentar esto plenamente, las personas aprenden a verse a sí mismas como algo distinto de lo que uno obtiene cuando sólo ve al ser humano como perteneciente al cadáver de la naturaleza. 
Pero nuestro presente antisocial ha surgido de esta visión de que el hombre pertenece a la naturaleza, que se ha convertido en un cadáver. Y una visión real, que a su vez pueda convertir a los hombres en hermanos, que a su vez pueda traer impulsos morales reales a la humanidad, sólo puede surgir cuando el hombre penetra en la comprensión de la Frase: No yo, sino el Cristo en mí -, cuando el Cristo, precisamente en el trato del hombre con el hombre, se descubre como un poder eficaz. Sin esta comprensión no podemos avanzar. Necesitamos esta comprensión, y hay que encontrarla. Si avanzamos hasta ella, también avanzaremos más allá, entonces llegaremos a la cristianización de nuestra vida social.
Traducido por J.Luelmo nov.2024


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