GA057 Berlín, 4 de marzo de 1909 El misterio de los temperamentos

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    RUDOLF STEINER. 



EL MISTERIO DE LOS TEMPERAMENTOS

 Berlín, 4 de marzo de 1909

duodécima conferencia

A menudo se ha subrayado que el mayor enigma del ser humano es el propio ser humano. En el fondo, toda investigación más profunda de la naturaleza busca alcanzar su objetivo último resumiendo todos los procesos naturales para comprender las leyes externas, y toda ciencia espiritual busca las fuentes de la existencia para comprender y resolver la naturaleza y el destino del ser humano. Por lo tanto, Si bien es incuestionablemente cierto que en general el mayor enigma del ser humano es el propio ser humano, por otro lado hay que subrayar de nuevo lo que cada uno de nosotros siente y percibe en cada encuentro con la gente, que cada persona individual es básicamente un enigma para el otro y en la mayoría de los casos para sí mismo. Hoy no nos ocupamos de los enigmas generales de la existencia, sino del enigma no menos importante para la vida que cada persona nos plantea en cada encuentro.

Porque ¡cuán infinitamente diferentes son las personas en su interior individual y más profundo! Basta pronunciar la palabra temperamento, que es la base de nuestra conferencia de hoy, para darse cuenta de que hay tantos enigmas como personas. Dentro de los tipos básicos, de las tonalidades básicas, tenemos tal variedad y diversidad entre los seres humanos que bien puede decirse que dentro del peculiar estado básico de ánimo del ser humano, que se llama temperamento, se expresa el peculiar enigma de la existencia. Y allí donde los enigmas intervienen en la práctica inmediata de la vida, allí juega un papel la tonalidad básica del ser humano, el temperamento. Cuando nos encontramos con un ser humano, sentimos que algo de este temperamento básico viene hacia nosotros. Por lo tanto, sólo podemos esperar que la ciencia espiritual tenga lo necesario para decir sobre la naturaleza de los temperamentos.

Sentimos que los temperamentos del ser humano pertenecen a lo externo, pues, aunque debemos admitir que los temperamentos brotan de lo interior, sin embargo se expresan en todo lo que nos aparece externamente en el ser humano. Pero el enigma del ser humano no puede resolverse mediante una observación externa de la naturaleza. Sólo podemos acercarnos a la peculiar tonalidad del ser humano si aprendemos lo que la ciencia espiritual tiene que decir sobre el ser humano. Allí aprendemos que en él tenemos, en primer lugar, aquello por lo que él se sitúa en su línea hereditaria. Él muestra las características que ha heredado de su padre, madre, abuelos, etcétera. Estas características se transmiten a su vez a sus descendientes. Al estar situado en una línea de generaciones de tal manera que tiene antepasados, posee determinadas características. Pero lo que ha heredado de sus padres sólo nos muestra una parte del ser humano. Esto está relacionado con lo que él trae consigo del mundo espiritual, que él lo añade a lo que su padre y su madre, a lo que sus antepasados pueden darle. Conectado con la corriente generacional que fluye hacia abajo, hay algo más que va de vida en vida, de existencia en existencia. Por un lado, decimos: Una persona tiene esto o aquello de sus antepasados. - Pero cuando vemos a un ser humano desarrollarse desde la infancia, vemos cómo se desarrolla algo desde el núcleo de su naturaleza que es fruto de vidas anteriores, algo que nunca podría haber heredado de sus antepasados. Conocemos la ley de la reencarnación, la sucesión de vidas. Esto no es más que el caso especial de una ley general del mundo.

Pensándolo bien, no parece tan paradójico: observemos un mineral inanimado, un cristal de roca. Tiene una forma regular. Si muere, no deja nada de su forma que permanezca, que pueda pasar a otros cristales de roca. El nuevo cristal no recibe nada de su forma. Cuando ascendemos del mundo del mineral al mundo de la planta, nos damos cuenta de que una planta no puede surgir de la misma ley que el cristal de roca. Una planta sólo puede existir si deriva de la planta antecesora. Aquí la forma se conserva y se transmite a la otra entidad. Si subimos al mundo animal, encontramos cómo se produce una evolución de las especies. Vemos como el siglo XIX ha visto sus mayores resultados en el descubrimiento de esta evolución de las especies. Vemos cómo no sólo una forma da lugar a otra, sino cómo cada animal joven en el vientre de su madre pasa por las formas anteriores, por las fases inferiores de desarrollo que tuvieron sus antepasados. En los animales tenemos un incremento de las especies.

En el ser humano tenemos no sólo un incremento de la especie, una evolución del género, sino un desarrollo de la individualidad. Lo que ser humano adquiere en el curso de su vida por medio de la educación, de la experiencia, queda preservado al igual que en el caso de los animales se mantiene la línea ancestral. Habrá un tiempo en que la esencia del hombre se remontará a una existencia anterior. Llegará a reconocerse que el ser humano es fruto de una existencia anterior. Se vencerá la resistencia contra la que tiene que asentarse esta doctrina, del mismo modo que se venció la opinión de los eruditos de siglos anteriores de que los seres vivos podían surgir de seres no vivos, por ejemplo, del lodo de los ríos. Hace trescientos años, los científicos naturales seguían creyendo que los animales podían surgir del lodo de los ríos, es decir, de lo inanimado. Fue un naturalista italiano, Francesco Redi, el primero en afirmar que los seres vivos sólo podían desarrollarse a partir de seres vivos. Por esta doctrina fue atacado; fue casi como Giordano Bruno. Hoy en día, quemarse ya no está de moda. Cualquiera que se presente hoy con una nueva verdad, por ejemplo, que quiera remontar lo anímico-espiritual a lo anímico-espiritual, no será exactamente quemado hoy, pero será considerado un necio. Llegará un momento en que se considerará un disparate pensar que el hombre sólo vive una vez, que no hay algo permanente que conecte con lo que son las características heredadas.

Ahora surge la gran pregunta: ¿Cómo puede aquello que proviene de mundos completamente diferentes, que debe buscar padre y madre, unirse con lo físico-corporal, cómo puede revestirse de aquello que son las características físicas a través de las cuales el ser humano se sitúa en la línea de la herencia? ¿Cómo se produce la unión de las dos corrientes, la anímica-espiritual, en la que el ser humano es colocado a través de la reencarnación, y la corriente corporal de la línea de herencia? Hay que establecer un equilibrio. Cuando las dos corrientes se fusionan, una tiñe a la otra y viceversa. Se colorean mutuamente. Igual que los colores azul y amarillo se unen en el verde, las dos corrientes del ser humano se unen para formar lo que se llama su temperamento. Aquí es donde irradian el alma humana y las características naturales heredadas. En el medio se sitúa el temperamento, en el medio entre aquello por lo que el hombre se conecta a sí mismo con su línea ancestral y aquello que trae consigo de sus encarnaciones anteriores. El temperamento equipara lo eterno con lo transitorio. Esta equiparación tiene lugar a través del hecho de que lo que hemos llegado a conocer como los miembros de la naturaleza humana entran en relación entre sí de una manera muy definida.

Conocemos a este ser humano tal como se nos aparece en vida, fluyendo conjuntamente de estas dos corrientes, lo conocemos como una entidad de cuatro miembros. Primero entra en consideración el cuerpo físico, que el hombre tiene en común con el mundo mineral. Como primer miembro suprasensible recibe el cuerpo etérico, que permanece unido al físico durante toda la vida; sólo en la muerte se produce la separación de ambos. El tercer miembro es el cuerpo astral, portador de instintos, impulsos, pasiones, deseos y todas las sensaciones e ideas que surgen y desaparecen. El miembro más elevado del hombre, aquel gracias al cual se eleva por encima de todos los seres, es el portador del yo humano, que le da el poder de la autoconciencia de una manera tan misteriosa, pero también tan reveladora. Estos cuatro miembros se nos presentan en el ser humano.

Debido al hecho de que confluyen dos corrientes en el hombre cuando éste entra en el mundo físico, surge una combinación diferente de los cuatro miembros del ser humano, y uno recibe, por así decirlo, el dominio sobre los otros y les impone su tonalidad. Si el portador del yo domina a los demás miembros del ser humano, prevalece el temperamento colérico. Si el cuerpo astral domina los demás miembros, atribuimos a la persona un temperamento sanguíneo. Si predomina el cuerpo etérico o vital, hablamos de un temperamento flemático. Y si predomina el cuerpo físico, se trata de un temperamento melancólico. Igual que lo eterno y lo temporal se mezclan entre sí, lo mismo ocurre con la relación de los miembros entre sí. A menudo se ha dicho cómo se expresan externamente los cuatro miembros en el cuerpo físico. El yo se expresa en la circulación de la sangre. Es por ello que en el colérico predomina el sistema circulatorio. El cuerpo astral encuentra su expresión física en el sistema nervioso; por eso en los sanguíneos tenemos el sistema nervioso dominando el cuerpo físico. El cuerpo etérico se expresa físicamente en el sistema glandular; por lo tanto en el flemático el sistema glandular marca la pauta en el cuerpo físico. El cuerpo físico como tal se expresa sólo en el cuerpo físico; por lo tanto, en el melancólico, el cuerpo físico es el que da el tono exterior. En todo esto podemos ver los fenómenos que se nos presentan en los temperamentos individuales.
colérico

En la persona colérica predominan preferentemente el yo y el sistema circulatorio. Por eso aparece como la persona que quiere hacer valer su yo bajo cualquier circunstancia. La circulación de la sangre representa la fuente de toda la agresividad del colérico, todo lo que está relacionado con la fuerte naturaleza volitiva del colérico. En el sistema nervioso y en el cuerpo astral se encuentran las sensaciones y sentimientos que suben y bajan. Sólo domeñándolas a través del yo puede lograrse la armonía y el orden. Si no las refrenara a través del yo, fluirían hacia arriba y hacia abajo sin que uno se diera cuenta de que el ser humano ejerza dominio alguno sobre ellas. El ser humano se entregaría a todas las oleadas de sensación en sensación, de imagen en imagen, de visión en visión, y así sucesivamente.
sanguíneo

Algo de esto ocurre cuando es el cuerpo astral el que predomina, en el temperamento sanguíneo, que está en cierto modo entregado al vaivén de imágenes, sensaciones e ideas, ya que en él predominan el cuerpo astral y el sistema nervioso. La circulación sanguínea del hombre es el domador de la vida nerviosa. ¿Qué ocurre cuando una persona está anémica, pálida, cuando el domador no está? Entonces se produce una avalancha desenfrenada de imágenes; se producen ilusiones, alucinaciones. Tenemos un pequeño toque de esto con el sanguíneo. El sanguíneo no puede detenerse en una impresión, no puede aferrarse a una imagen, no se aferra a una impresión con su interés. Se precipita de impresión en impresión, de percepción en percepción. Esto se puede observar especialmente en el niño sanguíneo; puede ser preocupante. Es fácil interesarse, una imagen comienza a funcionar fácilmente, pronto causa una impresión, pero la impresión pronto desaparece de nuevo.
flemático

Pasemos ahora al temperamento flemático. Hemos visto que el temperamento flemático surge del hecho de que predomina lo que llamamos el cuerpo etérico o vital, que es el que regula el crecimiento y los procesos vitales dentro del ser humano. Esto se expresa en el recogimiento interior. Cuanto más vive una persona en su cuerpo etérico, más se ocupa en sí misma y deja que las cosas externas sigan su curso. Está ocupado dentro de sí mismo.

melancólico
Hemos visto en el melancólico que el cuerpo físico, es decir, la parte más densa del ser humano, se hace dueña de las demás. Siempre que la parte más densa se convierte en amo, el ser humano siente que no es amo de ella, que no puede manejarla. Debido a que el cuerpo físico es el instrumento que él debe controlar en todas partes a través de sus miembros superiores; pero ahora este cuerpo físico gobierna y se resiste a los otros. Y esto lo siente el ser humano como dolor, malestar, como el estado de ánimo taciturno del melancólico. Siempre hay un incremento del dolor. Este estado de ánimo no proviene de otra cosa que del hecho de que el cuerpo físico se opone a la comodidad interior del cuerpo etérico, a la movilidad del cuerpo astral y a la determinación del yo.

Lo que vemos en el ser humano como la mezcla de sus cuatro partes, se nos aparece clara y nítidamente en la imagen externa. Cuando predomina el yo, el ser humano quiere afirmarse contra toda resistencia exterior, quiere resaltar. Entonces retiene formalmente a los demás miembros del ser humano en su crecimiento, al cuerpo astral y al cuerpo etérico, no les permite llegar a ser ellos mismos. En la superficie esto ya es evidente. Johann Gottlieb Fichte, por ejemplo, el colérico alemán, ya se reconoce exteriormente como tal. Él ya exteriormente revelaba claramente en su crecimiento que las otras partes de su ser habían sido refrenadas. O un ejemplo clásico de persona colérica es Napoleón, que se quedó tan pequeño porque el yo contuvo las otras partes de su ser. Por supuesto, no se trata de afirmar que la persona colérica es pequeña y la sanguínea grande. Sólo podemos comparar la figura del hombre con su propia estatura. Depende de cómo se sitúe la estatura en relación con la figura total.

En el sanguíneo predominan el sistema nervioso y el cuerpo astral. Éste trabajará sobre los miembros en su viveza intrínsecamente móvil; también hará que la imagen externa de la persona sea lo más móvil posible. Si el colérico tiene rasgos faciales nítidamente definidos, el sanguíneo por contra tiene rasgos faciales móviles, expresivos, cambiantes. Incluso en la esbelta figura, en la estructura ósea, vemos la movilidad interior del cuerpo astral en toda la persona. Por ejemplo, se expresa en los músculos esbeltos. Esto también puede verse en la apariencia externa del ser humano. Aunque ustedes no sean clarividentes pueden ver por detrás si una persona es sanguínea o colérica. No se necesita ser un científico espiritual para hacer esto. Cuando vean caminar a una persona colérica, pueden observar cómo coloca cada pie como si no sólo quisiera tocar el suelo con cada paso, sino como si el pie debiera ahondar un poco más en el suelo. En el sanguíneo, en cambio, nos encontramos con un andar saltarín y brincador. También hay características más sutiles en la forma exterior. La interioridad de la naturaleza del yo, la interioridad cerrada del colérico, se enfrenta a nosotros en los ojos negros del colérico. Obsérvese al sanguíneo, en quien la naturaleza del yo no está tan profundamente arraigada, en quien el cuerpo astral vierte toda su movilidad, allí predominan los ojos azules. Se podrían citar tantas características que muestran el temperamento en la apariencia exterior.

En el de temperamento flemático nos encontramos ante la fisonomía inmóvil, impasible, en la plenitud del cuerpo, especialmente en el desarrollo de las partes grasas; pues eso es lo que el cuerpo etérico desarrolla en particular. En todo esto se nos manifiesta la acogedora interioridad del flemático. Tiene un andar deslizante. No se presenta, por así decirlo, de forma ordenada, no se relaciona con las cosas. Y observen al melancólico, cómo suele tener la cabeza caída, no tiene fuerzas para poner rígido el cuello. Sus ojos están apagados, carecen del brillo de los ojos negros del colérico. El andar es firme, pero no es el andar del colérico, el porte firme del colérico, sino un andar algo perezoso.

Así pueden ver cuán significativamente puede contribuir la ciencia espiritual a resolver este enigma. Pero sólo si se va a la totalidad de la realidad, a la que también pertenece lo espiritual, si no se queda uno meramente con lo sensorialmente real, puede la praxis de la vida surgir del conocimiento. Por eso este conocimiento sólo puede fluir de la ciencia espiritual, para que sea en beneficio de toda la humanidad y del individuo. En la educación se debe prestar mucha atención al tipo de temperamento, porque es especialmente importante para los niños poder guiar y dirigir este temperamento en desarrollo. Pero también es importante para las personas más adelante en su autoeducación. Es valioso para aquellos que quieren educarse a sí mismos prestar atención a lo que se expresa en su temperamento.

He enumerado aquí los tipos básicos. Por supuesto en la vida no se dan de forma tan estricta. Todas las personas sólo tienen el tono básico de un temperamento, pero también tienen otros. Napoleón, por ejemplo, tenía mucho de flemático en él, aunque era un hombre colérico. Si queremos dominar la vida en la práctica, es importante que podamos permitir que lo que se expresa típicamente tenga un efecto en nuestra alma. La importancia de esto se comprende mejor cuando consideramos que los temperamentos pueden degenerar, que lo que encontramos en la unilateralidad también puede degenerar. ¡Qué sería del mundo sin temperamentos si la gente tuviera un solo temperamento! ¡Lo más aburrido que se pueda imaginar! El mundo sería aburrido sin temperamentos, no sólo en un sentido moral, sino también en un sentido superior. Toda la diversidad, belleza y riqueza de la vida sólo son posibles gracias a los temperamentos. La educación no consiste en igualar o nivelar los temperamentos, sino en reconducirlos por los cauces adecuados. Pero en cada temperamento existe un pequeño y un gran peligro de degeneración. En la persona colérica, existe el peligro en la juventud de que tal persona, a través de la ira, imprima su yo sin ser capaz de controlarse. Este es el pequeño peligro. El gran peligro es la insensatez que pretende perseguir cualquier objetivo individual a partir de su yo. En el temperamento sanguíneo el pequeño peligro es que la persona caiga en la huida. El gran peligro es que los altibajos de los sentimientos desemboquen en la locura. El pequeño peligro del flemático es el desinterés por el mundo exterior; el gran peligro es la idiotez, la torpeza. El pequeño peligro del temperamento melancólico es la melancolía, la posibilidad de que la persona no sea capaz de ir más allá de lo que surge en su interior. El gran peligro es la locura.

Si tenemos todo esto en cuenta, veremos que la orientación y dirección de los temperamentos es una tarea importante de la vida práctica. Pero para guiar los temperamentos hay que observar el principio de que siempre debemos contar con lo que hay, no con lo que no hay. Si un niño tiene un temperamento sanguíneo, no podemos ayudarle en su desarrollo tratando de infundirle interés; no podemos enseñarle otra cosa que lo que es su temperamento sanguíneo. No debemos preguntar: ¿Qué le falta al niño, qué debemos inculcarle a golpes? - Sino que debemos preguntar: ¿Qué suele tener un niño sanguíneo? Y tenemos que contar con eso. Por regla general encontraremos una cosa, siempre se puede despertar un interés; un interés por alguna personalidad, por muy huidizo que sea el niño. Con solo que seamos la personalidad adecuada, o que podamos añadirle la personalidad adecuada, ya surgirá el interés. En el niño sanguíneo sólo puede surgir el interés a través de las derivaciones del amor por una personalidad. El niño sanguíneo, más que cualquier otro temperamento, necesita amor por una personalidad. Todo debe hacerse para despertar el amor en un niño así. El amor es la palabra mágica. Tenemos que ver lo que hay en él. Tenemos que ver de introducir en el entorno del niño todo tipo de cosas por las que hemos notado que tiene un interés más profundo. Tenemos que dejar que estas cosas hablen al sanguíneo, dejar que afecten al niño, y luego quitarlas de nuevo para que el niño las desee de nuevo, y dárselas de nuevo. Debe permitirse que afecten al niño del mismo modo que los objetos del mundo ordinario afectan al temperamento sanguíneo.

Con el niño colérico existe también una derivación a través de la cual se puede guiar siempre el desarrollo. Aquí lo que encauza la educación es: el respeto y el aprecio a la autoridad. Aquí no es cuestión de hacerse popular por cualidades personales, como en el niño sanguíneo, sino que es importante que el niño colérico tenga siempre la creencia de que el educador entiende del asunto. Hay que demostrar que se sabe lo que le pasa al niño. No deben exponerse a sí mismos. Siempre hay que causar en el niño la creencia de que el educador puede hacer el trabajo, de lo contrario se perderá inmediatamente. Si el amor a la personalidad es el remedio mágico para el niño sanguíneo, entonces el respeto y la apreciación del valor de una persona es la palabra mágica para el niño colérico. Son especialmente los objetos que se le oponen los que deben interponerse en su camino. La resistencia, las dificultades deben ponerse en su camino. Deben intentar no hacerle la vida tan fácil.

El niño melancólico no es fácil de llevar. Aquí también, sin embargo, hay un remedio mágico. Así como con el niño sanguíneo las palabras mágicas son amor a la personalidad, con el niño colérico estima y respeto al valor del educador, así con el niño melancólico lo que importa es que los educadores sean personalidades que han sido probadas de cierta manera en la vida, que actúan y hablan desde una vida probada. El niño debe sentir que el educador ha pasado por un dolor real. Que el niño reconozca su propio destino en todos los cientos de cosas de la vida. Simpatizar con el destino de los que te rodean tiene aquí un efecto educativo. Incluso aquí con el melancólico tienes que contar con lo que él tiene. Él tiene una capacidad para el dolor, una falta de placer; están dentro de él, no podemos vencerlos. Pero podemos desviarlos. Permítanle experimentar dolor justificado, sufrimiento justificado, especialmente en su vida exterior, para que aprenda que hay cosas en las que puede experimentar dolor. Eso es lo que importa. No lo aplaques: al hacerlo endureces su melancolía, su dolor interior. Él debe ver que hay cosas en la vida en las que uno puede experimentar dolor. Aunque no hay que llevarlo demasiado lejos, es importante que el dolor lo provoquen cosas externas, que le distraigan.

La persona flemática no debe crecer sola. Si para los demás es bueno tener compañeros de juego, este es especialmente el caso del flemático. Debe tener compañeros de juego con los intereses más variados. Se puede educar experimentando los intereses y tantos intereses como sea posible de las otras personalidades. Si es indiferente a lo que le rodea, su interés puede ser alimentado por el hecho de que los intereses de sus compañeros de juego, sus compañeros, tienen un efecto sobre él. Si en el niño melancólico se trata de presenciar el destino de otra personalidad, en el niño flemático se trata de presenciar los intereses de sus compañeros de juego. Las cosas como tales no tienen efecto sobre el niño flemático; pero cuando las cosas se reflejan en otras personas, entonces estos intereses se reflejan en el alma del niño flemático. Entonces debemos tener especial cuidado de llevar objetos a su proximidad, de dejar que sucedan acontecimientos en su proximidad donde la flema está en su lugar adecuado. Uno debe dirigir la flema a los objetos correctos hacia los cuales se puede ser flemático.

Vemos pues en estos principios educativos cómo interviene la ciencia espiritual en las cuestiones prácticas de la vida. La gente también puede tomar aquí las riendas de su propia autoeducación. El sanguíneo, por ejemplo, no alcanzará su meta diciéndose a sí mismo: "Tienes un temperamento sanguíneo, debes deshacerte de él". El intelecto, aplicado directamente, suele ser un obstáculo en este terreno. Indirectamente, en cambio, puede hacer mucho. Aquí la mente es la fuerza más débil del alma. Con fuerzas más poderosas del alma, como los temperamentos, el intelecto puede hacer muy poco directamente y sólo puede trabajar indirectamente. El hombre debe contar con su comportamiento sanguíneo; las autoexhortaciones no sirven de nada. Es importante mostrar el comportamiento sanguíneo en el lugar adecuado. Podemos crearnos experiencias a través de la mente, por lo que el breve interés del sanguíneo está justificado. Si, por lo tanto, provocamos tales condiciones, por pequeñas que sean, en las que sea apropiado un breve interés, se producirá lo necesario. Con el temperamento colérico es bueno elegir tales objetos, provocar tales condiciones mediante el intelecto, donde no nos sirve de nada que nos enfurezcamos, donde nos conducimos ad absurdum mediante nuestro desvarío. El temperamento melancólico no debe pasar de largo ante los dolores y sufrimientos de la vida, sino que debe buscarlos, debe sufrir con ellos, para que su dolor se desvíe hacia los objetos y acontecimientos adecuados. Si somos flemáticos y no tenemos intereses, es bueno que nos ocupemos todo lo posible con objetos bastante poco interesantes, que nos rodeemos de bastantes fuentes de aburrimiento, que nos aburramos a fondo. Entonces nos curaremos a fondo de nuestra flema, nos libraremos de ella a fondo. Así contamos con lo que hay y no con lo que no hay.

Si nos imbuimos de esta sabiduría de la vida, entonces podremos resolver el enigma básico de la vida que nos ofrece el ser humano individual. No se puede resolver amontonando ideas y conceptos abstractos. El enigma general del hombre puede resolverse en imágenes. Este enigma individual no puede resolverse amontonando ideas y conceptos abstractos, sino que debemos acercarnos a cada ser humano individual de tal manera que podamos darle una comprensión directa. Sin embargo, esto sólo puede hacerse si conocemos lo que hay en el fondo del alma. La ciencia espiritual es algo que se infunde lenta y gradualmente en toda nuestra alma, de modo que hace que el alma sea receptiva no sólo al panorama general, sino también a los pequeños detalles. En la ciencia espiritual cuando un alma se enfrenta a otra y le demanda amor, la otra se lo da. Si exige otra cosa, se le dará la otra. Así creamos fundamentos sociales a través de esa verdadera sabiduría de la vida. Esto significa resolver un enigma en cada momento. La antroposofía no funciona predicando, exhortando, moralizando, sino creando un fundamento social en el que el hombre pueda reconocer al hombre. La ciencia espiritual es el fundamento de la vida, y el amor es la flor y el fruto de tal vida estimulada por la ciencia espiritual. La ciencia espiritual puede decir, por tanto, que funda algo que proporciona un fundamento para lo que es la meta más hermosa del destino humano: el amor genuino y verdadero al hombre.

Traducido por J.Luelmo ene,2024

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919