GA128 Praga, 26 de marzo de 1911 La piel como expresión del yo y de la conciencia humanas

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La piel como expresión del yo y de la conciencia humanas

RUDOLF STEINER

 
Praga, 26 de marzo de 1911

De la última conferencia pudimos deducir que el hombre, como organismo físico, se separa del mundo exterior, hasta cierto punto, gracias a su piel. Si concebimos el organismo humano bajo el prisma en que lo hemos hecho durante las conferencias precedentes, resulta necesario decir que es el propio organismo humano, con sus diversos sistemas de fuerzas, el que se dota de un límite exterior definido por medio de la piel. En otras palabras, debe quedarnos claro que en el organismo humano existe tal sistema global de fuerzas que, mediante su cooperación, se perfilan a sí mismas de tal modo que dan exactamente el contorno de la forma que aparece a través de la piel como el límite exterior de la forma humana. Así pues, en realidad debemos decir que para el proceso vital del ser humano existe el interesante hecho de que en el límite exterior de la forma se nos da una expresión casi pictórica de toda la eficacia de los sistemas de fuerzas en el organismo. Si tal expresión del organismo se da en la propia piel, entonces debemos presuponer que todo el ser humano debe encontrarse realmente dentro de la piel en cierto modo. Pues si el ser humano, tal como es, ha de estar formado de tal manera que la piel exterior exprese lo que él es como limitación de la forma, entonces debe ser posible encontrar en la piel todo lo que pertenece a la organización general del ser humano. Y, en efecto, si nos fijamos en lo que pertenece a la organización general del ser humano, podemos encontrar cuánto de lo que está predispuesto en los sistemas de fuerza de todo el organismo está realmente presente en la piel.

Inicialmente hemos visto que el ser humano total, tal como se nos presenta como ser humano terreno, tiene el instrumento de su yo en su sistema sanguíneo, de modo que el ser humano es humano en la medida en que alberga un yo en su interior, y este yo puede crear una expresión, un instrumento, en la sangre hasta el sistema físico. Si la superficie de nuestro cuerpo, el límite de nuestra forma, es una parte esencial de nuestra organización general, entonces debemos decir que esta organización general debe, a través de la sangre, actuar en la piel, para que una expresión de todo el ser humano, en la medida en que es física, pueda estar presente en la piel. Si observamos la piel, que se extiende por toda la superficie del cuerpo y consta de varias capas, veremos que, efectivamente, hay finos vasos sanguíneos que desembocan en esta piel. A través de estos finos vasos sanguíneos el yo puede enviar sus fuerzas y crear una expresión de la esencia humana justo dentro de la piel. También sabemos que el sistema nervioso es la herramienta física para todo lo que tenemos que definir como conciencia. Si el límite de la superficie corporal es una expresión de la organización general del ser humano, entonces los nervios también deben extenderse hasta la piel para que la conciencia humana pueda llegar hasta este órgano. Por lo tanto, vemos las más variadas terminaciones nerviosas discurriendo junto a los finos vasos sanguíneos dentro de las capas de la piel, que suelen denominarse, -aunque no con toda razón-, corpúsculos táctiles, porque se supone que el hombre percibe el mundo exterior con ayuda de estos corpúsculos táctiles a través del sentido del tacto, del mismo modo que percibe la luz y el sonido a través de los ojos y los oídos. Sin embargo, esto no es realmente así. Para verlo más de cerca, este sentido del tacto es la expresión de varias actividades sensoriales, por ejemplo el sentido del calor y otros. Veamos en qué consiste. En la piel encontramos, pues, aquello que es la expresión u órgano físico del yo humano: la sangre. Pero también en ella encontramos aquello que es la expresión de la conciencia humana: el sistema nervioso, que extiende sus ramificaciones en la piel.

Ahora debemos buscar a nuestro alrededor la expresión de lo que realmente podemos considerar como el instrumento esencial del proceso vital. Ya hemos llamado la atención sobre este instrumento del proceso vital en la última conferencia, al hablar de la secreción. En la secreción, donde, como hemos visto, se produce una especie de obstáculo, tenemos que ver la expresión del proceso vital en la medida en que un ser vivo que quiere existir en el mundo tiene que cerrarse al exterior. Esto sólo puede ocurrir experimentando un obstáculo dentro de sí mismo. Esta experiencia de una inhibición dentro de sí mismo es motivada por los órganos de secreción, que pueden describirse en el sentido más amplio como glándulas. Las glándulas son órganos de secreción, y la inhibición se produce porque ofrecen resistencia interior, por así decirlo, a las sustancias nutritivas que ejercen presión sobre ellas. Por lo tanto, debemos suponer que tales órganos excretores, tal como los hemos distribuido en otras partes del organismo, también pertenecen a la piel. Y pertenecen a la piel, porque en ella también encontramos órganos secretores, glándulas de diversos tipos, glándulas sudoríparas, glándulas sebáceas, que llevan a cabo esta actividad secretora, -es decir, un proceso vital- dentro de la piel.

Y si finalmente preguntamos por lo que hay debajo del proceso vital, encontraremos lo que podemos llamar el mero proceso de sustancias, la transferencia de sustancias de un órgano a otro. Ahora quisiera pedirles en este punto que distingan con precisión entre tal proceso de secreción, que crea un obstáculo interior, que pertenece a los procesos vitales, y aquellos otros procesos que traen consigo reordenaciones puramente materiales, es decir, el mero transporte de sustancias de un lugar a otro. Porque no es lo mismo. Para una visión materialista podría parecer así, pero para una comprensión vital de la realidad no lo es. En el organismo humano no se trata de un mero transporte de sustancias. Hay, sin embargo, una transferencia de sustancias, de productos nutritivos, a cada uno de los órganos. Pero en el momento en que las sustancias nutritivas son absorbidas, estamos hablando de un proceso vital, con procesos de secreción que al mismo tiempo crean inhibiciones internas. Es necesario distinguir esto del proceso de la mera reorganización de sustancias. Descendemos del proceso vital a los procesos de lo físico actual cuando decimos que parece como si los nutrientes ingeridos fueran transportados a las diversas partes del cuerpo físico. Pero se trata de una actividad viva, por decirlo así, de una toma de conciencia del organismo en sí mismo, en la que los órganos de secreción crean obstáculos internos.

Al mismo tiempo que los procesos vitales, tiene lugar un transporte de sustancias, y esto ocurre tanto en la piel como en las demás partes del organismo. A través de la piel los residuos de las sustancias nutritivas son excretados, segregados, llevados al exterior mediante el proceso de transpiración, sudoración, de modo que también aquí se produce un transporte puramente físico de las sustancias.

Con esto hemos caracterizado esencialmente que en el órgano externo de la piel encontramos tanto el sistema sanguíneo como expresión del yo, como el sistema nervioso como expresión de la conciencia. Ahora pasaré gradualmente al hecho de que tenemos derecho a englobar todos los fenómenos de la conciencia con la expresión "cuerpo astral", que podemos describir, por lo tanto, el sistema nervioso como una expresión del cuerpo astral, el sistema glandular como una expresión del cuerpo etérico o vital y que podemos describir el proceso real de la reorganización nutricional como una expresión del cuerpo físico. En este sentido, todas las divisiones individuales de la organización humana están realmente presentes en el sistema cutáneo, a través del cual el ser humano se cierra al exterior. Ahora bien, debemos tener en cuenta que todas las subdivisiones de la organización humana, sistema sanguíneo, sistema nervioso, sistema nutricional, etc., forman un todo en sus relaciones mutuas y que, por así decirlo, observando estos cuatro sistemas de la organización humana y visualizándolos en el cuerpo físico, tenemos ante nosotros el organismo humano desde dos lados. En realidad lo tenemos por dos lados, primero de tal manera que podemos decir: El organismo humano solo tiene sentido dentro de la existencia terrenal si es la herramienta de nuestro yo como organismo total. Pero sólo puede serlo si la herramienta siguiente, que el yo humano puede utilizar, el sistema sanguíneo, está presente en él. Sin embargo, el sistema sanguíneo sólo es posible si los demás sistemas le preceden en su formación. La sangre no sólo es "un jugo muy especial" en el sentido de las palabras del poeta, sino que es fácil ver que no puede existir tal como es sin ser incorporada al resto del organismo humano; es necesario que su existencia sea preparada por el resto del organismo humano. La sangre, tal como la poseemos los hombres, no puede darse en ninguna otra parte más que en el organismo humano. No debemos trasladar ni atribuir sin más lo dicho sobre la sangre humana, a ningún otro ser vivo de la tierra. Quizá más adelante tenga ocasión de hablar de la relación entre la sangre humana y la sangre animal. Esta será una consideración muy importante, porque la ciencia externa tiene poco en cuenta esta diferencia. Hoy sólo queremos referirnos a la sangre como expresión del yo humano. Una vez que el resto del organismo humano se ha formado, sólo entonces es capaz de llevar sangre, de asumir la circulación sanguínea en sí mismo, sólo entonces puede tener dentro de sí el instrumento que sirve de herramienta a nuestro yo. Para ello, sin embargo, primero debe construirse todo el organismo humano.

Ustedes saben que también hay otros seres en la tierra además del hombre, que obviamente están relacionados con el hombre de cierta manera, pero que no son capaces de expresar un yo humano. Con éstos seres, lo que se parece a la disposición humana en los sistemas correspondientes se estructura obviamente de manera diferente que en los humanos. En todos estos sistemas, que preceden al sistema sanguíneo - circulatorio, ya debe estar predispuesta la posibilidad de poder absorber la sangre. Esto significa que previamente debemos tener un sistema nervioso que pueda absorber un sistema sanguíneo con las características del sistema sanguíneo humano; debemos tener un sistema glandular y también un sistema nutricional tales, que deben estar dispuestos para la absorción de un sistema sanguíneo humano. Esto significa, por ejemplo, que en la parte del organismo humano que hemos descrito como la expresión real del cuerpo físico del ser humano, es decir, en el sistema nutricional, el yo ya debe estar predispuesto. El proceso de formación del sistema nutricional debe ser dirigido y guiado por el organismo de tal manera que la sangre pueda moverse finalmente por los canales correctos. ¿Qué significa eso?

Esto significa que la circulación sanguínea en su forma, en toda la naturaleza de su actividad, está condicionada por la entidad yoica del ser humano. Si pensamos en la circulación sanguínea en esta línea oval de forma totalmente esquemática (ver dibujo), debemos decir que la circulación sanguínea debe ser absorbida por el resto del organismo, es decir, todos los sistemas de órganos deben estar dispuestos de tal forma que la circulación sanguínea pueda integrarse. No podríamos tener todo el tejido de nuestros vasos sanguíneos, -ya sea en la cabeza o en otra parte de nuestro organismo-, tal y como es, si las cosas correspondientes que deben estar allí no se canalizaran hacia donde deba circular la sangre. Esto significa que los sistemas de fuerzas del organismo humano, empezando por el sistema nutritivo, deben funcionar de tal modo que lleven el material nutritivo necesario a los lugares correspondientes y, al mismo tiempo, le den forma, lo moldeen de tal modo que en estos lugares la sangre pueda mantener exactamente la forma de su recorrido necesario para poder convertirse en una expresión del yo. Por consiguiente, todos los impulsos de nuestro aparato nutritivo, es decir, del sistema más bajo de nuestro organismo, deben contener ya aquello que hace del ser humano un ser yoico. Toda la forma que el ser humano muestra finalmente en su perfección física debe estar ya integrada en los sistemas de órganos incluidos lo que son los diversos procesos de nutrición del ser humano. Ahí vemos desde la sangre hasta los sistemas de órganos que preparan la circulación sanguínea hasta los procesos que tienen lugar lejos de nuestro yo en la oscuridad de nuestro organismo. Mientras que la sangre es la expresión de la actividad de nuestro yo, es decir, la expresión de lo más consciente que tenemos, nosotros somos incapaces de ver hacia abajo, hacia las profundidades desconocidas del cuerpo físico. No sabemos cómo son guiadas las sustancias, llevadas a los lugares concretos de nuestro organismo, donde deben ser utilizadas para construirlo y moldearlo, de modo que pueda ser un instrumento de nuestro yo. Esto nos muestra que desde el principio de la nutrición se encuentran en el organismo humano todas las leyes que conducen finalmente a la formación de la circulación sanguínea.

La sangre como tal se nos presenta como el más móvil, el más activo de todos nuestros sistemas. Y sabemos que si interferimos en el torrente sanguíneo de alguna manera, aunque sea pequeña, la sangre toma inmediatamente un camino diferente. Basta con pincharnos en cualquier punto y la sangre toma inmediatamente un camino diferente del habitual. Es infinitamente importante tener esto en cuenta, porque de ello se desprende que la sangre es el elemento más determinante del cuerpo humano. Tiene una buena base en los demás sistemas orgánicos, pero al mismo tiempo es el más determinable y el que tiene menos continuidad interna. La sangre puede estar tremendamente determinada por las experiencias del yo consciente. No quiero entrar en las fantásticas teorías que plantea la ciencia externa sobre el rubor o la palidez en los sentimientos de vergüenza o miedo, sólo quiero señalar el hecho puramente externo de que experiencias como el miedo o la ansiedad y los sentimientos de vergüenza se basan en experiencias del yo que son reconocibles en su efecto sobre la sangre. Con los sentimientos de miedo y ansiedad, tendemos a protegernos, por así decirlo, de algo que creemos que actúa contra nosotros; nos retraemos, por así decirlo, con nuestro yo. Con el sentimiento de vergüenza, preferimos escondernos, parapetarnos detrás de la sangre, por así decirlo, para apagar nuestro yo. En ambos casos. -sólo quiero entrar aquí en los hechos externos-. la sangre secunda materialmente, como herramienta material externa, lo que el yo experimenta en su interior. En el sentimiento de miedo y ansiedad, cuando una persona quiere replegarse tan fuertemente sobre sí misma de algo que le amenaza, se pone pálida; la sangre se retira de la superficie al centro, hacia dentro. Cuando una persona quiere esconderse del sentimiento de vergüenza, quiere borrarse, cuando preferiría no estar y quiere escabullirse en alguna parte, la sangre se desplaza hacia la periferia del organismo bajo la impresión de lo que experimenta el yo, y la persona se pone roja. Así vemos que la sangre es el sistema más fácilmente determinable en el organismo humano y puede seguir las experiencias del yo más rápidamente.

Cuanto más descendemos en nuestros sistemas de órganos, menos se ciñen las disposiciones de los sistemas a nuestro yo, menos se inclinan a adaptarse a las experiencias del yo. Por lo que respecta al sistema nervioso, sabemos que está organizado en determinadas vías nerviosas y que éstas representan algo relativamente fijo en su trayectoria. Mientras que la sangre es móvil y puede ser llevada de una parte a otra del cuerpo hasta la periferia según las vivencias interiores del yo, con los nervios sucede que a lo largo de los trayectos nerviosos corren esas fuerzas que podemos resumir como "fuerzas de la conciencia", y que éstas no pueden llevar la materia nerviosa de un lugar a otro como es posible con la sangre en sus trayectos. Por tanto, el sistema nervioso ya es menos determinable que la sangre; y aún menos determinable es el sistema glandular, que nos muestra las glándulas para funciones muy concretas en lugares muy concretos del organismo. Si una glándula debe ser activada por algo para un fin determinado, no puede ser excitada por una fibra similar a la nerviosa, sino que esta glándula debe ser excitada en el lugar donde se encuentra. El sistema glandular es, por tanto, aún menos determinable; tenemos que excitar las glándulas allí donde se encuentran. Aunque podemos guiar la actividad nerviosa a lo largo de las fibras nerviosas, -todavía tenemos fibras de conexión que conectan los ganglios nerviosos individuales entre sí-, la glándula sólo puede ser estimulada a la actividad en el lugar donde se encuentra. Pero este proceso de solidificación, por así decirlo, este proceso de determinación interior, de no ser determinable, es aún más pronunciado en todo lo que pertenece al sistema nutricional a través del cual el ser humano integra directamente las sustancias para ser un ser físico-sensorial. Sin embargo, en la naturaleza de esta incorporación de sustancias debe haber una absoluta predisposición a la herramienta del yo.

Si consideramos ahora el organismo humano en relación con su sistema inferior, el sistema nutricional en el sentido más amplio, a través del cual las sustancias son transportadas a todos los miembros del organismo, la disposición de estas sustancias debe ser tal que el moldeado, la estructura externa del ser humano pueda proceder de tal manera que finalmente sea posible la expresión del yo en el organismo humano. Para ello son necesarias muchas cosas. No sólo que las sustancias nutritivas sean transportadas de las formas más variadas y almacenadas en los lugares más diversos del organismo, sino también que se tomen todas las precauciones posibles para acondicionar la forma externa del organismo humano.

Ahora es importante que nos demos cuenta de lo siguiente. En lo que hemos llamado la piel están representados todos los sistemas del organismo humano, hasta el sistema más bajo, el nutricional, y podríamos decir que todo lo que pertenece en el sentido más eminente al sistema físico del hombre está vertido en la piel. Pero es fácil presumir que esta piel, -a pesar de que tiene todos estos sistemas en su interior-, tiene un defecto importante en sí misma, por paradójico que suene. La piel tiene la forma del organismo humano tal como es en el ser humano, pero no tendría esta forma por sí misma, ni podría dar al ser humano su perfil característico. Sin apoyo, la piel se derrumbaría sobre sí misma; el hombre no sería capaz de mantenerse erguido. De esto se desprende que no sólo deben tener lugar los procesos de nutrición que mantienen la piel, sino que también deben tener lugar y cooperar los más diversos procesos que perfilan la forma general del organismo humano. No nos será difícil darnos cuenta de que también debemos considerar como tales procesos nutricionales transformados aquellos otros procesos que tienen lugar en el cartílago y en los huesos. ¿Cuáles son estos procesos?

Cuando el material de nuestros nutrientes es transportado a un cartílago o a un hueso, básicamente sólo es material físico lo que se transporta hasta allí. Lo que finalmente encontramos en el cartílago o en el hueso, no es otra cosa que los nutrientes también transformados pero de manera diferente que en la piel, por ejemplo. Por lo tanto, podemos decir que en la piel vemos los nutrientes transformados que se depositan en el límite más externo de nuestro cuerpo. En cuanto a la forma en que el material nutritivo se deposita en el hueso, vemos un proceso nutricional en el que el material se redondea en forma humana. Se trata, por tanto, de un proceso nutricional inverso al de la piel humana. Ahora ya no nos resultará difícil imaginar todo este proceso nutricional, el sistema de transporte de los alimentos, según las observaciones que hemos hecho para el sistema nervioso.

Si nos fijamos en la piel y en las sustancias nutritivas que la producen, esta cubierta exterior que da al hombre la superficie, pero que nunca podría producir por sí misma la forma humana, nos quedará claro que la nutrición de la piel es el tipo más reciente de nutrición en el organismo humano; y reconocemos que en la forma en que se nutren los huesos tenemos que ver un proceso análogo que se sitúa en una relación similar a la nutrición de la piel, igual que podríamos poner el proceso de formación del cerebro en relación con el proceso de formación de la médula espinal. Tendremos el mismo derecho a decir:

En el proceso de nutrición de la piel, lo que primero vemos aparecer externamente, lo podemos ver transformado en una etapa posterior, es decir, superior, en la forma sólida de la constitución ósea. - Tal observación del organismo humano nos indica que nuestro sistema óseo tenía antes una consistencia blanda y sólo se solidificó en el transcurso del desarrollo. Esto también puede ser demostrado por la ciencia externa, que puede enseñarnos cómo ciertas formaciones, que más tarde son claramente huesos, todavía parecen blandas y cartilaginosas a la edad de un niño y que la masa ósea sólo se forma gradualmente a partir de una masa más blanda y cartilaginosa mediante la incorporación de material nutritivo. Aquí tenemos una transición de una sustancia blanda a una más firme, como también ocurre en el ser humano individual. Por lo tanto, podemos ver en el cartílago una etapa preliminar del hueso y podemos decir que toda la incorporación del sistema óseo al organismo se nos aparece como algo que es, por así decirlo, el resultado final de los procesos que vemos en la nutrición de la piel. 

De este modo, las sustancias nutritivas se transforman primero, de la manera más sencilla, en una sustancia blanda y maleable, y luego, una vez preparada ésta, puede tener lugar el proceso nutritivo, a través del cual ciertas partes se endurecen primero en materia ósea, de modo que finalmente surge la forma del organismo humano en su conjunto. La forma en que los huesos se nos presentan nos da pie para decir: Más allá de la formación de los huesos no tenemos en realidad ninguna otra progresión de los procesos nutritivos hacia la solidificación, por lo que respecta al ser humano de la etapa evolutiva actual. Mientras que, por una parte, tenemos en la sangre la sustancia más determinable, más transformable del hombre, por otra podemos ver en la sustancia ósea lo que es completamente indeterminable, lo que se ha endurecido y solidificado hasta un punto final más allá del cual no hay más transformación; ha alcanzado la forma más rígida. Si tomamos ahora las consideraciones anteriores entonces debemos decir: La sangre es la herramienta más determinable del yo en el hombre, los nervios lo son menos, las glándulas aún menos, y en el sistema óseo tenemos aquello que ha alcanzado el último punto de su evolución, que representa un producto final de transformación en lo que respecta a la determinabilidad por parte del yo. Por lo tanto, todo lo que pertenece al moldeado del sistema óseo tiene lugar de tal manera que los huesos puedan ser, en última instancia, el soporte y el sostén de un organismo más blando, en el que los procesos vitales y nutricionales tengan lugar de tal manera que la sangre pueda fluir por sus vías de la forma correcta, para que el yo humano pueda tener una herramienta en él.

Me gustaría saber quién no se llenaría de la mayor admiración y sobrecogimiento cuando contempla el organismo humano y trata de imaginárselo: En el sistema óseo tengo ante mí aquel componente de mi organismo que debe haber sufrido el mayor número de transformaciones, el mayor número de etapas, aquel que se ha elevado desde las etapas más bajas a través de muchas, muchas épocas hasta el sistema óseo actual; finalmente se ha formado de tal manera que puede ser el firme portador, el firme soporte del yo. Cuando uno se da cuenta de cómo la influencia del yo actúa en la formación de cada uno de los huesos, ¿Quién no sentiría la más profunda admiración por esta estructura del organismo humano?

Si observamos a este ser humano, tenemos dos polos de existencia física, primero en el sistema sanguíneo, que es la herramienta más determinable del yo, y luego en el sistema óseo, que es el más fijo en forma externa y estructura interna, el más indeterminable, el menos cambiante, el más avanzado en indeterminabilidad. Por lo tanto, podemos decir que en el sistema óseo la organización física del hombre ha encontrado por el momento su expresión final, su conclusión, mientras que en el sistema sanguíneo ha tomado en cierto sentido un nuevo comienzo. Si observamos nuestro sistema óseo, podemos decir que en este sistema óseo estamos honrando la conclusión final de la organización física humana. Y si nos fijamos en nuestro sistema sanguíneo, podemos decir: vemos en él un comienzo, algo que sólo pudo comenzar después de que todos los demás sistemas le hubieran precedido. Sobre el sistema óseo podemos decir: Una cierta primera disposición, las primeras fuerzas para la formación del sistema óseo ya debían estar presentes antes de que los sistemas glandular y nervioso llegaran a desarrollarse en el organismo, porque a éstos había que darles sus lugares correspondientes a través del sistema óseo. En el sistema óseo tenemos el más antiguo de los sistemas de fuerzas del organismo humano.

Cuando describimos el sistema sanguíneo y el sistema óseo como dos polos, pretendíamos expresar en sentido figurado que son, por así decirlo, los dos extremos de la organización humana. En el sistema sanguíneo tenemos ante nosotros el elemento más móvil, que es tan activo que sigue cada movimiento de nuestro yo. Y en el sistema óseo tenemos lo que está casi completamente retirado de la influencia de nuestro yo, a donde ya no llegamos con nuestro yo; sin embargo, en su forma ya se halla toda la organización del yo. Así, desde un punto de vista puramente externo, el sistema sanguíneo y el sistema óseo en el ser humano se encuentran uno frente al otro como un principio y una conclusión. Y cuando observamos nuestro sistema sanguíneo, que sigue continuamente todos los movimientos del yo, nos decimos: la vida humana se expresa realmente en la sangre activa. - Cuando miramos nuestro sistema óseo, nos decimos: simboliza todo lo que se retira de nuestra vida y sólo sirve de soporte al organismo. El pulso de nuestra sangre es nuestra vida; nuestro sistema óseo es aquello que ya se ha retirado de la vida inmediata, -porque es un maestro tan viejo-, que ya se ha desconectado y sólo quiere servir de apoyo, sólo quiere dar forma. Mientras que en nuestra sangre vivimos de forma más orgánica, en nuestro sistema óseo básicamente ya hemos muerto. Y les pido que consideren este dicho como un leitmotiv para las siguientes conferencias, porque de él surgirán cosas fisiológicas importantes. Mientras que en nuestra sangre vivimos, en nuestro sistema óseo en realidad ya hemos muerto. Nuestro sistema óseo es como un andamio, es lo menos vivo, es sólo el andamio dentro de nosotros que nos sostiene.

Ya hemos visto una dualidad en el hombre al principio de esta serie de conferencias; ahora esta dualidad se nos presenta de nuevo de una manera diferente. Por un lado, lo más vivo, lo más viviente de la sangre; por otro lado, algo que está más retirado de la actividad orgánica, algo que en realidad ya lleva la muerte dentro de sí en el sistema óseo. Nuestro sistema óseo ya ha alcanzado un cierto grado de culminación, -al menos en su forma, aunque después siga creciendo-, hasta el momento de la vida de una persona en que las experiencias del yo comienzan a activarse. Para cuando cambian los dientes en el séptimo año de vida, el sistema óseo ya ha dado esencialmente su forma. Es precisamente en esta época cuando tiene lugar el principal desarrollo de nuestro sistema óseo, cuando nosotros mismos todavía estamos en gran medida apartados de la actividad de nuestro yo. En este periodo, en que se está construyendo el sistema óseo a partir de los oscuros fundamentos y fuerzas de nuestro organismo, también se pueden cometer la mayoría de los errores en la alimentación. Es precisamente en estos primeros siete años de vida cuando se pueden cometer errores especialmente graves en la alimentación del niño, que tienen un mal efecto en el sistema óseo, por ejemplo en el raquitismo, que son causados por el hecho de que los procesos nutricionales no son guiados de la manera correcta durante estos años, por ejemplo si cedemos a la golosina de los niños y les damos todo lo que se les antoja. Así es como vemos que lo que se retira del yo se abre camino en nuestro sistema óseo.

Es muy diferente con el sistema sanguíneo, que acompaña activamente nuestra vida humana individual y depende más que cualquier otra cosa de los procesos de nuestra experiencia interior. Es sólo una especie de miopía por parte de la ciencia externa creer que el sistema nervioso depende más de las experiencias interiores que el sistema sanguíneo. Sólo quiero señalar que en la vergüenza y el miedo tenemos la forma más sencilla de influir en el sistema sanguíneo a través de las experiencias del yo, en las cuales tiene lugar una reordenación de la sangre, que expresa claramente las experiencias del yo en el instrumento del yo, la sangre. Pueden imaginar, pues, si los procesos transitorios se expresan de este modo, cómo deben expresarse entonces las experiencias permanentes o habituales del yo en el elemento excitable de la sangre. No hay ninguna pasión, ningún instinto o afecto, tanto si los tenemos habitualmente como si se expresan explosivamente, que no se transfiera como experiencias internas a la sangre como instrumento del yo. Todos los elementos malsanos de la experiencia del yo se expresan en el sistema sanguíneo.

Y siempre que queramos comprender cualquier cosa que ocurra en el sistema sanguíneo, es importante no sólo preguntar por el proceso nutricional, sino más bien buscar los procesos anímicos, en la medida en que son experiencias del yo, tales como estados de ánimo, pasiones duraderas, afectos y demás. Sólo una actitud materialista dirigirá la atención principal a la nutrición en el caso de perturbaciones en el sistema sanguíneo, porque la nutrición de la sangre se basa en la nutrición del sistema físico, el sistema glandular, el sistema nervioso, etc., y básicamente los nutrientes ya están muy filtrados cuando llegan a la sangre. Por lo tanto, para que la sangre se vea afectada por este lado, tiene que haberse producido ya una enfermedad muy importante del organismo; por otra parte, todos los procesos espirituales, todos los procesos del yo, tienen un efecto directo sobre la sangre.

De este modo, nuestro sistema óseo es el que más se aparta de los procesos de nuestro yo, y nuestro sistema sanguíneo es el que más se somete a los procesos de nuestro yo. Efectivamente, este sistema óseo es el menos inclinado a seguir al yo, se podría decir que es completamente independiente del yo, pero sin embargo está organizado para el él.

Sólo una pequeña parte del sistema óseo hace una excepción a la indeterminación del yo y muestra un carácter individual, a saber, los huesos del cráneo, especialmente la parte superior del cráneo. Este hecho ha dado lugar a diversas anomalías.

Ustedes saben que existe la frenología, un examen de los huesos del cráneo. Aunque los materialistas la consideran una superstición, poco a poco ha ido adquiriendo un matiz materialista de acuerdo con las costumbres generales de nuestro tiempo. Si queremos definirla a grandes rasgos, podemos decir que la frenología se describe generalmente como la búsqueda de una expresión de la constitución interna de nuestro yo en las formas de nuestro cráneo, estableciendo puntos de vista generales, por así decirlo, y declarando que una cúspide significa esto, la otra aquello, etcétera. El objetivo es encontrar las características humanas en las diversas cúspides que aparecen en nuestro cráneo. La frenología busca, pues, una especie de expresión plástica de nuestro yo en el sistema óseo del cráneo. Pero esto no tiene sentido si se lleva a cabo de esta manera, aunque se busquen expresiones aparentemente espirituales en la estructura de cada uno de los huesos. Pues cualquiera que sea realmente un observador agudo sabe que no hay dos cráneos humanos iguales y que nunca se podrían indicar elevaciones o depresiones que sean generalmente típicas de tal o cual característica, sino que cada cráneo difiere del otro, de modo que en cada cráneo humano tenemos formas diferentes.

Bueno, ya hemos dicho que nuestro yo, al que la sangre sigue más de cerca en su actividad, es eludido por la estructura ósea, que es la que menos lo sigue. Es curioso que la formación del cráneo y los huesos faciales nos parezcan, sin embargo, conformados según el yo, mientras que la estructura ósea parece más generalmente típica. Quien observa la estructura del cráneo sabe que tan cierto como que el hombre mismo es individual, la estructura de su cráneo también lo es.

<¿Cómo es que esta maravillosa configuración del cráneo está dispuesta desde el principio según la individualidad humana, si el yo no influye en la estructura ósea? Pues, porque el cráneo, que debe desarrollarse de la misma manera que los demás huesos, es diferente en cada persona ¿A qué se debe? Simplemente por la misma razón por la que las características individuales del ser humano se desarrollan en primer lugar, a saber, porque la vida humana individual en su conjunto no sólo transcurre desde el nacimiento hasta la muerte, sino que transcurre a través de muchas encarnaciones. Así pues, aunque nuestro yo no influye en la estructura del cráneo en la encarnación actual, ha desarrollado a través de las experiencias de su encarnación anterior las fuerzas que determinan la configuración de la estructura del cráneo, la forma del cráneo, en esta encarnación en el tiempo que transcurre entre la muerte y el siguiente nacimiento. Según haya sido el yo en la encarnación anterior, así será la forma del cráneo en la encarnación actual, de modo que en la estructura de nuestro cráneo tenemos una expresión plástica externa de la forma en que nosotros, cada uno de nosotros, como individualidad, vivimos y trabajamos en la encarnación anterior. Mientras que todos nuestros demás huesos expresan algo generalmente humano, el cráneo expresa en su forma externa lo que fuimos y lo que hicimos en la encarnación anterior.

El elemento extremadamente activo de la sangre puede por lo tanto ser determinado por el yo en esta encarnación. Nuestros huesos, sin embargo, ya se han retirado completamente de la influencia del yo en esta encarnación, excepto el último remanente, el hueso del cráneo, que, sin embargo, ya no puede seguir al yo tampoco en esta encarnación. El hueso craneal, que se ha desarrollado a partir de la blandura de la sustancia germinal, donde el yo aún podía tener una influencia formativa, da una expresión de cómo éramos en la encarnación anterior. No existe una frenología general. Si queremos considerar la frenología en absoluto, no debe ser una ciencia esquematizadora, sino que debe contemplar las peculiaridades plásticas de la estructura craneal de un modo artístico. Debemos juzgar nuestra estructura craneal como una obra de arte. Sin embargo, debemos ver algo individual en la estructura craneal, pero algo individual que es expresión de la historia del yo en una encarnación anterior. Así que vemos que incluso esta forma de estructura ósea, tal como se nos aparece en la estructura craneal, está tan alejada del yo que ya no tiene ninguna influencia sobre él en la encarnación actual. Pero sigue teniendo influencia sobre él en el paso entre la muerte y el nuevo nacimiento, donde retoma en cierto modo las fuerzas que ya se habían retirado de él en la vida pasada y que, bajo su influencia, construyen el sistema óseo y especialmente el cráneo para la próxima vida.

Por lo tanto, cuando la gente habla de la idea de la reencarnación y dice que es algo que generalmente está más allá de la capacidad de juicio de nuestra razón y que debemos creer lo que dice el científico espiritual, esto no es correcto. Se puede responder a esto: Podéis convenceros tangiblemente de que el yo humano debe haber existido en una encarnación anterior; en el cráneo humano tenéis pruebas tangibles de cómo era el hombre en la encarnación anterior. Quien no admita esto, quien vea algo paradójico en el hecho de que por la manera en que algo se moldea exteriormente haya que concluir que algo previamente vivo ha moldeado el exterior desde su vida anterior, no tiene derecho a concluir de ninguna otra manera salvo admitiendo que algo previamente vivo ha existido cuando en alguna parte se encuentra con una forma dúctil - maleable. Quien no admita como conclusión estrictamente lógica que la configuración del yo de encarnaciones anteriores se expresa en la forma individual del cráneo que poseemos, tampoco tiene derecho, por ejemplo, si encuentra una cáscara vacía en algún lugar de la Tierra, a querer deducir de la forma exterior de esta cáscara que una vez hubo un ser vivo en su interior. Quien quiera deducir de la cáscara muerta que un ser vivo estuvo una vez dentro y formó la cáscara, no debe rechazar la conclusión lógicamente bastante equivalente de que la forma individual de nuestro cráneo es una prueba directa de la influencia de una vida anterior sobre esta vida.

Aquí tenemos una de las puertas a través de las cuales podemos iluminar fisiológicamente la idea de la reencarnación. Hay muchas puertas de este tipo; sólo hace falta tomarse su tiempo. Si se es paciente y se espera, se encontrarán los lugares donde la evidencia puede aportar las pruebas y cómo han de aportarse. Y quien quisiera negar que hay lógica en lo que ahora se ha dicho, tendría que negar también toda la paleontología, porque se basa en las mismas conclusiones. Así vemos cómo, penetrando en las formas del organismo humano, podemos reconducirlo a sus fundamentos espirituales.

Traducido por J.Luelmo mar.2024

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919