GA128 Praga, 27 de marzo de 1911 La vida consciente del ser humano

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La vida consciente del ser humano

RUDOLF STEINER

 
Praga, 27 de marzo de 1911

En el curso de estas conferencias hemos podido tener la impresión de que los diversos sistemas de órganos y partes estructurales del organismo humano, participan de las más diversas maneras en el proceso general de este organismo humano. En este sentido hemos podido señalar varias cosas, y en el curso de las conferencias anteriores, ya nos sentimos obligados a atribuir las actividades que actúan en los diversos sistemas de órganos, a los miembros superiores y suprasensibles de la organización humana por el momento. Por ejemplo, tuvimos que decir que la circulación sanguínea humana está íntimamente relacionada con lo que llamamos el yo humano, de modo que pudimos dirigirnos a la sangre como a un instrumento del yo humano. También pudimos atribuir al sistema nervioso lo que llamamos la vida de la conciencia. Pero también mostramos que una parte especial del sistema nervioso, -el sistema nervioso simpático-, tiene en cierto modo una tarea opuesta a la de la otra parte del sistema nervioso, tarea que consiste en retener, por así decirlo, todo lo que tiene lugar en las profundidades del organismo humano, que es causado por la actividad del sistema del universo interior, de modo que en estado físico normal no penetra hasta el horizonte del yo, es decir, hasta la conciencia diurna. Ayer también intentamos reconocer, al menos aproximadamente, que lo que más elude la vida consciente del ser humano es lo que se acumula en el esqueleto sólido; pero tuvimos que subrayar que incluso en este esqueleto sólido del ser humano debe estar activo un ser tal que, en última instancia, hace que el ser humano sea capaz de desarrollar el órgano de su vida yoica consciente, la circulación sanguínea. Así también podemos decir: la incorporación del sistema óseo humano significa para todo el organismo humano, el poder mantener plenamente una forma humana y que todo lo que ocurre dentro de los procesos que tienen lugar en el sistema óseo sólido, se mantiene por debajo del umbral de la conciencia. Siempre se trata de algo similar en la organización humana, a saber, -en este punto en particular queremos entendernos correctamente-, que lo que está dentro de esta organización humana está protegido, por así decirlo, de las influencias que tienen lugar en nuestro entorno y en el gran mundo del cosmos. Hemos dicho que los miembros del sistema de nuestro universo interior, es decir, esos siete órganos que, por así decirlo, reflejan en nosotros el sistema planetario exterior, -especialmente el bazo-, retienen las leyes exteriores a las cuales están sujetos todo cuanto tomamos como alimento, ellos nos liberan, por así decirlo, de estas leyes, haciendo que las sustancias alimenticias que se introducen en el organismo humano resulten filtradas, de modo que no entran en el organismo humano en forma tal que puedan actuar en él con sus propias reglas y las actividades que les son propias. Diríamos que, en el calor de la sangre, ya hemos proporcionado al hombre y a los animales superiores, a groso modo, esta protección de los procesos internos contra las influencias exteriores. Este calor de la sangre, que se encuentra dentro de estrechos rangos de temperatura, se mantiene por una ley interna y es independiente de los procesos de calor del macrocosmos, el gran mundo que tiene lugar a nuestro alrededor. He ahí pues muy vívidamente una especie de fenómeno básico en esta constancia del calor sanguíneo. Así que debemos señalar siempre que una parte esencial de la organización interna del hombre consiste en el hecho de que un ser limitado se cierra al macrocosmos y desarrolla su propia actividad.

Hoy, para acercarnos aún más al organismo humano, haremos bien en empezar un poco por el otro lado y echar un breve vistazo a la vida consciente. Ya sabemos por las conferencias anteriores que la vida consciente del hombre utiliza las herramientas de la sangre y del sistema nervioso, pero todavía no hemos podido entrar en los procesos más sutiles. Lo que voy a decir ahora es algo que probablemente chocará al mundo exterior, a la ciencia que se utiliza hoy en día, -seamos francos-, mayoritariamente. Pero cualquiera que esté verdaderamente en el terreno del ocultismo genuino y verdadero les dirá que la tendencia de la ciencia es que en el curso de unas pocas décadas también confirmará y reconocerá aquellas cosas que hoy tan sólo podemos decir basándonos en observaciones ocultas. Si en lugar de una serie tan corta de conferencias, les pudiera hablar de estas cosas aquí durante medio año, sería posible traer de los resultados de la ciencia actual todo lo que es adecuado para probar externamente lo que se va a decir en la conferencia de hoy. Pero debo dejar algunas cosas a la buena voluntad y capacidad de los honorables oyentes. En todas partes es posible buscar los caminos de la ciencia externa, la cual, si no parte de prejuicios teóricos sino de los hechos, ya hoy puede encontrar en todas partes la confirmación de lo que se dice en el campo del ocultismo. Pido que todas estas observaciones se tomen con este espíritu.

Si partimos de nuestra vida consciente, especialmente si consideramos la relación de nuestra vida anímica consciente con nuestro organismo, es necesario considerar primero todo lo que llamamos nuestra actividad pensante en el sentido más amplio. No necesitamos entrar en distinciones lógicas o psicológicas más minuciosas, sólo necesitamos poner ante nuestra alma que lo que estamos tratando está relacionado con la vida pensante, con la vida emocional y con la vida volitiva del hombre.

Ahora bien, entre los que se mantienen en el terreno del verdadero ocultismo, nunca encontrarán una contradicción cuando se dice que mediante todos estos procesos que tienen lugar en nuestra vida anímica, en la conciencia diurna despierta y que pertenecen a las categorías de lo mental, lo emocional o lo volitivo-impulsivo, se producen procesos realmente materiales, -animados o no-, en el organismo, de modo que en nuestro organismo podemos encontrar en todas partes, los correspondientes procesos materiales para todo lo que tiene lugar en nuestra alma. Esto es de sumo interés. Pues sólo en nuestra época será posible en las próximas décadas, a partir de ciertas tendencias que hoy sólo están presentes en la ciencia, averiguar realmente estas correspondencias entre los procesos del alma y los procesos fisiológicos en el organismo y confirmar lo que se ha obtenido del ocultismo.

Todo proceso mental corresponde a un proceso en nuestro organismo, del mismo modo todo proceso emocional y todo proceso que debe ser calificado con el término impulso de voluntad. Podríamos decir, por así decirlo, que cuando algo sucede en nuestra vida anímica, se produce una onda que se propaga hacia abajo, hacia el organismo físico. Tomemos en primer lugar el proceso del pensar. Aquí es mejor considerar tal proceso de pensar que, al igual que el pensar puramente matemático o un pensar objetivo similar, que no deja que le afecten nuestros sentimientos y voluntad. Consideremos primero tales procesos de pensar, que son procesos de pensar "en la cultura pura". ¿Qué ocurre en nuestro organismo cuando tienen lugar tales procesos de pensar en nuestra vida anímica? Cada vez que pensamos, cuando formamos pensamientos, en nuestro organismo tiene lugar un proceso que podemos comparar, -no lo digo como analogía, sino como hecho, la comparación debe llevarnos a hechos-, que podemos comparar con el proceso de cristalización. Si tenemos agua en un vaso que se ha calentado hasta un cierto grado, y hemos disuelto en ella algo de sal, sal gema por ejemplo, y a continuación hacemos que esta sal disuelta cristalice enfriando el agua, entonces tiene lugar el proceso contrario a la disolución. Cuando la sal está completamente disuelta, el agua es transparente. Pero cuando el agua se enfría de nuevo y en el agua tiene lugar el proceso contrario a la disolución, entonces la sal se cristaliza de nuevo fuera del agua; se produce una formación de sal, una deposición de sal en el agua. El proceso se presenta así de tal manera que vemos: En el agua previamente caliente, cuando la enfriamos, se forma un sólido; se deposita un sólido en el líquido, una deposición de sal. Como ya he dicho, he supuesto que aquellos que sólo pedantemente quieren admitir los hechos registrados por la ciencia en un sentido puramente filisteo, pueden escandalizarse al principio por las afirmaciones de resultados ocultos.

Un proceso muy similar a este, tiene lugar en nuestro organismo cuando pensamos. El proceso de pensar corresponde a un proceso de almacenamiento de sales que parte de un efecto de nuestra sangre y tiene un efecto irritante sobre nuestro sistema nervioso, un proceso orgánico que tiene lugar en el límite entre nuestra sangre y nuestro sistema nervioso. Y así como podemos observar la cristalización de la sal cuando miramos el agua en el vaso de agua, también podemos ver, cuando observamos a una persona que está en la posición satisfactoria de pensar, cómo tiene lugar realmente tal proceso, - muy precisa y suprasensiblemente perceptible para el ojo clarividente. De este modo hemos colocado ante nuestra alma la correlación física del proceso de pensar.

Preguntémonos ahora en el caso del sentir ¿Cuál es el equivalente? Cuando sentimos, no se trata del almacenamiento de sales que se vuelven sólidas, ni tampoco de un proceso inverso de disolución, sino de procesos sutiles que tienen lugar en nuestro organismo y que son similares a los que tienen lugar cuando un líquido se vuelve semisólido. Piénsenlo: un líquido se vuelve semisólido como la clara de huevo líquida, se coagula hasta adquirir la consistencia de la clara de huevo espesada; en otras palabras, un líquido se vuelve sólido. Mientras que en el proceso de pensar se trata de extraer de un líquido una sustancia sólida, parecida a la sal, que se deposita, en el proceso emocional se trata de la transición de ciertas partículas de la sangre de un estado más líquido a un estado más denso. La propia sustancia pasa a un estado más denso a través de una especie de coagulación. Para el clarividente, esto aparece como la formación de pequeños copos, tal como se puede ver en un vaso que contiene un determinado líquido a través de un proceso de formación interna de escamas, una separación de pequeñas gotitas hinchables de una sustancia líquida.

Si ahora pasamos a lo que podemos llamar nuestros impulsos de voluntad, la correlación física para esto es diferente nuevamente. Esto es ahora aún más fácil de comprender, porque llegamos al punto en que el asunto se hace algo más evidente. El proceso físico que corresponde a nuestros impulsos de voluntad es una especie de proceso de calentamiento que provoca un aumento de temperatura en el organismo, una especie de calentamiento del organismo en cierto sentido. Como este calentamiento está estrechamente relacionado con toda la pulsación sanguínea, podemos decir que los impulsos de la voluntad están relacionados con un aumento de la temperatura de la sangre. Esto no requiere mucho; con sólo que se tenga cierto sentido para las observaciones reales, ya se puede observar en el organismo animal que los impulsos de la voluntad tienen su paralelismo físico en el calentamiento de la sangre.

De este modo, podemos definir hasta cierto punto los paralelismos físicos que tienen lugar en los procesos anímicos internos. Lo que acabo de describirles no es, naturalmente, algo que tenga lugar de un modo muy tosco, sino procesos extraordinariamente sutiles y minuciosos, procesos de una sutileza de la que, por lo general, no se puede tener la menor idea. Pero con excepción de los procesos de calentamiento, estos procesos tienen lugar de tal manera que, en relación con todo lo que conocemos de procesos similares en el mundo físico exterior, ofrecen una tremenda delicadeza. Todos estos son procesos que el organismo lleva a cabo con todos sus poderes cuando el yo está activo, con la ayuda del instrumento de la sangre. Desde la deposición de sales hasta la licuefacción y el calentamiento, estos procesos tienen lugar de tal manera que todo el organismo se ve afectado o, por ejemplo en el proceso del pensar, principalmente una parte de nuestro organismo, el cerebro y el sistema de la médula espinal. Estos procesos se distribuyen en el organismo humano de las formas más variadas y son el resultado de la influencia de procesos anímicos. Cuando uno llega gradualmente a conocer estas cosas como hechos, llega a admitir que lo que uno llama pensamientos o sentimientos o impulsos de voluntad son fuerzas reales que tienen efectos reales dentro del organismo físico y se expresan en efectos reales. Partiendo de la observación oculta, debemos hablar puramente de un efecto real del alma sobre el organismo humano. Estos efectos reales en el organismo humano se revelarán gradualmente en las siguientes décadas de la ciencia. Estos procesos sutiles en el organismo se volverán accesibles a los métodos de investigación más esmerados y sutiles de la ciencia; y entonces la reticencia que hoy existe, -no por los hechos que la ciencia ha investigado, sino por ciertas teorías prejuiciosas que están ligadas a estos hechos-, cesará cada vez más por sí misma contra las afirmaciones que pueden hacerse a partir del conocimiento oculto.

También hemos señalado ahora que lo que entendemos como una actividad consciente del yo, en el fondo es sólo una parte del ser humano y que por debajo del umbral de lo que así penetra en nuestro horizonte de la conciencia, tienen lugar procesos que se encuentran por debajo de este horizonte y que son mantenidos alejados de nuestra conciencia, por así decirlo, por el sistema nervioso simpático. Hemos podido señalar desde diversos puntos de vista que lo que de este modo llevamos inconscientemente dentro de nosotros también está relacionado en cierto modo con nuestro yo. Respecto del inconsciente, de nuestro sistema óseo, hemos dicho que está organizado desde el principio de tal manera que puede proporcionar la base para las herramientas del yo consciente. De modo que desde el inconsciente crece una organización del yo inconsciente hacia la organización del yo consciente. Por así decirlo, para nosotros el ser humano está dividido en dos partes: La organización consciente del yo trabaja en el ser humano desde un lado y la organización inconsciente del yo desde el otro (ver dibujo ).


Hemos visto a este respecto que el sistema sanguíneo y el sistema óseo forman una cierta oposición, parecen polos opuestos. Mientras que la sangre, en su actividad interna, sigue la actividad del yo como un instrumento flexible, el otro polo, el sistema óseo, se aparta de la actividad del yo de tal manera que el yo no tiene conciencia de nada de lo que ocurre en el sistema óseo, es decir, todos los procesos que tienen lugar en el sistema óseo se desarrollan completamente bajo la superficie de los acontecimientos conscientes reales del yo. Son, en efecto, procesos que corresponden a nuestra actividad yoica, pero están tan muertos como vivos son nuestros procesos sanguíneos; son, pues, básicamente una parte de tales procesos que permanecen inconscientes para el yo, que sólo gradualmente se elevan de lo inconsciente a la conciencia.

Si observamos detenidamente el sistema óseo en su función global en el organismo humano, debemos darnos cuenta de que se aparta de toda vida consciente, y de hecho más fuertemente que todos los sistemas de órganos. Pero si ahora pasamos del sistema óseo a los sistemas de órganos que hemos llamado el sistema del universo interior del hombre, al sistema hígado-bilis-bazo, al sistema pulmón-corazón y demás, entonces debemos decir, conforme a lo que hemos dicho en las conferencias anteriores, que los procesos dentro de estos sistemas también escapan en gran medida a nuestra conciencia, pero no exactamente de la misma manera que los procesos de nuestro sistema óseo. En nuestro sistema óseo necesitamos mucho menos en qué pensar, a qué prestar atención, que a los órganos que acabamos de mencionar. Algunos de estos órganos incluso se manifiestan muy claramente en sus funciones como algo que sobresale por encima del inconsciente. Es como cuando un objeto que flota en el agua del mar sube parcialmente a la superficie y se hace visible como una isla sobre la superficie. Así es como, por ejemplo, algo de lo que ocurre en el corazón penetra en la conciencia. Ustedes saben por experiencia que, especialmente las naturalezas hipocondríacas sienten algo de lo que sucede en sus órganos internos, -en su detrimento, por supuesto- aunque se dan cuenta de manera muy diferente de lo que sucede en el interior, pero aun así lo sienten. No estoy hablando de lo que se siente cuando ya se ha producido un cierto grado de enfermedad en los órganos. Porque cuando uno se enferma se hace consciente de los órganos; pero hay una causa real, por la cual los efectos de los sistemas del universo interior suben a la conciencia; sino que me refiero al hecho de que durante mucho tiempo no es necesario llegar a este límite, que tiene una persona sana en relación con el hecho de estar enfermo. Por desgracia, este límite se desplaza a menudo. Lo que a menudo se denomina enfermedad puede considerarse ciertamente como un grado menor o mayor de penetración de procesos internos en la conciencia. Por lo tanto, debemos examinar siempre las causas de las distintas enfermedades de tal manera que nos preguntemos: ¿Las causas del dolor se encuentran en enfermedades de los órganos, o tenemos que buscarlas en otra parte? - Sabemos que estamos protegidos por el sistema nervioso simpático que impide que nos demos cuenta de lo que ocurre en el organismo.

Cuando vemos en el sistema óseo algo que construye al ser humano en cuanto a su forma, a su organización, de tal manera que el sistema sanguíneo puede servir de herramienta para su yo de la forma adecuada, entonces debemos ser conscientes, después de lo que se acaba de decir, de que los demás sistemas de órganos también crecen de una determinada manera hacia la vida consciente del ser humano, que en última instancia debe desplegarse como una flor. Debemos tenerlo claro, que todos estos órganos, aunque no estén impregnados de vida plenamente consciente, ya contienen aquello que crece hacia nuestra vida anímica consciente, del mismo modo que hemos visto que nuestro sistema óseo crece hacia la vida del yo.

Ahora debemos plantearnos la pregunta: ¿Hasta qué punto este sistema interior, que hemos descrito como un sistema del universo interior, crece hacia la vida anímica consciente del hombre? Si por un lado consideramos que en el sistema óseo tenemos el apoyo más firme de nuestro cuerpo físico, que proporciona al sistema sanguíneo su disposición para que trabaje en los lugares adecuados a fin de poder desplegarse como instrumento del yo, entonces por otro lado debemos decir también, que el sistema óseo apoya y mantiene en la posición correcta a aquellos órganos que hemos descrito anteriormente como sistemas del universo interior. Pues lo que ocurre con la sangre también beneficia a estos órganos. Si observan todos estos sistemas de órganos, se darán cuenta de que no pueden descubrir nada en su disposición que esté tan esencial e íntimamente relacionado con la forma exterior del ser humano como el sistema óseo. Es la base de la forma humana, y todo lo que se construye y se apoya en el sistema óseo sólo puede construirse y apoyarse en él de esta manera, debido a que el sistema óseo proporciona la forma básica. 

La piel, como límite exterior del cuerpo, también está preformada, por así decirlo, por toda la organización del sistema óseo. Goethe lo dijo maravillosamente, no sólo desde un punto de vista estético, sino también científico: "No hay nada en la piel que no esté en el hueso". En otras palabras, la estructura externa de la piel expresa lo que ya está preformado por el sistema óseo. No podemos decir lo mismo de nuestro sistema del universo interior. Por otra parte, sin embargo, el hecho de que los efectos del sistema del universo interior se desplacen hasta los grados inferiores de conciencia, muestra que este sistema del universo interior tiene algo que ver con nuestro cuerpo astral; pues el cuerpo astral es el portador de la conciencia. Por lo tanto, debemos decir que aunque este sistema del universo interior no puede aparecérsenos como una expresión del yo subconsciente, el yo formador de formas que yace en las profundidades subterráneas, puede aparecérsenos como aquello que se incorpora a nosotros a través de todo el proceso del mundo, como una expresión del medio ambiente de tal manera que tiene una relación similar con nuestro cuerpo astral, así como el sistema óseo proporciona la base para la forma humana que comprende el yo. Por lo tanto, podemos decir que ya hemos preformado el yo humano en el sistema óseo, en lo más profundo del subconsciente, y en lo que llamamos nuestro sistema del universo interior hemos preformado lo que llamamos nuestro cuerpo astral.

Ahora bien, este sistema del universo interior, en toda su organización, debido a que se halla justo debajo de la conciencia, no procede en absoluto de la vida anímica consciente, sino que se inserta en nuestro organismo desde el macrocosmos. Así que algo que podemos llamar lo astral cósmico está insertado en el ser humano de tal manera que se expresa como nuestro sistema del universo interior. Y en nuestro sistema óseo hemos recibido a su vez algo incorporado a nuestro organismo desde nuestro entorno, desde el gran sistema del cosmos, y como esto está conectado con toda la forma de nuestro organismo físico, debemos decir: Este sistema óseo es en realidad la base de nuestro yo en nuestro cuerpo físico, porque es un sistema macrocósmico o de hecho cósmico que nos convierte en este ser humano formado físicamente. Además de este sistema óseo, está incrustado en nosotros un sistema del universo astral macrocósmico como nuestro sistema del universo interior. En la medida en que nuestro yo aparece como un yo consciente, tiene como herramienta el sistema sanguíneo; en la medida en que nuestro yo está preformado como forma y figura, se basa en un sistema de fuerza cósmica que empuja hacia la formación sólida, que se expresa más densamente en nuestro sistema óseo.

Veamos el asunto desde otro punto de vista. Ahora sabemos que todo lo que hemos descrito como actividad pensante consciente, que es producida por el yo, se expresa a través de una especie de deposición de sal finísimo en la sangre. El pensamiento consciente se revela, pues, a través de una especie de deposición de sal interior. Por lo tanto, podemos esperar que donde nuestro sistema óseo está preformado a partir de lo cósmico, para que el organismo pueda formar el soporte material del ser humano como ser pensante, deberíamos encontrar también el proceso físico de una deposición de sal. Por lo tanto, deberíamos poder encontrar deposiciones de sal en el sistema óseo; y de hecho los huesos están formados en parte por ácido fosfórico y cal de ácido carbónico, es decir, por deposiciones de sales de cal.

También aquí tenemos los dos polos opuestos. En la medida en que el ser humano es activo como pensador, los procesos de pensar son los que nos convierten en un ser sólido interiormente. En cierto modo, nuestros pensamientos son nuestro esqueleto interior. El ser humano tiene pensamientos definidos, nítidamente definidos; nuestros sentimientos, en cambio, son indeterminados, fluctuantes, más o menos diferentes para cada persona. 

Los pensamientos forman inclusiones fijas en el sistema emocional. Mientras que estas inclusiones fijas en la vida consciente se expresan en la sangre a través de una especie de proceso vivo y móvil de deposición de sales, lo que prepara el yo se expresa en el sistema óseo de tal manera que el macrocosmos forma nuestro sistema óseo de tal manera que está compuesto en gran parte de deposiciones de sales. Éstas son ahora el elemento de reposo en nosotros, el otro, el polo opuesto a los procesos de actividad interior que tienen lugar en los procesos de deposición de sales en la sangre. De esta manera, nosotros, como seres humanos, nos convertimos en pensadores desde dos lados de nuestra organización: desde un lado, inconscientemente, construyendo nuestro sistema óseo; desde el otro lado, conscientemente, llevando a cabo los mismos procesos, -según el patrón de nuestro proceso de construcción ósea-, que se muestran en el organismo como tales procesos de deposición de sales, de los que podemos decir que son interiormente estimulantes. Las sales formadas durante el pensar deben ser disueltas de nuevo inmediatamente a través del dormir, eliminadas, de lo contrario provocarían algo así como procesos de descomposición, procesos de disolución en el organismo. En el pensar vemos, pues, un verdadero proceso de destrucción. Y a través del dormir beneficioso se ejerce un proceso de regresión, que hace que la sangre vuelva a estar libre de depósitos de sales, de modo que podamos desarrollar de nuevo pensamientos conscientes en la vida diurna de vigilia.

Pero no es aceptable decir simplemente que el pensar es un proceso de formación de sales - porque si la gente no entiende esto de la manera correcta, alguien bien podría decir que la ciencia espiritual afirma las cosas más estúpidas.

Vayamos ahora más lejos. Podemos imaginar que todos los demás procesos del organismo humano tienen lugar entre estos dos polos extremos de formación de sal, esencialmente aquellos a los que ya nos hemos referido. Así como tenemos procesos activos de formación de sal debido al pensar, que tienen su polo opuesto en el proceso de formación de sal en los huesos, el cual ha llegado a cierto grado de reposo, así también tenemos un polo opuesto a lo que hemos descrito como proceso de licuefacción interior, como coagulación, como proceso de formación de escamas, algo similar a inclusiones semejantes a proteínas, que surgen bajo la influencia de nuestra vida emocional, como expresión exterior de nuestra vida emocional. Este polo opuesto se muestra en lo que son procesos más internos de nuestro organismo, y participa en tales fuentes inconscientes, en una densificación de sustancias que se forman y almacenan como efecto del sistema astral macrocósmico. Es la cola ósea que participa en el proceso de formación de los huesos y que se inserta en las demás sustancias óseas. Este es el otro polo del proceso de licuefacción comparado con lo que surge como correlato físico a través de nuestro sentir.

Los impulsos de nuestra voluntad se expresan orgánicamente en un proceso de calor, en un proceso de calentamiento interior. Los compuestos que se forman y que podemos describir como resultados de procesos de combustión interior, como procesos de oxidación interior, se encuentran en todo nuestro organismo. Y en la medida en que discurren por debajo del umbral de la conciencia y no tienen nada que ver con la vida consciente, pertenecen al otro lado, al polo opuesto, que está cerrado a aquello de lo que la vida consciente puede recibir influencias. Así, el ser humano se caracteriza por una parte de su organismo protegida interiormente de las perturbaciones, de modo que en ella pueden tener lugar procesos de la mayor delicadeza, que son impulsados por la vida del alma. 

Tal como hemos comprobado, en nuestro organismo tienen lugar procesos fisiológicos como la formación de sales, la formación de licuefacción y la formación de calor, que siguen a nuestra vida consciente, y procesos que tienen lugar fuera de nuestra vida consciente de tal modo que proporcionan la base de lo que se prepara en el organismo humano para que la vida consciente pueda desarrollarse plenamente. Así, todo nuestro organismo es una confusión de procesos que tenemos que definir como pertenecientes a nuestra vida consciente y aquellos que son propios de nuestra vida inconsciente. Este es un hecho extraordinariamente significativo, que nuestro organismo representa realmente algo así como un entrelazamiento de dos polaridades: que procesos similares tienen lugar, por un lado, de tal manera que se proyectan en el organismo desde el macrocosmos y tienen lugar, por así decirlo, en lo más burdo, y, por otro lado, procesos tales que como consecuencia de la vida consciente del hombre pueden tener lugar en lo más sutil.

Ahora bien, en el organismo acabado de hoy en día la situación es tal que todos estos procesos interactúan entre sí y que realmente no podemos separarlos unos de otros en la forma en que el organismo se presenta ante nosotros, de tal manera que seamos capaces de designar ciertos límites en todas partes; un proceso interviene en el otro. Basta con observar el sistema sanguíneo, el elemento más activo y sutil. En la sangre vemos el agente causante de los procesos de deposición de sales, así como de los procesos de coagulación de una sustancia líquida y también de los procesos de calentamiento. Estos procesos también están estrechamente interrelacionados en otros sistemas orgánicos de forma similar. Por ejemplo, cuando tomamos alimentos del exterior en nuestro tracto digestivo, estos alimentos todavía tienen lo que he descrito como su actividad externa. Pasan por una primera etapa de tamizado al ser tomados por la boca y preparados para el proceso digestivo en el estómago mediante el proceso de masticación; en otra secuencia de etapas son procesados por los órganos que hemos descrito como el sistema del mundo interior, y finalmente son llevados hasta el punto en que pueden nutrir el instrumento más refinado del organismo humano, la sangre. Ahora que hemos indicado en cierto sentido una secuencia de etapas en el tamizado de las sustancias alimenticias a través de los sistemas de órganos internos, podemos imaginar fácilmente que, de hecho, el sistema más fino, el sistema sanguíneo, debe, por así decirlo, absorber los estímulos alimenticios más tamizados y que lo que llega a la sangre ya solo contiene la mínima parte de lo que las sustancias alimenticias tenían en sus propios estímulos cuando fueron absorbidas. Cuando las sustancias son absorbidas, tienen todavía una buena parte de su propia naturaleza y reglas. Han tenido que renunciar a ello en el estómago y en los demás sistemas de órganos por los que han pasado, y en la medida en que se encuentran en la sangre, se han convertido en algo completamente nuevo. Por eso la sangre es también el órgano más protegido contra las impresiones del mundo exterior, el órgano que lleva a cabo sus procesos con mayor independencia del mundo exterior. Ésa es una cara; pero ya hemos mostrado en detalle que la sangre se vuelve hacia dos caras, que está expuesta a las influencias tanto de un lado como del otro.

Por un lado, la sangre se dirige a aquellos órganos de las regiones más profundas del organismo humano donde todos los procesos que tienen lugar son retenidos e inhibidos por el sistema nervioso simpático para que no lleguen a la conciencia. Ahora la sangre debe dirigirse también hacia el otro lado, hacia las experiencias de la vida consciente del alma. No sólo debe absorber los procesos inconscientes, sino que el yo consciente también debe imprimirse en la sangre. Nuestras actividades anímicas conscientes deben poder transformarse hasta llegar a la sangre, de modo que se conviertan en una expresión en esta sangre de lo que tenemos a nuestro alrededor. ¿Qué tenemos a nuestro alrededor? El mundo físico-sensorial; pues lo que se incorpora al mundo vegetal, -el cuerpo etérico-, no está ahí para la conciencia normal. Para la conciencia luminosa del día, el hombre sólo pertenece al mundo físico; el mundo vital es invisible para nosotros.

Así nos enfrentamos al mundo físico-sensorial con el otro lado de la sangre. La vida entera del alma, cómo procede bajo las impresiones del mundo físico-sensorial, cómo se excita a pensamientos, cómo se inflama a sentimientos, cómo se estimula a impulsos de voluntad, todo esto tiene que poder encontrar su instrumento en el sistema sanguíneo, en la medida en que es vida del yo consciente. Todo esto debe poder pulsar en la sangre. ¿Qué significa eso? Esto no significa otra cosa que no sólo debemos tener en la sangre lo que procede de las sustancias alimenticias, después de haber sido filtradas en alto grado, desposeídas de su autorregulación, protegidas de todas las leyes macrocósmicas, sino que también debe encontrarse en la sangre algo que esté relacionado con lo físico-sensorial, con lo inanimado del mundo físico-sensorial. Lo que constituye la vida sólo puede ser reconocido por la conciencia ordinaria a través de una combinación de impresiones físico-sensoriales; sólo puede ser reconocido en su realidad a través del miembro suprasensible más bajo del ser humano, a través del cuerpo etérico.

Por tanto, la sangre debe estar relacionada con el mundo físico-sensorial, tal como es directamente. Ahora veremos que en la sangre se incorpora algo de lo que podemos decir: Esto no está en nuestra sangre como si estuviera determinado por los procesos que penetran hasta la sangre desde nuestro ser, desde las profundidades de nuestro organismo, cuya regularidad se adapta así a la nuestra, sino que es como si estuviera incorporado a nuestra sangre por efecto de regulaciones y actividades macrocósmicas externas. Debemos tener en nuestra sangre algo que se parezca y actúe como los procesos externos inmediatos, pero que tienen lugar internamente exactamente de la misma manera que externamente en el macrocosmos, es decir, que no pierden sus propias leyes. Los procesos físicos, químicos e inorgánicos deben, por tanto, desempeñar un papel en nuestra sangre; éstos son necesarios para que nuestro yo pueda participar en el mundo físico. Por lo tanto, tendremos que buscar sustancias en la sangre que puedan funcionar de tal manera que se conserve su carácter físico, su regla inherente. Esto es lo que encontramos en la sangre. En nuestros glóbulos rojos tenemos algo que muestra claramente que apenas está empezando a vivir y que se encuentra en el punto en el que pasa de la vida a la falta de vida. Por otro lado, hemos incorporado a la sangre un proceso de calentamiento continuo que puede compararse a un proceso de combustión externa, donde el proceso de oxidación vuelve a dar nuevas posibilidades de vida. Así pues, hemos incorporado a la sangre aquello que hace del ser humano un ser físico-sensorial.

Esto nos muestra, hasta en la organización de la sangre, cuán significativamente la investigación física, química, puede ser iluminada por lo que le pueda ser comunicado desde la observación oculta, y cómo ésta sólo hace comprensible lo que se presenta a la vista externa inmediata.

Así podemos decir: En el organismo humano, en la sangre, tenemos procesos que son estimulados por la influencia del mundo exterior, que son de naturaleza físico-sensorial; pero también tenemos procesos en la sangre que llegan desde el interior y que se basan en el almacenamiento de nutrientes que han sido filtrados y alterados en grado sumo. Si tenemos esto en cuenta, la sangre nos parecerá tanto más significativa como "un fluido muy especial", ya que, por un lado, vuelca su esencia hacia el reino más bajo, más bajo conocido por nosotros y se muestra como una materia capaz de llevar a cabo procesos químicos externos para poder ser una herramienta para el yo. Por otro lado, la sangre es la sustancia más protegida para llevar a cabo procesos internos que no pueden realizarse en ningún otro lugar, ya que todos los demás procesos orgánicos son necesarios como requisito previo para ello.

Los procesos más finos, más elevados, que son estimulados desde las profundidades de nuestro organismo, se combinan en nuestra sangre con procesos físico-químicos tal como los vemos en todas partes del mundo. El mundo material físico-sensorial no se encuentra en ninguna otra sustancia tan directamente con otro mundo interior, que presupone la existencia, la actividad de sistemas de poder suprasensibles, como en nuestra sustancia sanguínea. En ninguna otra sustancia es esto tan evidente como en la sangre que fluye por nuestro organismo. Esta sangre es, en efecto, algo en lo que lo más bajo que el hombre puede ver a su alrededor se combina con lo más alto que puede formarse orgánicamente en su naturaleza. Por lo tanto, nos quedará claro que en relación con estos complicados procesos que tienen lugar en la sangre tenemos ante nosotros algo que, si se vuelve algo irregular o si se producen perturbaciones, debe causar en gran medida irregularidades en nuestro organismo en su conjunto. Y cuando se producen tales irregularidades, debemos considerar siempre cómo han surgido. Será difícil distinguir si tenemos que atribuir estas irregularidades en casos individuales a procesos que siguen el patrón de los procesos físico-químicos, o si corresponden a otros procesos de la sangre. Si las irregularidades siguen el patrón de los procesos físico-químicos, entonces debemos darnos cuenta de que deben ser tratadas desde el lado de la conciencia, en el sentido de que la conciencia está conectada con el plano físico. Aquí se abre un campo terapéutico cuyo rasgo característico es observar si ciertas irregularidades están conectadas con tales procesos que podemos llamar físico-químicos. En esta condición es favorable intervenir mediante impresiones externas, mediante una regulación adecuada de las impresiones externas que pueden causar estos procesos físico-químicos. Esto se refiere no tanto a las impresiones mentales-espirituales como a todo lo que podemos provocar regulando el proceso respiratorio y controlando los procesos de interacción entre el organismo interior y el mundo exterior a través de la piel.

No obstante, también podemos observar los procesos orgánicos más finos en la sangre desde el otro lado, y debemos darnos cuenta de que tenemos que ver esto como la tercera etapa del refinamiento de nuestras sustancias alimenticias preprocesadas, por así decirlo. Si en el organismo sanguíneo esos finos procesos de formación de sal, licuefacción y calor son causados por procesos externos, es decir, están determinados desde fuera en su curso químico, entonces podemos preguntarnos por otro lado qué determina los procesos en la sangre desde el lado interno. Debemos distinguir entre la tarea que tiene la sangre y el hecho de que debe ser alimentada como cualquier otro órgano. Al mismo tiempo, debemos reconocer que es el órgano que se encuentra en el nivel más alto de la actividad orgánica. Se trata de lo que podemos llamar el soporte interior de la vida humana. Por encima de todo, la sangre debe ser protegida del mundo externo que actúa directamente en ella por medio de sustancias alimenticias, de lo contrario se impedirá su actividad como instrumento de nuestro pensar, se perturbará el proceso que hemos descrito anteriormente como proceso de deposición de sales. Esta protección debe emanar de la propia sangre; la cual debe ser capaz de construir un sistema óseo espiritual, por así decirlo, dirigido hacia el lado espiritual a través de los procesos de deposición de sales que se repiten diariamente. Esta es una tarea de la sangre que la distingue de otros órganos. Ella recibe el mínimo apoyo de los otros órganos del organismo humano. Los demás órganos participan mínimamente en este proceso de formación de sal en la sangre, de modo que la sangre es lo más interiorizado en relación con los procesos causados por el pensar, del mismo modo que nuestros pensamientos son, de hecho, lo más interiorizado que tenemos. Con nuestros sentimientos nos situamos en el límite entre el exterior y el interior, y con sus impulsos de voluntad el hombre fluye tan fuertemente hacia el exterior que puede no reconocerse en absoluto. El hombre siempre se reconocerá en su pensar. pero no en sus impulsos de voluntad. Se puede ver que no está tan claro cómo surgen los impulsos de la voluntad del hecho de que hay tanta controversia en el mundo sobre la libertad y la falta de libertad de la voluntad humana. En nuestro pensar, tenemos pues la parte más íntima de lo que la sangre tiene que desempeñar como instrumento del yo. Y como el proceso de deposición de sales es el más interiorizado y también debe ser el más protegido, las irregularidades o anormalidades de la sangre también son las que más pueden obstaculizar esta actividad de la sangre. Y cuando nos damos cuenta de que la sangre está tan obstaculizada que ya no muestra su actividad en este sentido, debemos ser conscientes de que debe ser estimulada a una actividad regular cuando su propia vida ha caído por debajo de un cierto límite.

Sin embargo, también puede darse el otro caso, en el cual la actividad interna de la sangre sobrepasa cierto nivel y esta vida propia se vuelve más turbulenta. Este es, con mucho, el caso más importante, porque se da con mucha más frecuencia en las enfermedades. En los casos más raros se trata de lo contrario. Normalmente nos encontramos con el hecho de que la actividad de los órganos internos, por lo demás protegidos, se estimula con demasiada fuerza y tiene el mismo efecto en el sistema sanguíneo. Si la sangre se muestra de tal manera que quiere desarrollarse excesivamente en la dirección de la actividad de la voluntad, entonces este impulso debe ser contrarrestado terapéuticamente. Podemos hacerlo suministrando sustancias que conduzcan a la formación normal de sal, a la deposición normal de sal en el sentido de los procesos mentales y espirituales. Esto nos lleva a darnos cuenta de que se puede introducir un cierto sistema en la manera de contrarrestar tales irregularidades en nuestro organismo. Por supuesto, sólo podemos señalar esto aquí, ya que una explicación más detallada iría más allá de los límites de este ciclo de conferencias.

Así como tuvimos que atribuir las enfermedades a la actividad excesiva del sistema sanguíneo, también podemos preguntarnos cómo podemos ayudar a los órganos de nuestro mundo astral interior, nuestro sistema del mundo interior, bazo, hígado, vesícula biliar y demás, si están demasiado activos en su actividad interior. Sobre todo, debemos tener en cuenta que estos órganos están destinados a tener efecto hasta la circulación sanguínea, que tienen que tomar las sustancias nutritivas tal como son suministradas por el canal digestivo, y que tienen que conducirlas en actividad transformada a la sangre, que son así los mediadores entre estos dos sistemas. Así como el sistema sanguíneo resulta ser el instrumento de la mayor actividad interior, de la vida mental consciente, también es estimulado a una actividad que se muestra relacionada con nuestra vida emocional, que ya hemos descrito como un proceso de condensación interior, de licuefacción interior. Aquí la sangre, -aparte de las influencias externas-, es estimulada por la actividad de los sistemas del mundo interior, que pueden irradiar sus efectos en la sangre de su manera característica. Nos hemos referido aquí a una actividad en la sangre que ya va más allá de la vida propia de la sangre, pero cuya causa pertenece al sistema del mundo interior. Ahora podemos plantear la pregunta: ¿No pueden estos órganos, -hígado, vesícula biliar, bazo, riñones, pulmones, corazón-, desarrollar también una actividad demasiado intensa, una vida desbordante y, por tanto, una influencia irregular sobre la sangre? Y si lo hacen, ¿Cómo podemos, -de forma similar a la sangre-, paralizar terapéuticamente la excesiva actividad de estos órganos? Puesto que estos órganos están directamente conectados con el sistema astral cósmico, debemos suministrar sustancias que desarrollen la actividad de la vida cósmica. Del mismo modo que podemos evitar la actividad exagerada interior de la sangre suministrando sustancias salinas, podemos amortiguar y contrarrestar la actividad patológica de los órganos internos suministrando sustancias cuya energía corresponda a la de los órganos en cuestión y que sean adecuadas para volver a ponerlos en armonía con la regla general.

Así que ahora nos surge la pregunta: ¿Cómo podemos influir en estos órganos? ¿Cómo podemos tratar las irregularidades de cada uno de los sistemas orgánicos y también del sistema digestivo? Esto plantea la pregunta: ¿Cómo se nos presenta un cuadro clínico en el sentido oculto-fisiológico y cómo se pueden curar los síntomas?  Tendremos que responder a esto mañana y también tomar en consideración el sistema muscular, por ejemplo. Nuestras consideraciones terminarán mostrando cómo aquello que se nos presenta como un admirable organismo definido y terminado se anuncia claramente como un organismo en devenir en la vida germinal. Entonces nos quedará claro con toda naturalidad cómo participan los miembros suprasensibles en la organización humana.

Traducido por J.Luelmo mar,2024

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