GA058 Berlín, 28 de octubre de 1909 La misión de la devoción

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

LA MISIÓN DE LA DEVOCIÓN

RUDOLF STEINER


IV conferencia

Berlín, 28 de octubre de 1909

Todos ustedes conocen las palabras con las que Goethe concluyó la obra maestra de su vida, El Fausto:

Todas las cosas pasajeras
no son más que una parábola;
La insuficiencia de la Tierra
Aquí encuentra su plenitud;
Lo indescriptible
Aquí se convierte en hecho;
Lo eterno-femenino
nos lleva a lo alto.

Huelga decir que, en este contexto, lo "eterno femenino" no tiene nada que ver con el hombre y la mujer. Goethe hace uso de un antiguo lenguaje. En todas las formas de misticismo, -y Goethe da estas líneas finales a un Chorus mysticus-, encontramos un impulso en el alma, al principio bastante indefinido, hacia algo que el alma todavía no ha llegado a conocer y a unirse con ello, pero hacia lo que debe esforzarse. Esta meta, que al principio el alma aspirante adivina sólo vagamente, es llamada por Goethe, de acuerdo con los místicos de diversas épocas, el eterno femenino, y todo el sentido de la segunda parte de Fausto confirma esta manera de tomar las líneas finales.

Este Chorus mysticus, con sus sucintas palabras, puede contraponerse a la Unio mystical, nombre dado por los verdaderos pensadores místicos a la unión con lo eterno-femenino, lejana espiritualmente pero al alcance humano.

Cuando el alma se ha elevado a esta altura y se siente una con lo eterno femenino, entonces podemos hablar de unión mística, y ésta es la cumbre más alta que vamos a considerar hoy.

En las dos últimas conferencias, sobre la misión de la cólera y la misión de la verdad, vimos que el alma está implicada en un proceso de evolución. Por una parte, indicamos ciertos atributos que el alma debe esforzarse por superar, mediante los cuales la cólera, por ejemplo, puede convertirse en educadora del alma; y vimos, por otra, cómo la verdad puede educar al alma a su manera especial.

El fin y la meta de este proceso de desarrollo no siempre pueden ser previstos por el alma. Podemos poner un objeto ante nosotros y decir que se ha desarrollado desde una forma anterior hasta su estado actual. No podemos decir lo mismo del alma humana, porque el alma progresa a través de una evolución continua en la que ella misma es el agente activo. El alma debe sentir que, habiéndose desarrollado hasta cierto punto, tiene que ir más allá. Y como alma autoconsciente debe decirse a sí misma: ¿Cómo es que soy capaz de pensar no sólo en mi desarrollo en el pasado, sino también en mi desarrollo en el futuro?

Ya hemos explicado muchas veces que el alma, con toda su vida interior, está compuesta de tres miembros. Hoy no podemos volver sobre esto en detalle, pero será mejor mencionarlo, para que esta conferencia pueda ser estudiada por separado. A estos tres miembros del alma los llamamos alma sensible, alma racional y alma consciente. El Alma Sensible puede vivir sin estar muy impregnada de pensamiento. Su función principal es recibir impresiones del mundo exterior y transmitirlas al interior. También es el vehículo de los sentimientos de placer y dolor, alegría y pena, que provienen de estas impresiones externas. Todas las emociones humanas, todos los deseos, instintos y pasiones surgen del interior del Alma Sensible. El hombre ha pasado de esta etapa a niveles superiores; ha impregnado el Alma Sensible con su pensar y con los sentimientos inducidos por el pensar. En el Alma racional, por consiguiente, no encontramos sentimientos indefinidos que surgen de las profundidades, sino sentimientos penetrados gradualmente por la luz interna del pensar. Al mismo tiempo, es a partir del Alma Racional donde hallamos surgir gradualmente el yo humano, ese punto central del alma que puede conducirnos al Yo real y que hace posible que purifiquemos, limpiemos y refinemos las cualidades de nuestra alma desde el interior, de modo que podamos convertirnos en el amo, líder y guía de nuestra voluntad, sentir y pensar.

Este Yo, como ya hemos visto, tiene dos aspectos. Una de sus posibilidades de desarrollo consiste en los esfuerzos que el hombre debe realizar para fortalecer cada vez más este centro interior, de modo que una influencia cada vez más poderosa pueda irradiarse desde él hacia su entorno y hacia toda la vida que lo rodea. Aumentar el valor del alma para el mundo circundante y, al mismo tiempo, reforzar su independencia: éste es un aspecto del desarrollo del Yo.

El reverso de esto es el egoísmo. Un yo demasiado débil se perderá en el torrente del mundo. Pero si a un hombre le gusta mantener sus placeres y deseos, su pensamiento y sus cavilaciones, todo dentro de sí mismo, su Yo estará endurecido y entregado a la búsqueda de sí mismo y al egoísmo.

Acabamos de describir brevemente el contenido del Alma Racional. Hemos visto cómo los impulsos salvajes, de los cuales la ira es un ejemplo, pueden educar al alma si son vencidos y conquistados. Hemos visto también que el Alma Racional es educada positivamente por la verdad, cuando la verdad es entendida como algo que el hombre posee interiormente y tiene en cuenta en todo momento; cuando nos conduce fuera de nosotros mismos y engrandece el Yo, mientras que al mismo tiempo fortalece el Yo y lo hace más altruista.

Así nos hemos familiarizado con los medios de autoeducación que se proporcionan al Alma Sensible y al Alma Racional. Ahora debemos preguntar: ¿Existe un medio similar para el Alma Consciente, el miembro más elevado del alma humana? También podemos preguntar: ¿Qué hay en el Alma Consciente que se desarrolle por sí misma, que corresponda a los instintos y deseos del Alma Sensible? ¿Hay algo que pertenece por naturaleza al Alma Consciente, de tal manera que el hombre podría adquirir muy poco de ella si no estuviera ya dotado de ella?

Hay algo que se extiende desde el Alma Racional hasta el Alma Consciente: la fuerza y la sagacidad del pensar. El Alma Consciente sólo puede expresarse gracias a que el hombre es un ser pensante, pues su tarea consiste en adquirir conocimiento del mundo y de sí mismo, y para ello necesita el instrumento más elevado del conocimiento: el pensar.

A través de las percepciones aprendemos sobre el mundo exterior; nos estimulan a adquirir conocimiento de lo que nos rodea. Para ello, basta con que dediquemos nuestra atención al mundo exterior y no nos quedemos de brazos cruzados frente a él, pues entonces el propio mundo exterior nos atrae para que saciemos nuestra sed de conocimiento observándolo. En cuanto al conocimiento del mundo suprasensible, la situación es muy diferente. En primer lugar, el mundo suprasensible no está delante de nosotros. Si un hombre desea conocerlo, para que este conocimiento penetre en su Alma Consciente, el impulso para hacerlo debe venir de dentro y debe penetrar en su pensamiento hasta el fondo. Este impulso sólo puede venir de las otras potencias de su alma, el sentir y la voluntad. A menos que su pensar sea estimulado por estas dos potencias, nunca será impulsado a acercarse al mundo suprasensible. Esto no significa que lo suprasensible sea meramente un sentimiento, sino que el sentir y la voluntad deben actuar como guías interiores hacia su reino desconocido. ¿Qué cualidades, entonces, deben adquirir el sentir y la voluntad hacia su reino desconocido.

¿Qué cualidades deben adquirir, pues, el sentir y la voluntad para ello?

En primer lugar, alguien podría objetar que el sentir sirva de guía para el conocimiento. Pero una simple consideración mostrará que, de hecho, eso es lo que hace el sentir. Cualquiera que se tome en serio el conocimiento admitirá que, al adquirirlo, debemos proceder con lógica. Utilizamos la lógica como instrumento para poner a prueba el conocimiento que adquirimos. ¿Cómo, entonces, si la lógica es este instrumento, puede la lógica misma ser probada? Se podría decir: La lógica puede demostrarse a sí misma. Sí, pero antes de empezar a probar la lógica por la lógica, debe ser posible al menos captar la lógica con nuestro sentir. El pensar lógico no puede demostrarse en primer lugar por el pensar lógico, sino sólo por el sentir. En efecto, todo lo que constituye la lógica se demuestra primero por el sentir, por la sensación infalible de verdad que habita en el alma humana. A partir de este ejemplo clásico podemos ver cómo el sentir es el fundamento de la lógica y del pensar. El sentir debe dar el impulso para la verificación del pensar. ¿En qué debe convertirse el sentir para dar impulso no sólo al pensar en general, sino al pensar en mundos que al principio desconocemos y no podemos examinar?

Un sentimiento de este tipo debe ser una fuerza que lucha desde el interior hacia un objeto aún desconocido. Cuando el alma humana trata de abarcar con el sentimiento alguna otra cosa, a este sentimiento lo llamamos amor. Por supuesto, se puede sentir amor por algo conocido, y hay muchas cosas en el mundo que podemos amar. Pero como el amor es un sentimiento, y el sentimiento es el fundamento del pensar en el sentido más amplio, debemos tener claro que lo suprasensible desconocido puede ser captado por el sentir antes de que intervenga el pensar. La observación desprejuiciada, por consiguiente, muestra que debe ser posible que los seres humanos lleguen a amar lo suprasensible desconocido antes de que sean capaces de concebirlo en términos de pensamiento. Este amor es, en efecto, indispensable antes de que lo suprasensible pueda ser penetrado por la luz del pensamiento.

También en este estadio, la voluntad puede impregnarse de una fuerza que se dirige hacia lo suprasensible desconocido. Esta cualidad de la voluntad, que permite al hombre desear llevar a cabo sus fines e intenciones con respecto a lo desconocido, es la devoción. De manera que la voluntad puede inspirar devoción hacia lo desconocido, mientras que el sentir se convierte en amor hacia lo desconocido; y cuando estas dos emociones se combinan dan lugar a la reverencia en el verdadero sentido de la palabra. Entonces esta devoción se convierte en el impulso que nos conducirá a lo desconocido, para que lo desconocido pueda ser asido por nuestro pensar. Así es como la reverencia se convierte en la educadora del Alma Consciente. Porque también en la vida ordinaria podemos decir que cuando un hombre se esfuerza por captar con su pensar alguna realidad externa que aún no le es conocida, se estará acercando a ella con amor y devoción. El Alma Consciente nunca obtendrá un conocimiento de los objetos externos a menos que el amor y la devoción inspiren su búsqueda; de lo contrario, los objetos no serán verdaderamente observados. Esto también se aplica muy especialmente a todos los esfuerzos para adquirir el conocimiento del mundo suprasensible.

En todos los casos, sin embargo, el alma debe dejarse educar por el Yo, fuente de la autoconciencia. Hemos visto cómo el Yo gana cada vez más independencia y fuerza superando ciertas cualidades del alma, como la ira, y cultivando otras, como el sentido de la verdad. Después de esto, la auto-educación del Yo llega a su fin; comienza su educación a través de la reverencia. La ira debe ser superada y descartada; el sentido de la verdad debe impregnar al Yo; la reverencia debe fluir del Yo hacia el objeto cuyo conocimiento se busca. Así, habiéndose elevado fuera del Alma Sensible y del Alma racional, venciendo la cólera y otras pasiones, y cultivando el sentido de la verdad, el Yo es atraído gradualmente hacia el Alma Consciente por la influencia de la reverencia. Si esta reverencia se hace cada vez más fuerte, se puede hablar de ella como un poderoso impulso hacia el reino descrito por Goethe:

Todas las cosas pasajeras
No son más que una parábola;
La insuficiencia de la Tierra
encuentra aquí su plenitud;
Lo indescriptible
Aquí se convierte en hecho;
Lo eterno-femenino
nos lleva a lo alto.

El alma es atraída por la fuerza de su reverencia hacia lo eterno, con lo que anhela unirse. Pero el Yo tiene dos caras. Se ve impelido por la necesidad a aumentar continuamente su propia fuerza y actividad. Al mismo tiempo tiene la tarea de no dejarse caer bajo la influencia endurecedora del egoísmo. Si el Yo pretende ir más allá y obtener conocimiento de lo desconocido y lo suprasensible, y toma la reverencia como guía, se expone al peligro inmediato de perderse a sí mismo. Esto es más probable que le ocurra, sobre todo, al ser humano si su voluntad está siempre sumisa al mundo. Si esta actitud se impone cada vez más, el resultado puede ser que el Yo salga de sí mismo y se pierda en el otro ser o cosa a la que se ha sometido. Esta condición puede compararse al desmayo del alma, a diferencia del desmayo corporal. En el desmayo corporal, el Yo se hunde en una oscuridad indefinida; en el desmayo del alma, el Yo se pierde espiritualmente, mientras que las facultades corporales y las percepciones del mundo exterior no se ven afectadas. Esto puede suceder si el Yo no es lo suficientemente fuerte para extenderse completamente en la voluntad y guiarla.

Esta auto sumisión del Yo puede ser el resultado final de una mortificación sistemática de la voluntad. Un hombre que sigue este camino se vuelve incapaz por falta de voluntad o de actuar por sí mismo; ha rendido su voluntad al objeto de su devoción sumisa y ha perdido su propio yo. Cuando esta condición prevalece, produce una impotencia duradera del alma. Sólo cuando un sentimiento devocional es calentado por el Yo, de modo que el hombre pueda sumergirse en él sin perder su Yo, puede ser saludable para el alma humana.

Entonces, ¿Cómo puede la reverencia llevar siempre consigo al Yo? El Yo no puede dejarse llevar en ninguna dirección, como Yo humano, a menos que mantenga en su pensamiento un conocimiento de sí mismo. Nada más puede proteger al Yo de perderse a sí mismo cuando la devoción lo lleva hacia el mundo. El alma puede ser conducida fuera de sí misma hacia algo externo por la fuerza de la voluntad, pero cuando el alma deja atrás el límite de lo externo, debe asegurarse de ser iluminada por la luz del pensamiento.

El pensar por sí mismo no puede guiar al alma hacia fuera; esto se produce por la devoción, pero el pensar debe entonces esforzarse inmediatamente por impregnar con la vida del pensamiento el objeto de la devoción del alma. En otras palabras, debe haber una resolución de pensar en este objeto. El impulso devocional pierde la voluntad de pensar, existe el peligro de perderse a sí mismo. Si alguien toma como principio no pensar en el objeto de su devoción, esto puede conducir en casos extremos a una debilidad prolongada del alma.

¿Está el amor, el otro elemento de la reverencia, expuesto a un destino similar? Algo de lo que irradia el Yo humano hacia lo desconocido debe verterse en el amor, para que ni por un momento el Yo deje de sostenerse. El Yo debe tener la voluntad de entrar en todo lo que forma el objeto de su devoción, y debe mantenerse frente a lo externo, lo desconocido, lo suprasensible. ¿En qué se convierte el amor si el Yo no se mantiene en el momento del encuentro con lo desconocido, si no está dispuesto a llevar la luz del pensamiento y del juicio racional a lo desconocido? El amor de ese tipo se convierte en entusiasmo sentimental (Schwarmerei). Pero el Yo puede comenzar a encontrar su camino desde el Alma Racional, donde vive, hacia lo desconocido externo, y entonces nunca puede extinguirse del todo. A diferencia de la voluntad, el Yo no puede mortificarse completamente. Cuando el alma busca abarcar el mundo externo con el sentimiento, el Yo siempre está presente en el sentir, pero si no es apoyado por el pensar y la voluntad, se precipita sin freno, inconsciente de sí mismo. Y si este amor por lo desconocido no va acompañado de un pensamiento resuelto, el alma puede caer en un extremo sentimental, algo parecido al sonambulismo, del mismo modo que el estado al que llega el alma cuando la devoción sumisa conduce a la pérdida del Yo es algo parecido a un desmayo corporal. Cuando un entusiasta sentimental sale al encuentro de lo desconocido, deja atrás la fuerza del Yo y se lleva consigo sólo fuerzas secundarias. Puesto que la fuerza del Yo está ausente de su conciencia, él trata de asir lo desconocido como uno lo hace en el reino de los sueños. En estas condiciones, el alma cae en lo que puede llamarse un estado prolongado de ensoñación o sonambulismo.

A su vez, si el alma es incapaz de relacionarse adecuadamente con el mundo y con los demás, si se precipita a la vida y rehúye utilizar la luz del pensar para iluminar su situación, entonces el Yo, habiendo caído en una condición sonambúlica, está destinado a extraviarse y a vagar por el mundo como un fuego fatuo.

Si el alma sucumbe a la pereza mental y rehúye la luz del pensar cuando se encuentra con lo desconocido, entonces, y sólo entonces, albergará supersticiones en una u otra forma. El alma sensible, con sus ilusiones, que vaga por la vida como dormida, y el alma indolente, que no quiere tener plena conciencia de sí misma, son las almas más inclinadas a creer todo ciegamente. Su tendencia es evitar el esfuerzo de pensar por sí mismas y permitir que la verdad y el conocimiento les sean prescritos.

Si queremos conocer un objeto externo, tenemos que poner en juego nuestro propio pensamiento productivo, y lo mismo ocurre con lo suprasensible, sea cual sea la forma que adopte. Para conocer lo suprasensible, nunca debemos excluir el pensamiento. Si nos limitamos a la mera observación de lo suprasensible, nos exponemos a todos los engaños y errores posibles. Todos esos errores y supersticiones, todas las formas erróneas o falsas de penetrar en los mundos suprasensibles, pueden atribuirse en última instancia a la negativa a permitir que la conciencia sea iluminada por la luz del pensamiento creador. Nadie puede ser engañado por informaciones que se dice que vienen del mundo espiritual si tiene la voluntad de mantener su pensamiento siempre activo e independiente. Nada más será suficiente, y esto es algo que todo investigador espiritual confirmará. Cuanto más fuerte es la voluntad de pensamiento creativo, mayor es la posibilidad de obtener un conocimiento verdadero, claro y cierto del mundo espiritual.

Así vemos la necesidad de un medio de educación que conduzca al Yo hacia el Alma Consciente y guíe al Alma Consciente frente a lo desconocido, tanto lo desconocido físico como lo desconocido suprasensible. La reverencia, que consiste en devoción y amor, proporciona los medios que buscamos. Cuando estos últimos están imbuidos del tipo correcto de sentimiento propio, se convierten en peldaños que conducen a alturas cada vez mayores.

La verdadera devoción, cualquiera que sea la forma en que el alma la experimente, ya sea a través de la oración o de otro modo, nunca puede llevar a nadie por mal camino. La mejor manera de aprender a conocer algo es abordarlo ante todo con amor y devoción. Una educación sana considerará especialmente cómo se puede dar fuerza al desarrollo del alma a través del impulso devocional. Para un niño, el mundo es en gran parte desconocido: si hemos de guiarle hacia el conocimiento y el buen juicio sobre él, la mejor manera es despertar en él un sentimiento de reverencia hacia él; y podemos estar seguros de que, al hacerlo, le conduciremos a la plenitud de la experiencia en cualquier aspecto de la vida.

Es muy importante para el alma humana poder recordar una infancia en la que a menudo se sintió devoción, que llevó a la reverencia. Las frecuentes oportunidades de admirar a las personas veneradas y de contemplar con sincera devoción las cosas que aún están más allá de su comprensión, proporcionan un buen impulso para el desarrollo superior en la vida posterior. Una persona siempre recordará con gratitud aquellas ocasiones, cuando de niño en el círculo familiar, oyó hablar de alguna personalidad sobresaliente de la que todos hablaban con devoción y reverencia. Un sentimiento de santo temor, que da a la reverencia un carácter especialmente íntimo, impregnará entonces el alma. O alguien puede relatar cómo con mano temblorosa, más tarde, tocó el timbre y tímidamente se dirigió a la habitación de la personalidad venerada a quien estaba conociendo por primera vez, después de haber oído hablar de él con tanta admiración respetuosa. El mero hecho de haber llegado a su presencia e intercambiado unas palabras puede confirmar una devoción que nos será especialmente útil cuando tratemos de desentrañar los grandes enigmas de la existencia y busquemos la meta que anhelamos hacer nuestra. Aquí la reverencia es una fuerza que nos atrae hacia arriba, y al hacerlo fortalece y vigoriza el alma. ¿Cómo puede ser esto? Consideremos la expresión externa de la reverencia en los gestos humanos: ¿qué formas adopta? Doblamos las rodillas, cruzamos las manos e inclinamos la cabeza hacia el objeto de nuestra reverencia. Estos son los órganos mediante los cuales el Yo, y sobre todo las facultades superiores del alma, pueden expresarse más intensamente.

En la vida física un hombre se mantiene erguido extendiendo firmemente sus piernas; su Yo irradia a través de sus manos en actos de bendición; y moviendo su cabeza puede observar la tierra o los cielos. Pero al estudiar la naturaleza humana, aprendemos también que nuestras piernas se extienden de la mejor manera en una acción fuerte y consciente si primero han aprendido a doblar la rodilla donde la reverencia es realmente una acción fuerte y consciente si primero han aprendido a doblar la rodilla donde la reverencia es realmente merecida. Porque esta genuflexión abre la puerta a una fuerza que busca abrirse camino en nuestro organismo. Las rodillas que no han aprendido a doblarse en reverencia sólo emiten lo que siempre han tenido; extienden su propia nulidad, a la que no han añadido nada. Pero las piernas que han aprendido a hacer la genuflexión reciben, cuando se extienden, una nueva fuerza, y entonces es ésta, y no su propia nulidad, la que extienden a su alrededor. Las manos que quisieran bendecir y consolar, aunque nunca se hayan doblado en reverencia y devoción, no pueden otorgar mucho amor y bendición desde su propia nulidad. Pero las manos que han aprendido a plegarse en reverencia han recibido una nueva fuerza y son penetradas poderosamente por el Yo. Porque el camino tomado por esta fuerza conduce primero a través del corazón, donde enciende el amor; y la reverencia de las manos cruzadas, habiendo pasado a través del corazón y fluyendo hacia las manos, se convierte en bendición.

La cabeza puede girar los ojos y aguzar los oídos para observar el mundo en todas direcciones, pero no presenta nada más que su propio vacío. Sin embargo, si la cabeza se ha inclinado en reverencia, adquiere una nueva fuerza; llevará al encuentro del mundo exterior los sentimientos que ha adquirido a través de la reverencia.

Cualquiera que estudie los gestos de la gente, y sepa lo que significan, verá cómo la reverencia se expresa en la fisonomía externa; verá cómo esta reverencia aumenta la fuerza del Yo y así hace posible que el Yo penetre en lo desconocido. Además, esta autoeducación por medio de la reverencia tiene el efecto de sacar a la superficie nuestros oscuros instintos y emociones, nuestras simpatías y antipatías, que de otro modo se abren paso en el alma inconsciente o subconscientemente, sin ser cuestionados por la luz del juicio. Precisamente estos sentimientos se limpian y purifican mediante la autoeducación por la reverencia y mediante la penetración por el Yo de los miembros superiores del alma. Las oscuras fuerzas de simpatía y antipatía, siempre propensas al error, son impregnadas por la luz del alma y transformadas en juicio, gusto estético y sentimiento moral rectamente guiado. Un alma educada por la reverencia convertirá sus oscuras apetencias y aversiones en sentimiento de lo bello y sentimiento de lo bueno. Un alma que ha limpiado sus oscuros instintos e impulsos volitivos por medio de la devoción construirá gradualmente a partir de ellos lo que llamamos ideales morales. La reverencia es algo que plantamos en el alma como una semilla; y la semilla dará fruto.

La vida humana ofrece otro ejemplo. En todas partes vemos que el curso de la vida de un hombre pasa por etapas ascendentes y descendentes. La infancia y la juventud son etapas de ascenso; luego viene una pausa, y finalmente, en los últimos años, un declive. Ahora bien, lo notable es que las cualidades adquiridas en la niñez y la juventud reaparecen en una forma diferente durante los años de decadencia. Si ha habido mucha reverencia, correctamente guiada, como parte de la experiencia de la niñez, ésta actúa como una semilla que fructifica en la vejez como fuerza para la vida activa. Una niñez y juventud durante las cuales la devoción y el amor no fueron fomentados bajo la guía correcta, conducirán a una vejez débil e impotente. La reverencia debe apoderarse de toda alma que quiera progresar en su desarrollo.

¿Cómo es, entonces, con la cualidad correspondiente en el objeto de nuestra reverencia? Si miramos con amor a otro ser, entonces el amor recíproco de éste revelará lo que tal vez pueda surgir. Si un hombre se dedica amorosamente a su Dios, puede estar seguro de que Dios se inclina hacia él también con amor. La reverencia es el sentimiento que desarrolla por lo que él llama su Dios ahí fuera en el universo. Puesto que la reacción a la reverencia no puede llamarse en sí reverencia, no podemos hablar de una reverencia divina hacia el hombre. Entonces, ¿Qué es precisamente lo opuesto a la reverencia en este contexto? ¿Qué es lo que sale al encuentro de la reverencia cuando ésta busca lo divino? Es el poder, la omnipotencia de lo divino. La reverencia que aprendemos a sentir en la juventud vuelve a nosotros como fuerza para vivir en la vejez, y si nos volvemos reverentes hacia lo divino, nuestra reverencia vuelve a nosotros como una experiencia del Todopoderoso. Eso es lo que sentimos, tanto si miramos a los cielos estrellados en su gloria sin fin y nuestra reverencia se extiende a todo lo que hay a nuestro alrededor, más allá de nuestra brújula, como si miramos a nuestro Dios invisible, en cualquier forma, que impregna y anima el cosmos.

Miramos hacia arriba, hacia el Todopoderoso, y llegamos a sentir con certeza que no podemos avanzar hacia la unión con lo que está por encima de nosotros a menos que primero nos acerquemos a él desde abajo con reverencia. Cuando nos sumergimos en la reverencia, nos acercamos más al Todopoderoso. Así podemos hablar de un Todopoderoso en este sentido, mientras que un verdadero sentimiento por el significado de las palabras nos impide hablar de un Omnipotente. El poder puede incrementarse o aumentar en proporción al número de seres sobre los que se extiende. Es diferente con el amor. Si un hijo es amado por su madre, esto no le impide amar igualmente a su segundo, tercero o cuarto hijo. Es falso que alguien diga: Debo dividir mi amor porque debe abarcar dos objetos. Es falso hablar de un "todo-conocimiento" o de un "todo-amor" indefinido. El amor no tiene grado ni puede ser limitado por cifras.

El amor y la devoción juntos conforman la reverencia. Podemos tener una actitud devota hacia tal o cual desconocido si tenemos el sentimiento adecuado hacia él. La devoción puede ser aumentada, pero no tiene que ser dividida o multiplicada cuando se siente por un número de seres. Puesto que esto es válido también para el amor, el Yo no tiene necesidad de perderse o dispersarse si se vuelve con amor y devoción hacia lo desconocido. El amor y la devoción son, pues, las guías correctas hacia lo desconocido, y los mejores educadores del alma en su avance desde el Alma Racional hacia el Alma Consciente.

Mientras que la superación de la ira educa al Alma Sensible, y la búsqueda de la verdad educa al Alma Racional, la reverencia educa al Alma Consciente, poniendo cada vez más conocimiento a su alcance. Pero esta reverencia debe ser dirigida y guiada desde un punto de vista que nunca apague la luz del pensamiento. Cuando el amor fluye de nosotros, asegura por su propio valor que nuestro Ser pueda ir con él, y esto se aplica también a la devoción. Podríamos perder nuestro Ser, pero no es necesario. Ese es el punto, y debe tenerse especialmente en cuenta si un impulso de reverencia entra en la educación de los jóvenes. Una reverencia ciega e inconsciente nunca es correcta. El cultivo de la reverencia debe ir acompañado del cultivo de un sano sentimiento del Yo.

Mientras que los místicos de todas las épocas, junto con Goethe, han hablado del elemento desconocido, indefinido, al que el alma se siente atraída, como el eterno-femenino, podemos, sin malentendidos, hablar del elemento que siempre debe animar la reverencia como el eterno-masculino. Pues del mismo modo que el eterno femenino está presente tanto en el hombre como en la mujer, también este eterno masculino, este sano sentimiento yoico, está presente en toda reverencia del hombre o de la mujer. Y cuando el Chorus mysticus de Goethe se presenta ante nosotros, podemos, habiendo llegado a conocer la misión de la reverencia que nos conduce hacia lo desconocido, añadir el elemento que debe impregnar toda reverencia: el Eterno-masculino.

De este modo, ahora podemos llegar a comprender correctamente la experiencia del alma humana cuando se esfuerza por unirse con lo desconocido y alcanza la Unio mystica, en la que se consuma toda reverencia.

Pero esta unión mística dañará al alma si el Yo se pierde mientras busca unirse con lo desconocido en cualquier forma. Si el Yo se ha perdido, no aportará nada de valor a lo desconocido. El autosacrificio en la Unio mystica requiere que uno se haya convertido en algo, debe tener algo que sacrificar. Si un Yo débil, sin fuerza en sí mismo, se une con lo que está por encima de nosotros, la unión no tiene ningún valor. La Unio mystica sólo tiene valor cuando un Yo fuerte asciende a las regiones de las que habla el Chorus mysticus. Cuando Goethe habla de las regiones a las que la reverencia superior puede conducirnos, para obtener allí el conocimiento más elevado, y cuando su Chorus mysticus nos dice con bellas palabras:

Todas las cosas pasajeras
No son más que una parábola;
La insuficiencia de la Tierra
encuentra aquí su plenitud;
Lo indescriptible
Aquí se convierte en hecho;
Lo eterno-femenino
nos atrae hacia lo alto

Entonces, si entendemos correctamente la Unio mystica, podemos responder: Sí-

Todas las cosas transitorias
no son más que una parábola;
La insuficiencia de la Tierra
encuentra aquí su plenitud;
Lo indescriptible
Aquí se convierte en hecho;
Lo eterno-masculino
nos lleva a lo alto.

Traducido por J.Luelmo feb.2019


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919