GA211 Londres, 15 de abril de 1922. El conocimiento de Cristo a través de la Antroposofía

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RUDOLF STEINER


El conocimiento de Cristo a través de la Antroposofía

CONFERENCIA 10

Londres, 15 de abril de 1922.

Ayer me tomé la libertad de hablar sobre el camino que conduce desde el mundo físico-sensorial a lo supra sensorial, camino que la antroposofía actual debe definir, como el que conduce a una cierta clarividencia exacta, a una videncia exacta. He dicho una clarividencia exacta, porque nuestra época debe exigir una clarividencia exacta. Todas las épocas han tenido clarividencia, como base de la ciencia iniciática, pero aceptaban esta clarividencia como algo que surgía del ser humano de forma elemental, o al menos algo que se producía de forma elemental, y aquellas personalidades que llegaban a tal ciencia espiritual, dependían entonces en su mayoría, de la autoridad de quienes les habían precedido en la posesión de tal ciencia iniciática. En la época actual del desarrollo humano ya no se nos permitiría depender de tal principio de autoridad, pues ello estaría en contradicción con lo que el hombre actual debe exigir según su constitución anímica. Tenemos una ciencia exacta desde hace tres, cuatro, cinco siglos. Por supuesto, esta ciencia exacta no es todavía una ciencia iniciática. Pero esta ciencia exacta ejerce un cierto control sobre el método de investigación, sobre el método de pensamiento. Ejerce un control a partir de la plena conciencia de la personalidad humana, y hoy tal control debe ser ejercido continuamente, por aquel que como investigador espiritual, quiere llegar a la clarividencia exacta en el sentido antroposófico. Si permitimos que lo que se puede alcanzar en la comprensión del cosmos, en la comprensión del ser humano, actúe sobre nosotros a partir de tal clarividencia, entonces no funciona meramente del modo en que puede funcionar una visión teórica del mundo, no meramente como una suma de ideas que uno conoce sobre lo espiritual, sobre los mundos suprasensibles, sino que esta ciencia moderna de la iniciación trabaja al mismo tiempo como una fuerza, una fuerza espiritual-viva, que puede penetrar y fecundar a todo el ser humano en todas sus facultades. Ya hemos podido demostrarlo en cierto modo haciendo efectivo en el trabajo artístico lo que de otro modo sólo aparece en forma de ideas sobre el mundo espiritual. 
El Goetheanum de Dornach, esta Escuela de Ciencia Espiritual, se fundó gracias a los sacrificios de algunos amigos de la causa antroposófica, está en construcción, está tan avanzada que ya hoy se puede trabajar en ella, de hecho durante mucho tiempo, aunque todavía no esté terminada. Si otro movimiento espiritual hubiera tenido motivos para erigir un edificio así, lo natural habría sido que este movimiento hubiera recurrido a un maestro de obras conocido que hubiera levantado un edificio de estilo antiguo, renacentista o gótico o de cualquier otro estilo, tal como se quiere levantar un edificio hoy en día. Esto no pudo hacerse con el Goetheanum de Suiza. Habría contradicho la cosmovisión antroposófica, que no sólo quiere introducirse en las ideas, que quiere ser vida en el campo de la actividad humana. Apenas es necesario decir que es imperfecta. Yo mismo soy mi crítico más severo a este respecto. Por imperfecto que sea el Goetheanum hoy como edificio, como obra de arte, como conjunto, era necesario, sin embargo, erigir este Goetheanum en un nuevo estilo arquitectónico, un nuevo estilo artístico, porque la Antroposofía quiere llevarlo como modelo a la humanidad moderna. Es por todo ello que en Dornach, en el Goetheanum, encontramos formas arquitectónicas que se extraen de la misma vida de la que se extraen las ideas sobre lo suprasensible, tal como son proclamadas por la Palabra. Así que todo lo que se puede encontrar en Dornach en términos de escultura y pintura es llevado por un nuevo estilo, del que se dice que nació la antroposofía en la vida moderna. Cualquiera que visite esta Escuela de Ciencia Espiritual comprobará que desde su podio, por un lado, se proclama con palabras la cosmovisión antroposófica pero que las formas arquitectónicas, las obras de arte pictóricas, expresan de forma artística lo que se expresa con la palabra.  Lo que puede obrar desde el escenario sólo debe ser otra forma de revelación que la que se puede hacer a través de la Palabra. 
La antroposofía no debe expresarse sólo con palabras, sino que debe brotar de profundas raíces humanas, de las cuales la antroposofía teórica es sólo una rama, de las cuales la artística y la educativa son otras ramas. Así, la vida antroposófica es un factor en las más diversas áreas de la existencia humana. Hoy en día se encuentra la llamada Escuela Waldorf de Stuttgart, en la que la Antroposofía no debe ser enseñada a los niños por adultos, como se suele hacer, porque no es una escuela de cosmovisiones del mundo. Allí la educación religiosa es enseñada por sacerdotes católicos, por pastores protestantes según sean sus puntos de vista religiosos. Y para aquellos que no necesitan una educación religiosa especial, de los cuales hay muchos en Alemania, se les proporciona una traducción religiosa de la Antroposofía especialmente preparada para ellos en relación con la religión. Pero lo que se pretende lograr con la escuela Waldorf se consigue cuando lo antroposófico se traslada a la vida, al arte realmente práctico de la educación, a la pedagogía y a la didáctica, a todo lo que es instructivo y educativo en general. Lo que hace el maestro, el modo de educar, de enseñar, eso es lo que está vivo en toda su personalidad. Se enciende por medio de la antroposofía. 
Quiero destacar esta segunda área, para mostrar que la antroposofía quiere tener un efecto vivo en las más diversas áreas de la existencia humana. Pero ese efecto particularmente vivo puede tenerlo, y en muchos aspectos ya lo ha obrado sobre las necesidades religiosas de la humanidad. Quisiera hablarles de cómo afecta a estas exigencias religiosas, en la medida en que la humanidad civilizada se une a la comprensión del misterio del Gólgota, precisamente a través de la reflexión de hoy. Tendré que retomar lo que ayer caractericé como el camino antroposófico hacia el mundo suprasensible. Demostré que a través de ciertos ejercicios del alma uno puede llegar primero a adquirir conocimiento imaginativo. Este conocimiento imaginativo vive en el alma humana de tal manera que el hombre está en condiciones de recibir, a través de su mero poder de pensar, que de otro modo sólo le proporciona pensamientos sombríos y abstractos, imágenes que viven con la misma energía en el alma, son tan intensas como las imágenes que se acercan al hombre en la percepción sensorial. Del mismo modo que solemos pensar en colores cuando nos rendimos a las impresiones de nuestros ojos, como solemos pensar en sonidos cuando nos entregamos a las impresiones de nuestros oídos, así experimentamos nuestros pensamientos en el conocimiento imaginativo. Si podemos experimentar nuestros pensamientos interiormente, si no aparecen meramente en contornos abstractos, sino como imágenes llenas de contenido, entonces estamos en cognición imaginativa. Ayer indiqué que el organismo temporal, el cuerpo de fuerza formativa del hombre, puede ser visto a través del conocimiento imaginativo. Pero debemos ser conscientes de que cuando ascendemos a este conocimiento imaginativo, tenemos algo imaginativo dentro de nosotros. El investigador antroposófico se diferencia del alucinador o del médium en que llega a la clarividencia exacta, en que es capaz de reconocer, de ver a través de él, de que sólo hay imágenes que al principio sólo viven en el ser humano mismo. Aunque tengamos el cuerpo de fuerza formativa, a través del cual reconocemos que una fuerza formativa plástica, ha obrado en nuestro organismo terrenal desde nuestro nacimiento, sólo sabemos algo subjetivo acerca de él. Pero luego mencioné que se puede, por así decirlo, eliminar, borrar las imágenes que se tienen, como se hace por ejemplo con la conciencia vacía. Pero entonces ya no se tienen esas imágenes subjetivas que se tenían al principio. Pero esta conciencia vacía contiene el poder de recibir tales imágenes del exterior. Es importante que nosotros, como investigadores antroposóficos, seamos conscientes de que la primera forma de imaginación debe ser erradicada; que entonces tengamos una conciencia vacía que esté tan despierta en sí misma que tenga el poder energético de recibir sólo tales imágenes, imágenes puramente espirituales, del mundo exterior. Así pues, primero tenemos la imagen de nuestra propia vida anímico-espiritual, antes de descender de los mundos espirituales para habitar nuestro cuerpo físico. Sin embargo, también podemos reconocer imágenes objetivas de lo anímico-espiritual en nuestro entorno. Dicha imagen objetiva se añadirá entonces si tenemos un conocimiento inspirado. 
Para el investigador antroposófico, las revelaciones del mundo espiritual fluyen hacia su conciencia vacía, ahora se trata de imágenes objetivas, ya que previamente las ha creado subjetivamente en su interior mediante el perfeccionamiento de su pensar a través de ejercicios exactos. ¿Qué aprendemos sobre nosotros mismos cuando recibimos la conciencia vacía, que de esta manera se llena de imaginaciones objetivas a través de la cognición inspirada? Aprendemos lo que ya conocíamos antes de descender del mundo espiritual al mundo físico. Pero también experimentamos algo más. Experimentamos lo que hemos traído a nuestra existencia física desde el mundo espiritual: Para nuestra conciencia, esto es inicialmente sólo el poder del pensar. Es un descubrimiento significativo que hacemos allí. Los filósofos le dan muchas vueltas sobre cómo surgió este pensar, mientras que el antropósofo sabe que este pensar nunca pudo salir del cuerpo físico, sino que es el poder que traía del mundo espiritual antes de descender a la tierra. 
Allí este pensar era algo muy diferente de lo que es en la conciencia terrenal ordinaria. Aquí nuestro pensar es abstracto, sólo apto para pensar en lo muerto. Aquí el que se toma en serio la ciencia iniciática de los tiempos modernos debe poner ante la humanidad algo que tal vez hoy no se escuche fácilmente. Quisiera ilustrar lo que he dicho con una comparación. En el lado opuesto de la existencia humana limitada en la tierra al nacimiento, está la muerte. Con la muerte dejamos atrás el cuerpo. Lo que queda de nuestro cuerpo físico después de la muerte es el cadáver terrenal, pero el cadáver pasará a su elemento, la tierra, mediante el enterramiento, ya sea por fuego o por tierra. Después de haber pasado por la muerte, deja de seguir las leyes que le fueron imprimidas por el alma humana desde su nacimiento. El cadáver sigue ahora las leyes terrestres. Ya no lleva nada anímico, nada espiritual, en el sentido del hombre, de lo humano, sigue las mismas leyes de la naturaleza que siguen los minerales de fuera en cuanto que tienen su existencia en el reino de la naturaleza. Este es, cuando se produce nuestra muerte, el destino físico del cuerpo físico humano. Tal muerte, -esto hay que reconocerlo-, se produce también cuando el alma desciende de la existencia anímico-espiritual para incorporarse a un cuerpo físico mediante el nacimiento. El alma penetra en este cuerpo físico del ser humano de la misma manera que el cuerpo físico del ser humano penetra en los elementos de la tierra tras la muerte. Pero para nuestra conciencia, lo primero que notamos del mundo espiritual es nuestro pensar, es nuestra fuerza de pensar. Y nuestra fuerza de pensar es el cadáver de lo anímico-espiritual. Mientras que antes de la existencia terrenal del hombre, lo anímico-espiritual tenía su propia vida en el mundo espiritual, el hombre sólo absorbe el cadáver de la fuerza del pensar que tenía antes. Traemos con nosotros en nuestro cuerpo físico, nuestro pensar, el cadáver anímico de la existencia anímica, -al igual que la tierra atrae el cadáver físico después de nuestra muerte física-. Puesto que esto es así, a eso se debe que el  conocimiento actual sea tan insatisfactorio, pues el hombre, mientras lleva en sí el cadáver de su alma, sólo capta en cierto sentido la naturaleza sin vida, y creer que mediante los experimentos de hoy logrará algo distinto de sólo la naturaleza sin vida, es una quimera. Por supuesto, se avanzará más allá de la mera representación de lo inanimado, se representarán corporalidades orgánicas. Pero no se las comprenderá con el pensar no desarrollado, con el pensar de la conciencia personal, aunque uno mismo las hubiera producido en el laboratorio. Con este pensar, que es el cadáver del alma, que está espiritualmente muerto, sólo se comprende lo muerto. 
Esta es una verdad que debe ser aceptada con total imparcialidad, porque uno debe darse cuenta de que a lo largo de la evolución de la humanidad, hubo una época en la que la gente absorbió este pensar muerto, este pensar abstracto. Pero sólo a través de este pensar abstracto, que no tiene vitalidad interior, que no ejerce ninguna compulsión sobre el hombre interior, puede el hombre alcanzar la libertad. Por eso la libertad se desarrolla desde la muerte. Veremos más adelante lo que conseguimos ahora mediante el pensar imaginativo, inspirativo e intuitivo, como indiqué ayer. Esta es la vitalización real del pensar muerto. Si a través de los ejercicios lo llevamos tan lejos que la imaginación se pone ante nosotros, entonces el pensar vuelve a vivir en nosotros de tal manera que podemos decirnos a nosotros mismos: Antes el poder del pensar no nos daba ninguna idea de lo que éramos antes de descender de lo espiritual a lo terrenal; ahora que nuestro pensar está vivo de nuevo, miramos hacia atrás a través del pensar imaginativo e inspirativo a nuestra existencia prenatal en el mundo espiritual, ahora reconocemos que antes de que de alguna manera fuéramos llevados a lo físico-corpóreo en la concepción en la tierra, vivíamos en una existencia espiritual. En esto, la existencia está viva. Tal como la concebimos en nuestra conciencia individual del cuerpo físico, está muerta. A través de la imaginación, vuelve a estar viva. Animamos lo que es el alma no nacida. Y así, lo que se alcanza a través de la imaginación y la inspiración, este mundo espiritual en el que vivimos ahora, esta verdadera facultad superior de pensar, esta percepción de formas, de entidades, de acontecimientos espirituales, no es otra cosa que una revitalización de lo que está muerto para la conciencia ordinaria. Pero ahora, dentro de esta revitalización del pensar ordinario convertido en imaginativo e inspirativo, para el hombre de hoy tiene lugar algo que todavía no habría ocurrido para los antiguos griegos, especialmente para los antiguos egipcios o los antiguos persas, que no habría ocurrido para todas aquellas personas de la ciencia de la iniciación que tomaron esta ciencia de la iniciación antes del Misterio del Gólgota. La vitalización en la ciencia de la iniciación antes de que el Cristo descendiera de las alturas espirituales a la tierra es muy diferente a la de nuestra humanidad actual. La historia actual se contempla según los hechos externos. Pero hoy no se tiene en cuenta cómo han cambiado las condiciones anímicas del hombre a lo largo de la historia. Pues esto sólo puede saberse a través de la ciencia iniciática, a través de la clarividencia en sentido exacto. Después de que el hombre ha alcanzado la imaginación y la inspiración, debe decirse a sí mismo: Algo ha ocurrido en mí que me perturba. Menciono esto como un hecho insólito, pues lo chocante es que el hombre de hoy, cuando se eleva a la imaginación y a la inspiración, tiene una verdadera inquietud. Esto se debe a que hoy el hombre, cuando se convierte en un hombre clarividente, debe decirse a sí mismo: Me he vuelto demasiado egoísta a través de mi desarrollo, mi yo se ha vuelto demasiado intenso, mi yo se ha vuelto demasiado fuerte. 
Ningún hombre que esté debidamente instruido en estas cosas dirá lo contrario, a menos que cuente ilusiones, pues sabe que esta inquietud se apodera de la mente del hombre, que el hombre se dice a sí mismo: Mi ego trabaja con demasiada fuerza. Con la gente de la época que precedió al Misterio del Gólgota, esta experiencia era la contraria. Tenían que decirse a sí mismos:  a través de la ciencia de la iniciación, me he vuelto más débil en mi yoidad. Me he vuelto inconsciente en cierto sentido, estoy menos en mí mismo, tengo menos de mí como ser humano, pero como egoidad me fortalezco cuando no tengo ciencia iniciática. Esta es una egoidad naturalmente sana que debe estar presente en la vida ordinaria, y que en cierto sentido era extinguida mediante la iniciación en la persona que vivió antes del Misterio del Gólgota. A través de ella se sentía como si se hubiese derramado en el mundo; se amortiguaba la altura, la fuerza de su conciencia. 
El hombre de hoy se hace más consciente a través de la iniciación: el yo se hace más consciente, se hace más fuerte. La primera persona que sintió que, cuando uno se inicia, el yo necesita algo para no hacerse demasiado fuerte de forma peligrosa fue Pablo. Pablo lo supo desde el acontecimiento que se cuenta de él en el Nuevo Testamento como la experiencia de Damasco. No necesito relatar esto, ya que es bien conocido. Pero lo que Pablo supo a través de su conocimiento, a través del Misterio del Gólgota, es que obtuvo una visión del mundo espiritual. Para poder soportar esta revelación sin peligro, tuvo que debilitar su yo. Y Pablo puso ante el mundo una fórmula universal que puede decir lo que el nuevo iniciado debe decir. Dice así: No yo, sino el Cristo en mí. 
Así es como uno trabaja en el sentido de este poder de Cristo: si uno reconoce que recibe al Cristo en sí mismo en el yo que se ha vuelto demasiado fuerte, entonces uno se impregna del poder de Cristo que ha venido a la tierra a través del Misterio del Gólgota. Entonces el yo vuelve a la persona de la manera correcta. Es una frase universalmente significativa, esta frase de San Pablo: No yo, el Cristo en mí-, proporciona dirección y orientación a aquellos que experimentan el poder del Cristo a través de la iniciación moderna. 
Lo que he descrito en relación con el pensar abstracto de hoy: que es un cadáver que habita en nuestro cuerpo físico en comparación con su esencia en la existencia prenatal, -eso es, como ya he indicado, sólo aplicable al ser humano de la época actual. Sin embargo, hay que imaginar que este hombre de la época actual, es el hombre que se ha ido preparando gradualmente hasta alcanzar su constitución anímica actual, desde el Misterio del Gólgota. El pensar comenzó silenciosamente a tomar el carácter que tiene hoy, en realidad sólo unos siglos después del Misterio del Gólgota, hacia el siglo III o IV. Antes de eso, en todos los pueblos antiguos, el pensar seguía trayendo vida, vitalidad interior a la existencia terrenal. Había traído consigo una vitalidad que antes poseía en la existencia anímico-espiritual. Cualquiera que estudie realmente la evolución de la humanidad con pleno sentido interior en relación con la constitución interna del alma, puede llegar fácilmente a la conclusión de que esto es así. 
Observen todas las antiguas cosmovisiones, las que partieron de la ciencia iniciática y también las que no tuvieron ciencia iniciática: Todas las cosmovisiones que han vivido siguen siendo tales que cuando el hombre miraba al mundo mineral, a los ríos, manantiales, nubes, rayos y truenos, plantas y animales, los veía como a algo espiritual. Tener la creencia hoy en día que la espiritualización de la naturaleza, lo que suele llamarse animismo, surgió de la mera imaginación poética, no es más que una banalidad. Tal animismo nunca ha existido, pero lo que sí existió en las almas humanas fue una forma de pensar que, al mirar las plantas, veía al mismo tiempo a un ser espiritual actuando. Así como el hombre de hoy ve el color verde de las hojas o el color rojo de las flores desde su conciencia ordinaria, el hombre de la antigüedad veía un ser anímico-espiritual; lo veía en las nubes, en los ríos, en las montañas y en los valles. Todo lo que hoy sólo se ve de forma no espiritual, él lo veía interiormente espiritualizado. ¿Por qué lo veía interiormente espiritualizado? Porque tenía en su interior una fuerza viva que había entrado en él. Este pensar se extendía espiritualmente hacia las cosas del mismo modo que hoy extendemos las manos cuando tocamos las cosas. De este modo se capta, diría yo, desde los órganos vivos del pensar hasta los órganos espirituales del tacto, el alma espiritual de las cosas. Pero la vitalidad del pensar, que fue muy intensa en los tiempos antiguos de la historia de la humanidad y a la que sólo se refiere la ciencia iniciática, fue disminuyendo cada vez más. Esta vitalidad del pensar se fue amortiguando cada vez más, y desde el siglo IV después de Cristo se fue constatando que nuestro pensar está muerto en sí mismo, que cuando uno mira hacia fuera, sólo puede ver, en lo vivo, en la existencia vegetal y animal, incluso en la existencia humana externa, cosas muertas a través del pensar sin vida. Y así el hombre de antaño, observándose a sí mismo, aprendió que en él vivía algo que era el pensar vivo, que no era más que la continuación de lo que constituía su ser en el mundo espiritual antes de su nacimiento, de modo que podía decirse conscientemente a sí mismo: Vivo en el mismo elemento viviente en el que vivía antes de tener vida en la tierra. Sentía dentro de sí aquello que había nacido con él y sólo había entrado en el cuerpo físico. Desde el siglo III o IV d.C., el ser humano es diferente. Cuando mira en su interior, siente el pensar muerto. Esta muerte interior gradual del pensar es uno de los acontecimientos históricos más importantes, más significativos. 
Ahora pongamos por caso que en la existencia terrena, no hubiera sucedido nada sino que este pensar hubiera aparecido paulatinamente en la constitución anímica humana como un primer ser viviente. Imaginemos por un breve momento que el desarrollo terrenal hubiera continuado tal como había comenzado, que el desarrollo terrenal hubiera continuado a través del tercer o cuarto siglo después de Cristo tal como habría continuado aunque el Misterio del Gólgota no se hubiera producido en la tierra. ¿Qué habría sucedido con el alma humana si no se hubiera alzado una cruz en el Gólgota? Pues lo que habría sucedido, es que los hombres se habrían sentido muertos en el cuerpo terrenal, que al contemplar la muerte del cuerpo físico habrían tenido que decirse a sí mismos: Con el nacimiento terrenal mi alma comienza a morir, toma parte en la muerte del cuerpo físico. Si no hubiera existido el Misterio del Gólgota, entonces para la humanidad terrena habría sucedido que con la muerte de los cuerpos físicos el alma habría muerto con ellos, al principio en un sentido menos intenso, pero luego se habría prolongado por toda la tierra. Cada vez nos hacemos más conscientes de lo trágico que sería tener que decirnos a nosotros mismos: Los humanos estamos tan apegados a la tierra que morimos después del cuerpo. La vida que tuvimos hasta el siglo III o IV, ahora ya no podemos tenerla. Ahora sólo podemos permitir que nuestra alma comparta el destino de nuestro cuerpo, morirá. Como mucho, la gente podrá decirse: Continuará en la tierra un tiempo, porque la muerte aún no se ha apoderado de todos; pero la muerte llegará a todos. - Pero no es así. El Misterio del Gólgota ha tenido lugar, y no continuará a ser como antes. 
Pero el que ha pasado por la ciencia de la iniciación sigue mirando el Misterio del Gólgota de un modo distinto al que la mente ordinaria puede mirar a través del Evangelio, lo cual no quiere decir nada en contra de este modo de mirar a través de los Evangelios. Este es el primer camino que uno debe seguir cuando echa raíces en el cristianismo. Pero lo que se transmite a la mente más simple a través del Evangelio se desarrolla aún más cuando las personas llegan a la ciencia de la iniciación. Para aquellos que no se aferran a la mera fe, surge un mundo espiritual cuando las personas ascienden de la inspiración a la intuición, que ahora tiene el Misterio del Gólgota como el gran consuelo en la existencia del mundo, especialmente para el iniciado. El iniciado ha sentido previamente, si ha progresado en el camino correcto a través de la imaginación y la inspiración, que su yoidad se ha vuelto demasiado fuerte, no en la medida en que forma la base de la libertad humana, sino en que este yo demasiado fuerte puede forzar el desarrollo que debe salvar al ser humano de lo que ocurriría a través del pensar muerto. Desde el punto de vista de la ciencia de la iniciación, la tragedia del pensar moribundo se hace aún más evidente. Pero la verdad del Misterio del Gólgota se alza en el fondo. Me gustaría decir que mientras que por un lado está el polo en la mente humana que nos dice: Tu ego se ha vuelto demasiado fuerte, quédate ahí fortalecido como ser espiritual, por el otro lado aparece, y de hecho en el momento histórico correcto como un acontecimiento histórico, pero visto supra sensorialmente, el paso de la entidad divina Cristo primero a través del cuerpo de Jesús de Nazaret, luego a través de la muerte en el Gólgota. Si uno pasa por la iniciación de la manera correcta, experimenta por un lado un fortalecimiento del ego en un polo, por otro lado la verdad del Misterio del Gólgota. Detrás de los Evangelios, detrás de lo que uno puede reconocer en términos de contenido a través de la lectura ordinaria, surge una visión y una mirada intuitivas, de las que surgieron en definitiva los propios Evangelios. El iniciado no depende de lo que le dicen los Evangelios. A través del mismo poder mediante el cual obtiene la conciencia descrita de su propia existencia más allá de la muerte, a través de la inspiración y la intuición, también recibe la imaginación y la verdad dadas objetivamente por el mundo exterior, de modo que él mismo podría escribir el Evangelio si no estuviera escrito. Incluso recibe la conciencia correcta de los escritores del Evangelio. Se dice a sí mismo: En los primeros tres o cuatro siglos cristianos todavía había tanto que estaba vivo del tiempo antiguo que personas concretas, en aquel tiempo sin haber estado ellas mismas en la ciencia de la iniciación, podían mirar el Misterio del Gólgota e interpretarlo de la manera correcta. Si los antiguos iniciados de los cuatro primeros siglos cristianos no hubieran interpretado el Misterio del Gólgota en la Gnosis de aquel tiempo, que no es idéntica sino sólo parecida a la antroposofía actual, tampoco habría Evangelios, porque los Evangelios se escribieron a partir de dicha ciencia iniciática al estilo antiguo. Se aprende a reconocer el misterio del Gólgota y al mismo tiempo el origen de los Evangelios teniendo ante la mente los acontecimientos que los primeros evangelistas escribieron en los Evangelios. De este modo aprendemos a reconocer el misterio del Gólgota, aprendemos a reconocer cómo Pablo pudo decir realmente: Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe seguiría siendo vana y, por tanto, nuestra alma seguiría muerta. - En efecto, ahora aprendemos a reconocer lo que habría sucedido si no se hubiera producido el Misterio del Gólgota, si un Dios no hubiera descendido para pasar por un cuerpo humano, para sufrir la muerte en un cuerpo humano y unirse después a los poderes de la tierra. Pues desde entonces se ha unido con las fuerzas de la tierra, y desde el Misterio del Gólgota las fuerzas de Cristo viven con la tierra, es decir, con el desarrollo terrenal de la humanidad, en el que antes no estaban presentes. Lo que Pablo quería decir con el Cristo resucitado era que el Cristo tenía que experimentar y experimentó la muerte, pero que triunfó sobre la muerte, que salió victorioso de ella como ser vivo espiritual con la resurrección y que desde entonces vive con la humanidad para esta humanidad, que sin el Cristo sólo tendría un pensar muerto. Por eso puede recordar que un Dios, el Cristo, descendió a la tierra y vive en la tierra. Mientras que en la antigüedad el propio pensar llevaba todavía su carácter vivo a la vida terrena, desde el siglo III o IV, -antes era más fácil-, el alma terrena puede dejar que su pensar resucite en la visión inmediata del Misterio del Gólgota. A través de la muerte y resurrección de Cristo, esta alma ha sido tan vitalizada en su pensamiento que las personas ya no tienen que morir juntamente con sus cuerpos, como tendrían que hacerlo si no hubiera ocurrido el Misterio del Gólgota. Al levantar la vista de su ego, que se ha vuelto demasiado fuerte, y ver las imágenes del Misterio del Gólgota, el iniciado puede, por así decirlo, leer en el mundo espiritual el desarrollo del alma humana. A través de su visión de este capítulo especial de la ciencia de la iniciación, sabe que Cristo ha devuelto la vida a las almas de los hombres mediante su resurrección. De este modo, la ciencia de la iniciación moderna en el sentido antroposófico conduce a una comprensión interior viva del Misterio del Gólgota. Así pues, no es un camino que se aleja del Cristo, sino un camino hacia el Cristo. El Cristo se encuentra a través de ellos de una manera espiritual. 
Ahora, permítanme concluir con un breve bosquejo de la evolución de la humanidad, tal como surge de la ciencia iniciática moderna, bajo la influencia del Misterio del Gólgota. 
Si nos remontamos a tiempos muy antiguos de la evolución histórica humana, encontramos que la conciencia ordinaria adopta la forma que acabo de caracterizar. El pensar está vivo; el hombre encuentra a su alrededor en todos los seres de la naturaleza, además de lo físico, lo espiritual. Sin embargo, cuando percibe lo espiritual, su conciencia es onírica. Pero en esta conciencia onírica, quisiera decir en esta clarividencia instintiva, existe todavía una conexión original con el mundo espiritual a través del pensar vivo. Pero de entre la multitud de personas de los tiempos primitivos, al igual que los científicos eruditos de hoy, destacaban aquellos que tenían una cierta ciencia iniciática en el sentido antiguo, y se puede llamar ciencia iniciática a todo el conocimiento de los tiempos antiguos, porque el hombre común ya tenía una especie de clarividencia. No habían adquirido lo que he descrito, pero habían alcanzado cierta imaginación, inspiración e intuición. En la intuición de todo tipo, sin embargo, el hombre no sólo experimentaba las imágenes del mundo espiritual, sino que también experimentaba lo que son los propios seres espirituales. Él fluía, por así decirlo, con su ser del yo hacia lo espiritual. Esto se experimentaba a través de la ciencia de la iniciación en los tiempos antiguos del desarrollo humano, de modo que los seres que descendían de los mundos espirituales a los seres humanos, se experimentaba precisamente. No eran seres físicos, ni seres que hubieran podido ser percibidos con los sentidos físicos, ni que hubieran utilizado palabras que hubieran podido ser oídas con los oídos físicos. Eran seres con los que sólo se podía entrar en contacto a través de la visión espiritual. Pero en esa poderosa visión espiritual los iniciados de los tiempos primitivos estaban en contacto con seres que descendían hasta ellos en el cuerpo espiritual, -no en el cuerpo físico-, y que les enseñaban en cierto modo sobre aquello que no podían alcanzar por sí mismos mediante el pensar físico, sobre una existencia anímico-espiritual. Pero ése es el aspecto más esencial de este antiguo conocimiento. Si queremos expresarlo en una frase clara, debemos decir: Los primeros grandes maestros de la humanidad fueron seres espirituales que entraron en contacto con los primeros iniciados de forma espiritual, que les enseñaron los secretos del nacimiento del hombre, los secretos del alma viviente, que descendió sin nacer de los mundos suprasensibles-espirituales. 
En aquellos tiempos antiguos, lo que se conocía directamente a través de revelaciones del propio mundo espiritual era el misterio del nacimiento. El hombre aprendió a ver lo que ya sospechaba a través de su clarividencia instintiva, en plena visión clarividente antigua: que no ha nacido. Aprendió a mirar hacia atrás a través de la antigua ciencia de la iniciación en su destino en su alma espiritual antes de descender a lo físico. Fueron los misterios del nacimiento del hombre los que se enseñaron en la antigüedad. Aunque esto se trataba externamente en los Misterios a través de ciertos cultos, a través de actos de culto, lo que iba a suceder proféticamente, por así decirlo, a través del Misterio del Gólgota, todavía no era como llegó a ser más tarde para el hombre después del Misterio del Gólgota. Antes del Misterio del Gólgota, el hombre no contemplaba la muerte de la misma manera que después. Sabía que no había nacido, que estaba dotado de un alma viva, como lo estaba antes de descender a la vida física. Contaba con que esa alma viva pasaría por la muerte. La muerte aún no se presentaba ante su alma con toda su tragedia. Aún no se decía a sí mismo: Con la muerte podría morir mi alma. - Sabía que su alma estaba viva. Pero a medida que se acercaba el tiempo en el que el pensamiento se hacía cada vez más inanimado y sin vida, en el que el pensar abstracto descendía como el cadáver del mundo espiritual, en el que el hombre experimentaba entonces lo que se hacía cada vez más significativo interiormente, que el hombre exterior muere: a través de los cultos que se practicaban y que apuntaban al Misterio del Gólgota, uno se consolaba de ello. Se decían a sí mismos: los dioses, y por tanto también las almas humanas divinas, no pueden morir, deben resucitar. - Éste era un consuelo que sólo producía el culto, aún no era conocimiento. El conocimiento sólo penetró, más allá de la muerte, a través del Misterio del Gólgota. Allí buscamos a estos antiguos maestros espirituales que habían descendido de los mundos espirituales. Por paradójico que esto pueda sonar al hombre moderno, hay que decirlo desde la perspectiva de la ciencia iniciática: Estos maestros espirituales, que vivían como seres espirituales en el mundo suprasensible, sólo descendieron cuando las personas les abrieron sus almas. Estos maestros espirituales de la humanidad eran aquellos que vivían en el mundo divino y sólo descendían a los hombres como maestros, pero no participaban en los destinos humanos, y que ellos mismos no conocían el misterio de la muerte. 
Este es en sí mismo un misterio importante, que en tiempos muy antiguos la gente esencialmente recibió enseñanzas de mundos superiores que trataban con el misterio del nacimiento, pero no con el misterio de la muerte. La gente aprendía el misterio de la vida de almas que sólo habían pasado por el nacimiento. Y cuando los primeros iniciados cristianos pudieron contemplar el Misterio del Gólgota, oyeron algo que no podían haber oído a través de ninguna antigua sabiduría mistérica: Aprendieron que en aquellos mundos desde los que les fueron dadas a conocer esas sabidurías, no existía el conocimiento de la muerte misma, porque ninguno de esos seres había pasado aún por destinos humanos, es decir, ni ellos mismos habían pasado por la muerte. Estos maestros espiritual-divinos de la humanidad conocían el nacimiento, pero no la muerte. Por causa de un destino extradivino, (außer-göttliches), el pensar llegó a ser tal que las personas tuvieron que vivir con el temor de experimentar la muerte de su alma al mismo tiempo que la muerte de su cuerpo. Y se decidió en el reino de los dioses enviar a un dios a la tierra para que pudiera pasar por la muerte como un dios y obtener para los dioses la experiencia de la muerte. Esto es lo que se revela a través de la contemplación intuitiva del Misterio del Gólgota, a través del cual no sólo ha sucedido algo para los seres humanos, sino a través del cual ha sucedido algo para los dioses. Mientras que antes ,por así decirlo, los dioses sólo podían hablar del misterio del nacimiento a los hombres terrenales, ahora veían cómo la tierra se alejaba poco a poco de las fuerzas que ellos mismos habían puesto en ella, y cómo la muerte se apoderaba del alma. Por eso enviaron al Cristo a la tierra, para que un dios pudiera conocer la muerte humana y vencerla con su poder divino. Este es el acontecimiento divino: los dioses iniciaron el Misterio del Gólgota como un acontecimiento divino en la evolución del cosmos por el bien de sus propios destinos; los dioses también permitieron que este Misterio del Gólgota sucediera por el bien de los dioses. Mientras que antes todos los acontecimientos tenían lugar en mundos espirituales-divinos, ahora descendía un dios y se llevaba a cabo en la tierra un acontecimiento sobrenatural en forma terrenal propiamente dicha. Lo que tuvo lugar en el Gólgota fue, por tanto, un acontecimiento espiritual trasladado a la tierra. Esto es lo importante que aprendemos sobre el cristianismo a través de la moderna ciencia espiritual antroposófica. 
Cuando el hombre dirige entonces su mirada al Misterio del Gólgota, para que pueda ver cómo la Divinidad participa en el desarrollo de la tierra, lo que ha realizado para la tierra, para el destino de la tierra, entonces mirará algo que concierne a los Dioses. Mientras viva con su trabajo sólo aquí en la vida terrestre, aprenderá a desarrollar lo que concierne a la tierra y al hombre. <Hasta ahora sólo se tienen pequeños poderes, que no son suficientes para vencer al ego más fuerte. <Pero si hay que adentrarse en la comprensión y entendimiento del Misterio del Gólgota, entonces se llega a lo sobrenatural que ya no se puede comprender con la mente terrenal, para lo cual se necesita una mente que vaya más allá de lo terrenal. Así pues, sólo mediante el estímulo de la ciencia iniciática podemos contemplar el acontecimiento del Gólgota, que tuvo lugar dentro de nuestra existencia terrenal, como algo que ha sido puesto en la tierra como algo cósmico y terrenal al mismo tiempo. De este modo uno trae a sí mismo el fuerte poder del conocimiento, que ahora le puede llevar realmente a decirse a sí mismo: «A través de los poderes humanos terrenales ordinarios tomo de la tierra todo lo que la tierra me da como ser humano para mi ego. Si miro hacia el Misterio del Gólgota, tomo algo que me eleva por encima de esta tierra, que enciende en mí una vida que de otro modo no podría encenderse: tomo algo suprasensible a través de mi inclinación hacia este Misterio del Gólgota. Reconozco que la humanidad debe tener un sentimiento y un conocimiento interior supersensible de un modo nuevo, a diferencia del modo antiguo, en el que la gente todavía sentía el pensar vivo; que el hombre todavía puede recibir tal conocimiento a través del Misterio del Gólgota, por el que experimenta su pensar muerto, que introduce conscientemente en la existencia supersensible, de modo que puede decir: No soy yo, sino el Cristo en mí quien ahora me hace vivo en la realidad después del Misterio del Gólgota. 
La ciencia iniciática moderna, la antroposofía moderna, quiere dar un estímulo vivo al hecho de que el hombre pueda decir algo así. Puesto que nosotros mismos recibimos este estímulo a través de la ciencia moderna de la iniciación, veremos surgir de ella no una vida antirreligiosa, irreligiosa, sino una vida religiosa profundizada de los seres humanos, en la que nos apartamos conscientemente de lo que nos ha llegado desde la antigüedad. Pero a través del conocimiento científico-espiritual del Misterio del Gólgota, el hombre es conducido más allá de todas las dudas que tan fuertemente se encierran hoy en la vida religiosa, en la enseñanza de la ciencia externa, que ciertamente nos ha hecho hombres libres, que por una parte ha logrado grandes triunfos externos, pero que por otra coloca dudas comprensibles en el corazón del hombre con respecto a su sentido religioso y a los conocimientos de su ser suprasensible. La Antroposofía se propone la tarea de barrer de esta alma humana y de este ser las más fuertes dudas que sólo pueden ser depositadas en el alma humana por la ciencia externa, porque la ciencia antroposófica tiene que superar, precisamente por el espíritu de la ciencia, aquello que la ciencia externa no puede superar. Esta ciencia antroposófica podrá, a su vez, sembrar vida verdaderamente religiosa en el alma humana. Pues no podrá contribuir a la extinción del sentido religioso, pero puede añadir al desarrollo de la humanidad que el hombre reciba de nuevo un sentido religioso para todo, que el hombre reciba una nueva comprensión del cristianismo a través de su inclinación hacia el Misterio del Gólgota, que en realidad sólo puede ser correctamente comprendido y aceptado por todos los hombres a través de él. 
Por el hecho de que el hombre no sólo recibe una revitalización del antiguo sentido religioso, sino que recibe un nuevo sentido religioso a través del conocimiento de esta manera, se puede decir, por tanto, que la Antroposofía no pretende en absoluto algo sectario. No quiere eso, como no lo quiere ninguna otra ciencia. La Antroposofía no quiere formar sectas; quiere ser una servidora de las religiones que ya existen, una revitalizadora del cristianismo en este sentido. No sólo quiere conservar el antiguo sentido religioso, no sólo quiere ser llamada a continuar la antigua vida religiosa; no sólo quiere contribuir al renacimiento, sino a la resurrección de la vida religiosa, porque esta vida religiosa ha sufrido demasiado por la existencia moderna, por la civilización moderna. Por eso la antroposofía quiere ser mensajera del amor, no sólo revitalizadora del antiguo sentido religioso, sino despertadora de la resurrección del sentido religioso interior de la humanidad. 
Traducido por J.Luelmo nov,2024

GA211 La Haya, 13 de abril de 1922. La enseñanza de Cristo resucitado, reflexiones sobre el misterio del Gólgota

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RUDOLF STEINER


La enseñanza de Cristo resucitado, reflexiones sobre el misterio del Gólgota

CONFERENCIA 8

La Haya, 13 de abril de 1922.

Hoy me gustaría hablar de cierto aspecto del Misterio del Gólgota, del que he hablado a menudo en reuniones antroposóficas más reducidas. Pero lo que hay que decir sobre este Misterio del Gólgota es algo tan amplio, pertenece a un campo tan importante y rico, que siempre habrá que iluminar nuevos y nuevos lados de este misterio más grande en el desarrollo humano sobre la tierra para acercarse a este mismo Misterio del Gólgota desde los lados más diversos.
El Misterio del Gólgota sólo será apreciado en su justa medida, si se pone ante la mirada del alma todo el desarrollo de la humanidad que precedió a este Misterio del Gólgota, y el desarrollo que le siguió o seguirá durante el resto del tiempo en la tierra. 
Debemos tener muy claro que cuando hablamos del comienzo del mundo terrenal, es decir, de ese comienzo del que ya podemos hablar de tal manera que ya estaba presente un tipo de pensar, -aunque fuera un pensar onírico, un pensar onírico-imaginativo, pero no obstante un tipo de pensar-, que cuando hablamos de estos tiempos más antiguos de la evolución humana en la tierra, debemos tener muy claro el hecho de que los hombres de entonces, tenían capacidades mediante las cuales podían, si se me permite expresarme de esta manera, entrar en contacto con seres de un orden universal superior. Por mi «Ciencia Oculta» y por otras descripciones, ustedes ya conocen cual es la naturaleza de estos seres de las jerarquías superiores. Hoy en día, la conciencia ordinaria del hombre no sabe mucho acerca de estos seres de las jerarquías superiores. En cierto sentido, su comunicación con ellos está cortada. Este no era el caso en las épocas más antiguas de la evolución humana. Por supuesto, sería erróneo imaginar que el encuentro con tales seres de las jerarquías superiores en aquellos tiempos antiguos, fuera a ser como el de dos personas que se encuentran hoy encarnadas en el cuerpo físico. Por supuesto que no era así. Era un tipo de relación completamente diferente. Lo que estos seres comunicaban al hombre en el lenguaje terrenal primigenio, sólo podía comprenderse con los órganos espirituales. Y lo que estos seres eran capaces de comunicar al hombre eran tremendos misterios de la existencia. Eran misterios que fluían en la mente humana de aquel tiempo, haciendo que despertaran la conciencia en el hombre: Hacia arriba, por así decirlo, hacia ese punto en el que hoy sólo vemos nubes y estrellas, estaba conectada la existencia terrenal con los mundos de los dioses. Los miembros de estos mundos de los dioses, descendieron de forma espiritual a la gente de la tierra, y se revelaron a ellos de tal manera que la gente recibió lo que puede llamarse sabiduría primordial a través de la mediación de estos seres sobrenaturales. Dentro de estas revelaciones primordiales que procedían de estos seres, estaba contenida una cantidad infinita de sabiduría, algo que los hombres no habrían podido comprender por sí mismos en su vida terrenal. Al principio de la vida en la tierra, tal como yo lo expreso aquí, la gente por sí misma, podía comprender muy poco. Lo que se encendía en ellos era como una intuición, un conocimiento intuitivo, que recibían de sus maestros divinos. 
Aquellas enseñanzas divinas contenían mucho, pero no contenían nada que no fuese necesario para la gente de aquel entonces, pero que para la humanidad de hoy es uno de los elementos de conocimiento más importantes. Los maestros divinos hablaban a los hombres de las más diversas verdades y conocimientos, pero nunca les hablaron de lo que realmente subyace a los dos hechos límite de la vida humana en la tierra, nunca les hablaron ni del nacimiento ni de la muerte.
Por supuesto, mi tarea hoy, en este breve tiempo, no puede consistir en hablar de todo, -mucho de lo cual ustedes conocen-, de lo que los maestros divinos dijeron a la humanidad en aquellos tiempos antiguos. Pero me gustaría enfatizar fuertemente que ninguna de estas enseñanzas contenía nada sobre el nacimiento ni la muerte, por la razón de que la gente de aquellos tiempos antiguos, -y durante mucho tiempo a lo largo de la evolución humana en la tierra-, no necesitaba conocer la sabiduría sobre el nacimiento y la muerte. En el transcurso de su evolución en la Tierra, la conciencia de toda la humanidad ha cambiado. Y aunque nunca debemos equiparar la conciencia animal de hoy, ni siquiera la conciencia animal superior de hoy, con la que era la conciencia humana en los tiempos primitivos de la antigüedad, tal vez podamos extraer algunos indicios de la vida animal de hoy, que está sólo un poco por debajo del nivel de lo humano, mientras que la vida del hombre primitivo estaba incluso en cierto modo por encima del nivel de lo humano de hoy, a pesar de que tenía una especie de forma animal en comparación con lo humano de hoy. Si observan ustedes al animal de hoy con un ojo imparcial, se dirán: El animal no se interesa por el nacimiento ni por la muerte porque se encuentra en el estado medio de la vida. Si prescindimos del nacimiento, aunque también es obvio en ese caso, basta pensar en la despreocupación, la falta de interés, el desinterés con que el animal vive hacia la muerte. El animal simplemente admite que le sobrevenga la muerte, acepta esta transformación de su existencia, es decir, el paso de la existencia individual a la existencia del alma grupal, sin darse cuenta de un corte tan profundo en su vida como en el caso del ser humano. 
Ahora bien, como he dicho, en cierto sentido el hombre primitivo de la tierra, a pesar de su forma animal, estaba por encima del animal, poseía una clarividencia instintiva, y a través de esta clarividencia instintiva también era capaz de entrar en contacto con sus maestros divinos. Pero, al igual que los animales actuales, no le interesaba la proximidad de la muerte. Si se me permite decirlo así, no pensaba en la muerte en particular. ¿Y por qué iba a hacerlo? En su clarividencia instintiva aún tenía una clara experiencia dentro de sí, de lo que él había dejado atrás después de haber descendido del mundo espiritual al mundo físico a través del nacimiento. Él sabía que en su propio ser, que en su cuerpo físico contenía algo, y puesto que sabía esto, puesto que sabía exactamente, si puedo decirlo así-: algo eterno vive en mí, no le interesaba la transformación que tiene lugar con la muerte. Le parecía a lo sumo como la muda de piel de la serpiente, cuando tiene que sustituirla por una nueva. Aquello que está presente como una impresión del nacimiento y la muerte, era algo más natural y no tan vehementemente impactante en la vida humana. La gente seguía teniendo una fuerte visión anímica. 
Hoy en día la gente no tiene ningún concepto del alma. Hoy apenas se percibe la transición que hay en los sueños, entre el dormir y el despertar. El sueño, con sus imágenes, está hoy definitivamente del lado del estado dormido, está todavía medio dormido, mientras que lo que el hombre primitivo recibía en imágenes oníricas lo hacía realmente en la vigilia, era una vigilia todavía no completamente formada. El hombre sabía que lo que recibía en estas imágenes oníricas era la realidad. Así sentía y experimentaba su alma. Y no podía plantearse las cuestiones del nacimiento y la muerte con el vigor con el que debe hacerse hoy. 
Este estado era particularmente fuerte en los primeros tiempos de la evolución humana en la Tierra, pero fue disminuyendo gradualmente. Si se me permite decirlo así: la gente se fue dando cuenta cada vez más de que la muerte causa una fuerte incisión en la vida humana, también en la vida del alma. Y a partir de ahí tuvieron que dirigir su atención al nacer. Con respecto a esta diferencia, la vida en la tierra adquirió un carácter cada vez más importante y significativo para la gente, porque al mismo tiempo, la vida interior en la existencia espiritual se desvanecía cada vez más, porque mientras estaban en la tierra se sentían cada vez más apartados de la existencia anímico-espiritual. Y cuanto más se acercaba el hombre al Misterio del Gólgota, más fuerte se hacía este sentimiento. Entre los griegos ya era tan fuerte que percibían la vida fuera del cuerpo físico como una vida en la sombra para el hombre, que ellos miraban hacia la muerte con cierta tragedia. Pues entre lo que la gente tenía como enseñanzas de sus más antiguos maestros divinos, no se encontraba nada acerca de nacer y morir. Y antes del Misterio del Gólgota los hombres estaban expuestos al peligro de que entraran en su vida terrenal las experiencias, de que entraran en su conciencia terrenal, la concepción, la visión de experiencias tales, -el nacimiento y la muerte-, que no comprendían, que eran como algo totalmente desconocido para ellos
Ahora imaginemos que aquellos antiguos y divinos maestros de la humanidad, hubiesen descendido en la época del Misterio del Gólgota, que ellos se hubiesen revelado a unos pocos discípulos o maestros de la humanidad especialmente preparados por los Misterios, que ellos hubieran comunicado el alcance de la antigua sabiduría divina, -que en verdad ha fluido hacia la sabiduría primordial-, a sacerdotes mistéricos preparados: Dentro de todo el amplio alcance de estas enseñanzas no habría habido nada sobre el nacimiento ni sobre la muerte. Dentro de esta sabiduría divina por revelar, el enigma de la muerte no se le habría impartido a la gente en absoluto, ni siquiera en los misterios, y ahí fuera en la vida terrenal habría habido algo observable para la gente, -el nacer y el morir-, que habría sido importante para ellos, de interés fundamental, ¡y los dioses no les habrían dicho nada al respecto! ¿Por qué no?
En efecto, hay que ver este asunto con cierta imparcialidad, hay que desechar algunas ideas que hoy se han convertido simplemente en religión tradicional, y hay que darse cuenta de cosas como las siguientes: Aquellos seres de las jerarquías superiores que eran los maestros divinos del hombre primitivo, nunca habían experimentado el nacimiento y la muerte en sus mundos. Pues el nacimiento y la muerte en la forma en que se experimentan en la tierra, sólo se experimentan aquí y sólo por el hombre en la tierra. La muerte del animal y la muerte de la planta son algo muy diferente de la muerte del ser humano. Y en aquellos mundos de los dioses, donde vivieron los primeros grandes maestros de la evolución humana, no existe el nacimiento ni la muerte, sino sólo la transformación, la metamorfosis de una existencia en otra. De modo que la comprensión íntima, -debemos caracterizarla de este modo-, de morir y nacer, no estaba presente en absoluto en estos maestros divinos. Y junto a estos maestros divinos se incluye toda la hueste de aquellos que estuvieron en conexión con la entidad Yahvé, en conexión con las entidades Bodhisattva, con todos los antiguos fundadores de las cosmovisiones humanas. Sólo tienen ustedes que  observar cómo, por ejemplo, en el Antiguo Testamento en particular, el misterio de la muerte, se presenta cada vez más ante el hombre con una cierta tragedia, y cómo en realidad todo lo que todavía se transmite como enseñanza en el Antiguo Testamento no proporciona al hombre suficiente, a saber, ninguna información interior sobre la muerte. De modo que si en la época del Misterio del Gólgota no hubiera ocurrido nada más que lo que ocurrió en el ámbito de la tierra y de los mundos superiores relacionados con la tierra antes del Misterio del Gólgota, si éste no hubiera llegado, los hombres se habrían enfrentado a una situación terrible en su evolución terrenal: ellos habrían experimentado en la tierra las transiciones del nacimiento y la muerte, que ahora se presentaban de un modo distinto a una mera metamorfosis, que ahora se presentaban como una transición brusca en toda la vida de los hombres, y no habrían podido experimentar nada del significado de la muerte y el nacimiento en la vida terrenal humana. 
A fin de que gradualmente se impartiera a la humanidad la enseñanza sobre el nacimiento y la muerte, era necesario que el Ser que llamamos el Cristo, entrara en el ámbito de la vida terrena, el Cristo que en verdad pertenece a esos mundos de donde también provenían los antiguos Maestros, pero que de acuerdo con una decisión tomada en estos mundos divinos, aceptó para sí mismo un destino diferente al de los demás seres de las jerarquías divinas conectados con la tierra. Se prestó al decreto divino de los mundos superiores para encarnar en un cuerpo terrenal y con su propia alma divina pasar por el nacimiento y la muerte en la tierra.
Por lo tanto, pueden ver que lo que sucedió en el Misterio del Gólgota no es un asunto meramente interno de los hombres o de la tierra, sino que es igualmente un asunto de los dioses. A través del Acontecimiento del Gólgota, los propios dioses adquirieron por primera vez un conocimiento interno del misterio de la muerte y del nacimiento en la tierra, ya que anteriormente no habían tenido parte en ninguno de los dos. Por lo tanto, tenemos ante nosotros este hecho trascendental: un Ser divino resuelto a pasar por el destino humano en la tierra para sufrir el mismo destino, las mismas experiencias en la existencia terrena, como son la suerte del hombre.
Bueno, sobre el misterio del Gólgota se han dado a conocer a la gente muchas cosas. Existe una tradición, existen los Evangelios, existe todo el Nuevo Testamento, y la humanidad actual se acerca al Misterio del Gólgota preferentemente a través del Nuevo Testamento y a través de la explicación del Nuevo Testamento que es posible hoy en día. Pero el modo en que se explica hoy el Nuevo Testamento nos da muy poca visión real del misterio del Gólgota. Es necesario que la humanidad de hoy pase por este conocimiento, que este conocimiento se puede obtener de manera externa, pero que no es más que un conocimiento externo. Hoy en día ni siquiera sabemos cuan diferente era la visión en retrospectiva, en los primeros siglos después del Misterio del Gólgota, cuan diferentemente miraban en retrospectiva hacia este Misterio del Gólgota, aquellos que fueron iniciados en este Misterio del Gólgota, respecto de lo que pudieron hacerlo las personas posteriores, porque precisamente en la época del Misterio del Gólgota, -aunque todo lo que he discutido hubiera sucedido-, todavía quedaban vestigios de una antigua clarividencia instintiva en individuos aislados; Sólo vestigios, pero estos vestigios estaban ahí, a través de los cuales se podía ver retrospectivamente, al siglo IV d.C., a este Misterio del Gólgota de una manera completamente diferente a la posterior. No en vano aquellos que entonces actuaban como maestros, -aunque esto sólo se puede afirmar un poco, a partir de las tradiciones históricas de los más antiguos llamados Padres de la Iglesia y maestros cristianos, aunque es muy insuficiente-, concedían más importancia a esto que a todas las tradiciones escritas. Quiero decir, que recibían la noticia del caminar de Cristo Jesús sobre la tierra, de maestros que lo habían visto cara a cara, maestros que a su vez eran discípulos de los discípulos de los apóstoles ya en los primeros tiempos, o discípulos de los discípulos de los discípulos de los apóstoles etc. El asunto llegó hasta el siglo IV después de Cristo, por lo que se afirmaba que en todas partes existía todavía una conexión viva entre los que seguían enseñando en el siglo IV después de Cristo. Como ya he dicho, los documentos históricos se han borrado en gran parte; sólo quienes los estudian con atención pueden ver aún de forma externa la importancia que se les concedía: yo tuve un maestro, él tuvo un maestro y así sucesivamente, y al final de la cadena se colocaba un apóstol que aún había visto cara a cara al Señor mismo.
De aquel saber se ha perdido ya una cantidad extraordinaria. Pero en los cuatro primeros siglos cristianos, se ha perdido aún más de la sabiduría esotérica real que aún existía, gracias a los restos de las antiguas percepciones clarividentes. Casi todo lo que se sabía entonces sobre el Cristo resucitado, sobre el Cristo que pasó por el Misterio del Gólgota, y luego enseñó a algunos de los discípulos elegidos después de su resurrección en un cuerpo espiritual, tal como lo habían hecho los antiguos maestros de la humanidad primitiva. A lo sumo, los Evangelios indican lo importantes que fueron las enseñanzas  que el Cristo resucitado impartió a sus discípulos, pero incluso allí, en el encuentro de Cristo Jesús con los discípulos que fueron a Emaús y demás, se cita de manera improvisada. Y, por último, la experiencia de Pablo en Damasco también es significada por el propio Pablo como una enseñanza que le dio Cristo Resucitado, que luego convirtió a Saulo en Pablo. En aquellos tiempos antiguos existía la conciencia de que Jesucristo resucitado tenía misterios muy especiales que compartir con la gente. El hecho de que luego no pudieran disponer de ellas, de estas comunicaciones, se debió únicamente a la gente. La gente tuvo que desarrollar esas facultades del alma que luego se convirtieron en la utilización de la libertad humana y del intelecto humano. Esto se hizo especialmente acentuado a partir del siglo XV, pero ya estaba preparado desde el siglo IV de nuestra era. 
Ahora cabe preguntarse: ¿Cuál era el contenido de las enseñanzas que Cristo resucitado pudo dar a sus discípulos elegidos?  Cristo se les apareció de la misma manera en que se habían aparecido los maestros divinos de la humanidad primitiva. Pero ahora él podía decirles, si se me permite decirlo así, en el lenguaje de los dioses, lo que él había experimentado y que sus otros compañeros dioses no habían experimentado, él podía decirles algo desde su punto de vista divino sobre el misterio del nacimiento y de la muerte. Él pudo enseñarles, que en el futuro se produciría tal conciencia diurna para los hombres terrenales, que no pueden percibir directamente el alma eterna en la vida humana y que se extingue en el dormir, de modo que incluso en el dormir esta alma eterna no aparece ante la mirada de la propia alma, pero pudo llamar su atención sobre el hecho de que es posible incluir el Misterio del Gólgota en la visión humana. Él pudo explicarles lo que me gustaría poner en las siguientes palabras. Son palabras débiles y balbuceantes en las que puedo ponerlo, porque nuestros idiomas no dan para más, pero intentaré ponerlo en palabras débiles y balbuceantes. 
El cuerpo humano se ha vuelto gradualmente tan denso, las fuerzas de la muerte se han hecho tan fuertes en él, que el hombre puede ahora desarrollar su intelecto y su libertad; pero esto sólo puede hacerse en una vida que pasa claramente a través de la muerte, una vida, en la cual la muerte forma una clara incisión, haciendo que durante la conciencia de vigilia, se extinga la visión del alma eterna. Pero ustedes pueden recibir cierta sabiduría en sus almas: Esta sabiduría es la de que a través del Misterio del Gólgota algo ha tenido lugar en mi propio ser, -así decía el divino Maestro, el Cristo a sus discípulos iniciados-, con la que podréis colmaros a vosotros mismos, si tan sólo podéis elevaros a la comprensión, de que el Cristo ha bajado de las esferas extraterrenas hasta los hombres terrenales, si tan sólo podéis elevaros a la comprensión de que en la tierra existe algo que no puede ser visto con medios terrenales, que sólo puede ser visto con medios más elevados que los medios terrenales; si podéis ver el Misterio del Gólgota como un acontecimiento de los Dioses, colocado en la vida terrenal, si podéis ver que un Dios ha pasado por el Misterio del Gólgota. Podéis alcanzar la sabiduría terrenal a través de todo lo que ocurre en la tierra. De nada les serviría comprender la muerte de una manera humana, sólo les serviría si ustedes, como las personas más ancianas, ya no pudieran interesarse intensamente por la muerte. Pero puesto que deben interesarse por ella, deben incluir en su discernimiento un poder que es más fuerte que todos los poderes terrenales de discernimiento, tan fuerte que puede decirse a sí mismo: Con el Misterio del Gólgota tuvo lugar algo que rompió todas las leyes naturales terrenales. Si solo pueden aceptar lo que son las leyes naturales terrenales mediante su fe, podrán efectivamente ver la muerte, pero nunca podrán captar su significado para la vida humana. Pero si pueden elevarse a la comprensión de que la tierra sólo ha adquirido un significado por el hecho de que en mitad de la evolución terrenal, algo divino ha tenido lugar con el Misterio del Gólgota, que no puede ser comprendido con los medios terrenales de discernimiento, entonces preparan un poder especial de sabiduría, -y el poder de la sabiduría es lo mismo que el poder de la fe-, un poder especial de Pistis Sophía, un poder de fe y sabiduría. Porque cuando uno dice: Creo, conozco a través de la fe lo que nunca podría creer y conocer con medios terrenales, es un poder fuerte del alma. Es un poder más fuerte que si sólo me atribuyo el conocimiento de lo que puede ser comprendido por medios terrenales. El hombre es débil, -aún cuando también recibiera toda la ciencia de la tierra-, si tan sólo sabe retener en su sabiduría lo que se puede retener con medios terrenales. Aquellas personas que pretenden admitir que lo sobrenatural vive en lo terrenal deben desarrollar una actividad mucho mayor.
Para desarrollar una actividad interior de este tipo, hay que fijarse en el Misterio del Gólgota. Y una y otra vez, con nuevas variantes, esta enseñanza de que un Dios había transitado por los destinos humanos, -porque en el pasado, los dioses nunca habían experimentado destinos humanos en su propia esfera-, y se vinculó a sí mismo con el destino terrenal a través de estos destinos humanos, como digo, esa enseñanza fue impartida por el Cristo resucitado una y otra vez a los discípulos originales. Y tal enseñanza ejerció un gran poder. Háganse cargo por una vez de qué clase de poder puede ejercer, háganse cargo de ello a partir de las circunstancias de hoy. A un hombre que puede comprender todo lo que ha extraído en su pensar de las condiciones terrenales y también de las ideas religiosas tradicionales, que suelen admitirse, se le exigen menos requisitos que a ese hombre del que se espera que se eleve con su discernimiento a la comprensión de que ciertas categorías de dioses no tenían ninguna sabiduría de la muerte ni del nacimiento, hasta que tuvo lugar el Misterio del Gólgota, sino que sólo a partir de entonces adquirieron esta sabiduría para la salvación de la humanidad. Hace falta cierta fuerza para, -digamos-, fundirse con la sabiduría divina. En realidad, para dejar que a uno le prediquen desde algún catecismo: Dios es omnisciente, omnipotente, omnipresente, etcétera, no hace falta ninguna fuerza especial. Basta con anteponer la palabra «omni =todo» delante y ya tenemos la definición de lo divino, pero en un estado lo más difuso posible. La gente de hoy no se atreve, si se me permite decirlo, a inmiscuirse en la sabiduría de los dioses. Pero esto debe hacerse. Y esa sabiduría de los dioses es precisamente la que los propios dioses se han apropiado, mediante el hecho de que uno de los suyos haya pasado por el nacimiento y la muerte humanos. Y el hecho de que esto fuera confiado a los primeros discípulos como un secreto fue enormemente importante. Y la otra cosa tremendamente importante tuvo como consecuencia, que a esos discípulos se les aclarase lo siguiente: Verdaderamente, una vez vivió en el hombre el poder de tener percepciones de la naturaleza eterna de su propia alma. 
Estas percepciones, auténticas percepciones de lo eterno del alma humana, nunca pueden obtenerse mediante el conocimiento cerebral, es decir, mediante el conocimiento intelectual, mental, que utiliza el cerebro como instrumento; ni siquiera pueden obtenerse en realidad a menos que, como los ancianos, la naturaleza venga en ayuda de uno mediante el conocimiento que todavía se alcanza mediante un entrenamiento especial del sistema rítmico humano. El yoga consiguió mucho cuando la antigua clarividencia instintiva aún le ayudaba, cuando los últimos clarividentes instintivos aún practicaban el yoga. El oriental de hoy, el indio, tras el cual muchos occidentales se fijan de una manera tan fantasiosa, no alcanza, cuando hace sus ejercicios, lo que es una visión real del ser eterno del alma humana. Él en su mayor parte vive en ilusiones porque experimenta algo temporalmente, aunque sea algo elemental para la vida en la tierra, y porque en lo que experimenta él interpreta algo de sus libros sagrados. Un conocimiento real, un conocimiento profundo, un conocimiento fundamental de lo divino del alma humana sólo puede alcanzarse de dos maneras. Puede alcanzarse de la forma en que lo alcanzó la humanidad primitiva, o de la forma en que el hombre puede alcanzarlo de nuevo de una forma mucho más espiritual: a través del conocimiento intuitivo, a través de ese conocimiento que se basa en el conocimiento imaginativo, el conocimiento inspirativo y que luego alcanza el conocimiento intuitivo. ¿Por qué? 
Ahora, la parte pensante del alma durante la vida en la tierra, se ha derramado en lo que constituye el sistema neuro-sensorial humano, ya no está ahí por sí misma, ha formado esta estructura plástica y ya no está ahí por sí misma. Y en el sistema rítmico está sólo a medias. Así que lo máximo que se podría obtener de esto son algunas pistas a partir de las cuales se podrían sacar más conclusiones. Sólo en el sistema metabólico, la parte más materialista de la vida en la Tierra, se esconde la verdadera parte eterna del alma humana. Lo que aquí en la tierra se considera como lo más material, lo que vive en el sistema metabólico, es en efecto exteriormente lo más material, pero por ser lo más material, lo espiritual se mantiene separado de ello. Lo espiritual es absorbido por otros elementos materiales, tales como el cerebro y el sistema rítmico, es decir, ya no está ahí de forma independiente. Está hundido en la burda materialidad. Pero con esta burda materia el hombre debe ser capaz de ver, percibir, mirar. Esto, que estaba presente en la humanidad primitiva, no es deseable hoy en día, pero a veces sigue estando presente en un estado patológico. Muy poca gente sabe, por ejemplo, que el secreto del estilo de Nietzsche en su obra «Zaratustra», se basa en el hecho de que ingirió ciertas sustancias, venenos, y que estos venenos produjeron en él el ritmo peculiar, el estilo peculiar de «Zaratustra». En la mente de Nietzsche había una materialidad muy concreta. Esto es, por supuesto, algo patológico, aunque sea, en cierto sentido, algo grandioso. Pero uno no debe hacerse ilusiones sobre estas cosas si quiere entenderlas, del mismo modo que no debe hacerse ilusiones sobre lo contrario, sobre la intuición, etcétera. Hay que tener claro lo que significa que Nietzsche ingiriera ciertos venenos, -que no hay que imitar-, que sencillamente actúan en el organismo humano de tal manera que conducen a una etereoidad, a un tipo de existencia etérea en el organismo humano, que pulverizan a través del sistema de pensamiento y con ello provocan lo que podemos rastrear en el «Zaratustra» de Nietzsche. La intuición nos permite percibir lo anímico-espiritual como tal, separado de lo material. Ya no hay nada material cuando se describe esta intuición, como en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?» o en «La Ciencia Oculta». Ambos son polos opuestos. 
Pero en esos misterios en los que habló el Cristo resucitado, todavía se sabía que el hombre tuvo una vez un saber supremo de lo material, un saber metabólico. No de la misma manera que lo hizo la humanidad primitiva, ni de la manera degenerada en que lo hicieron los consumidores de hachís y otros, para obtener de los efectos de la materia un conocimiento que no se podía obtener sin ella, no querían revivir así el antiguo conocimiento material con un fin determinado, sino de otra manera: 
Envolviéndolo en el ritual, envolviéndolo en ciertas fórmulas mántricas, sobre todo en toda la estructura del misterio del ofertorio, del sacrificio, de la transubstanciación, de la comunión, envolviendo en estas formas estructurales el misterio del Gólgota, dando la Cena del Señor al hombre como pan y vino. No dándole veneno, sino dándole la Comunión y sólo envolviendo esta Comunión en lo que emana de las fórmulas mántricas del Sacrificio de la Misa y de lo que reside en la cuádruple división de la Misa - Evangelio, Ofertorio, Consagración y Comunión. Pues después de la Comunión, una vez terminada la cuarta parte del Sacrificio de la Misa, debe tener lugar la Comunión propiamente dicha de los fieles, y se ha querido al menos dar a entender que debe recuperarse un conocimiento que conduzca a lo que el antiguo conocimiento metabólico conducía instintivamente. Sí, este conocimiento metabólico es difícil de captar para la gente de hoy, porque no tienen ni idea de cuánto más sabe un pájaro, por ejemplo, que un ser humano, -aunque no sea de forma intelectual, abstracta, racional-, o cuánto más sabe un camello que un ser humano, un animal que vive enteramente dentro del metabolismo. Este conocimiento sólo es un conocimiento opaco, un conocimiento onírico. La degeneración de lo que el hombre primitivo tenía en su metabolismo está presente hoy. Pero el sacramento del altar pretende ser una luz orientadora, desde las primeras enseñanzas cristianas como una luz orientadora hacia la recuperación de un conocimiento de lo eterno en el alma humana. 
En aquel tiempo, cuando Cristo, que había pasado por la muerte, enseñaba a sus discípulos iniciados, la gente no podía llegar a tal conocimiento por sí misma. Pero él les enseñaba. Y en los cuatro primeros siglos cristianos, este conocimiento seguía vivo en cierto modo. Luego se osificó en la Iglesia Católica Romana, que conservó el sacrificio de la Misa, pero ya no tenía una interpretación sobre tal sacrificio. El sacrificio de la Misa, concebido como una continuación de la Cena del Señor, tal y como se describe la Cena del Señor en la Biblia, naturalmente no tiene sentido a menos que primero se le interprete un significado. El hecho de instituir el sacrificio de la Misa con su maravilloso ritual, su imitación de los cuatro capítulos mistéricos, se remonta al hecho de que Cristo resucitado, era también el maestro de aquellos que podían recibir estas enseñanzas en un sentido esotérico más elevado. Durante los siglos siguientes sólo pudo permanecer lo que era, por así decirlo, una especie de enseñanza infantil sobre el Misterio del Gólgota. Se desarrolló una habilidad que al principio ocultaba, encubría este conocimiento del Misterio del Gólgota. Se suponía que primero la gente se arraigaba plenamente en lo que estaba relacionado con la muerte. Esta es la primera civilización medieval. Las tradiciones se han conservado. En algunas sociedades secretas de la actualidad, todavía se reúnen personas que tienen fórmulas en sus escritos que, para aquellos que comprenden estas fórmulas, que primero vuelven a reconocer el asunto, recuerdan bastante a lo que fueron las enseñanzas del Cristo resucitado a sus discípulos iniciados. Pero esas personas que se unen hoy en todo tipo de sociedades masónicas y todo tipo de sociedades secretas, no entienden lo que vive en sus fórmulas, básicamente no tienen ni idea. Pero uno sería capaz de leer mucho de estas fórmulas, porque en ellas vive mucho en letras muertas, sólo que no sucede. Pero después de que la humanidad, en su evolución, haya pasado por un período que fue una especie de oscuridad en relación con el Misterio del Gólgota, ha llegado ahora el momento en que el anhelo humano exige que también obtengamos un conocimiento más profundo del Misterio del Gólgota. Y esto sólo puede suceder por la vía antroposófica. Sólo puede suceder mediante el surgimiento de un nuevo conocimiento que actúe de un modo puramente espiritual. Entonces volveremos a una comprensión plenamente humana del Misterio del Gólgota. Entonces uno aprenderá a comprender de nuevo, que las enseñanzas más importantes no fueron impartidas a la humanidad por el Cristo que vivió en el cuerpo físico hasta el Misterio del Gólgota, sino después del Misterio del Gólgota por el Cristo resucitado. Se comprenderán mejor las palabras de un iniciado como lo fue Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe». - Sabía, por la experiencia de Damasco, que todo dependía de la comprensión de Cristo resucitado, de la unión del poder de Cristo resucitado con el hombre, de tal manera que el hombre pudiera entonces decir: No yo, sino Cristo en mí. 
Por el contrario, es demasiado característico que en el siglo XIX surgiera una teología que ya no quiere saber nada real de Cristo resucitado. Al fin y al cabo, es un síntoma significativo de la época que un profesor de teología de Basilea (Suiza), Overbeck, amigo de Nietzsche, escribiera como teólogo un libro sobre el cristianismo de la teología actual, en el que intenta demostrar que la teología actual ya no es cristiana. Puede que todavía haya algunas cosas que sean cristianas, -según uno de estos teólogos cristianos-, pero la teología que enseñan los teólogos cristianos ciertamente no es cristiana. Esto es, a grandes rasgos, lo que opina el teólogo cristiano Overbeck, y lo demuestra muy ingeniosamente en su libro Esta visión. 
La humanidad ha llegado tan lejos en su comprensión del Misterio del Gólgota, que hoy en día las personas que menos saben decir sobre este Misterio del Gólgota, son las que están oficialmente empleadas por su iglesia para decir a la gente algo sobre el Misterio del Gólgota. De ahí surge el anhelo, el anhelo humano, de poder experimentar algo sobre lo que todo el mundo puede experimentar en su interior, la necesidad de Cristo. La Antroposofía, como se ha demostrado en las últimas conferencias, tiene hoy muchos servicios que ofrecer a la humanidad. Un servicio importante será el religioso. No se trata de fundar una nueva religión. Con el acontecimiento que consistió en que un Dios atravesara el destino humano del nacimiento y la muerte, la tierra ya ha recibido su significado de tal manera, que este acontecimiento nunca podrá ser superado. Después del cristianismo, -esto para quienes conocen los fundamentos del cristianismo está muy claro-, ya no se puede fundar una nueva religión. Se entendería mal el cristianismo si se creyera que se puede fundar una nueva religión. Pero a medida que la humanidad misma avance más y más en el conocimiento suprasensible, el misterio del Gólgota y, por tanto, la entidad de Cristo, serán comprendidos más y más profundamente. La Antroposofía quiere contribuir a esta comprensión de un modo que quizá sólo ella pueda hacerlo en la actualidad.  Pues en casi ningún otro lugar se puede hablar así de la relación en la antigüedad de los divinos maestros originales de la humanidad, que hablaban de todo menos del nacimiento y la muerte, - porque ellos mismos no habían pasado por tal nacimiento ni muerte-, y de aquel maestro que todavía se aparecía a sus discípulos iniciados en la misma forma en que ellos habían aparecido, los divinos maestros originales de la humanidad, pero que tenía importantes instrucciones y enseñanzas, tal como un Dios presenció el destino humano del nacimiento y la muerte. A partir de esta comunicación de un Dios a la humanidad, los hombres deben adquirir la fuerza para mirar la muerte, en la que ahora deben interesarse, de tal manera que puedan decirse a sí mismos: La muerte esta ahí, pero no puede dañar el alma. El misterio del Gólgota estaba ahí para que la gente pudiera decirse esto a sí misma. San Pablo sabía que si no estuviera ahí, si Cristo no hubiera resucitado, el alma se vería enredada en el destino del cuerpo, osea, la disolución de los elementos del cuerpo en los elementos de la tierra. Si Cristo no hubiera resucitado, si no se hubiera unido con las fuerzas terrestres, entonces el alma humana, en el período que va entre el nacimiento y la muerte, se uniría con el cuerpo humano de tal manera, que esta alma también se uniría con todas las moléculas que se unen con el cuerpo humano, ya sea través del fuego, (incineración) o a través de la descomposición, con la tierra. Sucedería un día que al final de la vida terrestre las almas humanas seguirían el camino establecido por la materia de la tierra. Pero el Cristo, al pasar por el Misterio del Gólgota, arrebata a las almas humanas de este destino. La tierra seguirá su camino en el universo. Pero al igual que el alma humana puede emerger del cuerpo humano individual, la totalidad de las almas humanas también podrá desprenderse de la tierra y pasar a una nueva existencia universal. 
Así de íntimamente, Cristo está ligado a la existencia terrenal. Pero esto sólo puede comprenderse si se aborda el misterio de este modo. 
Tal vez en la mente de algunos se plantee la idea: ¿Qué pasa con los que no pueden creer en Cristo? Para tranquilizarles, quisiera decir al final: Cristo murió por todos, incluso por los que hoy no pueden conectar con Él. El misterio del Gólgota es un misterio objetivo, al cual el saberlo o no no aporta nada. Pero este saber humano fortalece las fuerzas internas del alma humana. Y todos los medios del conocer humano, del sentir humano, de la voluntad humana deben ser aplicados para que en el curso del ulterior desarrollo terrenal, la presencia de Cristo en la evolución terrenal pueda también estar presente en el hombre subjetivamente, a través del conocimiento directo. 
Traducido por J.Luelmo nov.2024

GA211 Dornach, 31 de marzo de 1922. La naturaleza del hombre y su expresión en el arte griego

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RUDOLF STEINER


La naturaleza del hombre y su expresión en el arte griego

CONFERENCIA 5

Dornach, 31 de marzo de 1922.

Con el fin de comprender algunos aspectos cosmológicos, hoy visualizaremos las fuerzas que mantienen unido al ser humano durante su vida en la Tierra. Sabemos que el ser humano está constituido, -considerando lo que aquí en la vida terrena lo forman-, por el cuerpo físico, el cuerpo de fuerzas formativas, que también puede llamarse cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo. Imaginemos cómo podemos describir estos cuatro miembros del ser humano. El cuerpo físico es, después de todo, lo que le viene al ser humano como resultado de las fuerzas terrestres que actúan para él, por así decirlo. En el tiempo que el hombre pasa entre la muerte y un nuevo nacimiento, él no tiene que ver con este cuerpo físico. Por las observaciones que hice en las conferencias inmediatamente anteriores vimos que la entidad humana, cuando desciende de los reinos anímico-espirituales a una encarnación física, está hasta cierto punto espiritualmente muerta y debe recobrar su fuerza interior mediante la inmersión en el cuerpo físico. Sin embargo, esta misma corporeidad física nace hasta cierto punto, de las fuerzas de la tierra y se une con lo que desciende del mundo anímico-espiritual. Pero poco antes de que el ser humano llegue a la encarnación física en la tierra, aún no dispone de las fuerzas formativas o cuerpo etérico. El cual, al igual que el cuerpo físico, también está inicialmente conectado con el ser humano para la existencia terrenal. Sólo que todas estas fuerzas formativas o cuerpo etérico tienen una relación diferente con el universo que el cuerpo físico. 
Si buscamos en el cuerpo físico del ser humano con respecto a sus fuerzas, encontramos en él las fuerzas del propio planeta  Tierra. Pero cuando nos acercamos al cuerpo etérico o formativo del ser humano, encontramos en él más bien las fuerzas del cosmos, las fuerzas de todo el universo. Por otra parte, el cuerpo astral y el yo humanos contienen fuerzas, que no se encuentran realmente en el espacio exterior del universo, que, si se nos permite la expresión, no son del mundo al que pertenece la tierra. En realidad, la Tierra se esfuerza continuamente por reclamar para sí el cuerpo físico del hombre, por incorporarlo a su propio ser sustancial. El universo, por el contrario, tiene una tendencia constante a dispersar el cuerpo etérico del hombre por todo el universo. Cuando el ser humano está en el estado comprendido entre dormirse y despertarse, las fuerzas que actúan en lo que queda en la cama, en el cuerpo físico y en el cuerpo de fuerzas formativas, son en realidad tales que el cuerpo físico quiere constantemente conectar con la tierra, si puedo decirlo así. Quiere asemejarse a la tierra, quiere volverse completamente térreo. Las fuerzas formativas o cuerpo etérico quiere dispersarse en el universo. Y cuando nos despertamos por la mañana y nos encontramos de nuevo con nuestros cuerpos físico y etérico, ocurre que cuando entramos en el cuerpo físico, éste nos dice: «La tierra me ha sujetado durante toda la noche, la tierra quería moldearme hasta convertirme en polvo. Sólo porque me mantuviste unido ayer y los días anteriores en la tierra a través de tu yo y tu cuerpo astral, seguí siendo un cuerpo físico; las fuerzas de sujeción siguieron actuando en mí. Del mismo modo, las fuerzas formativas o cuerpo etérico dicen: «Precisamente porque he adoptado el hábito de ser como tú, (como el cuerpo físico), he mantenido la forma humana.  En realidad, las fuerzas del universo quisieron dispersarme a los cuatro vientos durante la noche mientras dormías, mientras estabas lejos de mí
Cada vez que nos despertamos, básicamente tenemos que hacer un esfuerzo para volver a tomar posesión de nuestro cuerpo físico. En realidad, desde el momento en que nos dormimos hasta que nos despertamos, él quiere estar perdido para nosotros. Esta toma de posesión la llevamos a cabo a través del yo. Si se le entrena para ello, el yo puede sentir realmente como si quisiera tomar posesión del cuerpo físico de nuevo cada mañana. El cuerpo astral puede sentir al despertar, que debe parecerse al cuerpo etérico. El cual ya tendía a adoptar una forma no humana. El cuerpo astral debe a su vez forzarlo a volver a la forma humana. Es como si dijéramos: Durante el sueño el cuerpo físico pierde la tendencia a dejarse poseer por el yo, y el cuerpo etérico pierde la tendencia a tener una forma parecida a la humana. Revolotea. De modo que, en realidad, la forma que tiene nuestro cuerpo físico no es más que el resultado del trabajo del yo en nuestra entidad humana. En el estado actual del alma, la gente no se conmueve mucho por algo así, que puede expresarse con las palabras: Cuando YO vuelva a mi cuerpo físico en el estado de vigilia, primero debo volver a tomar posesión de él. Él quería perderse, y el cuerpo etérico quería revolotear.
 Supongamos, sin embargo, que hubiera habido una época en la que las personas todavía tenían una clara sensación de esta batalla que tiene lugar entre el yo y el cuerpo astral, por un lado, y el cuerpo físico y el cuerpo etérico, por otro, cada vez que se despiertan. Entonces, precisamente porque tenían esta sensación clara, también habrían tenido la sensación de que debe ser algo muy especial si el ser humano tuviera que abandonar sus cuerpos físico y etérico de forma bastante repentina como consecuencia de algo. 
Cuando, en condiciones terrenales normales, una persona abandona sus cuerpos físico y etérico, esto sucede porque el cuerpo físico, ya sea por enfermedad o por vejez, se ha vuelto terrestre en un alto grado, de modo que quiere unirse con la tierra, o la persona ha llevado su cuerpo físico hasta el punto en que el yo ya no puede poseerlo, etcétera. Pero supongamos que ocurriera de repente que el yo y el cuerpo astral tuvieran que abandonar el cuerpo físico y el cuerpo etérico completamente sanos y sin lesiones, de modo que en el sentido más elevado tuvieran todavía la tendencia a ser poseídos por el yo y a ser semejantes al cuerpo astral, ¿Qué tendría que ocurrir entonces?
En una persona de edad avanzada podría haber surgido el siguiente pensamiento: Bien, entonces este cuerpo físico no podría descomponerse fácilmente. Sólo puede descomponerse si ya tiene la tendencia a descomponerse en sí mismo, como por enfermedad o envejecimiento o cosas por el estilo. Pero si el cuerpo astral y el yo tuvieran que abandonar repentinamente el organismo humano plenamente sano, en el que está presente el cuerpo formativo, entonces la forma humana tendría que permanecer, porque la tendencia a ser poseído por el yo y el cuerpo astral sigue estando plenamente presente. La forma humana tendría que permanecer. El ser humano tendría que volverse como una estatua. El cuerpo físico no podría desintegrarse, el cuerpo etérico no podría desdibujarse, porque la separación habría sido demasiado rápida. El hombre tendría que convertirse en una estatua. 
Niobe
Tal sentimiento parece haber existido realmente alguna vez. Todos conocen la leyenda griega de Niobe, que tuvo siete hijos y siete hijas sanos y que una vez, por abundancia de salud, se burló de la madre de Apolo y Artemisa porque a pesar de ser una diosa sólo tenía dos hijos: Apolo y Artemisa. Ella, Niobe, se negó a sacrificarse, y la venganza del dios o de los dioses cayó sobre ella. Vio morir repentinamente a sus siete hijas y siete hijos, muertos por las flechas de Apolo y Artemisa. Ella vio todo el campo de cadáveres de sus catorce retoños ante ella, y su yo y su cuerpo astral se unieron en el dolor con lo que veía a su alrededor. Ustedes ya conocen la doble vertiente de Niobe, que se convierte en estatua, a su alrededor los siete hijos, las siete hijas, a medida que van llegando a la muerte. Ella misma se convierte en una estatua. Sus cuerpos físico, y etérico deben separarse del yo y del cuerpo astral. Pero debido a que estaban tan llenos de vida desbordante que la propia Niobe llegó al punto de burlarse de la diosa con sus dos retoños, no podían perder la inclinación hacia el yo, ni el cuerpo etérico podía separarse del cuerpo astral. Niobe se convirtió en una estatua. Una obra de arte así surgió sin duda a raíz de un profundo sentido de la cosmovisión, de algo que se percibía como una verdad desde la cosmovisión de la época. Simplemente se sentía: Si Niobe no hubiera estado tan llena de vida que hubiera podido acudir a la redención de la diosa Latona, (madre de Apolo y Artemisa), entonces podría haber muerto de tal manera que su cuerpo físico se hubiera desintegrado. Pero estaba tan llena de vida que se rebeló contra los dioses, de modo que vivió plenamente dentro de este cuerpo físico. Y así vemos qué siente el genio griego: Debido a la rápida salida del yo y del cuerpo astral del cuerpo físico y etérico, Niobe se convierte en una estatua. 
Si echamos la vista atrás en la evolución de la humanidad, el arte siempre está estrechamente vinculado a los sentimientos asociados a la cosmovisión de una época determinada. Pero también podemos ver esto de muchas otras maneras. Volvamos una vez más nuestra atención a cómo el hombre debe tomar posesión de su cuerpo físico cuando despierta, ya que este cuerpo físico quiere asemejarse a la tierra. Si Niobe hubiera podido dormir siquiera una noche después de su dolorosa experiencia, entonces ya no podría haberse convertido en una estatua, pues entonces el cuerpo físico ya habría absorbido las fuerzas para asemejarse a la tierra, es decir, para desintegrarse. Es por eso, que la entidad humana debe volver a tomar posesión del cuerpo físico todas las mañanas, y el cuerpo astral debe, de manera similar, moldear el cuerpo etérico todas las mañanas, modelarlo plásticamente de nuevo para que adopte una forma semejante a la humana.
Durante el desarrollo griego, hubo una época en la que se percibía claramente que el hombre debía desarrollar fuerzas cada mañana para tomar posesión de su cuerpo físico. El griego tenía cierta satisfacción en la posesión de su cuerpo físico, y puesto que sabía que cada mañana debía volver a tomar posesión de él, sentía la necesidad de fortalecer las fuerzas que podían tomar posesión del cuerpo físico, y también las que hacen fuerte al cuerpo astral, a fin de que el cuerpo etérico volviera a ser semejante a él cada mañana.
Si una persona estuviera despierta y siguiera conscientemente todo el proceso que tiene lugar cuando se despierta, se diría cada mañana al despertarse: «¡Que no pierda mi cuerpo físico, que vuelva a entrar correctamente en este cuerpo físico!». El hombre tendría miedo de no poder entrar en el cuerpo físico correctamente. El griego de los tiempos antiguos sabía mucho acerca de este miedo, y sabía también que, el cuerpo etérico tiene una tendencia peculiar cada noche a revolotear en cuatro formas diferentes, a convertirse en algo que es como un ángel, que es como un león, que es como un águila y que es como un buey.  Cada mañana, desde el cuerpo astral, hay que esforzarse de nuevo por sintetizar estos cuatro miembros del cuerpo etérico, si se me permite la expresión, de tal manera que se conviertan en un verdadero ser humano. Pero a los griegos les gustaba la vida en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico. A menudo les he citado el dicho que nos llega de Grecia: «Mejor un mendigo en la tierra que un rey en el reino de las sombras», en el inframundo. El griego amaba esta existencia física. Por eso también quería fortalecerse en la posesión de su cuerpo físico, en la semejanza del cuerpo etérico con el ser humano. Y como ven, de esta tendencia surgió la tragedia. Y Aristóteles todavía da una definición de la tragedia, que indica claramente que básicamente los griegos no concebían la tragedia de la forma en que la concibe el hombre moderno. No sé si alguien tiene otra experiencia, pero la mayoría de las veces he comprobado que la gente de hoy cree que las tragedias existen por la razón de que cuando uno se ha pasado todo el día haciendo lo que conlleva el día, le gusta sentarse unas horas por la noche para experimentar de una forma más o menos emocionante algo que no es una experiencia real, sino sólo una imagen. 
Los griegos no pensaban así en la época en que la cultura griega estaba surgiendo gradualmente. Para los griegos, la vida era una cosa, y todo lo que ponían en la vida era algo que realmente pertenecía a la totalidad de esta vida. Y para él, la tragedia era el medio a través del cual el hombre podía poseer adecuadamente su cuerpo físico y moldear su cuerpo etérico. Y la tragedia se desarrollaba de tal manera que, al contemplarla, el hombre debería sentir miedo y piedad. ¿Por qué habría de sentir miedo el hombre ante la tragedia? Él debía experimentar miedo porque al experimentar este miedo se fortalece su poder para tomar posesión del cuerpo físico de la manera correcta cada mañana. Y debe sentir compasión, porque a través de esto su cuerpo astral se fortalece cada mañana para moldear el cuerpo etérico de la manera correcta. ¡Ponme tragedias delante!, decía el griego, entonces podré tomar posesión de mi cuerpo físico adecuadamente, construir mi cuerpo etérico adecuadamente, entonces podré ser un verdadero ser humano en el sentido más completo de la palabra. El griego quería ser un hombre de verdad en su existencia terrenal. Además de las otras cosas que introdujo en su cultura, la tragedia también debía servir a este propósito. Por supuesto, esto presupone que en aquellos tiempos más antiguos se sabía que lo anímico-espiritual, el yo y el cuerpo astral del hombre están conectados con lo físico y lo etérico del hombre. 
Aristóteles da una definición de la tragedia. Dice: La tragedia es la imitación de una acción mediante la cual se despiertan el miedo y la piedad, de modo que el hombre experimenta la catarsis, la crisis del miedo y la piedad, mediante la excitación del miedo y la piedad. Crisis, catarsis, son expresiones tomadas de la antigua medicina griega, el arte de curar, e incluso entonces, cuando Aristóteles ya había desarrollado el helenismo hasta la pedantería, la tragedia seguía siendo percibida por él como algo curativo, algo fortalecedor para el hombre.
Intentemos visualizar, en la vida ordinaria este término «catarsis», que también procede de los Misterios, -y a menudo hemos explicado lo que significa en los Misterios-.
Cuando una persona se enferma internamente, ¿Qué ocurre en realidad? En la persona se produce un sufrimiento y un dolor que normalmente no están presentes. Empieza a sentir su organismo, a sentirlo de alguna manera, a sentirlo de una forma que no siente en la vida normal, la digamos llamada vida sana. Inicialmente en la vida sana, no se percibe ningún dolor. Cuando se enferma, algo empieza a doler, a causar dolor. Pero esto no significa otra cosa que el yo y el cuerpo astral no están unidos al cuerpo físico y al cuerpo etérico de la manera correcta, -perdonen la expresión un tanto burda. Si ahora la persona es conducida de nuevo a la curación, a la recuperación, entonces el yo y el cuerpo astral reciben la fuerza para volver a unirse de la manera correcta. El yo y el cuerpo astral reciben mayor poder sobre el cuerpo físico en el proceso de curación que el que tenían antes de la curación.
Supongamos que una persona enferma de pulmón. Su yo y su cuerpo astral no están correctamente conectados con las partes etérica y física de los pulmones. Lo que tiene lugar durante el proceso de curación es de nuevo la conexión correcta. Y la crisis consiste precisamente en que fuera de la conexión correcta, el yo y el cuerpo astral reciben la fuerza para volver a conectarse correctamente después. Lo que ocurre de forma externa en la enfermedad, los griegos lo veían ocurrir continuamente de forma interna en el ser humano. 
El griego pensaba así: Si el hombre no hace nada por sí mismo, su yo y su cuerpo astral se vuelven cada vez más ajenos al cuerpo físico y etérico. Son cada vez menos capaces de tomar posesión del cuerpo físico y cada vez menos capaces de moldear el cuerpo etérico a su antojo. Hay que sacarlos para que puedan volver a entrar de la manera correcta. Hay que impregnar el cuerpo astral de sufrimiento, de compasión. Y el yo debe inundarse de miedo. Cuando el yo experimenta miedo, se fortalece. Y el yo sobrevive a este miedo porque sólo se presenta a través de la imagen. Así que el yo no perece bajo el miedo, sobrevive al miedo, atraviesa la crisis, la catarsis, y así tiene más fuerza para volver a tomar posesión del cuerpo físico cada mañana. Del mismo modo, mediante la compasión, mediante la contemplación del sufrimiento, el cuerpo astral se fortalece para parecerse cada vez más al cuerpo etérico. 
Así que esto puede mostrarles, que en Grecia, se percibía en el arte algo que, por un lado, está totalmente relacionado con el ser humano, como muestra la figura de Niobe, o lo que se supone que actúa en el proceso de convertirse en humano y en el proceso de la educación humana. La mirada griega siempre estuvo centrada en el ser humano concreto y se puede decir que desde la época griega se ha perdido realmente la propia esencia del hombre.
Esto es especialmente evidente cuando se observa al joven Goethe. Goethe en sus primeros años, aprendió mucho sobre el mundo, sobre el mundo que le rodeaba, sobre la forma de pensar y de sentir de la gente. E incluso aprendió mucho sobre la forma en que las personas, aparte de las de gran importancia y genio, intentan hacerse una idea del mundo. Pero para Goethe supone una lucha, -ya lo he comentado aquí-, crecer en su entorno cultural. Porque sabemos que en los últimos cuatro o cinco siglos, el mundo cultural se había intelectualizado y Goethe sentía ese intelectualismo que se había derramado sobre todo. Él lo expresó así en «Fausto»: La filosofía se ha intelectualizado, el derecho se ha intelectualizado, la medicina se ha intelectualizado, incluso la teología se ha intelectualizado. Fausto estudió todo esto. Pero el mero pensamiento que vive en todo esto es para él algo ajeno a la realidad. Quiere relacionar los fundamentos espirituales de la existencia consigo mismo. Ese es básicamente el sentimiento de Goethe. Esta intelectualización del hombre moderno, Goethe naturalmente tuvo que admitirla, porque ese era el desarrollo de los tiempos. El desarrollo de la humanidad acababa de llegar a este punto. Pero para él era una lucha, porque después de todo, el pensar no abarca intensamente todo lo humano. Él se sentía ajeno al mundo porque veía que el mundo que le rodeaba se desarrollaba como un mundo mental-intelectual.
Una de esas personas que, cuando Goethe era joven, tendía con cierta naturalidad y vigor hacia el intelectualismo, era Lessing. Goethe podría haber conocido a Lessing en Leipzig. Lo evitó porque Lessing era demasiado intelectualista para él. Herder, más tarde en Estrasburgo, no lo era. A pesar de su intelectualismo, Herder estaba lleno de sentimientos y emociones y había llegado a una visión global del mundo. Goethe podía acercarse a él. Lessing era algo inquietantemente inteligible para él. Lo evitaba.
A partir de este estado de ánimo, también se puede entender cómo Goethe, a cierta edad, ya no podía evitar salir de este mundo en el que se quiere pensar en todo. En cierta época de Weimar, a Goethe le habría encantado salirse de su pellejo, aunque le iba extraordinariamente bien; aunque era idolatrado en la corte de Weimar, no podía soportarlo. No podía soportar toda aquella situación. Tampoco podía soportar eso: Este Herder, estudiaba a Spinoza. Pero Spinoza es básicamente toda una maquinaria de pensamiento, maravillosa, pero cuando te enroscas en esta maquinaria de pensamiento te alejas del mundo.
Y por eso tuvo que irse a Italia, porque quería descubrir al hombre. Quería descubrir al ser humano en el sentimiento del arte griego, del arte antiguo, que se había vuelto ajeno al hombre moderno. Goethe tenía sed de descubrimiento, de la experiencia del hombre. Y en el fondo, toda la antroposofía no es otra cosa que una visión del mundo que surge del anhelo de encontrar al hombre en todo su ser, de responder a la pregunta: ¿Qué es este ser humano? ¿Cuál es su posición en la vida?
Por esto, sin embargo, las cosas que han sido colocadas en el desarrollo de la civilización a partir del sentimiento pleno del ser humano, como la tragedia, o una obra de arte como el grupo Niobe, gradualmente se vuelven más y más vívidas. Tomemos este grupo de Niobe. Niobe, en su alma, es decir, en su yo, en su cuerpo astral, vive completamente fuera; se proyectan completamente en la esfera de donde procede su dolor. El alma es arrancada por el dolor. El cuerpo sigue impregnado por las fuerzas del yo y del astral. La forma permanece, la forma se mantiene firmemente unida. Se convierte en estatua, la Niobe. 
Tomemos el caso contrario: no hay razón alguna para que el yo y el cuerpo astral sean expulsados del cuerpo físico y del cuerpo etérico, y sin embargo son expulsados porque el cuerpo físico y el cuerpo etérico son destruidos desde afuera, debido a que son sacados del yo y del cuerpo astral. Así que este yo y el cuerpo astral tienen que salir. Pero como el cuerpo físico y el cuerpo etérico son destruidos desde fuera, se les da una forma que, por un lado, sigue al poder destructor y, por otro, hace literalmente visible cómo son expulsados el yo y el cuerpo astral. Este no tiene por qué ser el caso de Niobe; allí es repentino. Pero supongamos que Niobe no se precipitara fuera de su cuerpo físico y etérico mirando el campo cadavérico de su vástago, sino que le sucediera algo a sus cuerpos físico y etérico, haciendo que el alma fuera expulsada. Entonces no se vería en el cuerpo físico y etérico cómo se convierten en una estatua, ni cómo se congelan, por así decirlo, en la materia, en la materia moldeada, sino que se vería que el yo sigue trabajando ahí dentro, que el cuerpo astral sigue esforzándose por formar el cuerpo etérico. Esto también se formó en Grecia: Ese es el Laocoonte. Se puede entender el Laocoonte si se penetra en el conocimiento de que es lo contrario de Niobe, de que el cuerpo físico y el cuerpo etérico son destruidos desde el exterior y de que el conjunto lucha con el Yo y con el cuerpo astral, que son forzados a salir. De modo que en cada moldeado, en el moldeado de la boca, en el moldeado de la cara, en la sujeción de los brazos, en las formas que asumen los dedos, ven ustedes en Laocoonte que se reproduce la situación de la que estoy hablando ahora. 
Laocoonte
Debemos llegar de nuevo a tales conocimientos, pues de lo contrario el intelectualismo, que en verdad está profundamente justificado para los tiempos modernos, alejará al hombre de una verdadera visión, de un verdadero conocimiento de la naturaleza, de la realidad.
Basta pensar en cómo Lessing se esforzó por explicar el grupo del Laocoonte. Básicamente lo explicó de forma bastante externa. Por supuesto, digo esto con el debido respeto por el gran Lessing. Pero si ustedes leen su explicación, dice: Cuando un poeta habla de Laocoonte, a Laocoonte se le permite gritar, porque no se ve cómo abre la boca cuando grita. Pero cuando el escultor lo esculpe, se le ve abrir la boca, lo que no está permitido. Eso es bastante externo: ¡el poeta debe hacerlo así, el escultor debe hacerlo de otra manera! Por supuesto, lo que Lessing consiguió es algo extraordinariamente significativo.  Se puede decir que estas cosas hay que tratarlas con el debido respeto, pero hay que darse cuenta de que el tratamiento que Lessing hace del grupo de Laocoonte no contiene nada que explique toda la figura de Laocoonte aparte de la situación. Para ello es necesario, como dije en la introducción a estas reflexiones, tener una visión adecuada de las fuerzas que mantienen unido al hombre en sus cuatro miembros.
En la era del intelectualismo se ha perdido por completo esta visión de conjunto. Esta era del intelectualismo básicamente ya no sabía qué hacer con lo que el hombre es. Y fue precisamente en la era del intelectualismo cuando perdimos la apreciación de todas las cosas. Eso es lo que Goethe sentía tan decididamente y lo que le llevó al punto de no soportar realmente que el intelectualismo se extendiera incluso al arte. El joven Goethe no podía soportar todo el tipo de arte de Corneille-Racine, porque allí el intelectualismo moldea lo dramático de un modo intelectualista.
Goethe, en cambio, recurre a Shakespeare, que partiendo de todas las contradicciones de la naturaleza, él crea. Goethe encuentra así que Shakespeare es algo así como el intérprete del espíritu del propio mundo. Goethe siente esto muy profundamente porque percibe esta irrupción del intelectualismo. No es cierto, he señalado a menudo que Hamlet puede ser visto como un discípulo de Fausto. Que Hamlet, -el Hamlet de Shakespeare, por supuesto, no el Hamlet de Saxo Grammatikus-, pudo haberse sentado como discípulo a los pies de Fausto en Wittenberg durante los diez años que Fausto llevó a sus alumnos de la mano, le quedó claro de inmediato a Goethe. Él por supuesto, no mencionó los detalles; pero la persona que ahora dijera: Ahora, gracias a Dios, he estudiado filosofía, jurisprudencia, medicina y, para mi salvación, teología, - naturalmente no podría sentir un íntimo placer cuando encuentra, digamos, al príncipe danés artísticamente formado ante él, pronunciando el monólogo: Ser o no ser-, y que habla de esa tierra de la que aún no ha regresado ningún viajero, aunque justo antes haya hablado el fantasma del mismísimo anciano Hamlet, ¡que por tanto debe de tener una memoria terriblemente corta si no puede recordar en el momento en que pronuncia el soliloquio que acaba de hablar con su padre, que ha regresado de esa tierra desconocida! 
Un intelectualista no haría eso, por supuesto. Y ya he conocido a intelectuales así. Han dicho: sí, Hamlet no fue escrito por un solo poeta, el soliloquio lo escribió otra persona, y luego se mezcló. ¡Eso es lo que hicieron con Homero! 
Es muy fácil demostrar que toda una serie de personas podrían haber escrito «Hamlet», porque esas contradicciones existen en todas partes, porque esas contradicciones existen en la realidad. Y Goethe sintió el lado más rico de la realidad frente al lado más pobre del intelectualismo. Y así es como hay que entenderle. 
Si quieren divertirse con todo lo que es espantoso en «Hamlet» y que demuestra que Shakespeare puede caer en una contradicción en cualquier momento, sólo tienen que leer al profesor Rümelin, el famoso Rümelin de Heidelberg, que ya señalaba todas estas cosas en detalle en su ensayo sobre Shakespeare. Pero hay una diferencia entre lo que Goethe consideraba arte, en cuanto llamaba al artista parlante intérprete del espíritu del mundo, y lo que -incluso en Heidelberg- se transmite como ciencia.
Y si comparan lo que Lessing dijo sobre el Laocoonte y las bellas observaciones de Goethe al respecto, por supuesto que no encontrarán aún en las observaciones de Goethe lo que conduce a una verdadera comprensión, porque Goethe no tenía aún la antroposofía, pero encontrarán un avance significativo sobre los argumentos de Lessing. 
En Goethe encontrarán por todas partes referencias a lo que acabo de decir. De modo que se puede decir, por ejemplo: «De lo que Goethe comentó sobre el grupo del Laocoonte, salta ya todo lo que he dicho sobre él». Y por eso ya se puede decir que el goetheanismo, en su correcta continuación, conduce absolutamente a la antroposofía, hasta en los detalles.
Traducido por J.Luelmo nov.2024