GA109 Budapest, 11 de junio de 1909 Teosofía y Ocultismo Rosa-Cruz - Experiencias del ser humano tras su muerte

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Teosofía y Ocultismo Rosa-Cruz

RUDOLF STEINER

EXPERIENCIAS DEL SER HUMANO TRAS SU MUERTE

Budapest, 11 de junio de 1909

A menudo se ha insistido en que el presente puede comprenderse mejor a la luz del pasado y de sus acontecimientos, y que descubriremos y comprenderemos más fácilmente las características de nuestros ideales espirituales para el futuro si miramos hacia atrás, hacia épocas de la remota antigüedad. Hoy, por lo tanto, consideraremos los desarrollos que tuvieron lugar después de la destrucción de la antigua Atlántida y, relacionado con esos desarrollos, la experiencia del hombre durante la vida después de la muerte.

Las condiciones experimentadas por el alma entre la muerte y el nuevo nacimiento no siempre han sido las mismas. También han cambiado en el curso de la evolución. Durante las grandes épocas culturales, -la antigua India, la época de los Santos Rishis; la antigua Persia, época de la cultura Zaratustriana; la egipcio-caldea, la greco-latina y nuestra época actual-, el ser humano se ha relacionado cada vez más estrechamente con el plano físico, al que ha llegado a amar cada vez más intensamente. En cada una de estas épocas, el alma humana ha ido hundiéndose cada vez más en el mundo material. Cuanto mayor era la comprensión adquirida por el hombre hacia este mundo, más extraño le resultaba el mundo espiritual después de la muerte. Este fue el caso con más fuerza en la época grecolatina. Los griegos amaban el mundo físico porque en su glorioso arte, en ese espléndido adorno de la existencia física, toda su alma podía vivir gozosamente. El mundo físico era querido por el romano porque en su descubrimiento del ego, del "yo", podía desarrollarse plenamente el sentimiento de su propia personalidad.

Los conceptos de ciudadanía romana y derechos romanos son señas de identidad de esta época cultural. El romano se sentía cómodamente en este mundo físico y material. El concepto del derecho sólo existe desde esa época, por lo que es bastante correcto afirmar que la jurisprudencia comenzó en el Imperio Romano; es el signo de la reverencia a la personalidad individual. La muerte era la gran desconocida y evocaba temor. La frase de Aquiles: "Es mejor ser un mendigo en el mundo superior que un rey en el reino de las sombras", indica acertadamente la concepción que prevalecía en aquella época sobre la experiencia del alma durante la vida después de la muerte en el mundo espiritual. Cuanto más plenamente estas almas habían dado expresión en el reino de la tierra a todas sus facultades, tanto más se alejaba de ellas la capacidad de orientarse en el mundo espiritual después de la muerte. El alma se sentía aislada en las esferas en las que ahora había entrado. Incluso en el mundo de los espíritus (Devacán), el alma sentía que todo a su alrededor era oscuro, vacío y frío.

El alma ya no era capaz de experimentar la espiritualidad de aquel mundo. Ni siquiera los grandes líderes de la humanidad, -los iniciados-, podían cambiar esta condición, y sin embargo ellos son los maestros de los hombres, no sólo aquí en la tierra, sino también en los mundos de ultratumba. Cuando contaban a los muertos algo sobre el mundo de este lado del umbral, estas almas sentían un dolor aún mayor por haberse visto obligadas a abandonar el mundo físico que les había llegado a ser tan querido. Los maestros no podían traer consigo nada que pudiera ayudar o ser de valor para los muertos, todos los cuales anhelaban la reencarnación. El ser humano se sentía como apartado de sus hermanos, abandonado incluso en el reino del espíritu. Si estas condiciones hubieran permanecido, el amor y la fraternidad también habrían desaparecido gradualmente de la tierra. Porque esta estancia en el reino del espíritu habría significado que estas almas llevarían consigo el egoísmo al mundo físico y a una vida totalmente centrada en el yo individual.

En el período de la antigua india el hombre seguía considerando el mundo terrenal como maya, pero las cosas cambiaron en el curso de la evolución. Zaratustra ya proclamó que el hombre también puede encontrar lo espiritual en el mundo físico. Él reveló el camino por el cual la gente debía finalmente darse cuenta de que el sol con su luz no es más que el cuerpo externo de un ser espiritual sublime al que él denominó Ahura Mazdao, la Gran Aura, en contraste con la pequeña aura humana. Su objetivo era proclamar que este ser, aún distante, descendería un día a la tierra para unirse a la sustancia propia de ésta y seguir trabajando en la evolución de la humanidad. Para el pueblo de Zaratustra esto anunciaba al mismo ser que en la historia posterior vivió en la tierra como Cristo. Zaratustra proclamaba a sus alumnos: "Si aprendéis a comprender que lo espiritual está presente en todo lo físico y material, que lo físico está impregnado por la gran Aura del Sol, por Ahura Mazdao, entonces Ahrimán ya no os confundirá".

En otras ocasiones Zaratustra decía: "Tan grande, tan poderoso es Aquel que se me ha revelado en el sol, que todo lo sacrifico a Él. Con alegría le ofrezco la vida de mi cuerpo, la existencia etérica de mis sentidos, la expresión de mis actos, el cuerpo astral".

Esta fue la promesa que una vez hizo el gran Zaratustra. Él anunció a sus alumnos que el gran Espíritu del Sol se revelaría directamente en la tierra misma, en las realidades de la existencia terrena. Así inauguró Zaratustra la enseñanza de que lo material es sólo la fisonomía, la expresión de lo espiritual.

Después vino el tiempo en que el ser que había sido anunciado por Zaratustra se reveló a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí. Moisés enseñó que este Ser del Sol es también el Ser del Yo, el principio más elevado que puede ser incorporado al hombre. Pero no sólo en el hombre ha descendido una partícula del Espíritu del Sol; también ha descendido en todo lo que hay en la naturaleza externa, en los elementos, en todas partes. La misma divinidad que, en nombre del "Yo soy el Yo soy", el principio revelado una vez a Zaratustra como Ahura Mazdao, como el núcleo más íntimo, el fundamento primordial de toda existencia, fue proclamada por Moisés a todo un pueblo como el ser supremo cuyo nombre era inexpresable y sólo podía ser pronunciado en el santuario más íntimo por el sacerdote oficiante. La Divinidad que habita en el hombre, que no se revela sólo en los elementos, en el fuego ardiente, es Aquel que aquí se proclama.

Así pues, podemos considerar a Zaratustra como el heraldo de Jehová, de aquel mismo ser que, al principio de nuestra era, habitó durante tres años en el cuerpo de Jesús de Nazaret. Este es el mismo Dios que había sido proclamado por Moisés y Zaratustra.

Cristo dice: "¿Cómo me creeréis a mí, si no habéis creído a Moisés ni a los profetas?". Con esto Cristo confirma que el Antiguo Testamento había anunciado de antemano, (sólo que con nombres diferentes), al mismo Dios que Él, Cristo, también anunciaba. Todos los acontecimientos del mundo necesitan un cierto tiempo para surtir efecto. En el Sinaí, en la zarza ardiente, este Ser del Sol, descendiendo de las alturas del mundo espiritual, había llegado al punto en que podía anunciarse al hombre a través de los elementos. Ahora se acercó más y más a la tierra, a las envolturas de Jesús de Nazaret en el Bautismo en el Jordán, y cuando el Misterio del Gólgota tuvo lugar en la tierra y la sangre brotó de las heridas del Redentor, esto no sólo fue la expresión de un gran acontecimiento cósmico, sino también del más grande de todos los acontecimientos terrenales: el Cristo pasó al aura de la tierra como el Espíritu de la tierra.

Se había dado un nuevo impulso que podía percibirse mediante la clarividencia, pues en aquel preciso instante el aura de la tierra cambió, revelando colores particulares. Se revelaron nuevos colores y se incorporaron nuevos poderes al aura de la tierra. En el momento en que la sangre que es la expresión física del Yo fluyó de las heridas del Redentor en el Gólgota, en ese momento el Yo de Cristo se unió con la tierra. Pero también había llegado el momento en que las condiciones en el mundo espiritual podían empezar a cambiar para las almas después de la muerte. Este fue el significado del descenso de Cristo a los infiernos.

Un clarividente, que viviera antes del acontecimiento del Gólgota, no habría visto en el aura de la tierra lo que podría verse allí más tarde, cuando Cristo Jesús hubo pasado por la muerte en el Gólgota. Pensemos ahora en el acontecimiento de Damasco. Saulo que, como iniciado de los Misterios judíos, sabía muy bien que la "Gran Aura", Ahura Mazdao, se uniría un día con la tierra, se rebeló contra la creencia de que este ser hubiera podido morir en la vergonzosa cruz. Aunque había participado en los acontecimientos de Palestina, no creía que este gran espíritu hubiera morado en la tierra en Jesús de Nazaret. Fue cuando se volvió clarividente cerca de las puertas de Damasco que en el aura de la tierra contempló al espíritu Crístico, al Cristo vivo, que antes no había podido ser visto allí. Entonces se dijo a sí mismo: "Sí, se predijo que el aura de la tierra cambiaría, y eso se ha cumplido". Entonces Saulo se convirtió en Pablo. Pablo hablaba de sí mismo como de alguien que había nacido prematuramente, alguien que se había vuelto clarividente a través de la gracia; el suyo fue un nacimiento prematuro porque aún no se había alcanzado plenamente la madurez; no había descendido tan profundamente en la materia y estaba menos firmemente conectado con el cuerpo físico. Los que siguen el curso del cristianismo saben que la personalidad en él de suprema importancia es Pablo. Él consiguió más que nadie su propagación.

Fue un hecho oculto, un acontecimiento oculto, por el cual Pablo se convirtió, y puede decirse con justicia que a través de esa experiencia clarividente la humanidad fue conducida a Cristo. En aquel momento se produjo un cambio en el aura terrestre, y desde entonces ha cambiado. Se cumplieron así las palabras del Evangelio de San Juan: "El que come mi pan me pisa con sus pies". Desde entonces Cristo es el Espíritu de la tierra, el Espíritu planetario. La tierra es el cuerpo de Cristo; su morada está dentro de la tierra. Esta profunda expresión del Evangelio de San Juan no debe entenderse en un sentido adverso o como una alusión a Judas, que traicionó a Cristo. Se refiere más bien a la Divinidad Cristo-Jehová y a su relación con la tierra.

Cuando el investigador ocultista compara el efecto del arte de los griegos y del arte post cristiano sobre el mundo en el que el hombre entra después de la muerte, todavía encuentra que cuando un clarividente contempla con sus ojos físicos un templo griego con sus pilares dóricos, -por ejemplo, las ruinas de Paestum-, bien puede quedarse embelesado por las formas armoniosas que siguen las líneas espirituales de dirección y que, por lo tanto, hacen de este templo una morada real del dios. Del mismo modo que el alma se siente atraída por el cuerpo que le corresponde, el dios desciende a esas formas que armonizan tan perfectamente con su naturaleza y su ser. Pero cuando un vidente vuelve sus ojos a la contraparte espiritual de su templo, no encuentra nada en el mundo espiritual. El templo parece haber sido borrado de ese mundo y dejado allí un espacio vacío: no se ve nada del templo. Si, por el contrario, un vidente contempla obras de arte de la era post cristiana o, por ejemplo, contempla el Evangelio de San Juan o los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento que tienen que ver con Cristo-Jehová o las Madonas de Rafael - si el vidente contempla estas creaciones primero con ojos físicos y luego con visión clarividente, no son en absoluto invisibles en el mundo espiritual, sino que irradian allí con un esplendor aún mayor. Esto es especialmente cierto en el caso del Evangelio de San Juan. Es en el mundo espiritual donde se realiza por primera vez la grandeza de esa creación. Es en el mundo espiritual donde todo lo que está relacionado con el Misterio del Gólgota se vuelve radiante y claro en el sentido más pleno.

Simultáneamente al acontecimiento histórico en el plano físico, tuvo lugar un acontecimiento espiritual, que fue también un acontecimiento simbólico, cuando la sangre brotó de las heridas del Redentor. Cuando Cristo ya no vivía en el cuerpo físico de Jesús de Nazaret, en el momento en que murió en el Gólgota, se apareció en el mundo espiritual a las almas que vivían entre la muerte y el renacimiento, y las tinieblas se disiparon. El mundo espiritual de repente se llenó de luz. Al igual que los objetos en una habitación oscura de repente se hacen visibles cuando un rayo de luz brilla en la habitación y ves los objetos que siempre estuvieron allí aunque antes no podías detectarlos, así la luz se derramó en el mundo de los muertos. Las almas volvieron a percibir lo que les rodeaba, se sintieron unidas a sus hermanos en el reino de los espíritus y pudieron traer al mundo físico las cualidades del amor y la fraternidad. Así llegó una nueva luz a este mundo de los muertos, pues el Misterio del Gólgota tiene significado no sólo para el mundo en el que tuvo lugar físicamente, sino para todos los mundos con los que el hombre está conectado en el curso de su evolución. Si el mundo espiritual hubiera permanecido tal como lo vivían los muertos durante la época grecolatina, si el alma humana hubiera permanecido en la gélida frialdad y soledad entonces imperantes, la fraternidad y el amor habrían desaparecido gradualmente del mundo. El hombre habría traído consigo del Devacán el anhelo de reclusión. Porque la luz que entonces irrumpió en el mundo terrenal y también en el mundo de los muertos tenía por objeto establecer el reino de la fraternidad y el amor en la tierra. Esa es la misión del impulso Crístico.

Consideraremos ahora desde otro punto de vista el Misterio del Gólgota y el secreto de la sangre que mana de las heridas del Redentor.

Sabemos que el hombre terrestre recibió una herencia de la Antigua Luna. Los tres cuerpos inferiores, cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral habían sido preparados para él y fue en la tierra donde se añadió por primera vez el yo, -el yo como expresión de la libertad e independencia humanas. En la antigüedad era importante establecer la homogeneidad de la humanidad. Al principio, las condiciones eran tales que las relaciones de un ser humano con otro sólo se salvaban si se les daba una base física. La sangre es la expresión del yo. El parentesco y los lazos de sangre eran los principios rectores. La sangre física era el medio que operaba de hombre a hombre. Así eran las cosas en tiempos de la antigüedad. Pero a través de Cristo Jesús el amor se convirtió en un vínculo no material. La actividad del yo grupal humano decayó. En épocas anteriores, el ser humano pertenecía a un yo tribal comunitario y se sentía a salvo y seguro dentro de él, en el seno del Padre Abraham. Este parentesco era mucho más importante para él que su identidad personal. Su yo superior seguía existiendo en los lazos del parentesco consanguíneo. En el Antiguo Testamento oímos de Noé y otros padres de tribus que vivieron durante cientos de años. Nos remontamos a tiempos en los que el ser humano no sólo tenía memoria de lo que él mismo había experimentado, sino también a una época en la que esta memoria se extendía mucho más atrás en las generaciones. No decía "yo" de sí mismo, sino que vivía en su "yo" hasta remotos antepasados. Su vida no comenzaba con su nacimiento; no era entonces cuando empezaba a decir "yo" de sí mismo, sino que decía "yo" de todo lo que habían vivido sus antepasados.

Los seres luciféricos dirigieron en todo momento sus ataques más agudos contra el amor basado en la sangre. Su objetivo era hacer que cada ser humano dependiera únicamente de sí mismo, inculcar en el hombre la conciencia de sí mismo incluso entre la muerte y un nuevo nacimiento. Pero los seres divinos, portadores de amor, se esforzaron por unir a los individuos mediante vínculos distintos de los basados en la sangre, que no tienen en cuenta la libertad. El principio crístico une a la plena expresión del "yo" la fuerza que brota del espíritu de amor y la hace dominar de individuo a individuo. De ahí que se diga que Cristo es el verdadero Lucifer (Christus verus Luciferus) o portador de la Luz, y finalmente el adversario del Lucifer caído. El amor basado en la sangre fue transformado por Cristo en amor espiritual, en el amor fraternal que fluye de alma a alma. La frase de Cristo: "Quien no abandona a su padre y a su madre no puede ser mi discípulo", debe entenderse en el sentido de que el amor basado en la sangre debe transformarse en el amor fraternal que abraza a todos los seres humanos con la misma fuerza.

La ciencia espiritual no resta nada a ninguna de estas afirmaciones bíblicas, sino que, bien entendida, sólo puede enriquecerlas con una comprensión más profunda de la gracia cristiana. El poder del amor espiritual fue traído a las almas de los hombres por primera vez por Cristo cuando apareció en la tierra; y con la sangre que fluyó en el Gólgota de las heridas del Redentor la sangre superflua de la humanidad fue como sacrificada. Con este acto se confirmó la enseñanza de que el individuo debe enfrentarse al individuo como hermanos humanos. En el mundo de hoy todavía hay poca comprensión de Cristo. La humanidad tiene que aprender primero a darse cuenta de la grandeza de este poderosísimo acontecimiento cósmico. Unos pocos individuos han tenido siempre una adivinación de todo el significado del Ser Cristo y de Su aparición en la tierra. ¿Cómo han pensado en ese acontecimiento? Pensemos en los seres humanos y en los pueblos que conservaron durante un tiempo considerable la conexión con el mundo espiritual. El antiguo indio daba poca importancia a su conexión con el mundo físico. Estaba empeñado en la adquisición de verdades suprasensibles y de una vida espiritual elevada en el mundo espiritual, pero no tenía ningún deseo de amar la existencia física. Permítanme contarles acerca de una saga oriental, que indica de una manera espléndida cómo el principio Crístico fue captado tentativamente allí.

En el transcurso del tiempo, según cuenta esta saga, apareció el poder que guía nuestra tierra. Una leyenda oriental, que da cuenta de ello, fue narrada en los templos del norte del Tíbet al alumno de la sabiduría de Buda, y se ha conservado desde entonces. Esta leyenda oriental narra que Kashyapa, el más digno alumno del Buda, vivió en una época en la que, incluso en Oriente, se encontraba poca comprensión de la sabiduría. Cuando sintió que se acercaba su fin, se retiró a una cueva donde vivió durante largos siglos; su cadáver debía ser conservado allí para esperar la aparición del Buda Maitreya, a fin de ascender entonces al cielo.

Lo esencial de esta leyenda es lo siguiente. Si no hubiera habido ningún acontecimiento especial, es decir, si Cristo no hubiera aparecido en la tierra, ni Oriente ni Occidente habrían podido encontrar el camino hacia el mundo espiritual. El cuerpo de Kashyapa se preserva hasta que el Buda Maitreya libere el cadáver de la tierra. Esto significa que en el futuro el hombre volverá a tener poderes por medio de los cuales podrá espiritualizar lo terrenal. El ser sublime que conduzca el cuerpo de Kashyapa al mundo espiritual habrá descendido más profundamente de lo que ningún ser lo haya hecho jamás. Cristo mismo libera el cuerpo de Kashyapa. En el período que sigue a este acontecimiento, el cuerpo ya no existe. ¿Qué significa esto? Significa que el cuerpo fue transportado inmediatamente al mundo espiritual. El cuerpo de Kashyapa puede ser liberado en el elemento del fuego. ¿Dónde está este fuego? Cuando fue visto por Pablo ante Damasco estaba espiritualizado. Así pues, la aparición de Cristo en la tierra es el gran punto de inflexión cuando el hombre puede ascender de nuevo del mundo físico al espiritual.

Piensen ahora en las enseñanzas de Buda. A través de la observación de la vejez, la enfermedad, la muerte, etc., surgió en él la gran verdad sobre el sufrimiento. Él enseñó ahora la cesación del sufrimiento, la liberación del sufrimiento a través de la eliminación del deseo de nacer, de la encarnación física.

Ahora piensen en la humanidad seiscientos años después. ¿Qué es lo que encuentran? La humanidad venera un cadáver. Los hombres contemplan a Cristo en la cruz, a Cristo que muere y que con su muerte trajo la vida. La vida ha vencido a la muerte.

Uno: ¿Nacer es sufrir? No, porque Cristo entró en nuestra tierra y en adelante para mí, que soy cristiano, nacer ya no es sufrir.

Dos: ¿La enfermedad es sufrimiento? Pero existirá la gran medicina, es decir, la fuerza del alma que ha sido encendida por el impulso Crístico. Al unirse con el impulso Crístico, el hombre espiritualiza su vida.

Tres: ¿La vejez es sufrimiento? Pero mientras que el cuerpo del hombre se vuelve frágil y enfermizo, en su verdadero ser se hace cada vez más fuerte y poderoso.

Cuatro: ¿Es la muerte sufrimiento? Pero a través de Cristo el cadáver se ha convertido en el símbolo de que la muerte, la muerte física, ha sido vencida por la vida, por el espíritu; la muerte ha sido finalmente vencida por la vida.

Quinto: ¿Estar separado del ser que uno ama es sufrimiento? Pero el hombre que ha comprendido a Cristo nunca está separado de la persona que ama, porque Cristo ha traído la luz al mundo que se extiende entre la muerte y un nuevo nacimiento; así, el hombre permanece unido al objeto de su amor.

Sexto: ¿No es sufrimiento recibir aquello que uno anhela? Quien vive con Cristo ya no ansiará lo que no le llega o no le es dado.

Siete: ¿Estar unido a lo que no se ama es sufrimiento? Pero el hombre que ha reconocido a Cristo enciende en sí mismo ese amor universal que envuelve a todo ser, a todo objeto según su valor.

Octavo: Estar separado de lo que se ama ya no es sufrimiento, pues en Cristo ya no hay separación.

Así, para la condición de sufrimiento, que Buda proclamó y reconoció, Cristo nos ha dotado del remedio.

Este volverse de la humanidad a Cristo y al cuerpo muerto en la cruz es la mayor transformación que se ha producido en la evolución.

Traducido por J.Luelmo dic,2023

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