RUDOLF STEINER
El conocimiento de Cristo a través de la Antroposofía
CONFERENCIA 10
Londres, 15 de abril de 1922.
Ayer me tomé la libertad de hablar sobre el camino que conduce desde el mundo físico-sensorial a lo supra sensorial, camino que la antroposofía actual debe definir, como el que conduce a una cierta clarividencia exacta, a una videncia exacta. He dicho una clarividencia exacta, porque nuestra época debe exigir una clarividencia exacta. Todas las épocas han tenido clarividencia, como base de la ciencia iniciática, pero aceptaban esta clarividencia como algo que surgía del ser humano de forma elemental, o al menos algo que se producía de forma elemental, y aquellas personalidades que llegaban a tal ciencia espiritual, dependían entonces en su mayoría, de la autoridad de quienes les habían precedido en la posesión de tal ciencia iniciática. En la época actual del desarrollo humano ya no se nos permitiría depender de tal principio de autoridad, pues ello estaría en contradicción con lo que el hombre actual debe exigir según su constitución anímica. Tenemos una ciencia exacta desde hace tres, cuatro, cinco siglos. Por supuesto, esta ciencia exacta no es todavía una ciencia iniciática. Pero esta ciencia exacta ejerce un cierto control sobre el método de investigación, sobre el método de pensamiento. Ejerce un control a partir de la plena conciencia de la personalidad humana, y hoy tal control debe ser ejercido continuamente, por aquel que como investigador espiritual, quiere llegar a la clarividencia exacta en el sentido antroposófico . Si permitimos que lo que se puede alcanzar en la comprensión del cosmos, en la comprensión del ser humano, actúe sobre nosotros a partir de tal clarividencia, entonces no funciona meramente del modo en que puede funcionar una visión teórica del mundo, no meramente como una suma de ideas que uno conoce sobre lo espiritual, sobre los mundos suprasensibles, sino que esta ciencia moderna de la iniciación trabaja al mismo tiempo como una fuerza, una fuerza espiritual-viva, que puede penetrar y fecundar a todo el ser humano en todas sus facultades. Ya hemos podido demostrarlo en cierto modo haciendo efectivo en el trabajo artístico lo que de otro modo sólo aparece en forma de ideas sobre el mundo espiritual.
El Goetheanum de Dornach, esta Escuela de Ciencia Espiritual, se fundó gracias a los sacrificios de algunos amigos de la causa antroposófica, está en construcción, está tan avanzada que ya hoy se puede trabajar en ella, de hecho durante mucho tiempo, aunque todavía no esté terminada. Si otro movimiento espiritual hubiera tenido motivos para erigir un edificio así, lo natural habría sido que este movimiento hubiera recurrido a un maestro de obras conocido que hubiera levantado un edificio de estilo antiguo, renacentista o gótico o de cualquier otro estilo, tal como se quiere levantar un edificio hoy en día. Esto no pudo hacerse con el Goetheanum de Suiza. Habría contradicho la cosmovisión antroposófica, que no sólo quiere introducirse en las ideas, que quiere ser vida en el campo de la actividad humana. Apenas es necesario decir que es imperfecta. Yo mismo soy mi crítico más severo a este respecto. Por imperfecto que sea el Goetheanum hoy como edificio, como obra de arte, como conjunto, era necesario, sin embargo, erigir este Goetheanum en un nuevo estilo arquitectónico, un nuevo estilo artístico, porque la Antroposofía quiere llevarlo como modelo a la humanidad moderna. Es por todo ello que en Dornach, en el Goetheanum, encontramos formas arquitectónicas que se extraen de la misma vida de la que se extraen las ideas sobre lo suprasensible, tal como son proclamadas por la Palabra. Así que todo lo que se puede encontrar en Dornach en términos de escultura y pintura es llevado por un nuevo estilo, del que se dice que nació la antroposofía en la vida moderna. Cualquiera que visite esta Escuela de Ciencia Espiritual comprobará que desde su podio, por un lado, se proclama con palabras la cosmovisión antroposófica pero que las formas arquitectónicas, las obras de arte pictóricas, expresan de forma artística lo que se expresa con la palabra. Lo que puede obrar desde el escenario sólo debe ser otra forma de revelación que la que se puede hacer a través de la Palabra.
La antroposofía no debe expresarse sólo con palabras, sino que debe brotar de profundas raíces humanas, de las cuales la antroposofía teórica es sólo una rama, de las cuales la artística y la educativa son otras ramas. Así, la vida antroposófica es un factor en las más diversas áreas de la existencia humana. Hoy en día se encuentra la llamada Escuela Waldorf de Stuttgart, en la que la Antroposofía no debe ser enseñada a los niños por adultos, como se suele hacer, porque no es una escuela de cosmovisiones del mundo. Allí la educación religiosa es enseñada por sacerdotes católicos, por pastores protestantes según sean sus puntos de vista religiosos. Y para aquellos que no necesitan una educación religiosa especial, de los cuales hay muchos en Alemania, se les proporciona una traducción religiosa de la Antroposofía especialmente preparada para ellos en relación con la religión. Pero lo que se pretende lograr con la escuela Waldorf se consigue cuando lo antroposófico se traslada a la vida, al arte realmente práctico de la educación, a la pedagogía y a la didáctica, a todo lo que es instructivo y educativo en general. Lo que hace el maestro, el modo de educar, de enseñar, eso es lo que está vivo en toda su personalidad. Se enciende por medio de la antroposofía.
Quiero destacar esta segunda área, para mostrar que la antroposofía quiere tener un efecto vivo en las más diversas áreas de la existencia humana. Pero ese efecto particularmente vivo puede tenerlo, y en muchos aspectos ya lo ha obrado sobre las necesidades religiosas de la humanidad. Quisiera hablarles de cómo afecta a estas exigencias religiosas, en la medida en que la humanidad civilizada se une a la comprensión del misterio del Gólgota, precisamente a través de la reflexión de hoy. Tendré que retomar lo que ayer caractericé como el camino antroposófico hacia el mundo suprasensible. Demostré que a través de ciertos ejercicios del alma uno puede llegar primero a adquirir conocimiento imaginativo. Este conocimiento imaginativo vive en el alma humana de tal manera que el hombre está en condiciones de recibir, a través de su mero poder de pensar, que de otro modo sólo le proporciona pensamientos sombríos y abstractos, imágenes que viven con la misma energía en el alma, son tan intensas como las imágenes que se acercan al hombre en la percepción sensorial. Del mismo modo que solemos pensar en colores cuando nos rendimos a las impresiones de nuestros ojos, como solemos pensar en sonidos cuando nos entregamos a las impresiones de nuestros oídos, así experimentamos nuestros pensamientos en el conocimiento imaginativo. Si podemos experimentar nuestros pensamientos interiormente, si no aparecen meramente en contornos abstractos, sino como imágenes llenas de contenido, entonces estamos en cognición imaginativa. Ayer indiqué que el organismo temporal, el cuerpo de fuerza formativa del hombre, puede ser visto a través del conocimiento imaginativo. Pero debemos ser conscientes de que cuando ascendemos a este conocimiento imaginativo, tenemos algo imaginativo dentro de nosotros. El investigador antroposófico se diferencia del alucinador o del médium en que llega a la clarividencia exacta, en que es capaz de reconocer, de ver a través de él, de que sólo hay imágenes que al principio sólo viven en el ser humano mismo. Aunque tengamos el cuerpo de fuerza formativa, a través del cual reconocemos que una fuerza formativa plástica, ha obrado en nuestro organismo terrenal desde nuestro nacimiento, sólo sabemos algo subjetivo acerca de él. Pero luego mencioné que se puede, por así decirlo, eliminar, borrar las imágenes que se tienen, como se hace por ejemplo con la conciencia vacía. Pero entonces ya no se tienen esas imágenes subjetivas que se tenían al principio. Pero esta conciencia vacía contiene el poder de recibir tales imágenes del exterior. Es importante que nosotros, como investigadores antroposóficos, seamos conscientes de que la primera forma de imaginación debe ser erradicada; que entonces tengamos una conciencia vacía que esté tan despierta en sí misma que tenga el poder energético de recibir sólo tales imágenes, imágenes puramente espirituales, del mundo exterior. Así pues, primero tenemos la imagen de nuestra propia vida anímico-espiritual, antes de descender de los mundos espirituales para habitar nuestro cuerpo físico. Sin embargo, también podemos reconocer imágenes objetivas de lo anímico-espiritual en nuestro entorno. Dicha imagen objetiva se añadirá entonces si tenemos un conocimiento inspirado.
Para el investigador antroposófico, las revelaciones del mundo espiritual fluyen hacia su conciencia vacía, ahora se trata de imágenes objetivas, ya que previamente las ha creado subjetivamente en su interior mediante el perfeccionamiento de su pensar a través de ejercicios exactos. ¿Qué aprendemos sobre nosotros mismos cuando recibimos la conciencia vacía, que de esta manera se llena de imaginaciones objetivas a través de la cognición inspirada? Aprendemos lo que ya conocíamos antes de descender del mundo espiritual al mundo físico. Pero también experimentamos algo más. Experimentamos lo que hemos traído a nuestra existencia física desde el mundo espiritual: Para nuestra conciencia, esto es inicialmente sólo el poder del pensar. Es un descubrimiento significativo que hacemos allí. Los filósofos le dan muchas vueltas sobre cómo surgió este pensar, mientras que el antropósofo sabe que este pensar nunca pudo salir del cuerpo físico, sino que es el poder que traía del mundo espiritual antes de descender a la tierra.
Allí este pensar era algo muy diferente de lo que es en la conciencia terrenal ordinaria. Aquí nuestro pensar es abstracto, sólo apto para pensar en lo muerto. Aquí el que se toma en serio la ciencia iniciática de los tiempos modernos debe poner ante la humanidad algo que tal vez hoy no se escuche fácilmente. Quisiera ilustrar lo que he dicho con una comparación. En el lado opuesto de la existencia humana limitada en la tierra al nacimiento, está la muerte. Con la muerte dejamos atrás el cuerpo. Lo que queda de nuestro cuerpo físico después de la muerte es el cadáver terrenal, pero el cadáver pasará a su elemento, la tierra, mediante el enterramiento, ya sea por fuego o por tierra. Después de haber pasado por la muerte, deja de seguir las leyes que le fueron imprimidas por el alma humana desde su nacimiento. El cadáver sigue ahora las leyes terrestres. Ya no lleva nada anímico, nada espiritual, en el sentido del hombre, de lo humano, sigue las mismas leyes de la naturaleza que siguen los minerales de fuera en cuanto que tienen su existencia en el reino de la naturaleza. Este es, cuando se produce nuestra muerte, el destino físico del cuerpo físico humano . Tal muerte, -esto hay que reconocerlo-, se produce también cuando el alma desciende de la existencia anímico-espiritual para incorporarse a un cuerpo físico mediante el nacimiento. El alma penetra en este cuerpo físico del ser humano de la misma manera que el cuerpo físico del ser humano penetra en los elementos de la tierra tras la muerte. Pero para nuestra conciencia, lo primero que notamos del mundo espiritual es nuestro pensar, es nuestra fuerza de pensar. Y nuestra fuerza de pensar es el cadáver de lo anímico-espiritual. Mientras que antes de la existencia terrenal del hombre, lo anímico-espiritual tenía su propia vida en el mundo espiritual, el hombre sólo absorbe el cadáver de la fuerza del pensar que tenía antes. Traemos con nosotros en nuestro cuerpo físico, nuestro pensar, el cadáver anímico de la existencia anímica, -al igual que la tierra atrae el cadáver físico después de nuestra muerte física-. Puesto que esto es así , a eso se debe que el conocimiento actual sea tan insatisfactorio, pues el hombre, mientras lleva en sí el cadáver de su alma, sólo capta en cierto sentido la naturaleza sin vida, y creer que mediante los experimentos de hoy logrará algo distinto de sólo la naturaleza sin vida, es una quimera. Por supuesto, se avanzará más allá de la mera representación de lo inanimado, se representarán corporalidades orgánicas. Pero no se las comprenderá con el pensar no desarrollado, con el pensar de la conciencia personal, aunque uno mismo las hubiera producido en el laboratorio. Con este pensar, que es el cadáver del alma, que está espiritualmente muerto, sólo se comprende lo muerto.
Esta es una verdad que debe ser aceptada con total imparcialidad, porque uno debe darse cuenta de que a lo largo de la evolución de la humanidad, hubo una época en la que la gente absorbió este pensar muerto, este pensar abstracto. Pero sólo a través de este pensar abstracto, que no tiene vitalidad interior, que no ejerce ninguna compulsión sobre el hombre interior, puede el hombre alcanzar la libertad. Por eso la libertad se desarrolla desde la muerte. Veremos más adelante lo que conseguimos ahora mediante el pensar imaginativo, inspirativo e intuitivo, como indiqué ayer. Esta es la vitalización real del pensar muerto. Si a través de los ejercicios lo llevamos tan lejos que la imaginación se pone ante nosotros, entonces el pensar vuelve a vivir en nosotros de tal manera que podemos decirnos a nosotros mismos: Antes el poder del pensar no nos daba ninguna idea de lo que éramos antes de descender de lo espiritual a lo terrenal; ahora que nuestro pensar está vivo de nuevo, miramos hacia atrás a través del pensar imaginativo e inspirativo a nuestra existencia prenatal en el mundo espiritual, ahora reconocemos que antes de que de alguna manera fuéramos llevados a lo físico-corpóreo en la concepción en la tierra, vivíamos en una existencia espiritual. En esto, la existencia está viva. Tal como la concebimos en nuestra conciencia individual del cuerpo físico, está muerta. A través de la imaginación, vuelve a estar viva. Animamos lo que es el alma no nacida. Y así, lo que se alcanza a través de la imaginación y la inspiración, este mundo espiritual en el que vivimos ahora, esta verdadera facultad superior de pensar, esta percepción de formas, de entidades, de acontecimientos espirituales, no es otra cosa que una revitalización de lo que está muerto para la conciencia ordinaria. Pero ahora, dentro de esta revitalización del pensar ordinario convertido en imaginativo e inspirativo, para el hombre de hoy tiene lugar algo que todavía no habría ocurrido para los antiguos griegos, especialmente para los antiguos egipcios o los antiguos persas, que no habría ocurrido para todas aquellas personas de la ciencia de la iniciación que tomaron esta ciencia de la iniciación antes del Misterio del Gólgota. La vitalización en la ciencia de la iniciación antes de que el Cristo descendiera de las alturas espirituales a la tierra es muy diferente a la de nuestra humanidad actual. La historia actual se contempla según los hechos externos. Pero hoy no se tiene en cuenta cómo han cambiado las condiciones anímicas del hombre a lo largo de la historia. Pues esto sólo puede saberse a través de la ciencia iniciática, a través de la clarividencia en sentido exacto. Después de que el hombre ha alcanzado la imaginación y la inspiración, debe decirse a sí mismo: Algo ha ocurrido en mí que me perturba. Menciono esto como un hecho insólito, pues lo chocante es que el hombre de hoy, cuando se eleva a la imaginación y a la inspiración, tiene una verdadera inquietud. Esto se debe a que hoy el hombre, cuando se convierte en un hombre clarividente, debe decirse a sí mismo: Me he vuelto demasiado egoísta a través de mi desarrollo, mi yo se ha vuelto demasiado intenso, mi yo se ha vuelto demasiado fuerte.
Ningún hombre que esté debidamente instruido en estas cosas dirá lo contrario, a menos que cuente ilusiones, pues sabe que esta inquietud se apodera de la mente del hombre, que el hombre se dice a sí mismo: Mi ego trabaja con demasiada fuerza. Con la gente de la época que precedió al Misterio del Gólgota, esta experiencia era la contraria. Tenían que decirse a sí mismos: a través de la ciencia de la iniciación, me he vuelto más débil en mi yoidad. Me he vuelto inconsciente en cierto sentido, estoy menos en mí mismo, tengo menos de mí como ser humano, pero como egoidad me fortalezco cuando no tengo ciencia iniciática. Esta es una egoidad naturalmente sana que debe estar presente en la vida ordinaria, y que en cierto sentido era extinguida mediante la iniciación en la persona que vivió antes del Misterio del Gólgota. A través de ella se sentía como si se hubiese derramado en el mundo; se amortiguaba la altura, la fuerza de su conciencia.
El hombre de hoy se hace más consciente a través de la iniciación: el yo se hace más consciente, se hace más fuerte. La primera persona que sintió que, cuando uno se inicia, el yo necesita algo para no hacerse demasiado fuerte de forma peligrosa fue Pablo. Pablo lo supo desde el acontecimiento que se cuenta de él en el Nuevo Testamento como la experiencia de Damasco. No necesito relatar esto, ya que es bien conocido. Pero lo que Pablo supo a través de su conocimiento, a través del Misterio del Gólgota, es que obtuvo una visión del mundo espiritual. Para poder soportar esta revelación sin peligro, tuvo que debilitar su yo. Y Pablo puso ante el mundo una fórmula universal que puede decir lo que el nuevo iniciado debe decir. Dice así: No yo, sino el Cristo en mí.
Así es como uno trabaja en el sentido de este poder de Cristo: si uno reconoce que recibe al Cristo en sí mismo en el yo que se ha vuelto demasiado fuerte, entonces uno se impregna del poder de Cristo que ha venido a la tierra a través del Misterio del Gólgota. Entonces el yo vuelve a la persona de la manera correcta. Es una frase universalmente significativa, esta frase de San Pablo: No yo, el Cristo en mí-, proporciona dirección y orientación a aquellos que experimentan el poder del Cristo a través de la iniciación moderna.
Lo que he descrito en relación con el pensar abstracto de hoy: que es un cadáver que habita en nuestro cuerpo físico en comparación con su esencia en la existencia prenatal, -eso es, como ya he indicado, sólo aplicable al ser humano de la época actual. Sin embargo, hay que imaginar que este hombre de la época actual, es el hombre que se ha ido preparando gradualmente hasta alcanzar su constitución anímica actual, desde el Misterio del Gólgota. El pensar comenzó silenciosamente a tomar el carácter que tiene hoy, en realidad sólo unos siglos después del Misterio del Gólgota, hacia el siglo III o IV. Antes de eso, en todos los pueblos antiguos, el pensar seguía trayendo vida, vitalidad interior a la existencia terrenal. Había traído consigo una vitalidad que antes poseía en la existencia anímico-espiritual. Cualquiera que estudie realmente la evolución de la humanidad con pleno sentido interior en relación con la constitución interna del alma, puede llegar fácilmente a la conclusión de que esto es así.
Observen todas las antiguas cosmovisiones, las que partieron de la ciencia iniciática y también las que no tuvieron ciencia iniciática: Todas las cosmovisiones que han vivido siguen siendo tales que cuando el hombre miraba al mundo mineral, a los ríos, manantiales, nubes, rayos y truenos, plantas y animales, los veía como a algo espiritual. Tener la creencia hoy en día que la espiritualización de la naturaleza, lo que suele llamarse animismo, surgió de la mera imaginación poética, no es más que una banalidad. Tal animismo nunca ha existido, pero lo que sí existió en las almas humanas fue una forma de pensar que, al mirar las plantas, veía al mismo tiempo a un ser espiritual actuando. Así como el hombre de hoy ve el color verde de las hojas o el color rojo de las flores desde su conciencia ordinaria, el hombre de la antigüedad veía un ser anímico-espiritual; lo veía en las nubes, en los ríos, en las montañas y en los valles. Todo lo que hoy sólo se ve de forma no espiritual, él lo veía interiormente espiritualizado. ¿Por qué lo veía interiormente espiritualizado? Porque tenía en su interior una fuerza viva que había entrado en él. Este pensar se extendía espiritualmente hacia las cosas del mismo modo que hoy extendemos las manos cuando tocamos las cosas. De este modo se capta, diría yo, desde los órganos vivos del pensar hasta los órganos espirituales del tacto, el alma espiritual de las cosas. Pero la vitalidad del pensar, que fue muy intensa en los tiempos antiguos de la historia de la humanidad y a la que sólo se refiere la ciencia iniciática, fue disminuyendo cada vez más. Esta vitalidad del pensar se fue amortiguando cada vez más, y desde el siglo IV después de Cristo se fue constatando que nuestro pensar está muerto en sí mismo, que cuando uno mira hacia fuera, sólo puede ver, en lo vivo, en la existencia vegetal y animal, incluso en la existencia humana externa, cosas muertas a través del pensar sin vida. Y así el hombre de antaño, observándose a sí mismo, aprendió que en él vivía algo que era el pensar vivo, que no era más que la continuación de lo que constituía su ser en el mundo espiritual antes de su nacimiento, de modo que podía decirse conscientemente a sí mismo: Vivo en el mismo elemento viviente en el que vivía antes de tener vida en la tierra. Sentía dentro de sí aquello que había nacido con él y sólo había entrado en el cuerpo físico. Desde el siglo III o IV d.C., el ser humano es diferente. Cuando mira en su interior, siente el pensar muerto. Esta muerte interior gradual del pensar es uno de los acontecimientos históricos más importantes, más significativos.
Ahora pongamos por caso que en la existencia terrena, no hubiera sucedido nada sino que este pensar hubiera aparecido paulatinamente en la constitución anímica humana como un primer ser viviente. Imaginemos por un breve momento que el desarrollo terrenal hubiera continuado tal como había comenzado, que el desarrollo terrenal hubiera continuado a través del tercer o cuarto siglo después de Cristo tal como habría continuado aunque el Misterio del Gólgota no se hubiera producido en la tierra. ¿Qué habría sucedido con el alma humana si no se hubiera alzado una cruz en el Gólgota? Pues lo que habría sucedido, es que los hombres se habrían sentido muertos en el cuerpo terrenal, que al contemplar la muerte del cuerpo físico habrían tenido que decirse a sí mismos: Con el nacimiento terrenal mi alma comienza a morir, toma parte en la muerte del cuerpo físico. Si no hubiera existido el Misterio del Gólgota, entonces para la humanidad terrena habría sucedido que con la muerte de los cuerpos físicos el alma habría muerto con ellos, al principio en un sentido menos intenso, pero luego se habría prolongado por toda la tierra. Cada vez nos hacemos más conscientes de lo trágico que sería tener que decirnos a nosotros mismos: Los humanos estamos tan apegados a la tierra que morimos después del cuerpo. La vida que tuvimos hasta el siglo III o IV, ahora ya no podemos tenerla. Ahora sólo podemos permitir que nuestra alma comparta el destino de nuestro cuerpo, morirá. Como mucho, la gente podrá decirse: Continuará en la tierra un tiempo, porque la muerte aún no se ha apoderado de todos; pero la muerte llegará a todos. - Pero no es así. El Misterio del Gólgota ha tenido lugar, y no continuará a ser como antes.
Pero el que ha pasado por la ciencia de la iniciación sigue mirando el Misterio del Gólgota de un modo distinto al que la mente ordinaria puede mirar a través del Evangelio, lo cual no quiere decir nada en contra de este modo de mirar a través de los Evangelios. Este es el primer camino que uno debe seguir cuando echa raíces en el cristianismo. Pero lo que se transmite a la mente más simple a través del Evangelio se desarrolla aún más cuando las personas llegan a la ciencia de la iniciación. Para aquellos que no se aferran a la mera fe, surge un mundo espiritual cuando las personas ascienden de la inspiración a la intuición, que ahora tiene el Misterio del Gólgota como el gran consuelo en la existencia del mundo, especialmente para el iniciado. El iniciado ha sentido previamente, si ha progresado en el camino correcto a través de la imaginación y la inspiración, que su yoidad se ha vuelto demasiado fuerte, no en la medida en que forma la base de la libertad humana, sino en que este yo demasiado fuerte puede forzar el desarrollo que debe salvar al ser humano de lo que ocurriría a través del pensar muerto. Desde el punto de vista de la ciencia de la iniciación, la tragedia del pensar moribundo se hace aún más evidente. Pero la verdad del Misterio del Gólgota se alza en el fondo. Me gustaría decir que mientras que por un lado está el polo en la mente humana que nos dice: Tu ego se ha vuelto demasiado fuerte, quédate ahí fortalecido como ser espiritual, por el otro lado aparece, y de hecho en el momento histórico correcto como un acontecimiento histórico, pero visto supra sensorialmente, el paso de la entidad divina Cristo primero a través del cuerpo de Jesús de Nazaret, luego a través de la muerte en el Gólgota. Si uno pasa por la iniciación de la manera correcta, experimenta por un lado un fortalecimiento del ego en un polo, por otro lado la verdad del Misterio del Gólgota. Detrás de los Evangelios, detrás de lo que uno puede reconocer en términos de contenido a través de la lectura ordinaria, surge una visión y una mirada intuitivas, de las que surgieron en definitiva los propios Evangelios. El iniciado no depende de lo que le dicen los Evangelios. A través del mismo poder mediante el cual obtiene la conciencia descrita de su propia existencia más allá de la muerte, a través de la inspiración y la intuición, también recibe la imaginación y la verdad dadas objetivamente por el mundo exterior, de modo que él mismo podría escribir el Evangelio si no estuviera escrito. Incluso recibe la conciencia correcta de los escritores del Evangelio. Se dice a sí mismo: En los primeros tres o cuatro siglos cristianos todavía había tanto que estaba vivo del tiempo antiguo que personas concretas, en aquel tiempo sin haber estado ellas mismas en la ciencia de la iniciación, podían mirar el Misterio del Gólgota e interpretarlo de la manera correcta. Si los antiguos iniciados de los cuatro primeros siglos cristianos no hubieran interpretado el Misterio del Gólgota en la Gnosis de aquel tiempo, que no es idéntica sino sólo parecida a la antroposofía actual, tampoco habría Evangelios, porque los Evangelios se escribieron a partir de dicha ciencia iniciática al estilo antiguo. Se aprende a reconocer el misterio del Gólgota y al mismo tiempo el origen de los Evangelios teniendo ante la mente los acontecimientos que los primeros evangelistas escribieron en los Evangelios. De este modo aprendemos a reconocer el misterio del Gólgota, aprendemos a reconocer cómo Pablo pudo decir realmente: Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe seguiría siendo vana y, por tanto, nuestra alma seguiría muerta. - En efecto, ahora aprendemos a reconocer lo que habría sucedido si no se hubiera producido el Misterio del Gólgota, si un Dios no hubiera descendido para pasar por un cuerpo humano, para sufrir la muerte en un cuerpo humano y unirse después a los poderes de la tierra. Pues desde entonces se ha unido con las fuerzas de la tierra, y desde el Misterio del Gólgota las fuerzas de Cristo viven con la tierra, es decir, con el desarrollo terrenal de la humanidad, en el que antes no estaban presentes. Lo que Pablo quería decir con el Cristo resucitado era que el Cristo tenía que experimentar y experimentó la muerte, pero que triunfó sobre la muerte, que salió victorioso de ella como ser vivo espiritual con la resurrección y que desde entonces vive con la humanidad para esta humanidad, que sin el Cristo sólo tendría un pensar muerto. Por eso puede recordar que un Dios, el Cristo, descendió a la tierra y vive en la tierra. Mientras que en la antigüedad el propio pensar llevaba todavía su carácter vivo a la vida terrena, desde el siglo III o IV, -antes era más fácil-, el alma terrena puede dejar que su pensar resucite en la visión inmediata del Misterio del Gólgota. A través de la muerte y resurrección de Cristo, esta alma ha sido tan vitalizada en su pensamiento que las personas ya no tienen que morir juntamente con sus cuerpos, como tendrían que hacerlo si no hubiera ocurrido el Misterio del Gólgota. Al levantar la vista de su ego, que se ha vuelto demasiado fuerte, y ver las imágenes del Misterio del Gólgota, el iniciado puede, por así decirlo, leer en el mundo espiritual el desarrollo del alma humana. A través de su visión de este capítulo especial de la ciencia de la iniciación, sabe que Cristo ha devuelto la vida a las almas de los hombres mediante su resurrección. De este modo, la ciencia de la iniciación moderna en el sentido antroposófico conduce a una comprensión interior viva del Misterio del Gólgota. Así pues, no es un camino que se aleja del Cristo, sino un camino hacia el Cristo. El Cristo se encuentra a través de ellos de una manera espiritual.
Ahora, permítanme concluir con un breve bosquejo de la evolución de la humanidad, tal como surge de la ciencia iniciática moderna, bajo la influencia del Misterio del Gólgota.
Si nos remontamos a tiempos muy antiguos de la evolución histórica humana, encontramos que la conciencia ordinaria adopta la forma que acabo de caracterizar. El pensar está vivo; el hombre encuentra a su alrededor en todos los seres de la naturaleza, además de lo físico, lo espiritual. Sin embargo, cuando percibe lo espiritual, su conciencia es onírica. Pero en esta conciencia onírica, quisiera decir en esta clarividencia instintiva, existe todavía una conexión original con el mundo espiritual a través del pensar vivo. Pero de entre la multitud de personas de los tiempos primitivos, al igual que los científicos eruditos de hoy, destacaban aquellos que tenían una cierta ciencia iniciática en el sentido antiguo, y se puede llamar ciencia iniciática a todo el conocimiento de los tiempos antiguos, porque el hombre común ya tenía una especie de clarividencia. No habían adquirido lo que he descrito, pero habían alcanzado cierta imaginación, inspiración e intuición. En la intuición de todo tipo, sin embargo, el hombre no sólo experimentaba las imágenes del mundo espiritual, sino que también experimentaba lo que son los propios seres espirituales. Él fluía, por así decirlo, con su ser del yo hacia lo espiritual. Esto se experimentaba a través de la ciencia de la iniciación en los tiempos antiguos del desarrollo humano, de modo que los seres que descendían de los mundos espirituales a los seres humanos, se experimentaba precisamente. No eran seres físicos, ni seres que hubieran podido ser percibidos con los sentidos físicos, ni que hubieran utilizado palabras que hubieran podido ser oídas con los oídos físicos. Eran seres con los que sólo se podía entrar en contacto a través de la visión espiritual. Pero en esa poderosa visión espiritual los iniciados de los tiempos primitivos estaban en contacto con seres que descendían hasta ellos en el cuerpo espiritual, -no en el cuerpo físico-, y que les enseñaban en cierto modo sobre aquello que no podían alcanzar por sí mismos mediante el pensar físico, sobre una existencia anímico-espiritual. Pero ése es el aspecto más esencial de este antiguo conocimiento. Si queremos expresarlo en una frase clara, debemos decir: Los primeros grandes maestros de la humanidad fueron seres espirituales que entraron en contacto con los primeros iniciados de forma espiritual, que les enseñaron los secretos del nacimiento del hombre, los secretos del alma viviente, que descendió sin nacer de los mundos suprasensibles-espirituales.
En aquellos tiempos antiguos, lo que se conocía directamente a través de revelaciones del propio mundo espiritual era el misterio del nacimiento. El hombre aprendió a ver lo que ya sospechaba a través de su clarividencia instintiva, en plena visión clarividente antigua: que no ha nacido. Aprendió a mirar hacia atrás a través de la antigua ciencia de la iniciación en su destino en su alma espiritual antes de descender a lo físico. Fueron los misterios del nacimiento del hombre los que se enseñaron en la antigüedad. Aunque esto se trataba externamente en los Misterios a través de ciertos cultos, a través de actos de culto, lo que iba a suceder proféticamente, por así decirlo, a través del Misterio del Gólgota, todavía no era como llegó a ser más tarde para el hombre después del Misterio del Gólgota. Antes del Misterio del Gólgota, el hombre no contemplaba la muerte de la misma manera que después. Sabía que no había nacido, que estaba dotado de un alma viva, como lo estaba antes de descender a la vida física. Contaba con que esa alma viva pasaría por la muerte. La muerte aún no se presentaba ante su alma con toda su tragedia. Aún no se decía a sí mismo: Con la muerte podría morir mi alma. - Sabía que su alma estaba viva. Pero a medida que se acercaba el tiempo en el que el pensamiento se hacía cada vez más inanimado y sin vida, en el que el pensar abstracto descendía como el cadáver del mundo espiritual, en el que el hombre experimentaba entonces lo que se hacía cada vez más significativo interiormente, que el hombre exterior muere: a través de los cultos que se practicaban y que apuntaban al Misterio del Gólgota, uno se consolaba de ello. Se decían a sí mismos: los dioses, y por tanto también las almas humanas divinas, no pueden morir, deben resucitar. - Éste era un consuelo que sólo producía el culto, aún no era conocimiento. El conocimiento sólo penetró, más allá de la muerte, a través del Misterio del Gólgota. Allí buscamos a estos antiguos maestros espirituales que habían descendido de los mundos espirituales. Por paradójico que esto pueda sonar al hombre moderno, hay que decirlo desde la perspectiva de la ciencia iniciática: Estos maestros espirituales, que vivían como seres espirituales en el mundo suprasensible, sólo descendieron cuando las personas les abrieron sus almas. Estos maestros espirituales de la humanidad eran aquellos que vivían en el mundo divino y sólo descendían a los hombres como maestros, pero no participaban en los destinos humanos, y que ellos mismos no conocían el misterio de la muerte.
Este es en sí mismo un misterio importante, que en tiempos muy antiguos la gente esencialmente recibió enseñanzas de mundos superiores que trataban con el misterio del nacimiento, pero no con el misterio de la muerte. La gente aprendía el misterio de la vida de almas que sólo habían pasado por el nacimiento. Y cuando los primeros iniciados cristianos pudieron contemplar el Misterio del Gólgota, oyeron algo que no podían haber oído a través de ninguna antigua sabiduría mistérica: Aprendieron que en aquellos mundos desde los que les fueron dadas a conocer esas sabidurías, no existía el conocimiento de la muerte misma, porque ninguno de esos seres había pasado aún por destinos humanos, es decir, ni ellos mismos habían pasado por la muerte. Estos maestros espiritual-divinos de la humanidad conocían el nacimiento, pero no la muerte. Por causa de un destino extradivino, (außer-göttliches), el pensar llegó a ser tal que las personas tuvieron que vivir con el temor de experimentar la muerte de su alma al mismo tiempo que la muerte de su cuerpo. Y se decidió en el reino de los dioses enviar a un dios a la tierra para que pudiera pasar por la muerte como un dios y obtener para los dioses la experiencia de la muerte. Esto es lo que se revela a través de la contemplación intuitiva del Misterio del Gólgota, a través del cual no sólo ha sucedido algo para los seres humanos, sino a través del cual ha sucedido algo para los dioses. Mientras que antes ,por así decirlo, los dioses sólo podían hablar del misterio del nacimiento a los hombres terrenales, ahora veían cómo la tierra se alejaba poco a poco de las fuerzas que ellos mismos habían puesto en ella, y cómo la muerte se apoderaba del alma. Por eso enviaron al Cristo a la tierra, para que un dios pudiera conocer la muerte humana y vencerla con su poder divino. Este es el acontecimiento divino: los dioses iniciaron el Misterio del Gólgota como un acontecimiento divino en la evolución del cosmos por el bien de sus propios destinos; los dioses también permitieron que este Misterio del Gólgota sucediera por el bien de los dioses. Mientras que antes todos los acontecimientos tenían lugar en mundos espirituales-divinos, ahora descendía un dios y se llevaba a cabo en la tierra un acontecimiento sobrenatural en forma terrenal propiamente dicha. Lo que tuvo lugar en el Gólgota fue, por tanto, un acontecimiento espiritual trasladado a la tierra. Esto es lo importante que aprendemos sobre el cristianismo a través de la moderna ciencia espiritual antroposófica.
Cuando el hombre dirige entonces su mirada al Misterio del Gólgota, para que pueda ver cómo la Divinidad participa en el desarrollo de la tierra, lo que ha realizado para la tierra, para el destino de la tierra, entonces mirará algo que concierne a los Dioses. Mientras viva con su trabajo sólo aquí en la vida terrestre, aprenderá a desarrollar lo que concierne a la tierra y al hombre. <Hasta ahora sólo se tienen pequeños poderes, que no son suficientes para vencer al ego más fuerte. <Pero si hay que adentrarse en la comprensión y entendimiento del Misterio del Gólgota, entonces se llega a lo sobrenatural que ya no se puede comprender con la mente terrenal, para lo cual se necesita una mente que vaya más allá de lo terrenal. Así pues, sólo mediante el estímulo de la ciencia iniciática podemos contemplar el acontecimiento del Gólgota, que tuvo lugar dentro de nuestra existencia terrenal, como algo que ha sido puesto en la tierra como algo cósmico y terrenal al mismo tiempo. De este modo uno trae a sí mismo el fuerte poder del conocimiento, que ahora le puede llevar realmente a decirse a sí mismo: «A través de los poderes humanos terrenales ordinarios tomo de la tierra todo lo que la tierra me da como ser humano para mi ego. Si miro hacia el Misterio del Gólgota, tomo algo que me eleva por encima de esta tierra, que enciende en mí una vida que de otro modo no podría encenderse: tomo algo suprasensible a través de mi inclinación hacia este Misterio del Gólgota. Reconozco que la humanidad debe tener un sentimiento y un conocimiento interior supersensible de un modo nuevo, a diferencia del modo antiguo, en el que la gente todavía sentía el pensar vivo; que el hombre todavía puede recibir tal conocimiento a través del Misterio del Gólgota, por el que experimenta su pensar muerto, que introduce conscientemente en la existencia supersensible, de modo que puede decir: No soy yo, sino el Cristo en mí quien ahora me hace vivo en la realidad después del Misterio del Gólgota.
La ciencia iniciática moderna, la antroposofía moderna, quiere dar un estímulo vivo al hecho de que el hombre pueda decir algo así. Puesto que nosotros mismos recibimos este estímulo a través de la ciencia moderna de la iniciación, veremos surgir de ella no una vida antirreligiosa, irreligiosa, sino una vida religiosa profundizada de los seres humanos, en la que nos apartamos conscientemente de lo que nos ha llegado desde la antigüedad. Pero a través del conocimiento científico-espiritual del Misterio del Gólgota, el hombre es conducido más allá de todas las dudas que tan fuertemente se encierran hoy en la vida religiosa, en la enseñanza de la ciencia externa, que ciertamente nos ha hecho hombres libres, que por una parte ha logrado grandes triunfos externos, pero que por otra coloca dudas comprensibles en el corazón del hombre con respecto a su sentido religioso y a los conocimientos de su ser suprasensible. La Antroposofía se propone la tarea de barrer de esta alma humana y de este ser las más fuertes dudas que sólo pueden ser depositadas en el alma humana por la ciencia externa, porque la ciencia antroposófica tiene que superar, precisamente por el espíritu de la ciencia, aquello que la ciencia externa no puede superar. Esta ciencia antroposófica podrá, a su vez, sembrar vida verdaderamente religiosa en el alma humana. Pues no podrá contribuir a la extinción del sentido religioso, pero puede añadir al desarrollo de la humanidad que el hombre reciba de nuevo un sentido religioso para todo, que el hombre reciba una nueva comprensión del cristianismo a través de su inclinación hacia el Misterio del Gólgota, que en realidad sólo puede ser correctamente comprendido y aceptado por todos los hombres a través de él.
Por el hecho de que el hombre no sólo recibe una revitalización del antiguo sentido religioso, sino que recibe un nuevo sentido religioso a través del conocimiento de esta manera, se puede decir, por tanto, que la Antroposofía no pretende en absoluto algo sectario. No quiere eso, como no lo quiere ninguna otra ciencia. La Antroposofía no quiere formar sectas; quiere ser una servidora de las religiones que ya existen, una revitalizadora del cristianismo en este sentido. No sólo quiere conservar el antiguo sentido religioso, no sólo quiere ser llamada a continuar la antigua vida religiosa; no sólo quiere contribuir al renacimiento, sino a la resurrección de la vida religiosa, porque esta vida religiosa ha sufrido demasiado por la existencia moderna, por la civilización moderna. Por eso la antroposofía quiere ser mensajera del amor, no sólo revitalizadora del antiguo sentido religioso, sino despertadora de la resurrección del sentido religioso interior de la humanidad.
Traducido por J.Luelmo nov,2024