GA128 Praga, 28 de marzo de 1911 Integración de las sustancias alimenticias en el proceso vital

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Integración de las sustancias alimenticias en el proceso vital

RUDOLF STEINER

 
Praga, 28 de marzo de 1911

En esta última conferencia, mi tarea consistirá en unir las observaciones de los últimos días sobre la fisiología oculta, que han intentado describir algunos de los procesos de la organización humana, aunque en parte de forma bastante esquemática, en una especie de imagen general, que también puede ser sólo esquemática, a través de la cual podamos situarnos en una posición que nos permita obtener una visión de la vida viva y del tejido del organismo humano. La mejor manera de hacerlo es empezar de nuevo desde el nivel más básico, desde la interrelación entre el organismo humano y el mundo exterior, nuestra tierra física, en la absorción de nutrientes.

Una vez absorbidos, estos nutrientes se transforman de las formas más variadas y se modifican gradualmente por los diversos efectos orgánicos, de tal manera que pueden canalizarse hacia los miembros integrantes particulares del organismo humano, hacia los sistemas individuales del ser físico humano. No es difícil darse cuenta de que todo lo que llega a ser de las sustancias nutritivas en el organismo humano en realidad hace que el ser humano, tal como está ante nosotros en el mundo físico, sea en primer lugar un ser humano físico. 

Sin embargo, existe cierta dificultad para comprender esto. Si tomamos en serio los principios a los que nos hemos adherido hasta ahora y aplicamos realmente el conocimiento suprasensible a la observación del hombre, tenemos que decir que sólo las sustancias alimenticias son las que se absorben sustancialmente en el organismo humano desde el mundo exterior. Básicamente, tenemos que pensar en todas las demás influencias que actúan sobre el ser humano como fuerzas suprasensibles, invisibles. Si pensamos por un momento en todo lo que llena el organismo humano a partir de las sustancias nutritivas, no nos quedará mas, -perdón por la expresión trivial-, que un saco vacío, es decir, nada en absoluto. Porque incluso lo que está presente en la piel, en la cubierta del organismo físico, sólo está presente porque se han llevado sustancias nutritivas debidamente procesadas a las partes en cuestión. 

Si eliminan ustedes las sustancias nutritivas y en qué se convierten, entonces tienen que pensar en el organismo humano sólo como un sistema suprasensible de fuerzas que efectúa la distribución de las sustancias nutritivas asimiladas en todas direcciones. Si colocan este pensamiento, tal como ahora ha sido expresado, correctamente ante sus almas, se dirán a si mismos: Pero una cosa es en realidad el requisito previo antes de que algo, incluso lo más pequeño, pueda ser absorbido por las sustancias nutritivas, pues estas sustancias no pueden ser transportadas a ningún ser desde el mundo exterior para que lo mismo que sucede en él también suceda en el organismo humano. 

Por consiguiente, es preciso que este organismo humano se enfrente a las primeras substancias nutritivas ingeridas, con una coordinación interior de fuerzas procedentes de los mundos espirituales; el organismo debe ser realmente "el hombre", como tal, en esta coordinación interior de fuerzas. En todo ocultismo, esto que se enfrenta primeramente a la materia puramente física, que ha de servir para completar al ser humano y que, por consiguiente, debe concebirse siempre suprasensiblemente) se llama, en el sentido más amplio de la expresión, "la forma humana." Por consiguiente, si se desciende hasta el límite más bajo de la organización humana, hay que concebir la forma humana suprasensible primaria que, como sistema de fuerzas nacido de los mundos suprasensibles, está destinada, no como un saco o una bolsa física, sino como algo suprafísico, suprasensible, a acoger lo único que hace posible la manifestación físico-sensible del ser humano. 

Únicamente en virtud del hecho de que esta forma suprasensible incorpora la materia nutritiva, el organismo humano se convierte en un organismo físico-sensible, algo que nuestros ojos pueden contemplar y nuestras manos tocar. Lo que hace frente de este modo a las sustancias nutritivas externas se llama "forma", de acuerdo con la ley que opera en toda la naturaleza, una ley idéntica denominada "principio de forma". Aunque se descienda hasta el cristal, se encuentra que las sustancias que entran en él, si han de convertirse en lo que se manifiesta como el cristal, deben ser intervenidas, por así decirlo, por principios de forma, que en este caso son los principios de cristalización. Tomemos por ejemplo la sal de cocina o cloruro de sodio: aquí tenemos, según nuestra física actual, las sustancias físicas cloro y sodio, un gas y un mineral. Fácilmente se verá que estas dos sustancias, antes de su entrada en la entidad que se apodera de ellas de tal manera que, en su unión química, aparecen cristalizadas en un cubo, no tienen nada en sí mismas que pueda indicarnos tal principio de forma, y ​​esto forma la sal común del cuerpo físico. Del mismo modo, todo lo que aparece en el organismo humano como sustancias alimenticias transformadas presupone la entidad suprasensible más baja, la forma suprasensible. Si han de entrar nuevas sustancias nutritivas en el organismo humano, que ya está separado del exterior por la acción del principio de forma, entonces, en condiciones normales, deben ser absorbidas a través de la boca en el canal nutritivo. Desde la boca sufren la primera transformación. Otras transformaciones se efectúan a través del canal alimentario. Estas transformaciones del tipo más complicado no podrían efectuarse si no se incorporara al organismo humano un principio superior, que hemos llamado principio de forma, por cuya acción las sustancias alimenticias, -que al principio, cuando se ingieren, son neutras, indiferentes entre sí-, se modifican de modo que son capaces de formar órganos vivos. Aunque se trata de un proceso completamente distinto en los seres humanos, porque tiene lugar a un nivel diferente, podemos imaginar esta transformación de los nutrientes en el tubo digestivo humano de forma similar a cuando las plantas absorben sus nutrientes del suelo mineral y los transforman de tal manera que se acumulan en la forma de la planta en cuestión. Esto sólo es posible porque en la planta la corriente nutritiva es absorbida por un proceso vital o, como decimos en ocultismo, por el cuerpo etérico como primer principio suprasensible. Del mismo modo, los nutrientes que entran en el organismo humano son procesados por el cuerpo etérico, es decir, el cuerpo etérico asegura su transformación, su integración en las leyes internas del organismo humano. Así pues, debemos considerar a este primer miembro suprasensible del ser humano, el cuerpo etérico, como el agente de la primera transformación de las sustancias alimenticias. Cuando estas sustancias alimenticias han sido transformadas hasta tal punto que han sido absorbidas en el proceso vital, entonces deben ser procesadas y adaptadas al organismo humano de la manera que hemos descrito en las conferencias anteriores. Deben ser procesados de tal manera que puedan servir gradualmente a aquellos órganos del organismo humano que son una expresión de los principios suprasensibles superiores, el cuerpo astral y el Yo. En resumen, debemos comprender que los principios superiores, el cuerpo astral y el Yo, deben enviar la naturaleza peculiar de su actividad a los procesos de los órganos del aparato nutritivo y digestivo, y que éstos deben trabajar hasta transformar las sustancias alimenticias.
dibujo 1



A la corriente alimenticia se oponen ahora los órganos que ya conocemos y que hemos denominado los siete órganos del sistema del universo interior. Una vez más dibujamos muy esquemáticamente el sistema del universo interior del ser humano: Si la corriente alimenticia sólo se procesara en el grado en que es transformada en el canal digestivo para servir a la forma de vida, el hombre sólo podría llevar una existencia vegetal inconsciente, pues no habría desarrollado órganos que pudieran ser herramientas para sus facultades superiores. Sin embargo, los siete órganos continúan transformando la corriente nutritiva, y sabemos que estos procesos no pueden entrar en la conciencia humana debido al sistema nervioso simpático. Por lo tanto, en el sistema nervioso simpático tenemos, junto con los siete órganos, aquello que se opone a la corriente alimenticia, (ver dibujo 1).
 
Esto significa que ya hemos penetrado en alto grado desde el exterior en el interior del organismo humano. Pero lo que tiene lugar en el interior, podría decirse como asunto mutuo de los siete órganos, es algo que no podría producirse en ninguna parte de nuestro mundo terrenal de la misma manera que lo hace en el interior del ser humano. Sólo puede tener lugar de ese modo porque este mundo interior está completamente aislado del mundo exterior y a través del canal alimentario, las sustancias son preparadas para esta actividad interior. Así que ya estamos dentro del organismo humano.

Ahora tenemos que observar la peculiaridad de que, al situarnos de este modo dentro del organismo, éste debe organizarse internamente, diferenciarse internamente. Para satisfacer todas estas exigencias que se le plantean, el organismo debe desarrollar una multiplicidad de órganos que interactúan entre sí. Precisamente esta multiplicidad de órganos es necesaria para las múltiples funciones internas. Veremos a continuación lo que debe conseguirse a través de estos órganos. Si imaginamos que sólo la corriente alimenticia fuera transformada por los siete órganos del sistema del universo interior, el hombre nunca podría abrir su ser a la conciencia. Ni siquiera sería capaz de tener la forma más apagada de conciencia, porque todo lo que sucede allí está velado, es mantenido fuera de la conciencia por el sistema nervioso simpático. Por lo tanto, es necesaria una conexión entre estos sistemas de órganos internos, que se construyen, por así decirlo, desde el exterior, y lo que hay más adentro del organismo humano. Esta conexión se establece por el hecho de que toda la forma del organismo humano está impregnada por lo que llamamos tejido en el sentido más amplio, a través de todo lo que da de sí el proceso de nutrición en su totalidad. Un cierto tipo de tejido de la organización más simple recorre todos los miembros individuales del ser humano, que es capaz de transformarse y modelarse de tal manera que pueden desarrollarse los órganos más diversos. Ciertos tipos de tejido, por ejemplo, se transforman de tal manera que se convierten en músculos mediante la incorporación de células especiales; otros se transforman de tal manera que se vuelven sólidos e incorporan células óseas mediante la adquisición de las sustancias correspondientes. De modo que en los órganos individuales del organismo humano debemos pensar siempre en lo que subyace a ellos, a saber, el tejido que recorre el cuerpo en todas direcciones y a partir del cual se forman los órganos individuales. Este tejido moldeable, sin embargo, por mucho que creciera y fuera capaz de formar desde sí mismo los órganos más diversos, seguiría sin representar otra cosa que básicamente algo vegetal; pues esa es la esencia de lo vegetal, que los seres vegetales crecen, que sacan órganos de sí mismos y cosas por el estilo. Pero a medida que el hombre se eleva por encima de lo vegetal, un elemento completamente nuevo debe presentarse ante nosotros, a través del cual el hombre es capaz de añadir a la vida vegetal aquello que le eleva por encima de la vida vegetal. El hombre debe añadir la conciencia, en primer lugar la forma más simple de conciencia, la conciencia apagada, que le permite percibir su propia vida interior. Mientras un ser no coexperimente conscientemente su propia vida interior, mientras todavía no sea capaz de reflejarse interiormente, por así decirlo, para coexperimentar esta vida interior, no podemos decir que se eleve por encima de la similitud a una planta. Un ser sólo se eleva por encima de la similitud con una planta cuando no sólo tiene vida en su interior, sino que experimenta conscientemente esta vida, cuando refleja y experimenta por primera vez estos procesos interiores.

¿Cómo surge tal experiencia? Ya hemos creado el término para ello. Ya hemos mostrado en las conferencias anteriores que la experiencia surge a través de procesos de secreción. Por consiguiente, tendremos que buscar procesos de secreción como base de la vivencia interior, la vivencia apagada de la conciencia que impregna los procesos interiores de la vida. Tendremos que suponer que los procesos de secreción tienen lugar en todas partes a partir de los tejidos; y de hecho estos procesos de secreción ya se nos presentan en la observación externa del organismo humano cuando vemos que continuamente se absorben sustancias de todas las partes del tejido a través de lo que llamamos los vasos linfáticos, que recorren todo el organismo como una especie de otro sistema junto al sistema sanguíneo. Desde todas las zonas del organismo humano fluyen hacia el sistema linfático, por así decirlo, esos procesos de secreción que intervienen en la apagada experiencia interior. Si pudiéramos imaginarnos abstractamente todo el sistema sanguíneo y si pudiéramos pensar en el tejido de tal manera que ya no tuviera nada de sanguíneo, tendríamos que imaginarnos que en el sistema sanguíneo tienen lugar procesos superiores a los procesos del sistema linfático. En estas secreciones el hombre siente su propio cuerpo físico, por así decirlo, en una conciencia animal apagada. Refleja vagamente su organización. Y así como por un lado el sistema nervioso simpático mantiene alejado de la conciencia todo lo que quiere penetrar relativo al proceso digestivo y nutritivo y de los siete órganos, por otro lado, a través del reflejo de la actividad del sistema nervioso simpático, se forma una conciencia apagada, por así decirlo, a través de la conexión e interacción con los canales linfáticos. La cual es eclipsada por la brillante conciencia diurna del yo, al igual que una luz débil es eclipsada por una fuerte. Esta conciencia apagada es, por así decirlo, la otra cara de la conciencia que utiliza el sistema nervioso simpático como herramienta.

Si el hombre sólo hubiera desarrollado su organismo hasta la formación del tejido corporal y de los órganos necesarios para los procesos digestivos internos y para las secreciones en los canales linfáticos, sólo podría mantener una conciencia de su vida interior apagada. Pero no podría alcanzar un desarrollo de la conciencia del yo; sólo puede adquirirla si no sólo se experimenta a sí mismo en su interior, sino que también se abre al exterior. Aquí tenemos de nuevo una apertura hacia el exterior. Ya hemos hablado antes de cómo la respiración hace posible que el hombre entre en contacto directo con el mundo exterior. Ahora podemos ir más lejos y decir: Si miramos al ser humano interior, en realidad sólo podemos llegar hasta el aparato digestivo, porque podemos decir: En la medida en que las prolongaciones de los órganos del sistema del universo interior se vuelven hacia el tubo digestivo, ya podemos ver una apertura al exterior en este contacto del sistema del universo interior con el tubo digestivo, porque el ser humano está, por así decirlo, preparado para absorber alimento del exterior. Al entrar en estrecho contacto con los nutrientes tomados del entorno, en realidad ya no es sólo interno. Nos hemos familiarizado con otra apertura hacia el exterior en la respiración, y puede reconocerse en mayor medida aún en aquellos órganos que sirven a las funciones del alma.

De este modo vemos cómo la vida consciente del hombre se basa, por un lado, en una vida interior apagada y, por otro, en la capacidad de abrirse al mundo exterior, de tener una conexión con dicho mundo. Sólo a través de esto puede el hombre ser un ser yoico. Sólo sintiendo no sólo las resistencias dentro de sí mismo en sus procesos de secreción, sino también las resistencias que el mundo exterior le opone, puede el hombre desarrollar su conciencia del yo. Así, el hecho de que el hombre también pueda abrirse a su vez al mundo exterior es la base del yo físico del ser humano. Con esto, sin embargo, el ser humano debe tener también la posibilidad de desarrollar el órgano de este yo de las formas más variadas. Y ya hemos visto cómo el órgano del yo, la sangre, se integra en el organismo y cómo la circulación sanguínea recorre todos los órganos para ser un instrumento del yo. Así como la yoidad espiritual y anímica vive y se teje a través de todo el ser humano, así también físicamente la circulación sanguínea recorre todo el organismo humano y se vuelve, por así decirlo, hacia dos lados, hacia el interior del ser humano con los siete órganos y demás, y después tenemos de nuevo una apertura hacia el exterior, una entrada en conexión con el mundo exterior. Por lo tanto, podemos hablar en el sentido más elevado de la palabra, de un ciclo de fuerzas que están detrás de los fenómenos físicos y que encuentran un punto de conexión a través del yo.

Ahora debemos examinar más detenidamente cada una de las fases de este ciclo. En primer lugar, tenemos que seguir una vez más el proceso de alimentación, la absorción de las sustancias nutritivas que, al ser captadas por el cuerpo etérico, o mejor dicho, por el poder del cuerpo etérico, se convierten en una corriente viva en el organismo humano; luego, el sistema del mundo interior, los siete órganos, se enfrentan a ellas, porque, -como ya hemos visto-, de otro modo el hombre no iría más allá de la existencia vegetal. En un nivel ulterior, más elevado, es necesario que las funciones de estos siete órganos se opongan a la corriente alimenticia. Así pues, lo que procede de la naturaleza astral actual del ser humano actúa contra la corriente alimenticia animada; la corriente alimenticia procede del exterior y lo que es la naturaleza humana interior actúa contra ella. Al principio, la corriente alimenticia, es decir, el mundo externo ingerido, es recibida por el cuerpo etérico, que transforma las sustancias alimenticias en el sistema digestivo; luego, el cuerpo astral del ser humano la recibe, transforma aún más las sustancias alimenticias y las integra de tal manera que se adaptan cada vez más a la actividad interna del organismo. En su curso ulterior, la corriente alimenticia también debe ser tomada por las fuerzas del yo, la propia sangre. Esto significa que la herramienta del yo debe llegar con su trabajo hasta donde se absorbe la corriente alimenticia. ¿Hace esto la sangre? ¿Es cierto lo que debemos decir desde el punto de vista oculto?

En efecto, la sangre es conducida a los órganos de la alimentación, así como a todos los demás órganos. En los órganos de nutrición experimenta un proceso a través del cual sólo puede convertirse en el instrumento completo del yo humano en el mundo físico. Sabemos que la sangre, como instrumento del yo humano, debe pasar de la llamada sangre roja a la sangre azul. El Yo trabaja con su herramienta, la sangre, hasta los comienzos de los procesos digestivos y nutricionales. También en este caso se trata de una resistencia. ¿Cómo se produce? Esto sucede cuando la sangre entra en el hígado a través del sistema de la vena porta y allí la bilis es preparada a partir de, por así decirlo, sangre alterada y ésta a su vez se opone directamente a la corriente alimenticia. Aquí en la bilis tenemos una maravillosa conexión entre los dos extremos de la organización interna humana.  Por un lado, la corriente de alimentos absorbida por el tubo digestivo representa el material más externo que entra en nuestro organismo físico; por otro lado, está el yo, lo más noble que un ser humano puede tener dentro del mundo terrenal, con su instrumento, la sangre. El yo establece una conexión directa con el material más externo preparando la bilis al final del proceso sanguíneo a través del hígado, y en la bilis, -en la sangre transformada, cambiada-, el yo se impulsa hacia la corriente alimentaria.

Ahí vemos al yo trabajando hasta el material más grosero y luego otra vez liberando sustancias altamente organizadas como la bilis. Y quien quiera comprender estos procesos íntimos entre la sangre, la bilis y el proceso de nutrición, puede encontrar en estos mismos hechos algo que le aclarará muchos secretos del organismo humano; y si profundiza en estos procesos, podrá también, por ejemplo, juzgar y tratar más correctamente los procesos anormales, como los que resultan de una acumulación de bilis, de un reflujo de bilis en la sangre en la llamada ictericia. Pero hoy iríamos demasiado lejos si entráramos en detalles sobre estas cosas.

Por lo tanto, vemos que, de hecho, los siete órganos descienden hasta el funcionamiento del cuerpo etérico y han absorbido los efectos del yo desde arriba. De manera que en la bilis tenemos algo que se opone directamente al flujo alimentario bajo la influencia del yo. Si la bilis quiere tener un efecto sobre la corriente alimenticia, que ya se ha convertido en un ser vivo en el proceso digestivo, también debe ser capaz de enfrentarse a ella como una sustancia viva. Esto sucede porque está formada por un órgano que pertenece a los siete miembros del sistema del universo interior que animan la vida interior del ser humano, de modo que la bilis como vida interior se encuentra con la vida que viene del exterior.

Así como la bilis está conectada con el hígado, encontramos al hígado a su vez conectado con el bazo. Cuando consideramos estos órganos hígado, vesícula biliar, bazo, debemos decir que son estos órganos los que se oponen directamente a la corriente nutritiva y la transforman para que sea capaz de ascender a niveles superiores de la organización humana. Pero también tienen que abastecer a los órganos que se abren al exterior, y esto lo hacen el corazón, los pulmones, incluso el propio tubo digestivo, pero sobre todo los órganos de la cabeza, los órganos de los sentidos. Ya hemos dejado claro que toda experiencia interior está estrechamente ligada a procesos de secreción. Por eso hemos considerado también estos procesos de secreción en particular. El hígado, la vesícula biliar y el bazo no tienen nada que ver directamente con los procesos de secreción en el sentido de los procesos de la organización general; secretan sustancias, pero esto tiene que ver con la nutrición. Son mediadores de la vida ascendente que se dirige desde las formas más bajas de vida hacia el órgano de la conciencia, hacia la conciencia misma. Pero cuando el corazón se une a estos órganos como un cuarto órgano y el corazón también se abre al exterior a través de la circulación de la sangre, el ser humano alcanza su conciencia del yo. Pero no podría experimentar este yo como aquello que mira hacia el mundo exterior si no relacionara este yo que mira hacia el exterior con aquello que ya posee como conciencia apagada de su vida corporal interior. A los procesos de secreción del organismo interior debe añadir otro, que también le proporciona una experiencia de su yo interior con el yo que tiene su instrumento en la sangre.

Al principio, a través de la secreción de la linfa, el hombre experimenta su vida interior sólo en una conciencia adormecida. Pero entonces también debe ser posible separarse de la sangre, y en esta separación el ser humano se da cuenta de que se enfrenta al mundo exterior como una entidad separada, como un yo interior. Pero en su experiencia del mundo exterior el hombre se enfrentaría a él de tal manera que se perdería interiormente si no supiera que el que respira el aire y toma y procesa las sustancias nutritivas del exterior, es el mismo ser que el que experimenta interiormente. Que el hombre no se pierda a sí mismo, que se enfrente al mundo exterior con su propio ser, es posible gracias a que a través de los pulmones segrega el ácido carbónico de la sangre transformado y a través de los riñones segrega las sustancias transformadas que salen de la sangre.

Esto caracteriza la función de los órganos que median un proceso ascendente, el hígado, la vesícula biliar y el bazo, así como la de los órganos que median un proceso descendente, los pulmones y los riñones. Pero no debemos hacer esquemas aquí, -eso no es posible en absoluto en las consideraciones teosóficas-, debemos ver que los pulmones, al abrirse al exterior, también median en un proceso ascendente. <Así vemos cómo estos siete miembros más importantes del sistema del universo humano interior están relacionados con la experiencia interior del ser humano y con la apertura hacia el exterior. Por un lado, estos siete eslabones transforman la actividad intrínseca de las sustancias nutritivas en actividad interior del organismo y suministran al organismo humano estas sustancias transformadas. Hacen posible que el ser humano se abra de nuevo al exterior. Pero también hacen posible que lo que el ser humano desarrolla como una vivacidad interna demasiado fuerte sea expulsado al exterior a través de los procesos excretores de los pulmones y los riñones. A través del trabajo de los pulmones y los riñones tenemos, por lo tanto, una regulación constante de la actividad de los sistemas de órganos humanos. Toda esta relación entre los sistemas de órganos humanos está expresada de tal manera que en ocultismo no podría darse mejor imagen de ella que decir: El corazón como el sol está en el centro e influye en los tres órganos del sistema del universo interior que se ocupan de los procesos ascendentes, hígado, vesícula biliar, bazo. Así como en el macrocosmos el sol está en el sistema planetario en relación con los planetas exteriores Júpiter, Marte y Saturno, en el microcosmos, en el organismo humano, el sol interior, el corazón, está en relación con el hígado-Júpiter, la bilis-Marte y el bazo-Saturno. 

Tendría que hablar no durante semanas, sino durante meses, si quisiera explicarles todas las razones por las cuales, ante una observación oculta exacta e íntima, la relación del sol con los planetas exteriores de nuestro sistema planetario puede ser realmente paralela a la relación que el corazón tiene en el organismo humano con el sistema del mundo interior, con el hígado, la vesícula biliar y el bazo. De hecho, la relación externa es absolutamente tal que la interacción de estos órganos refleja lo que ocurre en el gran mundo del macrocosmos, en nuestro sistema solar. Y también está justificado decir que los procesos que tienen lugar entre el sol y los planetas interiores hasta nuestra tierra se reflejan en la relación del corazón con los pulmones y los riñones. Así pues, tenemos en este sistema del mundo interior del hombre algo que refleja el sistema del mundo exterior.

A lo largo de las conferencias ya hemos indicado cómo, de hecho, cuando nos sumergimos clarividentemente en nuestro propio ser interior, dejamos de percibir nuestros órganos internos sólo tal como se presentan a la visión externa del ojo físico. Debemos superar la imagen fantasiosa que la anatomía externa hace de nuestros órganos ascendiendo a la observación de la forma real que estos órganos tienen, si tenemos en cuenta que estos órganos son sistemas de fuerzas. La anatomía externa no puede penetrar en el ser real de estos órganos, pues sólo ve en ellos las sustancias alimenticias transformadas que se introducen en ellos. Y debido precisamente a que la ciencia externa sólo quiere aceptar este punto de vista, no puede reconocer los sistemas internos de fuerzas que subyacen en los órganos. Pero para aquellos que son capaces de ver a través de la observación clarividente lo que subyace en estos órganos como sistemas de fuerzas, ven lo justificado que es llamar a los órganos por los nombres de los planetas, porque reconocen que la relación entre los planetas de nuestro sistema del universo exterior se repite en nuestro sistema interno de órganos.

Ayer dijimos que los órganos pueden desarrollar demasiada vivacidad interna. Cada órgano por separado puede desarrollar demasiada vivacidad, y esta irregularidad puede expresarse de tal manera que afecte a todo el organismo. Ya indiqué ayer que que si en los órganos internos surge algo así como una obstinada vida propia como consecuencia de esa excesiva actividad interna, es necesario contrarrestarla con algo que atenúe esa vivacidad interna. Es decir, si los órganos internos convierten con demasiada fuerza, transforman con demasiada fuerza las reacciones externas de las sustancias alimenticias, si suministran un producto interno de transformación demasiado fuerte, entonces debemos contrarrestarlos con algo externo que los frene, que amortigüe la excesiva vivacidad interna.

¿Cómo puede ocurrir esto? Cuando queremos tratar un órgano del sistema interno que desarrolla demasiada actividad interna, tenemos que buscar en el mundo exterior el órgano que tenga la reacción opuesta y traerlo al organismo para poder combatir la hiperactividad de ese órgano. En otras palabras, debemos tratar de encontrar aquellos estímulos externos que se correspondan con los estímulos de los órganos considerados individualmente. En la Edad Media, la gente todavía sabía mucho sobre cómo las sustancias del entorno, es decir, las sustancias externas, podían contrarrestar la hiperactividad excesiva de los órganos. Para las personas de hoy en día, que a menudo sólo se encuentran con estas cosas en los escritos distorsionados de la Edad Media, en los que no pueden ver nada más que superstición colorida, esto suena bastante extraño. Pero la ciencia oculta ha investigado cuidadosa, profunda y minuciosamente durante miles de años la correspondencia entre los órganos del sistema del universo interior y ciertas sustancias exteriores, e innumerables observaciones hechas con la mirada clarividente han demostrado que, por ejemplo, el Júpiter interior excesivamente activo, el hígado, puede ser detenido por la sustancia metálica del estaño. La excesiva hiperactividad interna de la bilis la combatimos mediante lo que se expresa en la sustancia metálica del hierro. Esto no es nada sorprendente, porque el hierro es el único metal que debemos tener en la sangre como componente esencial para la herramienta del Yo, y hemos visto que precisamente el órgano que sirve de mediador en la conexión entre el Yo y el material más denso que se almacena en el ser humano, la corriente alimenticia, es la bilis.

También podemos decir que el bazo tiene externamente como equivalente el metal plomo. El corazón, -Sol-, corresponde al oro. Los pulmones, - Mercurio-, como su propio nombre indica, el mercurio, y los riñones, el metal cobre, es decir, Venus (ver la pizarra).

Ahora bien, si queremos luchar contra la sobrerregulación del organismo interior con los estímulos que se encuentran en estos metales, debemos darnos cuenta de que todo en el organismo está más o menos conectado y que los sistemas de órganos individuales se forman paralelamente entre sí, de modo que el ser humano no surgió primero como un ser sin cabeza, sino que aquellos órganos que están conectados con la circulación sanguínea superior, el sistema cerebro-médula espinal, se forman naturalmente al mismo tiempo que los órganos del sistema del mundo interior.

Así como hemos visto que hay una circulación sanguínea ascendente y otra descendente, también tenemos un funcionamiento ascendente del proceso linfático, que hemos reconocido como de conciencia atenuada, hacia las partes superiores del organismo humano. Y ahora se da el hecho de que aquello que se incorpora a la circulación sanguínea superior se corresponde en cierto modo con aquello que se incorpora a la circulación sanguínea inferior, y podemos ver que los metales anteriormente mencionados también tienen una relación con el sistema orgánico superior del ser humano. Ustedes saben que los pulmones se abren hacia fuera, hacia la laringe, que es un órgano del organismo superior del ser humano. Así como podemos ver una conexión entre la bilis en el sistema de órganos inferior y el hierro, podemos conectar el hierro en el sistema de órganos superior con la laringe. Estas cosas son, por supuesto, difíciles, pero me gustaría insinuar algunas de ellas. Del mismo modo que hemos observado una conexión entre la bilis y la laringe en relación con el hierro, también en relación con el estaño -Júpiter- existe una cierta correspondencia entre la parte superior de nuestra cabeza con todo lo que le pertenece como frente de la cabeza y como formación del cerebro, y el hígado; y en relación con el plomo -Saturno- existe una correspondencia entre el occipucio y el bazo.

De este modo hemos podido ampliar nuestras observaciones a todo lo que se incorpora a la circulación sanguínea humana en los siete eslabones del sistema del universo interno y cómo se conecta con el universo exterior. Podemos considerar estas correspondencias tanto para la vida normal como para la anormal. En estas correspondencias de los metales con los órganos internos tenemos un hecho sumamente interesante. Y si no analizáramos y recopiláramos de manera caótica, sino sistemática, lo que nuestros libros terapéuticos contienen en múltiples indicaciones, entonces estas correspondencias se demostrarían por sí mismas a partir de los hechos externos. Y si hoy en día tales afirmaciones se consideran todavía como producto de la imaginación, entonces el ocultista puede estar muy tranquilo al respecto, porque sabe que debe llegar el momento en que los hechos externos confirmen sus afirmaciones.

Ahora bien, no debemos pensar que se trata de administrar cobre ordinario sin más en caso de enfermedad renal, por ejemplo; eso sería, por supuesto, un error. Si queremos introducir sustancias metálicas en el organismo, tenemos que calentarlas para que se conviertan en una especie de vapor metálico. En el proceso se desarrolla algo parecido a cuerpos vaporosos, y en esta forma la metalicidad puede actuar sobre los órganos internos. Si ahora tomamos el sistema sanguíneo, nada sería de ayuda en el caso de enfermedades con metales. Ya hemos señalado que en el sistema sanguíneo se produce una especie de depósito de sales. Y así como lo metálico actúa sobre los órganos internos, lo salino actúa sobre el sistema sanguíneo. Si se pretende influir en el sistema sanguíneo por medios externos, hay que suministrarle sal. Esto se puede hacer inhalando aire salado, mediante baños de sales o similares. Pero también podemos suministrar sales o sustancias formadoras de sal desde el otro lado, a través del proceso digestivo, de modo que seamos capaces de provocar el proceso de formación y almacenamiento de sal desde dos lados.

Si recuerdan lo que dije ayer sobre los efectos físicos de los procesos anímico-espirituales internos, podrán imaginarse fácilmente que todo lo que contrasta con los procesos que intervienen en el metal es el efecto físico de los procesos emocionales, pues estos procesos emocionales están estrechamente relacionados con los procesos de hinchazón de la sangre, que, sin embargo, pueden detenerse suministrando sustancias metálicas externas que muestren la hiper actividad opuesta. Si, por ejemplo, la actividad digestiva se descontrola y desarrolla su propia hiper actividad, en la que el cuerpo etérico se apodera de la corriente nutritiva, podemos contrarrestarlo suministrando la sal adecuada; porque si el cuerpo etérico exagera este proceso de apoderarse de la corriente nutritiva, significa que la sal se absorbe con demasiada fuerza. Debe amortiguarse mediante el suministro de la actividad externa de una sal.

Luego tenemos procesos que tienen lugar externamente como procesos de combustión u oxidación; se trata de procesos en los que algo se combina con el oxígeno del aire. Todas aquellas sustancias que se combinan fácilmente con el oxígeno del aire, cuando son absorbidas por el organismo, son las que más irradian con su actividad a través del organismo. Mientras que las sales, cuando las introducimos en el organismo, sólo tienen un efecto moderado en el organismo, la metalicidad puede tener un efecto hasta en el sistema del universo interno. Y en el aire, es decir, en las sustancias que se combinan fácilmente con el oxígeno del aire, tenemos algo que, cuando es absorbido por el cuerpo, irradia a través de todo el organismo hasta el sistema sanguíneo. Así que nos parecerá comprensible que nos sintamos influidos en todo nuestro organismo por tales procesos que forman una actividad interior demasiado fuerte en el desarrollo del calor, que es la expresión exterior de los impulsos de la voluntad. No ocurre lo mismo con las repercusiones orgánicas de lo mental; si dirigimos nuestra atención a éstas, sentimos que estos efectos sólo tienen lugar en determinados órganos. De esto se deduce lo extraordinariamente complicado que es todo el aparato del organismo humano y lo complicadas que son sus relaciones con el mundo exterior.

Así que ahora hemos mostrado que el organismo humano con su propia actividad interior puede ser contrarrestado por la naturaleza exterior inorgánica, inanimada, y que el organismo puede ser influenciado por sales y metalicidad vaporizada. Pero también tenemos la posibilidad de influir en el ser humano desde otros ámbitos de la naturaleza. También podemos contrarrestar el organismo humano con lo que son las fuerzas activas en el mundo vegetal. Si nos limitáramos a ingerir un remedio vegetal como alimento, no conseguiríamos gran cosa, porque, como hemos visto, los órganos internos se encargan de que las sustancias ingeridas queden privadas de su propia actividad. Por lo tanto, si la planta ha de ser absorbida por el organismo humano de tal manera que siga funcionando en su calidad de planta, esto no puede suceder si la ingerimos como alimento. Esta materia vegetal no puede tener efecto sobre el yo, porque la planta sólo tiene un cuerpo etérico como miembro superior. La materia vegetal, por lo tanto, es simplemente absorbida allí donde la corriente alimenticia es captada por el cuerpo etérico, de modo que la materia vegetal no puede todavía entrar en consideración como remedio en el canal digestivo, sino sólo en aquellos órganos en los que el cuerpo astral del ser humano ya está trabajando junto al cuerpo etérico. Por esta razón la planta comienza primero a tener efecto sobre el sistema del universo interno y sobre el sistema nervioso simpático y el sistema linfático. El efecto de la planta ya no se extiende hasta donde el ser humano se abre al mundo exterior mediante la sangre. La planta está asociada a la parte media del organismo humano, de modo que toda la actividad que se puede buscar en la planta sólo puede actuar sobre todo lo que pertenece al sistema del universo interno y sobre los órganos correspondientes de la cabeza y de la parte superior del organismo. Cuando las actividades, las funciones de estos órganos están perturbadas, cuando actúan de manera anormal, entonces la influencia de lo vegetal entra en consideración para combatir esto.

Hemos hablado, pues, de los efectos de los metales, de las sales y de las plantas. No es oportuno ahora entrar en otras formas de combatir las irregularidades o perturbaciones del organismo humano en nuestras consideraciones, no tanto porque el tiempo sea demasiado corto, sino principalmente porque es mejor aconsejar a los teósofos que se mantengan alejados de todas aquellas áreas que ahora se ven arrastradas a la controversia entre las partes. Lo que se ha enumerado hasta ahora no pertenece a la controversia de las partes; uno puede simplemente aceptarlo, y entonces se dará cuenta de su corrección; o bien la gente lo considerará como pura tontería, como fantasía. Eso no importa. Porque como teósofo tendría uno que permanecer callado si no pudiera decir todas las cosas que la gente considera tonterías. Pero si quisiéramos investigar los efectos de las sustancias animales sobre el hombre, entraríamos en una disputa entre las partes y entonces se podría pensar que la Teosofía quiere interferir en esta disputa, que tiene lugar entre los campeones y los oponentes de los métodos curativos en el campo de lo animal. Y la labor del teósofo nunca puede ser interferir en tales disputas fanáticas, porque entonces correríamos el riesgo de abandonar el punto de vista humano general objetivo.

Pero una cosa que hemos visto, aunque las menciones fueran apenas esbozadas, es que este organismo humano es un complejo sistema de órganos individuales que se encuentran en diferentes etapas de desarrollo y que están conectados entre sí y con el organismo en su conjunto de las maneras más variadas. Lo que es visible como organismo físico del hombre, lo que podemos ver con nuestros ojos, lo que podemos asir con nuestras manos, es sólo una parte de la organización humana; pero lo suprasensible que trabaja en ella, no lo percibimos de tal manera sensorial; sólo se revela a la mirada espiritual del clarividente. Por lo tanto, no debemos decir que todos los órganos se han desarrollado por igual, sino que se ha demostrado que tenemos que considerar el organismo humano de tal manera que se puedan reconocer en él cosas más antiguas y cosas más jóvenes. Ya hemos subrayado, por ejemplo, que debemos considerar el cerebro como un órgano más antiguo y más desarrollado que la médula espinal, y que antes el cerebro estaba al nivel de la médula espinal, por así decirlo. Podemos considerar el sistema digestivo y el sistema sanguíneo de forma similar al sistema linfático. Aquí tenemos que situar el sistema linfático comparativamente al nivel de la médula espinal, por lo que es el más joven, mientras que los complicados sistemas digestivo y sanguíneo ya se han transformado en muchos aspectos y son más antiguos que el sistema linfático, que no se abre al exterior y sólo segrega su producción de sustancias hacia el interior de los tejidos. Este es un aspecto muy importante. Por lo tanto, debemos considerar nuestro sistema linfático actual como algo que, de no incorporarse a los demás sistemas, se convertiría en un sistema digestivo y hematopoyético a medida que avanzara el desarrollo.

En el sistema linfático tenemos un sistema mediador de la conciencia más simple; lo que es más complejo lo tenemos en el sistema digestivo sanguíneo. Por lo tanto tenemos que buscar órganos en el organismo humano que han surgido de sistemas de órganos que antes tenían otras funciones. Las afirmaciones que aquí se hacen sobre esto también serían muy claras para la ciencia externa si se quisiera familiarizar con ellas. Todo lo que se ha dicho sobre la transformación de los órganos se puede demostrar mediante exámenes embriológicos. En todo ser vivo se da la circunstancia de que lo que aparece más tarde a lo largo de la evolución ya está preformado en el sistema germinal. Si hacemos un retroceso desde el organismo humano desarrollado hasta el germen fecundado, podríamos encontrar los complejos sistemas de órganos ya indicados en su primer desarrollo utilizando métodos adecuados, y de tal manera que incluso en el primer desarrollo ya muestran cómo se relacionan realmente entre sí.

Si echan ustedes un vistazo a lo que tenemos ante nosotros como recubrimiento exterior, como límite del ser humano en su piel, y luego a lo que conduce a los órganos sensoriales incrustados en ella, podrán decirse a sí mismos que todo lo que está presente en este límite más exterior del ser humano debe haberse transformado ya a partir de otra cosa. Pues se trata ya de un sistema muy complejo al que también pertenece un cerebro; y es imposible imaginar un cerebro sin una larga preparación. Por tanto, debemos imaginar que el recubrimiento exterior del ser humano es un producto de transformación, del mismo modo que hemos descrito el cerebro como una médula espinal transformada y el sistema nutricional y hematopoyético como un producto de transformación del sistema linfático. Mientras que la médula espinal y el sistema linfático mostraban una tendencia ascendente en etapas anteriores, debemos decir de la médula espinal y el sistema linfático actuales que se encuentran en un desarrollo descendente. También sería posible demostrar que la sangre, en su configuración actual, es un producto de doble transformación. A medida que el sistema digestivo y sanguíneo se abre al exterior, se convierte en un sistema linfático transformado. Si el aparato digestivo con sus movimientos sólo se desarrollara hacia dentro, si estuviera completamente cerrado hacia dentro, tendríamos en él una actividad similar a la actual actividad linfática. La cual sólo absorbe lo que se suministra a través de los tejidos.

Así, por una parte, en el límite exterior del ser humano, en el sistema cutáneo, vemos una transformación a partir de otro sistema, el sistema sanguíneo, que quiero describir aquí, y en el sistema digestivo vemos también la transformación a partir de otro sistema, que hoy se encuentra en desarrollo descendente. Ahora debemos tratar de averiguar si encontramos esta naturaleza ascendente y descendente de los sistemas de órganos ya indicada en el sistema germinal. Y, en efecto, es evidente que encontramos todo el organismo indicado en el sistema germinal, -lo dibujaré esquemáticamente-, en las cuatro capas germinales superpuestas, que se denominan: capa germinal externa, -ectodermo-, capa germinal interna, -endodermo-, y mesodermo, -capa germinal externa e interna media.

En el sentido de nuestra visión del desarrollo, tenemos que considerar la capa germinal externa, el ectodermo, que en la anatomía actual también se denomina capa sensitiva cutánea, como un producto de transformación que muestra su primer desarrollo en la capa media externa, el mesodermo externo. En esto tenemos ante nosotros como planta germinal lo que aparece ante nuestros ojos en un nivel superior en la capa sensitiva cutánea. Y en la capa media interna, el mesodermo interno, tenemos ante nosotros la formación más joven de aquello que más tarde se muestra en el endodermo, en la capa de la glándula intestinal.

Si observamos el germen humano en su desarrollo, tenemos indicado el primer desarrollo del ser humano en las dos capas germinales medias, el mesodermo; las otras dos capas germinales, el ectodermo y el endodermo, ya se han transformado. Las dos capas medias son, por tanto, las que representan el estado original, mientras que el ectodermo y el endodermo muestran el desarrollo superior.

Ahora sabemos que el sistema germinal humano capaz de desarrollo fluye conjuntamente de dos sistemas, el sistema germinal femenino y el masculino, y que un nuevo desarrollo sólo puede surgir mediante la cooperación viva de estos dos sistemas. Por consiguiente, los dos sistemas germinales deben contener por separado todos los procesos que sólo juntos forman el sistema germinal del organismo humano.

¿Qué nos muestra entonces el ocultismo con respecto a las condiciones que prevalecen aquí? Nos muestra que, en las condiciones físicas actuales, el germen femenino [endodermo] sólo es capaz de producir una constitución corporal humana tal que, si quisiera desarrollarse individualmente, no podría desarrollar lo que llamamos el principio de forma, que conduce finalmente a la incorporación del sistema óseo que da al hombre su solidez; y el sistema sensorial principal tampoco podría ser suministrado por el germen femenino. El germen femenino está diseñado de tal manera que casi se podría decir que lo que surgiera de él sería demasiado bueno para el mundo tal y como existe hoy en día, ya que no están presentes en el mundo físico exterior todos los procesos que serían necesarios para un organismo así. Este organismo humano femenino no podría, por así decirlo, progresar hasta esa "reclusión" que se expresa en el sistema óseo incrustado, y no tendría la posibilidad de estar conectado con el mundo exterior a través de los sentidos. Tendría que encontrar un apoyo en las condiciones exteriores para equilibrar su material interior más blando, que tendría en lugar del esqueleto sólido; no podría abrirse al exterior, sino que permanecería cerrado en su vida interior. Esta es la parte femenina del sistema germinal; sobrepasaría la marca de lo que es posible hoy en nuestra existencia terrenal, simplemente porque en las condiciones físicas terrenales actuales no se dan las condiciones que necesitaría un organismo tan refinado, tan poco diseñado para enterrarse y para abrirse al exterior. Un organismo así estaría, en las condiciones terrenales actuales, destinado a morir desde el principio. Así que la causa de que el hombre esté destinado a la muerte está realmente ya impresa en la constitución germinal humana, precisamente por la tendencia a que el hombre pueda ir demasiado lejos en su desarrollo ulterior.

La otra parte del centro germinal, el masculino [ectodermo], se encuentra exactamente en la posición opuesta. Si el sistema germinal masculino se desarrollara solo, ello conduciría a un potente desarrollo de lo que se manifiesta en la apertura al exterior en el sistema sensorial cutáneo y de lo que conduce a la solidificación en el sistema óseo, sobrepasando así la marca por el otro lado. Tal unilateralidad no podría producir un sistema germinal viable, como tampoco el germen femenino podría producir por sí mismo un sistema germinal viable, porque el organismo que desarrollaría el sistema germinal masculino desarrollaría fuerzas tan fuertes que tendría que destruirse a sí mismo y perecer en las condiciones que existen actualmente en la Tierra, es decir, no podría existir como organismo en estas condiciones actuales de la Tierra. Por consiguiente, el germen masculino sólo puede llegar a una expresión viable si coopera con el germen femenino. Sólo mediante el equilibrio mutuo, mediante el equilibrio de lo que está destinado a morir en el sistema germinal femenino con lo del sistema germinal masculino a través del proceso de fecundación, es posible un ser humano global vivo. Las fuerzas que se concentran juntas en el sistema germinal masculino conducirían, si se desarrollara por sí solo, infinitamente por debajo de lo terrenal, conducirían a un endurecimiento mucho mayor del sistema óseo, a una apertura y absorción mucho mayores en el mundo exterior. Estos dos gérmenes orgánicos deben unirse ya en su primera formación para seguir desarrollándose, pues individualmente cada uno de ellos está destinado a morir. Sólo la interacción viva de aquello que impide que uno prevalezca sobre el otro en ambas partes da como resultado el sistema germinal apto para la existencia del hombre en la tierra.

De este modo vemos, aunque sólo pueda demostrarse de forma somera, que podemos rastrear los hechos espirituales hasta donde el hombre produce su propia especie. Podríamos, por supuesto, describir esto con mucho más detalle, pero no todo puede decirse en un ciclo corto. Si profundizáramos aún más, veríamos cómo se demuestra que incluso las cosas más diminutas pueden atribuirse a hechos espirituales, hasta lo que se ha dicho aquí sobre los sistemas de fuerzas suprasensibles que encuentran su expresión exterior en los sistemas de órganos que el hombre desarrolla para que su raza pueda vivir sobre la tierra.

Hemos visto que la tierra ha hecho surgir el sistema óseo como resultado del "proceso de terrenización" más denso en nosotros, y el sistema sanguíneo como el menos condensado, el más activo. Y sólo hay que añadir brevemente que todo lo que tiene lugar en el organismo humano terrestre-físico penetra hasta los procesos que tienen lugar en la sangre; éstos son los procesos de calentamiento. En estos procesos de calentamiento de la sangre tenemos que ver la expresión directa del yo y, por tanto, el nivel más elevado, teniendo lugar los demás procesos del organismo humano por debajo de él. El proceso de calentamiento es, pues, el más elevado, y en él interviene directamente la actividad anímica del yo. Por eso sentimos también algo así como una transformación de la actividad anímica de nuestro yo en un calentamiento interior, que puede llegar hasta el calentamiento físico en el proceso sanguíneo. Así que vemos cómo lo anímico-espiritual interviene desde arriba hacia abajo a través del proceso de calentamiento en lo orgánico, lo fisiológico, y podríamos mostrar en muchos otros hechos cómo lo anímico-espiritual toca lo orgánico en procesos de calentamiento. También tenemos procesos de calentamiento a través de los procesos en los órganos nutritivos. A través de la actividad del complicado aparato del sistema nutricional, tienen lugar las más variadas transformaciones, a través de las cuales se producen procesos de calentamiento en el organismo físico. Estos se extienden desde abajo hacia arriba. Así, en el proceso de calentamiento, el organismo físico del ser humano llega hasta lo anímico-espiritual. ¿Se detienen ahí las transformaciones? ¿O continúan? Lo que sigue sólo puede insinuarse; primero debe dejarse a la reflexión posterior y, sobre todo, al sentimiento de cada oyente. Si podemos contemplar estas transformaciones con sentimientos de verdadera reverencia hacia el organismo humano, aprenderemos a darnos cuenta de que la fisiología no tiene por qué ser una ciencia árida, sino que puede ser una fuente del más elevado conocimiento humano.

El calor interior que el organismo produce en nuestra sangre, el calor que nos transmite a través de todos los procesos interiores, muestra que en los procesos de calentamiento tenemos que ver algo así como un florecimiento de todos los demás procesos del organismo. El calor interior del organismo penetra hasta lo anímico-espiritual y puede transformarse en anímico-espiritual. Esto es lo más elevado, lo más hermoso que puede transformarse a través del poder del cuerpo humano, desde lo físico hacia lo anímico-espiritual. Cuando todo lo que es inherente al organismo humano terrenal se ha convertido en calor y el calor es transformado por el ser humano de la manera correcta, entonces la compasión y el interés por otros seres surgen del calor interior. Cuando ascendemos a través de todos los procesos del organismo humano hasta el nivel más elevado, los procesos de calentamiento, pasamos, por así decirlo, a través de la puerta del organismo humano, que está formada por los procesos de calor, hasta el punto en que el calor de la sangre es utilizado por lo que el alma hace de él. A través de un vivo interés por todos los seres, a través de la compasión por todo lo que nos rodea, expandimos nuestra alma espiritual sobre toda la existencia terrena, a medida que nuestra vida física nos lleva hasta el calor, y nos hacemos uno con toda la existencia.  Es un hecho maravilloso que el ser universal haya hecho las desviaciones a través de nuestro organismo físico para darnos finalmente el calor interior que los humanos estamos llamados a transformar a través de nuestro yo en compasión viva con todos los seres en la misión terrestre.

¡El calor se transforma en compasión en la misión terrestre!

Utilizamos la actividad del organismo humano, por así decirlo, como calor para el espíritu. Este es el significado de la misión terrestre, que el ser humano como organismo físico está tan incrustado en el organismo terrestre que todos los procesos físicos encuentran en última instancia su culminación, su corona en el calor de la sangre, y que el ser humano como microcosmos, en cumplimiento de su destino, transforma a su vez este calor interior para irradiarlo como compasión viva y amor por todo lo que nos rodea. A través de todo lo que tomamos en nuestra alma por interés vivo, nuestra vida anímica se expande. Y cuando entonces hayamos pasado por muchas encarnaciones en las que hayamos utilizado todo el calor que se nos ha dado, entonces la tierra habrá alcanzado su meta, que debía cumplirse dentro de la misión terrestre, entonces se hundirá como cadáver terrestre y será entregada a la putrefacción. Y ascenderá la totalidad de todas aquellas almas humanas que hayan transformado el calor físico en calor de corazón. <Así como el alma individual, cuando el ser humano ha atravesado la puerta de la muerte, asciende a un mundo espiritual después de que el cadáver físico haya sido entregado a las fuerzas terrestres, así también el cadáver terrestre será entregado un día a las fuerzas universales, y las almas humanas individuales progresarán hacia nuevas etapas de existencia. Nada en el mundo está perdido. Lo que las almas humanas han ganado como frutos en la tierra será llevado a través de las almas humanas a la eternidad.

Así, la ciencia espiritual nos permite vincular los procesos fisiológicos del organismo humano con nuestro destino eterno. Si la ciencia espiritual (Teosofía) no es mera teoría, no es mero conocimiento abstracto, sino si la miramos de tal manera que nos muestre: nosotros como seres humanos no estamos sólo en la tierra, sino que pertenecemos a todo el sistema universal, -y si aprendemos a pensar en el destino del hombre de tal manera que él tome las fuerzas de la tierra para trabajar en la eternidad, entonces absorbemos a través de la ciencia espiritual (Teosofía) lo que debe ser alcanzado a través de ella. Y si las personas que sienten o reconocen este elevado ideal se reúnen en hermandad y coinciden en su esfuerzo, es decir, si reconocemos que nosotros mismos contenemos las semillas de un desarrollo ulterior que puede llegar a ser fecundo para el desarrollo ulterior de la tierra y de la humanidad, entonces podemos sentir humildemente que nosotros, como teósofos (antropósofos), podemos contribuir al cumplimiento de la misión de la tierra mediante el desarrollo de nuestras propias fuerzas.

Nos hemos reunido aquí y ahora saldremos de nuevo a vivir fuera y quizá llevemos con nosotros algo de lo que aquí sólo se ha dado como sugerencia esbozada y lo desarrollemos más. Pero aunque estemos dispersos por el mundo, queremos trabajar juntos armoniosamente en pensamientos y sentimientos vivos y con toda nuestra voluntad. Con este espíritu queremos separarnos, y con este espíritu queremos reencontrarnos cuando surja la oportunidad.

Traducido por J.Luelmo mar,2024

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919